La Regeneracio N de La Vida J C Skewes
La Regeneracio N de La Vida J C Skewes
La Regeneracio N de La Vida J C Skewes
RPI xxx.xxx
ISBN xxx-xxx-xxx-xxx-x
Impreso en Chile
Agradecimientos .............................................................................................................. 11
Introducción ..................................................................................................................... 15
Figura 15. Especies preferidas por los apicultores del bosque templado................. 178
Figura 16. Presiones emergentes sobre el bosque ...................................................... 193
Tabla 10. ¿Qué es una especie nativa para los productores locales .......................... 226
según los consultores?
11
Agradecimientos
Chávez, Rolando Sariego, Rubén Muñoz, Rubén Silva, Ruth Alcapán, San-
dra Catrilef, Segundo Chávez, Willy Henríquez, y, por supuesto, a los niños
y niñas de las comunidades con que trabajé. A los asistentes más ocasionales:
Catalina Zumaeta, Celeste Skewes, Laura Skewes, Gloria Sánchez, Mauricio
Cayul y Yacqueline Andrade. Y a los amigos y amigas con quienes tuve la posi-
bilidad de compartir parte de estas historias: Adriana Paredes Pinda, Andrea
Pino, Dimas Floriani, Antonio Marcio Haliski, Carlos Sampaio, Lucia Helena
Oliveira Cunha, Christian Henríquez, Juan Carlos Olivares, María Eugenia
Solari, Pedro Cardyn, Pía Poblete y Roberto Morales.
Debo agradecer a Fondecyt, cuyo financiamiento hizo posible la realización
del proyecto Antropología del Bosque (F-1140598), y, muy particularmente,
a Katherine Pulgar, coordinadora del Grupo de Antropología y Arqueología,
y quien ha debido sufrir con mis incompetencias en la gestión de proyectos.
Corresponde agradecer también al Ministerio de las Culturas, las Artes y el
Patrimonio que a través del Fondo del Libro (487338) hizo posible esta pu-
bliación. También reconozco la acogida del Centro Transdisciplinario de Es-
tudios Ambientales de la Universidad Austral de Chile y de la Corporación
CIEM-Aconcagua, donde no solo laboran mis colegas sino que, además, auspi-
ciaron muchas de las actividades desarrolladas en el marco de la investigación.
Finalmente, agradezco a la Universidad Alberto Hurtado, que me concediera
un semestre sabático gracias al que pude escribir este libro, y a Pedro Milos,
Paulette Landon y Francisca Márquez, quienes me incentivaron a hacerlo.
Mayo de 2018
15
Introducción
1 En lo que sigue se toma como referencia para el significado de las palabras en mapudungun
el diccionario del padre Moesbach (Moesbach, Meyer, Vuletin y Suárez, 1993) y las versiones
locales expresadas por los interlocutores de este estudio, sin desconocer las dificultades que
han existido para crear un grafemario unificado para esta lengua (Clavería, 2015). Se usa de
preferencia el grafemario Raguileo, pero se cita textual en los casos que corresponde.
Introducción 17
2 Río al que invita a beber sin prisa, al modo araucano, “para prolongar el gusto de la Arau-
canía, para bautizarnos las entrañas, para regarnos de origen. Beber cada uno su Bío-Bío hasta
empaparse las raíces y empezar a crecer en alerce o en olmo, es decir en chileno cabal que no
rechaza su sangre ante este río de sangre” (Mistral, 2004: 46).
20 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
que invade, ya como país independiente, las tierras mapuche para hacerse de
ellas y someterlas a una indiscriminada explotación maderera.
Las cuencas del río Aconcagua en la zona central del país y del río Valdivia
en la zona sur constituyen dos grandes ecorregiones que encarnan los procesos
históricos vividos por los bosques y las poblaciones humanas, cuyas formas
de relación son objeto de estudio de este libro. Ambos bosques son parte de
una historia geológica que los vincula a formaciones vegetales existentes en el
eoceno y, probablemente, en períodos previos al desprendimiento de los con-
tinentes (ver, por ejemplo, Cook y Crisp, 2005; Heads, 2006; Swenson, Hill y
McLoughlin, 2001).
El bosque nativo en Chile incluye una gran diversidad de formas de vida,
alto nivel de endemismo, dominio de maderas duras por sobre las coníferas,
alto grado de mutualismo entre plantas y animales. En Chile se reconocen bos-
ques de coníferas, de nothofagus, siempreverde (incluyendo el esclerófilo) y el
bosque de palmas. Actualmente hay 14.316.822 hectáreas de bosque natural
en el país –la mayor parte ubicada en regiones aún no invadidas por la actividad
económica– y 2.426.722 hectáreas de plantaciones (Gysling et al., 2016). Si se
considera que un tercio del remanente mundial del bosque templado (cifra to-
tal que no alcanza el 1% de los bosques del planeta) se ubica en Chile, resulta
evidente el interés por su conservación y protección que tempranamente se
desarrolla con los aportes de Federico Albert al comenzar el siglo XX, aunque,
en esa época, en calidad de reservas madereras (Camus, 2003; Klubock, 2014).
El bosque esclerófilo, ubicado entre las actuales regiones de Valparaíso y
Biobío, abarca una superficie de 470 mil hectáreas. El 76,6% se encuentra en-
tre las regiones quinta y sexta, mientras solo unas seis mil de ellas están bajo
protección (Instituto Forestal, Infor, 2010). Se caracteriza por especies xero-
mórficas con el tipo de hoja perenne, siendo esclerófilo el atributo particular
fisiológico que poseen algunas especies para enfrentar con éxito la condición
climático-ambiental seca estival de la zona central. Sin embargo, no todas las
especies de este tipo forestal lo contienen (Honeyman et al., 2009). Se descri-
ben tres distribuciones de especies, según la exposición al sol y la cercanía del
agua, distinguiéndose las laderas de umbría, de solana y las quebradas, donde
prevalece el bosque higrófilo (Quintanilla, 1983). También existen otros tipos
forestales asociados al bosque esclerófilo en la zona de estudio, acotados y de
carácter relictual (como la palma chilena [Jubaea chilensis] y roble de Santia-
go [Nothofagus macrocarpa]) (Amigo, San Martín y García Quintanilla, 2000;
Gajardo, 2004; Saldivia, 2004) y pequeños relictos de ciprés de la cordillera
22 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
conceptos, la lectura se focaliza en los territorios que invitan a este estudio: los
bosques esclerófilos y templados.
En el segundo capítulo examino las condiciones históricas en que se inscri-
ben las dinámicas forestales. La regeneración de la vida nunca se da en el vacío:
las huellas que informan de las travesías del pasado, al mismo tiempo, encarnan
las posibilidades del futuro. La historia ambiental representa, en este sentido,
la sucesión de hebras que se han ido trenzando para dar lugar a los paisajes tal
como se viven hoy. Tanto el bosque esclerófilo como el templado –o lo que que-
da de ellos– han sido objeto y testigos de la voracidad occidentalizadora que
animó la conquista, la colonización y la formación nacional. Dada la naturaleza
reciente de estos procesos en el contexto del bosque templado, el segundo capí-
tulo da cuenta de la huella del capitalismo, historia que no es otra que la de las
concesiones que el Estado chileno ha hecho a los privados a partir de las tierras
expoliadas a la población mapuche y la destinación de los recursos públicos a
favor de la clase empresarial.
La destrucción del bosque nativo da lugar a los temas de la conservación,
materia de la cual me ocupo en el tercer capítulo y que abordo prestando espe-
cial atención a los tres procesos mayores de remodelación que están ocurriendo
en los territorios considerados. El primero de ellos se refiere a la conservación
privada, iniciativas que se inspiran en un modelo excluyente de la población
local y que, no pocas veces, involucra otros intereses enmascarados en un dis-
curso ecológico. La acción del Estado es otra de las fuerzas que movilizan re-
cursos, provocando importantes cambios en la esfera local. En esta sección me
interesa acercarme a los actores más directos de la intervención pública, esto
es, a los funcionarios y consultores de los programas agrícolas y forestales que
operan en los territorios. A través de ellos se revelan las percepciones domi-
nantes relativas a las comunidades, las que no necesariamente se corresponden
con la doctrina oficial. El análisis de estas representaciones revela aspectos que
resultan sugerentes para la regeneración de la cobertura vegetal. La última par-
te de este capítulo se centra en el análisis del turismo visto en términos histó-
ricos desde la doble perspectiva de la empresa y de la comunidad. Subrayo en
esta parte la conveniencia de incorporar una gramática propia para organizar
la práctica turística en términos que resulten favorables para las comunidades
tanto como para las especies que conforman el paisaje boscoso.
El cuarto capítulo pone en tela de juicio aquellas visiones unilaterales que
privilegian las especies individuales o las prácticas culturales atomizadas que
se procura conservar o proteger. La regeneración del paisaje es tenida en este
24 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
Capítulo 1
Antropología del bosque
El cuerpo, dice:
Yo soy el Árbol condenado a ser
un árbol sin raíz
Son bellas mis flores, me dicen
y con Ternura cada día mis hojas
acarician al viento
Mas yo soy un Árbol que no desea
ser un árbol sin raíz
Elicura Chihuailaf
3 Tal es la tragedia actual de Sudán del Sur que a poco andar en su independencia el 2005 se
ve arrastrada a una guerra civil que vuelve a reeditar la antigua rivalidad entre los dinka y los
nuer.
28 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
pero solo a condición de, por una parte, consolidar sus dominios actuales y, por
la otra, traducir tales dominios en derechos y prácticas políticas.4 El bosque
como un proceso metabólico entre las especies se interrumpe cuando los seres
humanos –más bien, cuando una mínima porción de ellos– generan procesos
tales que desposeen a los demás para hacerse de su fuerza de trabajo y de sus
medios de vida. Si no interrumpida, la vida en estos términos es mutilada como
mutilado lo puede ser su futuro. Con el advenimiento de Occidente a través del
capitalismo, la especie ha cometido un error con el que pone en jaque su propia
existencia: el definir al ser humano como externo a la naturaleza.
El giro ontológico es objeto de críticas no menores, por lo que algunos lo
describen como la fetichización de la diferencia, lo que en su extremo lleva a
reforzar la hegemonía occidental. Más aún, se puede asociar la emergencia de
esta nueva forma de pensamiento antropológico como una más de las criaturas
del neoliberalismo. Aunque necesarias, tales críticas merecen ser temperadas.
La dialéctica entre historia y ontología ha sido clave para engendrar sujetos
convenientes para la operación del mercado. La conversión de la naturaleza
en recurso, la reducción del ser humano a su fuerza de trabajo, las nociones de
competencia eterna y escasez crónica son todas construcciones asociadas a una
naturaleza humana que es preciso desmantelar en pos de cosmovisiones que
restablezcan el metabolismo entre seres humanos y no humanos. Lo que está
en juego es una disputa ontológica que se da en una arena política, y lo que este
libro pretende es poner en evidencia no solo los quiebres entre la modernidad
y sus periferias, sino que también la necesaria substanciación de los reclamos
jurídicos, políticos y sociales de quienes han construido otros modos de habi-
tar el mundo.
Capítulo 2
Las huellas del capital
Gabriela Mistral
5 No debe olvidarse, empero, que la connivencia entre el Estado y los privados a través de las
concesiones de tierra y subsidios forestales son de un cuño muy anterior al gobierno militar y
que lo que hace el aludido decreto es actualizar fórmulas con las que se experimentó durante
todo el siglo XX.
36 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
6 Para una visión más amplia de los procesos de enajenación de la propiedad indígena, ver
Bengoa (2000) y Klubock (2014).
CAPÍTULO 2: Las huellas del capital 37
Panguipulli, Pirehuaico [sic], de los ríos Llanquihue y Huy, que los unen, y
del Riñihue” a los señores Camino, Lacoste y Cia.7 La concesión exigía a la
empresa, entre otras cosas, el asentamiento en un plazo de cuatro años de cien
familias europeas, pudiendo un cuarto de ellas ser chilenas, que formarían co-
lonias mixtas para propender a un desarrollo más rápido de la colonización. Se
requería, además, que la empresa respetara las “radicaciones de indios” que se
hicieran en esos terrenos, a mantener expedito un camino entre Panguipulli y
la línea férrea central, mantener servicio fluvial bisemanal por el lago, y esta-
blecer una escuela y un servicio médico (Comisión Parlamentaria de Coloni-
zación, 1912).8 La empresa Camino i Lacoste había iniciado la penetración el
año 1898 y para la gestión de su concesión creó la Compañía Ganadera San
Martín, la cual trae el vapor O’Higgins para el transporte lacustre de madera
en el lago Panguipulli (Rehren, 1908; Rivas, 2006).
La evaluación de la obra de la concesionaria no tarda en materializarse a
través de la investigación hecha en 1908 por el interventor fiscal de colonias
Otto Rehren (1908: 69). “Los concesionarios, en jeneral, traspasaron sus dere-
chos a sociedades anónimas formadas al efecto, las que luego despues iniciaron
sus operaciones, sea para preparar la instalacion de colonos o para esplotar el
bosque existente en la respectiva concesión”, señala el inspector. No debiera
sorprender, pues, la conclusión de su informe: “la gran mayoría de los conce-
sionarios de terrenos fiscales i las empresas colonizadoras han fracasado”. En
el caso de la Sociedad San Martín, a tres años de haber recibido la concesión,
Es evidente que la fiscalización fue más bien una buena intención que
un recurso efectivo para velar por el cumplimiento de la legislación vigente.
Las condiciones mínimas de trabajo con que cuenta el interventor reflejan la
8 Se conserva la grafía de la época. No veo en el caso de esta última cita la diferencia con la
actual.
38 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
Desde que las tierras del legendario Arauco entraron á formar parte
del Estado, el pueblo de Chile se apresuró á tomar posesión efectiva
de ellas […] y cuando llegó el tiempo de entregar á los empresarios
de colonización aquellas tierras, hubo de comprenderse en las hijuelas
de cada colono extranjero los pequeños lotes de muchos nacionales; y
como á 1os empresarios se les pagó su trabajo con esas mismas tierras,
la expulsión de cultivadores chilenos trajo la despoblación de esa parte
del país (pp. 383, 384).
Los cálculos de Palacios le llevan a pensar que 75 mil chilenos vienen a ser
“reemplazados por una cifra 15 veces menor de extranjeros”, lo que provoca la
migración de agricultores chilenos a la Argentina. Palacios cita peticiones de
obreros chilenos al Gobierno de esa nación para allí radicarse. Por ejemplo,
los miembros de las Sociedades de Obreros, Socorros Mutuos e Instrucción
Primaria de Temuco, en carta de 23 de agosto de 1903, solicitan ser acogidos
allí “donde se tienen leyes que conceden derechos igualitarios, tanto al hijo del
país como al extranjero que tiene la felicidad de posar sus plantas en suelo ar-
gentino” (Palacios, 1912: 387). Víctor Aquiles Sánchez, el cónsul de Chile en
Neuquén, reporta en 1905 que unos 25 mil chilenos se han radicado allí, de
modo que dos años más tarde, señala el mismo cónsul, los emigrantes “siguen
dominando hasta el punto de que este territorio más parece chileno que argen-
tino” (p. 389).9
9 Buena parte de estos emigrados se instalaron en tierras agrícolas desde las que los latifun-
distas y agentes del Estado intentaron erradicarlos mediante el uso de la fuerza, tal como lo
describe Klubock (2014).
40 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
1988), poder que en los campos se refrendaba con alamedas para indicar el ac-
ceso a las casas patronales. El bosque esclerófilo, no obstante, de modo análogo
al templado lluvioso, se replegó hacia las quebradas, valles interiores y laderas.
Entabló así su conversación con actores que escapan a las determinantes es-
tructurales del valle. Arrieros, cabreros, comuneros, poblaciones desplazadas,
mestizas, descendientes de españoles empobrecidos pasaban junto a sus ga-
nados, mulares, caballares y cabras a engrosar las filas de los territorios no
sometidos a la regla general del plano.
En uno y otro territorio la ecología se verticalizó, manteniendo el alto, el
monte y la cordillera como los referentes de la emancipación que, en el valle,
no era viable. El plano de la zona central se pobló de especies introducidas. El
siglo XIX fue testigo del auge triguero y de la producción vitivinícola, mientras
que otras siembras cobraron vida en el siglo siguiente: el tabaco (Nicotiana ta-
bacum), los frutales, las higueras (Ficus carica), el cáñamo (Cannabis sativa), los
álamos (Populus), pinos (Pinus), eucaliptus (Eucalyptus), sauces (Salix), fueron
dando los contornos de un paisaje que adquirió fueros propios y que se hizo
representativo del ser nacional. La incorporación de la mayor parte de estas
especies se vinculó, en efecto, a un folclore que asociaba su presencia a la iden-
tidad campesina y que sirvió de modelo a las élites para constituir un país allí
donde pudieran ejercer su hegemonía.
La remodelación de la casa patronal demoró más de lo esperado y duró
poco. En efecto, las condiciones miserables del campesinado chileno se pro-
longaron hasta avanzado el siglo XX y solo en la década de 1960 se habló
de reforma agraria. Hacia 1973 las grandes haciendas habían sido divididas,
pero la presencia militar en el poder permitió restituir la propiedad a dueños
provistos de capitales y tecnologías idóneas para reorientar la producción a
los mercados internacionales. La contrarreforma marca el advenimiento de la
empresa agroexportadora.¹0
Los bosques esclerófilos fueron víctima de los procesos expansivos del ca-
pital y, como he señalado antes, la montaña les sirvió de refugio junto a los
campesinos marginales que usufructuaban la tierra en común. Conocidos
como comuneros, sus prácticas productivas, amén de cultivos menores para la
autosubsistencia, los ligaban a cerros y bosques, unos en condición de arrieros
o crianceros, o como productores de carbón, recolectores de leña, de tierra de
hoja, de cocos de palma (Jubaea chilensis) y de corteza de quillay (Quillaja sapo-
naria), además de la producción de queso de cabra y la artesanía en lana.
sino que también abrió las puertas para pulverizar los árboles del capitalismo
clásico trocados en chips para la exportación o en materia prima para la indus-
tria de la celulosa y del papel. En su tránsito desde su condición mercantil a la
condición virtual que supone su transacción en montos y en operaciones que
largamente superan su intercambio material, los bosques quedan a disposición
de inversionistas y especuladores financieros que operan a escala global. La
condición histórica para que ello ocurra se relaciona con la liberalización de los
mercados y el acceso a los recursos naturales, tarea de la que se habrá de ocupar
la dictadura militar.
Chile, en cuanto laboratorio de un proyecto neoliberal, anticipó varios de
los procesos que se desencadenarían posteriormente a escala global. La política
de subsidios es una de las operaciones a través de las que el recurso financiero
público se transfiere a manos privadas, tal como al comenzar el siglo XX se ha-
bía hecho con los territorios mapuche anexados por el Estado. Y en este campo
el sector forestal fue terreno fértil para operar.
Ya en los años sesenta del siglo pasado, la Corporación de la Madera había
procurado obtener el apoyo público para su expansión, y su dirigente, Fernan-
do Léniz Cerda, fue clave en ello. Considerado como uno de los prohombres
de la derecha chilena, fue ministro de Economía durante la dictadura, en cuya
primera etapa le correspondió suavizar el shock que la aplicación de una férrea
disciplina fiscal tuvo para la población, pero más importante que eso, fue un
fervoroso y temprano promotor de las privatizaciones (Monckeberg, 2001).¹²
El papel que aquí concierne examinar es otro: el de ser artífice del ya legendario
Decreto Ley 701, de 28 de octubre de 1974 (Ministerio de Agricultura, 1974,
ver también Camus, 2014).
El DL 701 define y regula los terrenos forestales a que se aplica, clasificán-
dolos como “aquellos terrenos que técnicamente no sean arables, estén cubier-
tos o no de vegetación, excluyéndose los que sin sufrir degradación puedan
ser utilizados en agricultura, fruticultura o ganadería intensiva”. A la vez que
entiende como su ordenamiento o manejo “la utilización racional de los re-
cursos naturales de un terreno determinado, con el fin de obtener el máximo
Capítulo 3
¿Conservar, criar o regenerar? Una mirada desde la
antropología acerca de la llamada conservación de la
naturaleza
Al árbol ya cortado
No lo claves en tierra
Porque su copa seca
No engañará a los pájaros
Julio Cortázar
¿Qué es lo que hay que conservar? Tal vez nada o, si se prefiere, nada es posible
de ser conservado. Las cosas vivientes se definen por su perpetua transforma-
ción. Las escalas de tiempo juegan malas pasadas: lo que al hoy parece eterno
–visto desde la historia de los seres humanos–, para la geología o la astronomía
no es ni siquiera un instante. Conservar no obstante es algo más que la ilusión
de fijar lo que para algunos está llamado a resplandecer, a tornarse inmemorial.
Es, pues, un hecho político. Es intentar fijar una cierta memoria como la me-
moria y constituir en el colectivo una cierta imaginación acerca de cómo fueron
las cosas del pasado en una cierta época de sus trayectorias. En este sentido,
la conservación biológica no difiere mucho de las otras formación de conser-
vación y restauración que se dan en los campos de la cultura, el urbanismo, la
arqueología, las artes y la historia.
Lo medular de la conservación biológica radica en la preferencia por con-
siderar lo prístino como la “mejor” o “real” naturaleza. Berghoefer, Rozzi y Jax
(2010) plantean que la opción preferente ha sido la de excluir a los seres hu-
manos de lo que se entiende por naturaleza. Lo silvestre o salvaje es lo que
concita la atención e inversión más sustantiva en la protección de la naturaleza,
lo cual, subraya Simonetti (2011), resulta lesivo para los fines perseguidos. No
obsta para que haya enfoques que busquen reconciliar la presencia humana en
el ámbito de la conservación, los que parcialmente han logrado influir en los
acuerdos internacionales para la conservación de la naturaleza.
48 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
entendidos en asuntos humanos (Cunha, 2001). Así dicho surge otro modo de
plantear la pregunta: ¿Cuál es la manera como se quiere entrelazar las formas
vivientes? Dávila y Maturana (2015: 85, destacado de los autores) proponen
hablar de una arquitectura dinámica de la unidad ecológica organismo-nicho, esto
es, acerca de “la configuración de las coherencias de operaciones moleculares
que suceden y que tienen que suceder en el organismo, en su nicho y en el
entorno ecológico en que surge su existir al ser distinguido, para que este
realice y conserve su vivir como sistema autopoiético molecular”. Tal es una
indagación prospectiva cuya interrogante política plantea no solo la ilusión del
ser de las cosas que fueron sino del querer hacerlas de un cierto modo. Al mismo
tiempo, para avanzar en las posibles respuestas es menester desembarazarse
de las valijas esencialistas que sesgan los modos de pensamiento puestos en
juego en este ejercicio. A pesar de lo mucho discutido, se mantiene una noción
universal acerca del hombre que no es otra que la del modelo occidental: un
ser sin género pero en realidad masculino, motivado por la satisfacción de
sus infinitas necesidades y cuyo objetivo no es otro que el de minimizar sus
costos a fin de multiplicar sus beneficios. Junto a esta construcción hay otras,
no menos esencialistas, como las de la comunidad o la del bárbaro ecológico,
idealizaciones que limitan las respuestas posibles a las preguntas planteadas.
Si se asume, como lo sugiere Tim Ingold (2011), que los humanos tanto
como los no humanos son fruto de su quehacer y de su aprendizaje, el puen-
te que entre ellos se establece es una interfaz: aquella en la que se ponen en
contacto las agencias de unos y otros. La vida, en este sentido, se practica y
se practica colectivamente. Conviene, pues, mantener el concepto de práctica
a fin de desencializar las nociones señaladas en el párrafo anterior: para los
seres humanos, por ejemplo, no se trata de “hombres y animales” tanto como
de las formas como practican la vida, al modo animista propuesto por Descola
(2013). Con ello, lo que parecía homogéneo –hombres, naturaleza– se frag-
menta en tantas partículas como colectivos haya, en tantos paisajes como sean
vividos por especies entrelazadas.¹³
Las prácticas de vida no son en modo alguno homogéneas y su impacto
transformador radica en la capacidad que tengan de articular o de ensamblar
coaliciones tecnoambientales y energéticas. En efecto, el rostro actual de los
territorios del centro sur de Chile se moldea en función de una gigantesca ar-
quitectura instalada sobre la base del peso histórico que confieren el control
territorial, la disposición de capitales y las oportunidades de crear o acceder
a mercados. Entre las fuerzas motrices de estos procesos, especialmente en la
zona templada, aparecen las iniciativas de conservación privadas que, en oca-
siones inspiradas en una filantropía ambiental, importan nuevos reacomodos
para las residentes locales, quienes son los protagonistas de las otras huellas en
el camino de la conservación y de las que me ocuparé en el próximo capítulo.
Las iniciativas del Estado en la promoción del desarrollo, el crecimiento del
turismo y las expectativas generadas en torno suyo, y las áreas de conservación
y sus zonas de amortiguación, además de los parques privados, constituyen tres
de las fuerzas estructurales del territorio y que lo modelan en función de las ex-
pectativas de mercado. Vistas desde la perspectiva de las comunidades locales,
representan el despliegue de una ontología política que pareciera instalar de
modo definitivo el individualismo y el mercado como condición constitutiva de
la región. Representan en su posicionamiento el armazón estructural que reco-
noce algunos lugares de fricción (Tsing, 2012) que importan simultáneamente
suturas y rupturas, llagas que pueden cicatrizar en un sentido y otro: entre el
sometimiento al mercado o el reacomodo de las autonomías cotidianas.
Un lugar privilegiado para indagar acerca de las formas de recrear paisa-
jes en la pequeña escala y que permiten visualizar de modo comparado los
enredos creativos (Ingold, 2018) entre procesos globales y locales y entre se-
res humanos y otros que humanos son estos lugares de fricción, los que se
encuentran amenazados por la expansión descontrolada del interés financiero
(Latour, Stengers, Tsing y Bubandt, 2018; Tsing, 2012, 2015). Las ontologías
en los lugares de fricción plantean disyuntivas interesantes: se vive acorde a
las condiciones necesarias para su reproducción, entre la ontología mercantil
que gobierna un lado de la frontera y la relacional al otro. La dicotomía entre
orientaciones holísticas e individualistas sugerida por Dumont (1987) vuelve
a plantearse aquí pero en un marco más amplio, incluyendo entre las prácticas
colectivistas las relaciones interespecies (Descola, 2013).
Desde el punto de vista de la ontología política, lo que las grandes inversio-
nes en conservación hacen es emplazar una cierta subjetividad en el territorio a
partir de la cual se disocian los vínculos entre personas, entre estas, las demás
especies y el lugar habitado, forzando respuestas individuales, implantando
nuevos regímenes semánticos y haciendo de la separación el medio principal
para la constitución de un mundo plenamente capitalista en lo que fueran sus
CAPÍTULO 3: ¿Conservar, criar o regenerar? Una mirada 51
desde la antropología acerca de la llamada conservación de la naturaleza
14 Lo que aquí denomino conservación privada se restringe a los grandes predios manteni-
dos por un número pequeño de propietarios que contribuyen al resguardo de las especies nati-
vas, excluyendo a la población local. Lo hacen de modos diversos e incluyen predios destinados
al ocio de sus propietarios a la manera de los antiguos cotos de caza, otros que se declaran
parques de conservación biológica, los que, además, se constituyen en unidades de negocio, sea
a través del turismo, sea a través del negocio inmobiliario o una mezcla de ambos.
52 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
15 El modo de percibir la naturaleza, según Marx (ver Kovel, 2011) bajo el régimen de
propiedad privada y del dinero, representa su desprecio y degradación. Citando a Thomas
Münzer, declara que es intolerable que una criatura pueda ser transformada en propiedad, que
CAPÍTULO 3: ¿Conservar, criar o regenerar? Una mirada 53
desde la antropología acerca de la llamada conservación de la naturaleza
puedan serlo los pájaros en el aire, los peces en el agua o las plantas en la tierra; que las criatu-
ras también debiesen ser libres.
tan respecto de las poblaciones con que trabajan tanto en el bosque esclerófilo
como en el templado. Este ejercicio permite establecer la conmensurabilidad
del quehacer público y las prácticas de conservación a nivel local, de la distan-
cia entre la comprensión y acción en el mundo que hay entre profesionales,
técnicos y residentes. Con ello se hace posible, por una parte, constatar las ce-
gueras existentes en relación a los actores locales y, por la otra, comprender los
procesos emergentes que no se conforman ni a los dictámenes públicos ni a las
expectativas locales y en los que profundizaré en los capítulos que siguen.
Finalmente, cierro este capítulo con una discusión acerca del turismo, sus
potencialidades y limitaciones para la regeneración de la vida en los bosques.
Al hacerlo parto tanto por reconocer el papel creciente que esta industria ha
tenido en el desarrollo regional como por sopesar el posible impacto que pue-
da tener en el sentido de favorecer una conservación socialmente inclusiva de
la biodiversidad.
En nombre de la conservación
17 “Los Luksic, Solari, Calderón y un Matte están entre los empresarios con casa en el lago
[Panguipulli]. También dice presente Nicolás Ibáñez, Pablo Granifo del Banco de Chile, el
empresario Isidoro Quiroga y Claudio Melandri, CEO del Santander”, anota un periódico
electrónico (Navea, 2017). “La localidad de la Región de Los Ríos se ha transformado en el
nuevo reducto de descanso de los magnates chilenos. La nueva y exclusiva vecindad ha llegado
a pagar $900 millones por orilla de lago, en la localidad donde, paradójicamente, más de un
tercio de sus habitantes vive en una pobreza severa y en la que las reivindicaciones del pueblo
mapuche son parte del paisaje”.
18 El fundo Huilo Huilo fue parte del Complejo Maderero Panguipulli. En la liquidación
del predio por parte del gobierno militar, las acciones fueron vendidas a precios irrisorios,
favoreciéndose entre otras, a la familia del empresario Víctor Petermann. Este, tras vender
algunas tierras, se hizo del predio en su totalidad, creando allí la Reserva Biológica del mismo
56 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
Cav.) allá, más acá una de lingues (Persea lingue (Ruiz y Pav.) Nees), y otra de
robles (Nothofagus obliqua (Mirb.) Blume) (Olivares, 2012). Esta ordenada
forma de plantar –al igual que en el citado caso del Parque de Quilapilún en
la zona mediterránea– no recrea la estructura y funcionalidad sistémicas de un
verdadero bosque. No obstante, tal como están dispuestos, los árboles truecan su
condición libre para convertirse en “parcelas silvestres” atractivas para el mercado,
lo que permite convocar a un ejército de turistas a la carrera de Trail Running
como parte del Merrell Futangue Challenge by Garmin (Garmin, 2016).²²
El modo de plantar en Futangue dista mucho de aquel que describo en un
capítulo siguiente al referirme a residentes mapuche. Allí los árboles son teni-
dos como familias y su agrupamiento responde al entrelazamiento que entre
ellos se produce. Los árboles que crecen solos son llamados huachos y deman-
dan preocupación y atención por parte de los vecinos. Al modo como unos y
otros están vinculados se hacen parte de la biografía familiar. Al igual que las
huertas, se sabe qué árboles corresponden a qué épocas y quienes los plantaron.
No reciben nombres personales pero se les conoce por su historia. No se “ma-
neja el recurso”, se le deja vivir, y a los árboles que caen, se les deja morir para
alimentar las nuevas vidas que de ellos dependen.
Los gestores del Parque Futangue no obstante sus profundas diferencias
con los residentes locales apelan, en su afán por legitimar la inversión, a su
coincidencia espiritual con el pueblo mapuche al compartir iguales aspiracio-
nes, al mismo tiempo que sus integrantes son simultáneamente excluidos de las
facilidades. En el informe del estudio de impacto ambiental para la construc-
ción de una central eléctrica el 2009 por parte del Parque Futangue, se señala:
“Las actividades de este parque van en armonía con la esencia de la cultura ma-
puche, que no pretende alterar su pristinidad [sic], sino preservar este conjunto
de elementos de incalculable valor para la naturaleza” (Global Environmental
Quality, 2009: 10). Refrendan su afirmación con una cita de la fallecida antro-
póloga María Ester Grebe (2000): “Los bosques silvestres junto a la totalidad
de su flora y fauna nativas no les pertenecen a los hombres sino a los dioses
creadores. Y estos últimos han entregado a los ngen –en su calidad de espíritus
guardianes– el cuidado y resguardo de la naturaleza silvestre”.
22 Para el diseño del parque, Ruiz-Tagle contó con la asesoría del ingeniero forestal Andrés
Martínez, quien había hecho lo propio con el Parque Oncol, de propiedad de la empresa Ce-
lulosa Arauco, empresa cuya presencia en la Región de Los Ríos causara el principal desastre
ambiental en el Santuario Carlos Anwandter del río Cruces (Aylwin, Araya y Silva, 2015).
CAPÍTULO 3: ¿Conservar, criar o regenerar? Una mirada 59
desde la antropología acerca de la llamada conservación de la naturaleza
que ese modelo entraña. El supuesto de que iniciativas como estas son intrín-
secamente protectoras de la naturaleza merece una evaluación más rigurosa,
especialmente considerando los beneficios fiscales a los que estas iniciativas
pueden acogerse y otros que les permitirán intensificar los impactos ambien-
tales, sea a través de otras explotaciones (centrales eléctricas, plantas de proce-
samiento de la madera, infraestructura turística), sea por la vía de la migración
forzada de las poblaciones locales (Ferraro y Pattanayak, 2006).
La conservación, en tanto discurso, encarna los ideales y supuestos básicos
de la modernidad. Se la entiende como una acción que resulta de un razona-
miento científicamente informado, que se traduce en un conjunto de trans-
formaciones susceptibles de ser medidas a través de hitos objetivos. En este
sentido la tarea de conservar se definió como un asunto técnico y, aunque las
fronteras se han abierto progresivamente a la participación comunitaria, las
nociones básicas asociadas a un manejo racional de los recursos han perma-
necido inalterables (para una discusión, ver Brockington, Duffy e Igoe, 2008).
La perspectiva de Arturo Escobar (1999) acerca de la conservación de la
biodiversidad abre posibilidades otras de exploración, como las que más ade-
lante desarrollo. De acuerdo a Escobar, en línea con la oposición que Ingold
(1993) establece entre los mundos de vida y las visiones desde arriba, se pue-
den discernir las miradas globalocéntricas de aquellas que se movilizan en tor-
no a la soberanía de las comunidades locales, la biodemocracia y la autonomía
local, opción esta última que más se acerca a la experiencia documentada en
este libro.
En todo caso, los planteamientos surgidos al alero de una concepción mo-
derna de la relación entre naturaleza y cultura han negado dos formas de pro-
tagonismo en la regeneración del bosque: por una parte, la de los árboles y
demás especies prontas siempre a polinizar, colonizar y recrearse de modo no
predecibles como se quisiera, y, por la otra, la de los propios seres humanos
quienes, sin siquiera pensar en ello, han colaborado a la resurgencia del bosque.
Aquellos planteamientos han instalado, en cambio, un imaginario en el que a la
naturaleza “se entra” para “vivir en ella una experiencia diferente”. Tal naturaleza
no existe en el territorio: no hay historia, ni comunidades, ni transformaciones,
solo la visión estática de árboles parcelados que indican su nombre científico,
de senderos, excursiones, cercos perimetrales y acomodaciones desde donde,
una vez terminada la experiencia, volver a la ciudad.
62 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
25 La idea del desarrollo como discurso ha sido latamente discutida a partir de las contribu-
ciones seminales de Escobar (2012) y Ferguson (1994).
CAPÍTULO 3: ¿Conservar, criar o regenerar? Una mirada 65
desde la antropología acerca de la llamada conservación de la naturaleza
26 El pino Monterrey (Pinus radiata) fue la especie pionera usada en Chile (Klubock, 2014).
66 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
más claramente se crean las posibilidades de acción para actores cuya vocación
práctica radica en la regeneración de la vida.
Un ejemplo de ello es la capacidad que un productor local, don Eugenio
Leal, de Pilinhue, tiene de movilizar recursos públicos que habrán de servir a
sus propios intereses, intereses que se yuxtaponen con la propagación de las
especies con las que se relaciona:
Don Eugenio, en esta cita, tiene clara su posición y la del Estado con el que
se relaciona. Reconoce también la utilidad que el wingka, en este caso el inge-
niero forestal, puede prestarle y así logra plantar en su predio un buen número
de especímenes del bosque nativo. Pero esta es una esfera de interacción que se
da en un contexto de múltiples relaciones. De hecho, en el mismo párrafo, don
Eugenio se refiere a sí mismo como un tercero (el longko), como un nosotros
(hicimos otro pensamiento) y en primera persona (le dije). Este pronombre
es el que usa al interiorizarse en el ámbito de las relaciones con el Estado. Tal
posicionamiento, y como será más adelante discutido, da cuenta de una onto-
logía relacional –situacional y contextualmente definida. En lo inmediato cabe
subrayar el hiato que se produce entre dos sistemas de comunicación – el del
productor local y el del experto– que conduce inevitablemente a malentendi-
dos, pero que también abre espacios de autonomía para ejercer el control sobre
los recursos de los que la comunidad local se apropia.
Para efectos de esta reflexión, interesa conocer la representación que los
profesionales se hacen de los productores que habitan en las proximidades de
zonas de conservación y determinar hasta qué punto la relación que establecen
con ellos sirve a los propósitos de la sustentabilidad recíproca de poblaciones
humanas y no humanas en estos territorios. Para abordar la perspectiva de las
y los profesionales que tuvo como destinatarios a 47 asesores de las comuni-
dades con que se trabajó, 19 del bosque esclerófilo y 28 del bosque templado
68 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
35
30
25
20
15
10
Número 5
Encuestados 0
Esclerófilo Templado
Hombres 8 18
Mujeres 10 11
Total 18 29
José, uno de los asistentes a los talleres convocados por el Proyecto An-
tropología del Bosque, expresa su malestar y su firme decisión de no ha-
cerse parte de la conversación. Proveniente de una comunidad indígena a
la que fuera expropiada su tierra, ¿qué duda cabe acerca de la legitimidad
de su resistencia (y de paso de mi propia ingenuidad al sugerirle partici-
par)?. “Es que no tengo qué contar”, dice. “¿Esto es un seminario? Pero ¿a
cambio de qué voy a entregar mi conocimiento?²9 Y prosigue: “A mí me
invitaron a un seminario, y a un seminario uno va a aprender”. “Aquí es
todo lo contrario, es un taller, uno va a enseñar a los que vienen a hacer
el seminario”. José se queja de que cuando ellos –las comunidades– orga-
nizan un taller, “es para nosotros”. “Pero esto no es para las comunidades.
No, es para la universidad, porque la universidad manda a que se haga”.
28 Hace 12 años que se lamentaban los biólogos de la conservación de ser los naturalistas
una especie en extinción. La biología se replegó a los laboratorios y se armó con un arsenal
computacional para predecir el comportamiento de las especies de acuerdo a las combinatorias
posibles que pudieran darse en la distribución de sus genes (Haskell, 2012; Ingold, 2011). La
vida se retiró de los laboratorios y, en forma inversamente proporcional al desarrollo del cono-
cimiento en el ámbito experimental, las especies en el planeta se han ido diezmando, especial-
mente en lo que a insectos voladores se refiere (ver Stager, 2018).
29 La escena ocurre en la sede del Cuerpo de Bomberos. Hay una cincuentena de personas,
incluyendo residentes mapuche y chilenos, profesores y asistentes universitarios, y líderes
de la comunidad. El seminario contempló tres presentaciones relativas al bosque templado,
teniendo como conferencia principal la de Pascual Alba –un miembro de la comunidad que se
ha destacado por su trabajo de conservación en la localidad de Pilolcura. Estas presentaciones
sirvieron para producir la conversación acerca de la que José alude.
74 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
y ellos el bosque es algo que está abierto para ser descubierto y, como profundi-
zamos en este libro, ha de ser la apicultura lo que les guíe en ello.
En el caso de los profesionales, tal distanciamiento se asocia a sus especia-
lidades toda vez que entre ellos se aprecia una creciente presencia de quienes
se desempeñan en el ámbito de la gestión de recursos, mientras que en el me-
dio templado priman claramente los profesionales vinculados a la producción
(Tabla 3).
Templado
Producción
Esclerófilo
Gestión
0% 50% 100
%
Maqui
Maitén 3%
3%
Colliguay
Canelo 3%
3%
Peumo Quillay
22% 31%
Este listado representa poco menos que el 10% de lo que Berta Holgado
(2018) reporta para los habitantes de Pichi, localidad aledaña a un bosque
esclerófilo en Alhué. En efecto, sus datos informan acerca de 112 especies reco-
nocidas por la comunidad local, 80 de las cuales son nativas. Esta discrepancia
invita a pensar sobre el carácter más bien focal con que opera la intervención
externa, concentrada en los temas del desarrollo y de la educación ambiental, lo
cual limita no solo las posibilidades de incorporar la rica variedad de la flora y
fauna locales, sino también de dar cuenta de los potenciales que las poblaciones
locales tienen para la regeneración del paisaje.
Al analizar los motivos que los profesionales advierten en la valoración de
las especies nativas, también hay algunas diferencias sintomáticas. Los datos
de la encuesta hecha a profesionales reiteran el énfasis en la dimensión comer-
cial del interés asociado a las especies nativas por sobre otras consideraciones.
Nuevamente, los datos de Holgado (2018) permiten evidenciar esta diferencia,
tal como se señala en la Tabla 5.
78 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
%
30
25
20
Holgado (2018)
15
10 Profesionales
5
0
al
io
as
y C al
s
so
g ic
bó
ión ació
cin
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M
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O
fo
Al
ña
Re
Le
nc
Fu
• Tabla 5. Uso de especies en el bosque esclerófilo. Fuente: Elaboración propia comparada con datos
proporcionados por Holgado (2018).
30 En el acápite sobre la infancia del capítulo 4, planteo que las y los niños de los bosques
templados, localidades de Liquiñe y Reihueico, reconocen a lo menos 32 especies arbóreas y
arbustivas dentro de su territorio.
31 A objeto de facilitar la lectura he integrado las intervenciones de tres mujeres y dos hom-
bres que participaron de esta conversación, respetando la secuencia seguida.
CAPÍTULO 3: ¿Conservar, criar o regenerar? Una mirada 79
desde la antropología acerca de la llamada conservación de la naturaleza
que la autora describe están el forraje y el abono, los que se destinan directa-
mente a la producción predial. Esta precisión es necesaria para dimensionar
el alcance de una diferencia que, a simple vista, no adquiere gran notoriedad:
mientras los profesionales están mirando el mercado, los residentes se concen-
tran más en la economía propia.
De aquí que la discusión acerca de los servicios ecosistémicos se haga nece-
saria. Se entiende, desde esta perspectiva, que la naturaleza produce servicios
que son necesarios para el bienestar de la comunidad humana. Simultánea-
mente, los proponentes de esta perspectiva estiman la magnitud de tales ser-
vicios en función de los valores de mercado. Así, pues, los ecosistemas proveen
un ingreso real que no se refleja en mercado alguno (Costanza et al., 1997).³² A
pesar de que su principal proponente, Robert Costanza, niegue que en tal ejer-
cicio haya una mercantilización de la naturaleza, mantiene vigente la noción
según la cual la ecología y la economía, al menos en términos ideales, debiesen
coincidir en términos de eficiencia: si todo servicio ambiental, incluyendo sus
externalidades, fuese conmensurado, la economía sería en sí misma una pro-
tección para el planeta. Lo que produce la vulnerabilidad es la imperfección
de los actuales cómputos económicos (para una discusión, ver Pearce, 1998).
Reaparece en este esquema la visión utilitaria del ser humano, visión que, en un
contexto de mercado, más que a validarse tiende a constituirse. Es esta la visión
que, justamente, se pone en discusión a través de los testimonios, experiencias
y prácticas de campesinos e indígenas latinoamericanos y que, también, queda
en entredicho al examinar tanto la relación con los servicios públicos como con
las demás especies (Silvetti, 2011).
Las prácticas de conservación de los residentes de los bosques templado y
esclerófilo evocan motivaciones otras que las puramente económicas propues-
tas por Costanza y sus asociados (1997). Hay, y así lo presento a continuación,
un proceso de creación de vínculo, de lugarización, en la relación con el paisaje.
Tal proceso incorpora componentes mercantiles, pero tales componentes es-
tán sujetos a otras regulaciones que se refieren tanto a los compromisos de las
32 Lo que hemos hecho, señalan Costanza et al. (1997) en respuesta a unos de sus tempra-
nos críticos, ha sido estimar el equivalente en precio (o valor marginal) por hectárea para cada
servicio ecosistémico y luego multiplicarlo por la cantidad del servicio actualmente provisto y
así obtener un total. Esta metodología, sostienen los autores, es idéntica de aquella usada para
el producto nacional bruto para dimensionar el valor total de las productos ofrecidos en el
mercado (Pearce, 1998).
CAPÍTULO 3: ¿Conservar, criar o regenerar? Una mirada 81
desde la antropología acerca de la llamada conservación de la naturaleza
y los residentes con sus semejantes como con el que manifiestan frente a las
demás especies.
En la perspectiva de quienes asisten a los productores locales, la motiva-
ción para conservar se explica por las razones que a continuación se indican:
Por su valor como cercos o para delimitar áreas dentro del predio (8%), por
servir de alimento (como las avellanas) (7%), ser fuente de alimentación para
las abejas (14%), para disponer de leña y madera (25%), por su sombra (8%),
por el valor comercial que puedan tener (9%), por consideraciones de tipo
estético u ornamental (7%), por el valor personal que las especies tienen para
los productores (12%) y por el afán de conservar (9%). Al sumar estas cifras
–y a pesar de ser el interés principal el fomento productivo entre los entrevis-
tados– los intereses comerciales y el valor personal que se asigna a la relación
con el medio se emparejan.
La preocupación de las y los residentes locales por aspectos extraeconó-
micos queda de manifiesto en el estudio acerca de la valoración local de los
servicios ecosistémicos hecho por Catalina Parra (2016) en el contexto de las
comunidades de Jahuel y El Asiento en el bosque esclerófilo. De acuerdo a sus
datos, las preferencias por los servicios ecosistémicos son las que se expresan
a continuación:
Servicio %
Formación de suelo 1%
Producción de madera 1%
La gente que vive acá 13%
Actividades tradicionales 6%
Hierbas medicinales 5%
Educación ambiental 7%
Turismo 12%
Hábitat de fauna 12%
Frutos silvestres 2%
Regulación del clima 2%
Forraje para ganado 10%
Polinización (flores) 4%
Hábitat de árboles nativos 25%
• Tabla 6. Valoración de los servicios ecosistémicos del bosque. Fuente: Adaptado de Parra, 2016
hace del ecosistema como hábitat para fauna y árboles nativos, la “gente que
vive acá” y de las actividades tradicionales que se realizan. Otras consideracio-
nes importantes se refieren a aspectos que muy indirectamente hacen alusión a
dimensiones económicas y que no reportan beneficios inmediatos en este sen-
tido, como lo son la formación del suelo, la educación ambiental o la regulación
del clima; y también las hay aquellas que son de uso más doméstico como las
hierbas medicinales.
El contrapunto entre la percepción de los profesionales y las comunidades
a que sirven permite resaltar la necesidad de indagar con mayor detenimien-
to en aspectos que escapan al cálculo económico y que dicen relación con el
posicionamiento de las personas y grupos en referencia al paisaje, tema que
constituye la columna vertebral de este libro (para una discusión, ver Mellinger
y D. Floriani, 2015).
La percepción que del conocimiento local tienen los profesionales varía de
acuerdo a los territorios estudiados. En ello gravitan tres razones no menores.
La primera se refiere a la presencia del bosque. La segunda a las raíces culturales
de cada territorio. La tercera al desarrollo actual de las regiones mediterránea y
templada. La zona central de Chile, por la temprana y profunda centralización,
vio mermados sus bosques a poco de andar la Colonia, y lo que hoy predomina
no son sino retazos de lo que antaño fuese un bosque mediterráneo, rodeado
de macizos cordilleranos que ven desaparecer la vegetación en la misma medi-
da en que su altura se incrementa. “En mi valle el hombre tomaba sobre sí la
mina, porque la montaña nos cerca de todos lados y no hay modo de desenten-
derse de ella; la mujer labraba en El Valle”, recuerda Mistral (2004: 36). La sus-
titución por explotaciones agrícolas y ganaderas, el desarrollo de la minería y la
urbanización fueron moldeando el territorio de modo de constituir al bosque
en cuerpo más bien extraño y remoto. El bosque templado en la zona cordi-
llerana de la actual Región de Los Ríos, en cambio, tuvo una mayor perdura-
bilidad atribuible en buena parte a las dificultades de acceso a los árboles por
parte de la actividad maderera y también a políticas de conservación que, en el
área, se iniciaron con la instalación del Parque Nacional de Villarrica en 1940.
A ello cabe agregar el desarrollo del turismo y la valoración del paisaje como
un recurso económico como factores contribuyentes a la mayor pervivencia del
bosque. En la práctica, una y otra situación se traducen en un posicionamiento
diferencial de los residentes en el paisaje del que son parte. En las comunidades
del bosque esclerófilo, este es siempre referido como algo que está “allá, allá
arriba”, se le asocia con el monte y, a pesar de convivir muchas comunidades
CAPÍTULO 3: ¿Conservar, criar o regenerar? Una mirada 83
desde la antropología acerca de la llamada conservación de la naturaleza
Los turistas
33 Piénsese no en las aún primerizas exploraciones del turismo espacial sino en la malla de
las rutas aéreas tanto comerciales como militares y técnicas y su impacto a nivel planetario.
86 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
34 La inauguración del viaducto del Malleco en 1890 fue la obra que abrió paso a la moder-
nidad ferrocarrilera en las tierras ubicadas hacia el sur de este río y que habían sido ocupadas,
como he dicho, hacía ni 10 años de esta inauguración. En 1900 llega a Temuco y en 1912 a
Puerto Montt y transita sobre rieles montados sobre pellines talados en el bosque templado
(Booth y Lavín, 2013).
CAPÍTULO 3: ¿Conservar, criar o regenerar? Una mirada 87
desde la antropología acerca de la llamada conservación de la naturaleza
(1945)– que consolidarán la presencia del Estado y las simientes de esta nue-
va industria.
Tal puede ser considerado el precedente de los actuales proyectos turísticos
que, al igual que en el pasado, intentan ofertar al mercado el encuentro con la
naturaleza y las culturas originarias. Una diferencia sustantiva, no obstante,
es que el flujo de turistas a nivel mundial y a nivel nacional se ha expandido
exponencialmente y prácticamente no hay lugar que no esté de un modo u otro
comprometido con esta actividad.³5 Y, del mismo modo, en toda comunidad
hay por lo menos algunos de sus miembros que manifiestan interés por involu-
crarse en ella. Aunque hay interesantes esfuerzos desde el Estado por fomentar
ferias costumbristas e instancias de participación local para el desarrollo de
las comunidades, la tendencia general sigue siendo la de la asalarización de la
fuerza de trabajo puesta al servicio de las cadenas hoteleras en rubros de ali-
mentación y servicios básicos.
La regeneración de los bosques, tal cual la entiendo aquí, demanda una al-
ternativa que asegure la continuidad de un paisaje inegrado de seres humanos
y no humanos, y ello invita a reflexionar acerca de los desafíos actuales de la ac-
tividad turística. De hecho, de las empresas globales, si no la única, la turística
es de las pocas que se constituye en el punto de encuentro de la producción y el
consumo, lo que brinda oportunidades no solo a los consumidores, sino tam-
bién a los productores para incidir en su modelaje (Mowforth y Munt, 1998).
Desde esta perspectiva entiendo que el turismo puede contribuir al fortale-
cimiento de los pueblos indígenas, a la protección del ambiente y a la consoli-
dación de una sociedad democrática, si se atiende a alguna matriz que integre
y no separe los diversos aspectos del proceso. Si, por el contrario, ello ocurre, el
turismo, visto como actividad lucrativa, puede valerse del medio ambiente, de
las comunidades indígenas y de los recursos sociales para satisfacer sus propias
expectativas de ganancia (Henríquez, Zechner y Sampaio, 2010; Pilquiman,
Henríquez y Pino, 2012).
El turismo es una actividad de carácter intercultural e involucra relaciones
de poder mediadas por desigualdades de género, etnicidad, clase, nacionalidad
y sexualidad (Wilson e Ypeij, 2012). Los fantasmas de la actividad turística
son, entre otros, la exclusión, la desigualdad, la folclorización y la creación de
a la del año precedente y que a los inicios de la década era ocho veces inferior
(ver Burgos, 2018).
Un breve recuento de algunas de las iniciativas turísticas en curso permite
identificar el impacto que estas pueden tener para los propósitos de una convi-
vencia entre seres humanos y no humanos y las dificultades y posibilidades que
se advierten en este aspecto. Las iniciativas que, junto a algunos integrantes de
mi equipo de investigación, he tenido la posibilidad de conocer se encuentran
asociadas al Nodo de Turismo Comunitario de la Zona de Amortiguación del
Parque Nacional Villarrica y Reserva Nacional Mocho Choswenko, iniciativa
entre cuyos objetivos se cuenta el de articular alianzas de apoyo público-pri-
vadas para la promoción de actividades en el ámbito del turismo comunitario
que se ubican en las localidades de Pucura, Huitag, Liquiñe, Coñaripe, Lago
Neltume y Panguipulli.³6 Estas iniciativas se eslabonan en la Ruta de Turis-
mo de Base Comunitaria Trawun.³7 El público que habitualmente hace uso de
estos servicios corresponde a población nacional de estratos medios y medios
bajos y resulta interesante constatar la presencia de un número creciente pero
indeterminado de visitantes de origen mapuche al área (Pacheco, 2015).³8
¿Hasta qué punto las experiencias de turismo comunitario constituyen
un medio para acceder a una conservación socialmente inclusiva como la que
aquí planteo? El recuento que sigue procura avanzar en alguna respuesta a esta
pregunta. Un primer componente de la oferta turística comunitaria son los
campings y las cabañas, y, en virtud de la creciente demanda, los organismos de
Estado han sido activos propulsores de estas iniciativas, las que han efectiva-
menre contribuido a mejorar los ingresos en sectores rurales tradicionalmente
postergados, aunque no necesariamente resulten en crecientes niveles de auto-
nomía o de regeneración del bosque.³9
37 Actualmente la red aglutina 47 iniciativas, un 60% de sus gestoras son mujeres y un 70%
mapuche, mientras que sus edades oscilan entre los 26 y 65 años de vida (Fernández-Comino,
2018).
38 El gasto promedio diario de los turistas en esta red es de alrededor de 20 mil pesos chile-
nos (aproximadamente 33 dólares norteamericanos).
Por otro lado, una agrupación de senderistas acoge y acompaña a los visitantes
al sendero “Salto Niña Encantada”, ubicado en el extremo oriente de Liquiñe.
Es un trazado de dos kilómetros de extensión que lleva al visitante a una altura
de 790 metros, partiendo de los 500 metros de altitud en la casa que sirve de
recepción. La cascada es el hito geográfico que más se destaca en el macizo cor-
dillerano. Se trata de un salto de agua de más de 70 metros de altura que cae
en forma escalonada, dejándose ver en casi todo el valle. La cascada atrae parte
importante de la cosmovisión mapuche local, constituyéndose en fuente de una
de las leyendas más significativas del área. Cuenta con el mirador Afquintué y
una agrupación local de senderistas se ha dado a la tarea de habilitar el sendero
y proveer de guía e implementos para las y los visitantes.
La Regata Ancestral río Cua Cua es el evento más iluminador acerca del
tipo de turismo sostenible, comunitario e inclusivo que se puede desarrollar en
la zona. De la organización de este evento participan la comunidad Inalafquen
del lago Neltume, el Club Naútico de Panguipulli, la organización indígena
Parlamento de Coz Coz, la Ilustre Municipalidad de Panguipulli, la Funda-
ción Huilo Huilo y el Centro de Estudios Ambientales de la UACh. La regata
consiste en bajar por el río Cua Cua hacia el lago Neltume, pasando por el
humedal del mismo lago y desembarcando en la feria costumbrista. Son 23
kilómetros de navegación en kayak, tramo que para un grupo no profesional
toma entre cinco y siete horas.
Lo importante de esta experiencia radica en: (i) su capacidad vinculante
entre diversos actores, (ii) su respeto tanto a la comunidad indígena –que es la
anfitriona– como a la naturaleza circundante, (iii) se forja en torno a un con-
junto de valores fundados en el respeto a la naturaleza, a los seres humanos y a
la idea de comunidad, (iv) es una actividad que no se basa en el lucro sino que,
por el contrario, en el voluntariado de quienes son sus gestores, y (v) cuenta
con un grupo técnico altamente calificado en materia de navegación en kayak.
El turismo de base comunitaria es una oportunidad para un desarrollo pro-
pio. Las concentraciones de riqueza en los resorts solo contribuyen a la des-
estructuración de las redes locales. La apropiación del paisaje, o más exacta-
mente, la transformación del paisaje vivido en paisaje contemplado opera en
desmedro de los territorios, negando su historia y cultura. Junto con apropiar-
se y transformar la cobertura vegetal y negar las trayectorias de vida de las y
los habitantes, las iniciativas empresariales provocan el desplazamiento de las
prácticas productivas propias hacia el trabajo remunerado (N. Floriani, Ther
D. Floriani, 2013).
CAPÍTULO 3: ¿Conservar, criar o regenerar? Una mirada 95
desde la antropología acerca de la llamada conservación de la naturaleza
del lago es el que mejor ilustra esta contradicción. Para los visitantes, se reduce
al espejo de agua que invita a una zambullida y, si es posible, a la navegación
con motor. Para la cultura local, el lago es una profundidad numinosa donde
se encuentran abrazadas la historia local con la historia ambiental y la historia
geológica que da vida al territorio.
El lago Neltume, por solo citar uno de ellos, es un remanente de los perío-
dos posglaciales. Su fondo se afinca sobre rocas volcánicas y sus aguas combi-
nan las aguas de lluvia con las que le proporciona el río Cua Cua y las napas
subterráneas (ver J. Skewes, Rojas, Guerra y Mellado, 2011). Allí sobrevivie-
ron las comunidades mapuche desplazadas de la zona lacustre de Panguipulli y
con lo que les fuera expropiado familias chilenas hicieron fortuna, siendo pro-
tegidas por el ngenco, espíritu de las aguas. En una pampa situada en el extremo
sur del lago se celebra el nguillatun, pampa que queda sumergida durante los
períodos invernales. El inicio de la ceremonia se da cuando el ngen lo autoriza
y son los peces los emisarios de tal mandato. Año a año se sacrifica un toro con
la forma y color del volcán Mocho Choshuenco, cuyos cueros rellenos de pie-
dra se sumergen en las aguas. Ha habido hundimientos y personas ahogadas
y sobre esas aguas Endesa ha procurado infructuosamente hasta ahora verter
aguas para una generadora hidroeléctrica, activada por el caudal del río Fuy.4¹
Allí, en el fundo Neltume operó el Complejo Maderero Panguipulli y fue en
la corriente del agua que alimenta al lago donde salvó con vida, abrazado a un
viejo coihue, Pedro Cardyn, integrante de un grupo que a comienzos de los
años ochenta intentó subvertir el orden impuesto por la dictadura militar en
Chile.4² Sus compañeros cayeron ajusticiados en las inmediaciones por tropas
la Comisión Rettig considera que se trata de ejecuciones, en violación a los derechos humanos
de los afectados (Informe Rettig, 1991: 991-3).
98 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
En la búsqueda de alternativas
gestores públicos y del tercer sector que se visualizan en los párrafos preceden-
tes invitan a prospectar nuevas formas de aproximación al tema. A pesar de las
desastrosas consecuencias derivadas de la implantación de un sistema capita-
lista y las igualmente no deseadas consecuencias de una definición privatiza-
dora de la conservación, hay algunas razones para alentar un cierto optimismo.
En lo local está la capacidad que han demostrado a través de su práctica los
actores para gestionar espacios propios, incluso en condiciones adversas. En lo
global se advierte el desarrollo de una cultura ecológica y de una sensibilidad
creciente respecto de las necesidades de conservar la biodiversidad. Tal como
lo plantea Cunha, (2010: 78), considerando que los pueblos están inmersos en
procesos modernizantes, muchos de los cuales son productores de desórdenes
destructivos, se requiere de un proyecto amplio de sustentabilidad tanto en lo
social como en lo ambiental. Para ello se necesitan paradigmas creativos e ino-
vadores que den lugar a nuevos arreglos socioculturales y ambientales.
Más allá de responder a este desafío, se plantea la conveniencia de innovar
en el lenguaje y los conceptos con los que habitualmente se encaran los temas
territoriales, refiriendo tales innovaciones a la experiencia acumulada por quie-
nes han practicado una vida que se adecúa recíprocamente con su contexto.
De las experiencias revisadas en este capítulo se pueden discernir dos polos
que constituyen las situaciones límite que confabulan contra una conservación
socialmente inclusiva: de una parte, la separación de porciones de la biósfera
para su protección y, de la otra, la mercantilización de la naturaleza y su uso
exclusivo para el disfrute especializado. Estos polos, según veré más adelante,
pueden ser contrariados por la experiencia cotidiana de los residentes locales
que, como se verá, permiten imaginar modalidades simbióticas que escapan
tanto a su mercantilización como a las categorizaciones que a ello predisponen.
Las posibilidades de inteligir diseños que den cuenta de la integración de
los procesos socioambientales no se restringe al ámbito técnico. Es aquí donde
la mirada etnográfica cobra su plena vigencia. La visibilización de muchos de
los mecanismos articuladores entre las comunidades humanas y otras-que-hu-
manas se evidencia en el involucramiento mutuo del que puede dar cuenta la
intimidad de los procesos socioambientales. La ignorancia de tales articulacio-
nes se traduce no solo en un riesgo ambiental, sino en una condición conve-
niente para la desposesión de comunidades que han demostrado a través del
tiempo su viabilidad en territorios hoy amenazados por intereses mercantiles.
En suma, las prácticas de vida en los territorios de conservación se inmis-
cuyen en un conjunto de relaciones de las que participan seres otros que hu-
CAPÍTULO 3: ¿Conservar, criar o regenerar? Una mirada 101
desde la antropología acerca de la llamada conservación de la naturaleza
Capítulo 4
Protagonistas humanos en la regeneración de la vida de
los bosques nativos en el centro y sur de Chile
des sino más bien como un nodo poroso que integra prácticas cuyo despliegue
cotidiano le va dando forma. En este sentido se impone la lógica del habitar por
encima de la lógica del construir (Ingold, 1995).
Finalmente, y en ello radica lo medular de la argumentación, la constitu-
ción de una residencia involucra una tercera fase que incluye y trasciende las
anteriores y no es otra que la doble y simultánea relación con el bosque, por
una parte, y con la expansión urbana, por otra. ¿Cuál es la articulación entre
personas, animales, construcciones, infraestructura y bosque? La apuesta de
este capítulo sugiere que la residencia lo puede ser del bosque a través de las
personas, construcciones y animales, en cuyo caso los predios se constituyen en
sus prolongaciones. Pero también ocurre que la casa y sus habitantes, humanos
y no humanos, se congregan por oposición al bosque y, en tal caso, representa-
ría más bien un enclave civilizatorio cuya función no es otra que la del someti-
miento del medio circundante para su instrumentalización económica.
Infancia
experiencia vital con los elementos propios de su entorno, para constituir lo que
Gabriela Mistral (1949) llama la paganía congenital con las demás especies.
En la infancia se establecen las bases experienciales sobre las que se edifica
la seguridad ontológica. El diálogo entre el yo y el no-yo permite adquirir las
certezas básicas para orientar los cursos de acción. Irving Hallowell (1988)
invita a reconocer la existencia de un ambiente conductual a través del que se
valida culturalmente la persona. El yo mismo, subraya este autor, es condición
sine qua non para la existencia de los procesos sociales, y el yo mismo supone
una conciencia acerca de la conducta propia en relación a los valores socialmen-
te reconocidos. Semejante conciencia es un producto social y la distinción entre
el yo y el no-yo es materia de una definición cultural. El ambiente conductual,
en consecuencia, se corresponde con el conjunto de objetos simbólicamente
constituidos que sirven de orientación a los actores.45
En los casos que me ocupan, el ambiente conductual se condice con la in-
terfaz entre la vivienda y el monte, además del medio escolar y el sistema de
transporte usado para acceder a él, expresiones estas últimas de la expansión
metropolitana. Niñas y niños son puentes activos que a través de su vida coti-
diana van entrelazando estos espacios: sea colaborando en las tareas de la casa
o el campo, sirviendo de recaderos, cuidando animales, trayendo leña, cuidan-
do de los bebés en la casa o jugando, van constituyendo un mundo que les es
propio y del que derivan su sentido de identidad, al tiempo que asisten a clases
y se exponen al influjo de la cultura chilena en el ámbito de la escuela.
La desestructuración de los paisajes de infancia, la valoración de las mate-
rialidades de la modernización, la xenofilia son todos medios que erosionan no
solo el significado que las culturas asignan a las cosas con las que se constitu-
yen, sino que niegan validez a quienes son sus protagonistas. En esta parte del
texto planteo dos ideas: primero, que la experiencia infantil revela un vínculo
íntimo con la naturaleza que da cuenta de una ontología relacional y que está
radicada preferentemente –aunque no exclusivamente– en niñas y niños de
las comunidades indígenas y campesinas aledañas a los bosques nativos. Una
segunda consideración que arguyo en lo que sigue es que esta ontología relacio-
nal se ve socavada con la inmersión de las niñas y niños tanto en los procesos
“¿Han de ser todos los niños y niñas botánicos?”, me pregunta un lector crí-
tico cuando expongo el talento infantil que se expresa en su reconocimiento
de arbustos y árboles. Hay mucho de botánica en tal reconocimiento y, sin
embargo, no es, naturalmente, la idea de convertir en especialistas en el tema a
los escolares de Reyehueico, o de otros territorios del mundo rural campesino
e indígena.
Sin embargo, el conocimiento y maestría demostrados a través de la ex-
presión artística dan cuenta de una intimidad con el mundo de los árboles,
plantas, helechos, insectos y animales que impregna su relación con un medio
que, como veremos a continuación, las presiones modernizadoras a través de
algunas escuelas y de los medios de comunicación les instan a abandonar.
Mediante talleres llevados a cabo con niñas y niños de escuelas rurales ale-
dañas al bosque nativo, pude conocer la forma como se construye y despliega
la comprensión infantil acerca de los procesos que aquí interesan. La escuela
es un nodo que aglutina las experiencias dispersas de escolares provenientes
de territorios internamente diferenciados en términos no solo geográficos sino
que también económicos y culturales. Los talleres permiten abrirse a un influjo
al que la educación comandada desde arriba no permite. La fórmula empleada
para trabajar con niñas y niñas de entre 8 y 11 años fue simple: un paseo por el
bosque disponiendo de cuatro estaciones para propósitos diferentes: una para
108 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
dibujar lo que se percibe, otra para reconocer especies y objetos con la vista
vendada, una tercera para fotografiar lo que les pareciera relevante y una cuarta
para compartir la experiencia.46
Lo que aquellos talleres permitieron –recordando que los dibujos infantiles
no están dispuestos para ser interpretados por los adultos-expertos, sino que
más bien son una incitación al diálogo, una apertura de mundo que da paso a
nuevas comprensiones de aquello que al observador escapa (Walker, 2008)–
fue, por una parte, caracterizar la riqueza perceptual de las y los niños en rela-
ción al bosque y sus procesos y, luego, advertir los efectos no esperados que la
educación formal provoca entre sus educandos.
Un buen punto de partida para dar cuenta de estos hallazgos es el dibujo de
una niña de la Escuela de Liquiñe en la zona del bosque templado. La Figura 2
ilustra la experiencia. “Sentimos el ruido del río. Fue muy relajante [niños ven-
dados]. Hicimos un círculo, nos vendaron los ojos, fue muy relajante, fue una
experiencia muy increíble”, reza el dibujo, al tanto que muestra al grupo infantil
enmarañado en los árboles, casi invisibilizado por ellos.
La experiencia infantil se construye a partir de la práctica y la percepción es
fruto del involucramiento del organismo con su medio (Gibson, 2015). El bos-
que se hace presente en la vida de niñas y niños a través del ejercicio cotidiano.
Es a través de sus juegos y de la colaboración que prestan a sus padres en el cui-
dado de animales y siembras, el corte y acarreo de leña lo que permite articular
una fina representación del pasaje. La percepción infantil, expresada a través
del dibujo, revela no solo el conocimiento de la diversidad de especies con las
que conviven sino que también de la morfología y asociaciones ecológicas que
caracterizan el paisaje local, además del afecto que profesan a ciertos árboles
y arbustos. La capacidad de niñas y niños para reconocer especies no está de
ninguna manera restringida a la visión. El gusto y el tacto son herramientas
importantes para distinguir elementos de su entorno. Su aventura botánica es
una experiencia de convivencialidad con las demás especies.
La aventura botánica de la infancia en el bosque no es ajena a los procesos
históricos que allí se han vivido. Más allá de la obvia determinación histórica
de los tipos y distribución de especies tras la expansión maderera, hay otras
46 Naturalmente que la actividad fue informada y discutidas con los profesores de las escue-
las, autorizada por los padres y voluntaria la participación para niñas y niños, contando para
ello tanto con el consentimiento informado como con el asentimiento. A ello se agrega una ac-
tividad de vuelta de mano donde se expone ante la escuela y las y los estudiantes los resultados
que sus dibujos llevan a establecer.
CAPÍTULO 4: Protagonistas humanos en la regeneración de la vida de los bosques nativos en el centro y sur de Chile 109
huellas de las que los propios niños se hacen cargo en sus dibujos, entre los que
llama la atención uno en particular que muestra una huella (Figura 3: Camino
de durmiente). Al conversar sobre el dibujo, el niño-autor señala: “Cuando voy
a trabajar con mi papá”, señala, “mi papá siempre hace eso (huella) para que los
durmientes bajen sin problema”. La vida e historia del bosque se imprime en las
experiencias de infancia y quedan grabadas en los modos de percibir y actuar
en el mundo, y en la materialidad misma de la huella.
La práctica es antigua y no es inocua en términos ambientales. A la ex-
tracción de la madera sigue su traslado y este suele a ser a costa de los nuevos
especímenes que crecen a ras de suelo.
La experiencia infantil del bosque entrega pistas, por otra parte, acerca de la
forma como, en lo subjetivo, las distintas especies se van constituyendo como
estratégicas. Los niños y niñas tanto del bosque templado como del bosque es-
clerófilo, a pesar de la fuerte influencia urbana que pesa sobre ellos, mantienen
un vínculo estrecho con algunas de las especies con que a diario conviven.
En la figura anterior se representan las especies que, en la percepción de una
niña de la Escuela de Niño de Dios de Las Palmas, son parte de la historia de
lo que llama el pequeño bosque nativo. Y la explica así:
Reyehueico
Palabras
Dibujos
Liquiñe
Exótico
Nativo
Nombre Nombre científico
Niños
Niñas
Alamo Populus alba 1 0 1 0 1 0 0 1
Ampe Lophosoria 0 1 1 1 1 0 1 1
quadripinnata
Araucaria (pewén) Araucaria araucana 0 1 1 0 0 1 0 1
Arrayán Luma apiculata 0 1 1 1 1 1 1 1
Avellano Gevuina avellana 0 1 1 0 1 1 1 1
Canelo Drimys winteri 0 1 0 1 0 1 0 1
Cartucho Digitalis purpurea 1 0 0 1 1 0 1 0
Coihue Nothofagus dombeyi 0 1 1 1 1 1 1 1
Colihue Chusquea culeou 0 1 1 0 1 0 0 1
Costilla de vaca Blechnum cordatum 0 1 1 1 1 0 0 1
Eucalipto Eucalyptus 1 0 1 0 1 0 0 1
Hualle Nothofagus obliqua 0 1 0 1 1 1 0 1
Helecho Hymenophyllaceae 0 1 1 1 1 1 1 1
Laurel Laurelia sempervirens 0 1 0 1 0 1 0 1
Lingue Persea lingue 0 1 0 1 1 1 0 1
Luma Amomyrtus luma 0 1 1 0 0 1 1 0
Maqui Aristotelia chilensis 0 1 1 1 1 1 1 1
Mañío Podocarpus nubigenus 0 1 1 0 0 1 1 1
Murta Ugni molinae 0 1 0 1 1 1 1 0
Nalca Gunnera tinctoria 0 1 0 1 1 0 1 0
Notro Embothrium coccineum 0 1 1 0 1 0 0 1
Olivillo Aextoxicon punctatum 0 1 0 1 1 1 1 1
Pino Pinus 1 0 1 1 1 0 0 1
Quila Chusquea quila 0 1 1 0 1 0 0 1
Radal Lomatia hirsuta 0 1 0 1 1 0 0 1
Raulí Nothofagus alpina 0 1 1 0 0 1 0 1
Roble Nothofagus obliqua 0 1 1 1 1 1 1 1
Sauce Salix babylonica 1 0 1 0 1 0 1 1
Siete venas Plantago lanceolata 1 0 0 1 1 0 0 1
Tepa Laureliopsis philippiana 0 1 1 0 1 1 1 1
Ulmo Eucryphia cordifolia 0 1 0 1 0 1 0 1
Zarzamora / murra Rubus fruticosus 1 0 1 0 1 0 0 1
• Tabla 7. Especies arbóreas según los niños y niñas. Fuente: Elaboración propia.
114 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
La mayoría de las especies reconocidas por los niños en las localidades vi-
sitadas son nativas (75%), lo que sugiere que este tipo de flora juega un papel
importante en sus representaciones de la naturaleza y en sus interacciones co-
tidianas con el bosque. En términos del reconocimiento de especies, de acuerdo
a la Tabla 7, no se observan diferencias significativas entre la comunidad más
urbanizada (Liquiñe) y la más rural (Reyehueico). En este nivel, las diferencias
más notables se dan en relación al género: las niñas reconocen casi el doble de
especies en sus dibujos y conversaciones que los niños. Del mismo modo, las
niñas prestan mucha más atención a los detalles de sus imágenes, y sus dibujos
muestran una mayor presencia de los arbustos, helechos y bambúes.
%
100
80
60
40
20
0
• Tabla 8. Especies exóticas y nativas en el dibujo infantil según residencia y género (N=32).
Fuente: Elaboración propia.
Cabe preguntarse, desde la perspectiva infantil, cuáles son las especies que
cobran mayor peso y que, al menos en teoría, les predisponen a constituirse en
culturalmente estratégicas. Un criterio inicial para identificar la importancia
relativa de las especies consiste simplemente en establecer si son mencionadas
en una proporción mayor al promedio, para luego indagar a través de los dibu-
jos y testimonios los significados que tales especies adquieren. Aplicando este
criterio, entre las especies del bosque templado, se advierten como relevantes
el ampe o palmilla y la costilla de vaca entre los helechos; el maqui y la murta
entre los arbustos y, entre los árboles, el avellano, el coihue, el lingue, el roble,
además del mañío, el olivillo, el pino, el sauce y la tepa.
En el listado de especies que destacan a través de sus dibujos y palabras
los niños y niñas, llama poderosamente la atención la presencia de los hele-
chos. Ello porque, a pesar de su exuberante presencia en el medio boscoso, no
CAPÍTULO 4: Protagonistas humanos en la regeneración de la vida de los bosques nativos en el centro y sur de Chile 115
siempre reciben de los adultos la atención que los niños les brindan. Entre los
arbustos destacan aquellos que habitualmente están incluidos en los ciclos de
recolección y cuyos frutos son altamente valorados por las niñas y niños.
Reposicionamientos inducidos
Comparados con sus contrapartes más urbanas, los niños y niñas de la es-
cuela más rural prefieren concentrar su trabajo en hojas y helechos más que en
colorear las figuras, preocupación esta que aparece con mayor intensidad en
los niños de la escuela de Liquiñe, una tendencia que se acentúa más en niñas
que en niños. Los detalles aparecen en el follaje de los árboles, en el dibujo de
hojas sueltas, insectos, pájaros o helechos. Estas representaciones, al tiempo
que muestran una relación más íntima con el bosque, invitan a considerar con
mayor profundidad el conocimiento botánico de los niños rurales.
En segundo lugar, la pérdida de detalles entre los dibujos de los niños de
Liquiñe puede interpretarse como producto de la artificialización de la vida
cotidiana que se ha escindido, en el pueblo, de su entorno boscoso. La percep-
ción de los niños de sí mismos como parte del paisaje se sustituye por imágenes
que se asemejan al estilo de naturaleza muerta que se enseña en la escuela (ver
figura 6).
En este contexto, las nociones de orden, jerarquía y separación cobran más
relevancia que los detalles. El privilegio que se otorga a la visión y especialmen-
te a la perspectiva se expresa no solo en el hacer gráfico de las y los escolares.
También se detecta en las actividades de exploración desarrolladas con ellos.
Las diferentes formas de experimentar el entorno se expresan cuando, con
los ojos vendados, se les invita a adivinar qué son los elementos que se les pu-
sieron en sus manos. “Fue una gran sensación”, escribe Constanza (11 años)
de Liquiñe, “No conocía el árbol, pero me sentí bien, el árbol era una tepa (L.
philippiana)”. Los niños del entorno más urbanizado, que confían más en su
visión, tienden a enfatizar en sus sentimientos y emociones al tocar un árbol
o una hoja u otros elementos, lo cual es reforzado por el sistema escolar. En
contraste, los niños en Reyehueico desplegaron todos sus sentidos y esfuerzos
para dar con la especie u objeto que se les pedía reconocer, evidenciando su ca-
pacidad para identificar correctamente los diferentes componentes del bosque,
sin limitar su narrativa a sus sentimientos. Sus exploraciones combinan el olor,
el gusto y la textura para singularizar cada elemento.
Los siguientes diálogos en el campo ilustran el marco de referencia que cada
grupo está utilizando para identificar las diferentes especies. En el caso de los
niños más urbanos de Liquiñe, las metáforas que usan para comunicar su expe-
riencia provienen de sus hogares. Como Emilia de Liquiñe, que escribe: “Tengo
una hoja que olía a tomate y algo más” o Florencia que explica: “La hoja era de
avellana chilena (G. avellana), era de color verde oscuro, y olía a perro”. Toma-
tes, cactus, perros y limones son todos parte de la vivienda. La separación que
118 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
47 La experiencia olfativa de niñas y niños no puede sino recordar la misma relación que
Neruda y Mistral describen en sus escritos y poemas. Mientras Neruda escribe: “Me entra por
las narices hasta el alma el aroma salvaje del laurel, el aroma oscuro del boldo”, Mistral recita:
“Huele el pino, huele el humus / Y el humus huele tan denso / como fue el segundo día / cuan-
do el soplo y el fermento. / Por la merced de la siesta / todo, exhalándose, es nuestro, / y el hue-
mul corre alocado /o gira y se estrega en cedros,/ reconociendo resinas olvidadas de su cuerpo”.
120 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
El dibujo de Sinay, reminiscente del line art, juega con las perspectivas de
modo de integrar en una sola expresión la imagen frontal del grupo de partici-
pantes con la de los árboles que aparecen en forma horizontal. Más allá de las
peculiaridades que la psicología infantil pudiese identificar en este dibujo, lo
que aquí me interesa es destacar el carácter relacional con que este se ofrece, y
que me permite ilustrar la ontología que en relación al bosque han desarrolla-
do las comunidades principalmente indígenas. La conciencia de ser parte del
bosque y de estar sujeto a procesos que trascienden las esferas personales es lo
que, en parte, caracteriza a esta ontología. Tal es la trama que conviene tener
presente a la hora de comprender los modos de vinculación territorial y su
posterior desalojo por acción de la expansión mercantil.
Enmarcando el bosque
• Figura 11. Planta generadora de electricidad abandonada. Liquiñe, 2015. A la izquierda, visita de
escolares a la planta y, a la derecha, vista exterior. Fuente: Fotografía del autor.
Otros aspectos que llaman la atención en los afiches son el uso de patrones
o modelos prefabricados y la preeminencia del dibujo esquemático, el uso de
elementos de decoración, la adición de animales exóticos, la inclusión de la
insignia escolar, el énfasis en los márgenes y las líneas rectas, y, en general, la
producción de una estética que privilegia las formas por sobre los contenidos
de la experiencia.
La riqueza de las observaciones previas hechas por niñas y niños, de su
lenguaje y de sus sensaciones inmediatas, se sustituye por estilos estándar de
dibujo y escritura que suprimen las estrategias alternativas para descifrar su
entorno. Los botánicos son reemplazados por ciudadanos obedientes que ser-
virán mejor a sus futuras posiciones en una sociedad altamente estratificada.
La modernización, en este último sentido, corresponde a la ilusión de separa-
ción de la naturaleza. Esta experiencia parece jugar un papel importante en la
diferenciación de los dibujos de los niños. El uso de perspectiva, líneas rectas e
imágenes estandarizadas contrasta fuertemente con las imágenes provenientes
de áreas rurales. En este último caso, en lugar de representar el medio ambien-
te usando una perspectiva globalocéntrica, los niños del campo lo represen-
tan desde dentro como parte de su cosmovisión vital (Ingold, 1993). Como se
revela en los dibujos, el ambiente escolar refuerza esta separación; la escuela
parece inhibir el potencial de los niños para reconocer los problemas claves de
su paisaje cuando trabajan en el aula. En un nivel aún más profundo, la escuela
puede alejar a los niños y niñas de la naturaleza y colocarlos en una posición
ontológica que es inconsistente con la familiar en su comunidad.
La cultura da forma a los dibujos de los niños. Tal influencia se refiere no
solo a la relevancia de ciertas características, colores o patrones que se utili-
zan en la organización de las imágenes, sino que también expresan el posicio-
namiento del niño con respecto a su entorno. Al examinar estos dibujos y al
interactuar con los niños, en general, el análisis de los expertos es insuficiente.
Las creaciones de los niños encarnan voces que podrían dar forma a una com-
prensión distinta de la relación entre las poblaciones locales, su entorno y la
influencia que la modernización ejerce en estos contextos. Al interactuar con
su entorno, los niños y niñas instruyen a los investigadores que pueden acceder
a un aspecto invisible de la realidad de los pueblos marginados en las zonas
rurales del Tercer Mundo (C. Skewes, 2017).
Las tensiones focales entre la imagen de la naturaleza de los niños y las
lecciones de la escuela sobre cómo dibujar son parte de un campo de discusión
mayor. La modernización despoja a las personas no solo de su entorno, sino
también de las habilidades que, en un contexto diferente, podrían ser el medio
para acceder al bienestar al que aspiran las comunidades y para ejercitar un
mayor control sobre sus vidas. Las representaciones de las y los niños, en este
124 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
último sentido, son una oportunidad que una noción engañosa de desarrollo
podría borrar.
Los niños y niñas de las ciudades modernizadas de las zonas rurales están
expuestos a un sistema de escolaridad basado en la interacción en el aula con
los docentes, al tanto que se les sustrae del rico entorno de biodiversidad don-
de se alojan los cimientos de lo que, para ellas y ellos, podría ser un futuro pro-
pio. Distanciarse del entorno no es solo una consecuencia directa de vivir en
las ciudades sino que, además, de la internalización de lo que Marshall Sahlins
(2006) llamara la cosmología occidental nativa. Tal fondo existencial encontró
expresión en los dibujos que muestran el paisaje como “afuera”, en oposición
a aquellos que hacen que el autor y los objetos sean parte de una imagen más
inclusiva. Los detalles de la representación de diferentes especies y el uso de
líneas rectas en oposición a las curvas refuerzan la dicotomía (Ingold, 2007).
Mientras tanto, ese mismo bosque está bajo constante presión con respecto
a la explotación y el uso exclusivo de personas ajenas al territorio. Los niños
en el área periférica, como los fragmentos del bosque, mantienen el legado de
un conocimiento botánico que merece protección. En este contexto, la escuela
tiende a inhibir sus capacidades creativas y, como resultado, ven mermada su
agencia: sus habilidades para representar el mundo se reducen en el aula y son
reemplazadas progresivamente por un imaginario que representa los valores
centrales y la estética de la modernidad en los países periféricos. La sustitución
de árboles en los dibujos o la aparición de animales exóticos sugiere un reem-
plazo progresivo de especies nativas por especies exóticas. El sistema escolar,
en la medida en que da la espalda a los niños del campo, crea nuevas formas de
dependencia, transformando a los botánicos del futuro en trabajadores para
el mercado.
CAPÍTULO 4: Protagonistas humanos en la regeneración de la vida de los bosques nativos en el centro y sur de Chile 125
Habitación
basal del vivir. Escenarios como los de las periferias urbanas, las zonas rurales
y periurbanas revelan la proliferación de una lógica del habitar que se contra-
pone a la de los barrios acomodados, de las áreas gentrificadas, de los proyectos
de vivienda social y de las avanzadas inmobiliarias, donde la lógica de la cons-
trucción pasa a ocupar el lugar central. En tales contextos, se impone la ley del
cemento, para usar la expresión de Boaventura de Sousa Santos (1977), en un
sentido estricto: el ambiente construido desplaza a las formaciones vegetacio-
nales como soporte de la existencia social. El cemento, a su vez, al interponerse
entre el habitante y el suelo, lo separa radicalmente del mundo viviente para
inscribirlo en un mundo de objetos cerrados sobre sí mismos (Ingold, 2008).
El habitar, en los casos observados en las cordilleras del sur de Chile, no es
reductible a los límites de la vivienda, límites que tiende a desbordar; es expre-
sión de modalidades autonómicas de constituir la residencia que no se someten
ni a normas constructivas que les son ajenas ni a las regulaciones del mercado.
Las prácticas residenciales no solo acomodan los espacios a sus propias posibi-
lidades sino que, potencialmente y donde sea dable, establecen alianzas con la
naturaleza circundante.
Los estudios de Margarita Alvarado (Alvarado, 2000; Alvarado y Mera,
2004) son una valiosa referencia para comprender las prácticas residencia-
les mapuche. La autora sugiere la existencia de una estética del habitar de las
comunidades indígenas del bosque templado. Esta estética está anclada en el
volcán y el lago, teniendo la casa (ruka) como el centro a partir del cual se
ordena el habitar. “El espacio que rodea este lugar-ruka”, señala la autora, “es
humanizado y habitado de acuerdo a una dinámica residencial que contempla
las jerarquías sociales, las diferencias de género y los parentescos que presentan
los que pertenecen a la unidad familiar” (Alvarado, 2000: 211).
Las prácticas del habitar no se circunscriben a las coordenadas simbólicas
sino que son más próximas a las formas habituales de articular los compo-
nentes humanos y no humanos del paisaje residencial. ¿Cuáles son sus carac-
terísticas? ¿Cuáles son los patrones que regulan su expresión? ¿De qué modo
influyen ellos en la organización de la vida cotidiana? ¿Cuál es su relación con
el medio circundante y su vinculación con los espacios comunitarios, regiona-
les, incluso nacionales? Estas preguntas son significativas para comprender el
papel que la vivienda representa en la regeneración del bosque.
La hipótesis sugiere que la vivienda es una prolongación de la vida pro-
pia y que ella vehicula la simbiosis entre personas, cosas y demás especies que
forman parte del paisaje local. La vivienda mapuche en las inmediaciones de
CAPÍTULO 4: Protagonistas humanos en la regeneración de la vida de los bosques nativos en el centro y sur de Chile 129
Visitas
Las normas que regulan las visitas y que fueron antes discutidas encuentran
expresión en el recibimiento del que Eulojio Robles fue objeto al llegar a una
ruka. Así describe su experiencia:
50 No cabe sino pensar lo profundamente occidentales que estas nociones son, las que ya es-
tán formalizadas en el Derecho Romano. Más aún si se piensa que en Chile hay una institucio-
nalidad para velar por la historia de estos bienes y de los gravámenes que sobre ellos existen: el
Conservador de Bienes Raíces.
52 La posición de los perros en las culturas chilena y mapuche merece un estudio apar-
te. Básteme con señalar que, en el segundo caso, se hacía distingo entre trewa y kiltro para
diferenciar aquellos ligados al trabajo de los vinculados más al hogar. Para los efectos de mi
argumentación, es preciso señalar que los perros son un elemento principal en el paisaje local,
constituyendo parte del sistema de comunicaciones entre la residencia y su medio externo. La
vida de los perros se da fuera de la construcción y, en todo caso, son prohibidos en el desarrollo
del nguillatun y de otros rituales. En ningún caso el perro asume la condición de mascota en el
sentido que se le da en el contexto chileno.
132 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
Ruka
En Vida y costumbres de los indígenas araucanos en la segunda mitad del siglo XIX,
Pascual Coña mediante la palabra ruka se refiere a una decena de lugares: hos-
pital, escuela, comercios, convento, edificios y torres, estación de trenes, salas
de clases, dormitorios, comedor, patio escolar, casa mortuoria, departamento,
sanatorio (Moesbach, 1936). La pluralidad de situaciones a las que el término
es aplicable invita a pensar de otro modo la relación entre los seres humanos
y sus residencias en su práctica cotidiana. En la ruka aparece el sedimento que
resulta del habitar del organismo, pero no cabe concebirla como un contenedor
de vida, es más bien su resultado. En palabras de Alvarado (2000: 211), la casa
deja de ser una “caja inerte” para constituirse en un espacio dinámico.
La ruka o vivienda mapuche ha sido objeto de observaciones sistemáti-
cas tanto por cronistas como por investigadores del mundo académico. Al ya
citado testimonio de Pascual Coña, se suma Claude Joseph (1928), con una
detallada observación de las rukas que le toca visitar en la Araucanía. En la ac-
tualidad, Orlando Sepúlveda (Sepúlveda, 2013; Sepúlveda y Cossio, 2015) ha
contribuido a contextualizar la vivienda en el contexto de los procesos asimila-
cionistas que ha sufrido el pueblo mapuche. Estos textos permiten dar cuenta
de las transiciones que van desde la ruka como la residencia propia del pueblo
hasta la vivienda de madera y su precarización que la lleva a coexistir y a resis-
tir las imposiciones de la vivienda social subsidiada por el Estado. A partir de
las observaciones etnográficas en otros territorios mapuche, incluido el medio
urbano, se puede advertir una complejización de las prácticas del habitar, pero
no necesariamente su sometimiento a la ley del cemento o de la madera (en el
caso de residentes de sectores dominados por la industria forestal).
Algunos de los hitos que se aprecian significativos en las descripciones dis-
ponibles son, entre otros, el posicionamiento de las casas –en los lomajes y en
las proximidades de esteros, algo retiradas de los caminos públicos, de modo
que puedan verse entre vecinos “y prestarse mutuamente pronto auxilio en caso
CAPÍTULO 4: Protagonistas humanos en la regeneración de la vida de los bosques nativos en el centro y sur de Chile 133
54 En las viviendas donde hay palqui (Cestrum parqui), como en el caso de Milleuco, el ar-
busto se cerca para evitar su consumo por parte de los animales, consumo que puede ser letal.
136 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
a través de los relatos, su historia. Asimismo acoge a sus visitantes, cuyos nú-
meros se incrementan notablemente en las temporadas estivales, cuando hacen
uso de sus vacaciones hijos, hijas y parientes residentes en otros lugares y cuya
presencia debe entenderse como un renuevo identitario. La apreciación de la
vivienda mapuche en ausencia de estos datos – el centro ontológico asociado
a las fluctuaciones estacionales de sus moradores– es engañosa: la unidad no
está concebida para un segmento familiar sedentario que afinca su autoconoci-
miento en la rigidez de la construcción, sino que en el dinamismo de las mate-
rialidades y memorias que con ellas se articulan. El tamaño del espacio central
tiene, pues, una importancia no solo supeditada a las prácticas de sociabilidad
propias de la comunidad, sino que también al papel que desempeñan los kim-
ches, hombres sabios que, en torno al fuego, despliegan su conocimiento.
No cabe duda de que la irrupción de la televisión ha debilitado la interac-
ción verbal al interior de las casas mapuche. Pero la observación directa sugiere
que los televisores se han incorporado al cúmulo de tareas y actividades que
ocurren en la parte central de la vivienda y, si bien merma la conversación, la
práctica de mirar televisión se mantiene como un hecho colectivo donde la ex-
periencia del televidente está siempre acotada, intervenida, contextualizada y
complementada por las voces de la familia que traducen al lenguaje propio los
mensajes del medio.
El ancla de la casa, como se ha señalado, es el madero de pellín. Figurativa-
mente se puede sugerir que es un brote a través del que la naturaleza también
se renueva por la vía de los habitantes del lugar. Conviene, en este sentido,
prestar atención un poco más estrecha a la relación que se establece con los
árboles. Como antes se ha señalado, hay en la totalidad de los predios visitados
la confluencia de cursos de agua y árboles, los que sirven de soporte a la vida
social que germina junto a ellos. Abstraerse de este contexto es tan engañoso
como lo es asociar vivienda a residentes de modo estático. La vivienda desbor-
da hacia “afuera” y la naturaleza circundante lo hace hacia “adentro”. Se trata de
un proceso socioespacial en el que se dan relaciones especulares en términos de
las tareas desempeñadas en el predio y las llevadas a cabo en la casa.
Los espacios interiores de la residencia mapuche difícilmente pueden ser
concebidos en ausencia de nexos con el exterior cuya materialidad se expresa
tanto en los objetos como en las actividades cotidianas. Un buen ejercicio de
campo es seguir las huellas que dan cuenta de las rutinas diarias y que vinculan
el interior y el exterior. Hay huellas que son de las rutinas femeninas y otras
de las masculinas. Las primeras tienden a circunscribirse a los espacios inme-
CAPÍTULO 4: Protagonistas humanos en la regeneración de la vida de los bosques nativos en el centro y sur de Chile 139
casas, originando una singular arquitectura mestiza que aún se conserva en las
zonas lacustres cordilleranas.
La mirada occidental de la vivienda mapuche, por otra parte, ha omitido la
muerte como parte de su ciclo vital. En las observaciones de campo, la muerte
no está ausente. El recuerdo de los difuntos se manifiesta en los descansos, esto
es, una pequeña construcción conmemorativa del difunto que replica la casa
y que se yergue junto a un árbol que, en vida, la persona ha escogido. Esta
práctica pertenece a un ámbito más bien restringido en el territorio estudiado
–en las comunidades aledañas al lago Neltume y en Milleuco. Sin embargo, la
documentación arqueológica sugiere su existencia en períodos prehispánicos y
del complejo Pitrén, desde 600 D.C. hasta la Conquista (Adan, Mera, Baha-
mondes y Donoso, 2007; Alvarado y Mera, 2004), lo que motiva a profundizar
en el estudio de la práctica. Los descansos son, allí donde se les encuentra,
parte integral del medio residencial, ubicándose en la periferia del predio fa-
miliar, constituyéndose en objeto de visitas frecuentes por parte de quienes allí
recuerdan a sus deudos ( J. Skewes y Guerra, 2015; Rojas, J. Skewes, Poblete y
Guerra, 2011; J. Skewes, Rojas, Guerra y Mellado, 2011).
La muerte como hecho social demanda de la arquitectura familiar un co-
bijo que los modelos de vivienda social son incapaces de proporcionar. En la
población mapuche de la zona visitada no se dan los fenómenos de fragmenta-
ción y de atomización como de hecho sucede en el resto de la sociedad. Aun-
que no presenciales, las relaciones mantienen su vigencia y se activan espe-
cialmente con la muerte de alguno de los miembros del grupo residencial. La
masiva llegada de invitados impone tiempos y espacios que no se concilian con
las normas y hábitos chilenos concernientes a la muerte; la casa es uno de los
puntos de tensión frente a la arquitectura impuesta. Así como el fogón es el
lugar central en la conformación misma del espacio residencial, lo es también
como escenario final de la vida de alguno de los miembros en su recorrido
hacia el cementerio.
Nido
se acerca más a la idea de nido, esto es, a los acomodos que se dan entre los
habitantes de un lugar y el lugar mismo. La expresión ruka we –el lugar donde
se levanta la casa– es sintomática en este sentido. La propuesta de Tim Ingold
acerca de la lógica del habitar es mucho más próxima que la de la máquina de
vivir para dar cuenta de esta forma de residencia. Pero, claramente, no es solo
un tema de palabras.
Una lectura desde el materialismo vital viene, según se ha señalado, a ex-
pandir la interpretación del hecho residencial. Y lo hace en varios sentidos.
Primero, renuncia a confinar el concepto de vivienda a los limites impuestos
por sus muros. Procura, en cambio, entenderla como parte de un proceso so-
cioambiental más amplio. En el mismo sentido, la vivienda es entendida en una
relación dialéctica donde la interioridad es prolongación de su exterioridad y
a la inversa: las prácticas de sus residentes desbordan a través de su quehacer
la vivienda y los árboles toman posesión de las inmediaciones del núcleo ha-
bitacional. La invitación no se limita solo a interrogar los bordes. También se
proyecta a las dimensiones de una residencia que contra sensu se muestra fluc-
tuante tanto en lo diacrónico como en lo estacional: su materialidad es plástica
y flexible. La mirada materialista pone en evidencia la simbiosis que se corres-
ponde con un proceso socioespacial que, en cada una de sus contingencias,
informa acerca de una síntesis histórica entre los seres humanos y su medio. En
justa medida puede ser concebida como un nodo en torno al que se entreteje
la ontología relacional que distingue esta forma de habitar de aquella que es
impuesta por la vía de la modernización.
Desde el punto de vista de la preservación del bosque nativo, las prácticas
residenciales que han logrado proyectarse en las zonas cordilleranas del sur de
Chile sugieren la posibilidad de cultivar la relación con el medio de una forma
inclusiva tanto para seres humanos como para no humanos y, por lo mismo,
son más sustentables que las que caracterizan a la economía depredadora que
se ha desarrollado en los valles. La ruka mapuche representa formas de cultivar
otros modos de vincularse con los árboles, por lo tanto, tiene un carácter pa-
radigmático para iniciativas innovadoras en el campo de la conservación en un
período en que se multiplican los conflictos ambientales.
La residencia es concebida así como un nicho de vida, enmarañado con la
naturaleza de la que es parte. Más que interrumpir el curso del bosque, este
enclave puede considerarse como su posible prolongación. Un predio es, en
este sentido, un ensortijamiento de las trayectorias de las cosas, las personas,
los espíritus y los demás seres vivos, entrar a él es como entrar al bosque y no
CAPÍTULO 4: Protagonistas humanos en la regeneración de la vida de los bosques nativos en el centro y sur de Chile 145
solo cambiar de foco desde lo distante hasta lo próximo sino que experimentar
una percepción radicalmente diferente del mundo. Más que un estado, hay en
la residencia un proceso ejemplar de la recíproca habituación de las especies
que también puede advertirse en la vida de los bosques.
El estudio de las prácticas residenciales del mundo mapuche cordillerano
sugiere la existencia de formas germinales del paisaje afincadas, a nivel de las
personas, en la relación con los árboles, mediada por conversaciones que tras-
cienden el lenguaje articulado, y, a nivel de las residencias, en la agrupación de
seres humanos y no humanos, moldeada por un concepto inclusivo de familia.
Estas bases generan condiciones para expandir la moral comunitaria a fin de
reconocer derechos a las especies que habitualmente no se visualizan como
parte de la historia local.
Monte
El monte tanto en la zona central como sur suele ser tomado como lo indó-
mito, lo silvestre o lo natural. Para los habitantes de los valles aconcagüinos el
monte es sitio de arrieros y ganados. Es territorio reservado para un segmento
especializado de la población en tanto que para el resto lo que está arriba se
identifica con lo salvaje. En el mundo mapuche, en cambio, la relación es de ca-
rácter dialéctico. El monte no está allí para ser conquistado o dominado; por el
contrario, es un interlocutor que se expande y contrae según sea el tipo de rela-
ción que con él se establezca. El monte es tenido a la vez como lugar de refugio
y de carácter sagrado, tal cual los mitos de origen lo señalan: cada localidad
cuenta con su trengtreng, el que es objeto de veneración. La figura del monte es,
desde el punto de vista de las taxonomías occidentales, un híbrido que com-
bina en forma plástica aspectos de la geomorfología con los de la vegetación.
La expresión “puro monte” puede referirse indiscriminadamente a alturas de
verde exuberante como desérticas. La traducción de monte como mawiza en-
traña algunas dificultades, en este sentido. La mawiza, término que se hace en
algunas situaciones sinónimo de monte, envuelve un componente vegetacional
complejo, y al igual que el monte, es objeto reverencial (Ceballos et al., 2012).
Sin embargo, como lo sugiere Bengoa, el término engloba “espacios boscosos,
cordilleras y valles de altura” (Bengoa, 2003: 55). Fray Félix de Augusta (1903)
agrupa bajo el concepto de mawida montaña, bosque, y árbol del bosque. Con-
vendría, en este sentido, hacer el distingo al modo como lo sugiere Guevara
146 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
El desmonte
Graciela Huinao
55 La taxonomía de Guevara (ibíd.) incluye, además, rulu o vegas, mallín o pantano dese-
cado, lelvun o llano, quetrahue o terreno arado, y cachillalhue o siembra de trigo (hualhue para
maíz, cahellalhue para cebada, aividalhue para arvejas).
CAPÍTULO 4: Protagonistas humanos en la regeneración de la vida de los bosques nativos en el centro y sur de Chile 147
Los relatos obtenidos en terreno dan cuenta de las dinámicas que, aun en con-
diciones de adversidad, permiten la autodefinición y el modelado del paisaje
por parte de los habitantes del territorio. Un relato particularmente sensible
que ilustra esta relación es el de don Eugenio Leal de la localidad de Pilinhue,
aledaña a Coñaripe. Su historia lo es la del predio que ocupa y da cuenta de las
presencias y ausencias marcadas por la desposesión. Cuando niño fue un niño
arrendado: “Yo me acuerdo de cinco años, seis años, obedecía a mi mamá… Me
llevaban arrendado y yo obedecía el arriendo”, a cambio su madre recibía quin-
tales de harina y lo hizo hasta que pudo ofertar su fuerza de trabajo como obre-
ro en la ciudad de Valdivia. El arriendo era por temporada, y fue una práctica
frecuente durante el siglo XX (Poblete, 2001). Según uno de los entrevistados
de la autora: “Los papás dejaban empeñado a su hijo, si tenían un chicuelón
grande, por un año o más tiempo, lo dejaban empeñado, arrendado allá, y así
tenían esa cadenita o cuchillo grande”.
Dos cosas pasaron, según cuenta don Eugenio, que son cruciales para en-
tender la posición intersticial de la que se habla. Por una parte dice: “Yo me crié
como persona. Pobre, como sea, pero yo me crié como persona; hablé el ma-
puzungun, que es riqueza; aprendí a estudiar, que es riqueza; aprendí a atender
mis amigos, antes no podía ofrecer ni una taza de café”. Por la otra, dice que la
casa de su mamá no tenía árboles y explica que “donde vivía solita mandaba que
le boten los árboles para hacer fuego. Cerquita de la casa, todo lo que estaba
cerca, alrededor, échele al fuego no más. No tenía nada”. La mujer sola, como
la madre de don Eugenio, vive en una isla desplobada de árboles en medio del
monte. “Yo a mi casa, donde vivía, era… como una pampa”, recuerda la señora
Guacolda de Liquiñe”. Era un “tiempo en que yo encunclillada plantaba”.
El metabolismo con la naturaleza, para usar la terminología de Carlos
Marx, puede entenderse a través de la dialéctica del trabajo pero también en
términos de la negociación entre los cuerpos vivos cuyas relaciones puestas en
tensión van modulando el paisaje. Visto desde la perspectiva local, el paisaje
entra en relación directa con el monte y la montaña, con la mawiza, y la formas
CAPÍTULO 4: Protagonistas humanos en la regeneración de la vida de los bosques nativos en el centro y sur de Chile 149
La mawiza, desde esta perspectiva, deja de ser una entidad separada y fija –
bosque nativo o montaña (Ceballos et al., 2012; Grebe, 1993). Por el contrario,
es fruto de una relación histórica con los seres humanos: su crecimiento o de-
crecimiento expresa los ciclos de actividad que, como se ha visto, están sujetos
a determinantes estructurales. Porque “cuando ya dejó de trabajar el longko, el
dueño; el campo queda solo. Ahora, nuevamente la naturaleza me dice: ‘Tú ya
te quedaste, yo vuelvo a mi ser’. Eso se está otra vez llenando de maleza. Hay
murra (Rubus ulmifolius), hay de todo, porque yo no puedo trabajar. Así que,
así tal como lo recibí, así lo estoy entregando”. El proceso se ciñe a las fases de
expansión y contracción de las unidades residenciales en una relación inversa-
mente proporcional: el incremento de una lleva al decremento de la otra, no
pudiendo, eso sí, fagocitarse la una a la otra.
En la figura siguiente se describen las tres fases del vínculo del bosque con
las unidades residenciales. La fase inicial es previa a la ocupación y que, en el
caso de la montaña, está dominada por la mawiza o el monte. La fase germinal
se asocia al clareo de las áreas aledañas a la vivienda que, careciendo de recur-
sos suficientes, no puede sino cortar lo que hay en su entorno. En la fase de
56 Compárese con la descripción que Descola (2013: 44 y ss.) hace de las montañas en
Japón, China e India, donde se desvanece la dicotomía silvestre/domesticado dando paso a una
distinción entre lo habitado y lo no habitado, sin dicotomía de por medio.
madurez residencial, por una parte, se extrae leña del monte, y, por la otra, se
deja que los árboles crezcan en el predio para integrarlos a la vida cotidiana. La
fase posterior, de envejecimiento, tiende a corresponderse con la inicial: como
señala don Eugenio Leal, el monte retoma sus posesiones.
• Figura 12. El bosque y su relación con la unidad residencial. (1) Fase inicial, (2) Fase germinal,
(3) Fase madura. Fuente: Croquis dibujado por Mauricio Cayul y editado en Adobe Photoshop CC por
Laura Skewes.
58 Compárese la afirmación precedente con la que sigue: “Tenemos esto del ‘reconocimiento
entre parientes’ [kin recognition] en las especies animales y ahora estamos descubriendo que hay
de hecho reconocimiento de parentesco entre plantas. Hemos hecho algunos experimentos
para mostrar que aquellos árboles madre envían más carbono a los individuos que les son
genéticamente más relacionados que a los extraños. Esto significa que el árbol madre está nu-
triendo a sus retoños para por su intermedio pasar sus genes a las futuras generaciones”. Quien
CAPÍTULO 4: Protagonistas humanos en la regeneración de la vida de los bosques nativos en el centro y sur de Chile 151
Más allá de las risas que la historia del Vaquero provoca cada vez que se
la cuenta, ella permite entender el entramado que se da entre las actividades
humanas y animales en el contexto de una ontología relacional. El vaquero deja
de ser el pet o mascota de una familia para integrarse a una red de relaciones
donde se entrecruzan humanos, cerdos, perros y jabalíes para encarar la tarea
cotidiana. El animal adopta la costumbre local y la costumbre local le adopta:
deja de ser perro faldero para ser parte de la tarea colectiva.59
La historia pone de relieve la yuxtaposición de tiempos, orígenes y culturas
que se dan estos paisajes híbridos, tornando especialmente difusos los lími-
tes de aquello que se conoce como lo propio en oposición a lo ajeno. Al cabo
resultaría difícil definir al terrier como exótico una vez que se ha integrado a
la dinámica del cotidiano. En el citado caso de Tralahuapi, el uso de técnicas
andinas en la textilería mapuche importa la incorporación de nueve alpacas y la
transformación de un galpón abandonado en taller. Alpacas, ovejas y terneros
pasan a emparentarse entre sí, sirviendo la lana de las primeras para ser hilada
por un telar accionado por el motor de una lavadora en desuso.
La ontología relacional, tal como la define de Munter (2016), se inscribe
en paisajes mestizos y se despliega en un contexto de intercambios desigua-
les en los que la vida se hace posible sumando pensiones y subsidios estatales
con producción apícola, cultivos menores, producción de hortalizas, venta de
fuerza de trabajo, apoyos familiares. En tales circunstancias, es el biculturalis-
mo una condición necesaria para sortear la desposesión, lo es también el ser
ladino, esto es, la capacidad de poder conjugar el mestizaje y la destreza, de
conectar la sagacidad con la condición de políglota, al modo de los lenguaraces
(Perma, 2016). El haber sido arrendado y luego vender su fuerza de trabajo, el
hablar una y otra lengua, el tener una madre sola en una casa sin árboles y el
mantenerse como mapuche permiten explicar el particular metabolismo que
se establece no solo con los árboles, sino que también y además con el medio
social en que se vive. Es un posicionamiento ontológico diverso al dominante,
pero se da en este estrecho marco de relaciones político-económicas fundadas
en la desposesión. Se trata más bien de una pluriontología sin la que se hace
difícil la existencia social.
¿Qué hay en estas prácticas que refleje una ontología diferente a la del co-
lono chileno, aparte de la ya mencionada mercantilización de la naturaleza? Lo
que marca la diferencia es la forma de concebir las relaciones entre los organis-
mos, tal como se refleja en la vivienda enmarañada en su medio. La vivienda
puede considerarse como la prolongación del bosque. Ello queda de manifiesto
en la yuxtaposición de trayectos y espacios que confieren su singularidad al co-
tidiano. No hay gallineros ni divisorias de espacio, no hay un dentro separado
de un fuera, no hay espacios exclusivos para un uso u otro ni ordenamientos
geométricos de los cultivos. Tal materialidad encarna la ontología relacional
en marcada oposición a una ontología moderna que procura en toda instancia
privatizar los espacios individuales.
Un protagonismo colegiado
Inez Hilger (1957: 76, traducción mía) cuenta que una mujer de 60 años de
edad le mostró animada y detalladamente el modo como se había organiza-
do un matrimonio: “Las hojas de un manzano, a cuya sombra nos sentamos”,
señala Hilger, “representaban a miembros de la familia del novio, las hojas de
lechuga del jardín, a miembros de la familia de la novia; una brizna de hierba,
el mensajero, que no era miembro de ninguna familia, y con un brote termina
la conversación”.
La representación del universo social a través de las especies vegetales no es
un mero arbitrio metafórico.60 Tal representación está fundada en un conjunto
de contigüidades prácticas que posicionan a los hombres junto a los árboles en
la sucesión generacional de unos y otros, a las mujeres asociadas con las huertas
cuya renovación es anual y a los mensajeros con las hierbas que no duran una
temporada. A ello debe agregarse que, tradicionalmente, al matrimonio contri-
buía la familia de la novia con vacas, gallinas, caballos y objetos de valor como
espuelas y otros (Cooper, 1946). Los tiempos sociales y los de las especies se
entrecruzan, generando una complicidad que asegura los posicionamientos re-
cíprocos a través del tiempo.
La residencia se traduce en un proceso ejemplar de recíproca habituación
de las especies, lo que se advierte en la vida de los bosques (Odenbaugh, 2007;
Sonigo, 2005). Cada uno de los árboles plantados, cada reparo hecho, cada
animal doméstico es parte viva de una biografía personal y familiar, de una
60 La filiación vegetal del mundo mapuche ha sido sostenida por Tomás Guevara (1909).
Sin entrar en los dominios del totemismo ni de la etnociencia, lo substantivo es que hay un
mutuo acomodo entre el pueblo y la flora (ver también Valenzuela, 1981 y Tacón, 1999).
154 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
Capítulo 5
Los aliados estratégicos: especies emblemáticas,
colonizadoras, extranjeras y polinizadoras
Leonel Lienlaf
inversa. Se postula así una etnografía multiespecie que emerge de una suer-
te de enjambre carente de orden y poblado por una multitud de otros seres
igualmente activos en la creación de mundos (Kirksey y Helmreich, 2010). No
obstante, dado lo menguados que estos textos son en relación a la economía
política, es preciso recordar que tales procesos tienden a subordinarse en lo
inmediato a la movilidad del capital y que, por lo tanto, es preciso entenderlos
en su relación con los medios de producción y las formas como se organiza la
sociedad (Braverman, 1998).
En este capítulo paso revista al papel que algunas especies han jugado en la
regeneración de los bosques: junto con ser buenas para pensar, lo han sido para
comer, pero más que eso lo son para con-vivir (Kirksey y Helmreich, 2010,
citando a Lévi-Strauss [1992] y a Marvin Harris [1974]). Mi análisis se cen-
tra, primero, en la relación de las personas con los árboles y arbustos, luego
con el mundo de los insectos, y, finalmente, con la ganadería.6¹ Una constante
en estas tres dimensiones está dada por la naturaleza del vínculo que une a se-
res humanos y no humanos. Las visiones tradicionales en el campo establecen
una demarcación clara entre lo salvaje y lo domesticado. Siguiendo a Descola
(2013) advierto que lo que mejor define las relaciones entre seres humanos y
no humanos es la sociabilidad que se establece entre ellos.
La idea vernácula de awachar ilustra una relación que no se declara abierta-
mente como de domesticación sino que, más bien, como la de convivencia entre
especies diversas.6² Según Walterio Meyer (1952), la palabra se deriva del que-
chua huacchá que significa huérfano y que, en el mapuzungun, se traduce tam-
bién como ilegítimo o manso.6³ Desde esta perspectiva, awachar corresponde
a dominar o amansar. No obstante ello, en el quehacer cotidiano, la palabra
corresponde más bien a la acción de brindar cariño y protección a un individuo
que siendo libre se deja querer por quienes lo acogen y con quienes vive en
proximidad, en marcado contraste con los animales definidos como bravos o
61 Las aves, como se señalara antes, cumplen un papel crucial en la relación del ser humano
con la atmósfera. No obstante, en esta ocasión no abordaré aquí el tema, invitando, en cambio,
y a modo de introducción, a la lectura del hermoso texto “El picaflor de la gente (Sotar Condi)”
de Victoria Castro (2004).
mañosos. Pueden ser awachados los animales, las plantas y el suelo y la tenden-
cia a privilegiar esta relación por sobre la de la domesticación –entendida esta
como el control que se ejerce sobre la reproducción de los especies– aparece
más marcadamente en las comunidades mapuche. Una comparación simple
de ello se advierte en el trato que a las gallinas se da en uno y otro contexto:
mientras en la zona norte se manejan en los gallineros, en el sur indígena son
parte de la dinámica residencial, permaneciendo libres.64
Por otra parte, el tránsito entre los distintos dominios de los que participan
las especies es acompañado de ritos de transición, dos de los cuales son revi-
sados al final de este capítulo. Por un lado, un rito que se convirtió en icónico
del nacionalismo chileno, como es el rodeo, y, por el otro, uno de los ritos más
profundamente significativos del mundo mapuche, como lo es el nguillatun. En
ambos casos hay una transición de los no humanos, sea al mundo espiritual,
sea al mercado y tal tránsito exige de actos sacrificiales. En el caso del rodeo, es
el sometimiento del animal a la voluntad humana y su eventual transformación
en mercancía y, en el caso mapuche, la ofrenda con la que se restaura al dominio
espiritual aquello que se recibió y que se espera volver a recibir.
Los protagonistas de la regeneración son, en consecuencia, aquellas relacio-
nes o sistemas de relaciones que garantizan la continuidad de la vida sobre la
base del posicionamiento recíproco y solidario de actores que son estratégicos,
incluyendo árboles, personas, animales, insectos y seres espirituales. La mer-
cantilización de cualquiera de ellos supone el desmoronamiento del tejido que
sostiene la reproducción de cada individuo en particular. El soporte cosmoló-
gico, a su vez, se centra en una ontología relacional donde el aludido posiciona-
miento recíproco define la disposición de cada actor. Tal soporte es fluido toda
vez que, fuera de su campo de relaciones, esa ontología deja de ser operativa,
forzando al individuo a oscilar entre el moderno egocentrismo y el holismo que
mejor se aviene con las características de los procesos regenerativos.
64 Lo cual explica muchos de los fracasos de los programas de desarrollo local que han
intentado introducir especies ponedoras en comunidades mapuche. El manejo en cautiverio de
estas especies aparece como incompatible con una dinámica de mutuo ajuste entre las gallinas
y las personas.
158 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
Árboles y arbustos
Luis Oyarzún
Hay especies que son colonizadoras, que laboriosamente abren espacio para que
otras puedan regenerar la cobertura biótica en un determinado territorio. En la
introducción mencionaba el papel que, en este sentido, cabe a espinos en los eco-
sistemas mediterráneos y el de los coihues en el caso de los bosques templados.
Ambas especies se reproducen en espacios abiertos, muchas veces impactados
por catástrofes que van desde erupciones volcánicas hasta la acción depredado-
ra de los seres humanos. La tenacidad de las semillas permite que broten allí
pequeñas colonias que crean condiciones para la reproducción de otras especies
y con ellas la incipiente regeneración del bosque. Tales, desde el punto de vista
ecológico, son especies estratégicas o keystone species (Davic, 2003).
La relación de los seres humanos con los árboles en estos contextos es tem-
prana. Las especies arbóreas se hacen presentes en la primera infancia como
ambiente de niñas y niñas que crecen en estos sectores rurales. Adquiridas las
habilidades motrices, se transforman en compañeros de juego, sea para trepar-
los o recostarse sobre ellos. Tal vínculo temprano forja sentimientos y educa
los sentidos de modo permanente en la infancia. Sus frutos se vuelven parte de
las exploraciones, aventuras y también del trabajo infantil. Así llegan, a la edad
del dibujo, a hacerse parte necesaria de las representaciones. Tales aprendizajes
van constituyendo los sedimentos para dotar a especies arbóreas de un carácter
culturalmente estratégico (Garibaldi y Turner, 2004), condicionando con su
pervivencia la continuidad de los paisajes infantiles. Tal es la fuerza evocativa
de los árboles que su presencia, aun cuando ya no existan en el medio, sigue
CAPÍTULO 5: Los aliados estratégicos: especies emblemáticas, colonizadoras, extranjeras y polinizadoras 159
siendo parte de la poética de los pueblos que con ellos se vincularon. Sirva un
par de ejemplos para ilustrar el caso. En Los Perales, sexta región, existió un
eucaliptus que plantaron los sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús a co-
mienzos del siglo XX (ver más adelante). Su antigüedad centenaria y su gran
tamaño lo convirtieron en un ícono de la localidad. Un temporal en la primera
década de este siglo lo derribó. La comunidad peregrinó en torno al árbol y
cada cual conservó una parte como reliquia. En Roble Huacho, en la novena
región, existió un Nothofagus de 500 años según asegura la comunidad local.
Envejeció y en su deterioro la gente se vio reflejada en la suerte del árbol. Final-
mente el árbol murió. Sin embargo, la comunidad –que reconocía allí su lugar
de oración y de reunión– decidió mantenerlo vivo usando su tronco como la
base para la construcción de un chemamull. La escultura sagrada mantuvo vivo
al pellín no solo en el nombre del pueblo y de la escuela, sino que en el corazón
de la práctica religiosa (San Martín, 2018).
Los dos ejemplos anteriores dan cuenta, por una parte, de una misma rela-
ción y, por la otra, de libretos culturales diversos. Coinciden ambos en identifi-
car al árbol como icónico de la vida comunitaria y, en los dos casos, hay un es-
fuerzo de patrimonialización. No obstante aquellos árboles están siendo leídos
desde culturas diversas y las conductas posteriores reflejan tales diferencias:
en un caso, el patrimonio se privatiza, el bien comunitario se transforma en un
bien personal; en el otro, el bien mantiene su función comunitaria recreándose
a través de ella. Volveré a este punto. Por lo pronto quisiera subrayar las carac-
terísticas del yo que subyacen en un caso y otro, oscilando entre el individua-
lismo y el holismo.
La cultura de la madera, por otra parte, se despliega remontando los valles
y siguiendo los cursos de agua. El énfasis en la conectividad no es otro que el
que reclaman los comercios de la leña y de las maderas. Una nueva identidad
se yuxtapone a la de las comunidades indígenas que habitan el territorio y, en
los pueblos, aserraderos y pulperías se le superponen. Desde inicios del siglo
XX y hasta la fecha, las relaciones entre ambas culturas, sus tensiones y con-
tradicciones han permanecido en el trasfondo de la historia regional (Klubock,
2014). Una urdiembre invisible en la escritura y en la conciencia diaria de sus
protagonistas se entremezcla con ambas culturas, dando lugar a modelajes di-
ferentes en lo que en apariencia es un mismo paisaje.
160 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
65 Hilger (1957) señala no encontrar evidencias asociadas al rito descrito por Cooper.
162 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
como Coñaripe, Choshuenco o Neltume. “Todo eso era el aserrín que estaba
botado aquí en Coñaripe. Cuando tenga la oportunidad de ir a Neltume, vaya.
Y ojalá que haya viento, y se va a la cancha, una cancha de fútbol que hay, por
el lado izquierdo mirando hacia la cordillera y ahí va a ver que todavía hay ase-
rrín”, afirma Omar, un viejo trabajador de la madera.
Aun cuando los mejores recuerdos de la época maderera se asocien a la pro-
ducción de derivados, fue la tala para durmientes, leña y carbón el uso más fre-
cuente que se dio a los bosques del sur. No obstante, los esfuerzos pioneros de
los aserraderos alimentaron con mucha fuerza los sueños de industrialización.
Este sueño se articulaba con la expansión del ferrocarril, el tránsito fluvial y las
embarcaciones que hicieron época en el territorio (en particular, el Enco, cuyos
restos son aún visitables en la orilla sur del lago Panguipulli en Choshuenco).
“El año treinta”, recuerda David Díaz, presidente del Comité de Agua Po-
table Rural de Coñaripe, llegó la empresa de ferrocarril del Estado”. En vez de
locomotoras o vagones, fue la empresa que llegó “con algo de diez aserraderos a
trozar los troncos de pellín [roble o coyán, Nothofagus obliqua] y de madera no-
ble como el coihue (N. dombeyi) para los durmientes de las líneas ferroviarias.
Entonces ahí construyeron alrededor de cuarenta y cinco casas. Las casas las
pintaron todas de color negro con alquitrán”.66
La memoria local es, pues, una de conquista y sometimiento del bosque,
donde los árboles se vendían por cuadras y se cortaban hasta donde el invierno
lo permitiera, para volver a bajar los troncos con los primeros soles de la pri-
mavera. Muchos de estos árboles, por sus dimensiones, no pudieron ser arras-
trados hasta las laderas para luego ser entregados a los aserraderos y llevados
por los ríos y lagos a sus destinos finales. Quedan, pues, en las vecindades del
Parque Nacional de Villarrica los tocones y trozos aserrados que dan mejor
cuenta de la xilofobia de que los árboles fueron víctimas.
En el bosque se imprimen huellas que en realidad son llagas: las que provo-
can el corte de los árboles y su deslizamiento. Así lo atestigua un vecino:
Hay partes que, para hacer una huella para sacar los durmientes, hay
que tirar abajo los árboles, y hay partes donde hay que rozar. Pero, don-
de está difícil, hay que tirar los árboles abajo y ese mismo árbol irlo
66 La imagen del pueblo de techos negros es tomada por Jorge Inostrosa (1970) en su nove-
la del mismo nombre, donde describe el pueblo de Coñaripe. La imagen que propone el autor
está asociada al alquitrán que se ponía en las techumbres de tejuelas de madera para imper-
meabilizar la vivienda frente a la lluvia.
CAPÍTULO 5: Los aliados estratégicos: especies emblemáticas, colonizadoras, extranjeras y polinizadoras 163
Don Juan: Nadie dice que no hay que cortarlos, porque a veces es por
necesidad que hay que trabajar la madera. Sí, eso es imposible de eli-
minarlo, digamos, pero si cortamos un árbol, aprovechemos y sembre-
mos más. Después que se fueron todas las empresas grandes se acabó
el trabajo, entonces de ahí la gente empezó a meter mano en la madera.
67 Se trata de variedes de hongos que crecen asociados a los Nothofagus y cuyos nombres va-
rían según región e incluso localidad. Entre ellos, el llao llao se singulariza por su maduración
en el mes de noviembre, posterior a la temprana primavera en que aprecen los digüeñes.
CAPÍTULO 5: Los aliados estratégicos: especies emblemáticas, colonizadoras, extranjeras y polinizadoras 165
que Nacional Villarrica se estableció “en los únicos terrenos de propiedad del
Estado que no fueron colonizados por ser marginales para la agricultura, ga-
nadería e incluso para la utilización forestal” (Corporación Nacional Forestal,
2006: 8). Hoy es el principal atractivo turístico de la zona, excluyendo de sus
lindes, además de los colonos, a la población indígena.68
Los madereros, obreros formados al alero de los aserraderos y en las rutas
de penetración al monte, marcando la huella de los caminos que hoy transitan
autos con turistas en su interior, cultivaron los valores de una cultura patriarcal
en que la demostración de fuerza y resistencia se constituían en sus ejes princi-
pales. Así se refleja en el diálogo de dos hermanos, Carlos y Jacqueline:
bicicleta las subía con todos los [útiles escolares] en la mano... Estos cerros se
quemaron todos una vez, esto, todo esto se quemó”.
La conversación a bordo es paralela a una historia de más aliento que se
dibujó, durante el siglo XX, en el territorio. No en vano el emplazamiento de la
escuela, a siete kilómetros de Coñaripe, la cabecera de esta avanzada, encuentra
espacio aquí, junto a una capilla de la Iglesia católica: es parte de la urdiembre
que va constituyendo un territorio reticular sobre lo que antes fueran los te-
rrenos de la extensa comunidad Antimilla. “Este puente aquí es un puente de
madera del mismo río que llega a Coñaripe, ese es el que pasa por la captación,
este es, donde está la captación de agua. Ese mismo es, Tralco es. Aquí tiene la
colmena David, el presidente del Comité de Agua”.
El estero de Tralco nace en la ladera sur del volcán Villarrica y vierte sus
aguas al lago Calafquen. La Corporación Nacional Forestal atribuye valor tu-
rístico al sector por su estado de conservación, su atractivo, su valor recreacio-
nal, y por su fragilidad, no así por su valor educativo, esto es, por “los procesos
biológicos, ecológicos, geológicos o históricos-culturales que permiten desarro-
llar actividades de educación o sensibilización, orientados a temas de conser-
vación del patrimonio ecológico o cultural” (Corporación Nacional Forestal,
2006: 22). Los procesos sociales que han configurado el territorio se distancian
así de las preocupaciones por la conservación.
En el estero que otrora fuera parte de la comunidad indígena “Pirén Mapu”,
el Comité de Agua Potable Rural ha creado una pequeña reserva para, de ese
modo, proteger la fuente de agua que abastece al pueblo. En torno del corrento-
so estero se han plantado coihues y otros árboles nativos que se suman a los ya
existentes, consolidándose un parque privado de público acceso. Son los contor-
nos de la nueva época superpuestos a la matriz dendricular del mundo indígena.
El curso del camino va cambiando el significado del paisaje y revirtiendo
sus utilidades para el beneficio de la comunidad chilena. Don Omar acelera su
vehículo y sus pasajeros se ponen cada vez más nerviosos.
Este sector se llama La Chépica, acá. Aquí las aguas corren al revés. ¿No
ve que aquí vamos, venimos subiendo y tenemos que seguir subiendo
para allá, pero las aguas de aquí corren para allá? Cualquiera que fuera
para Argentina pensaría que ya estamos en Argentina ya, y toda esa
agüita que baja aquí, la mayoría del caudal se van para allá. Ahí caen al
[río] Llancahue, hay un saltillo ahí. Aquí se hacía una tremenda laguna
CAPÍTULO 5: Los aliados estratégicos: especies emblemáticas, colonizadoras, extranjeras y polinizadoras 167
en esos años, ahí pasa el agua para allá, allá abajo hay un saltillo y ahí
agarra un caudal y sale al Llancahue.
El relato de don Omar es raudo como la conducción misma que lleva ate-
morizados a sus pasajeros. Se trata de una historia, una arqueología que, al
igual que las aguas recién descritas, se va escribiendo a contracorriente. Hacia
arriba, en este caso, es volver a los remanentes del bosque nativo que en el bajo
fuera devastado. Pero también es atravesar por una historia climática y geoló-
gica que recuerda las limitaciones que a cualquier expansión impone el medio.
“Esto fue todo corrida volcánica, no sé cuántos años atrás, miles de años, por-
que al lado había una lava negra que, la misma que hay en Chaitén”,69 señala el
conductor. “Esto está todo aparcelado, pura gente de afuera, compró parcela de
media hectárea acá. El gringo lo aparceló y lo vendió”. En el nuevo contexto, lo
que fuera asentamiento y población se transforma en recurso turístico. Parti-
cipando de la complicidad con que las corridas volcánicas se integran a la vida
contemporánea y las aguas temperadas por la materia ígnea se convierten en
atractivo para paseantes. “Aquí se llama Los Coihues... Una tupición de coihues
y hualles [árboles jóvenes], son como un kilómetro y medio más o menos, pero
lo han explotado ya... Claro, lo han explotado un poco. Aquí compró un gringo
que parceló todo esto. Botó los callejones, no hay ningún callejón. Ahí hay un
callejón para adentro, ¿no ve? Y acá hay otro, y así.
Los callejones de los que habla don Omar son los senderos por los que
sacaban el material (la madera) desde los cerros. También eran las rutas y sen-
deros de leñadores y yuntas de bueyes que bosquejaban el perpetuo avance
de un capitalismo extractivo, perpetuo aunque rítmico, pues las temporadas
invernales detenían la marcha de las sierras. Paradójicamente, son senderos que
se oscurecen y desaparecen bajo la égida de un nuevo capitalismo, de nuevos
sistemas de propiedad, que han convertido la naturaleza en mercancía para el
goce. Los nuevos estilos de vida comienzan a agruparse en las laderas de los
cerros permitiendo a la vegetación nativa reverdecer. “Aquí ya estamos cerca de
las termas Vergara. Se llama Catricheo este sector. Aquí, todo esto, hasta aquí
teníamos una puebla nosotros, después de que murió el papá, ¿cuándo iba a
tener documentación? Nunca [nos dieron el terreno]”.
69 Se refiere a la explosión del volcán de ese nombre ocurrida en el sur austral del país el
2011.
168 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
La relación con el bosque, donde los residentes del siglo XXI, convocados
algunos más por el ocio y el placer que confiere “el contacto con la naturaleza” y
los servicios que es menester proporcionar a los primeros, en nada se asemeja
a la vivida por los colonos madereros para quienes la violencia parece no solo
haber sido una norma sino que, como se advierte más adelante, una fuente de
mitologías atemorizantes.
1913) p. 278.70 Setenta años después, Pedro Cardyn (2017: 195), en un viaje
clandestino hacia la cordillera, recibe un consejo de igual inspiración: “Cuando
lleguen al Pino Huacho, tienen que hacer su rogativa, su oración o como les
salga. Pedir permiso a la pinalada y al volcán, dejarles algo de ofrenda: pan,
tabaco, un cigarro, un pedazo de lana”.
La construcción de caminos asfaltados permitió que los antiguos equili-
brios entre habitantes humanos y araucarias se trizara en este territorio: hoy
las araucarias, más que asediadas por motosierras, lo son por sus frutos que
convocan ya no solo a las comunidades mapuche circundantes pero a una cre-
ciente población chilena que llega en camioneta a cosechar frutos que tal vez no
hayan sido concebidos para ella.
Este es el cerro Los Venados, ahí se recolectan piñones, ahí hay una
araucaria, ¿no ve? Estos son un par de pinos que hay aquí a la entrada,
pero ¡cargadores! Mire ahí tiene otro, ese. Donde vamos, nos vamos a,
ahí está, hay otro, ¿no ve? Vamos a ir arriba después, de arriba para acá
nos vamos a venir. Este es el mismo estero Auspicio. Este ahora en la
tarde empieza a salir oscuro, empieza a botar ceniza. Mire, puras arau-
carias. Mire para el otro lado. Mire, ahí están las cabezas de piñón, al
otro año vamos a tener piñón, mire.
70 Una referencia similar se encuentra en Psicolojia del Pueblo Araucana (Guevara, 1909).
71 La catástrofe fue uno más de los hitos del comportamiento eruptivo del volcán Villarrica
iniciado el 8 de marzo del año precedente. Fruto de la erupción volcánica del 21 de mayo de
170 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
1963, “en el camino de Villarrica a Coñaripe fueron destruidos tres puentes… En la zona alta
fue destruido, entre otras cosas, un aserradero completo, con galpones, viviendas, maquinaria
y almacenamiento de madera. El aserradero estaba ubicado en Challupén Alto” (Casertano,
1964: 14).
CAPÍTULO 5: Los aliados estratégicos: especies emblemáticas, colonizadoras, extranjeras y polinizadoras 171
Leonel Lienlaf
Don Luciano encarna una relación en que él es quien cría a las araucarias hasta
que llega el momento en que, ya maduras, son ellas las que han de cuidar de
él. Es un parentesco que admite la reversión de sus términos y con ello abre el
espacio para la reconstitución de las ulteriores generaciones. En la medida en
que crecen, los papeles comienzan a invertirse, hasta que al llegar los árboles a
sus 40 o más años, son ellos los que comienzan, con sus piñones, a alimentar al
hombre que, a su avanzada edad, ya no puede producir lo que antes producía.
“Yo les digo küshepewen. Es como decirle la mamá, es mi mamá, ¿no ve que me
172 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
está dando el alimento?”.7² No conforme con ello, don Luciano vuelve al monte,
a replantar los retoños de sus pinos para así iniciar un nuevo ciclo (Figura 14:
El ciclo de la regeneración).7³
• Figura 14. Esquema construido a partir de la experiencia de don Luciano Ñancolipi de Mili Mili
en Coñaripe. (1) Recoge con su abuela plántulas de araucaria desde el monte y las siembra junto a su
casa; (2) Los árboles (“pinitos”) crecen al cuidado de don Luciano; (3) Los árboles maduran al tiempo
que don Luciano forma familia; (4) Los pinos comienzan a dar piñones y alimentan a la familia cuando
la fuerza de trabajo disminuye. Don Luciano replanta en el monte las plántulas que brotan bajo sus
árboles; (5) La hija de don Luciano cuenta con su pino y al monte se agregan los plantados por él.
Fuente: Croquis dibujado por Mauricio Cayul y editado en Adobe Photoshop CC por Laura Skewes.
74 Algo similar como el APR ¿Qué es? Explicar. ve los árboles: “Nosotros ojala viviéramos
en un país con plata, un país que se preocupe de la naturaleza, y le dijeran al comité de agua:
‘Tome, aquí tiene mil millones de pesos para que recupere los cerros’. Estoy seguro que con
mil millones el comité recupera toda la naturaleza de los cerros y tendríamos una tremenda
cantidad de agua”. Don José, en cambio, se conforma con ver cómo el agua que fluye desde su
bosque en la ladera va año a año aumentando en cantidad.
174 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
la venta del terreno, cuando ya no hay otra alma que conjugue su vida con la de
los árboles, arbustos, helechos y demás seres vivos. Y este límite, esta muerte,
es la que impone la economía política a través no solo del mercado sino que
también del despojo.
La dialéctica entre bosques y seres humanos es generacional y cada genera-
ción da un nuevo giro a la visión de mundo y a las prácticas de sus antepasados.
No en vano las generaciones actuales, a lo menos por lo observado en terreno,
son las más críticas de sus abuelos por haberse valido de los árboles para vivir.
Sin embargo, cabe pensar, los abuelos no tenían otras alternativas.
En la regeneración de estos bosques hay dos especies que por sus particula-
ridades resultan ser evocativas de los procesos que actualmente allí se viven.
El espino (Acacia cavens) y los coihues (Notophagus dombeyi) son, en efecto,
dos especies ejemplares de ese proceso en cada uno de los territorios y lo son
de modos diversos, estando ambas asociadas a los renuevos del bosque. Una
especie, el espino, sacrifica buena parte de su follaje para sobrevivir a la sequía,
obtiene agua de napas profundas, lo que le permite conservar la humedad en la
superficie, y, para sortear las sequías prolongadas, bota sus hojas. Al alero de su
sombra, van brotando las semillas de otras especies y el suelo se enriquece con
los nutrientes liberados por este arbusto (A. Olivares, 2017). El coihue, a su
vez, “es una especie intolerante a la sombra”; se la encuentra formando renova-
les puros en el sur de Chile. En la cordillera es invasora, especialmente después
de deslizamientos de tierra provocados por temblores. Tras las catástrofes, los
coihues – deseosos de luz– colonizan los boquetes abiertos por tales eventos
(P. Donoso, Cabezas, Lavanderos y C. Donoso, 1999). Mientras una sacrifica
su follaje, la otra lo multiplica para captar la luz y ambas hacer posibles los
brotes de otras especies.
¿Cuánto de lo que hacen espinos y coihues lo hacen personas, grupos, co-
munidades o familias cuyas trayectorias de vida se entrelazan con las de los
bosques? ¿Cuáles son las correspondencias entre las prácticas cotidianas dis-
tintivas de quienes son parte de uno u otro ecosistema? No es nuestro deseo
caer en las tentaciones del determinismo ambiental, sino más bien el de exa-
minar los entrelazamientos significativos entre las muchas especies y en parti-
cular la humana. Y, con ello, identificar las prácticas cultural y ambientalmente
176 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
abejas” no puede ser visto como una inversión sino que, más bien, como parte
de una relación mucho más compleja en la que se manifiesta afecto, respeto
y preocupación hacia las abejas (y hacia los árboles y arbustos de los que se
alimentan). Tales afectos pasan a constituir parte del ambiente conductual e
impregnan por esa vía las relaciones de apego no solo a las personas sino que
también a estas otras especies. El reconocimiento que los compradores brindan
a los productores se traduce en autoestima y valoración de lo propio, quedando
los valores comerciales supeditados a estas dimensiones.
• Figura 15. Especies preferidas por los apicultores del bosque templado. Fuente: Elaboración propia
sobre la base del Generador de Nubes de Palabras (https://www.nubedepalabras.es/) y editado en Adobe
Photoshop CC por Laura Skewes.
Abejas
Entomología indígena
“Era creencia antigua que las almas de los muertos se transformaban en ani-
males, particularmente en seres alados como pájaros i moscardones”, escribe
Guevara (1913: 258) acerca de los antiguos mapuche. Villagrán (Villagrán et
al., 1999: 605) destaca “algunos insectos tales como el moscardón o diwlliñ, el
moscón azul o kallfü püllomeñ y las mariposas o llangkellangke y nambe, que
representan el alma de los parientes difuntos”. El significado trascendental que
se daba a los insectos se condice con el papel crucial que desempeñan en los
ecosistemas boscosos.
180 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
76 Especie que se suma a la lista sistemática de las abejas chilenas (Montalva y Ruz, 2010).
77 “En Chile se han registrado 424 especies pertenecientes a las familias Colletidae (148
spp.), Apidae (87 spp.), Megachilidae (70 spp.), Andrenidae (58 spp.) y Halictidae (61 spp.),
con un porcentaje de endemismo que alcanza el 70%” (Montalva y Ruz, 2010), p. 15.
CAPÍTULO 5: Los aliados estratégicos: especies emblemáticas, colonizadoras, extranjeras y polinizadoras 181
78 Es interesante resaltar que entre las dos formas de apicultura hay agentes transicionales
que, habiendo adquirido las herramientas del oficio, comienzan a operar como gestores de ini-
ciativas que propenden a la intensificación de la actividad. Una estrategia desarrollada por un
vecino proveniente del centro del país, que describo más adelante, incorpora tres componentes:
producción propia, prestación de servicios a grandes apicultores y terratenientes, y capaci-
tación de apicultores para la producción masiva de miel. El experto local se constituye así en
un punto de articulación entre los grandes intereses territoriales y los pequeños productores,
quienes son entrenados para producir nuevos núcleos en los campos donde se siembra rap.
Quien aparece como un productor independiente se ve atrapado en un conjunto de obligacio-
nes que lo distancian tanto del bosque como de sus propios vecinos. En este caso, no se logra
equidad ni menos regeneración del bosque.
184 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
79 Este cuestionario se aplicó durante el año 2017 y fue parte del proyecto de investigación
F-1140598: “Antropología del bosque”. Incluyó a los 20 apicultores de la zona templada y 23
productores de Colliguay en la región mediterránea.
80 Se entiende aquí como práctica sedentaria aquella en la que las colmenas permanecen
dentro del predio del apicultor durante todo el ciclo anual. La apicultura trashumante, en cam-
bio, se caracteriza como aquella práctica que impone la movilidad de las colmenas en función
de sus necesidades de alimento. La gran concentración de abejas y los diversos períodos de
floración requieren de traslados que, en el caso de los pequeños productores, son innecesarios.
CAPÍTULO 5: Los aliados estratégicos: especies emblemáticas, colonizadoras, extranjeras y polinizadoras 185
a la tarea de la vida (para ella, para sus abejas y para los árboles y arbustos
de los que dependen). Su esfuerzo se suma a la regeneración del bosque y
facilita que iniciativas como las de Conaf la beneficien, recibiendo el 2012 75
especímenes, instalándose un núcleo con especies como meli (Amomyrtus meli
(Phil.) D. Legrand y Kausel), arrayán (Luma apiculata (DC.) Burret), notro
(Embothrium coccineum J.R. Forst. Y G. Forst) y avellano (Gevuina avellana
Mol.), que protegerán a los ulmos (E. cordifolia) que serán plantados allí más
adelante (Riquelme Bracho, 2015).
La regeneración, empero, no lo es de un bosque prístino y original. Como
lo señalan Smith, Sabogal, De Jong y Kaimowitz (1997), estos bosques secun-
darios plantean una doble oportunidad para el desarrollo y la conservación,
aunque el primer término debiese formularse como bienestar o calidad de vida.
En efecto, doña Anaisa, en su pequeño lote, ha reinventado el bosque donde las
especies endémicas entablan conversación entre sí y con otras que la acción hu-
mana acarrea consigo. “Yo he trasplantado”, dice doña Anaisa, “y he hecho va-
rios, porque me encanta la flor del matico, es bonita... aparte que tiene que ser
muy sana la flor del matico. Tengo pichapicha, tengo muchas, muchas nativas”.
Es paradójico en este último sentido que una especie alóctona, la apis melí-
fera, se constituya en articuladora de la regeneración de la vegetación nativa. En
un contexto de degradación ambiental producida por la expansión capitalista,
las abejas establecen alianza con quienes pueden regenerar la vida a pesar de
las constricciones que les son impuestas. Ellas han orientado a doña Anaisa
en su esmero por enverdecer su predio. “He plantado avellano, porque la miel
de avellana es súper rica. He plantado la flor del chilco, mucho chilco porque
aparte que me gusta el árbol, es muy bonito, igual le gusta a las abejas”. Planta
“pensando en las abejas y para que no se pierda, porque veo que, por ejemplo,
el matico no hay como antes”. Y también, siguiendo las mismas orientaciones,
planta algunos exóticos: “El aromo, que igual me gusta mucho, planté uno y ya
me creció demasiado; no es de la zona, pero igual es bonito”.
Formulado en términos de un conjunto de orientaciones, el marco de re-
ferencia que mueve a doña Anaisa involucra los siguientes aspectos: (i) La va-
loración del yo en relación con los demás; (ii) La primacía del placer estético
sobre el utilitario; (iii) La sujeción a las acciones de las abejas que le invitan a
plantar lo que a ellas gusta; (iv) Las inclinaciones de su propios clientes respec-
to de su miel, y (v) el amor por lo que entiende como naturaleza. La dimensión
economicista está ausente en esta enumeración; existe pero no se radica allí
el fundamento de su actividad. Así lo verbaliza mi interlocutora: “No quiero
CAPÍTULO 5: Los aliados estratégicos: especies emblemáticas, colonizadoras, extranjeras y polinizadoras 187
echar a perder la miel por cosechar un producto”. Cuando ella –como otros
apicultores– habla de mi miel, establece un vínculo que disuelve la alienación
del trabajador y le reintegra a su condición humana que no es otra que la iden-
tificación con seres que no son humanos. La miel se ha hecho parte de su vida y
no hay una ruptura entre su actividad, la de las abejas, los árboles y arbustos, la
miel y los turistas. “Porque yo empecé hace 10 años y cuando empecé yo, pasó
una turista y me preguntaba si la miel que yo producía era de acá. ‘Sí’, le dije yo,
‘mire ahí tengo mis abejas’”. Acto seguido invita a la visitante a ver sus abejas. La
historia concluye con un testimonio de convivencialidad o de paganía congeni-
tal que adquiere ribetes trascendentes y que recuerda la unión entre personas,
cosas y espíritus:
‘Vamos a verlas’, le dije. Y había una abeja, ¿qué digo yo? Fue obra de
Dios, se paró aquí en mi mano y estaba toda amarilla, amarilla así como
que andaba trayendo toda. Estaba toda envuelta con una cosa amarilli-
ta como polen. Y se paró y yo decía: ‘Miren’. La señora no lo podía creer.
¡Nunca las abejas! ¡Cuando se paran es para picar! Pero ella se paró
en mi mano y yo se la mostraba a la señora y la señora decía: ‘¡Oh, qué
maravilla!’ ‘Mire’, le decía yo, ‘mire cómo está de polen’.
nes de capital. Tal inversión no solo es propia de una empresa capitalista sino
que su precondición: el control de los medios de producción. En el caso de la
apicultura intensiva es conveniente destacar algunos aspectos que la particu-
larizan por su inserción territorial y por las relaciones que se agitan entre las
personas y las especies a las que la actividad les vincula.
En lo sustantivo, y para los propósitos de este libro, y de acuerdo a los tes-
timonios recogidos en el trabajo de campo, se puede anticipar que el principal
impacto de la capitalización de la industria melífera es su desvinculación del
paisaje local, incluyendo las redes sociales allí engendradas (las que natural-
mente involucran a múltiples especies). El modus operandi de la empresa apíco-
la está determinado por el mercado y por una economía de escala que aspira a
un óptimo de producción en condiciones ventajosas de rentabilidad. Ello se lo-
gra no solo incrementando la cantidad disponible de abejas, sino que también
la capacidad que ellas tengan para producir miel y es en ello donde se produce
el divorcio con el bosque nativo.
Los modos de intensificar la producción de miel son conocidos entre los
apicultores. La regla general que siguen es que a mayor tamaño de las colmenas
mayor es la producción individual de cada espécimen.8¹ Para ello, por ejemplo,
se recurre al sistema de doble reina (Rebolledo, Guiñez, Araneda y Aguilera,
2008). “El sistema doble reina cámara horizontal”, apunta un productor de la
Patagonia, “consta de un módulo inferior con dos colmenas, alzas standard, ad-
heridas separadas por una malla mosquitera en el centro, con piqueras en este
caso del mismo lado, ya que pueden ser yuxtapuestas, y comparten mediante
rejillas excluidoras las alzas melarias”. “Se crea”, afirma el mismo productor, “una
suerte de competencia entre estas reinas que no pueden alcanzarse, aumentan
la postura y comparten abejas productoras” (Cuello, 2015). Se proyectan, pues,
en la colmena los mecanismos de competencia que sustituyen aquellos de cola-
boración, al igual que ocurre en el medio social donde se practica la apicultura.
La intensificación de la producción apícola lleva a experimentar los mejo-
res cruces genéticos, estableciéndose un lucrativo mercado de reinas al tiempo
que la industria farmacéutica provee de los medicamentos empleados para en-
frentar las pestes, la alimentación complementaria de las abejas y, como suele
ocurrir en la producción masificada, la adulteración del producto final. Sin em-
bargo, de las prácticas que me interesa destacar es la de las abejas trashumantes
81 La regla de Farrar (1973) establece que la producción de un panal es igual al cuadrado del
peso de su población.
190 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
extractivista con la invasión, por una parte, de estos cultivos y, por la otra, de la
industria salmonera, tendiendo en ambos casos a la prevalencia de industrias
monoproductoras que incorporan un uso intensivo de químicos (ver, para la
promoción del producto, Bayer Chile, 2018).
En el país, a partir de los años dos mil, la plantación de raps había declinado
ostensiblemente por la liberación de tarifas que hizo posible el ingreso de acei-
tes importados a precios más competitivos. Sin embargo, la reorganización de
la actividad salmonera, en la última década, ha llevado a buscar alternativas a la
harina de pescado como insumo. El raps demostró ser un buen alimento para
los salmones, de modo que la su producción nacional se disparó de mil hectá-
reas el 2001 a 50 mil hectáreas el 2016 (Prieto, 2017; Salmonexpert, 2018):
“Cuando empezamos a ofrecer contratos por la siembra de raps explicando
que era necesario satisfacer la demanda acuícola se logró un repunte en la su-
perficie”, dice a El Mercurio Alex Strodthoff, uno de los empresarios del sector
(Prieto, 2017).
Los campos de esta planta rica en frutos oleaginosos –usada también como
forraje animal y como insumo para la producción de biodiesel– permite la
multiplicación de núcleos de abeja y, por lo tanto, la propagación de la especie
usada para fines comerciales. Así lo ha entendido uno de los entrevistados a
quien mueve una clara orientación comercial. Su trabajo apícola se ha visto
transformado y hoy su papel corresponde más al de antiguo “enganchador” que
caracterizó al mundo de las salitreras, a saber, el reclutador de fuerza de trabajo
para la faena. Su tarea, en este caso, amerita una breve descripción. Se trata de
un apicultor proveniente de la zona central de Chile que desde los años ochen-
ta se ha avecindado, sin romper lazos con su comunidad de origen, en la región
mediterránea, en tierras indígenas de Panguipulli. Su trabajo como apicultor
ha cobrado notoriedad y hoy es reconocido por ello a niveles regionales y tam-
bién nacionales.
Don David –usaré un nombre supuesto– ha sido uno de los más impor-
tantes promotores de la apicultura a nivel regional. A la vez ha sido capacitador
y organizador de asociaciones de productores. Su papel le ha posicionado en
un interesante entramado de relaciones sociales, toda vez que conecta a las
élites patronales con los pequeños productores a través de las abejas. Entre sus
asesorados se cuentan, efectivamente, algunos de los hacendados del territorio
de Panguipulli y mantiene producción en medias con ellos. Actualmente, se
ha convertido en el principal reclutador de productores para llevar sus abejas
a la comuna de Lanco donde se concentran algunos de los cultivos de raps en
CAPÍTULO 5: Los aliados estratégicos: especies emblemáticas, colonizadoras, extranjeras y polinizadoras 193
Raps Agrotop
Coproval
Pradera/Cuerpos de agua
Polinización Salmonicultura Salmonchile
masa verde, ofrece agua en calidad y cantidades más que suficientes para
desarrollar la industria del salmón. La expansión de los cultivos del raps es solo
inicio de un proyecto mayor y así lo entiende la Asociación de la Industria del
Salmón de Chile, Salmonchile. Por lo pronto, invita al sector empresarial de la
región a conocer sus instalaciones, sector al que se adscribe como socio y parte
de su directorio, a fin de sensibilizarle sobre las virtudes de su producto. Así lo
hacen en una visita guiada a sus instalaciones costeras ofrecida a Codeproval,
la asociación empresarial de Valdivia el 21 de noviembre de 2017.8² No ha de
sorprender que el director de Codeproval dijera, tras la visita: “Hemos venido
con mucho interés a conocer esta actividad que no conocíamos en detalle, y
realmente nos sorprende el profesionalismo y el alto estándar que posee,
además de generar un impacto social positivo (Acqua, 2017).
La trilogía abeja, raps y salmonicultura es quizás el mejor ejemplo de un
eslabonamiento que opera en pro del capital y de espaldas a las personas, las
demás especies y el medio: se trata de la dislocación de las abejas, de las plantas
y de los peces en relación a sus lugares de origen y de su reinstalación artificiosa
en espacios rígidos que se corresponden con el régimen de la tecnonaturaleza
descrito por Escobar (1999). Procesos similares se dan en la zona mediterrá-
nea donde ha habido una tendencia a la especialización en el cultivo y explota-
ción del boldo (Peumus boldus) para la industria farmaceútica y del alimento y,
eventualmente, puede ocurrir lo mismo con el quillay (Quillaja saponaria) para
su uso en la industria avícola (Fellenberg, Espinoza, Peña y Alarcón, 2011).
La experiencia de los apicultores no siempre se circunscribe al mercado ni
se somete dócilmente a sus dictámenes. Tanto en el bosque templado como
en el bosque esclerófilo se advierten modos a través de los que la práctica de la
apicultura contribuye a la regeneración de los paisajes locales. Las abejas, en el
contexto mediterráneo, han reemplazado paulatinamente a los ganados –vacu-
no y caprino. En el caso de Colliguay, los letreros que anuncian la venta de miel
y los coloridos cajones se multiplican en el valle. La voluntad de los productores
es la de marcar el sello local en sus productos y promover la miel de Colliguay
como uno de los más prestigiosos productos locales.
La vocación territorial se condice con algunos programas públicos de fo-
mento productivo, bajo el alero del Instituto de Desarrollo Agropecuario (In-
Productividad
13%
Localidad
57%
Lo nativo se relaciona con lo local, con “lo que aquí crece”. Más de la mitad
de las respuestas así lo establecen. Sin embargo, lo nativo se asocia a lo que da,
a los frutos de la tierra (como los avellanos) tanto como al agua (como los coi-
hues), a lo que produce, a lo que es fértil. Y la contraposición no se hace esperar
pues las especies antagónicas son el pino (pino radiata) y el eucaliptus (eucalyp-
tus), las que se caracterizan por succionar las napas y, cuando son parte de las
plantaciones forestales, impedir el acceso a los bienes que se entienden como
comunes (los frutos del bosque, la leña de los árboles caídos, el agua, el paisaje).
A las especies nativas, por otra parte, se asocia con una de sus caracterís-
ticas, la de su vitalidad: los árboles y arbustos son tenidos como sociales y su
bienestar depende de su integración a familias que, al igual que las humanas,
les dan protección.8³ La vitalidad de las especies nativas se entronca con un
sentido de autonomía: “crecen solas”, sin la ayuda humana, sin sistemas de riego
u otros procedimientos tecnológicos. La identificación de los seres humanos
con los árboles nativos está ahí: el pueblo indígena es fuerte, autónomo y auto-
valente como lo son en particular los coyanes o robles (Nothofagus obliqua) ( J.
Skewes y Guerra, 2015).
Estas cifras dan cuentan de, en primer lugar, una pluralidad de opciones
que supera con creces a aquellas con las que se desenvuelven los medianos y
grandes apicultores. En segundo lugar, los criterios de selección son múltiples
y no tienen un carácter puramente funcional. En tercer lugar, está el papel que
los productores reconocen a las abejas en la toma de decisión, tal como lo men-
cioné antes. La reforestación desarrollada por los apicultores permite crear pe-
queños paños de biodiversidad en el nivel en que actúan, especialmente allí
donde se intensifica la expansión.
La apicultura opera más bien en una escala arbustiva, si se me permite usar
el término. No se corresponde con la vastedad de los territorios de quienes
los poseen para el disfrute y goce personal. Son apenas espacios embrionarios,
anclajes de un proyecto emancipador que no nace de las ideas como sí lo hace
del quehacer cotidiano de quienes no se reconocen a sí mismos como conser-
vacionistas, pero ¡vaya que protegen a las especies de las que son contraparte!
(para una discusión del concepto, ver Igoe y Brockington, 2007).
83 De aquí que la expresión “wacho” o “solo” asociada a un árbol reclame actitudes compa-
sivas. “Pino huacho”, por ejemplo, es el nombre de una localidad pero su origen se asocia al de
una araucaria (A. araucana) sin familia, situación en que es tenida por improductiva. Se agre-
ga, en este caso particular, el valor trascendente que se otorga al pino huacho que se reverencia
en la ruta hacia Argentina y al que hago mención en otra parte de este libro.
198 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
Animales
al igual que los animales voladores y las aves nocturnas que son de mal agüero.
También cabe a los animales un lugar en la organización del parentesco, don-
de diversos son los linajes que toman nombres de especies en particular, en la
toponimia y en las danzas rituales (donde el choike y el treile son representados
en el baile del nguillatun; ver, además, Gundermann, 1985b).
Más allá de las taxonomías y sistemas clasificatorios que pudiesen asociarse
a las especies animales, desde el punto de vista de la regeneración de la vida, lo
que más interesa son las interacciones que se dan entre seres humanos y anima-
les y las consecuencias que de ello se derivan. Es decir, es el eslabonamiento de
las conductas de unos y otros lo que más conviene destacar para los propósitos
de este libro. El bosque no es solo un amasijo de material verde, su existencia
está igualmente condicionada tanto por microorganismos como por animales
de mayor envergadura que contribuyen, en su interacción con los seres huma-
nos, a su metabolismo.
La integración de los seres humanos a los procesos forestales ha significado
aprender el lenguaje del bosque y hacerse parte de él. Un residente de Pangui-
pulli cuenta que su padre nunca dejó de saludar a un pájaro antes de iniciar
faena en el bosque. Son múltiples los ejemplos con los que Tomás Guevara
(1913: 281-2) ilustra los tipos de interacción que se dan entre los mapuche y
los animales: el grito del chucao predice la buena o mala suerte; el vuelo a la de-
recha o izquierda de la perdiz se asocia al augurio de buenos o malos sucesos;
la mirada hacia abajo de ciertas aves de rapiña es fatal; la tenca avisa visitas; la
cuca anuncia muerte y también el búho; la churreta anuncia la policía, lo que
también hace el queltehue, mientras que otro de sus cantos predice la muerte;
el cruce del zorro presagia los pormenores del viaje y la fuga del venado no
es venturosa; el sapo anuncia la lluvia; al aguilucho posado en una rama se le
dirigen palabras de respeto; al león no se molesta ni se nombra, mientras que
culebras y lagartos son mal augurio. No es el mismo predicamento de un ha-
cendado de la región quien ha visto invadidos su pellines por “algo así como una
larva”, según explica al técnico que espera que le salve los árboles. Es probable
que sus robles hayan sido atacados por un insecto común –Coniungoptera no-
thofagi, especie que es depredada por el carpintero (FAO y Conaf, 2008). Un
diálogo más fino con los pájaros no tendría preocupado hoy a este empresario.
CAPÍTULO 5: Los aliados estratégicos: especies emblemáticas, colonizadoras, extranjeras y polinizadoras 203
Ganadería
El ganado establece una variedad de relaciones con los seres humanos, tal como
lo sugiere la antropología clásica (Evans-Pritchard, 1977; Harris, 1974). En
lo inmediato me ocupo de su papel en la regeneración y/o destrucción de los
bosques. Qué duda cabe que una gran masa ganadera deja a su paso una de-
vastación no menor, pero la presión que ejerce sobre el ecosistema más que
constituir una variable absoluta es codependiente con factores que se asocian
más bien al tipo de manejo, al número de animales y a sus razas. Un productor
de Coñaripe, por ejemplo, prefiere vacunos de cuello más corto para que su ra-
moneo no dañe las plantas en su crecimiento. Por otra parte, el ganado arrastra
consigo semillas y, eventualmente, su digestión facilita que aquellas de las que
se ha alimentado puedan germinar tras ser defecadas. Las prácticas ganaderas
aneritan, pues, una adecuada contextualizacion a fin de evaluar su impacto real
en los bosques.
La ganadería no ha sido vista con buenos ojos por los conservacionistas.
Por lo general, tal participación ha sido tenida como uno de los aspectos más
erosivos de los que pueda sufrir el bosque, especialmente en lo que dice rela-
ción con el manejo del ganado. La quema de bosques, la tala indiscriminada
para la sustitución de árboles por animales y el ramoneo permanente son, sin
duda, parte de un xilocidio del que América del Sur ha sido víctima y, en el caso
chileno, provincias como la de Llanquihue son un testimonio claro y decisivo
(Klubock, 2014). Pero tal no necesariamente es la situación del ganado menor
y del ganado en movimiento donde se requiere un análisis más detallado (Ve-
lasquez-Manoff, 2018).
El ganado es transversal a los territorios aquí considerados, especialmente
el ganado vacuno y los caballares. Más allá de su impacto ecológico, el ganado
se ha metabolizado en la identidad de los habitantes, pasando a constituir-
se en parte definitiva del imaginario local. Ambas especies están íntimamente
articuladas tanto con los sistemas productivos como los de prestigio y afecto.
No obstante, su participación en la vida social y papel en la regeneración de
los bosques varía sustancialmente entre el régimen lluvioso y el mediterráneo.
Mientras que en este último, caballares y vacunos son diseminadores de semi-
lla, en el bosque templado tienden a estar más asociados a la vida familiar y
predial, y a la formación de las redes sociales a través del intercambio.
204 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
solas van... bueno, después tiene que adaptarse uno a ellas nomás” (Catalán,
2015: 97).
La comunicación con el ganado es fundamental: unos y otros llegan a re-
conocerse a través de la mutua convivencia, lo que no ocurre con el patrón que
rige los modos de comunicación entre los habitantes urbanos y los animales.
En Colliguay, por ejemplo, conocí a un porteño allí avecindado, quien me con-
taba acerca de la curiosidad que producía entre sus vecinos la forma como se
relacionaba con sus animales. “Usted no puede ir por delante”, le decían. Y él
explicaba: “Lo que pasa es que yo los llamo como a los perros y les doy comida
en la mano y vienen”. Diametralmente opuesto es el caso de Cerrillos, al oriente
de Futrono, donde todavía se recuerda a un hombre que bramaba como los
toros y lograba reunir a los animales dispersos en la invernada.
Uno y otro caso dan cuenta del posicionamiento diferencial que caracteriza
a los residentes en relación a los animales: el porteño ha convertido en mascotas
a sus animales, en pets. Pet, conviene recordar aquí, es la voz latina que se incor-
pora al idioma inglés y que se asocia a petit, a pequeño. Visto desde una óptica
levistrosiana, los animales se han miniaturizado, destacándose así el poder y
control humano que termina por avasallarlos (Lévi-Strauss, 1992). La imagen
del bramador, en cambio, es la un ser humano que, para comunicarse con el
ganado, requiere él mismo ser uno de ellos. “Ya no quedan hombres como esos”,
se lamenta una vecina de Cerrillos, “con esas cajas (toráxicas)”. ¿Cómo se llama
ahora a los animales? “A silbidos no más”. La relación es inversa a la anterior.
Los animales son autónomos, se alimentan en las quebradas y valles interiores,
junto a los cursos de agua, quedando protegidos frente a las nevazones cordille-
ranas. El escenario ecológico, debo señalar, es diferente aquí que en la alta cor-
dillera: allí reina el descampado y la amplitud, aquí el abrigo modesto de valles
cerrados. La imagen del bagual (feral), animal emancipado, es la que encarna
una utopía moderna especialmente apreciada: la de la libertad.
Pero la coordinación entre seres humanos y animales es aún más compleja
que la dimensión comunicativa que aquí he puesto de relieve. La arriería es
expresión elocuente de ello. Caballares, perros, humanos, vacas y toros se ade-
cuan recíprocamente para tornar viable la vida de unos y otros. La comunidad
que arrieros y vacunos establecen en su tránsito cordillerano tiene efectos que,
por lo menos desde la perspectiva local, no pueden ser sino favorables para la
regeneración del bosque. Por una parte, mantienen cortos los pastizales y, efec-
tivamente, allí donde no hay vacunos es donde mayor intensidad cobraron los
206 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
Rodeo
El rodeo plantea el conflicto entre los seres humanos y los animales sobre
el control de su poder reproductivo. Habiendo nacido libres, llegado el oto-
ño, los animales deben ser reunidos. Es el momento en que se fragmenta el
rebaño, dirimiéndose la propiedad de cada ejemplar, quedando debidamente
marcado y, en los tiempos actuales, anillado por las autoridades sanitarias que
han creado no solo el Dispositivo de Identificación Individual Oficial sino la
sigla correspondiente:
intermedios para las invernadas, lo cual fue motivo de intensos conflictos con los pequeños
propietarios y comunidades indígenas, llevando a los poderes hacendales a expulsar de sus tie-
rras a los pequeños propietarios, contando para ello con la fuerza y el poder del Estado. Otro
tanto ocurre con la creación de parques nacionales y reservas forestales que privan, como es
el caso de Villarrica, de su acceso a los territorios de recolección y pastoreo a las comunidades
indígenas (Klubock 2014).
208 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
La doble enajenación –la del productor respecto de sus medios y la del ani-
mal respecto no solo del paisaje sino que también de sus capacidades reproduc-
tivas– crean fisuras sistémicas en la regeneración de la vida en los territorios de
los que me ocupo.
El rodeo es la expresión simbólica que mayor notoriedad alcanza en algunas
economías ganaderas. El origen de la fiesta está asociado a la ganadería trashu-
mante y corresponde a la práctica de reunir a los animales a fin de desplazar-
les a la montaña donde, tras los deshielos, crecen los pastos, o traerles al valle
durante la temporada invernal (Razeto, 2007). El tránsito más significativo
ocurre tras la veranada toda vez que es la época de reconocer a las nuevas crías
e incorporarlas a los rebaños de los arrieros. Se trata de una tarea de carácter
comunitario toda vez que se requiere coordinar esfuerzos para arrear a los ani-
males y luego agruparlos en los corrales a fin de marcarlos con las señas de sus
propietarios. La destreza en el manejo del caballo o la yegua es uno de los ras-
gos salientes de la actividad y de ella hacen ostentación los jinetes. Los anima-
les, nacidos en las cordilleras, se caracterizan, a su vez, por sus bríos, lo que los
hace especialmente hábiles para eludir la acción de sus captores. Los corrales
y, muy especialmente, las pircas o murallones de piedra sirven para el propó-
sito de los arrieros.85 La actividad del rodeo laboral, como suele llamársele, se
acompaña de celebraciones que dan cuenta de los diversos reencuentros que
ocurren con motivo de esta ocasión: entre los animales y las personas, entre las
personas, y entre la comunidad y sus arrieros. Se reúnen “para ver quién tenía
mejores animales”, señala un entrevistado; “hay también relaciones de amistad,
de familia a veces. Hay Hidalgos, Parra y hartas familias comunes entre los
lugares”. “Los arrieros”, señala Razeto (2007: 26), “se conocen entre ellos” y los
lazos que se crean en la arriería se ven “reflejados en otras esferas relacionales
más estrechas como el parentesco y el compadrazgo”.
Son mútiples las opresiones que encuentran abrigo bajo el rodeo en tanto
liturgia nacionalista. La comunidad imaginada permite el sometimiento de la
bestia y el sufrimiento animal, y el rodeo es el testimonio ritual de la nación
forjada por sus prohombres, según reza la mitología criolla.86 A su servicio
Lautaro está considerado como el primer huaso, al deshacer el mito que hombre y caballo eran
un todo... Durante la época de la Independencia, Bernardo O’Higgins Riquelme fue conocido
en su manco corralero adiestrado en su fundo “Las Canteras”... El inmortal Santiago Bueras
Avaria conformó su batallón de lanza y machete con sus propios vaqueros y capataces andinos”
(Orbe, 2008).
CAPÍTULO 5: Los aliados estratégicos: especies emblemáticas, colonizadoras, extranjeras y polinizadoras 211
87 El toro debe pasar una sola vez en la vida por una medialuna, pues si no, aprenden cómo
huir o dónde están las salidas. Luego del torneo, los novillos son vendidos y el nuevo dueño
deberá engordarlos pues recién en los 500 kilos van al matadero (Dall’Orso, Hermosilla y
Amenábar, 2018).
212 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
Sacrificios rituales
Nada hay de común entre el rodeo y el nguillatun salvo la mediación del sa-
crificio de los animales. El contraste entre ambas celebraciones representa la
disyunción ritual máxima que pueda haber entre dos pueblos que coexisten en
un mismo territorio. Ambas, no obstante, engarzan los procesos sociales con
especies otras-que-humanas. Y es en esta articulación donde conviene recoger
las enseñanzas del nguillatun. Acerca de la ceremonia es mucho lo que se ha
escrito y, en lo que sigue, lo que interesa destacar es la relación con el animal
sacrificial en el contexto de la renovación de la vida.
La descripción que sigue se basa en mi experiencia personal de participa-
ción en un lepun o nguillatun al que he asistido como invitado en diversas oca-
siones desde 1999. He preferido no individualizar el lugar, pues mi presencia
CAPÍTULO 5: Los aliados estratégicos: especies emblemáticas, colonizadoras, extranjeras y polinizadoras 215
88 El chemamull es la escultura hecha en madera de roble o laurel que recuerda al ser hu-
mano que ha partido al wenumapu y cuya presencia se constata en cementerios, nguillatunes y
espacios públicos (San Martín, 2018).
90 Las ofrendas se hacen por cada uno de los grupos señalados en forma secuencial.
91 El papel del humo en el nguillatun también ha sido descrito por Gundermann (1985a).
CAPÍTULO 5: Los aliados estratégicos: especies emblemáticas, colonizadoras, extranjeras y polinizadoras 217
El cierre del ceremonial está marcado por el desplazamiento del purrun ha-
cia el extremo oriental del sitio donde se ubica el cerro trengtreng. Después de
hacer su circuito habitual, el purrun sale del círculo y se desplaza hacia el este,
donde –en una ceremonia secreta– serán arrojados los corazones sacrificados a
los árboles. Esa parte es propia de la comunidad y los wingkas somos invitados
a retirarnos al llegar al pie del cerro. La marcha es encauzada por las trompetas
que, al son de la música, indican el curso a seguir. Las trutrucas sirven de muro
acústico para mantener la fila dentro de los márgenes prescritos y el awun brin-
da la protección espiritual a la procesión. En el nguillatun de 2018, al momento
de partir desde el rewe, se dibuja un doble arcoíris completo en el cielo.
En su tránsito hacia el trengtreng la fila hace dos círculos sucesivos. Cada
familia lleva consigo los coleos y las macanas, a la derecha y la izquierda respec-
tivamente. A la distancia se confunden personas y árboles, transformando la
escena en un bosque en movimiento que va al encuentro del Ngechen Chao, a
depositar el fruto de su sacrificio, y, al hacerlo, revigorizar los ciclos de la natu-
raleza donde las demarcaciones rituales son puentes que conectan los distintos
mundos. La ceremonia se cierra con una reunión bajo un peral en el río, tras
lo cual la actividad toma un tono festivo previo al retorno de cada una de las
familias a sus residencias habituales.
CAPÍTULO 5: Los aliados estratégicos: especies emblemáticas, colonizadoras, extranjeras y polinizadoras 219
***
No hay, como señalé antes, punto alguno de contacto entre el rodeo chi-
leno y el nguillatun mapuche. La comparación, si se quiere caprichosa, entre
ambos, no ha tenido otro propósito que no sea el de derivar un aprendizaje
significativo para acometer la tarea de la regeneración de la vida. Mientras el
rodeo es una instancia ritual cuyo propósito final es, a través de la competencia
y la consagración de las diferencias sociales, separar a los animales de sus pa-
gos para convertirlos en mercaderías para el mercado, el nguillatun, por su par-
te, enseña que hay competencias rituales que tienen otros propósitos y cuyas
finalidades permiten perseverar en la inagotable trama de las conversaciones
entre personas, espíritus y cosas, nivelando las desigualdades y reintegrando al
medio lo que de él se ha tomado para practicar la vida.
221
Capítulo 6
Aprendizajes en la convivencia con los árboles
Elicura Chihuailaf
Las categorías más habituales del pensamiento conservacionista, tales como los
pares de oposición entre lo doméstico y lo silvestre, lo autóctono y lo alóctono,
lo prístino y lo intervenido, no se condicen con las prácticas culturales que aquí
se han descrito. No quiere ello decir que tales formulaciones sean erróneas,
sino más bien que parten de distintas cosmologías, de distintas formas de cons-
tituir la realidad y de distintos modos de dar cuenta de ella. Ponerlas en una
misma balanza no creo que sea adecuado. La ciencia opera con normas propias
y el tema de una etnociencia no es el que aquí se ha expuesto. Lo que realmente
interesa en realidad es acompañar los procesos que se generan a partir del des-
pliegue de estas construcciones de la realidad. En mi caso, me he circunscrito
a prácticas que se tornan eficientes si ha de juzgárselas por sus resultados, a
saber, la regeneración de la cobertura vegetal de consuno con quienes con ella
conviven. Pero tampoco el propósito ha sido juzgar resultados sino, más bien,
entender la lógica que subyace en estas ontologías e intentar comprenderlas en
el contexto de las profundas transformaciones territoriales que la expansión
capitalista ha inducido tanto en los bosques como en las comunidades.
Modos de vinculación
que como una realidad vivida por las personas. ¿Deberemos seguir hablando
de bosques? ¿Acaso no es esta una ensoñación más de un romanticismo de
raigambre europea donde solo se invierten los términos de una relación que
reifica la frontera entre lo humano y lo no humano? ¿De qué cabe hablar, en-
tonces? El vocabulario tan querido de la conservación pareciera superado no
solo por las prácticas humanas que todo desordenan, sino que también por
el desorden generalizado que gobierna los fenómenos planetarios. Las nuevas
ecologías invitan a hacerse cargo del desorden más que de procurar un nuevo
orden (Cunha, 2010).
Desde la práctica cotidiana lo que se revela es una relación dialéctica donde
se articulan casa, monte y montaña. Más que hablar del bosque, mis interlocu-
tores hablan de los árboles y se refieren a ellos según sean familias, individuos
aislados, invasores, frutales o emblemáticos. La denominación bosque proviene
del catalán y se asocia más a la presencia de arbustos (bushes, en inglés) y es
probable que se haya introducido en el imaginario occidental, desde donde lo
heredamos, a través de los cuentos infantiles. Su uso actual se ha intensificado
a partir de las preocupaciones globales por la conservación.9²
Lo local
• Figura 17. Mural de la Escuela Los Perales. Fuente: Fotografía del autor.
losperales/media_set?set=a.106925009369501.10670.100001560079179&type=3 (consulta-
do el 5 de abril de 2018).
226 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
Conservación
14% Autoctonía
38%
Valor superficial
2%
Arraigo Cultural
14%
Valor Ecológico
Autonomía
15%
17%
• Tabla 10. ¿Qué es una especie nativa para los productores locales según los consultores?
94 Hay al respecto una extensísima literatura que no es del caso analizar aquí y que para
quien lee esta obra es menester consultar.
228 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
ca indígena del habitar y por tanto emancipador; son las relaciones orgánicas a
través de las que cada pieza está atada con las demás y que se despliegan como
un conjunto que reconoce una identidad que no necesariamente requiere ser
verbalizada. Cada huella, cada camino, estero, vivienda, pampa se hacen parte
de una geografía cuyo reconocimiento confiere a las comunidades la autoridad
moral para ejercitar sobre este territorio su gobierno. La invitación consiste,
pues, en sustanciar a través de la referencia empírica el reclamo ideológico y,
simultáneamente, responsabilizar a las autoridades políticas de los desprendi-
mientos y mutilaciones que suponen los procesos enajenadores entregados al
mercado.
La relación entre árboles y personas invita a nuevas lecturas (Cocks, Dold
y Vetter, 2012; Odenbaugh, 2007). Las dimensiones utilitarias atribuidas a los
bosques dan lugar a su condición de generadores de vida. Ya no solo se trata de
leña, madera, tierra de hoja, carbón, recolección de frutos, callampas y hierbas
medicinales o de ramoneo, ahora es el reservorio que al dar vida se regenera a sí
mismo y permite a otros regenerarse. El bosque entendido como proceso y no
como producto crece en su protagonismo y lo hace entroncándose con la vida
de otros seres de los que se hace parte y que le son parte. El bosque se patrimo-
nializa en el sentido que Bonfil Batalla (1991) da al término y que hoy preferi-
ría considerarse en su condición de parte de una coalición viviente. En tanto tal,
se presta no solo para conferir vitalidad sino también para ser recreado, para
dejar inventarse por las múltiples agencias que en su protección concurren. Su
vitalidad es la de otros, se diferencian así los árboles libres de los bosques en-
claustrados, aquellos a los que como condición de su propia reproducción se ha
impuesto la exclusión de otros y, en particular, la de los seres humanos.
Si los desafíos fuesen solo de diseño, bastaría con un paisajismo ecológica-
mente informado para resolver los problemas que plantea la construcción del
mundo en el contexto de perpetua devastación que el capitalismo provoca.95
Pero el diseño es un hecho político y hacerse cargo del desorden supone un
ejercicio de fuerzas. La conservación per se es una fuerza poderosa. Importa
la acción del Estado o de la empresa, según sea el caso, por apartar a los seres
humanos de los árboles. Vincularlos, en cambio, es poner coto a aquella fuerza
que todo lo devora.
Conclusiones
Jorge Teillier
inscriben los saberes prácticos y es allí donde reside su poder y autonomía. En tal
contexto es donde se pluralizan las agencias y cobran existencia histórica seres
otros-que-humanos. Las abejas socializaron a comuneros de un bosque y otro,
árboles como el quillay, el roble chileno –sea por su sombra, sea por su carácter
fundante– aglutinan en torno suyo a las personas y animales que entregan su
vida sea para el lucro de otros, sea para honrar a los demás seres del mundo.
La pregunta es cómo se ha podido vivir de espaldas a un mundo crepitante de
los seres con los que se con-vive. Se les ha dado la espalda de la misma manera
como se ha hecho con los trabajadores, las mujeres y los niños, haciendo creer
que la realidad es el producto de la acción del hombre, del hombre en quien se
encarna el ideario moderno en tanto justificación de su precedencia. Pues no.
Insectos, arbustos, aves y animales constituyen coaliciones preñadas del único
futuro viable para la humanidad en su conjunto.
Este libro invita, pues, a repensar algunos de los conceptos empleados en
el campo de la conservación y a recoger algunas experiencias cotidianas de
quienes contribuyen a la regeneración de los bosques en Chile. Pensar de otro
modo es arriesgado, pues la conservación en sí es un acto de transformación
y ocurre que, como lo hacen las y los residentes de los bosques templados y
esclerófilos, al transformar conservan. Lo imposible en la conservación de la
naturaleza radica en separar la naturaleza de lo humano, pues lo humano es
naturaleza. Los procesos que se desencadenan en los ecosistemas son impre-
decibles. Se desprende de esta imposibilidad que tanto la conservación como
los procesos de ordenamiento territorial ameritarían cierta reflexión adicional:
más que conservar, solo cabe seguir los procesos de mutua transformación en-
tre los seres humanos y no humanos y valorar el aporte que hace la diversidad
de unos y otros en términos de su mutuo sostenimiento. Y es en este ejercicio
donde se vuelve necesario distinguir las posibilidades que ciertos diseños so-
cioambientales involucran en comparación a otros. No se trata solo de reco-
nocer la heterogeneidad de las especies y de las poblaciones humanas y sus
aportes relacionales a los procesos de regeneración, también es preciso avanzar
en los posicionamientos estructurales que tales relaciones tienen. Excluir en
nombre de la conservación no solo es injusto sino que también es desplazar
los conflictos ambientales de un territorio a otro, conservar para el goce propio
es, en este sentido, contaminar a otros. Más aún, ¿se puede aislar cuando es la
acción humana la que aísla? ¿Bajo cuáles criterios se opta por excluir a algunos
humanos e incluir a otros? ¿A qué otras especies se ha de preferir?
Conclusiones 233
Más que el discurso docto que señala cuáles son los límites entre lo nativo
y lo exótico, lo humano y lo no humano, lo doméstico y lo salvaje, lo prístino
y lo intervenido, lo que se requiere es avanzar en un discernimiento acerca
de cómo las distintas piezas se acomodan en un paisaje viviente y qué papel
cabe a cada una de ellas jugar. Y sobre el mismo principio ha de juzgarse cada
intervención. Ni dogma ideológico ni verdad científica: la vida se define en su
transformación continua. No obstante, son aquellas las distinciones sobre las
que se funda la ficción de los parques naturales, y sobre cuya base se excluye
a las poblaciones humanas que de tales áreas han sido parte histórica, pobla-
ciones que ameritan la restitución de aquello que les ha sido enajenado. El
desarrollo de una ideología conservacionista ha encontrado un buen acomodo
en un mundo dominado por el neoliberalismo, donde lo distante y lo intoca-
do adquieren valor comercial. La constitución del modelo de fortalezas de la
conservación (fortress conservation), incluyendo la vigilancia armada de estos
territorios, constituye la expresión más radical de este estilo. Tal exclusión no
es sino parte de los procesos de desposesión de los habitantes de una zona
declarada ecológicamente relevante.
La comprensión antropológica del bosque no puede, pues, prescindir de
la economía política que ha reorganizado el mundo de acuerdo a la voracidad
de los capitales. La habitación que cada cual –seres humanos y no humanos–
encuentra está mediada por una delgada pero tóxica capa hecha a fuer de ma-
quinaria pesada, petróleo, despojos y, sobre todo, dinero. ¿Cómo habitar un
mundo donde se multiplican las rejas, las divisorias y los letreros que prohíben
la entrada? Cualquiera haya sido el posicionamiento ontológico previo, en este
nuevo sistema no pueden los actores operar sino a través de una ontología
relacional, una que permita situacional y sucesivamente hacerse parte, por un
lado, de un universo de individuos y, por el otro, de uno de naturaleza colectiva;
a trazar fronteras con seres no humanos, cuando se encuentran en el mercado,
y a aliarse con ellos, cuando se encuentran en casa. A ser parte y no del paisaje.
Los paisajes de los que me he hecho cargo no son autosuficientes y el tránsito
a través suyo es la característica permanente que han adquirido a lo largo de
su existencia.
La historia de estos paisajes en Chile es la del despojo: despojo de las
comunidades y despojo de los árboles. A unos y a otros se desmembró de los
paisajes de que eran parte. Hay en lo que queda de estos bosques el murmullo
de la mala conciencia nacional. De aquella que construyó país a partir de
234 La regeneración de la vida en los tiempos del capitalismo. Otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile
conocido. A asumir con mayor modestia que ni siquiera las palabras han sido
bien formuladas, que es preciso aprender un nuevo lenguaje. Esta antropología,
como todas las anteriores, está llamada a disolverse, y en buena hora que así
sea, si es que en su breve existencia balbuceó algunas de las silabas que mejor
pronunciarán quienes sigan en esta tarea.
237
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