Espiritualidad y Participación Liturgica

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ESPIRITUALIDAD Y PARTICIPACIÓN LITÚRGICA

¿Qué celebramos en la liturgia?


La obra de nuestra redención, el misterio pascual de Cristo, el sacramento de nuestra fe
(cfr. SC 2, 5-6).
En el II Capítulo de la constitución Sacrosanctum concilium, dedicado a la Eucaristía
encontramos:
Nuestro Salvador, en la Última Cena,
la noche que le traicionaban,
instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre,
con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta,
el Sacrificio de la Cruz
y a confiar a su Esposa, la Iglesia,
el Memorial de su Muerte y Resurrección:
sacramento de piedad,
signo de unidad,
vínculo de caridad,
banquete pascual, en el cual se come a Cristo,
el alma se llena de gracia
y se nos da una prenda de la gloria venidera (SC 47).

Mas, para asegurar esta plena eficacia es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada
Liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y
colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano. Por esta razón, los pastores de
almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas
a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella
consciente, activa y fructuosamente (SC 11).

De aquí que nos ocupemos de la participación litúrgica, de un modo particular en la


Eucaristía, pero, también, en cualquier celebración litúrgica.

El número 14 de la Constitución conciliar, expresa el deseo de la Iglesia de llevar a los


fieles a una participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas, a la
que tienen derecho y obligación en virtud del bautismo y, porque, la liturgia es la fuente
primera y necesaria de donde los fieles han de beber el espíritu verdaderamente cristiano.

1
En lo que se refiere a la participación activa:
En este número puede identificarse dos ejes centrales, el tema de la participación plena
consciente y activa y, el fundamento de dicha participación sobre la afirmación en virtud
del bautismo.
Lo primero que ha de comentarse es que este párrafo expresa que es deseo de la Iglesia
promover esta participación, en razón de la naturaleza misma de la liturgia, que se ordena
a la glorificación de Dios y la santificación del hombre. Las características de esta
participación son: plena, lo que podría entenderse tanto interior como exterior;
consciente, es decir, fruto de una educación adecuada; activa, entendida como armonía.1

Se ha de recordar, aunque la constitución no lo cita, que este concepto de participación


no es de todo nuevo, primero, ya había aparecido en el número 11, pero más allá fue
expresado por vez primera, por Pío X, en la introducción al Motu proprio Tra le
sollecitudine, del 22 de noviembre de 1903, en el que exhortaba a la participación activa
de los fieles en los sacrosantos misterios, ya que la liturgia es la fuente primera y
necesaria del espíritu verdaderamente, cristiana.

También Pío XII, en Mediator Dei, hablaba que, para recibir los frutos de la redención
era necesaria la propia colaboración por medio de una participación actual y personal, no
con espíritu pasivo y negligente, discurriendo y divagando sino de modo intenso, con
piedad y atención. En la misma encíclica, el Papa, señalaba como medios para promover
la participación de los fieles: proveerles de misales con traducción a la lengua vulgar,
entonar cánticos y responder las preces, meditando los misterios de Jesucristo y no
reduciendo el fruto de la Misa a la sola comunión sacramental.2

Podría decirse que el objetivo principal de la reforma promovida por el concilio fue
precisamente favorecer la participación de los fieles en las celebraciones litúrgicas, vale
la pena señalar la abundancia de números que hacen referencia explícita a este tema 3, y
también hacer referencia al motu proprio Rubricarum instructum de Papa Juan XXIII en
el que anuncia la decisión de que el concilio propusiera los grandes principios para tal
reforma.4

1
Cf. FLORISTÁN, C., «Objetivos de la pastoral litúrgica» en MORCILLO GONZÁLEZ, C. (dr.), Concilio Vaticano II.
T I, 214-216
2
Cf. Pío XII, Carta encíclica Mediator Dei, 97, 99, 127-129, 140.
3
Estos números son: 8,10, 11, 12,14, 17, 19,21, 26,27,30, 33, 48,41,50,53, 55,56, 79,85, 90, 106, 113, 114 y 124.
4
Cf. OÑATIBIA, I., «La reforma litúrgica desde san Pio X hasta el Vaticano II» en MORCILLO GONZÁLEZ, C. (dr.),
Concilio Vaticano II. T I, 98.
2
Precisamente, tanto la comisión preparatoria del Concilio, como la comisión conciliar,
llevaron a cabo la definición de estos altiora principia, que el secretario de la comisión
previa Bugnini, clasifica en orientativos y operativos, los primeros: la liturgia, ejercicio
del sacerdocio de Cristo; la liturgia, cumbre y fuente de la vida cristiana: participación
plena, consciente y activa; manifestación de la Iglesia; sana Tradición y legítimo
progreso; los operativos: La lengua, la Palabra de Dios, la catequesis, el canto y la
reforma. Respecto al principio que nos ocupa, participación plena, consciente y activa,
pone la razón de esta, en la naturaleza misma de la liturgia y el carácter bautismal de los
fieles, por lo que este objetivo se ve reflejado a lo largo de toda la Constitución. 5

Por otra parte, incluso más sintético, está la clasificación que Ratzinger hace de tales
principios o categorías fundamentales de la reforma: inteligibilidad, participación y
sencillez6.

Primero, dirige la atención de ¿cómo debe encaminarse en la práctica la reforma?, pues


se constata que, en la praxis posconciliar, en aras a la instrucción litúrgica se ha impreso
un cuño escolar a la liturgia, sí, la liturgia es una epifanía de lo sagrado, que se expresa
en signos y palabras, que por eso es en sí misma una instrucción, pero tampoco podemos
aprovecharnos de ella para acciones de la Iglesia que tienen su momento propio fuera de
la celebración, por ejemplo, la catequesis.

Por inteligibilidad y sencillez, se puede comentar brevemente; con respecto a la primera:


los ritos deben ser claros por su brevedad, adaptados a la capacidad de los fieles y no
deben precisar de muchas explicaciones (SC 34), conscientes de lo que se está celebrando
en el altar, la inteligibilidad está en íntima relación con la Palabra de Dios, por lo que se
ha de formar al pueblo en el conocimiento de ella y su lugar en la celebración litúrgica,
pues no basta el que, tanto los ritos como los textos bíblicos, estén en lengua vernácula,
se requiere formar al pueblo para que los comprendan, algo muy concreto sería retomar
el camino del catecumenado, en el que, poco a poco se abran los sentidos interiores, la
inteligencia y el corazón.

Los ritos han de resplandecer por su sencillez, evitar repeticiones innecesarias, esto no se
reduce a lo programático, sino a dotarlas del sentido de lo sagrado, sobre todo en
referencia al gesto sencillo que tuvo su origen en el cenáculo, en el drama de la
crucifixión y resurrección del Hijo, la sencillez, puede ir acompañada del arte y la
belleza, pero no reducirse a ella, pues lo festivo y alegre de la liturgia radica en la
realización del misterio de Dios mismo.

5
Cf. BUGNINI, A., La reforma de la liturgia 1948-1975, Madrid 1999, 35-43.
6
Cf. RATZINGER, J. Teología de la liturgia. La fundamentación sacramental de la existencia cristiana (Obras
completas XI), Madrid 2012, 518-523.
3
Y sobre la participación, es necesario regresar al número 11, donde se pide una
disposición personal para participar, no solo cumplir formas externas, sino que sea una
participación consciente, activa y fructuosa; una participación tanto interior como
exterior, donde no basta cumplir rúbricas, prescripciones ceremoniales externas, sino que
mucho más importante es la exigencia de la nígricas, es decir la exigencia interior de lo
impreso en negro, el mismo texto litúrgico, la realización del misterios por medios de
ritos y preces.

Participar no puede reducirse, tampoco, a la mera exterioridad que aboga por que todos
tienen que hacer algo… y siempre se tiene que estar haciendo algo, olvidando los debidos
tiempos del silencio sagrado.

Con respecto al fundamento de dicha participación: en virtud de bautismo.

Pareciera que esta afirmación no tuviese demasiada relevancia, sin embargo, ya ha


aparecido anteriormente, por el bautismo, el creyente es injertado en el misterio pascual
(cfr. SC 6) y es hijo de Dios (cfr. SC10), y ahora en el número 14, es puesto como
fundamento de la participación de los fieles en la liturgia, resulta importante señalar, que
en un principio, el primer esquema presentado por la comisión preparatoria y después la
comisión central no lo habían considerado así, y fue en la segunda sesión donde se votó
tal enmienda,7 para comprender la trascendencia de esta afirmación es necesario
remitirnos a la teología que anteriormente existía al respecto, incluso en Mediator Dei 8, la
carta magna más inmediata previa al Concilio, en la se aplica el carácter sacerdotal en
sentido amplio al ministro ordenado y respecto a los fieles se afirma que se unen al
sacrificio ofrecido por voto de los sacerdotes, bajo el aspecto de deseo y, participan,
según su condición, del sacerdocio de Cristo, citando el canon romano «ellos mismos te
ofrecen», ¿en qué sentido? con sus limosnas hacen que el sacerdote ofrezca por ellos la
divina víctima. Juntamente con el sacerdote ofrecen sus votos, alabanzas, expiación y
acción de gracias.

Esta afirmación, en virtud del bautismo, aunque no es del todo desarrollada por la
Constitución, pero sí en la continuación del mismo Concilio, especialmente, Lumen
Gentium, es una idea dominante que sólo aparece someramente, sobre todo, por estar
rodeada de cierta controversia de la idea del sacerdocio universal de los bautizados, que
la comisión preparatoria hubiese tenido que someter a consideración a la comisión
teológica. Esta condición es la que da, a los fieles, el derecho y, al mismo tiempo,

7
Cf. BUGNINI, A., 31.
8
Cf. Pio XII, 103, 105, 106, 108, 113, 115.
4
obligación de participar de la ofrenda eucarística, no solamente por manos del sacerdote,
sino igualmente por su unión con él. 9
Entre otros fundamentos teológicos de la participación, además del bautismo, pueden
mencionarse el misterio pascual de Cristo, al que el creyente, por el bautismo ha sido
injertado; la naturaleza misma de la Liturgia, que, siendo el ejercicio del sacerdocio de
Cristo, este también se hace presente en la asamblea (cfr. SC 7); la liturgia como acción
de la Iglesia, a la que el creyente está incorporado al Cuerpo Místico de Cristo; el
carácter sacramental, el ministerio ordenado.10

Cómo comprender nuestra participación litúrgica


La participación litúrgica tiene una especial relación con el Ars celebrandi. Al respecto,
el papa Benedicto XVI, en la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis
dice:
“el arte de celebrar correctamente favorece la participación del pueblo de Dios. Se pone
de relieve el valor de las formas litúrgicas que deben favorecer el sentido de lo sagrado,
es importante la atención a todas las formas de lenguaje previstas para la liturgia, palabra
y canto, gestos y silencios, movimiento del cuerpo, colores litúrgicos y ornamentos.
La sencillez de los gestos y la sobriedad de los signos realizándose en el orden y tiempos
previstos, comunican y atraen más que la artificiosidad de añadiduras inoportunas (cfr.
Sacramentum Caritatis no. 40).

Parece oportuno citar textualmente el número 52 de esa exhortación que distingue y


clarifica a qué nos referimos cuando decimos “participación” en la liturgia:
“El Concilio Vaticano II puso un énfasis particular en la participación activa, plena y
fructuosa de todo el Pueblo de Dios en la celebración eucarística.
Ciertamente, la renovación llevada a cabo en estos años ha favorecido notables progresos
en la dirección deseada por los Padres conciliares.
Pero no hemos de ocultar el hecho de que, a veces, ha surgido alguna incomprensión
precisamente sobre el sentido de esta participación.
Por tanto, conviene dejar claro que con esta palabra no se quiere hacer referencia a una
simple actividad externa durante la celebración.
En realidad, la participación activa deseada por el Concilio se ha de comprender en
términos más sustanciales, partiendo de una mayor toma de conciencia del misterio que
se celebra y de su relación con la vida cotidiana.

9
Cf. JOSSUA, J.-P., «La constitución Sacrosanctum concilium en el conjunto de la obra conciliar» en CONGAR –
JOSSUA- et alter, La liturgia después del Vaticano II, Madrid 1969 135
10
Cf. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, P., «Actuosa participatio. Participación plena, consciente y activa» en ASOCIACIÓN
ESPAÑOLA DE PROFESORES DE LITURGIA, A los 50 años de la Constitución Sacrosanctum Concilium, Barcelona
2014, 205-210.

5
Sigue siendo totalmente válida la recomendación de la Constitución conciliar
Sacrosanctum Concilium, que exhorta a los fieles a no asistir a la liturgia eucarística
«como espectadores mudos o extraños», sino a participar «consciente, piadosa y
activamente en la acción sagrada».
El Concilio prosigue la reflexión: los fieles, «instruidos por la Palabra de Dios, reparen
sus fuerzas en el banquete del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse
a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino
también juntamente con él, y se perfeccionen día a día, por Cristo Mediador, en la unidad
con Dios y entre sí».

Para una participación litúrgica es necesario la preparación de la celebración, al respecto


el Papa Francisco dice: “seamos claros hay que cuidar todos los aspectos de la
celebración, espacio, tiempo, gestos, palabras, objetos, vestiduras, cantos, música y
observar todas las rúbricas, esta atención sería suficiente para no robar a la asamblea lo
que le corresponde, es decir, el misterio pascual celebrado en el modo ritual que la Iglesia
establece (cfr. Desiderio desideravi no. 23).

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