Lectura Juan Carlos

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El fantasma provechoso

Un caballero rural tenía una vieja casa que era todo lo que quedaba de un
antiguo monasterio o convento derruido, y resolvió demolerla aunque
pensaba que era demasiado el gusto que esa tarea implicaría. Entonces
pensó en una estratagema, que consistía en difundir el rumor de que la
casa estaba encantada, e hizo esto con tal habilidad que empezó a ser
creído por todos. Con ese objeto se confeccionó un largo traje blanco y con
él puesto se propuso pasar velozmente por el patio interior de la casa justo
en el momento en que hubiera citado a otras personas, para que
estuvieran en la ventana y pudiesen verlo. Ellos difundirían después la
noticia de que en la casa había un fantasma. Con este propósito, el amo y
la esposa y toda la familia fueron llamados a la ventana donde, aunque
estaba tan oscuro que no podía decirse con certeza qué era, sin embargo
se podía distinguir claramente la blanca vestidura que cruzaba el patio y
entraba por una puerta del viejo edificio. Tan pronto como estuvieron
adentro, percibieron en la casa una llamarada que el caballero había
planeado hacer con azufre y otros materiales, con el propósito de que
dejara un tufo de sulfuro y no sólo el olor de la pólvora.
Como lo esperaba, la estratagema dio resultado. Alguna gente fantasiosa,
teniendo noticia de lo que pasaba y deseando ver la aparición, tuvo la
ocasión de hacerlo y la vio en la forma en que usualmente se mostraba.
Sus frecuentes caminatas se hicieron cosa corriente en una parte de la
morada donde el espíritu tenía oportunidad de deslizarse por la puerta
hacia otro patio y después hacia la parte habitada.
Inmediatamente se empezó a decir que en la casa había dinero escondido,
y el caballero esparció la noticia de que él comenzaría a excavar, seguro de
que la gente se pondría muy ansiosa de que así se hiciera. En cambio, no
hacía nada al respecto. Se seguía viendo la aparición ir y venir, caminar de
un lado para otro, casi todas las noches, y siempre desvaneciéndose con
una llamarada, como ya dije, lo cual era realmente extraordinario.
Al fin, alguna gente de la villa vecina, viendo que el caballero daba a la
larga o descuidaba el asunto, comenzó a preguntarse si el buen hombre
les permitiría excavar, porque sin duda había allí dinero escondido. Pues,
si él consentía en que ellos lo cogieran si lo encontraban, excavarían y lo
encontrarían aunque tuvieran que excavar toda la casa y tirarla abajo.
El caballero replicó que no era justo que excavaran y tiraran la casa abajo,
y que por eso obtuvieran todo lo que encontraran. ¡Eso era muy duro de
tragar! Pero que él autorizaba esto: que ellos acarrearían todos los
escombros y los materiales que excavaran y aparecían los ladrillos y las
maderas en el terreno vecino a la casa, y que a él le correspondería la
mitad de lo que encontraran.
Ellos consintieron y comenzaron a trabajar. El espíritu o aparición que
rondaba al principio pareció abandonar el lugar, y lo primero que
demolieron fue los caños de las chimeneas, lo que significó un gran
trabajo. Pero el caballero, deseoso de alentarlos, escondió secretamente
veintisiete piezas de oro antiguo en un agujero de la chimenea que no
tenía entrada más que por un lado, y que después tapió.
Cuando llegaron hasta el dinero, los ilusos se engañaron totalmente y se
maravillaron sin querer razonar. Por casualidad el caballero estaba cerca,
pero no exactamente en el lugar, cuando se produjo el hallazgo, cuando lo
llamaron. Muy generosamente les dio todo, pero con la condición que no
esperaran lo mismo de lo que después encontraran.
En una palabra, este mordisco en su ambición hizo trabajar a los
campesinos como burros y meterse más en el engaño. Pero lo que más los
alentó fue que en realidad encontraron varias cosas de valor al excavar en
la casa, las que tal vez habían estado escondidas desde el tiempo en que se
había construido el edificio, por ser una casa religiosa. Algún otro dinero
fue encontrado también, de modo que la continua expectación y
esperanza de encontrar más de tal manera animó a los campesinos, que
muy pronto tiraron la casa abajo. Sí, puede decirse que la demolieron
hasta sus mismas raíces, porque excavaron los cimientos, que era lo que
deseaba el caballero, y que hubiérale llevado mucho dinero hacer.
No dejaron en la casa ni la cueva para un ratón. Pero, de acuerdo con el
trato, llevaron los materiales y apilaron la madera y los ladrillos en un
terreno adyacente como el caballero lo había ordenado, y de manera muy
pulcra.
Estaban tan persuadidos -a raíz de la aparición que caminaba por la casa-
de que había dinero escondido ahí, que nada podía detener la ansiedad de
los campesinos por trabajar. De hecho, sí encontraron algunos objetos de
valor del antiguo monasterio, algo que los espoleó aún más. Al final, la
casa fue derruida por entero y los escombros retirados, cumpliendo el
caballero con su deseo y empleando para ello apenas un poco de ingenio.

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