El Marxismo y El Anarquismo
El Marxismo y El Anarquismo
El Marxismo y El Anarquismo
El Anarquismo
Alan Woods
_____________
Biblioteca Virtual
OMEGALFA
2014
Ω
Este texto es la introducción a una nueva colección de escritos
sobre el anarquismo de varios autores (Plekhanov, Engels, Le-
nin, Trotsky, el propio Alan Woods y otros] editada en Estados
Unidos por Wellred con el fin de contribuir al debate que se ha
abierto entre sectores amplios de la juventud que han partici-
pado en el movimiento de protesta “Ocupa Wall St” (Occupy-
WallSt). Aunque Alan Woods, al responder a las ideas del
anarquismo, utiliza muchos ejemplos específicos de ese movi-
miento y de los EEUU, pensamos que el texto tiene una rele-
vancia que va más alla. (Publicado originalmente en el número
6 de la revista América Socialista.)
E
L período actual es el período más tormentoso y convulso de
la historia. La globalización ahora se manifiesta como una
crisis global del capitalismo. Dada la profundidad de la crisis
y deterioro de las condiciones, los acontecimientos se están desarro-
llando muy rápidamente. El escenario está listo para un renacimiento
general de la lucha de clases, y de hecho, este proceso ya ha comen-
zado.
La manifestación más llamativa de la nueva situación es el surgi-
miento de un movimiento de protesta en todo el mundo que rechaza
el capitalismo en todos sus aspectos. Un número creciente de gente
está reaccionando en contra de la flagrante injusticia del orden exis-
tente: el desempleo, que condena a millones a la inactividad forzada;
la desigualdad flagrante, que concentra la riqueza a niveles obscenos
y empobrece a la inmensa mayoría de la población mundial; y las
interminables guerras, el racismo, y las restricciones a "la vida, la
libertad y la búsqueda de la felicidad".
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El uno por ciento más rico de los EE.UU. posee el 34,6% de la ri-
queza en patrimonio neto total; el 19% siguiente posee el 50,5%; el
80% inferior posee sólo el 15%. En riqueza financiera, las cifras son
aún más sorprendentes: 42,7%, 50,3% y 7,0% respectivamente. Es-
tas estadísticas son del 2007, pero los datos completos más recientes
muestran que la recesión se ha traducido en una caída masiva de un
36,1% de la riqueza familiar promedio en comparación con 11,1%
para el uno por ciento, aumentando aún más la brecha entre los obs-
cenamente ricos y el resto de nosotros –el 99%–.
La recesión de 2008-09 ha supuesto un incremento aún mayor de la
desigualdad: un mayor enriquecimiento de los súper ricos y más
pobreza para los más pobres. El espectáculo repugnante de los ban-
queros ricos escapando de la crisis con miles de millones de dólares
de dinero público, mientras que más de 10 millones de hipotecas no
van a poder ser pagadas y los desempleados esperan en colas de
distribución de alimentos, está alimentando el fuego de la indigna-
ción generalizada.
En circunstancias "normales" la mayoría de la gente no protesta.
Siguen siendo espectadores pasivos de un drama histórico que se
representa delante de sus ojos, en el que no desempeñan ningún pa-
pel, pero que determina su vida y su destino. Pero de vez en cuando,
los grandes acontecimientos, como una guerra o una crisis económi-
ca, sacuden a la gente de su aparente apatía. Comienzan a pasar a la
acción, se interesan por la política y tratan de recuperar el control
sobre sus vidas.
Tales momentos en la historia tienen un nombre: se les llama revo-
luciones. Tal fue la revolución americana de 1776, la Revolución
Francesa de 1789-1793, los movimientos revolucionarios en Europa
en 1848, la Comuna de París de 1871, las revoluciones rusas de
1905 y 1917, la revolución española de 1931-37, y más recientemen-
te, las revoluciones de Egipto y Túnez.
Los acontecimientos que se están desarrollando ante nuestros ojos
poseen muchas de las características de las primeras etapas de una
situación revolucionaria. Muchas personas que hasta el momento
tuvieron poco o ningún interés en la política ahora se encuentran en
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las calles para protestar y manifestarse en contra de un orden social
y político que se ha vuelto intolerable.
Hay un viejo refrán: "La vida enseña". Esto es muy cierto. Los tra-
bajadores y estudiantes en la plaza Tahrir en Egipto aprendieron más
en 24 horas de lucha, que en veinte años de existencia "normal". Del
mismo modo, la experiencia de los participantes en el movimiento
Occupy en los EE.UU. y otros países se está comprimiendo en el
tiempo. No serán necesarios 20 años para que puedan absorber las
lecciones. La gente está aprendiendo rápido.
En estas condiciones, las ideas del liberalismo, el anarquismo y el
socialismo están reviviendo, ya que la juventud y los trabajadores
buscan una explicación de la crisis y un camino hacia adelante. Los
heroicos "días de gloria" de los Trabajadores Industriales del Mundo
(IWW) capturan la imaginación de muchos jóvenes en su lucha por
formar sindicatos en sus lugares de trabajo de salario mínimo. Nue-
vas capas de la juventud redescubren a escritores anarquistas como
Proudhon, Kropotkin, Bakunin y Durruti. Una nueva generación lee
con entusiasmo a autores como Howard Zinn, Michael Albert, y
Noam Chomsky, que denuncian ferozmente al imperialismo y el
capitalismo.
En la medida en que abren los ojos de la gente en cuanto a la natura-
leza antidemocrática y de explotación de la sociedad capitalista, el
creciente interés en estas ideas es muy positivo. El anarquismo es
atractivo para muchos jóvenes debido a su simplicidad: un rechazo
visceral a cualquier cosa que tenga que ver con el status quo. Pero
después de un examen más profundo, estas ideas revelan una ausen-
cia generalizada de contenido real y de profundidad de análisis. Por
encima de todo, hay muy poco en el camino de una solución real-
mente viable a la crisis del capitalismo. Después de leer su material,
uno inevitablemente se queda con la duda: "¿pero qué va a reempla-
zar al capitalismo, y cómo podemos llevarlo a la práctica, a partir de
las condiciones realmente existentes hoy en día?"
Es la opinión de este autor de que sólo las ideas del marxismo pue-
den proporcionar una guía teórica para la acción que pueda aprove-
char de manera práctica la energía del movimiento para la transfor-
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mación revolucionaria de la sociedad. No se trata del estalinismo
-esa caricatura burocrática, antidemocrática y totalitaria del socia-
lismo; ni del "marxismo" académico sin vida, mecánico y determi-
nista,- sino el auténtico marxismo: las herramientas más modernas,
dinámicas, y más amplias de análisis social desarrolladas por la hu-
manidad hasta el momento. Sólo estas ideas pueden proporcionar no
sólo un análisis, sino también una solución revolucionaria socialista
a la crisis a la que se enfrenta la clase obrera mundial.
La publicación de este volumen constituye un importante paso ade-
lante en el armamento teórico de una nueva generación de luchado-
res de clase en los EE.UU. La cuestión del marxismo contra el anar-
quismo ha sido muy discutida. No es casualidad que a medida que la
lucha de clases surge de nuevo a la superficie, los viejos debates se
están reactivando. Muchas personas recién despertando a la vida
política se imaginan que están involucrados en algo totalmente nue-
vo y original, pero como dice la Biblia, no hay nada nuevo bajo el
sol. Y a pesar de que no lo saben, muchos de estos debates ya han
tenido lugar en el pasado.
Hay muchas ideas falsas acerca de la historia, génesis, y el conteni-
do real tanto del marxismo como del anarquismo. Podemos y debe-
mos aprender de la experiencia colectiva de nuestra clase, de lo que
ha funcionado y lo que no ha funcionado. Esta colección de escritos
tienen la intención de clarificar el punto de vista marxista sobre las
limitaciones del anarquismo, y la necesidad de un partido, teoría,
programa, perspectivas, organización, democracia interna y rendi-
ción de cuentas.
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deben dejar las cosas a los políticos, sino actuar por sí mismos.
Esto demuestra un instinto revolucionario correcto. Los que se bur-
lan del movimiento como "meramente espontáneo" muestran su
ignorancia de la esencia de una revolución, que es precisamente la
intervención directa de las masas en la política. Esta espontaneidad
es una fuerza enorme, pero en un momento determinado se converti-
rá en una debilidad fatal del movimiento.
Aquellos que critican el movimiento de protesta porque carece de un
programa claro muestran su ignorancia de lo que es una revolución.
Este tipo de enfoque es digno de un pedante y un snob, pero nunca
de un revolucionario. Una revolución, por su esencia misma agita la
sociedad hasta lo más profundo, despertando incluso los sectores y
capas más atrasadas y "apolíticas" a la acción directa. Exigir de las
masas una perfecta comprensión de lo que se necesita es pedir un
imposible.
Por supuesto, el movimiento de masas necesariamente sufre de con-
fusión en sus etapas iniciales. Las masas sólo pueden superar estas
deficiencias a través de su experiencia directa de la lucha. Pero si
queremos tener éxito, es absolutamente necesario ir más allá de la
confusión inicial y la ingenuidad, para crecer y madurar, y sacar las
conclusiones correctas.
Los dirigentes "anarquistas" -sí, los anarquistas también tienen diri-
gentes o personas que aspiran a dirigir- que creen que la confusión,
una organización amorfa, y la falta de definición ideológica, son a la
vez positivas y necesarias, juegan un papel pernicioso. Es como
tratar de mantener a un niño en un estado de infantilismo, para que
nunca sea capaz de hablar, caminar y pensar por sí mismo.
Muchas veces en la historia de la guerra, un gran ejército compuesto
por soldados valientes, pero sin entrenamiento ha sido derrotado por
una fuerza más pequeña de tropas profesionales disciplinadas y bien
entrenados dirigidas por oficiales calificados y con experiencia.
Ocupar las plazas es un medio de movilizar a las masas a la acción.
Pero en sí mismo no es suficiente. La clase dominante, inicialmente,
puede no ser capaz de desalojar a los manifestantes por la fuerza,
pero puede darse el lujo de esperar hasta que el movimiento comien-
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ce a apagarse, y luego actuar con decisión para poner fin a los "dis-
turbios".
No hace falta decir que los marxistas siempre estarán en la primera
línea de cualquier batalla para mejorar las condiciones de la clase
trabajadora. Vamos a luchar por cualquier conquista, no importa
cuán pequeña sea, porque la lucha por el socialismo sería impensa-
ble sin la lucha del día a día por mejoras bajo el capitalismo. Las
masas pueden descubrir su propia fuerza y adquirir la confianza
necesaria para luchar hasta el final, sólo a través de una serie de
luchas parciales, de carácter defensivo y ofensivo. Hay ciertas cir-
cunstancias en que las huelgas y manifestaciones de masas pueden
obligar a la clase dominante a hacer concesiones. Pero en las condi-
ciones que prevalecen hoy, esto no es el caso.
Para tener éxito es necesario llevar el movimiento a un nivel supe-
rior. Esto sólo es posible mediante la vinculación con firmeza al
movimiento de los trabajadores en las fábricas y los sindicatos. La
consigna de la huelga general ya ha pasado a primer plano en forma
embrionaria. Pero incluso una huelga general en sí misma no puede
resolver los problemas de la sociedad. Llegado cierto punto, debe
estar vinculada a la necesidad de una huelga general indefinida, que
directamente plantea la cuestión del poder estatal.
Dirigentes confusos y vacilantes no son capaces de producir más que
derrotas y desmoralización. La lucha de los trabajadores y la juven-
tud sería infinitamente más fácil si fueran conducidos por personas
valientes y con visión de futuro. Pero dirigentes de ese calibre no
caen del cielo. En el curso de la lucha, las masas pondrán a prueba
todas las tendencias y dirigentes. Pronto descubrirán las deficiencias
de esas figuras accidentales que aparecen en las primeras etapas del
movimiento revolucionario, al igual que la espuma que aparece en la
cresta de la ola, y que desaparecerán cuando las olas rompan en la
orilla, al igual que la espuma.
Estos movimientos espontáneos son la consecuencia de décadas de
degeneración burocrática y reformista de los partidos y sindicatos
tradicionales. En parte, representan una reacción saludable, como
Lenin escribió en el Estado y la Revolución, refiriéndose a los anar-
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quistas. Movimientos como los indignados en España surgen porque
la mayoría de los trabajadores y los jóvenes sienten que nadie les
representa. Ellos no son anarquistas. Revelan confusión y la falta de
un programa claro. Pero ¿de dónde iban a sacar ideas claras?
Estos nuevos movimientos son una expresión de la profunda crisis
del sistema capitalista. Por otro lado, los nuevos movimientos mis-
mos no han comprendido la gravedad de la situación. Por toda su
energía y brío, estos movimientos tienen sus limitaciones, que rápi-
damente saldrán a la luz. La ocupación de plazas y parques, a pesar
de que puede ser una declaración potente, en última instancia no
conduce a ninguna parte. Para lograr una transformación radical de
la sociedad son necesarias medidas más radicales.
A menos que el movimiento alcance un nivel superior, en un deter-
minado momento, se desplomará, dejando a la gente decepcionada y
desmoralizada. Sobre la reflexión de su experiencia, un número cre-
ciente de activistas llegarán a ver la necesidad de un programa revo-
lucionario coherente. Es el argumento de este escritor que esto sólo
el marxismo lo puede proporcionar.
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intereses y las aspiraciones de la clase obrera. Estamos a favor de la
transformación revolucionaria de la sociedad. Las condiciones obje-
tivas para esa transformación están más que maduras. Creemos fir-
memente que la clase obrera es capaz de llevar adelante esa tarea.
Entonces, ¿cómo podemos dudar de que los trabajadores sean capa-
ces de transformar sus propias organizaciones en herramientas de
combate para cambiar la sociedad? Si no pueden lograr ni siquiera
eso, ¿cómo van a poder derrocar el capitalismo en su conjunto?
Muchos jóvenes, cuando miran a las organizaciones existentes de la
clase obrera, los sindicatos y en especial los partidos de masas de los
trabajadores, son repelidos por sus estructuras burocráticas y la con-
ducta de sus dirigentes, que están constantemente codeándose con
los banqueros y los capitalistas. Parece que son sólo otra parte del
establishment. En los EE.UU. todavía no hay ni siquiera un partido
obrero de masas. Así que no es de extrañar que muchas personas
rechacen todos los partidos e incluso dicen rechazar por completo la
política.
Sin embargo, esto es una contradicción en términos. El movimiento
Occupy sí es profundamente político. Al rechazar los partidos políti-
cos existentes, inmediatamente se presenta como una alternativa.
Pero, ¿qué tipo de alternativa? No es suficiente decir: "Estamos en
contra del sistema actual, porque es injusto, opresivo e inhumano"
Es necesario proponer un sistema alternativo que sea justo, igualita-
rio y humano.
A pesar de que son aún muy débiles, las tendencias anarquistas han
aumentado recientemente como consecuencia de la bancarrota de los
dirigentes reformistas de las organizaciones obreras de masas. El
oportunismo monstruoso de los dirigentes de los trabajadores da
lugar a estados de ánimo de extrema izquierda y anarquistas entre
una capa de la juventud. Como Lenin dijo, el ultra izquierdismo es el
precio que el movimiento tiene que pagar por el oportunismo.
A primera vista la idea parece atractiva: "¡Mira a los dirigentes sin-
dicales! Son sólo un montón de burócratas y arribistas que siempre
nos venden. ¡No necesitamos dirigentes! ¡No necesitamos organiza-
ción!" Por desgracia, sin organización no podemos lograr nada. Los
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sindicatos pueden estar lejos de ser perfectos, pero es todo lo que
tienen los trabajadores para evitar que los capitalistas les aplasten.
Los patronos entienden el peligro que representan para ellos los sin-
dicatos. Es por eso que siempre están tratando de socavar los sindi-
catos, restringir sus derechos, y destruirlos por completo. Podemos
verlo con las leyes antisindicales, tales como la Ley Taft-Hartley,
que han restringido seriamente el derecho de los trabajadores a la
huelga. Scott Walker, el gobernador republicano de Wisconsin, in-
trodujo una legislación antisindical para desarmar a los trabajadores
frente a los recortes salvajes. En Ohio, un intento similar fue derro-
tado en un referéndum, porque los trabajadores entendieron la nece-
sidad de defender a los sindicatos.
"¡Pero los dirigentes sindicales son burócratas! ¡Siempre están tra-
tando de llegar a acuerdos con los patrones!" Tal vez sea así, pero
¿qué alternativa proponéis? ¿Podemos prescindir de los sindicatos?
Esto reduciría la clase obrera a una colección de átomos aislados a
merced de los patrones. Marx señaló hace mucho tiempo que, sin
organización, la clase obrera no es más que materia bruta para la
explotación. La tarea no es tirar al bebé junto con el agua del baño,
sino transformar a los sindicatos en organizaciones combativas, mi-
litantes y clasistas.
Más que en cualquier otro período en la historia, la dirección de las
organizaciones de los trabajadores ha sucumbido a la presión de la
burguesía. Han abandonado las ideas sobre las que se fundó el mo-
vimiento y se han divorciado de la clase que se supone que represen-
tan. Ellos representan el pasado, no el presente ni el futuro. Las ma-
sas los empujarán hacia la izquierda o les barrerán del camino en el
tormentoso período que ahora se abre.
Sin la ayuda de los reformistas, estalinistas y de los dirigentes sindi-
cales colaboradores de clases, no sería posible mantener el sistema
capitalista por mucho tiempo. Esta es una idea importante en la que
tenemos que hacer hincapié continuamente. Los dirigentes de los
sindicatos y los partidos reformistas en todos los países tienen un
poder colosal en sus manos -mucho mayor que en cualquier otro
momento en la historia.
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En última instancia, la burocracia sindical es la fuerza más conser-
vadora de la sociedad. Utilizan su autoridad para apoyar el sistema
capitalista. Es por eso que Trotsky dijo que la crisis de la humanidad
se reduce a una crisis de dirección del proletariado. El destino de la
humanidad depende de la resolución de este problema. Pero el anar-
quismo no es capaz de resolver este problema, ya que ni siquiera
acepta que el problema existe.
Es necesario luchar para expulsar a los burócratas y arribistas de sus
cargos, para purgar las organizaciones obreras de los elementos bur-
gueses y sustituirlos por hombres y mujeres que realmente están
dispuestos a luchar por la clase obrera. Promover el abstencionismo,
negarse a luchar por un cambio de dirección, es abogar por la perpe-
tuación del dominio de la burocracia, es decir, la perpetuación de la
esclavitud capitalista. Como explicó Trotsky, negarse a luchar por el
poder político o sindical significa dejar el poder en las manos de
aquellos que ahora lo detentan.
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En el congreso fundacional de la IWW, Bill Haywood, el entonces
Secretario General de la Federación de Mineros del Oeste, dijo: "Es-
te es el Congreso Continental de la clase obrera. Estamos aquí para
confederar a los trabajadores de este país en un movimiento de la
clase obrera que tendrá por objetivo la emancipación de la clase
obrera de la esclavitud capitalista". (Actas de la Primera Convención
de los Trabajadores Industriales del Mundo)
La IWW fue consecuentemente revolucionaria y se basaba en la
doctrina más intransigente de lucha de clases. Nunca fue una organi-
zación anarquista, pero carecía de una ideología coherente y consis-
tente. Se podría decir que su ideología era una extraña mezcla de
anarco-sindicalismo y marxismo. Esta contradicción salió a relucir
rápidamente en uno de los primeros debates. Daniel de León, el pio-
nero marxista de América, fue miembro fundador de la IWW en
1905. Pero no estaba de acuerdo con los líderes de la IWW en su
oposición a la acción política.
Mientras que De León abogó por el apoyo a la acción política a tra-
vés del Partido Laborista Socialista (SLP), otros dirigentes, inclu-
yendo Big Bill Haywood, argumentaron en contra y a favor de ac-
ción directa. La facción de Haywood prevaleció, y como resultado el
preámbulo se modificó para impedir "la afiliación a cualquier parti-
do político." Los seguidores de De León salieron de la IWW en se-
ñal de protesta. Eso fue un error, porque la propia experiencia hizo
cambiar incluso a gente como Big Bill Haywood.
De hecho, la IWW tomó prestadas muchas ideas del marxismo. Los
dos principales ejes de su plataforma, la doctrina de la lucha de cla-
ses y la idea de que la emancipación de los trabajadores debe ser la
tarea de los propios trabajadores, provenían directamente de Marx.
La verdad es que la IWW era más que un sindicato. Era al mismo
tiempo, un sindicato industrial combativo y una organización revo-
lucionaria -un partido revolucionario embrionario. Esto se demostró
muy pronto por los tormentosos acontecimientos que rodearon la
Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa.
La IWW era internacionalista hasta la médula. Ellos se opusieron a
la Primera Guerra Mundial, al igual que los bolcheviques rusos. Un
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periódico de la IWW, el Trabajador Industrial, escribió poco antes
de la declaración de guerra por parte de los EE.UU.: "!Capitalistas
de los Estados Unidos, vamos a luchar contra ustedes, no para uste-
des! No hay poder en el mundo que puede obligar a la clase obrera a
luchar si esta se niega." La organización aprobó una resolución con-
tra la guerra en su convención en noviembre de 1916. Lenin tuvo un
vivo interés en la IWW, principalmente por este motivo.
La Guerra y la Revolución Rusa demostraron que la acción política
no era simplemente una cuestión del parlamento y de los votos, sino
la máxima expresión de la lucha de clases. La IWW no podía igno-
rar la política. La entrada de América en la guerra en 1917, que
desató una ola feroz de la represión estatal en contra de la IWW y
todos los que se opusieron a la guerra, demostró la necesidad de
luchar contra el poder centralizado de la clase dominante. Y la Re-
volución Bolchevique mostró cómo el viejo poder estatal podría ser
derrocado y reemplazado por el Estado democrático de los propios
trabajadores.
Cuando los obreros rusos tomaron el poder estatal en sus propias
manos y utilizaron ese poder para expropiar a los capitalistas, eso
tuvo un profundo efecto en las filas de los wobblies. Algunos de sus
líderes más destacados, como Big Bill Haywood, James Cannon y
John Reed empezaron a cuestionar muchas de sus viejas creencias.
Comprendiendo la necesidad de una organización política revolu-
cionaria, se unieron al bolchevismo.
Los mejores elementos de la IWW se unieron al joven Partido Co-
munista Americano. En abril de 1921 Haywood dijo en una entrevis-
ta con Max Eastman, publicada en El Libertador: "Me siento como
si siempre hubiera estado allí", me dijo. "¿Recuerdas que solía decir
que todo lo que necesitábamos era cincuenta mil auténticos IWW, y
luego alrededor de un millón de miembros que los respaldaran?
Bueno, ¿no es una idea similar? Por lo menos siempre me di cuenta
de que lo esencial era contar con una organización de los que sa-
ben".
El hecho de que la degeneración estalinista de la revolución rusa
posteriormente distorsionó el desarrollo del Partido Comunista no
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quita nada a los valientes pioneros que iniciaron la tarea de organi-
zar a la vanguardia revolucionaria en los EE.UU. enfrentándose a la
represión más terrible.
Los que se negaron a hacer la transición al marxismo llevaron a la
IWW a un callejón sin salida del que nunca se recuperó. El dogma
anti-político estéril le condenó al aislamiento de los grandes aconte-
cimientos históricos que estaban teniendo lugar a escala mundial. En
el momento de su decimoquinto aniversario en 1920, la IWW ya
había entrado en un declive irreversible. En 2005, en el centenario
de su fundación, la IWW tenía unos 5.000 miembros, en compara-
ción con 13 millones de miembros de la AFL / CIO.
La idea de "Una Gran Unión" sigue siendo atractiva para muchos.
Los trabajadores jóvenes, en particular, están comprensiblemente
frustrados con las interminables divisiones y luchas internas en los
sindicatos dominantes hoy, o no están en absoluto afiliados a nin-
guno. Sin embargo, a pesar de los heroicos esfuerzos de los
wobblies por organizar un puñado de cafeterías y restaurantes de
comida rápida, la creación de un sindicato ganando a un afiliado
nuevo cada vez nunca alcanzará sus objetivos. Para ello son necesa-
rios los vastos recursos de los principales sindicatos. Cambiar la
política de la dirigencia sindical actual requerirá una lucha política
dentro de los sindicatos de la AFL-CIO y "Change to Win", no al
margen de estos. Además, la única manera de lograr esto es real-
mente a través de la llegada al poder político de la clase obrera, la
expropiación de los capitalistas, y la aprobación de leyes que garan-
ticen a todos los trabajadores derechos sindicales, salarios y benefi-
cios Esto sentaría las bases para la realización de "Una Gran unión",
ya que cientos de millones de trabajadores se organizarían en una
federación sindical masiva.
Incluso en su declive, la IWW desempeñó un papel fundamental en
inspirar el desarrollo del sindicalismo industrial moderno, lo que dio
lugar a la creación del CIO en la década de 1930. Ese fue un logro
tremendo. Sin embargo, aunque en sus filas hay algunos trabajado-
res muy combativos, hoy en día la IWW es sólo una sombra de sí
misma.
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La historia de la IWW es una fuente inagotable de inspiración para
los jóvenes de hoy. Reconocemos plenamente el papel pionero
desempeñado por la IWW en los primeros años y abrazamos de todo
corazón su conciencia de clase militante y sus tradiciones revolucio-
narias. Somos conscientes de que sus tendencias "anarco- sindicalis-
tas" eran sólo una manifestación superficial -la cáscara externa de un
bolchevismo embrionario. Estamos orgullosos de reclamar la IWW
como una parte importante de nuestro patrimonio histórico.
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sadas se transmite a través del mecanismo de transmisión genética.
El animal sabe instintivamente cómo reaccionar en una situación
dada. Pero la sociedad humana es diferente de cualquier otro colec-
tivo animal. Aquí la cultura y la educación juegan un papel más im-
portante que la genética. ¿Cómo se transmiten las lecciones de las
generaciones pasadas a las nuevas generaciones? No existe ningún
mecanismo automático para esto. La transmisión debe realizarse a
través del mecanismo del aprendizaje. Y esto lleva su tiempo.
Lo que es cierto de la sociedad en general, también es cierto para la
clase obrera y la lucha por el socialismo. El partido revolucionario
es el mecanismo por el cual las lecciones del pasado se transmiten a
las nuevas generaciones en una forma generalizada (la teoría). Este
es el equivalente de la información genética. Si la información gené-
tica es correcta y completa, dará lugar a la formación de un ser hu-
mano sano. Si se distorsiona, será un aborto.
Lo mismo sucede con la teoría. Una teoría que resuma bien la expe-
riencia del pasado puede ser de gran ayuda al permitir a la nueva
generación evitar los errores del pasado. Pero una teoría errónea sólo
causará, confusión, desorientación, o algo peor. Si somos serios
acerca de la revolución, debemos abordarla de manera seria, no su-
perficial y aficionada. Las cuestiones de estrategia y táctica deben
ocupar un lugar central en las consideraciones de los marxistas. Sin
táctica, hablar de la construcción del movimiento revolucionario es
charla ociosa: es como un cuchillo sin hoja.
La concepción de estrategia revolucionaria se deriva de la influencia
de la terminología militar. Hay muchos paralelismos entre la lucha
de clases y una guerra entre las naciones. Con el fin de derrocar a la
burguesía, la clase obrera y su vanguardia, debe poseer una organi-
zación poderosa, centralizada y disciplinada. Sus cuadros dirigentes
deben poseer los conocimientos necesarios sobre cuándo avanzar y
cuándo retirarse, cuándo dar la batalla y cuándo evitarla.
Este tipo de conocimiento requiere, además de la experiencia, un
estudio cuidadoso y detallado de batallas pasadas, victorias y derro-
tas. En otras palabras, presupone un conocimiento de la teoría. Una
actitud descuidada o desdeñosa de la teoría es inadmisible, porque la
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teoría es, en parte, la generalización de la experiencia histórica de la
clase obrera de todos los países.
Pero, ¿acaso no es posible improvisar e inventar nuevas ideas sobre
la base de nuestra experiencia viva de la lucha de clases? Sí, por
supuesto, es posible. Sin embargo, habrá que pagar un precio. En
una revolución, los acontecimientos se mueven muy rápidamente.
No hay tiempo para improvisar e ir dando tumbos como un hombre
ciego en un cuarto oscuro. Cada error que cometemos se paga, y nos
puede costar muy caro.
Al negar la importancia de la organización y la dirección, los anar-
quistas desean mantener el movimiento en un estado embrionario,
desorganizado y poco profesional. Pero la lucha de clases no es un
juego de niños y no debe ser tratada infantilmente. El filósofo ame-
ricano George Santayana dijo una vez, muy sabiamente: "Aquellos
que no aprenden de la historia están condenados a repetirla." La
historia de los movimientos revolucionarios nos ofrece un rico teso-
ro de ejemplos, que merecen un estudio cuidadoso, si no queremos
repetir los trágicos errores y derrotas del pasado.
El movimiento está todavía sólo al principio del principio. Y en el
principio existe, naturalmente, una gran cantidad de confusiones,
vacilaciones, e indecisión. El movimiento Occupy, sin embargo,
contiene muchos elementos contradictorios en su interior. Hay quie-
nes desean abolir el capitalismo, y otros que sólo buscan su reforma
aplicando medidas como modificar el sistema tributario y la regula-
ción de los bancos.
La necesidad de la teoría
Por el contrario, los gobernantes de la sociedad son implacables y
decididos. Pueden contar con décadas de experiencia en el manejo
de las protestas y los movimientos de oposición. Combinan las dis-
torsiones de los medios y la violencia policial cada vez más militari-
zada, con métodos más sutiles: el chantaje, el soborno, el engaño y
los provocadores policiales. El Estado tiene a su disposición los ser-
vicios de un ejército de burócratas encallecidos, políticos cínicos,
abogados inteligentes, periodistas mentirosos, académicos eruditos,
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y sacerdotes astutos: todos unidos para defender el status quo en el
que todos ellos tienen un interés personal.
Los marxistas apoyamos de todo corazón el movimiento Occupy y
la búsqueda colectiva de soluciones a la crisis del capitalismo. Re-
presenta un nuevo despertar social y se refleja en un renovado inte-
rés en las ideas y la teoría. Sin embargo, hay algunos que se burlan
de la idea misma de la teoría. “¡No necesitamos anticuadas teorías
políticas!", dicen. "Estamos comprometidos en un gran experimento
y vamos a improvisar y desarrollar nuestras ideas a medida que
avanzamos." Estas palabras, superficialmente atractivas, ocultan una
profunda contradicción.
En la vida real, ninguna persona seria adoptaría una actitud de este
tipo en sus asuntos diarios. Imagínese ir al dentista con un dolor de
muelas y el dentista dice: "En realidad, nunca he estudiado odonto-
logía, pero abre la boca de todos modos y voy a ver lo que hago."
!Saldría corriendo por la puerta! ¿O a un fontanero llama a la puerta
y dice: "No sé nada de fontanería, pero déjame poner mis manos en
su sistema séptico." Le echarías de la casa.
Pero aunque insistimos (!con toda la razón!) en una actitud seria y
profesional hacia todos los aspectos en nuestra vida diaria, cuando
se trata de la lucha revolucionaria contra el capitalismo, se nos pide
que abandonemos nuestras facultades críticas. De repente, todo vale.
Una idea es tan buena como cualquier otra, no importa cuán irrele-
vante o loca sea. Todo se reduce a una asamblea permanente de un
núcleo endurecido de activistas, que queda así degradado al nivel de
un mentidero impotente.
Tal cosa no representa ninguna amenaza para el sistema capitalista.
No es más que una pequeña molestia. Incluso se ha sugerido seria-
mente que los banqueros y los capitalistas, en vez de dispersar vio-
lentamente las protestas, deberían participar en los debates, estable-
ciendo así un diálogo amistoso con los jóvenes disidentes, y demos-
trarles que los explotadores no son realmente tan malos después de
todo.
De esta manera el movimiento de protesta perdería su carácter revo-
lucionario. Sería integrarse gradualmente en el sistema que se supo-
- 18 -
ne estamos desafiando. A los portavoces más combativos de las pro-
testas les llevaron a un lado y tratarán de comprarles con halagos,
puestos de trabajo, y carrera profesional: "!qué joven tan inteligente!
¿Sabes? ¡Casi me convences! Ya sabes, necesitamos jóvenes capa-
ces como tú en los negocios...” Lo hemos visto muchas veces.
Con el fin de evitar estos problemas, la comprensión de la teoría y
las lecciones del pasado es una condición previa esencial para el
éxito. Aunque la mayoría de la gente tendrá que pasar por un dolo-
roso proceso de aprendizaje por ensayo y error, los marxistas se
basan en las lecciones del pasado. Podemos decir lo que ha funcio-
nado y lo que no y aplicar este conocimiento a la situación actual.
Todavía cometeremos algunos errores, y no es tan simple como bus-
car la respuesta en un libro de recetas revolucionario, pero realmente
no tenemos necesidad de reinventar la rueda; ¡ya fue inventada hace
mucho tiempo!
¿Reformismo o revolución?
En el pasado, los reformistas en realidad tenían la posibilidad de
negociar algunas migajas adicionales para los trabajadores de la
mesa de los capitalistas. Sin embargo, la crisis del capitalismo im-
plica necesariamente la crisis del reformismo. El camino a seguir
exige una lucha seria contra el reformismo, una lucha por la regene-
ración de las organizaciones de masas de la clase obrera, comenzan-
do con los sindicatos. Deben convertirse en organizaciones de lucha
de la clase obrera.
Los marxistas no nos oponemos a las reformas. Por el contrario,
vamos a luchar tenazmente por todas y cada una de las reformas que
puedan ayudar a mejorar la vida de la mayoría. Sin embargo, en las
condiciones actuales, no hay reformas significativas que se puedan
ganar sin una lucha sin cuartel. Los días en que los trabajadores po-
drían obtener aumentos salariales significativos simplemente ame-
nazando con ir a la huelga ya se terminaron. Los empresarios dicen
que no pueden permitirse ni siquiera mantener el nivel actual de los
salarios, y mucho menos hacer concesiones adicionales. Los días en
que los dirigentes sindicales de derecha podrían llegar a un acuerdo
- 19 -
cómodo con los empresarios y el Estado han pasado a la historia.
Al criticar las actuales políticas de los dirigentes sindicales, es nece-
sario proponer otras políticas mejores. Pero el movimiento de pro-
testa aún no ha desarrollado una alternativa clara al reformismo. Los
intentos de limitar la especulación mediante la imposición de un
impuesto sobre las transacciones financieras no es una alternativa al
sistema capitalista, sólo un intento a medias de reformar un sistema
que no puede ser reformado. Esto no es más que otro tipo de refor-
mismo. Es significativo que incluso algunos políticos capitalistas
apoyan un impuesto de ese tipo. Eso es suficiente para demostrar
que dicha medida no representa amenaza alguna para el capitalismo.
A largo plazo no resolvería nada en absoluto.
Aquellos que sueñan con una solución a la crisis a través de refor-
mas están viviendo en el pasado, en una fase del capitalismo que ha
dejado de existir. ¡Son ellos, no los marxistas, los que son utópicos!
Lo que necesitamos es combatividad y un renacimiento de la lucha
de clases. Pero en último análisis, la lucha combativa no es suficien-
te. En condiciones de crisis capitalista, incluso los avances de la
clase obrera no son permanentes.
Lo que los empresarios conceden con la mano izquierda se lo quita-
rán con la derecha, y viceversa. Los incrementos salariales se vean
anulados por aumentos de la inflación o impuestos. Las fábricas
cierran y el desempleo aumenta. La única manera de garantizar que
las reformas no se revierten es luchando por un cambio radical en la
sociedad. Por otra parte, incluso la lucha por las reformas sólo puede
tener éxito en la medida en que adquiere el alcance más amplio y
más revolucionario. Toda la historia demuestra que la clase domi-
nante sólo hace concesiones significativas cuando teme perderlo
todo.
No es suficiente simplemente decir "no". Tenemos que ofrecer una
alternativa. Así como necesitamos una alternativa viable al capita-
lismo, necesitamos también una alternativa viable a la vieja direc-
ción reformista. Debemos luchar contra la dirección burocrática
derechista de las organizaciones obreras. Debemos luchar por una
ruptura con los Demócratas y los Republicanos y la formación de un
- 20 -
partido obrero basado en los sindicatos. Pero para ello, es absoluta-
mente necesario organizar, educar y formar cuadros revolucionarios
que hayan sacado las conclusiones correctas de toda la historia de la
lucha de clases nacional e internacional.
- 21 -
no puede resolver la cuestión central: la cuestión del poder estatal.
Una huelga general -en contraste con una huelga general de un día,
que en realidad no es más que una manifestación- plantea la cuestión
del poder. Plantea la cuestión: ¿quién dirige la sociedad, ustedes o
nosotros? Por lo tanto, lógicamente, debe conducir a la toma del
poder por la clase obrera, o de lo contrario terminará en derrota. Si
la clase obrera no toma el poder estatal, entonces todo el aparato
coercitivo del ejército, policía, tribunales, leyes, etc. siguen en ma-
nos de los capitalistas. Esto es algo que los anarquistas nunca pudie-
ron entender, ya que para la mayoría de ellos, la cuestión del poder
estatal es irrelevante, o simplemente puede ser abolida de un día
para otro. Los anarquistas pueden "ignorar" el estado, ¡pero el estado
sin duda no ignora a los trabajadores que luchan por cambiar la so-
ciedad!
Por desgracia, la cuestión del Estado, de quién gobierna la sociedad,
no es tan fácil de eliminar. No puede pasarse por alto. Vamos a plan-
tear la cuestión en concreto. Si todos los trabajadores van a la huel-
ga, ¿qué pasará? Toda la industria, el transporte y las comunicacio-
nes se paralizarán. Las fábricas, tiendas y bancos cerrarán. ¿Y luego
qué? Los capitalistas pueden darse el lujo de esperar. Ellos no están
en peligro de morir de hambre. Pero la clase obrera no puede esperar
indefinidamente. Se pueden ver obligados a volver al trabajo por
hambre. Y si esperar a que el movimiento se agote no es suficiente,
el Estado tiene muchas reservas de la represión que puede usar para
completar el trabajo. Esto ha ocurrido más de una vez en la historia.
Está ocurriendo ahora con el movimiento Occupy.
En otras palabras, si no está vinculada a la perspectiva de la toma del
poder por parte de la clase obrera, la cuestión de la huelga general es
simplemente demagogia vacía.
Entonces, ¿qué pasó con los anarcosindicalistas en Francia en la
práctica? En 1914, tan pronto como Francia entró en la Primera
Guerra Mundial, los dirigentes anarco-sindicalistas sindicales de
inmediato abandonaron sus bellas palabras acerca de una huelga
general y entraron en un gobierno de coalición con los partidos bur-
gueses, la Unión Sagrada (L'Union Sacrée), que jugó un papel rom-
- 22 -
pehuelgas durante la guerra.
Este contraste entre la teoría y la práctica, entre las palabras y los
hechos, fue absolutamente típico de la historia del anarquismo desde
su inicio y tuvo sus consecuencias más trágicas en España en el pe-
ríodo revolucionario de la década de los 30.
El anarquismo en España
En España, los anarquistas tenían detrás de ellos a la flor y nata de la
clase obrera. En sus filas había muchos luchadores de la clase va-
lientes y dedicados. El sindicato anarquista, la CNT, era con dife-
rencia la mayor organización de los trabajadores en España. Los
trabajadores anarquistas se destacaban por su coraje y combatividad.
Sin embargo, la revolución española de 1931-37 demostró la total
bancarrota del anarquismo como guía para los trabajadores en el
camino hacia una sociedad socialista.
En el verano de 1936, cuando Franco declaró un levantamiento mili-
tar fascista contra la República, los trabajadores de Barcelona, en su
mayoría organizados en la CNT, tomaron por asalto los cuarteles del
ejército. Armados sólo con armas improvisadas, aplastaron a los
fascistas antes de que pudieran unirse al golpe de Franco. Con esta
valiente acción impidieron la victoria de los fascistas en 1936.
Como resultado de esta insurrección, los obreros anarquistas tenían
el control completo de Barcelona. Eligieron a los comités para diri-
gir las fábricas bajo control obrero y establecieron milicias obreras.
El viejo estado burgués había dejado de existir. El único poder era el
de la clase obrera.
Hubiera sido muy fácil para elegir delegados de las fábricas y las
milicias a un comité central, que podría haber proclamado un go-
bierno obrero en Cataluña, apelando a los obreros y campesinos en
el resto de España a seguir su ejemplo.
Pero la dirección de los anarquistas no lo hizo, sino que se negó a
formar un gobierno obrero en Cataluña cuando tuvo la oportunidad.
Incluso cuando Lluís Companys, el presidente del viejo Gobierno
burgués de Cataluña (la Generalitat), los invitó a tomar el poder, se
- 23 -
negaron a hacerlo. Esto fue fatal para la revolución. Poco a poco, la
burguesía y los estalinistas reconstruyeron el viejo poder estatal en
Cataluña, y lo utilizaron para desarmar a las milicias populares y
aplastar los elementos de poder obrero.
Y entonces, ¿qué hicieron los dirigentes anarquistas? Las mismas
damas y caballeros que se habían negado anteriormente a formar un
gobierno obrero más adelante entraron en el gobierno burgués y
ayudaron a hacer naufragar la revolución. En realidad hubo minis-
tros anarquistas en el gobierno burgués nacional en Valencia y en el
gobierno regional de Cataluña. En la práctica, la dirección de la
CNT sirvió como un "tapadera roja" para el gobierno burgués. Estas
acciones contribuyeron poderosamente a la derrota de la revolución
española, y el pueblo de España pagó el precio con cuatro décadas
de barbarie fascista.
Esto no fue la consecuencia de unas pocas "manzanas podridas" en
la dirección anarquista, sino que se deriva de las debilidades inhe-
rentes en la teoría y la práctica anarquistas. Sin una firme brújula
teórica que te guie a través de la tormenta y la tensión de una revo-
lución, las decisiones se improvisan sobre la marcha. El "pragma-
tismo" y la demagogia vacía dominan. Y sin una estructura organi-
zativa fuerte, centralizada, democrática y responsable ante la base,
los dirigentes no están bajo el control de la militancia y la organiza-
ción no puede actuar como un todo unido, y por ello más potente.
Hubo una notable excepción a la regla, y fue José Buenaventura
Durruti, un luchador revolucionario extraordinario que organizó un
ejército basado en las milicias obreras. Este ejército entró en Aragón
y libró una guerra revolucionaria contra el fascismo, convirtiendo
cada pueblo en un bastión de la revolución. Pero Durruti sólo pudo
lograr estas cosas en la medida en que rompió con los viejos dogmas
de los anarquistas y en la práctica se acercó al marxismo revolucio-
nario -al bolchevismo.
Aunque los trabajadores de base anarquistas eran, sin duda, sinceros
y valientes, el balance de toda la experiencia histórica del anarquis-
mo fue completamente negativo. Por eso hoy, el anarquismo ha sido
casi totalmente erradicado como una tendencia en el movimiento
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obrero, y sobrevive sólo en los márgenes del movimiento estudiantil
y de protesta, donde sólo sirve para sembrar la confusión, como ve-
remos más adelante.
- 25 -
se trabajadora.
En contraste con los trabajadores, las clases medias están acostum-
bradas a los métodos individualistas y tienen una mentalidad indivi-
dualista. Una asamblea de los estudiantes puede debatir durante ho-
ras, días y semanas sin llegar nunca a una conclusión. Disponen de
mucho tiempo y están acostumbrados a ese tipo de cosas. Sin em-
bargo, una asamblea masiva de fábrica es un asunto totalmente dife-
rente. Antes de una huelga, los trabajadores discuten, debaten, y
escuchan opiniones diferentes. Pero al final del día, la cuestión debe
decidirse. Se pone a votación y la mayoría decide.
Esto es claro y evidente para cualquier trabajador. Y nueve de cada
diez veces, la minoría voluntariamente acepta la decisión de la ma-
yoría. Una vez que la decisión de huelga se ha tomado, todos los
trabajadores la acatan. En la mayoría de los casos, incluso los que
argumentaron en contra de una huelga la van a apoyar, e incluso
desempeñar un papel activo en los piquetes.
¿Qué pasa con el método anarquista del consenso? En la práctica
esto significa que si una sola persona no está de acuerdo, no se pue-
de llegar a ninguna decisión. Esto significa la tiranía de la minoría
sobre la mayoría, cuyos derechos están siendo negados. Incluso
puede significar la dictadura de un solo individuo, todo lo contrario
de la democracia desde cualquier punto de vista. Esto no tiene abso-
lutamente nada que ver con la democracia o el socialismo, sino que
es una clara expresión de individualismo y el egoísmo pequeñobur-
gués.
Para ver a dónde puede conducir este método, volvamos al ejemplo
de una huelga. Siempre hay unos pocos individuos que tratarán de ir
a trabajar a pesar de que sus compañeros de trabajo han decidido
paralizar la producción. Se quejan de que sus derechos individuales
han sido violados por la "tiranía de la mayoría". Esta es la misma
lógica detrás de la llamada legislación del "derecho al trabajo". La
prensa burguesa siempre les presenta como "luchadores por la liber-
tad y los derechos del individuo." Los trabajadores, sin embargo,
tienen otro nombre para estos grandes individualistas: se les llama
traidores de la clase y esquiroles.
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Aquí, en pocas palabras, tenemos que la diferencia entre el punto de
vista proletario-revolucionario, basado en la voluntad colectiva de
los trabajadores, y el punto de vista del individualismo pequeñobur-
gués.
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"La única decisión concluyente a la que llegamos fue que 'continua-
ríamos la discusión en el sitio web'."
Este es un ejemplo típico de cómo la "política de consenso" sirve
para paralizar el movimiento de protesta, para reducirlo a un mero
mentidero y evitar dar un solo paso adelante. Simplemente porque
un pequeño grupo no está satisfecho, la reunión está condenada a dar
vueltas y vueltas en círculos: “¡Tenemos que discutir más! ¡Tene-
mos que discutir más! "Y como resultado en realidad nunca hace-
mos nada. Es como un hombre que trata de saciar su sed bebiendo
agua salada.
Otra persona hizo la siguiente observación: "Uno de los problemas
con el consenso es que en realidad se encubre las opiniones disiden-
tes. Debido a que todo el mundo debe estar de acuerdo, o por lo me-
nos fingir estar de acuerdo, no se puede continuar expresando cla-
ramente puntos de vista discrepantes, por temor a molestar el "con-
senso". Se termina por convertirse en una guerra de desgaste -a ver
quién está dispuesto a aguantar más tiempo a su posición- y necesa-
riamente aleja a un número cada vez mayor de personas, ya que la
mayoría de la gente no tiene tiempo ni ganas de aguantar este tipo de
procesos.
"En la práctica, el consenso termina siendo la dictadura de la mino-
ría, -a veces una minoría de uno- sobre la mayoría. Es completamen-
te antidemocrático y entorpece la organización y el desarrollo políti-
co.
"Permite que un par de personas descarrilen el proceso. En la demo-
cracia se pueden escuchar todas las voces, pero que una pequeña
minoría esté en desacuerdo de manera vehemente no es un argumen-
to para que se les de la prerrogativa de detener la toma de decisio-
nes.
"Además, si una o dos personas tienen una fuerte objeción ética a
una propuesta, eso sugiere una diferencia de principio con el grupo
más amplio, que plantea la cuestión de si es lógico que ellos perte-
nezcan a ese grupo en primer lugar. "
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Frustración
Este tipo de cosas, naturalmente, genera frustración entre aquellos
para quienes el movimiento de protesta debe ser más que una tertu-
lia. Lamentablemente, la experiencia será muy familiarizar para
muchos de los participantes en el movimiento de protesta. Aquí hay
otro relato, esta vez de Florida:
"Es exactamente lo mismo con Ocupar Florida. El administrador
auto-nombrado / voluntario que dirige el grupo de Facebook de la
sección local de este movimiento sin dirigentes habla por todo el
grupo, y la ideología de este dictador es que el problema se reduce al
corporativismo. El capitalismo ni siquiera se discute como posible
culpable.
"Yo interrumpí diciendo: 'Es el sistema, estúpido. Lo siento, pero no
creo que combatir el corporativismo es suficiente cuando... "
"El dictador responde con: „¡No me llames estúpido! Y después no
te disculpes... '"
Estas contradicciones sangrantes son reconocidas por los anarquistas
honestos, como muestra el siguiente comentario:
"Soy anarquista y estoy totalmente de acuerdo contigo. Yo tuve
exactamente la misma experiencia en una protesta local. Pasamos
más de dos horas discutiendo la formación de grupos de trabajo, y la
mayor parte de la discusión fue una meta-discusión sobre cómo de-
bemos discutir la formación de grupos de trabajo. Al final, se me
acabó el tiempo y tuve que irme, y en realidad estaba casi contento
de tener que irme porque ese proceso de organización era como ex-
traer una muela"
Otro usuario de Reddit dio rienda suelta a la sensación de frustración
que sienten muchos: "¿Todos los grupos anarquistas son así de pu-
ñeteramente inútiles? ¿Alguien más tuvo una experiencia similar? "
El punto de la democracia es justamente el gobierno de la mayoría.
Como alguien con ingenio observó: "Si todo el mundo debe estar de
acuerdo en todo, tal vez deberíamos cambiar el lema a: “¡Somos el
100%!" Con todas sus limitaciones, el sistema democrático es el
único que permite una verdadera participación de las masas. Tiene
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que haber un debate pleno y libre, en el que se exprese libremente
cada punto de vista. Pero a riesgo de degenerar en una mera tertulia,
el debate debe terminar en una votación en la que la mayoría debe
decidir, y la minoría debe aceptar la decisión de la mayoría.
La imposición del consenso conduce inevitablemente a la inacción,
la frustración, la pérdida de tiempo y, finalmente, a un abandono de
la participación. Muchas personas que participaron de las primeras
reuniones de Occupy se alejan y abandonan los comités organizado-
res, ya que se sienten frustrados con los debates y discusiones inter-
minables que no van a ninguna parte.
Los métodos que parecían tan democráticos, que supuestamente iban
a incentivar la máxima participación, al final sólo consiguen alejar a
la gente y debilitar el movimiento. Es necesario un método diferente,
un método auténticamente democrático que permita a todos expresar
su opinión libremente, pero que al final del día conduzca a decisio-
nes claras y acciones positivas.
Camarillas autoproclamadas
El bolchevique ruso Bujarin bromeó una vez que el anarquismo tie-
ne dos reglas: la primera regla es que no se debe formar un partido,
la segunda regla es ¡que nadie tiene que obedecer la primera regla!
Aunque, en teoría, estos métodos anarquistas son ultra- democráti-
cos, en la práctica producen la peor clase de la burocracia: el go-
bierno de las camarillas autoproclamadas. El carácter contradictorio
de esta posición está claro incluso para los elementos más reflexivos
entre los anarquistas:
"Soy anarquista y estoy de acuerdo con la crítica de la toma de deci-
siones por consenso. Permitir que todos los miembros de un grupo
grande tengan un derecho de veto es paralizante. Asambleas de ma-
sas, sobre todo sin un orden del día bien establecido, tienden a des-
viarse del tema.
"He estado en reuniones de activistas compuestas en su mayoría por
anarquistas, en las que se utilizó el consenso en la toma de decisio-
nes. Hubo problemas, pero el grupo trató por todos los medios estar
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al corriente de estas cuestiones y se las arregló para hacer las cosas.
Aprendí una serie de cosas de esta experiencia.
"Aunque obviamente, no había dirigentes oficiales del grupo, surgió
una dirección de facto de 3 personas, que dominaron el discurso y la
toma de decisiones, simplemente por ser más viejos, más experi-
mentados, y con más confianza. Había incluso una persona (un
hombre blanco, sorpresa, sorpresa) que particularmente dirigía el
grupo. Se dramatizó mucho al respecto de esto, y yo estaba realmen-
te feliz de que la gente estuviera dispuesta a discutir los efectos de la
raza, clase y género en la toma de decisiones y el liderazgo, pero sin
embargo el grupo se derrumbó debido a todo el descontento.
"Este era un grupo de 9 personas, e incluso para esa cantidad limita-
da de personas había muchas dificultades para conseguir trabajar
juntos a través de la toma de decisiones por consenso. Parecía como
si un montón de cosas se aprobaban, simplemente porque los miem-
bros más jóvenes, menos seguros estaban demasiado nerviosos co-
mo para objetar o para detener una decisión. Una vez más, los
aplaudo por tratar de ser conscientes de estos problemas, pero los
problemas persistieron, a menudo ocultos a excepción de comenta-
rios en pequeños grupos de miembros."
Los métodos anarquistas de organización, invariablemente, se con-
vierte en su contrario. La tendencia "anti-líder, "anti-centralista" y
"anti-burocrática" resulta ser el sistema más burocrático y antidemo-
crático de todos. Hemos visto esto muchas veces. Detrás de la apa-
rentemente democrática anarquía de una asamblea sin forma, sin
reglas, sin estructura, y (teóricamente) sin dirigentes siempre hay
alguien que toma decisiones. Pero este "alguien" no es elegido por
nadie, ¿"Elecciones? ¿Por mayoría de votos? !Dios nos libre! " -Y
por lo tanto no es responsable ante nadie.
Detrás de las escenas, estos tipos de organización "no burocráticas"
están dirigidas por camarillas autoproclamadas de individuos (muy a
menudo anarquistas). Esto, en la práctica, es la peor forma de la
burocracia - una burocracia irresponsable que puede hacer lo que le
gusta porque no hay un método democrático formal de control.
La cuestión del Estado es uno de los puntos que tradicionalmente
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han dividido el marxismo y el anarquismo. ¿Qué es el estado? El
marxismo explica que el Estado es producto y manifestación del
carácter irreconciliable de las contradicciones de clase en la socie-
dad. Surge dónde, cuándo, y en la medida que los antagonismos de
clase no pueden conciliarse. Al mismo tiempo, la propia existencia
del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconci-
liables.
El estado
Resumiendo su análisis histórico del estado, Federico Engels dijo:
"Así, pues, el Estado no es de ningún modo un poder impuesto des-
de fuera de la sociedad; tampoco es "la realidad de la idea moral",
"ni la imagen y la realidad de la razón", como afirma Hegel. Es más
bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarro-
llo determinado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado
en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por
antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero
a fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económi-
cos en pugna no se devoren a sí mismas y no consuman a la socie-
dad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparen-
temente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el cho-
que, a mantenerlo en los límites del "orden". Y ese poder, nacido de
la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se divorcia de ella
más y más, es el Estado." (F. Engels, El origen de la familia, la pro-
piedad privada y el Estado)
El Estado moderno es un monstruo burocrático que devora una can-
tidad colosal de la riqueza producida por la clase obrera. Los marxis-
tas y los anarquistas están de acuerdo que el Estado es un instrumen-
to de opresión monstruoso que debe ser eliminado. La pregunta es:
¿Cómo? ¿Por parte de quién ¿Y qué lo reemplazará? Esta es una
cuestión fundamental para cualquier revolución. En un discurso so-
bre el anarquismo durante la Guerra Civil Rusa, Trotsky resumió
muy bien la posición marxista sobre el Estado:
"La burguesía dice: no toquéis el poder del Estado, es el sagrado
privilegio hereditario de las clases educadas. Pero los anarquistas
- 32 -
dicen: no lo toquéis, ya que es un invento infernal, un aparato diabó-
lico, no hay que tener nada que ver con él. La burguesía dice, no lo
toquéis, es sagrado. Los anarquistas dicen: no lo toquéis, porque es
pecado. Ambos dicen: no lo toquéis. Pero nosotros decimos: no os
conforméis con tocarlo, tomadlo en vuestras manos, y ponedlo a
trabajar en vuestro propio interés, por la abolición de la propiedad
privada y la emancipación de la clase obrera”. (Leon Trotsky, How
The Revolution Armed, Vol. 1, 1918. Londres: New Park, 1979)
El marxismo explica que el Estado, en última instancia, se compone
de cuerpos de hombres armados: el ejército, la policía, los tribunales
y las cárceles. Es un instrumento de la clase dominante para la opre-
sión de otras clases. Contra las ideas confusas de los anarquistas,
Marx argumentó que los trabajadores necesitan un estado para ven-
cer la resistencia de las clases explotadoras. Pero ese argumento de
Marx ha sido distorsionado tanto por la burguesía como por los
anarquistas.
La Comuna de París de 1871 fue uno de los episodios más grandes y
más inspiradores de la historia de la clase obrera. En un gran movi-
miento revolucionario, la clase obrera de París sustituyó al Estado
capitalista con sus propios órganos de gobierno y mantuvo el poder
político hasta su caída unos meses más tarde. Los trabajadores pari-
sinos lucharon, en circunstancias extremadamente difíciles, para
poner fin a la explotación y la opresión, y reorganizar la sociedad
sobre una base completamente nueva.
La Comuna fue un episodio glorioso en la historia de la clase obrera
mundial. Por primera vez, las masas populares, con los trabajadores
a la cabeza, derrocaron al viejo Estado y por lo menos comenzaron
la tarea de transformar la sociedad. Sin un plan claramente definido
de acción, dirección ni organización, las masas mostraron un asom-
broso grado de valentía, iniciativa y creatividad. Sin embargo, en
último análisis, la falta de una dirección audaz y con visión de futuro
y un programa claro condujo a una terrible derrota. Marx y Engels
siguieron los acontecimientos en Francia muy de cerca y se basaron
en esa experiencia para establecer su teoría de la "dictadura del pro-
letariado", que es simplemente un término más preciso científica-
mente para "el dominio político de la clase obrera."
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Marx y Engels hizo un balance exhaustivo de la Comuna, destacan-
do sus avances, así como sus errores y deficiencias. Estos pueden
casi todos se remontan a los fallos de la dirección. Los dirigentes de
la Comuna eran un grupo mixto, que iba desde una minoría de mar-
xistas a elementos que estaban más cerca de reformismo y el anar-
quismo. Una de las razones del fracaso de la Comuna fue que no se
lanzó una ofensiva revolucionaria contra el gobierno reaccionario
que se había instalado en Versalles. Esto le dio tiempo a las fuerzas
contrarrevolucionarias para reagruparse y atacar París. Más de
30.000 personas fueron masacradas por la contrarrevolución. La
Comuna fue enterrada literalmente bajo un montón de cadáveres.
Resumiendo la experiencia de la Comuna de París, Marx y Engels
explicaron:
"La Comuna ha demostrado, sobre todo, que 'la clase obrera no pue-
de limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado
tal y como está y servirse de ella para sus propios fines'" (Prefacio a
la edición alemana de 1872, El Manifiesto Comunista)
¿Estalinismo o comunismo?
La burguesía y sus apologistas quieren confundir a los trabajadores
ya los jóvenes, tratando de identificar la idea del comunismo con el
monstruoso régimen burocrático y totalitario de la Rusia estalinista.
"¿Quieres el comunismo? ¡Aquí está! ¡Eso es el comunismo! ¡El
Muro de Berlín es el comunismo! ¡Hungría 1956 es el comunismo!
¡Los gulags soviéticos son el comunismo! " Por desgracia, los anar-
quistas también se hacen eco de estos argumentos.
Esto es una calumnia estúpida. El estado obrero establecido por la
Revolución Bolchevique no fue ni burocrático ni totalitario. Por el
contrario, antes de que la burocracia estalinista usurpara el control
de las masas, era el Estado más democrático que jamás haya existi-
do. Los principios básicos del poder soviético no fueron inventados
por Marx o Lenin. Se basaban en la experiencia concreta de la Co-
muna de París, elaborados posteriormente por Lenin.
Las condiciones básicas para la democracia de los trabajadores fue-
- 34 -
ron expuestos en una de las obras más importantes de Lenin: El Es-
tado y la Revolución. Aquí se establecen las siguientes condiciones
para un estado obrero, para la dictadura del proletariado en sus
inicios:
• Elecciones libres y democráticas con derecho a revocación de to-
dos los cargos públicos.
• Ningún cargo público puede recibir un salario más alto que un
trabajador cualificado.
• No al ejército permanente o fuerza de policía, sino el pueblo en
armas.
• Gradualmente, todas las tareas administrativas deben ser realizadas
por todos. "Cada cocinero debe ser capaz de ser primer ministro -
Cuando todo el mundo es un 'burócrata', por turnos, nadie es un bu-
rócrata"
Estas fueron las condiciones que Lenin estableció, no para el socia-
lismo o el comunismo desarrollados, sino para el primer periodo de
un estado obrero - el período de la transición del capitalismo al so-
cialismo.
La transición hacia el socialismo -una forma superior de sociedad
basada en la verdadera democracia y la abundancia para todos- sólo
puede lograrse mediante la participación activa y consciente de la
clase obrera en la gestión de la sociedad, de la industria y del Esta-
do. No es algo que capitalistas de buen corazón o mandarines buro-
cráticos tengan la amabilidad de conceder a los trabajadores desde
arriba. Toda la concepción de Marx, Engels, Lenin y Trotsky se
basaba en este hecho.
Bajo Lenin y Trotsky, el Estado soviético fue construido para facili-
tar la incorporación de los trabajadores a las tareas de control y con-
tabilidad, para asegurar el progreso ininterrumpido de la reducción
de las "funciones especiales" de la burocracia y del poder del Esta-
do. Se establecieron limitaciones estrictas sobre los salarios, el poder
y los privilegios de los funcionarios con el fin de evitar la formación
de una casta privilegiada.
Los soviets de diputados obreros y soldados eran asambleas electas
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compuestas, no de políticos profesionales y burócratas, sino de tra-
bajadores, campesinos y soldados comunes y corrientes. No era un
poder ajena sobre la sociedad, sino un poder basado en la iniciativa
directa de los de abajo. Sus leyes no eran como las leyes dictadas
por un poder estatal capitalista. Era un tipo completamente diferente
de poder del que generalmente existe en las repúblicas parlamenta-
rias democrático-burguesas del tipo que aún prevalece en los países
avanzados de Europa y América. Este poder era del mismo tipo que
la Comuna de París de 1871.
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La primera Unión Soviética no era, de hecho, un estado en absoluto
en el sentido de que normalmente lo entendemos, sino sólo la expre-
sión organizada del poder revolucionario de los trabajadores. Para
usar la frase de Marx, se trataba de un "semi-Estado", un estado di-
señado de tal manera que eventualmente se extinguiría y se disolve-
ría en la sociedad, dando paso a la administración colectiva de la
sociedad para el beneficio de todos, sin fuerza ni coerción. Eso, y
sólo eso, es la auténtica concepción marxista de un estado obrero.
¿Violencia o no-violencia?
La cuestión del Estado, naturalmente, está vinculada a la cuestión de
la violencia. La clase dominante tiene a su disposición un vasto apa-
rato de coerción: el ejército, la policía, los servicios de inteligencia,
los tribunales, las prisiones, los abogados, jueces y funcionarios de
prisiones. Muchos de los manifestantes han recibido recientemente
una valiosa educación en la teoría marxista del Estado - en el extre-
mo de la porra de un policía.
Esto no debería sorprendernos. La historia demuestra que ninguna
clase dominante jamás renuncia a su riqueza, poder y privilegios sin
una lucha, lo que por lo general significa una lucha sin tabúes. Cada
movimiento revolucionario se van a enfrentar a este aparato de re-
presión estatal.
¿Cuál es la actitud de los marxistas hacia la violencia? La burguesía
y sus defensores siempre acusan a los marxistas de promover la vio-
lencia. Esto es muy irónico, teniendo en cuenta los vastos arsenales
de armas que la clase dominante ha acumulado, los ejércitos de sol-
dados fuertemente armados, policías, cárceles, y así sucesivamente.
La clase dominante no es en absoluto contraria a la violencia per se.
De hecho, su gobierno se basa en la violencia en muchas formas
diferentes. La única violencia que la clase dominante aborrece es
cuando las masas pobres, oprimidas y explotadas tratan de defender-
se de la violencia organizada del Estado burgués. Es decir, está en
contra de cualquier acto de violencia dirigido contra su dominio de
clase, poder y propiedad.
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No hace falta decir que nosotros no abogamos por la violencia. Es-
tamos dispuestos a utilizar hacer todas y cada una de las posibilida-
des que nos da la democracia burguesa. Pero no debemos hacernos
ilusiones. Por debajo de la fina capa de democracia está la realidad
de la dictadura de los bancos y las grandes corporaciones.
Mientras que a la gente se le dice que puede decidir democrática-
mente la dirección del país a través de elecciones, en realidad, todas
las decisiones importantes son tomadas por los consejos de adminis-
tración. Los intereses de un puñado de banqueros y capitalistas tie-
nen un peso mucho mayor que los votos de millones de ciudadanos
de a pie. El verdadero significado de la democracia burguesa formal
es el siguiente: cualquier persona puede decir (más o menos) lo que
le parezca, siempre y cuando las grandes empresas decidan lo que
realmente sucede.
Esta dictadura de las grandes empresas normalmente se oculta detrás
de una máscara sonriente. Pero en los momentos críticos, la máscara
sonriente de la "democracia" se desliza para revelar la cara fea de la
dictadura del Capital. La pregunta es si nosotros, el pueblo, tenemos
el derecho a luchar contra esta dictadura y tratar de derrocarla.
La respuesta se dio hace mucho tiempo cuando el pueblo estadouni-
dense se levantó, armas en mano, para defender sus derechos contra
la tiranía de la Corona Inglesa. Está consagrado en la Segunda En-
mienda de la Constitución estadounidense, que defiende el derecho
del pueblo a portar armas como una garantía de la libertad. Los "pa-
dres fundadores", defendieron los derechos de los pueblos a la insu-
rrección armada contra un gobierno tiránico. La Constitución de
New Hampshire de 1784 nos dice que "la no-resistencia contra el
poder arbitrario, y la opresión, es absurda, servil y destructiva del
bien y la felicidad de la humanidad."
Cada revolución en la historia - incluyendo la Revolución America-
na - demuestra la exactitud de las palabras de Marx cuando escribió
que "la fuerza es la partera de toda sociedad vieja preñada de una
nueva." Sin embargo, en la declaración programática primera del
marxismo, los Principios del Comunismo, Engels escribió lo si-
guiente:
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"XVI. ¿Será posible suprimir por vía pacífica la propiedad privada?
"Sería de desear que fuese así, y los comunistas, como es lógico,
serían los últimos en oponerse a ello. Los comunistas saben muy
bien que todas las conspiraciones, además de inútiles, son incluso
perjudiciales. Están perfectamente al corriente de que no se pueden
hacer las revoluciones premeditada y arbitrariamente y que éstas han
sido siempre y en todas partes una consecuencia necesaria de cir-
cunstancias que no dependían en absoluto de la voluntad y la direc-
ción de unos u otros partidos o clases enteras. Pero, al propio tiem-
po, ven que se viene aplastando por la violencia el desarrollo del
proletariado en casi todos los países civilizados y que, con ello, los
enemigos mismos de los comunistas trabajan con todas sus energías
para la revolución. Si todo ello termina, en fin de cuentas, empujan-
do al proletariado subyugado a la revolución, nosotros, los comunis-
tas, defenderemos con hechos, no menos que como ahora lo hace-
mos de palabra, la causa del proletariado. ". (Engels, Principios del
comunismo.)
El hecho es que una vez que la clase obrera se organiza y moviliza
para cambiar la sociedad, ningún Estado, el ejército o la policía la
puede detener. Nueve de cada diez veces, cualquier tipo de violencia
que surge durante una situación revolucionaria la inicia la clase do-
minante, desesperada por mantenerse en el poder. Por lo tanto, el
peligro de la violencia es inversamente proporcional a la voluntad de
la clase obrera a luchar para cambiar la sociedad. Como los antiguos
romanos solían decir: Si vis pacem para bellum, si quieres la paz,
prepárate para la guerra.
Sin embargo, eso no quiere decir que abogamos por actos esporádi-
cos de violencia por parte de grupos o individuos: disturbios sin
sentido, rotura de escaparates, incendios, etc Este tipo de cosas a
veces reflejan la ira genuina y la frustración de la gente, especial-
mente los jóvenes desempleados y desposeídos, contra la pura injus-
ticia de la sociedad de clases. Pero este tipo de acciones no condu-
cen a nada positivo. Se limitan a alienar a las capas más amplias de
la clase obrera y dar a la clase dominante una excusa para dar rienda
suelta a toda la fuerza del Estado, con el fin de aplastar al movimien-
to de protesta en su conjunto.
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Hay una fuerza en la sociedad que es mucho más fuerte incluso que
el Estado o ejército más poderosos, es decir el poder de la clase
obrera, una vez que se organiza y moviliza para cambiar la sociedad.
¡No gira una rueda, no suena un teléfono, ni brilla la luz de una
bombilla sin el permiso de la clase obrera! Una vez que este enorme
poder se moviliza, no hay fuerza en la tierra que pueda detenerlo.
Existen poderosas organizaciones sindicales que serían más que
capaces de acabar con el capitalismo, si los millones de trabajadores
que representan fueran movilizados con ese fin. El problema, una
vez más, se reduce a un problema de dirección de la clase obrera y
sus organizaciones.
¿Qué hacer?
La dirección de las organizaciones de masas, comenzando con los
sindicatos, se encuentra en un lamentable estado por todas partes. Se
abre un panorama no sólo de grandes batallas, sino también de de-
rrotas de la clase obrera como resultado de la mala dirección. Es
comprensible que algunos jóvenes, repelidos por el papel de la di-
rección actual, mire a las ideas anarquistas como una solución.
En la mayoría de los casos, sin embargo, quienes se describen como
anarquistas no tienen conocimiento alguno de las teorías o de la his-
toria del anarquismo. Su anarquismo no es realmente anarquismo en
absoluto, sino una reacción saludable contra la burocracia y el re-
formismo. Cuando dicen: "!estamos en contra de la política!" lo que
quieren decir es: "!estamos en contra de las políticas existentes, que
no representan las opiniones de la gente común!" Cuando dicen:
"!no necesitamos partidos ni dirigentes!" quieren decir: "no necesi-
tamos los partidos y dirigentes políticos actuales que están alejados
de la sociedad y sólo defienden sus propios intereses y los de los
ricos que les respaldan".
Este "anarquismo" es en realidad sólo la cáscara externa de un bol-
chevismo inmaduro, del marxismo revolucionario. Estos son jóvenes
sinceros que desean transformar la sociedad con todo su corazón.
Muchos de ellos llegarán a comprender las limitaciones de las ideas
anarquistas y los métodos y buscarán una alternativa revolucionaria
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más eficaz. La falta de una dirección adecuado y un programa claro
de acción ya se está sintiendo por parte de un número creciente de
activistas en el movimiento Occupy.
A través de la experiencia dolorosa, la nueva generación de trabaja-
dores y jóvenes está empezando a comprender la naturaleza de los
problemas a los que se enfrentan y poco a poco empieza a entender
la necesidad de soluciones radicales. Los mejores elementos están
empezando a darse cuenta de que la única manera de salir del calle-
jón sin salida es a través de la reconstrucción revolucionaria de la
sociedad de arriba a abajo.
No será fácil de lograr esto, pero en cualquier caso, nada que valga
la pena en la vida es fácil. El primer paso y más importante es decir
que no a la sociedad existente, sus instituciones, sus valores y su
moralidad. En muchos sentidos, este es el paso más sencillo. No es
difícil protestar y rechazar. Pero lo que también es necesario es decir
positivamente qué hay que hacer.
Esto subraya la necesidad de claridad de ideas, programas y tácticas.
Los errores en la teoría, inevitablemente, conducen a errores en la
práctica. Esto no es un ejercicio académico. La lucha de clases no es
un juego, y la historia está llena de ejemplos donde la falta de clari-
dad política dio lugar a las consecuencias más trágicas. España en la
década de 1930 es un ejemplo de ello.
Las primeras etapas de la revolución, inevitablemente, van acompa-
ñadas por la ingenuidad y todo tipo de ilusiones. Pero estas ilusiones
serán destruidas por los acontecimientos. El movimiento está proce-
diendo por ensayo y error. Se necesita tiempo para aprender. Si ya
existiera un partido marxista, con raíces en las masas y autoridad
política, el proceso de aprendizaje, sin duda, sería mucho más corto,
y habría menos derrotas y reveses. Pero este partido no existe toda-
vía. Tiene que ser construido al calor de los acontecimientos.
La confusión, la falta de un programa, y el debate interminable no
son un sustituto para la acción positiva. Si el movimiento Occupy
quiere lograr sus objetivos, tiene que armarse con ideas claras y un
programa revolucionario coherente. Eso sólo lo puede proporcionar
el marxismo. Los trabajadores y los estudiantes han demostrado el
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ingenio y la iniciativa más tremenda. Todo depende ahora de la ca-
pacidad de los elementos más revolucionarios de los trabajadores y
los jóvenes para sacar todas las conclusiones necesarias. Armados
con un verdadero programa revolucionario socialista, serían inven-
cibles.
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todas las necesidades humanas y preparar el camino para un avance
gigantesco para la humanidad.
Invitamos a todos aquellos que estén interesados en la lucha para
cambiar la sociedad a unirse a nosotros, a discutir, debatir nuestras
diferencias, y poner a prueba la viabilidad de las ideas y programas
en la práctica de la lucha de clases. Sólo de esta manera podemos
poner fin a la confusión reinante y lograr la claridad ideológica y la
cohesión organizativa que son necesarios para lograr la victoria fi-
nal.
13 December 2012
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Biblioteca Virtual
OMEGALFA
2014
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