Capítulo I Introducción: ¿Qué Es La Economía?: Capital. Marx, Karl, El Capital, Siglo XXI, Buenos Aires, 1973
Capítulo I Introducción: ¿Qué Es La Economía?: Capital. Marx, Karl, El Capital, Siglo XXI, Buenos Aires, 1973
Capítulo I Introducción: ¿Qué Es La Economía?: Capital. Marx, Karl, El Capital, Siglo XXI, Buenos Aires, 1973
José Castillo
El ser humano siempre tuvo que resolver sus condiciones materiales de existencia. Y lo
hizo interactuando con la naturaleza, transformándola y transformándose a la vez.
Apropiándose de ella y creando, usando una expresión de Marx, al medio ambiente como
su propio cuerpo inorgánico. 1 Para eso crea herramientas, desarrolla técnicas y tecnologías,
planifica previamente en su mente aquello que habrá de construir con su trabajo. Eso, en
suma, no es otra cosa que el desarrollo de las fuerzas productivas.
Pero el ser humano no vive en soledad; nace, vive, actúa y muere en sociedad. Es, al
decir de Aristóteles, un “animal social”.2 Por eso el ser humano siempre tuvo que trabajar:
poner su energía física y mental al servicio de apropiarse de la naturaleza, modificándola.
Y, a la vez, hacerlo midiendo el tiempo que le lleva esta actividad. Pero el trabajo, siempre,
fue una tarea hecha en sociedad, común a otros, incluyendo en esto desde la división del
propio trabajo hasta la distribución del producto obtenido.3 Pero estas características del
concepto “trabajo” son anteriores a cualquier definición de economía, e incluso a cualquier
tipo de sociedad, ya que están presentes en todos los modos de producción.
Será el propio desarrollo de las fuerzas productivas el que permitirá, en un determinado
momento, que aparezca un excedente entre el total de lo producido y lo que necesariamente
se consume en una comunidad determinada. La apropiación de ese excedente dará lugar a
la aparición de la explotación y que la sociedad se desgaje, se desgarre, en clases sociales
antagónicas: explotadores y explotados.4 La forma particular que asumirá esa división de la
sociedad en clases y su lucha, junto con la relación particular que tendrá con el desarrollo
correspondiente de las fuerzas productivas dará lugar a diferentes modos de producción.5
En algún momento, los seres humanos (para ser más exactos, “algunos seres humanos”,
más adelante veremos quiénes) comienzan a escribir sobre todo esto. Primero
fragmentariamente, mezclado con reflexiones sobre otros temas, considerados más
1
Marx, Karl, Manuscritos de Economía y Filosofía, Alianza Editorial, Madrid, 1968.
2
A veces se ha traducido la expresión como “animal político”; otras como “ser social”. Creemos que forma
más correcta es animal (zoon) social (politikon, o sea “de la polis”, la forma social de la antigua Grecia).
Aristóteles, Política, Losada, Buenos Aires, 2005.
3
Marx explicitará todo esto en el apartado denominado “el fetichismo de la mercancía”, del capítulo I de El
Capital. Marx, Karl, El Capital, Siglo XXI, Buenos Aires, 1973.
4
Estrictamente, la mera apropiación de un excedente no da directamente lugar a la aparición de clases
sociales. Marx explicará que en lo que se conoce como el modo de producción asiático, dará lugar a que se
genere una casta que se apropia del mismo. Para el estricto surgimiento de las clases sociales, será necesario
primero que se dé el fenómeno de la propiedad privada. Marx, Karl, Formaciones económicas
precapitalistas, Cuadernos de Pasado y Presente 20, Córdoba, 1971.
5
Marx, Karl, Prólogo a la Contribución a la Crítica a la Economía Política, en Karl Marx, Introducción
general a la crítica de la economía política/1857, Pasado y Presente 1, Córdoba, 1970.
“importantes”, más “sagrados” o simplemente “estéticamente”. Luego, ya más específica y
sistemáticamente. Hasta que aparezca una temática que, con pretensión de cientificidad,
parezca ocuparlo todo. De eso se trata esta historia.
Pero nada es sencillo. Es un hecho que hoy existe una disciplina denominada economía
¿Qué decir entonces de una disciplina científica que ni siquiera se pone de acuerdo en la
definición de su propio objeto? No se trata de asustar más a los lectores, que seguramente
ya ingresarán a un texto que lleva en su título la propia palabra economía con toda una
carga (como veremos luego ideológica) acerca de lo difícil que es esta “ciencia”. Lo que
proponemos es comenzar por un diagnóstico serio de un conjunto de conocimientos que
tiene dificultades para precisar su alcance, su status en relación a lo científico en general, y
su vinculación con otras disciplinas. Y cuya importancia deriva en que lo que está en juego
es su íntima articulación con el poder político y económico. Evidentemente esto no se
resuelve acumulando una serie de definiciones de “diccionario”, y luego eligiendo alguna.
En cualquier ciencia físico-natural también hay, de hecho, debates sobre sus alcances y
límites, con algunas zonas grises. Maurice Dobb6 decía al respecto: “entre la física y la
astronomía hay de hecho un espacio donde se puede discutir qué pertenece a cada campo,
pero más o menos uno puede decir con cierta claridad, éste es un fenómeno que pertenece
al campo de la física, éste es un fenómeno que pertenece al campo de la astronomía”.
Se suele sostener en el campo de las Ciencias Sociales se trabaja con disciplinas
deductivas, donde a partir de un conjunto de preposiciones, se procede a los desarrollos
posteriores. Evidentemente, si no hay acuerdo sobre cuáles son esas preposiciones
originales, nos encontraremos con serios problemas para definir el status de ese cuerpo
teórico. Esto sucede en general en el conjunto de las ciencias sociales, humanas o “del
espíritu” (para seguir la terminología kantiana). Basta para ello recordar el conjunto de
debates que arrancan por los empiristas y los racionalistas en el siglo XVII, pasa por Kant y
luego por el positivismo. En el mundo de fines de siglo XIX, principios del XX, podemos
poner como ejemplo las distintas perspectivas acerca de la “metodología” científica que
enfrentaron a Durkheim y Weber acerca del status de la sociología7.
Si este debate está abierto para el conjunto de las ciencias sociales, es en el campo de
la economía donde quizás podemos encontrar una heterogeneidad mayor, comenzando por
la discusión de si pertenece o no al propio campo de las ciencias sociales, o se trata en
cambio, de una rama que se emparenta con las disciplinas exactas, la matemática mas
específicamente8.
La primera afirmación de este libro entonces, y vamos a aclararlo desde ya, no es
inocente. Consideramos que la economía es una parte inescindible de las Ciencias
Sociales. Es importante precisar que se quiere decir cuando se afirma “parte inescindible”.
No vamos a sostener simplemente que la economía es una ciencia social, sino que existe
6
Dobb, Maurice, Introducción a la economía, FCE, México, 1940.
7
Excedería nuestro trabajo relatar los meandros de estos debates en el siglo XX. Invitamos al lector a
consultar al respecto Schuster, Federico (comp.), Filosofía y métodos de las ciencias sociales, Manantial,
Buenos Aires, 2002.
8
Sabemos que, formalmente, todos los economistas la aceptan como una “ciencia social”, pero basta ver el
contenido de los papers del denominado mainstream de la disciplina para ponerlo en duda.
algo llamado “ciencia social” (o teoría social), de lo que la economía es una parte que no se
puede separar del resto. Por supuesto que se podrá hacer recortes analíticos para estudiar
una particularidad, pero siempre bajo la condición de “volver” a la totalidad para tener una
comprensión plena9.
Si quisiéramos transformar esto en un enunciado provocador, podríamos decir: “la
economía como ciencia autónoma no existe”, así como tampoco existen la ciencia política,
la sociología, las ciencias de la comunicación, o la antropología. Todo es parte de un “algo”
que podemos denominar ciencia social (o teoría social), en tanto disciplina que tiene por
objeto analizar la sociedad en su perspectiva histórica.
Ahora bien, sucede que, a diferencia de la economía, en las otras disciplinas de las
ciencias sociales, el límite del debate es si son parte de una totalidad inescindible o si son
una ciencia social autónoma. En la economía, en cambio, sobre todo a partir de 1870, va a
aparecer una corriente que comenzará a cuestionar de hecho su carácter de ciencia social,
desde dos ángulos. Por un lado, con la incorporación de un herramental matemático que,
rápidamente va dejando de ser instrumento al servicio de la comprensión de la realidad para
transformarse en el objeto en sí de la disciplina (un conjunto de axiomas a priori, no
importando su vinculación con lo existente). Y por el otro con el abandono del estudio de
los agregados sociales (clase social, nación) y su reemplazo por el de las conductas de los
individuos (por lo tanto, su relacionamiento empezará a ser con la psicología)1011.
Frente a todas estas confusiones terminológicas y epistemológicas, en este libro vamos
a “permanecer” en la tradición clásica (de Adam Smith y David Ricardo), en un tránsito
desde allí hacia lo que se conoce como la “crítica a la economía política”, inaugurada Karl
Marx. Por eso cuando hablamos de economía política, y ponemos este adjetivo “política”,
nos estamos refiriendo a una disciplina que se reconoce en relación con el resto de las
ciencias sociales, y que por lo tanto trabaja la importancia de los fenómenos institucionales,
políticos y sociales, en perspectiva histórica. El adjetivo político nos remite además a la
lucha por las condiciones materiales de existencia, a partir de prácticas (económicas,
políticas e ideológicas).
A ello se le va a oponer lo que en español se denomina “ciencia económica”, -en
realidad el término es the economics, inventado en Gran Bretaña a fines del siglo XIX- y
que después se desarrolló en las escuelas de economía norteamericanas en el siglo XX. La
“ciencia económica” nos remite a una disciplina que señala que “lo científico” es lo
modelizable matemáticamente. Se trata de una cosmovisión donde la economía es una
disciplina que muy poco tiene que ver con el resto de las ciencias sociales y sostiene como
sus “disciplinas hermanas” a aquellas que son capaces de construir modelos algebraicos o
9
Para demostrar que ninguna afirmación es inocente, nos declaramos culpables del delito de “totalidad”
(aunque sin aceptar el de considerarlo sinónimo de totalitario) con que Popper acuso a Hegel y Marx.
10
Las acciones de los individuos pueden formar parte de las ciencias sociales si se trata de acciones sociales
(o sea que afectan a otros individuos). Tal es la posición de Max Weber. Weber, Max, Economía y sociedad,
FCE, México,1980.
11
Esto ha llegado en sus últimas versiones, a lo que se llama la neuroeconomía. Se estudian los reflejos
condicionados de una persona frente a situaciones de distintas operaciones de mercado.
geométricos. Por lo tanto, su horizonte metodológico de ciencia estaría emparentado con la
física o la química. Por eso se autodefine como “ciencia económica” en vez de “economía
política” (no siendo secundaria la desaparición del adjetivo “político”). Se negará a
considerar a las distintas corrientes en términos de cosmovisiones ideológicas, siendo su
planteo aislar lo económico de todo fenómeno institucional, político, social, o incluso
tecnológico, que aparece como perturbador, o “exógeno al modelo”.
Tratemos de ilustrar esta diferencia entre Economía Política y Ciencia Económica,
ahora si enfrentando algunas definiciones centrales de economía.
En Adam Smith (1776) el propio título del libro nos da una respuesta: Acerca de la
naturaleza y causa de la riqueza de las naciones. ¿Qué es lo que provoca la riqueza en una
nación y su prosperidad? Esta es una pregunta fundamental, como veremos en el próximo
capítulo, para el mundo de fines del siglo XVIII. En David Ricardo (1817) encontramos en
el Prefacio de Principios de Economía y Tributación: “la economía es la ciencia que
estudia la distribución del ingreso entre las clases sociales”. Ese es el interés, el objeto de
estudio y el sentido de la intervención política de Ricardo: la pelea de las clases sociales por
la apropiación del ingreso nacional. Si vamos a Marx, vemos que el eje de su estudio es la
dinámica del capitalismo y su crisis: cómo el modo de producción capitalista ha nacido, se
ha desarrollado, cuáles son sus crisis y sus posibilidades de muerte.
Pegando un salto en el tiempo, que como veremos en su momento también implica
varios problemas metodológicos, ya entrando en el siglo XX, veamos la pregunta de
Keynes12: ¿cómo podemos lograr el pleno empleo? ¿Cuáles son las políticas económicas
para lograr el pleno empleo?
Frente a esto, en la ciencia económica, analicemos alguna definición del pensamiento
neoclásico, que nace en 1870 y que después tiene un gran desarrollo en el siglo XX. Lionel
Robbins (1932) va a decir: “la economía es la ciencia estudia la conducta humana como
una relación entre fines y medios limitados que tienen diversa aplicación13”. O sea, se
trataría de un estudio de maximización de conductas, acerca de cómo el “individuo”
maximiza sus recursos para satisfacer la mayor cantidad de necesidades. Cuando
abordemos, en el capítulo respectivo, la ruptura epistemológica marginalista (término más
“general” que el de “neoclásico”) desarrollaremos a fondo varias definiciones más al
respecto.
Pero ya con estos pocos ejemplos resulta evidente que pareciera que estuviéramos
hablando de dos disciplinas totalmente distintas. Y ese es el gran nudo de la discusión del
pensamiento económico. Con la ciencia económica tomando control –particularmente, pero
no en forma exclusiva, desde el neoclasicismo- del campo académico (donde lo que esta en
juego son las cátedras y los recursos de investigación de las principales universidades del
mundo), y del terreno político, con los puestos de comando de las políticas públicas
(ministerios de Economía, secretarias de Hacienda o del Tesoro, Bancos Centrales, y en el
terreno internacional, dirección de organismos como el Fondo Monetario Internacional, el
Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio). La disputa se ha desarrollado en
12
Ubicar a Keynes en el mundo clásico es incorrecto, como veremos en el capítulo respectivo.
13
Robbins, Lionel, Naturaleza y significación de la ciencia económica, FCE, México, 1944.
los términos de un mainstream donde la “economía” es lo definido por la ciencia
económica y “lo otro”, la “economía política”, no sería más que un residuo ideológico.
Olvidando que, en realidad, el 70 % de la construcción del pensamiento económico
sustantivo proviene del arsenal clásico14.
Hoy el lugar de la lucha política e ideológica ha dejado a los que se ubican en el lugar
“clásico” de la economía política el sitio de la heterodoxia, cuando en realidad en el
recorrido del pensamiento económico, por su origen y desarrollo, nos tocaría el lugar de la
ortodoxia.
14
Por supuesto hacemos una valoración al decir pensamiento económico “sustantivo”. Ello dice mucho de
nuestra opinión sobre la inmensa mayoría de los papers de economía publicados actualmente en las
principales revistas científicas.
15
Podemos sumar aquí a la antropología, la historia, la geografía, la lingüística, etcétera.
16
Schumpeter, Joseph, Historia del análisis económico, Ariel, Barcelona, 1982.
Económica. Cuando hablamos de “economía” en general estamos utilizando entonces
enunciados que los podemos separar en estos tres tipos.
Economía Política
17
Ver, por ejemplo, Roll, Eric, Historia de las doctrinas económicas, FCE, México, 1942, Villey, Daniel,
Historia de las grandes doctrinas económicas, Nova, Buenos Aires, 1960, o Lekachman, Robert, Historia de
las doctrinas económicas, Leru, Buenos Aires, 1959.
18
Desarrollaremos estas cuestiones en los capítulos respectivos referidos a Marx y a los neoclásicos.
19
Lakatos, Imre, El falsacionismo sofisticado, Eudeba, Buenos Aires, 2010.
así las mismas teorías van resolviendo, estilizando y complejizando sus modelos. Entonces
la discusión de fondo, para nosotros, es que las diferentes escuelas hablan de cosas
distintas, porque piensan la sociedad de forma diferente y porque las preguntas primarias
que se hacen no son iguales, hasta el extremo de que la definición de economía de cada una
no coincide en absoluto con la de su opuesto.
Y este punto es nodal para diferenciarse de lo que, en el siglo XX, se entiende por
“ciencia económica”. El discurso de esta última (y pensemos en Robbins, o en Milton
Friedman) es que la economía es una sola, donde, a partir de una única e indiscutida
definición, se comienza por algún cuerpo teórico neoclásico y se lo presenta como “la
ciencia”, sin cuestionarlo, procediéndose entonces a desarrollar la analítica desde allí.
Para nosotros la visión de la ciencia económica llamada “moderna”, desde el patrón
neoclásico en adelante, va a ser el de una corriente más, una cosmovisión como cualquier
otra del campo de la Economía Política, y no, como ella se pretende, una estación de
síntesis a partir de la cual nace la economía como ciencia, mientras que el resto pertenece a
una confusa “prehistoria” ideológica20.
Evidentemente la Economía Política convive con la ideología. Pero al mismo tiempo
aspira a tener atributos de ciencia. Tratemos de precisar esta compleja relación.
Cuando hablamos de ideología nos estamos refiriendo a21:
a) Cosmovisiones, o sea conjuntos articulados de ideas sobre algo.
b) Falsa conciencia. Esas visiones enunciadas en a) son siempre en algún punto falsas.
Son “científicamente” falsas. En algunos casos son absolutamente falsas,
distorsivas, en otros casos, son falsas por lo menos por simplificación. Sin embargo,
sostiene Schumpeter, las usamos y no podríamos vivir sin ellas, siendo
precientíficas pero no preanalíticas22. Tiene que ver con un conjunto de reflexiones
racionales, que nosotros hacemos y con las cuales convivimos cotidianamente.
c) Tienen un carácter subjetivo. Es decir, interpelan a algún sujeto. Con las ideologías
se está de acuerdo o en desacuerdo, se invita a una acción o se llama a no realizarla.
Althusser va a señalar que una forma de diferenciar un enunciado científico de otro
ideológico es que el primero es un “discurso sin sujeto”, mientras que el segundo
siempre está interpelando a alguien.
d) Es una representación –falsa en algún punto, según b)- del lugar del sujeto
interpelado ante sus condiciones materiales de existencia. Esta representación hace
a la visión que tiene el sujeto frente al todo, cumpliendo entonces la función de
cemento social.
20
en la mayoría de las currículas de las facultades o escuelas de economía existe una materia llamada
“Historia del Pensamiento Económico”. A ella se remite todo el pensamiento “anterior” a 1870,
estudiándoselo como si se estuviera analizando la arqueología de un ser que ahora ha crecido y desarrollado
sus atributos en su mayoría de edad.
21
Ver Althusser, Luis, La filosofía como arma de la revolución, Pasado y Presente, Córdoba, 1970.
22
Schumpeter, Ciencia e ideología, en Investigación económica, Vol.29, nro.115, UNAM, México, 1969.
Vamos a coincidir con Althusser en sostener como falsa la visión iluminista de que la
ciencia simplemente “devela” lo que la ideología impide conocer. La relación es mucho
más compleja. Como sostiene Schumpeter, la ideología es esencial a nuestra visión
precientífica, a las preguntas que nos hacemos –y a las que no nos hacemos-, a las cosas
que miramos –y a las que no miramos. Como dice Schumpeter: a causa de las ideologías
avanzamos muy lentamente en el conocimiento científico. Pero sin ellas no avanzaríamos
en absoluto.
Análisis económico
Ya van doscientos treinta años de duro debate ideológico, que incluye al campo de “la
economía”. Debate y luchas que se materializaron en regímenes políticos, guerras y
revoluciones. Y el discurso económico fue decantando, a lo largo de ese tortuoso camino,
algunas conclusiones. En ciertos casos son acuerdos sobre terminologías, o formas de
“contabilizar” algún fenómeno. En otros son elaboraciones más formales. También pasó de
un discurso donde exclusivamente hacía uso de las palabras a la capacidad de representar
enunciados, problemas y modelos en forma geométrica y luego algebraica, para pasar más
adelante a la utilización del herramental matemático y estadístico más avanzado. Así se ha
ido decantando un lenguaje objeto propio a todos aquellos que se referencian como
“economistas”. A estos enunciados y planteos los llamaremos análisis económico.
Por supuesto es mucho más lo que la “ciencia económica” neoclásica esta dispuesta a
aceptar como análisis económico de lo que sería para un economista clásico o marxista.
Pero podemos acordar que existe un terreno común, si bien acotado, de conocimientos y
terminologías adquiridos y utilizados por todos. Esto incluiría desde la tendencia a la
igualación de las tasas de ganancia en condiciones de libre movilidad de capitales, las leyes
básicas de la oferta y la demanda de mercado, su representación geométrica y la capacidad
de medir los impactos de modificaciones entre cantidades, precios e ingresos
(elasticidades), hasta las formas de medir y las relaciones básicas de las cuentas nacionales
(producto, ingreso, valor agregado, balanza de pagos o presupuesto). E incluso algunas
elaboraciones de mayor grado de complejidad, como la Matriz Insumo Producto de
Leontief, o los criterios de optimización comunes a economías de mercado y planificadas23.
Podemos sostener entonces que todo economista, de mejor o de peor gana, tiene que
aceptar hasta algún punto la trayectoria de la disciplina y de su historia. Por ejemplo, si
queremos medir la relación económica entre dos países tenemos que referirnos a la balanza
de pagos, y no importará que pensemos que los dos países son iguales, o que uno es un
imperio y el otro un país sometido: la herramienta que se tiene para proyectar el análisis es
la balanza de pagos y no otra. Incluso, si se llegara a la conclusión que esa herramienta es
insuficiente o incluso no sirve para lo que se está específicamente estudiando, se tendría
muchísimas dificultades, no ya para crear otra, sino para hacerla operativa, ya que
23
Por supuesto que siempre habrá economistas, de las más diversas vertientes, que no reconozcan siquiera
esto.
difícilmente contemos con los recursos como para realizar la toma de datos que ese nuevo
instrumento requeriría.
Este campo, el del análisis económico, puede entonces, no sin muchas dificultades,
“despejarse” del debate ideológico. Pero no es sencillo porque muchas veces, como
veremos en seguida, la forma de otorgar mayor entidad a un enunciado ideológico consiste
en disfrazarlo detrás de alguna modelización abstracta.
Debemos precisar que quiere decir que la economía ha decantado una parte
instrumental, técnica, con su terminología específica y algunas herramientas analíticas. Si
así no fuera, diríamos que la economía no es una disciplina científica (o con aspiraciones de
cientificidad) sino que se trataría de puro discurso24. Que la mayoría de lo que el
pensamiento neoclásico entiende por análisis económico no sea más que una porción de la
cosmovisión ideológica neoclásica no nos puede hacer negar la real existencia de ese
espacio de conocimiento, que llamaremos análisis económico. Y en este campo, dado
enunciados claros o formas de medir acordadas y verificadas universalmente por el campo
disciplinar, sí debemos aceptar que los criterios de refutación se realizan a partir del par
“verdadero” o “falso”.25
Política económica
24
Se ha planteado un debate muy interesante al respecto en el campo del marxismo. Ver Rosdolsky, Roman,
Génesis y estructura de El Capital de Marx, Siglo XXI, México, 1978.
25
No estamos aquí introduciéndonos en lo que se conoce como el debate “metodológico” sobre la economía,
profuso y complejo, y rodeado, el sí, de enormes prejuicios ideológicos.
26
Weber, Max, La política como vocación, en Escritos Políticos, México, 1978.
los objetivos de política económica. Es más, la mayoría de los discursos “económicos” de
los mandatarios o candidatos a tales solo contienen generalidades del tipo de “incrementar
el bienestar”, “aumentar la producción” o “reducir el desempleo”, por citar las más
habituales. Queda entonces en manos del “economista a cargo” tanto la definición de los
objetivos reales de política económica como su implementación. Ni que decir que en
innumerables ocasiones tanto la definición de objetivos como los propios menús de
implementación son directamente diseñados e impuestos por organismos internacionales,
tales como el FMI.
Tenemos entonces que la política económica contiene a la vez lo menos y lo más
ideológico de la economía. Lo menos, porque en el diseño de políticas económicas se
concentra toda la experiencia técnica de los efectos de las políticas monetarias y fiscales. Y
lo más, porque no hay nada más ideológico que una política económica en acción. Aquí es
entonces cuando se da plenamente aquella expresión de Lenin: “la economía es política
concentrada”.
27
Dobb, Maurice, Teorías del valor y de la distribución desde Adam Smith: ideología y teoría económica,
Siglo XXI, México, 1975.
28
Por supuesto que nos estamos refiriendo aquí a los economistas que defienden y sostienen el sistema
capitalista, inmensa mayoría del colectivo de la profesión. No entraría en esta definición aquellos que, aún
aceptando ser definidos como “economistas”, nos ubicamos en el pensamiento crítico o heterodoxo con
respecto al mainstream.
Todos los grandes economistas han tenido intencionalidades políticas en la
elaboración de sus enunciados. Podemos acordar o no con la cientificidad de sus planteos.
En determinados momentos históricos han defendido a las clases sociales que encarnaban
los postulados más progresistas, y en otras han aparecido como los teorizadores de los
planteos más reaccionarios. Pero lo primero que debemos entender es que es imposible
acceder a los planteos económicos de ningún autor si no es en el marco de la disputa
política que éste estaba dando. Y que recién desde allí podremos comprender la
especificidad de los planteos analíticos de cada uno. Así, por ejemplo, tenemos que saber
que David Ricardo, cuando construyó su cuerpo teórico estaba dando una feroz pelea
política apoyando a la burguesía industrial inglesa contra el poder terrateniente de su época.
Lo que había en juego era una disputa central alrededor de la apropiación del excedente
(que se definía en el parlamento británico a través de la derogación o no de las llamadas
“leyes de granos”). Este es el motivo central por el que Ricardo elabora su teoría de la
Renta Diferencial de la Tierra y la de las Ventajas Comparativas en el Comercio Exterior,
como veremos en el capítulo respectivo. Por eso debemos comprender de que se trataba ese
cuerpo teórico en términos políticos, qué eran los Principios de Economía política y
tributación, el libro de 1817, en tanto panfleto político y qué estaba en juego.
Además, cuando hablamos de la economía como discurso de poder también nos
referimos a los “usos” posteriores que se hacen de la doctrina o los elementos analíticos de
un autor. Así, siguiendo con el ejemplo ricardiano, las Ventajas Comparativas en el
Comercio Exterior, que habían sido planteadas como arma contra el terrateniente inglés de
principios de siglo XIX, van a terminar convirtiéndose en el justificativo ideológico del
libre cambio y la especialización en bienes primarios de la política económica
latinoamericana a fines del siglo XIX, a favor ahora de los propietarios latifundistas de esta
parte del globo y de la ubicación dependiente de estas naciones frente al imperialismo
británico.
Como vemos entonces, la economía se transformó en una poderosa herramienta de
justificación ideológica, quizás la más importante en el capitalismo, para que la burguesía,
como clase económicamente dominante, se constituya y mantenga también como clase
políticamente dominante. Se trata de entender toda la potencia de una famosa sentencia de
Keynes: “Los hombres prácticos, que se creen por completo exentos por completo de
cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto”29.
29
Keynes, John Maynard, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, FCE, Buenos Aires, 2001.
Este interrogante no tiene una respuesta sencilla. En un brillante texto de principios del
siglo el XX30, Rosa Luxemburgo clasificaba las contestaciones en los siguientes campos:
a) Aquellos que sostienen que la economía existió “desde siempre”, ya que siempre el
ser humano hubo de ocuparse de sus condiciones materiales de existencia.
b) Los que afirman que se trata de una disciplina que surgió en el siglo XVIII, que se
terminó de definir como “ciencia” a partir del último cuarto del siglo XIX y que,
comparativamente a otras disciplinas, es “joven” y recién ha dado sus primeros
pasos, teniendo un inmenso campo por delante.
c) El planteo de Marx y la crítica a la economía política, que afirma que, a posteriori
de los clásicos, tras algunos debates en la década del veinte del siglo XIX, la
economía se ha transformado en una disciplina apologética del capitalismo
(“economía vulgar”, tal será la expresión de Marx) y que, en su aspiración de
cientificidad, estaría acabada.
Podríamos agregar un cuarto grupo, no enunciado obviamente por Rosa Luxemburgo,
que incluiría a aquellos que contraponen a una economía burguesa o capitalista, la
existencia de una economía socialista, entendiendo por tal el conjunto de los debates y
técnicas que se fueron produciendo en las economías centralmente planificadas a lo largo
del siglo XX.
Vamos a establecer nuestra posición con respecto a estos cuatro “campos” de
posibilidades.
Con respecto al primero, es un hecho de que el ser humando siempre tuvo que realizar
una actividad productiva para sobrevivir. Como explicamos al comienzo del capítulo,
siempre existió el trabajo, entendiendo por tal el esfuerzo físico y mental por apropiarse y
transformar la naturaleza, actividad que a la vez fue transformando al propio ser humano, a
la vez que iba generando la creación y utilización de herramientas, técnicas y tecnologías.
También es un hecho de que desde muy temprano en la historia de la humanidad existió la
preocupación por la medición del tiempo de trabajo, fundamental para la planificación de
las propias tareas diarias, semanales, mensuales o anuales. Y, por último, que el trabajo
siempre adoptó un carácter social, dando lugar desde muy temprano a una incipiente
división del trabajo (que en principio tomó la forma de una división sexual del trabajo). Sin
embargo, durante la mayor parte de la historia de la humanidad, esas actividades fueron
transparentes, apoyadas y justificadas en consideraciones ideológicas que no tenían nada
que ver con lo económico, pudiendo ser teológicas, raciales o de otro tipo. Lo producido, y
por lo tanto, la riqueza o pobreza de una comunidad, era un conjunto visible de bienes
materiales. La explotación de un sector social por otro también era visible y transparente, e
incluso justificado. Así, el esclavo trabajaba y producía un excedente para su amo, como lo
hacía el siervo de la gleba para el señor feudal. No había entonces “interrogantes” que
responder al respecto. Podía haber consideraciones sobre cómo justificar esas actividades, o
cuanto tiempo dedicarles, como aparece en Aristóteles o en los debates medievales, pero en
todos los casos subordinadas a temas teológicos o éticos. Como conclusión, respondemos
30
Luxemburgo, Rosa, Qué es la economía, en Obras Escogidas, tomo I, Ediciones Pluma, Buenos Aires,
1976.
entonces enfáticamente que la reflexión sistemática y científica sobre lo económico (la
economía como disciplina) no existió siempre, negando ubicarnos en el primer grupo.
Vayamos ahora a la segunda posibilidad. Efectivamente, acordamos con que la
economía política es una disciplina que aparece y se desarrolla analíticamente en la
segunda mitad del siglo XVIII. En el apartado siguiente desarrollaremos a fondo esta
cuestión. Pero no acordamos en absoluto con que se trata de una “ciencia” que se viene
desarrollando en un sentido ascendente desde entonces. Creemos que toda su potencialidad
como discurso de poder de la burguesía en ascenso en su lucha contra el antiguo régimen le
permitió asumir un carácter crítico, y por lo tanto científico, que aportó a los numerosos
aportes (y también a las limitaciones) de autores como Smith y Ricardo. A posteriori, el
transformarse en la disciplina que debe “justificar” un orden ya vigente (el capitalismo y
más específicamente, el momento en que la burguesía alcanza plenamente el poder político)
le genera una muy seria crisis. Los elementos ideológicos, y a partir de ese momento
apologéticos, sobrepasan y por mucho, a eventuales nuevos aportes científicos.
Esto nos lleva al planteo de la crítica de la economía política. Acordamos con la
definición de Marx, de una economía “vulgar”, que ha cerrado la etapa de creatividad de
los economistas clásicos. Más aún, extendemos el calificativo de vulgaridad hacia la
corriente que surge y se desarrolla a posteriori (los neoclásicos, marginalistas o
subjetivistas). A ellos, más que a ninguno, les cabe el rótulo que les coloca Marx a los
economistas burgueses de las décadas del 30, 40 o 50 del siglo XIX. Sin embargo, si nos
remitiéramos estrictamente a la afirmación de Marx, tendríamos que dar por cerrada y
terminada la discusión económica. Y sucede que a posteriori el capitalismo entró en una
nueva época o fase, el llamado “imperialismo”. Crisis de una magnitud incomparablemente
más grande que las vividas por Marx, guerras, revoluciones, convulsiones de todo tipo,
recorrieron un capitalismo que, además, alcanzó en sus límites al planeta entero. Las
reflexiones y elaboraciones sobre estas cuestiones, tanto en el caso de los propios marxistas
(y estamos pensando en figuras de la talla de Rosa Luxemburgo, Hilferding, Lenin, Bujarin,
Trotsky, entre los clásicos y una larga lista de economistas marxistas en las décadas
posteriores) como las respuestas y nuevas elaboraciones de la economía burguesa (dentro
de las cuáles sobresale por supuesto la figura de Keynes) pertenecen al campo de nuestra
disciplina. No cabe duda de que se trata de “economía”, más aún, de economía política,
aunque, como veremos en su momento, Keynes no nos aceptaría ubicarse junto al resto de
los nombres que hemos citado. Porque la economía, la economía política y su crítica, tienen
un objeto de estudio claro: la sociedad capitalista, sus desarrollos y sus crisis, como
precisaremos en el apartado siguiente.
Nos queda por último el análisis del cuarto campo. Y aquí nuestra respuesta es
ambivalente. Los debates y análisis técnicos que surgen de la experiencia de los países en
los cuáles se ha expropiado el capital deberían, si seguimos estrictamente la definición de
que la economía consiste en estudiar la sociedad capitalista, quedar por fuera del campo de
estudios de nuestra disciplina. Sin embargo, estos países convivieron de una forma
compleja y contradictoria con una sociedad mundial capitalista. Su carácter “transicional”
se vio más claro que nunca cuando se dieron a fines del siglo XX los procesos de
restauración capitalista. Vamos a afirmar entonces, que la economía mundial es una unidad,
donde rigen leyes de valorización y acumulación a escala global que se impusieron, aun
contradictoriamente, en los países en los que se expropió el capital. Los debates sobre la
planificación y el mercado, sobre la validez o no de la ley del valor en esos países, sobre el
sistema de precios, sobre la posibilidad de convivencia en una misma formación social de
elementos de economía mixta o no, pertenecen, a nuestro juicio al campo del pensamiento
económico. Y lo incorporamos, como parte de la comprensión de una totalidad: el
capitalismo que, en la fase imperialista, se impone globalmente en todo el planeta.
Los planteos del apartado anterior nos llevan a afirmar entonces que la economía,
como campo de reflexión específica, existe desde que las relaciones sociales han adoptado
una opacidad para poder observar las condiciones materiales de existencia. Lo
“económico”, entendiendo por tal las actividades materiales, aparecen como absolutamente
separadas de las políticas. Seguiremos en esto a Hegel, que lo había ya definido como la
escisión entre sociedad política y sociedad civil, el mundo de lo público y el mundo de lo
privado31.
Es fundamental comprender esta escisión. Porque a partir de ella el trabajo adopta una
forma social específica que a generar una opacidad en la comprensión de las condiciones
materiales de existencia de los seres humanos que no existía en sociedades previas.
A partir de este hecho, surge el interrogante: ¿Cuál es el momento específico del
surgimiento del pensamiento económico?
Para responder, vamos a sostener que la economía política como disciplina es un
producto de:
1) la modernidad
2) la generalización de las mercancías.
3) el capitalismo.
La Modernidad
31
Hegel, Filosofía del Derecho, Claridad, Buenos Aires, 1987.
32
Aristóteles, La Política, Losada, Buenos Aires, 2005.
reflexiones que hace Aristóteles, que también podemos encontrar en otros textos antiguos,
(por ejemplo, en la Biblia encontramos prescripciones sobre el jubileo -perdón de las
deudas-, o en el pensamiento medieval debates sobre el justo precio), vamos a sostener que
no pertenecen al campo propio de la economía política. Remitámonos a Aristóteles, que
decía la economía era una práctica, la de administrar correctamente las cuestiones
materiales, pero subordinada a otras superiores, como la política y a la moral. Según el gran
filósofo griego, los ciudadanos tenían que aprender a resolver las cuestiones materiales de
la manera más eficientemente posible, para poder “despreocuparse” de ellas y dedicarse a
lo efectivamente importante que era la discusión del bien común y de la polis, o sea, la
política y la moral.
Marx, en El Capital, toma esta definición de Aristóteles en una nota a pie de página y
se plantea reflexionar sobre la “práctica desviada” de la economía aristotélica: la
crematística. El término “crematística” remite a dinero y a comercio, que según Aristóteles
podía dar lugar a dos “usos”, uno correcto y útil, el intercambio de bienes para mejorar las
posibilidades de consumo, y otro condenable, la acumulación de metálico. Aristóteles
sostenía que era una práctica moralmente desviada dedicarse a enriquecerse y acumular
como actividad central. El planteo que hace Marx es interesantísimo y provocador: la
economía capitalista es en realidad, “crematística”, esa conducta desviada que condenaba
Aristóteles en el mundo griego.
De hecho, todo el pensamiento económico anterior a la modernidad está subordinado a
la política, a la moral o a la teología. Tales las discusiones de Santo Tomás sobre el justo
precio, -que no era la búsqueda del precio de equilibrio entre oferta y demanda, como
podría leerse con ojos modernos- sino que se planteaba como el que se debía cobrar para
ser un “hombre justo” independientemente del mercado.33
El pensamiento económico como tal, entonces, es moderno. Esto no es algo exclusivo
de la economía, sino por el contrario, común al conjunto de las ciencias sociales.
Y cuando hablamos de “modernidad” nos referimos específicamente a un momento
histórico, que ubicaremos alrededor del final del siglo XV, a lo largo del XVI y que alcanza
su madurez plena en la primera mitad del XVII.
¿Qué ha pasado en ese período? Un torbellino de acontecimientos modifica la
percepción que los seres humanos tienen de sí mismos, de su origen, del sitio donde viven –
llámese continente europeo, planeta Tierra o incluso universo-.
A principios del siglo XVI el planeta se “duplica de tamaño”: va quedando claro que
aquel lugar al que había llegado Cristóbal Colón y luego el resto de los conquistadores
españoles y portugueses no eran “las Indias”, sino un nuevo continente, un pedazo de tierra
enorme, que dividía, yendo hacia el oeste, y ampliaba hasta el extremo de doblar el tamaño
esperado, el camino entre Europa y Asia.
33
Autores de la llamada “escuela austríaca”, que aparece a fines del siglo XIX no acordarán con este planteo.
Sostendrán, por el contrario que hay importantes elementos analíticos, precursores de la teoría subjetiva del
valor, en la escolástica española, en particular en la llamada “escuela de Salamanca”. Gómez Camacho,
Francisco, Economía y filosofía moral: la formación del pensamiento económico europeo en la Escolástica
española, Síntesis, Madrid, 2011.
Unos pocos años después, también en el siglo XVI, la cristiandad –el cemento
ideológico que unificaba a Europa desde hacía más de 1.000 años- sufre su mayor sismo.
Surge la ruptura que dará lugar al protestantismo. Notemos los elementos centrales del
planteo de Lutero: libre interpretación de las escrituras, biblias accesibles al pueblo y
traducidas a las lenguas vulgares (saliendo de la “exclusividad” del latín). Un invento que
había aparecido apenas pocos años antes –la imprenta de Gutenberg- hacía posible la
reproducción impresa de textos sagrados y, a partir de ahí, transformaba en posible el
planteo protestante.
Por esos mismos años, en la ciudad de Florencia –una de las tantas que estaban
siendo el germen de una nueva clase social, la burguesía- aparece quien secularizará el
pensamiento y la acción política, separándola, desgarrándola, de toda vinculación con la
moral y, a tono de época, con la religión: Nicolás Maquiavelo escribirá el primer texto
profano sobre el poder: “El Príncipe”.
Más cosas sucederán en esos años tormentosos del 1500-1550. Se produce un enorme
cambio estético, de la mano del Renacimiento. Genios como Leonardo Da Vinci, o Miguel
Ángel, producen pinturas y esculturas monumentales. Pero lo que llama la atención no será
la belleza y perfección de las obras, sino la revolución que hay en ellas: glorificación del
cuerpo humano, desnudos esbeltos poblarán incluso los sitios más sagrados de la
cristiandad. Los motivos de estas obras de arte seguirán siendo mayormente religiosos
(quizás la mayor expresión es el David de Miguel Ángel), pero a nadie se le escapa que lo
que hay es una búsqueda profana de observación, repetición, copia y exaltación de la
corporalidad material, saliendo de la exclusividad religiosa del “alma”. Eso, tan diferente al
arte medieval de los siglos anteriores, será llamado justamente “Renacimiento”, o sea la
“vuelta a la vida” del viejo arte grecorromano.
En esos tiempos, Galileo le dará un terrible cachetazo al orgullo humano occidental,
que se pensaba como “creación divina” y ojo central de toda visión: la tierra no está quieta
en el centro del universo, sino que “se mueve”. La exacta relación de fuerzas de la época la
señala la clásica anécdota de un Galileo firmando ante el Tribunal de la Inquisición que, tal
como decía la Iglesia Católica, la tierra es el centro perenne e inmóvil del universo. Y
agregando, tras firmar, resignado y derrotado: “eppur si muove” (“pero se mueve”).
En esos siglos (fin del XV-XVI-XVII) se producirá también el surgimiento de una
nueva clase social: la burguesía. Lo que primero son los comerciantes de las ciudades libres
–los burgos- emblemáticos en el Mar del Norte (liga Hanseática) o en Italia (Florencia,
Venecia, Génova, Nápoles, Milán), se irán transformando en los grandes financistas de las
empresas conquistadoras (de América y África) y luego de los monarcas absolutos que van
dando forma a los estados nacionales tal como hoy los conocemos, que amplían y
generalizan los mercados y que, ya en el siglo XVIII, revolución industrial mediante, darán
lugar al desarrollo del capitalismo. Brillantemente lo resumirá, ya en el siglo XIX, Karl
Marx en el Manifiesto Comunista: “de los siervos de la Edad Media surgieron los villanos
libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos
de la burguesía”34.
34
Marx, Karl, Manifiesto Comunista, Anteo, Buenos Aires, 1973.
Todas estas modificaciones, enormes, tenían naturalmente que impactar en la
autopercepción que los seres humanos tenían de sí mismos. Y debía manifestarse en la
forma más alta de reflexión de la época: el pensamiento filosófico. A esto nos referimos
cuando hablamos de “la modernidad”, que tiene un origen en las grandes reflexiones de
René Descartes. En su frase más popular –“pienso, luego existo”35- se encierra todo el
contenido de lo que se va a desplegar de ahí en adelante.
Analicemos en detalle esta afirmación: ¿Quién piensa? “Yo” pienso, es la respuesta.
Se trata de un giro absoluto. Una reflexión filosófica que a la pregunta madre: ¿qué existe?
Y, sobre todo, a su respuesta milenaria –“el ser”- no responde desde la certeza en que eso
se expresa perfecta e infinitamente en Dios, sino que contesta, más modestamente: “yo”, el
sujeto, el ser humano.
El ser humano, el sujeto, se convertirá de acá en más entonces en el centro del
universo, de la reflexión y de la existencia. Pasamos de una cosmovisión teocéntrica de la
totalidad a una antropocéntrica. Lo importante, lo central, ya no será Dios, sino el “hombre”
–nosotros preferiremos decir, para evitar derivas sexistas, “el ser humano”. Pero este paso
del teocentrismo al antropocentrismo será fundamental no sólo en la respuesta por la
existencia, sino en los mecanismos metodológicos por los que llegamos a la misma. Porque
la forma de “demostración” de la existencia de Dios, como fuente del todo, arrancaba de “la
fe”, o sea de una certeza. Descartes plantea, por el contrario, que el principio metodológico
es “la duda”. Se trata de lo contrario, de lo herético: dudar de todo. De todo, excepto de una
sola cosa: de “mi” propia existencia. Y Descartes coloca esa única certeza detrás de un
segundo elemento fundamental: “sé que existo, porque pienso”. El pensar, la capacidad de
razonar adquirirá entonces, y es el segundo elemento central de la modernidad, una
importancia fundamental.
La modernidad inaugura, entonces, la primacía del individuo, y la de la razón. Todo
debe -y puede- explicarse racionalmente. La razón se transformará con todo lo maravilloso
que esto implica –pero también lo peligroso- en la medida de todas las cosas.
Vamos a incorporar un tercer elemento a este despertar de la modernidad. También
surge de una frase de Descartes: “el sentido común es lo que mejor distribuido está entre los
seres humanos”36. Precisemos la importancia de esta frase, porque es el primer paso hacia
algo que, recién siglos más adelante, se hará efectivo “sentido común” para todos: los seres
humanos son libres –de poder razonar- e iguales –en capacidad de hacerlo-.
Ese “reino de la razón”, que irá desplazando, lenta y paulatinamente, al “reino de
Dios”, ¿cómo opera exactamente? El pensamiento del siglo XVI y XVII no tendrá una
postura única al respecto. Siguiendo a Zeitling37, diremos que se observa una división entre
los autores “racionalistas” y “empiristas”. Los primeros pondrán el centro en la capacidad
de razonamiento, sin necesidad de acudir al “afuera”. Es como si todo “estuviera en el
cerebro” y solo se tratará de sacarlo por medio de las herramientas metodológicas
adecuadas. El propio Descartes será el “padre” de esta concepción. Por supuesto, algunas
35
Descartes, René, Discurso del método, Gredos, Madrid, 2010.
36
Descartes, René, op.cit.
37
Zeitling, Irving, Ideología y teoría sociológica, Amorrortu, Buenos Aires, 1993.
disciplinas calzan con justeza en este esquema, en particular la matemática y la geometría,
no casualmente fuertemente desarrolladas por Descartes.
El pensamiento empirista, por el contrario, apela a las sensaciones. Su eje estará en
John Locke, que sostiene que llegamos al mundo con “nada” en nuestro cerebro, que sería
algo así como una “tabula rasa”. Y que nuestros conocimientos, de los más sencillos a los
más complejos, son productos de nuestras sensaciones, interactuando con el ambiente. Sin
entrar en reflexiones filosóficas, sino exclusivamente remitiéndose a la práctica en el
campo de la física y la astronomía, Galileo Galilei puede ser incluido en esta corriente.
Habrá que esperar al siglo XVIII para que estos planteos en apariencia disímiles del
racionalismo y empirismo se sinteticen en la ciencia práctica con Isaac Newton (que unirá
observación y análisis genialmente en su ley de la gravedad) y, en el pensamiento filosófico
con Immanuel Kant.
Pero lo que nos interesa a nosotros no es seguir los meandros que llevan al desarrollo
de la epistemología moderna en general, sino concentrarnos en algo que surgirá, producto
también de todos estos debates, en pleno siglo XVII: las reflexiones sobre el poder y la
sociedad. Es que el pensamiento de la modernidad irá derivando lógica y políticamente
hacia la pregunta: ¿Por qué algunos mandan y otros obedecen? Nótese la importancia
radical de esta pregunta cuando la respuesta, en el marco de la modernidad, ya no puede ser
“porque así lo dijo Dios”, y ni siquiera, como hubiera respondido Aristóteles, “porque
algunos nacieron para mandar y otros para obedecer”. La pregunta exigía una respuesta que
respetara los principios de la modernidad: centralidad en el sujeto –ser humano, libre e
igual- y racionalidad en la contestación.
Ahí es donde aparece, y podemos decir, siguiendo a Portantiero 38, que se va a ir
“desgajando” de la filosofía el pensamiento político burgués moderno. Tres personajes, tres
figuras claves, nos sirven para ilustrarlo. Thomas Hobbes, que en su Leviatán de 1651
responderá que la exigencia de un poder presente se debe a que los seres humanos, dejados
en “estado de naturaleza” (o sea sin orden político explícito), se devoran entre sí.
Requiriéndose por lo tanto un Estado Absoluto –leviatánico-, que garantice el orden. John
Locke, el mismo al que hemos citado como padre del empirismo, ahora citando en su
Segundo Tratado del Gobierno Civil los principios básicos del liberalismo político, con la
presencia de un “estado mínimo” –“guardián nocturno” que vigila nuestra vida, nuestra
libertad y nuestra propiedad, pero deja a nuestro exclusivo arbitrio un amplio campo de
actividades “privadas” que empezarán a tomar el nombre de “sociedad civil”. Y, por último
Jean Jacobo Rousseau, que, también reflexionando sobre las formas de dominación, nos
acercará a los temas del “Contrato Social”, y la “Voluntad General”. Ellos, junto a otros
pensadores como Baruch de Spinoza en el siglo XVI y el Barón de Montesquieu en el
XVII, irán sembrando el camino hacia las reflexiones sobre el origen secular del estado
moderno y las formas políticas que mejor se adecuaban a unos seres humanos ahora
autopercibidos como libres e iguales: la república democrática. Serán estos autores, al dar
origen a un pensamiento social diferenciado, en clave de lo que se llamarán las “Ciencias
Políticas” (luego, en el siglo XX, otro debate epistemológico les quitará las “s” y pasará a
hablarse de Ciencia Política), quienes crearán, de hecho, la primera de las disciplinas de lo
38
Portantiero, Juan Carlos, La sociología clásica: Durkheim y Weber, CEAL, Buenos Aires, 1992.
que luego será el arco total de las Ciencias Sociales. Citando a Juan Carlos Portantiero: “lo
que podríamos llamar ciencia política, esto es, teoría del gobierno y de las relaciones entre
el gobierno y la sociedad, es el primer campo (secularizado) del saber que habrá de irse
constituyendo dentro del orden más vasto de las ciencias sociales”.
La segunda disciplina que se separa del campo de la teoría filosófica (y “moral”,
como se decía entonces) será justamente disciplina que estamos analizando, la economía
política. Nuevamente seguimos a Portantiero al señalar que las reflexiones económicas,
surgidas al calor de la generalización de los mercados, la revolución industrial y el
consecuente despliegue del capitalismo, darán lugar a todo un programa “material” para la
burguesía en ascenso, que se hará liberal de la mano de Adam Smith y David Ricardo. Acá
resulta interesante incorporar la reflexión que hace Michel Foucault en Las Palabras y las
Cosas39, al insistir en que hay un cambio de “objeto de reflexión”, al dejar de pensarse
exclusivamente en el origen de la riqueza –algo así como una “técnica” de la búsqueda, tal
como era la alquimia como predecesora de la química- y pasarse a hablar de “economía”,
como una parte esencial de la reflexión de la sociedad. Es que, nuevamente dejando hablar
a Portantiero, “tanto la ciencia política cuanto la economía política no eran concebidas por
sus fundadores como compartimentos cerrados, como disciplinas irreductibles. Eran, en
realidad, fragmentos de una única ciencia de la sociedad. En algunos casos los campos de
interés común se entrelazaban en un solo individuo: Locke ha pasado a la historia de las
ideas como precursor de la ciencia política y también de la economía política. Hechos
políticos y hechos económicos eran concebidos, en general, como fenómenos que se
cruzaban y se condicionaban mutuamente”40.
Pero serán los conflictos sociales que se abren a fines del siglo XVIII y, sobre todo,
en pleno siglo XIX, los que abrirán la reflexión de un nuevo campo: la Sociología, en un
principio denominada “Física Social”. El análisis del exacto lugar de “la revolución” para
producir cambios sociales, tema abierto a partir de las revoluciones americanas pero, por
sobre todo, de la Revolución Francesa de 1789, y su contrapartida, “el orden”, serán los
grandes ejes de debate. Por algo la sociología será conocida como “la ciencia de la crisis”.
De la Revolución Francesa y, por sobre todo de su derrota en 1815, surgirá la fuerza de lo
que Zeitling denominará el pensamiento “romántico-conservador”, que plantea una vuelta
atrás, al mundo idílico y ordenado del Antiguo Régimen. A pesar que se trataba de una
utopía reaccionaria, esa corriente de pensamiento (encarnada en sus grandes autores
Bonald, de Maistre y Burke) obligada a pensar “el orden” y “lo social”, aporta una
complejización al pensamiento de las sociedades existentes: la idea de organismo, o “todo
social”, previo o anterior al individuo –“la parte”- o el lugar de los sentimientos y lo
irracional, en una epistemología que, hasta ese momento, planteaba con exclusividad el
racionalismo. Sin embargo, aunque son un antecedente importante, no serán ellos los que
darán nacimiento a la Sociología como disciplina diferenciada, sino los “positivistas”
(Saint-Simon y, por sobre todo Auguste Comte), optimistas, industrialistas, amantes del
progreso, pero también, y sobre todo, del “orden social”.
39
Foucault, Michel, Las palabras y las cosas, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002.
40
Portantiero, Juan Carlos, op.cit.
Nace así la Sociología, la tercera de las “ciencias” que se desgajan del tronco
filosófico (junto a la Teoría Política y la Economía Política). La sociología vivirá y se
desarrollará sufriendo la contradicción de ser una disciplina que exige un alto grado de
“crítica” a la realidad social existente, a la vez que propende al “orden” y, por lo tanto,
tendrá siempre un barniz reaccionario y conservador. Esa será la realidad de sus grandes
autores, Emile Durkheim y Max Weber, considerados, con justicia, los grandes teóricos de
la defensa del orden burgués. Por eso su madurez, y desarrollo pleno, sólo lo alcanzará
cuando la burguesía ya obtenga el poder político plena y claramente. Más aún, cuando este
sea confrontado por un actor social nuevo: el proletariado, la clase trabajadora de los siglos
XIX y XX. Otros autores del pensamiento sociológico original, como Spencer, Tönnies o
Simmel, también se verán cruzados por esta realidad.
Pero la sociología, como respuesta a estas convulsiones sociales, no estará sola.
Como bien dice Portantiero: “el estímulo para la aparición de la sociología es la llamada
Revolución Industrial; mejor, la crisis social y política que dicha transformación
económica genera. Con ella aparece un nuevo actor social, el proletariado de las fábricas,
vindicador de un nuevo orden social, cuando todavía estaban calientes las ruinas del
“Ancien Régime” abatido por la Revolución Francesa. Para dar respuesta a las
conmociones que esta presencia señala en el plano de la teoría y de la práctica social,
aparecerán dos vertientes antitéticas: una será la del socialismo –proyectado del plano de
la utopía al de la ciencia por Karl Marx-; la otra la que configura la tradición sociológica
clásica.”
Tenemos entonces dos respuestas a la crisis social: la sociología (ciencia del orden) y
los planteos de Marx (teoría de la revolución). Prestemos atención entonces en cómo se
articula, se funde podríamos decir, la teoría de la revolución social con la crítica a la
economía política, rompiendo las fronteras entre las mismas disciplinas que la propia
modernidad había creado y separado del tronco madre de la filosofía.
En esto Marx no estará sólo. Es que en el siglo XIX (y los comienzos del Siglo XX)
veremos la reflexión sobre la sociedad y el intento científico de comprenderla,
transformarla y ordenarla, siendo bombardeada y sometida a crítica por los “tres malditos”,
los tres que, siguiendo la conocida metáfora, se animaron a decir que “el rey estaba
desnudo”. Rompiendo los límites de las respectivas disciplinas (política, economía y
sociología, e incluso las propias barreras “respetables” del pensamiento filosófico, y hasta
la autoridad de la cientificidad del estudio médico sobre los cuerpos) surgirán las
reflexiones “inclasificables” de Marx, Nietzsche y Freud. Golpes mortales a las ideas de
racionalidad, libertad, igualdad. Como diría el Michel Foucault41, acá está el corazón para
pensar la sociedad moderna. El marxismo, el psicoanálisis freudiano y, la filosofía
nietzschiana, suman tres autores, parte indiscutible de las ciencias sociales modernas, que
rompen barreras, llamando a pensar de otra manera, poniendo en cuestión la totalidad,
“desordenando”, el pensamiento social tal como venía desde ese origen que hemos ubicado
en el comienzo de la modernidad.
Siguiendo en este punto a Foucault, señalaremos que las ciencias sociales, que nacen
creyendo que pueden comprender, enunciar y dilucidar lo “que está ahí”, al parecer en
41
Foucault, Michel, Nietzsche Marx, Freud, Anagrama, Buenos Aires, 2010.
forma transparente, sufrirán un golpe terrible con las reflexiones de estos tres pensadores.
Así, Marx, en el libro I de El Capital, hablará de “jeroglíficos sociales” que precisaban ser
develados a partir de un doloroso “trabajo”. Freud, años después, y citamos nuevamente a
Foucault “dice que hay tres grandes heridas narcisistas en la cultura occidental: la herida
impuesta por Copérnico; la hecha por Darwin, cuando descubrió que el hombre descendía
del mono; y la herida que ha ocasionado Freud cuando el mismo, a su vez, descubrió que
la conciencia nace en la inconciencia”. Nietzsche por su parte, “rompe” el orden
progresista de la racionalidad que parecía ir desarrollándose desde la filosofía clásica
alemana, en los senderos de Kant primero, de Fitche y Schelling luego, hasta coronar en la
inconmensurable obra de Hegel. Un cuestionamiento, el nietzscheano, que nos vuelve a
llevar a las orillas de la irracionalidad, de las sensaciones o, como dirá él, de lo “dionisíaco”
(citando al pensamiento griego anterior a Sócrates, Platón y Aristóteles). Detrás de sus
reflexiones surgirá, en el siglo XX, los recorridos complejísimos y terriblemente discutibles
del mayor filósofo de ese siglo: Martin Heidegger. Y, detrás de su sombra, la trágica
pregunta de a dónde nos ha llevado la modernidad, con su racionalidad, su técnica y,
agregamos nosotros –proyectando la sombra sobre las propias elecciones políticas de
Heidegger- sus campos de concentración y sus genocidios.
Es que el siglo XX (y lo que va del XXI), a partir de los recorridos de la teoría
política, la economía y la sociología, y también de los cuerpos teóricos críticos de Marx,
Nietzsche y Freud, seguirá ofreciéndonos nuevas reflexiones y disrupciones. La entrada en
el campo de las ciencias sociales de la lingüística (a partir de Curso de 1915 de Ferdinand
Saussure) será el punto de partida para el desarrollo posterior de la semiótica social y todo
el despliegue hacia lo que hoy, quizás con demasiada “holgura” llamamos “ciencias de la
comunicación”. La articulación del planteo de Saussure con las reflexiones de Claude Levy
Strauss dará lugar a lo que se conocerá como la “antropología estructural” y la apertura al
desarrollo de un nuevo campo. Muchas reflexiones se entrecruzarán en el siglo XX,
mientras se trata de entender el sentido de ese terrible maridaje entre el mayor desarrollo
tecnológico de la historia de la humanidad y las mayores carnicerías humanas.
El proyecto de la modernidad, y el discurso que de él emerge, porque de eso se trata
en suma la teoría social, se refiere, al decir de Esther Díaz, a “determinismo, racionalidad,
universalidad, verdad, progreso, emancipación, unidad, continuidad, ahorro, mañana
mejor”42. Sin embargo, tras los desgarramientos (teóricos e históricos) del siglo XX,
muchos han pensado que todo esto estaba acabado, derrotado, superado. Que no había sido
nada más que un gran “relato”. Que ya estábamos en otra era, la de la “posmodernidad”,
donde, de nuevo siguiendo a Esther Díaz “solo puede haber consensos locales o parciales
(universales acotados), diversos juegos de lenguaje o paradigmas inconmensurables entre
sí”).
Pero muchos creemos que la modernidad, nacida en ese quiebre de fines del siglo XV,
todavía tiene mucho para darnos y, siguiendo los juegos del lenguaje, “para decirnos”. Las
ciencias sociales, surgidas de esa creencia en que era posible conocer “el todo” que era la
filosofía post medieval, han nacido, se han desarrollado, entrado en crisis, creado y
recreado. Quizás una reflexión final es la sospecha, muy seria, que nace de largas lecturas
de Marx, Nietzsche y Freud, de que no existan “analíticamente” por separado. Que la
42
Díaz, Esther, Posmodernidad, Biblos, Buenos Aires, 2000.
comprensión, interpretación, crítica y transformación, de la realidad social que nos oprime,
solo es posible con la mente abierta y la disposición a leer, y aprender, de todas ellas a la
vez.
En este marco tenemos el recorrido de la economía política, que surge, se desarrolla, es
“criticada” por Marx, entra en crisis, se transforma en apologética, se recrea, en medio de
estos terribles vendavales.
Nace, como un producto genuino de la modernidad, con un Adam Smith en La
Riquezas de las Naciones planteando que el tiene una explicación, un programa para la
burguesía industrial en ascenso, que explicará cómo, a través del mercado, los individuos
conservando su libertad y su igualdad, todos iguales frente a la mercancía y el dinero se
dividen el trabajo por especialidades e intercambian. Y de esta forma lo material se articula
–casi muy idílicamente- con el mundo ideal de la teoría política clásica.
Así podemos leer el modelo de la Revolución francesa, de libertad, igualdad y
fraternidad, en clave del capitulo primero de Adam Smith. Y encontrar un punto de
comparación: son los productores, libres, un gran mundo de artesanos donde uno es
panadero, otro carnicero, cada uno se especializa en lo que mejor sabe hacer y después se
encuentran idílicamente en el mercado e intercambian. Son ciudadanos-productores, todos
iguales ante la mercancía y el dinero. Diríamos que es la pata económica de ese programa
político que corona el pensamiento iluminista43.44.
La economía política en su nacimiento es una parte del pensamiento iluminista. Smith
escribe en el año de la revolución norteamericana, en 1776. Entonces cuando decimos que
la economía es parte de las Ciencias Sociales, nos estamos refiriendo al recorrido de la
teoría social que, al final del siglo XVIII, produce como su pico más importante el
pensamiento de la economía política inglesa, -Smith y Ricardo- y luego Marx.
El Capitalismo
45
Este diálogo está tomado de uno similar en Luxemburgo, Rosa, op.cit.
la economía de mercado, donde se acabaron los “estratos”. El que tiene dinero adquiere
mercancías, porciones de riqueza social y su capacidad de disfrutarlas, no importando su
abolengo.
El capitalismo y el mercado necesitan el requisito de la igualdad formal, que nos es lo
mismo que la igualdad real. En el terreno del contrato de trabajo, que es la materialización
de la relación de mercado entre obrero y patrón, todavía existe formalmente ese principio
de igualdad, que es distinto a la relación entre señor y esclavo, o aun entre señor y siervo.
El capitalismo, entonces, requiere de la existencia de mercados generalizados, pero es más
que esto: es el momento en que la fuerza de trabajo también se generaliza como mercancía,
el excedente es producido como plusvalor y la ley del valor se materializa en la
acumulación del capital.
Todo el recorrido previo nos permite ahora acercarnos a una definición más precisa del
objeto de nuestra disciplina. Vimos que los mercados existen desde muy antiguo en la
historia de la humanidad. Sin embargo, la generalización de éstos es un producto moderno.
En la antigüedad el “mercado” era apenas un lugar físico en el que se reunían los pueblos
para comerciar, en determinadas épocas del año, llevando lo que les sobraba de su
consumo. Millones de personas a lo largo de la historia de la humanidad no fueron a un
mercado ni hicieron una transacción en su vida.
La característica del surgimiento del capitalismo es que se empiezan a ampliar los
mercados, comenzando por las ciudades del medioevo, hasta el extremo que la
mercantilización cubre todo, tanto en términos de bienes y servicios como de territorios.
Entendamos a fondo el concepto de “generalización de las mercancías”. No quiere decir,
evidentemente, que todos los bienes se han transformado en mercancías: siempre quedan
nuevos bienes y servicios por “mercantilizar”. El concepto de generalización de las
mercancías nos remite al momento en que ya se han generalizado tantos bienes, que se llega
al punto de que se transforma también en mercancía la fuerza de trabajo. Este es el punto de
corte.
Analicemos ahora el quid de la reflexión económica. Vamos a sostener que el nudo de
toda la teoría económica, lo que va a plantear la diferenciación incluso entre las escuelas
económicas rivales, es lo que vamos a llamar la teoría del valor. Recordemos esas
definiciones de economía que citamos al comienzo del capitulo. Remitían a dos cuestiones:
¿Qué era la riqueza? y ¿Cómo se repartía?
Ahora bien, en sociedades como las modernas, donde ello depende del intercambio de
mercancías en el mercado, lo nodal pasa a ser cuanto vale un bien, o más exactamente por
cuanto se intercambia46.
El intercambio fortuito, de una sociedad donde todavía no se han generalizado las
mercancías, nos remite a una instancia en la que el que intercambia el bien A tiene que
hallar otra persona que lo requiera, y que, a la vez posea el bien B, en el cual la primera esta
interesada. Pero allí no se termina el problema: falta que ambas se pongan de acuerdo en
que cantidades de A pueden intercambiarse con cuantas cantidades de B para que la
transacción sea equitativa. Recién resueltos todos estos interrogantes la operación de
cambio puede realizarse.
Un gran tema, que como ya podemos ver es central para la economía política, es
encontrar algún elemento homogeneizador que nos permitan definir cuando cualquier bien
en alguna cantidad es igual a cualquier otro también en una cierta magnitud. A medida en
que los mercados se empiezan a desarrollar un poco más aparece un equivalente general
que es aceptado por todos para el intercambio. Con la presencia de este equivalente ya
estamos en la prehistoria de la moneda. Entonces, la pregunta es qué es la moneda, cuales
son sus características, que objetos pueden asumir ese rol, como se la protege, pasan a ser
todos interrogantes a responder por la economía política.
Por eso es importante comprender que la moneda al principio se trata de un bien como
cualquier otro, que tiene una amplia circulación en ese espacio territorial: puede ser el
ganado ha sido moneda, los esclavos, la sal, o cualquier bien de circulación más o menos
general en la comunidad. Después pasaron a serlo los metales preciosos (ya que estos
“duran”, no se mueren como el ganado o los esclavos, pueden dividirse hasta su mínima
expresión, son fáciles de trasladar, cumpliendo entonces los requerimientos técnicos para
ser dinero). Luego la autoridad estatal se dio la atribución, a partir de poder definir el peso
de una unidad cualquiera de metal, de ponerle un signo de valor y de “acuñar” moneda. Y
finalmente, ya con la cotidianeidad de las transacciones aparecerán instrumentos que harán
que no sea necesario llevar el oro o la plata “contante y sonante” al mercado. Así aparecen
tanto instrumentos privados (cheques, letras de cambio) como también billetes de papel
emitidos por la autoridad estatal. Y si quisiéramos podríamos continuar el recorrido hasta
llegar actualmente al dinero electrónico.
Pero observemos que a medida que avanzamos en estos grados de abstracción, sigue
pendiente y empieza a tornarse central el mismo interrogante: ¿qué es la riqueza?, ¿es tener
mucho dinero? ¿tener mucho de esos “papeles legales”, que se formalizan como la
existencia del dinero? Cualquiera que haya vivido alguna crisis hiperinflacionaria o sufrido
la confiscación de sus depósitos bancarios dudaría de ello.
Pero tampoco resolvemos la pregunta si buscamos recostarnos en bienes “reales”. Los
vaivenes del mercado inmobiliario, por ejemplo, nos harán rápidamente ver que la riqueza
tampoco se corporiza en esas mercancías. Un propietario de un inmueble en una ciudad que
46
Nótese la expresión “por cuanto” se intercambia, y no tanto “porqué otro bien” se intercambia. Esto tiene
relación con el citado pase a una sociedad donde se homogeneizan las calidades, pasando a ser determinante
las cantidades.
sufre una burbuja especulativa en el mercado de bienes raíces, puede adquirir un bien por
millones de dólares y encontrarse a los dos meses con que vale la mitad.
Volvamos a nuestro hipotético señor feudal, que nos contestaba con total sencillez,
señalando su granero. En la dificultad para encontrar una respuesta similar en la sociedad
capitalista se concentra todo el misterio de la economía política. Y detrás de ese misterio se
construye la economía como discurso de poder, con los economistas como sumos
sacerdotes de ese saber arcano de descifrar mercados.
Evidentemente estamos frente a “algo” que parece adquirir poderes sobrenaturales,
demoníacos: la lógica de los mercados. Discutir acerca de la lógica de los mercados, acerca
de la riqueza, es también discutir acerca de otra cosa que también se opaca: las relaciones
de explotación. Porque la afirmación de que un esclavo estaba explotado es una
perogrullada, pero cuando se sostiene que en el capitalismo un trabajador asalariado está
explotado, ahí ya es necesario hacer una mediación un poco más compleja. Con Marx
llegaremos a esa conclusión, pero no se visualiza transparentemente como en el caso del
esclavo o el siervo. Requeriremos hacer teoría, ciencia, criticar lo que se nos aparece
fenoménicamente en primera instancia ante nuestros ojos, abstraer, crear categorías
teóricas, volver luego sobre lo concreto. Todo un proceso de trabajo científico para poder
demostrar que el capitalismo es un modo de producción sustentado en la explotación de una
clase por otra.
En resumen, entonces, “capitalismo” implica la generalización de las mercancías,
cuando la generalización de lo mercantil es tal que ya todo se vende, hasta la fuerza de
trabajo de los individuos. Los individuos libres e iguales pueden establecer su propio
contrato de trabajo, o sea vender su fuerza de trabajo (horas de trabajo a otra persona), sin
dejar de ser libres e iguales. Una relación muy distinta a la que existían en el feudalismo,
donde la explotación económica convivía y se basaba en la desigualdad política y de
derechos. Y justamente, y contradictoriamente, en esta igualdad formal está el basamento
de la desigualdad “real”, la explotación del trabajador.
¿Cuánto se tiene que generalizar las mercancías para que haya capitalismo? Esta
pregunta es importante, porque hace a la definición del origen del capitalismo, de si éste
existe desde hace doscientos, trescientos o quinientos años,47 porque vivimos en un mundo
en el que todavía hoy se siguen generalizando mercancías que antes no lo eran. Cincuenta
años atrás, por ejemplo, prácticamente la inmensa mayoría de las actividades domésticas no
eran tareas mercantiles, mientras que hoy existen las lavanderías industriales, la comida a
domicilio e infinidad de servicios personales que se han mercantilizado y se siguen
mercantilizando. Pero recordemos que hemos definido la generalización de las mercancías
a partir de un hecho puntual, cualitativo: la mercantilización de la fuerza de trabajo.
Podemos sintetizar entonces diciendo: Capitalismo es mercado más salario. O, más
claramente: mercancía más explotación.
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