Sempronio
Sempronio
Sempronio
SEMPRONIO
ACTO PRIMERO
Habitación en casa de Sempronio. Pocos muebles, humildes. Una silla en el centro de la escena
dando frente al público. A un costado, una pequeña mesita para planchar ropa. Al levantarse el
Telón, nadie. Lentamente, entra Sempronio. Es un hombre que pasa algo de los sesenta años. Toma
su silla y se coloca frente al público. Mira distraídamente hacia adelante. Silba. Queda así. Con la
plancha en la mano, arrastrando el cordón con el enchufe y una canasta de ropa para planchar,
entre Olga. Edad proporcionada a la de su marido. Avanza decididamente hacia la mesita,
acomoda la ropa como para empezar el trabajo. Habla mientras acciona.
OLGA. (Arreglando ropa.) Ahora ya no hace falta la calefacción. Los días vienen más templados...
SEMPRONIO. (La mira y esboza una sonrisa.) Nunca se sabe. De pronto llueve y refresca. Por las
dudas, no guardes todavía la estufa.
OLGA. (Termina de acomodar la ropa. Vuelve a tomar la plancha. Se acerca a Sempronio, que
continúa silbando bajito, y le coloca el enchufe entre la camisa y el cuello. Todo esto con mucha
normalidad, sin tratar de destacarlo expresamente. Sempronio tampoco considera esta conexión
como algo notable.) A ver… ladeá un poco más el cuello, por favor... (Sempronio obedece.) ¿Te
molesta?
SEMPRONIO. ¡NO! ¡Qué idea! ¡Cómo me va a molestar! (Sonríe.)
OLGA. No... pero el lunes me apretaste demasiado el enchufe y casi quemás la plancha. (Espera un
instante con la plancha en la mano. Luego moja su dedo en la lengua y toca ligeramente la
plancha, para probarla. Retira el dedo rápidamente como si oyera el clásico chasquido.) ¡Ya está!
(Le deja conectado el enchufe y comienza a planchar. Habla sin mirar a Sempronio.) Sempronio...
SEMPRONIO. Sí...
OLGA. Convendría que hablaras con Susanita...
SEMPRONIO. (Un poco alarmado.) ¿Con Susanita? ¿Qué le ocurre a la nena?
OLGA. Como ocurrirle... nada. Pero se está entusiasmando mucho con el boliche y eso de ir a
bailar, y me parece demasiado chica todavía para estas cosas.
SEMPRONIO. (Medita. Luego se enternece.) Oh... la pobrecita estudia toda la semana. Es justo que
de cuando en cuando… Está en la edad en que esas cosas son importantes. (Más enérgico.) Además, a
mí me gusta que salga, que se divierta, (Tararea, desde su sitio, y para sí, moviendo el cuello, un
ritmo de sincopa, muy marcado. Procurará con los ojos y los gestos, parecerse a cualquier imbécil
rockero en éxtasis. Balancea el cuello al compás.)
OLGA. ¡Cuidado con la plancha!
SEMPRONIO. (Súbitamente avergonzado.) Perdoná.
OLGA. A vos todo lo que hace Susanita te parece bien. No te das cuenta de que se empieza así,
interesándose en la música... y después se aprende a bailar... Y entonces se necesita un compañero,
o varios... y luego querrá salir con esos hombres... (gestos de horror). Y al final...
SEMPRONIO. Bueno... todavía estamos al principio. Susanita ya tiene 16 años. ¿Te olvidás que
nosotros hacíamos lo mismo? La nena es una muchachita cariñosa y bien educada que estudia
mucho sus lecciones y cumple todo lo que le pedimos. No veo nada de malo con que le guste ir al
bolicghe y conocer gente…
OLGA. (Escandalizada.) ¿No ves? ¡Vos también estás aprendiendo! ¡Parece mentira, a tus años!
SEMPRONIO. A la nena porque es joven. A mí porque Soy viejo. Me querés decir a qué edad debe
un ser humano bailar?.
OLGA. ¡Sempronio!
(Entra muy apurada, con el celu, arrastrando el cable con el enchufe del cargador, Susanita. Es
hermosa, tiene dieciséis años muy bien llevados. Es movediza y moderna. También ella se
sorprende al ver las contorsiones de Sempronio.)
SUSANITA. ¡Papá! (Sempronio mira alternativamente a Olga y Susanita.)
OLGA. (Desalentada). ¡Ay, ya sé ahora vos venis a poner música, encima! ¡Parece que tendremos
concierto!
SUSANITA. Claro. Son las diez y media. ¡Es hora del reggaeton!
OLGA. ¡Las diez y media! Linda hora de levantarse, ¿no?
SUSANITA. Hoy es domingo. (Se acerca al padre.) Permiso, papá. (Lo besa y le coloca el enchufe
del celu, del otro lado del cuello.) Sos el ángel de esta casa. (Se pone en actitud de comenzar a
bailar. Espera un instante. Nada. De pronto recuerda que falta algo. Se le ilumina la cara y
tomando un brazo de Sempronio, lo levanta bien alto. El celu rompe a sonar con un reggaeton
frenético. Tanto Sempronio como Olga Se sobresaltan. Susana empieza a bailar. Primero para sí
misma, luego para el padre que sonríe y lleva el compás con los pies.)
OLGA. ¡Susana, esa música está muy fuerte! Yo estoy planchando y tengo que conversar con tu
padre.
SUSANITA. (Interrumpe a medias el baile y baja hasta la mitad el brazo-antena de Sempronio).
Bueno, mamá. Yo no tengo la culpa. Ahora pueden conversar... aunque después de veintiocho años
de casados, no veo que tengan nada interesante que decirse. (Se va bailando)
OLGA. (Espantada). ¡Nena! (A Sempronio.) ¿Oíste? Vos tenés la culpa por consentirla todo el día a
esta chiquilina. Ahí tenés el resultado.
SEMPRONIO. Susanita... este... tu madre me decía... es decir... estábamos conversando con tu
madre a propósito de esos bailes modernos que tanto te gustan...
SUSANITA. (Marcando pasos suaves en su sitio). Sí… ¿qué ocurre?
OLGA. Que no son nada bueno para una jovencita como vos. Sin querer, una se va acostumbrando
a cosas que al final resultan siempre mal.
SUSANITA. ¡Mamá, por favor! No querrás decir que por la simple costumbre de bailar, me voy a
echar a perder.
OLGA. Vos sabés bien lo que quiero decir.
SUSANITA. Sí, pero para esas malas costumbres, no hacen falta bailes modernos. Al contrario, con
un vals antiguo y romántico pueden ser mucho más peligrosas. La forma moderna del baile es más
un deporte que un pretexto para tomarse lascivamente la cintura, como antes. ¿No es cierto, papá?
OLGA. ¿No ves? ¡La descarada! ¡Fíjense qué pregunta para hacerle a un padre anciano!
SEMPRONIO. (Risueño y burlón). ¿Un padre... cómo dijiste?
OLGA. (Contrariada) Bueno, quise decir un padre serio y respetable.
SUSANITA. ¡Papá no es anciano, ni serio ni respetable!
SEMPRONIO. (Más divertido.) Bueno, ahora tampoco soy serio ni respetable...
SUSANITA. Bueno... yo quise decir...
SEMPRONIO. Ya sé lo que quisiste decirme, Susanita. Yo te comprendo muy bien. Querés decir
que sos joven y alegre, que amás la vida y que estás segura de tu conducta, con o sin música. Tu
madre también comprende y está orgullosa de su hija. Sólo que... bueno... hay que perdonarla... Ella
es una mujer anciana y respetable... (Ríe.)
OLGA. ¡Ahora sí! ¡La anciana respetable soy yo! (Padre e hija ríen entre sí.) Con ustedes no se
puede hablar. ¡Están siempre de acuerdo! Pero... (Amenaza con el dedo, un poco ya en broma.
Sempronio, como respuesta, levanta el mismo brazo y la radio vuelve a sonar fuerte. Susana baila
ahora para su padre),
Entran las otras hijas:
Hijas 2 y 3. Sí!!!! Hora del reggaetón!!! (bailas los 4)
la madre, vencida sonríe y plancha ropa casi al compás. Todo queda así un buen instante, más
aun, se diría que el ritmo va in crescendo al llamado salvaje de la música. Entra Diego. Es el hijo
mayor del matrimonio. Joven técnico de mucho porvenir, trabajador, simpático, aunque para sus
pocos años y tal vez por tener una hermana jovencita, sus maneras resulten a veces excesivamente
serias y graves. Llega con una pava de agua, el mate y el diario de la mañana. Como es domingo,
viene con ropas de entrecasa, un poco despeinado. Queda parado con todos sus implementos,
mirando la escena.)
DIEGO. ¡Buenos días! (No lo oyen. Grita.) ¡Buenos días! (Lo miran. Él mira fijamente a Susana).
¿Se podrá leer el diario en esta casa o nos volveremos todos locos? (Se acerca a Sempronio y le
baja el brazo hasta que la radio es sólo un susurro.)
SUSANITA. ¡Justo ahora! Ya había ganado la primera batalla por el baile. ¿No podías venir a otra
hora a leer el diario?
Entran las otras hijas:
Hijas 2 y 3. Sí!!!! Sos un pesado vos!!! Rajá de acá!!!
DIEGO. (Sin contestarle.) Permiso, papá. Te voy a molestar un minuto. Vos sabés que a mí no me
gusta abusar. (Y le coloca la pava en la cabeza.) A propósito, esta tarde tendrás que darle corriente
de nuevo al Club. La compañía la tiene con este barrio. Hoy hay un nuevo corte de electricidad.
Además, mañana empieza la calesita y querrían tirar un cable hasta aquí... por las dudas.
SEMPRONIO. Cuidado que no se te hierva el agua. Después el mate se quema y no sirve. (La pava
empieza a echar vapor.)
DIEGO. No, ya está. ¿Querés unos mates, viejo? (Retira la pava y se instala a su gusto a leer el
diario y tomar mate.)
SEMPRONIO. No, ahora no; ya tomé mate esta mañana. Nosotros los jubilados madrugamos más
que ustedes los trabajadores.
DIEGO. Hoy es domingo. Además, los jubilados tienen menos desgaste. Se cansan menos.
OLGA. No hables de desgastes, que va resultando un abuso eso de que todos los días te aparezcas
con un club nuevo o una calesita o un sindicato que necesitan corriente. Me pregunto qué pasaría si
decidimos cobrarles algo por conectar a tu padre.
SEMPRONIO. ¡Cobrar! ¿Por qué cobrar? Si a mí no me cuesta nada. Al contrario, es una gran
alegría sentirme unido por cables a tanta gente que trabaja, a tantos chicos que juegan. Además, no
van a comparar la calidad de mi corriente con la de la usina. Cuando yo digo dos veinte, son dos
veinte.
DIEGO. Los muchachos del Club compraron un televisor; dicen que no lo van a usar más que con
vos.
SUSANITA. ¡Un televisor! ¿Me vas a llevar al club, Dieguito?
OLGA. ¡Lo único que te faltaba!
DIEGO. Claro que te voy a llevar. Por la tarde hay programas infantiles. (Susana muy ofendida
hace un gesto de desafío. Levanta el brazo del padre y baila. Diego se sienta a leer. Olga plancha.
Una pausa.) ¡Bueno... bueno, esto se pone feo!
SEMPRONIO. ¿Qué ocurre? (Lo miran a Diego. La radio baja sola.)
DIEGO. ¿Leíste el diario?
SEMPRONIO. No, todavía no. ¿Por qué?
DIEGO. Hay una noticia medio rara. Escuchá. (Lee.) Curiosa radioactividad. A pesar del secreto
policial, ha trascendido que las autoridades están muy preocupadas por ciertos trastornos
radioactivos aparecidos en un barrio de esta ciudad. (Baja el diario). Podría ser que... se tratara de
nosotros, viejo.
SEMPRONIO. ¿Te parece? Sin embargo, no creo que yo haya ocasionado eso que dice allí.
Trastornos radioactivos, alarma...
SUSANITA. ¿Te pueden hacer algo, papá?
OLGA. ¿Qué le van a hacer? Sempronio no hace mal a nadie. Además, la corriente no la roba.
HIJA 2: Bueno, no se asusten, entonces... Debe ser otra cosa y no nosotros. (A Sempronio). Todavía
nos faltan veinte minutos de música, papá. (Cuando Sempronio levanta el brazo, la música se
interrumpe bruscamente y se oye la voz urgente del locutor)
RADIO. ¡Atención! Interrumpimos momentáneamente nuestro programa para transmitir una noticia
de último momento. Se relaciona con la extraña aparición de radioactividad en la localidad de
Embalse y dice así: Se comunica a la población de toda la ciudad que se ha logrado localizar, sin
lugar a dudas, el origen de las manifestaciones radioactivas que se venían haciendo notar en nuestra
ciudad. Según informaron esta mañana las autoridades, tales manifestaciones provienen del barrio
Casitas, particularmente de una manzana ocupada por viviendas, que ya ha sido aislada y rodeada
por la policía. Las emanaciones provienen de una construcción ubicaba en calle de los trabajadores
sin número. Se esperan más informaciones. (Sempronio deja caer los brazos y la radio calla del
todo.)
DIEGO. Somos nosotros, no hay dudas.
HIJA 3. Y dice que la policía rodea la manzana.
OLGA. ¿Qué te harán, viejo?
SEMPRONIO. Nada, ¿qué me van a hacer? Además, la manzana es muy grande. Quién sabe si al
fin y al cabo somos nosotros.
OLGA. Diego, mejor asomate vos, a ver si distinguís algo. (Diego y Susana corren a asomarse a
platea. Simulan hacerlo por una ventana algo estrecha que da directamente al público.)
SUSANITA. (Ve algo y se asusta). Diego... fijate allá...
DIEGO. (Que se asoma). ¿Qué hay? No veo nada.
SUSANITA. (Señala al fondo de la sala, por las últimas filas de la platea). ¿Aquello, qué es? (Por
el sitio donde señala Susana aparecen el Altísimo Comisionado y el sabio. El Altísimo Comisionado
es un hombre corpulento, autoritario, prepotente, muy fatuo y satisfecho de sí mismo. El sabio es
pequeño, dulce e ingenuo. Usa una enorme barba blanca y lleva en la mano una cajita negra, tipo
contador Geyger.)
ALTÍSIMO COMISIONADO. Usted, profesor, vaya por allí mientras yo investigo esta parte.
SABIO. (Corriendo con su cajita hacia un costado, como si hubiera pescado algo entre el público.)
Aquí hay algo… (Oye.) ...Sí, parece que… (Oye.) ¡Ah, no, FALSA ALARMA. (Cambia de rumbo.)
Mejor parece que es por aquel lado. (Recorre otro sector de público.) A ver… (Habla para sí.)
ingeniero... nada radioactivo... reloj de oro... brillante falso... (Se vuelven.) Por aquí no es.
ALTÍSIMO COMISIONADO. Yo tampoco siento nada. (Con un poco de miedo.) Mejor nos
vamos, ¿no? (Por el aire, de ninguna parte en especial, se empieza a oír con fuerza un latido
acompasado y persistente.)
SABIO. ¡No... oiga! ¡No podemos dejar esto así! ¿Si fuera una bomba?
ALTÍSIMO COMISIONADO. (Pronto a huir.) ¿Una bomba? ¿Usted cree? Entonces mejor... nos
vamos. Yo no soy ningún recolector de bombas escondidas. Soy un alto funcionario. No puedo
arriesgarme. (Va saliendo.) ¡Vamos!
SABIO. ¡Si usted lo ordena, yo deberé informar que no pude localizar el origen de las
manifestaciones porque usted me lo ordenó!
ALTÍSIMO COMISIONADO. No, porque entonces me pedirán la renuncia... Hay tantos
envidiosos... Bueno... Siga buscando, pero... ¿si hay una bomba en serio? ¡Oh, Dios mío! Me siento
desfallecer. (Avanza hasta la escalera que conduce a casa de Sempronio.) Mejor... Siga usted solo...
Yo... (Busca la excusa.) Yo entraré en alguna de estas casas a pedir un vaso de agua y reponerme un
poco...
SABIO. (Solícito.) ¿Se siente mal? (Avanza hasta él.) Podemos descansar un momento. Lo
acompañaré. (La escena ha sido vista en todo momento desde la ventana imaginaría por los hijos
de Sempronio y Olga. Llegan hasta la puerta y el sabio apoya su dedo contra el timbre.)
SEMPRONIO. (Impersonal, quieto, mirando hacía el vacío.) ¡Trrrrrrrriiiiiiiiiiin!
OLGA. Tocaron el timbre. ¿Qué hacemos?
DIEGO. No les abras. Necesitan orden de allanamiento firmada por el Juez.
SUSANITA. Pero si la tienen echarán la puerta abajo.
SEMPRONIO. Abran esa puerta.
OLGA. No, viejo...
SEMPRONIO. (Mientras el sabio oprime otra vez el timbre.) ¡Trrrrrrrriiiiiiiiin!
OLGA. Se impacientan.
SUSANITA 2. (Va hacía la puerta.) ¡Abro y les digo que papá no está! (La sigue Diego y luego
Olga. Sempronio, muy tranquilo, con los cables conectados, queda en su sitio y puede silbar
indiferente. Susana abre y los enfrenta). ¿Qué... desean los señores?
ALTÍSIMO COMISIONADO. Vea, yo soy... (El latido en el aire se hace insoportable.)
SABIOS. Un momento. ¿Me permite? (Le acerca el contador a Susana. El comisionado da un salto
atrás.) No hay duda, es aquí (Entra.)
SUSANITA. No se puede pasar, señor. (Pero el sabio ya está adentro y luego de dar una vuelta
alrededor de Susana, recorre la pieza a largos trancos de petizo con su contador.) Le repito que no
se puede.)
DIEGO. (Al alto Comisionado.) Un momento. ¿Qué viene a hacer usted aquí? ¿Con qué derecho?
ALTÍSIMO COMISIONADO. (Avanzando ahora que el sabio ha descubierto a Sempronio y le da
vueltas rítmicas alrededor, al compás de los latidos, mientras lo mira con curiosidad.) Profesor,
¿éste es el origen?
SABIO. (Bajando el volumen de su caja.) Sin ninguna duda (Muestra la caja.) Puede acercarse. ¡Es
una verdadera pila atómica,
ALTÍSIMO COMISIONADO. (Señalando los cables.) ¿Y eso? (El sabio los desconecta y mira la
plancha y la radio.) ¡Inconscientes!
DIEGO. ¿Pero se puede saber quiénes son ustedes?
SUSANITA. ¡Retírense inmediatamente de esta casa y dejen tranquilo a mi papá!
ALTÍSIMO COMISIONADO. (Indignado) Inconscientes... (A Sempronio.) ¡A ver, usted,
levántese! (Sempronio muy tímidamente se levanta. El Altísimo Comisionado grita histérico.)
¡Rápido, nombre y apellido!
SEMPRONIO. Perdonen, señores, pero ésta todavía es mi casa y aquí no estemos acostumbrados a
los gritos. Además, sí tuvieran a bien decirme quiénes son ustedes…
ALTÍSIMO COMISIONADO. ¡Soy el Altísimo Comisionado para la Energía Atómica!
SEMPRONIO. (Tendiéndole la mano.) Mucho gusto...
ALTÍSIMO COMISIONADO. (Da un salto atrás y grita.) ¡No me toque!
DIEGO. Le han dicho que no grite. ¿Entendió?
SABIO. (Más dulce.) Perdónenos, señor... pero estamos cumpliendo órdenes superiores muy,
estrictas. Las autoridades nos han enviado a buscar el origen de ciertas manifestaciones radioactivas
en este barrio… y usted parece ser el origen… además no puede negar que cuando llegamos estaba
conectado a una radio y a una plancha. De modo que ya ve… El señor es un altísimo funcionario.
Tiene facultades suficientes en estos casos para usar la fuerza pública, allanar domicilios, hacer
interrogatorios...
ALTÍSIMO COMISIONADO. Y poner presos a todos. (Gesto de Diego.)
SABIO. A todos los que dificulten su trabajo. De modo que es preferible que nos entendamos desde
el principio. Yo soy el Profesor Germán … (se presentan todos los sabios), Altísimo Físico
Matemático y usted permitirá que también yo la haga unas preguntas…
SEMPRONIO. No tengo ningún inconveniente, señor.
SABIO. En primer lugar... ¿Cómo ha hecho para volverse radioactivo?
DIEGO. No le cuentes nada, papá. Todo esto no está claro.
SEMPRONIO. Bueno, es que ni siquiera se qué contarles. Nunca en mi vida había sentido nada por el
estilo. Y una mañana, hace cerca de tres meses, desperté con muchísima sed. Como nunca bebo nada
a esa hora, me levanté un poco extrañado y fui hasta la cocina a servirme agua. Allí fue lo curioso. El
agua salía fría de la canilla, pero al llegar a mis labios, estaba hirviendo. Dejé caer el vaso y para no
quemarme salté hacía atrás. Al apoyarme en la cocina, empezó a funcionar. Probé entonces con la
radio y me oí todo el informativo… Después... no sé... mi esposa quiso llamar al médico, pero... yo no
me sentía enfermo, y además, los viejos siempre tenemos miedo de que nos vean los médicos.
Además, aparte de esa pequeña molestia de beber agua hirviendo, yo me encuentro perfectamente
bien.
SABIO. ¿Y qué hizo, entonces?
SEMPRONIO. De acuerdo con mi familia, comencé a usar mi corriente para hacer andar las cosas
de la casa. La radio, la plancha, la cocina, el calefón... la estufa. Todo anda a las mil maravillas
conmigo. Aparte que sale mucho más barato. Y mientras tanto, yo me entretengo.
OLGA. No veo que hagamos mal a nadie, señor.
SABIO. ¿Usted trabaja en algún laboratorio? ¿Hace experimentos?
SEMPRONIO. No, señor. Yo no trabajo.
SUSANITA. Mi papá está jubilado.
OLGA. Ya trabajó bastante como para que lo dejen vivir tranquilo.
SABIO. ¿Y qué clase de vida hace?
SEMPRONIO. Ninguna clase de vida, señor. Me levanto... le sirvo corriente a mi mujer, a mis hijos
que van al trabajo o estudian…
ALTÍSIMO COMISIONADO. ¡Silencio! (Pausa. Mira desafiante a todos.) Yo lo interrogaré.
¿Tiene amigos que trabajan en energía nuclear?
SEMPRONIO. No, señor. Apenas si salgo de casa una vez cada dos o tres meses.
ALTÍSIMO COMISIONADO. ¿Dónde va?
SEMPRONIO. A un club filatélico, del que soy socio. A veces hacemos reuniones. Nos mostramos
las estampillas. (Al sabio le brillan los ojos, hace un gesto de sorpresa. Interrumpe.)
SABIO. ¿El señor es filatelista? ¡Qué interesante! ¿Hace mucho?
SEMPRONIO. No, sólo desde que me jubilé. Yo... estaba habituado a trabajar. Nunca fui un inútil.
¿Qué puede hacer un jubilado? Tampoco estaba acostumbrado a vagar por la calle. ¿Adónde puede ir
un jubilado? ¿Comprende? Las estampillas me resultaron algo muy emocionante. ¡Pedacitos de
mundo!
SABIO. ¡Tiene razón! ¿Qué clase de estampillas colecciona?
ALTÍSIMO COMISIONADO. ¡Profesor! ¿Eso es importante?
SABIO. Claro que es importante. Yo también junto estampillas.
SEMPRONIO. Pero yo creo...
ALTÍSIMO COMISIONADO. Déjese de tonterías ahora. Averigüe lo que nos interesa.
SABIO. Un minuto. ¿Qué me iba a decir?
SEMPRONIO. Oh... nada del otro mundo. Decía que mi colección es tan nueva que no debe haber
nada interesante... Pero así y todo, tengo algunas estampillas de valor... Japonesas. Me vienen de
Hiroshima, de Nagasaki... de...
ALTÍSIMO COMISIONADO. ¿De dónde? (Salta de golpe.)
SABIO. De Hiroshima… de Nagasaki... japonesas… (A Sempronio.) En colores ¿verdad?
ALTÍSIMO COMISIONADO. (Cortando bruscamente.) ¿Y qué hace con esas estampillas?
SEMPRONIO. Nada... las miro… las pego en mi álbum...
ALTÍSIMO COMISIONADO. ¿Pero cómo las pega?
SEMPRONIO. (Hace gesto de pegar estampillas, pasándose la lengua por la palma de la mano.)
Así...
SUSANITA. No es ningún delito pegar estampillas con la lengua.
DIEGO. Además, ya les hemos dado bastantes explicaciones. Ahora váyanse y déjennos tranquilos.
OLGA. Tenemos mucho que hacer. No estamos para perder el tiempo.
ALTÍSIMO COMISIONADO. Así que estampillas de Hiroshima. ¡Bueno, el caso está claro!
(Militarmente, con solemne postura.) Señor... (No sabe el nombre.)
SEMPRONIO. Sempronio.
ALTÍSIMO COMISIONADO. ¡Señor Sempronio! En nombre de la Altísima Comisión de Energía
Atómica, de la que soy presidente, y en uso de las facultades de las que estoy investido, a efectos de
cumplir las importantes funciones para las que estoy llamado, procedo a tomar posesión en esta
sencilla pero emotiva ceremonia y en presencia de testigos y familiares, de esta pila atómica, fuente
de energía que es propiedad inalienable, imprescriptible e intransferible de la Nación.
OLGA. ¿Qué quiere decir todo esto, viejo?
SEMPRONIO. No entiendo bien. Dejalo que termine.
ALTÍSIMO COMISIONADO. Es para mí un motivo de sincera emoción, en nombre de los más
altos intereses que represento, darle la bienvenida. Y agradeceros, sobre todo, la buena voluntad con
que os disponéis a acompañarnos, sacrificando vuestra libertad y demás comodidades domésticas,
para entregaros por entero al cumplimiento del deber.
SEMPRONIO. Libertad... deber… ¿Quiere decir que me llevan con ustedes?
ALTÍSIMO COMISIONADO. ¡Por supuesto! ¡Usted es propiedad de la Nación!
OLGA. ¡Qué propiedad ni propiedad! ¡Es mi marido! Y de aquí no se lo van a llevar. ¡No está en
edad de andar solo por ahí!
ALTÍSIMO COMISIONADO. ¡Silencio! Les recomiendo a ustedes que no intenten ningún
escándalo. Todos ustedes han estado abusando sin permiso de la corriente de esta pila atómica,
propiedad inalienable, imprescriptible e intransferible de la Nación. No pienso tomar medidas, pero
tampoco voy a tolerar que se discutan mis disposiciones. ¡Venga con nosotros!
SEMPRONIO. ¿Y dónde me quieren llevar?
ALTÍSIMO COMISIONADO. El lugar es ultrasecreto. Hay muchos espías del enemigo que
quieren descubrir nuestros secretos atómicos…
DIEGO. ¿Qué enemigos? ¡Si nuestro país no tiene enemigos!
ALTÍSIMO COMISIONADO. Pero tiene amigos. Ellos se encargan de buscarnos enemigos. Usted
no entiende nada de política internacional.
OLGA. ¿Y cómo haremos para verlo?
ALTÍSIMO COMISIONADO. ¡Es muy difícil! Tal vez para fin de año organicemos una exposición
de nuestros más modernos materiales y artefactos nucleares. A lo mejor exhibimos también al
señor.
OLGA. ¡Pero es mi marido!
SUSANITA. ¡Pero es mi papá!
DIEGO. ¡Pero es un atropello!
ALTÍSIMO COMISIONADO. ¡Es la ley! ¡Y ahora, les ruego, señores que no dificulten mi tarea!
Abnegación, Señores. ¡Abnegación! ¡Y renunciamiento! Cualquier cosa que le ocurra a la pila será
bajo mi responsabilidad. Hasta que le den entrada en el inventario de la Comisión. (A Olga.) Le
daré un recibo provisorio. (Firma un papel, lo entrega.) Sírvase, señora.
OLGA. Yo no quiero un recibo. Yo quiero a mi viejo. (Llora. Diego avanza un paso y Sempronio
lo contiene.)
SEMPRONIO. Quieto, Diego. El señor cumple órdenes. Ya se arreglará todo. (A Olga.) No te
aflijas, vieja. No me harán nada. (A los hijos.) Cuiden mucho a mamá. Vos, Diego... deciles a los
muchachos del club que disculpen... (Se le arrojan a los brazos.)
DIEGO. Moveremos cielo y tierra para sacarte.
SUSANITA. ¡Papá!
OLGA. ¡Volvé pronto, viejo! (Sempronio se desprende dulcemente y camina hacia la escalera. Van
bajando.)
SEMPRONIO. (A ellos.) Si todo es legal... no me pueden tener encerrado. Ya verás cómo se arregla
todo. (Al Altísimo Comisionado.) Vamos, señor. (La familia, desde la puerta, agita las manos,
pañuelos, etc. Sempronio, el Altísimo Comisionado y el Sabio bajan a platea. Susana corre desde
la puerta a asomarse a la ventana que da a platea. Se le reúnen todos muy apretados, Diego y
Olga. En platea y avanzando camino el Altísimo Comisionado, palmea a Sempronio, satisfecho.)
ALTÍSIMO COMISIONADO. Bueno, se ha portado usted como un buen ciudadano. (Lo palmea.)
¡Así me gusta! (De pronto queda petrificado de espanto mirándose la mano. Grita con voz
deformada de miedo al Sabio que ya está en la salida.) ¡Profesor!
SABIO. (Desde la salida, se vuelve.) ¿Que ocurre?
ALTÍSIMO COMISIONADO. ¡Lo toqué! ¡Me voy a morir...!
SABIO. (Muy ingenuo.) Es posible... nunca se sabe…
ALTÍSIMO COMISIONADO. ¡Cómo, es posible! ¿Qué se puede hacer?
SABIO. (Siempre inocente.) ¿Si se muere? No sé… nombrar otro Altísimo Comisionado (Sale. El
Altísimo Comisionado y Sempronio lo siguen. En la ventana los tres asomados, están tristes y
caídos.)
SUSANITA. Ya no se ven... (Grita.) ¡Papá! (Oye el silencio.) ¡Papá! (Olga y Diego se retiran de la
ventana. Susanita, muy triste mira a la platea.)
OLGA. Nena... cerrá esa ventana. (Susana, muy triste, va desenrollando en el aire la cinta que baja
la cortina imaginaria. Coincidiendo con ello, en lugar de la cortina de la ventana, cae lentamente
el telón)
ACTO SEGUNDO
Celda donde tienen prisionero a Sempronio. Pocos muebles. Afuera ventana con rejas. Un soldado
con escafandra de buzo, dos antenas y tres descargas a tierra, se pasea delante de una bañera de
latón gris, de la que no se aparta. Su actitud es serena, un poco aburrida. Es joven, aunque esto
solo se adivina dentro de la estrambótica ropa antiatómica. En primer plano está sentado
Sempronio, en la misma actitud del primer acto. Sólo que silba con más tristeza y parece más
cansado y viejo. Junto a él hay una mesita con una bandeja. Al comenzar la acción todo queda así,
una larga pausa, hasta que el espectador entre en el ritmo lento de la escena.
TELON RÁPIDO
ACTO TERCERO
A telón cerrado, Diego les habla a la gente del pueblo, que ha entrado por el salón con pancartas
que dicen “Sempronio Libre” etc
DIEGO. ¡Amigos, compañeros! Con este magnífico acto culminan todas las actividades programadas
en nuestra campaña para recuperar la libertad de Sempronio, mi querido padre y nuestro querido
dador voluntario de corriente. Tengo que reconocer con profundo dolor, que todos los esfuerzos han
resultado inútiles y algunos, como la compra de un detector de radioactividad para localizarlo por
nuestra cuenta, muy caro y hasta peligroso. No, mis amigos. Estos largos quince días de campaña, en
la cual hemos agotado todos los métodos pacíficos, nos han enseñado una cosa. ¡Hay que cambiar de
métodos! Hay que oponer la energía a la energía, la violencia a la violencia. Hay que intentarlo todo
en un solo acto, total, definitivo. Y eso es lo que vengo a proponerles ahora, para que todos lo
aprueben por aclamación. Amigos y compañeros, yo propongo... (entra el sereno)
SERENO. Muchachos. Hablaron de la Comisaría. Dicen que levanten inmediatamente la reunión
porque no están autorizados los actos públicos. (la gente se desconcentra, queda Diego y sus
hermanas solamente)
DIEGO. (Avanza hacia ella, al borde de la escalera.) Qué porquería de mundo!!!
SUSANITA. ¡será posible que no podamos recuperar a papá?
Hija 2. Esto es un desastre!!!
Hija3. Peer qué hay que hacer para traerlo a casa!?
DIEGO. No sé pero esto no va a quedar así!!!
(Avanzan hasta la puerta simulada. El telón se levanta. Estamos en casa de Sempronio. Todo es
igual al primer acto. Sólo que en la silla de Sempronio, está sentada Olga, rodeada de una
verdadera maraña de cables de planchas, ventiladores, estufas, radios, etc. Todos con sus enchufes
conectados a su cuello. Sobre su regazo tiene un álbum de estampillas del que va sacando, una por
una, pequeñas piezas que luego de mirar y de murmurar con rabia: Hiroshima... Nagasaki...
Huemul... Se las va metiendo en la boca y masticando con rabia o tragando con dificultad. De
tiempo en tiempo retoca los enchufes, eleva una mano como antena, tantea la plancha y vuelve a su
juego. Sus hijos desde la puerta la miran azorados.)
OLGA. (Juego indicado.) Hiroshima... Nagasaki... Isla Huemul... (Mira una con dificultad. Lee.)
Ganaremos la batalla del petr... (La tira.) Esta no sirve... Hiroshima... Na...
DIEGO. ¿Vieja, qué haces?
SUSANITA. (Corre hacia ella.) ¿Mamita, que estás haciendo con las estampillas de papá?
OLGA. (Gesto melodramático.) ¡No se acerquen! ¡Puedo estallar en cualquier momento! (Hipa
terriblemente.) ¡Hic! Malditas estampillas, tienen un gusto... (Otra vez su juego.) Hiroshima...
Nagasaki... ¡Hic!
SUSANITA. Estas comiendo las estampillas de papá...
DIEGO. ¿Ahora vos también querés volverte radioactiva?
OLGA. (Va a hablar.) ¡Hic! (Con desesperación.) ¡Sí... quiero volverme radioactiva!
SUSANITA. Mamita...
OLGA. Ya que no podemos saber dónde está... ya que no lo devuelven... quiero volverme
radioactiva y que venga de nuevo la Comisión esa y me lleve a mí también... al mismo sitio donde
está mi viejo. (Hipa.) ¡Hic! ¡Yo sé que el viejo me necesita! (Llora.)
DIEGO. (La desconecta suavemente.) Lo único que conseguirás es arruinarte el estómago.
SUSANITA. (Retirando el álbum.) Papá no las comía.
OLGA. Ya lo sé. Al principio yo tampoco. Las chupé, las mastiqué... ¡Al final de puro desesperada,
me las comí! ¡Lo único que faltaba ahora era fumarlas en una pipa! (Hipa terriblemente.) ¿Y
ustedes... encontraron algo? ¿Consiguieron alguna cosa nueva?
SUSANITA. Todo es inútil.
OLGA. Ya lo sé... pero... (Hipa.) A veces me parece verlo (El silbido de Sempronio casi en primer
plano.) Quieto... silbando su vals... mirándonos feliz! (En la puerta está parado Sempronio, quieto,
mirándolos, silbando feliz.)
SUSANITA. (Lo ve y grita.) ¡Papá, papá! (Corre a él.)
DIEGO. ¡Viejo! ¡Te soltaron!
SUSANITA. ¿Te escapaste, papá? (Todos lo rodean, lo besan, Sempronio los abraza a todos.)
SEMPRONIO. (En un abrir de brazos. Habla por entre cabezas, caras, caricias.) ¡Cuánto he
soñado este momento! ¡Todos juntos, otra vez!
OLGA. ¿No te encerrarán más? ¿Te dejarán vivir en casa?
DIEGO. ¿Te trataron bien? (Lo van llevando a su silla. Lo sientan, toda la familia lo rodea.)
SEMPRONIO. ¡Ah... qué bien se está aquí! (A Olga.) ¡No, mi vieja, ya no me llevarán más! La
pesadilla terminó para siempre. ¡Cuánto los he extrañado! (Mira a Susanita.) ¡Qué alta que estás!
(A Olga.) ¡Cómo crecen estos chicos!
SUSANITA. No seas exagerado, papá. Fueron dos semanas...
SEMPRONIO. A mí me parecieron dos siglos... ¡Qué sé yo!
DIEGO. ¿Y cómo fue que te soltaron? Si hasta ayer no querían dar noticias tuyas. ¿Vos sabés todo
lo que hicimos?
SEMPRONIO. Me lo imagino, hijo. Pero... felizmente no se necesitó ninguna violencia. La cosa fue
que desde mi llegada a la Altísima Comisión… ¡Se me acabó la corriente!
SUSANITA. ¿No tenés más, papá?
DIEGO. (Al mismo tiempo.) ¿No das más energía?
OLGA. ¿Te curaron, viejo?
SEMPRONIO. No tengo siquiera una chispita así... ni para mostrar. Y eso que me hicieron toda
clase de pruebas, me mandaron a institutos, talleres, gabinetes... pero... nada. (Pausa. Sonríe un
poco triste.) Soy un hombre como los demás. (Sonríe más francamente.) Y me tuvieron que soltar.
Claro... es una lástima no tener más corriente...
OLGA. En el fondo, es mejor... quién sabe si te hacía bien tener eso en el cuerpo.
SUSANITA. ¡Claro! ¡Lo importante es que vivas con nosotros!
DIEGO. Y... claro... no es lo mismo... pero así por lo menos no te molestarán más, podrás vivir
tranquilo tu vida.
Timbre: Entran las vecinas con bandejitas con comida para agasajarlo a Sempronio:
V1: Permiso don Sempronio, nos enteramos de que había vuelto y no pudimos esperar para
saludarlo!!!
V2: No sabe lo que lo hemos extrañado!!!
V3: Yo… tengo descargado el celu desde que se lo llevaron don Sempronio!!!
SEMPRONIO. Gracias por pasar a saludarme… pero desgraciadamente ya no me queda corriente!!!
(Progresivamente triste.) Ustedes son jóvenes, trabajan, se mueven, hacen cosas; ustedes sí, viven.
Yo... así... simplemente así... qué clase de vida será, yo antes me sentía útil… y ahora…
OLGA.¡Lo que tenés que pensar es en descansar! No andar haciéndote el radioactivo por ahí...
SEMPRONIO. Es que yo no quiero descansar. ¡Eso es como estar muerto! ¡No se imaginan qué
feliz era yo con mi corriente! (A Diego.) Y vos... avisales a los muchachos que... ya no sirvo más...
DIEGO. Los muchachos se van a alegrar mucho. No sabés todo lo que hicieron. (Se acuerda.) A
propósito, tengo que ir a decirles. Están organizando la manifestación con antorchas para esta noche
en Plaza de Mayo (Marca el mutis.) Y dejate de pensar macanas. Si te vuelve la corriente, tendrás
otra vez encima a la Altísima Comisión. (Va a salir y choca con el sabio que está parado en la
puerta con una cajita negra tipo contador Geyger.) ¿Y usted? ¿Qué quiere ahora?
SUSANITA. ¡Papá, vienen de nuevo!
SEMPRONIO. Pase, profesor...
SABIO. No se asusten, no vengo en misión oficial.
DIEGO. Ah, ¿y ese aparato que trae ahí?
SEMPRONIO. Diego... andá tranquilo. Susanita, traé una silla al profesor.
DIEGO. (Saliendo.) Voy y vuelvo en seguida. Cualquier cosa, (Por el sabio.) si me necesitás, ya
sabés... (Sale y se oye su grito.) ¡Muchachos, volvió el viejo... muchachos!
SABIO. (Recibe la silla de Susanita y se sienta.) Gracias, señorita. No hay dudas de que su familia
lo defiende (Muestra la cajita) Pero esto no es un detector, es simplemente (Saca de la cajita un
pequeño álbum de estampillas.) un álbum de estampillas. Necesito su consejo como filatelista.
SEMPRONIO. ¿Cuál es el problema?
SABIO. Estamos juntando firmas para ver…( De repente empieza a sonar la radio)
SUSANITA. ¡Miren, volvió la corriente!
SEMPRONIO. ¡Es extraordinario! (Todos bailan al compás de la música de la radio. En ese
momento, la puerta se abre violentamente e ingresa el Altísimo Comisionado)
ALTÍSIMO COMISIONADO. (Amenazante) ¡Quietos! ¡Traidores! ¡me han Defraudado!!!
SEMPRONIO. (Poniéndose de pie, con severidad) ¡Silencio! El expediente está terminado, y ahí se
ordenó mi libertad. ¡Mi vida es mía, no del Estado!
ALTÍSIMO COMISIONADO. Averiguaremos su secreto.
SEMPRONIO. (Terminante) ¡No hay ningún secreto! Ustedes empezaron a pedirme energía para
hacer bombas para matar a la gente, y la corriente desapareció solita. La corriente volvió cuando
pude regresar al calor de mi familia. La fuerza que me impulsa no es la radioactividad. AMOR (La
palabra es coreada por toda la familia) es mi fuerza. Es el gran motor de todas las cosas. Sin el
amor de mi familia la corriente y la radioactividad desaparecen.
TODOS (A coro) ¡Amor!
SEMPRONIO. Enséñeselo a sus funcionarios. Recuérdeselo a sus gobernantes. A los sabios que
fabrican bombas; a los brazos que las arrojan…
TODOS (A coro) ¡Amor! ¡Amor! ¡Amor! Cae lentamente el telón)