FTL 35 - El Poder - La Iglesia No Es La Salvación Del Mundo

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42 ¿El poder del amor o el amor al poder?

sino que faculta a la gente a dar más de sí: es un poder que se


expresa como amor concretamente en la historia. Esto aparece
con especial claridad en el Evangelio de Juan, en el cual la
«potestad» de Jesús siempre es una señal del amor de Dios.
Por eso demuestra que es el «Señor» y el «Maestro» lavándoles
los pies a sus discípulos y prometiendo el Espíritu Santo para
que sus seguidoras y seguidoras estén facultados también para
mostrar el poder de Dios manifestado de maneras concretas y
materiales como amor en acción (ver Juan 13.13-14 y 14.11-
21).4 No obstante, la trayectoria histórica del cristianismo
nos muestra que el ejercicio del poder entre los seguidores y
las seguidoras de Jesús puede desvirtuarse fácilmente, lo que
termina por falsear la misión de la iglesia, puesto que ya no
se condice con la misión de Jesús.
La misión de la iglesia tiene que ver tanto con la dimen-
sión ad intra, hacia adentro de la comunidad, como con la
dimensión ad extra, la inserción de la iglesia en la sociedad
en un sentido más amplio. Una señal de la misión al estilo de
Jesús es que la gente que entre en contacto con la comunidad
de fe, pertenezca o no a la iglesia, se vea empoderada por ese
encuentro para vivir de manera más plena en el mundo.

La iglesia no es la esperanza del mundo


En América Latina en la actualidad, los abusos de poder
cometidos en la misión de la iglesia, tal como se la entiende
en ámbitos evangélicos, a menudo tienen que ver con la ten-

4
Sobre el sentido del poder de Jesús en Juan, puede consultarse Rainer
Metzner, «Vollmacht im Johannesevangelium» en Novum Testamentum
45 N° 1 (2003) 22-44, si bien el autor subestima las implicancias políticas
y materiales de este tipo de poder.

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tación del pragmatismo y la efectividad aparente del poder


ejercido como dominación. En otras palabras, el poder se
ejerce desde un paradigma de la misión según el cual el fin
justifica los medios. Por ejemplo, si las iglesias evangélicas
crecen numéricamente (y con ese crecimiento aumenta tam-
bién su influencia social, política y, por consiguiente, la de
sus líderes), entonces casi cualquier método de evangelización
se justifica porque «funciona». El teólogo pentecostal Walter
Hollenweger señala que una de las raíces de este problema,
sobre todo en los contextos neocarismáticos y neopentecosta-
les, es que se confunde la autoridad o exousia de la que habla
el Nuevo Testamento con el «evangelismo con poder» u otras
variantes de ejercer el poder cuya nomenclatura va mutando
pero que minimizan el respeto por la dignidad y el criterio
propio de los quienes no acepten el discurso o las prácticas de
turno.5 Si bien Hollenweger se refiere al ámbito europeo, se
trata de un problema serio también para el contexto evangélico
latinoamericano, ya que en mayor o menor medida el estilo
litúrgico y pastoral así como las preocupaciones teológicas
de corte neocarismático o neopentecostal han permeado a
la mayoría de nuestras iglesias como maneras «efectivas» de
llevar a cabo la misión.
Una consecuencia de la dinámica del poder como domi-
nación es que la iglesia termina siendo un espacio donde
unos pocos ejercen poder sobre los demás –en cierto sentido
se «apoderan» de las personas– en vez de que toda la comu-
nidad se vea empoderada por su participación eclesial y así
potenciada para ejercer todos sus dones en la comunidad de

5
Walter Hollenweger, «Biblically Justified Abuse. A Review of Stephen
Parsons, Ungodly Fear: Fundamentalist Christianity and the Abuse of
Power» en Journal of Pastoral Theology 10, N° 2 (2002) 129-135.

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fe y fuera de ella. Para las mujeres y para los miembros más


jóvenes de la comunidad, la tendencia al ejercicio del poder
como dominación es especialmente nefasta porque, junto con
ella, suele existir el encubrimiento del abuso sexual por parte
de quienes detentan el poder en una comunidad eclesial dada
o bien por parte de sus aliados. La incidencia de este proble-
ma a nivel mundial es tan grande, que un autor sugiere que
lo que necesitamos es una «eclesiología postraumática» para
confrontarnos con las consecuencias de los abusos de poder
pastoral que se plasman en abuso sexual.6 Siempre que exista
una gran disparidad de poder dentro de una organización,
sobre todo si se cruza con factores de género o etarios, es más
probable que existan abusos sexuales. Los tres factores más
importantes para evitar el abuso sexual parecen ser que una
sociedad –o en este caso una comunidad eclesial– rechace la
violencia en general como solución a los problemas, que exista
una buena medida de equidad de género y que se reconozca
explícitamente la importancia de la contribución de las mu-
jeres al grupo. Cuando las tres dimensiones están presentes,
bajan los índices de violencia sexual.7 Cabe notar que las tres

6
Se trata de Dominic Doyle, «Post-Traumatic Ecclesiology and the Res­
toration of Hope» en Theological Studies 72 (2011) 275-295. Lo irónico
es que si bien la idea del título es excelente, lamentablemente el autor
habla del abuso en términos muy abstractos, sin mencionar a las mujeres
y a los jóvenes afectados por el abuso sexual clerical, y sin cuestionar a
fondo las actuales estructuras de poder en su propia iglesia, en este caso
la católica.
7
Cf. Judy Root Aulette, Judith Wittner y Kristin Blakely, Gendered Worlds,
Oxford University Press, Oxford, 2009, p. 224ss.

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dimensiones son formas de asegurar el empoderamiento de


todas las personas que participan en la comunidad de fe.8
Ante el ardiente deseo de figurar en una sociedad y de
influenciarla para bien, tras siglos de subordinación a la hege-
monía religiosa del catolicismo romano, es muy fácil para los
evangélicos latinoamericanos perder de vista que Jesús –desde
el principio de su ministerio (en las tentaciones que sufrió en
el desierto) hasta el final (la subversión del poder imperial
romano de manera no violenta) eligió consecuentemente no
ejercer el poder como dominación. Tal vez por eso la figura del
«Buen Pastor» no siempre es la preferida en nuestros ámbitos:
su camino nos parece demasiado osado o difícil; después de
todo murió ejecutado y abandonado por gran parte de sus se-
guidores. Entre los pastores de algunas vertientes evangélicas
latinoamericanas a menudo se proponen relecturas de figuras
de autoridad del Antiguo Testamento, como Moisés, Josué o
David, acaso para sugerir un estilo de liderazgo con el que se
pueden identificar más fácilmente: el caudillo.
En la historia de nuestros países, el caudillo suele ser un
líder con gran fuerza carismática, a menudo con rasgos hí-
permasculinos y casi míticos. No duda en castigar a sus fieles
si lo cree necesario o a combatir con violencia a los que no
lo son, siguiendo un modelo de guerra justa. Logra un fuerte
vínculo emocional con sus seguidores y seguidoras, quienes
lo veneran como una especie de padre honorífico y reciben a

8
Lamentablemente, en muchas de nuestras iglesias se combate la
dimensión de equidad de género o se la socava bajo la máscara de la
«complementariedad» de género; a mi juicio, el significado profundo de
la encarnación nos empuja más bien hacia la mutualidad y la equidad
de género, a la manera de Gálatas 3.28, aunque sin duda coexista en la
Biblia una tendencia a subordinar a las mujeres.

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cambio ciertos beneficios. En Argentina, por ejemplo, Facundo


Quiroga era visto como «el padre de todos los riojanos». Por
otra parte, los caudillos han sido vistos por sus seguidores y
seguidoras a menudo como protectores de los pobres y de-
fensores de los valores religiosos tradicionales. La crítica al
caudillo suele asociarse a un discurso elitista y eurocéntrico.9
En cuanto los pastores evangélicos se reconfiguran sobre la
base del prototipo del caudillo, cobran relevancia social y se
alejan del dejo un tanto foráneo que ha tenido el protestan-
tismo en nuestros países. Se trata de una adaptación cultural
eclesiológica bastante ágil y efectiva que permite construir
congregaciones grandes y a menudo dinámicas en torno a
un líder carismático; el problema último es que Jesús no fue
un caudillo, de manera que una eclesiología que entiende el
ejercicio del poder y del liderazgo en términos directa o indi-
rectamente caudillistas termina chocando con la cristología.
Una manera de tratar de resolver esa contradicción es la re-
lectura de una figura profética que funcione como tipología
tanto de Cristo como del pastor-caudillo.
Por ejemplo, en sus «Palabras para la iglesia de la ciudad»,
el pastor argentino Carlos Mraida propone a Eliseo como fi-
gura paradigmática que tiene un «paralelo espiritual» con los
pastores actuales que deben «asumir de una vez por todas el
manto profético de gobierno espiritual de la ciudad». Mraida
confía que «cuando los demás profetas vean que esa unción
profético-gubernamental está asumida por nosotros, se uni-

9
Por ejemplo, en la obra de Domingo Faustino Sarmiento. Sobre los
caudillos, cf. Hernán Camareno, «Perspectivas historiográficas en torno
al caudillismo argentino del siglo XIX» en Revista de Historia 41 (2000)
9-48. Me concentro en el caso argentino porque lo conozco mejor, pero
el caudillismo es un fenómeno de todos nuestros países.

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rán al proceso».10 En este sentido, llama la atención también


que en varios de nuestros países (Perú, Guatemala, Chile)
se celebran ahora «Te Deums Evangélicos» que sirven para
tener presencia evangélica en los medios de comunicación y
ejercer presión política. Después del «Primer Te Deum Evan-
gélico» en Argentina en ocasión del Bicentenario del primer
gobierno patrio (2010), por ejemplo, se solicitaron firmas para
una «Consulta Popular Vinculante» como modo de oponerse
al proyecto de matrimonio igualitario.11 Los pastores (casi
todos varones) que aparecen en esos eventos afirman directa
o indirectamente representar al «pueblo evangélico» y hablar
en su nombre, algo que de hecho no es el caso, dados los va-
riados modelos de gobierno eclesial existentes en el mundo
evangélico, pero que se puede justificar desde una lógica de
liderazgo caudillista por el cual los pastores tienen el deber
de representar a su pueblo y «defenderlo» (en este caso, de lo
que perciben como un pecado social).12

10
Documento fechado el 20-01-2008 que puede consultarse en www.
pastoresba.org.ar/mensajes.html.
11
La planilla de recolección de firmas está en www.aciera.org/declaraciones/
RECOLECCION_DE_FIRMAS_MATRIMONIO_HOMOSEXUAL.pdf
12
El tema de la representación es complejo. En su página web, ACIERA
(Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina),
por ejemplo, afirma que «reconoce como jerarquías únicas y absolutas
al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo» (una formulación un tanto equívoca
que pareciera suponer tres divinidades y no un solo Dios trino; probable-
mente la intención sea marcar un contraste con la estructura episcopal
católica). Se agrega que «Esta Alianza interdenominacional respeta la
jurisdicción y autoridad de las denominaciones y congregaciones locales,
según su forma de gobierno» pero, a la vez, «representa a sus afilados
ante los poderes públicos» (cf. http://www.aciera.org/). La representación
«hacia afuera» del mundo evangélico suele funcionar como justificativo
indirecto pero poderoso de una visión jerárquica que concentra la voz
cantante en unos pocos y a su vez redefine la identidad evangélica (por

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La problemática no es nueva. Si bien Jesús no parece


asumir en absoluto una «unción profético-gubernamental»
ni tiene un ápice de caudillo, sus discípulos sintieron desde
el principio la tentación de la dominación como manera de
ejercer el poder. Un ejemplo es la propuesta de los hijos de
Zebedeo acerca de cómo tratar a una aldea de samaritanos
cuando no quisieron colaborar con Jesús: «Señor, ¿quieres que
ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos?».
Jesús rechazó ese modo de utilizar su poder y simplemente
buscó otra aldea donde sí hubiera voluntad de cooperación
(Lc 9.52-56). Algunos manuscritos añaden que su respuesta a
Jacobo y Juan en esa ocasión fue: «¡Ustedes no saben de qué
espíritu son! ¡El hijo del hombre (o del ser humano) no ha
venido a destruir la vida de las personas sino a salvarlas!».
Con la ayuda del Espíritu Santo, la iglesia primitiva fue
entendiendo cómo había sido el ejercicio de poder de Jesús y
cómo emularlo. En el libro de los Hechos, por ejemplo, Lucas
relata el encuentro de Cornelio con Pedro y le hace decir a este
último que «Dios llenó de poder y del Espíritu Santo a Jesús
de Nazaret, y anduvo haciendo bien» (Hch 10.38). El poder de
Dios en Jesús siempre se caracterizó por la cuestión de «hacer
bienes» (como traduce la antigua versión Reina-Valera) y no
por «hacer males», ni siquiera si esos «males» acaso estuvieran
justificados por algún objetivo importante. Sin embargo, la
tentación de «empoderarse de» o «enseñorearse sobre» la gente
de diversas maneras siempre vuelve a aparecer, a menudo con
las mejores intenciones de «cuidarla» o «guiarla» de manera
aparentemente benigna. A veces el pueblo mismo lo pide,

ejemplo, principalmente como un grupo teológicamente homogéneo que


se caracteriza por estar «en contra» del aborto terapéutico, del matrimonio
igualitario y de la homoparentalidad).

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cuando asume un role clientelista frente a sus pastores. Sin


embargo, si la misión de la iglesia quiere ser fiel a la buena
noticia del evangelio, nos compete seguir a Jesús también en la
manera de ejercer el poder, sea o no el camino aparentemente
más «efectivo» a corto plazo. Por eso, el modelo caudillista de
ejercer el pastorado o clientelista de ser congregación no es
aceptable para la misión de la iglesia.
Por otra parte, la distorsión caudillista pareciera coexistir
con una tendencia por parte de algunos pastores de confundir
la centralidad de Dios o del reino de Dios con el papel de la
iglesia en la sociedad. La iglesia se posiciona así, al menos en
el discurso, como un fin en sí mismo. Por ejemplo, el Retiro
Nacional de Pastores de la República Argentina tuvo en el
año 2009 el significativo lema «La Iglesia es la Esperanza del
Mundo», un énfasis por el que –se quiera o no– la figura de la
iglesia (e indirectamente de sus pastores, que la representan
en la sociedad) desplaza a Dios como espacio y fuente de
esperanza. La misma distorsión eclesiológica se retoma en la
carta que los pastores líderes de ese encuentro dirigen a otros
pastores del país, donde escriben que «Dios ha determinado
que su Iglesia sea cabeza de la realidad». Seguramente con
las mejores intenciones, lamentan que como pastores «no
estamos ejerciendo esa posición de autoridad, y que por el
contrario hay una suerte de resignación y apatía que nos
impide reaccionar».13 El problema más profundo que aparece
en esta concepción eclesial, sin embargo, no es el sopor pas-
toral sino el error teológico de posicionar a la iglesia misma

13
Autores varios, «Carta a los Pastores de la Nación Argentina»
(fechada 30-08-2009); puede leerse en: http://www.mundocristiano.
primeraplanamundial.com/200908301126/Noticias-Cristianas/carta-a-
los-pastores-de-la-nacion-argentina.html

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(y a sus representantes) como esperanza, en vez de velar por


que la iglesia sea una comunidad y un movimiento en el ca-
mino de la esperanza que es Dios. Por cierto, en la teología
de este grupo, tal como se reafirma en la carta, la autoridad
espiritual no es dada por Dios a los pastores per se, ni a las
congregaciones, «sino a su Iglesia en la ciudad». Sin embargo,
los voceros y representantes de la misma no son otros que los
pastores que constituyen los «Consejos Pastorales» de cada
ciudad, de manera que el peso salvífico que se le asigna a la
iglesia por añadidura se concentra en los pastores. Se trata
de una especie de dislocación eclesiológica que termina por
cimentar el poder en unos pocos representantes autorizados
de «La Iglesia en la Ciudad», un grupo de pastores-caudillos
que además es casi exclusivamente masculino. El caso ilustra
que la clave teológica de la manera sana de ejercer el poder
en la iglesia no está en la eclesiología sino en la cristología y,
por extensión, en la doctrina de Dios.

Pensar el poder de Dios desde el Crucificado


En su tratado sobre la soberanía y la omnipotencia de
Dios, Karl Barth distingue entre la potentia (entendida como
posibilidad física de que algo ocurra) y la potestas (entendi-
da como la posibilidad moral y jurídica de que algo ocurra).
Aclara que en Dios nunca puede separarse una de la otra.14
La potencialidad de Dios siempre es a la vez un poder en los
hechos; dicho de otro modo, tanto el «querer» como el «hacer»
son idénticos en la buena voluntad de Dios. Lo importante
aquí es recordar precisamente que se trata del poder de Dios,

14
Cf. Karl Barth, «Church Dogmatics II/1» en The Doctrine of God, T. & T.
Clark, Edinburgo, 1957, pp. 31, 526 y 605ss.

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