Bibybape,+15 VizosoGomez 291 305
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Carmen Vizoso-Gómez
Universidad de León
proposed for health promotion before, during and after a pandemic. The results
of the analyzed studies allow to extract some guidelines for planning health
promotion strategies. It is concluded that health literacy campaigns should be
carried out, using various media, to inform and motivate the entire population
about the importance of adopting behaviors for the prevention of the spread of
COVID-19 and maintaining healthy lifestyle habits.
KEYWORDS: Health education, health literacy, health promotion, covid-19.
Recibido: 31/07/2020
Aceptado: 12/02/2021
1. Introducción
1.1. Promoción, educación y alfabetización en salud
La educación para la salud se presenta como una estrategia o un recurso para la
enseñanza y aprendizaje de conceptos relacionados con la salud (y la enfermedad) y
de habilidades que permiten el desarrollo del bienestar tanto individual como comu-
nitario (Salvador y Suelves, 2009). Según la Organización Mundial de la Salud (OMS),
mediante la educación para la salud se trata de instruir a las personas para que sean
capaces de identificar y afrontar sus problemas de salud y sus necesidades con sus pro-
pios recursos y/o, si es necesario, con ayuda externa, desarrollando así una vida sana y,
en definitiva, el bienestar de toda la sociedad (OMS, 1989, 2016). Por su parte, Perea
(2009) destaca que la educación para la salud ha de ser un proceso de formación per-
manente, continuo, desarrollado a lo largo de todo el ciclo vital, lo que permite que las
personas adquieran hábitos de vida saludables y participen en el progreso de la salud
colectiva, yendo más allá del simple objetivo de evitar la aparición de enfermedades.
Así pues, la educación para la salud es un recurso indispensable para el desarrollo
o promoción de la salud en la ciudadanía. En este sentido, la OMS postula, en la Car-
ta de Ottawa, que la promoción de la salud es un proceso mediante el cual se aportan
los recursos para mejorar la salud de las personas y para que, en última instancia,
éstas puedan controlarla, incrementarla y fomentarla (OMS, 1986, 2016). De este
modo, los proyectos de promoción de la salud, mediante la educación para la salud y
el desarrollo de políticas públicas saludables, deben adaptarse a las características de
cada grupo social en el que se vayan a implementar y de las necesidades específicas
que presente en cada momento histórico (Bodkin y Hakimi, 2020).
Con el fin de obtener los mejores resultados, la educación para la salud se debería
llevar a cabo por profesionales que traten de promover la salud a cualquier nivel (co-
munitario, grupal o individual), entre los que se puede destacar especialmente a los
educadores, pedagogos, psicólogos, biólogos, trabajadores sociales y a los sanitarios
(Pérez-González et al., 2020).
Hay que mencionar, además, que a través de la educación para la salud se preten-
de conseguir la alfabetización en salud (ver figura 1). En concreto, la alfabetización
en salud “conlleva el conocimiento, la motivación y las competencias para acceder,
comprender y emplear la información, para hacer valoraciones y tomar decisiones
sobre temas cotidianos de salud, prevención de enfermedades y fomento de la salud”
(Sørensenn et al., 2015, p. 1). Por lo tanto, esta alfabetización implica un proceso más
complejo que la mera habilidad para entender cuestiones relacionadas con la salud
porque supone también el compromiso de actuar de forma consciente y responsable
en beneficio de la salud propia y la colectiva. Para conseguir la alfabetización en sa-
lud, Gavidia et al. (2019) consideran que desde la educación para la salud se debería
trabajar una competencia general de salud que implica la capacidad y la disposición
para emplear los recursos personales (conocimientos, actitudes, habilidades, etc.)
que permiten afrontar los problemas de salud y crear un entorno saludable. En defi-
nitiva, se podría establecer que la finalidad última de la educación para la salud y de
la alfabetización en salud consistiría en mejorar o al menos mantener la calidad de
vida y el bienestar de las personas (Juvinyà-Canal et al., 2018).
Por tanto, los centros educativos se presentan como un contexto propicio para la
promoción de la salud mediante la educación para la salud que debería comprender
todos los contenidos de las disciplinas del currículo desde una perspectiva transver-
sal, dada su relevancia para el bien social (Monsalve, 2014). De este modo, al incluir
la educación para la salud en el currículo, se propicia la difusión de información,
la formación, la prevención y la promoción de actitudes y habilidades saludables
en el alumnado (Manjón y Carrasco, 2007; Ayuso et al., 2019). Al mismo tiempo,
para poder fomentar el desarrollo de estas escuelas promotoras de salud, es nece-
sario realizar una adecuada formación del profesorado, considerando el diseño de
actividades didácticas, la preparación de recursos educativos y la elaboración de las
programaciones pertinentes, contando siempre con la colaboración de otros agentes
socializadores como las familias y los profesionales sanitarios (Talavera y Gavidia,
2013). Además, el hecho de incorporar enfermerías escolares en los centros educati-
vos permite llevar a cabo intervenciones que implican a personal de enfermería para
promover el desarrollo de competencias en salud en toda la comunidad educativa
(Álvarez et al., 2018).
En los últimos años se han propuesto múltiples programas enfocados a la edu-
cación para la salud en las etapas de Educación Infantil y Primaria desarrollados en
escuelas españolas, aunque en la mayoría de los casos se orientan a la prevención
de enfermedades más que a fomentar la salud (Guerrero-Ramos, 2014). También en
la etapa de Educación Secundaria se ha abordado la educación para la salud con el
objetivo de promover conductas saludables en los adolescentes (Azorín, 2016; Vega
et al., 2015). No obstante, a pesar de estas iniciativas programadas para promocionar
la salud, es necesario diseñar nuevas propuestas de competencias en salud que su-
plan los déficits que presenta actualmente el currículo prescriptivo de la educación
obligatoria (Ayuso et al., 2019; Gavidia et al., 2019).
Por último, Torres-García y Santana-Hernández (2017) defienden que también en
los grados y másteres de los ámbitos de la Educación Superior se debe contemplar
una formación adecuada en promoción y educación para la salud, siguiendo las
directrices del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Asimismo, Llorent-
Bedmar y Cobano-Delgado (2019) proponen que la formación del profesorado debe
incluir una educación para la salud apropiada, integral y obligatoria en los curricula
de los grados universitarios, donde se aborde la promoción de hábitos de vida salu-
dables que fomentan el equilibrio entre los aspectos físicos, mentales y sociales que
engloban la salud. De este modo, los docentes que reciban la formación oportuna
podrán educar en salud a sus alumnos y convertir los centros educativos en escuelas
promotoras de salud, lo que se traducirá en una mejora en la calidad de vida de los
ciudadanos (OMS, 2018).
2. La pandemia de la COVID-19
2.1. Descripción de la COVID-19
Uno de los mayores problemas de salud en la historia reciente es la denomi-
nada coronavirus disease 2019 (COVID-19), provocada por el virus SARS-CoV-2 y
declarada pandemia a nivel mundial por la OMS el día 11 de marzo de 2020 tras
comprobar los altos niveles de gravedad y propagación de esta enfermedad (OMS,
2020). Actualmente, a 30 de julio de 2020, según informa el Ministerio de Sanidad,
Consumo y Bienestar Social en su página web (www.mscbs.gob.es), el número de
personas contagiadas por COVID-19 es de 16.523.815 en el mundo, de las cuales
3.068.576 se han registrado en Europa y, más concretamente 282.641 son los casos
registrados en España.
La infección por COVID-19, tras un período de unos 5 días de incubación, puede
conllevar una serie de síntomas entre los que destacan los siguientes: fiebre, tos seca,
dificultad para respirar y fatiga (Rothan y Byrareddy, 2020). Además, las personas que
sufren esta enfermedad pueden presentar otros síntomas menos frecuentes, como son
la disnea, producción de esputo, hemoptisis, dolor de cabeza, diarrea y linfopenia.
Si los síntomas persisten y se agravan, la enfermedad puede causar la muerte del pa-
ciente, lo que suele ocurrir tras una media de 14 días después de la aparición de las
primeras manifestaciones (Wang et al., 2020).
Las personas con mayor riesgo de fallecer tras contraer la enfermedad son aquellas
que antes del contagio presentaban ciertas patologías, como por ejemplo hiperten-
sión arterial, enfermedades cardiovasculares, enfermedad respiratoria crónica, diabe-
tes mellitus o algún tipo de cáncer (Zhou et al., 2020). Además, se ha constatado que
la edad tiene un efecto determinante sobre la mortalidad, registrándose una especial
vulnerabilidad a partir de los 60 años (Bonanad et al., 2020).
No obstante, algunas de las personas infectadas por este coronavirus son asinto-
máticas, es decir, no presentan síntoma alguno, y esto puede hacer que contagien a
otros individuos sin siquiera ser conscientes de estar enfermas, ya que la COVID-19
se transmite fundamentalmente por contacto directo entre personas (Rothan y Byra-
reddy, 2020).
Por otra parte, la percepción de amenaza de contagio que conlleva la COVID-19
puede afectar a la salud mental y al estado emocional de las personas que no han
sido contagiadas. Así, se ha evidenciado que, en España, durante el confinamiento
decretado por el gobierno, las personas que sentían una mayor amenaza de ser con-
tagiadas presentaban estados de ánimo negativos y signos emocionales de tristeza,
depresión, ansiedad y hostilidad o enojo (Pérez-Fuentes et al., 2020).
Además, las medidas de seguridad recomendadas por las autoridades, como
mantener la distancia física, evitar el contacto con otras personas y, sobre todo, el
confinamiento, pueden llevar unidas serias consecuencias para el bienestar de la
población porque en muchas ocasiones se asocian a la soledad, al aislamiento y a
carencias en el apoyo social que derivan en un deterioro de la salud física, mental y
social (Saltzman et al., 2020).
Teniendo en cuenta los aspectos descritos, se hace evidente la necesidad de em-
prender acciones de educación para la salud para prevenir la propagación de la
enfermedad y evitar el deterioro de la salud y el bienestar físico, emocional y social
de los ciudadanos.
3.2. Educación para la salud frente a la COVID-19 más allá del contexto educativo
Es preciso tener presente que la educación para la salud debe ir dirigida a per-
sonas de todas las edades y en diferentes contextos, no solamente se ha de impartir
en las escuelas, para lograr alfabetizar en salud a buena parte de la sociedad (Lopes
y McKay, 2020). En este sentido, Nutbean (2019) defiende que la promoción de la
salud actualmente se ha de construir a partir del acceso universal a una educación sa-
nitaria íntegra y permanente. Además, Harnett (2020) sentencia que la alfabetización
en salud debe representar una de las principales estrategias puestas en marcha desde
los servicios públicos como respuesta a la planificación de desastres en general y
como intervención durante la situación de emergencia sanitaria ligada a la pandemia
por coronavirus en particular.
Tradicionalmente, siguiendo las recomendaciones de la OMS (1989, 2016, 2018)
en los programas de educación para la salud se han utilizado múltiples métodos y
medios para transmitir la información, como por ejemplo el estudio de casos, los
debates sobre salud, los carteles, las películas, las noticias en medios de comunica-
ción, etc. No obstante, en los últimos años, tras la aparición de las TIC, buena parte
de la información sobre salud se difunde a través de internet. Teniendo en cuenta
que durante los peores momentos de la pandemia buena parte de la población fue
confinada en sus hogares, el uso de internet en general y de las redes sociales en
particular se generalizó para relacionarse con otras personas y también para obtener
información sobre temas relacionados con la salud y con el coronavirus (Harnett,
2020). Por ello, ahora se hace indispensable la alfabetización electrónica/digital en
salud o alfabetización en e-salud (Norman, 2011). En concreto, esta alfabetización
se asocia con la adquisición, el análisis y la aplicación de la información, y conlleva
un cambio en los conocimientos, las actitudes y los comportamientos (Truman et al.,
2020). Esto implica que los ciudadanos que desarrollen una completa alfabetización
en salud serán capaces de aprehender la información y utilizarla para proceder de
forma apropiada y oportuna.
En esta línea, Vandormael et al. (2020) propusieron una intervención para la pro-
moción y educación para la salud de personas adultas basada en el visionado de un
video que está disponible en internet y que fue ideado para mejorar los hábitos de
higiene saludables durante la crisis generada por la Covid-19. Las conductas plan-
teadas son el lavado de manos, el respeto de la distancia interpersonal, la limpieza
de superficies en el hogar, el uso intransferible de utensilios para comer o beber y
el control del impulso de acumular productos de primera necesidad. El objetivo de
dicha intervención fue ampliar los conocimientos de la población sobre higiene rela-
cionados con el virus y, además, tratar de incrementar la intención de reproducir las
conductas higiénicas en situaciones de la vida cotidiana.
Una iniciativa similar, orientada a personas mayores de 65 años, se centra en la
promoción de hábitos saludables durante la pandemia (Aung et al., 2020). En este
caso, se presenta la difusión de un video, que podría ser descargado en tabletas o
en los teléfonos móviles, para potenciar la realización de ejercicio físico en el hogar.
Además, se propone la alternativa de repartir DVDs o pósteres en los servicios de
atención primaria para aquellos mayores que no pudiesen acceder a la información
a través de otras vías.
Por otra parte, Vaz de Almeida y Veiga (2020) exponen que los Centros de Día se
presentan como contextos idóneos para la promoción de la educación y la alfabetiza-
ción en salud destinada a las personas de mayor edad. Así, las autoras defienden que
en estos centros sociales se suelen organizar actividades que estimulan la vida activa
y el establecimiento de relaciones sociales saludables entre los mayores que las visi-
tan a diario, lo que incrementa su calidad de vida y su bienestar. De esta forma, du-
rante la situación de crisis sanitaria provocada por la COVID-19 sería especialmente
beneficioso que se ofertasen programas de educación para la salud dirigidos a estas
personas, involucrando a los cuidadores que trabajan en estos centros.
En definitiva, la educación para la salud se hace ahora imprescindible para afron-
tar la pandemia desencadenada por la COVID-19 y, por lo tanto, debe estar destinada
a todos los ciudadanos, independientemente de su edad, y debe desarrollarse en
todos los contextos posibles y utilizando todos los canales disponibles, contando con
la colaboración de profesionales de diferentes ámbitos que estén interesados en la
promoción de la salud.
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