Ensayo - Constitucional David Abraham Salazar
Ensayo - Constitucional David Abraham Salazar
Ensayo - Constitucional David Abraham Salazar
Presentado por:
David Abraham Salazar Aristizábal
Profesor:
Santiago Trespalacios Carrasquilla
Asignatura:
Derecho constitucional general
UNAULA
Facultad de derecho
Medellín
2022
Concepto de Constitución
Para poder hablar de Constitución, tenemos que decir que este término, según
algunos, aparecido sólo después de la Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789, no es nuevo; Duverger refiere que
Hermann Héller, en la primera mitad del siglo XX, distinguía cinco conceptos de
constitución; dos conceptos sociológicos, dos conceptos jurídicos y un concepto de
constitución formal, que en resumidas cuentas se expresaban así: El concepto sociológico
de Constitución de contenido más amplio se refiere a la estructura característica del poder,
la forma concreta de existencia y la actividad del Estado.
La Constitución en sentido material está constituida por los preceptos que regulan la
creación de normas jurídicas generales y especialmente la creación de leyes”. Georg
Jellinek enseñaba que “La Constitución de los Estados abarca, los principios jurídicos que
designan los órganos supremos del Estado, los modos de su creación, sus relaciones
mutuas, fijan el círculo de su acción y, por último, la situación de cada uno de ellos
respecto del poder del Estado”. Para Maurice Hauriou20 es simplemente “el conjunto de
reglas que ordenan la vida de la comunidad y su gobierno, entendiéndolas desde el punto de
vista de la existencia fundamental de la comunidad”.
Para W. Kägi “la constitución es el orden jurídico fundamental del Estado”. Jorge
Xifra Heras, dividió la acepción constitución en dos grandes categorías. En primer lugar,
creó un “concepto ideal, que supone el reconocimiento de la facultad del hombre para
modelar a su gusto una determinada comunidad política, de conformidad con un plan
racionalmente estructurado a priori”. Y, en segundo lugar, presenta un “concepto real de
Constitución”, que es, ante todo, “la organización fundamental de las relaciones de poder
del Estado”. Manuel García Pelayo dijo que: la pluralidad de formulaciones del concepto de
Constitución, común a todos los conceptos fundamentales de las ciencias del espíritu, se
encuentra acrecida en este caso por dos motivos.
Para K. Sternm “es la expresión normativa de máximo rango sobre los principios
fundamentales del ordenamiento de la dominación y de los valores en el Estado”. Sismondi
define la constitución como “la manera de existir de una sociedad, de un pueblo o de una
nación”. Carlos Marx, la definió como “la organización del Estado como modo de
existencia y actividad de las cualidades sociales de los hombres y no de su naturaleza
abstracta o cualidad particular”. Paolo Biscaretti di Ruffia acogió para el término
constitución un concepto basado en las ciencias naturales, según el cual significa estatus,
orden, conformación, estructura esencial de un ente o de un organismo en general. “(…) Y
Constitución se llamará entonces, al ordenamiento supremo de la iglesia, de un municipio y
del Estado (…)”.
Por su parte, H. Schneider propone una fórmula integradora y funcional, pues, para
él, la constitución “es el estatuto jurídico fundamental para la formación de la unidad
política, la asignación del poder estatal y la configuración social de la vida”. Para Smend la
constitución es, “en sí misma, una realidad integradora e integración, es tanto como un
constante proceso de renovación, un permanente revivir, y de aquí que la Constitución no
se agote en el acto constituyente, sino que, en cierto modo, éste se renueva en cada
momento”. Emilio Crosa, doctrinante italiano, además de un concepto general que indica el
“ordenamiento jurídico de un Estado cualquiera, debe considerarse un concepto técnico de
constitución, que designa un tipo particular de ordenamiento históricamente desarrollado en
una laboriosa evolución desde el medioevo hasta las Revoluciones Norteamericana y
Francesa”. También considera la Constitución como “el acto fundamental que comprueba
la existencia del Estado y que determina los principios fundamentales de la estructura y la
organización de éste”.
Por otra parte, Luis Sánchez Agesta complementa este listado alfabético, al expresar
que “la Constitución tiene por objeto la organización de las magistraturas, la distribución y
atribuciones del poder y la determinación del fin especial de cada asociación política; las
leyes, por el contrario, distintas de los principios esenciales y característicos de la
Constitución, son la regla a que ha de atenerse el magistrado en el ejercicio del poder y en
la represión de los delitos que se cometan atentando a estas leyes”. Gaspar Caballero y
Marcela Anzola dicen que: la Constitución como acto jurídico puede ser definido desde el
punto de vista formal y desde el punto de vista material. Desde el punto de vista material la
Constitución es el conjunto de reglas fundamentales que se aplican al ejercicio del poder
estatal. Desde el punto de vista formal la Constitución se define a partir de los órganos y
procedimientos que intervienen en su adopción, de ahí se genera una de sus características
principales: su supremacía sobre cualquier otra norma del ordenamiento jurídico.
A partir de los años 80, sin embargo, el Congreso empezó a fallar como cuerpo
constituyente. Por razones de distinto orden, que no es del caso analizar ahora, las Cámaras
se “enredaron” en el trámite y expedición de la gran reforma que repetidamente se había
ofrecido al país y que desde fines de los setenta se intentó en varias ocasiones. De esa
década, en la que el sistema político se bloqueó, sólo es rescatable el acto legislativo 01 de
1986 que ordenó la elección popular de alcaldes. Como se mencionó supra, 51 artículos han
merecido su enmienda y creación por Acto Legislativo y uno de ellos por medio de un
referendo, luego adoptado por Acto Legislativo, para un total de 52 artículos enmendados
en un promedio de 3,5 artículos por año en 1,5 enmiendas por año.
• Define la unidad del orden como una unidad de paz y una unidad de acción,
reglando el proceso por el que se absorben y equilibran en el poder político los diversos
poderes sociales. Asegura así la unidad estática y dinámica del orden, definiendo las reglas
mediante las cuales deben resolverse los conflictos en un acuerdo de paz, y distribuirse y
coordinarse las esferas de poder, de influencia y de acción en una comunidad política, como
libertades personales o institucionales.
Como agrega Jaime Castro: Si las Cámaras no cambian la forma como han hecho
uso del poder constituyente que les corresponde, en poco tiempo habrán creado situación de
atraso político institucional comparable a la que el país vivió a fines de los años ochenta y
que le abrió las puertas a la Asamblea Constituyente del 91. En manos del Congreso
mismo, y de nadie más, está, entonces, que las Cámaras sigan siendo titulares del poder
constituyente ordinario que siempre han tenido, pero el que no han ejercido en debida
forma últimamente. Por esa razón, cerramos con el siguiente cuestionamiento: ¿qué ha
quedado del querer del Constituyente primario luego de expedidas estas reformas?
En ese sentido, es acertado plantear la categoría del poder constituyente como una
facultad posible en cualquier comunidad soberana, la cual está por fuera de lo jurídico en el
sentido en que desborda las reglas del mismo, y cuya principal fortaleza es la relevancia
política que llega a tener en un momento determinado de la historia social. No es ventura
entonces, desde este punto de vista, que los cambios constitucionales estén
convencionalmente precedidos por cambios en la distribución del poder en la sociedad.
El poder real de dichos grupos entraba en contradicción con el poder que se les
reconocería en el texto constitucional; esta deserción anticipaba la continuidad de
coyunturas conflictivas y bélicas. Ayuda a la explicación precedente sobre los factores de
poder, otro componente que no apela a la hipótesis del desplazamiento de los poderes
constituidos, sino a la aparición de fuerzas de movilización simbólica que hicieron de la
aparición del texto constitucional una necesidad social. Concretamente, ese componente es
la narración mítico-política que da origen a la constitución. Julieta Lemaitre Ripoll,
especialmente, en El Derecho como conjuro: fetichismo legal, violencia y movimientos
sociales, secunda este camino al argumentar que para estudiar la relación entre los
movimientos sociales y el derecho “no basta con estudiar el derecho institucional, la
distribución de poder y los recursos, las oportunidades creadas para el acceso a recursos, y
la presencia o ausencia del aparato estatal. Adicionalmente, es necesario estudiar el papel
generador de sentidos sociales y las emociones involucradas en la reforma legal” (2009a, p.
28). La colectividad estudiantil llamada por la prensa como el “Movimiento de la Séptima
Papeleta” ayuda a entender en qué consistieron estas emociones involucradas en la reforma
constitucional del 91.
En el periodo que transcurre entre 1985 y 1989, se crea una atmosfera de zozobra y
vacío de sentido político y social, ante el cual la Constitución es la respuesta simbólica más
importante. Acontecimientos como la toma del Palacio de Justicia el 6 de noviembre de
1985 por parte de un comando del M-19, que aducía la razón de juzgar al presidente de la
República por su traición en los diálogos de paz, pero que muchos interpretan como una
retaliación contra los jueces colombianos por la persecución del narcotráfico y la
aprobación del tratado de extradición, son seguidos por un incremento de las masacres, los
desplazamientos, los secuestros y el pánico en la población. Los ataques contra el edificio
del DAS y contra la prensa escrita (El Espectador y Vanguardia Liberal), y la violencia
contra líderes políticos, como el secuestro en 1988 de Álvaro Gómez y el asesinato en el
mismo año del líder de la UP Jaime Pardo Leal dan cuenta de esto.
En estos términos, la narrativa de los jóvenes tiene una dimensión mítica tal y como
fue definida por Eliade anteriormente, es decir, como una historia que relata un
acontecimiento de inicio del mundo; como el momento de una “creación”. Por supuesto, no
hablamos literalmente de la fundación de un cosmos, sino una narrativa con significatividad
que cuenta el inicio de un orden social distinto, en el que la narración que articularon
permitió que los miembros de varios grupos sociales asignaran significatividad a sus
acciones políticas. La defensa por una nueva Constitución que estos grupos abanderaron
descansa sobre esa narrativa de un orden social malsano necesitado de una renovación, y
sobre la esperanza de que con el proceso constituyente “se iban a resolver los conflictos, se
iba a afianzar la unión, con toda la fuerza mitológica de un nuevo contrato social que
lograría la paz entre los colombianos” (Lemaitre Ripoll, 2009).
Los hechos relatados dan una explicación mucho más certera sobre la defensa que
se hizo desde la sociedad civil de la Constitución de 1991 y muestran cómo esa defensa
puede leerse en términos de mitología política, pues intentó fundar sobre una narrativa del
pasado y futuro de la nación, la significatividad que le otorgó justificación a los actos
políticos de esos movimientos civiles organizados. Al respecto dice Lemaitre, haciendo
hincapié en la permanencia de esos símbolos en la defensa actual de la Constitución, que:
Coronamos así una legítima aspiración de nuestro pueblo que anhela abrir de par en
par las puertas del progreso, la paz y las libertades, reformando a fondo la Constitución de
1886 y poniendo a tono del próximo siglo a nuestra patria, digamos que la más palpitante
expectativa que nos reúne aquí es la paz, una paz entre el Estado y todas las fuerzas que
hoy permanecen marginadas, la paz entre el gobierno y la insurgencia (Presidencia de la
República, 1991, p. 2). En su intervención se ve claro cómo la Constitución cumple con el
rol simbólico de modernizar y pacificar la nación, palabras que se asemejan a las
pronunciadas por Carlos Daniel Abello, presidente de la junta preparatoria por el partido
conservador cuando dice que “El país quería, sin atinar cómo lograrlo, unas reformas que le
devolvieran la paz, la moralidad y la justicia, y que se las retornaran a través de un
organismo novedoso, distinto al justa o injustamente desacreditado ante la opinión pública”
(Presidencia de la República, 1991, p. 4).
Frente a las definiciones del mito político en el siglo XX, el caso de la génesis de la
Constitución de 1991 muestra cómo no fueron aquí los sentimientos de un colectivo
proletario que buscaba la lucha política los que fueron movilizados, sino las emociones de
distintos sectores a lo largo del espectro político. Múltiples sectores que crean de manera
polivalente y desde muchas coordenadas el mito.
Los hechos que capturaron la atención nacional, como la toma del palacio o los
asesinatos de candidatos presidenciales, pero también unos sin intervención humana, como
la tragedia de Armero, acendraron una opinión generalizada: el país estaba en crisis y
demandaba una renovación. Igualmente sugerente para los efectos de pensar en la memoria,
es el hecho de que el movimiento Todavía Podemos Salvar a Colombia encontrara su eje
fundacional desde el momento en que acompaña en una marcha del silencio (que recuerda
el último y más significativo acto político de otro candidato con profundo afecto popular, y
asesinado antes de llegar a la presidencia) al cortejo fúnebre en dirección al Cementerio
Central en Bogotá, lugar donde Galán sería enterrado, y en el cual el país daría despedida a
su “héroe” político. No es casual que con la muerte del hombre en quien recaía la promesa
de una salida de la crisis, emergiera la necesidad de seguir conjurándola en términos
institucionales y con la participación de la sociedad civil. El mito de la Constitución inicia
en un acto de conmemoración, que intentará en adelante organizar un proceso de memoria
colectiva capaz de crear un consenso político en torno a la paz.
Así pues, una lectura más comprensiva del nacimiento de la Asamblea Nacional
Constituyente debe contar con una consideración de los factores organizacionales y de
oportunidades en el sistema político, así como de las dimensiones simbólicas subyacentes a
los discursos e intereses de los actores implicados. Quedarse con una de las dos lecturas es
entender solo parcialmente la doble condición de comprensión de lo público que
propugnaba García-Pelayo, la cual pasa por la razón y la emoción, el discurso y el símbolo.
El mito y la palabra.
. En las dos definiciones salen a relucir conceptos como: Ley Fundamental, norma
de normas, libertad, derechos, deberes, organización del Estado, límites del Estado y
funciones del Estado, los cuales permiten comprender lo que significa la Constitución y lo
que debe significar para cada ciudadano y ciudadana, puesto que son su soporte.
Esta parte, como su nombre lo indica, está constituida por aquellos principios y
fines del Estado, por los valores supremos de la sociedad y por la proclamación de las
libertades que el orden jurídico debe proteger y garantizar. Todos ellos son inviolables e
inalterables puesto que otorgan estabilidad a las constituciones y a los países. Dentro de
esta parte, se encuentran, en un primer momento, el Preámbulo; el Título I. De los
Principios Fundamentales; y el Título II. De los Derechos, las Garantías y los Deberes.
2.1.1.
Referencias
Bielsa, Rafael, Derecho constitucional, 3 edición, Buenos Aires, Editorial De Palma, 1959.
Caballero Sierra, Gaspar y Anzola Gil, Marcela, Teoría constitucional, Bogotá, Temis,
1995.
Kelsen, Hans, Teoría general del derecho y del Estado, México, D.F., Universidad Nacional
Autónoma de México, 1988.
Lassalle, Ferdinand, ¿Qué es una Constitución?, Bogotá, Panamericana, 1995.
Sánchez Agesta, Luis, Principios de teoría política, Madrid, Editorial Nacional, 1966.