Pallasmaa Geometria de La Sensacion

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Pallasmaa, la geometría de las

sensaciones
25 septiembre, 2022

An Architecture of the Seven Senses, Juhani


Pallasmaa
Arquitectura de retina y pérdida de la plasticidad
La arquitectura de nuestro tiempo se está transformando en un arte visual, en una
imagen impresa fijada por el ojo de la cámara. Esta mirada tiende a aplastarla en
una imagen y quitarle su plasticidad; en lugar de experimentar nuestro estar en el
mundo, lo mantenemos fuera, como espectadores de imágenes proyectadas en la
superficie de nuestra retina

En la medida en que los edificios pierden su plasticidad y su conexión con el


lenguaje y la sabiduría del cuerpo, se los aísla en el medio frío y distante de la
visión. Con la perdida de lo táctil, la escala y los detalles elaborados por la mano
del hombre, nuestra arquitectura se transforma en algo repulsivamente chato,
inmaterial, irreal. Esta separación de las realidades de la construcción y la materia,
hacen que se transforme en una escenografía para el ojo, desprovista de
autenticidad material y de lógica tectónica.

Los materiales naturales la piedra, el ladrillo, la madera- permiten que la mirada


penetre en su superficie y nos permite convencernos de la veracidad de la materia.
Los materiales naturales expresan su edad y la historia de su uso por el hombre. La
pátina del uso le agrega una experiencia del tiempo transcurrido que resulta
enriquecedora, la materia pasa a existir en el continuo del tiempo. Por el contrario,
la presencia de los materiales contemporáneos el vidrio, el metal anodizado o
cromado, sintéticos- tienen una superficie que no sede a la acción del ojo y no es
capaz de contener nada que remita la esencia material del tiempo.

Más allá de la arquitectura, toda nuestra cultura parece distanciarse, enfriarse,


de-sensualizarse, des-erotizarse de la relación humana con la realidad. La pintura
y la escultura han perdido su sensualidad y en lugar de invitar a una intimidad
sensorial, nos rechazan y mantienen a distancia de la curiosidad sensible.

El énfasis extremo en la dimensión intelectual y conceptual de la arquitectura,


también contribuye a la desaparición de su esencia física y corporizada.

La arquitectura de los sentidos


En el Renacimiento, se pensaba que los cinco sentidos formaban un sistema
jerárquico que iba desde la visión al más bajo, el tacto. Este esquema se
relacionaba con una imagen del cuerpo cósmico: la visión era correlativa al fuego
y la luz, el oído al aire, el olfato al vapor, el gusto al agua y el tacto a la tierra.

El hombre no siempre ha sido aislado en el mundo de la visión que reemplazó el


predominio primordial del oído. En su libro sobre oralidad y literatura, Walter Ong
señala que “El paso del habla oral a la escrita supuso el paso del espacio auditivo
al visual. La escritura reemplazó al arte de escuchar e implicó el dominio del
mundo del pensamiento”.

Toda experiencia táctil de la arquitectura es multisensorial; las cualidades de


materia, espacio y escala se miden tanto por la visión como por el oído, el olfato,
la piel, la lengua, el esqueleto y los músculos. La arquitectura comprende siete
universos de experiencia sensorial que interactúan y se compenetran unos con
otros.
En palabras de Merlau Ponty “Vemos la profundidad, la velocidad, la suavidad y
dureza de los objetos Cezanne dice que hasta vemos su olor. Si un pintor pretende
expresar el mundo, su sistema de colores debe generar un complejo indivisible de
impresiones, de otra manera su pintura solo atisba las posibilidades sin producir
unidad, presencia y esa diversidad que gobierna la experiencia y que es la
definición de la realidad para nosotros”.

Una caminata a través de un bosque o un jardín japonés es vigorizante y curativa


por la interacción de todos los sentidos que refuerzan y articulan nuestro sentido
de la realidad se ve así reforzado y articulado.

Las imágenes de un universo sensorial alimentan las imágenes de otro. En el Libro


del té de Kakuzo Okakura se ofrece una hermosa descripción de las imágenes
evocadas por una experiencia tan sencilla como la ceremonia del té: “reina una
calma que no es interrumpida salvo por la nota del agua hirviendo en una tetera
metálica. Esta tetera es sonora porque las piezas de hierro del fondo están
ordenadas de manera de producir una melodía peculiar en la que podemos escuchar
los ecos de una catarata ahogada por las nubes, de unas olas distantes rompiendo
contra las rocas, de un aguacero deslizándose a través de un bosque de bambúes,
o del suspirar de los pinos en una colina lejana”.

Los sentidos no sólo median la información para el juicio del intelecto, articulan
un pensamiento sensible.

Intimidad acústica
Uno que se ha despertado por el sonido de un tren distante en la noche y, a través
del sueño, experimentado el espacio de la ciudad, conoce el poder del sonido sobre
la imaginación; el silbato nocturno de un tren nos ha hecho consientes de la ciudad
dormida. Cualquiera que se vio atraído por el sonido de gotas cayendo en la
oscuridad de una ruina puede dar testimonio de la extraordinaria capacidad del
oído para excavar un volumen en el vacío de la oscuridad. El espacio rastreado por
el oído se transforma en una cavidad esculpida en el interior de la mente. Podemos
recordar la dureza acústica de una casa deshabitada si la comparamos con la
afabilidad de un hogar vivido en el que el sonido es refractado y suavizado por la
superficie de los numerosos objetos de la vida cotidiana. Cada edificio y espacio
tiene un sonido característico de intimidad o monumentalidad, rechazo o
invitación, hospitalidad u hostilidad.

La vista nos hace solitarios, escuchar en cambio crea un sentido de conexión y


solidaridad; la mirada vaga solitaria en las oscuras profundidades de una catedral,
pero el sonido del órgano nos hace dar cuenta de nuestra afinidad con el espacio.
El sonido de las campanas a través de las calles nos hace dar cuenta de nuestra
condición de ciudadanos. El eco de nuestros pasos en el pavimento nos pone en
interacción con la calle, mide el espacio y su escala se vuelve comprensible. Sin
embargo, la ciudad contemporánea ha perdido este eco.
Silencio, tiempo y soledad
La experiencia auditiva más extraordinaria que un arquitecto puede crear es la
tranquilidad. La arquitectura es el acto de silenciar el drama de la construcción en
materia y espacio; es el arte del silencio petrificado. Después que los ruidos y voces
de la construcción se aplacan, el edificio se transforma en un museo de la espera
y el silencio paciente. En Egipto los templos encontraron el silencio de los faraones,
el de la catedral gótica recuerda la última nota de un canto gregoriano apagándose,
y el eco de los pasos romanos se desvanecieron en los muros del Panteón.

La experiencia arquitectónica silencia todo ruido externo, focaliza nuestra


atención en la existencia misma. Nos separa del ambiente y nos permite percibir
el flujo del tiempo y el paso de la historia. Nos conecta con los muertos, se trata
de un tiempo detenido.

El espacio del olor


Una de las memorias espaciales más fuertes es su olor, no puedo recordar la forma
de la puerta de la granja de mi abuelo, pero sí la resistencia de su peso, la pátina
de su madera marcada por medio siglo de uso y, especialmente, el aroma de su
casa que me golpeaba como una mano invisible tras la puerta.

Un aroma nos hace reentrar secretamente a un espacio que se ha borrado


totalmente de la retina de la memoria. “La memoria y la imaginación están
asociadas” escribió Gastón Bachelard: “las profundidades de un aparador que
conserva ese olor único, pueden introducirme en el recuerdo de un pasado remoto:
el olor a pasas de uva secándose en una bandeja de mimbre. El olor a las pasas
está más allá de cualquier descripción, ¡oler supone una gran imaginación!”

¡Y que placer moverse desde un aroma a otro en las calles angostas de una ciudad
vieja!; los olores de una casa de golosinas nos hacen pensar en la inocencia y
curiosidad de la infancia, el olor denso de una talabartería remite a caballos y a la
excitación de montar, la fragancia de una panadería proyecta imágenes de salud y
vigor

En su cuaderno sobre el puente de Malta Lurids, Rainer Maria Rilke nos da una
imagen dramática de la vida pasada en una casa ya demolida, a través de los rastros
en un muro vecino. “Había almuerzos, y enfermedades, y el humo de años, el sudor
de las axilas que hace pesado los ropajes, y el olor oleoso de los pies traspirados.
El olor acre de la orina y las emanaciones rancias de la grasa. El aroma dulzón de
los bebés y el de los chicos asustados que van a la escuela y la densidad de las
camas de los adolescentes”. En comparación con el poder asociativo de estas
imágenes olfativas, las imágenes contemporáneas de arquitectura parecen
estériles y sin vida.

La forma del tacto


La piel lee textura, peso, densidad y temperatura de la materia. La superficie de
un objeto antiguo perfectamente pulida por el uso nos seduce. Es placentero
presionar el pomo de una puerta que brilla por los miles de manos que pasaron
antes, dando a su brillo imagen de bienvenida y hospitalidad.

La piel traza espacios con precisión, la fresca y vigorizante sombra debajo de un


árbol, la esfera cálida y acariciante de un lugar soleado. Puedo recordad
vívidamente muros contra un ángulo de sol, muros que intensificaban la radiación
y derretían la nieve permitiendo el primer aroma de la tierra que anunciaba la
primavera.

Rastreamos la densidad y textura del suelo a través de nuestras suelas. Pararse


descalzo sobre la roca lisa por el mar en un atardecer y sentir bajo la suela la
piedra calentada por el sol es una experiencia curativa, nos hace parte del ciclo
eterno de la naturaleza.

Hay una estrecha identidad entre la piel y la sensación de estar en casa que es,
esencialmente, una sensación de calidez. El espacio tibio en torno a una chimenea
es el de máxima intimidad y confort.

Pero el ojo también toca, supone una identificación inconsciente. Nuestra mirada
se posa en superficies, contornos y bordes lejanos y una sensación táctil
inconsciente determina lo agradable o no de la experiencia.

La gran arquitectura ofrece formas y superficies modeladas para el placer del ojo.

El ojo es un sentido de separación y distancia y el tacto de proximidad, intimidad


y afecto. En momentos altamente emocionales solemos cerrar este sentido
distanciador de la visión, cerramos los ojos cuando acariciamos. Las sombras
profundas y la oscuridad son esenciales porque agudiza la visión e invita a una
fantasía visual y táctil periférica. La luz homogénea paraliza la imaginación del
mismo modo que la homogeneidad elimina la experiencia del lugar.

En estados emotivos, los sentidos suelen derivar de los más refinados a lo más
arcaico, de la visión al tacto y el olfato. Una cultura que pretende controlar se
inclina por lo opuesto, por el distanciamiento, necesariamente es una sociedad
voyeuristica.

Imágenes del músculo y los huesos


El hombre primitivo usaba su cuerpo para dimensionar y proporcionar las
construcciones. Los constructores tradicionales daban forma a los edificios con su
propio cuerpo, del mismo modo que los pájaros moldean el nido. La esencia de una
tradición es la sabiduría corporal atesorada en la memoria háptica. El saber del
cazador, el pescador o el granjero antiguo, así como la del albañil, era una
imitación de la tradición corporal del oficio almacenada en los sentidos musculares
y táctiles.

Hay una sugestión de acción en las imágenes arquitectónicas, el momento de un


encuentro activo o la promesa de uso. La reacción corporal es un aspecto
inseparable de la experiencia. No se trata sólo de una imagen visual, se va al
encuentro de un edificio, uno se aproxima, lo encuentra, se mueve en él y lo utiliza
como condición de otras cosas

Un sendero de piedras sobre el césped son la imagen y huella de pasos humanos

Cuando abrimos una puerta, nuestro peso se encuentra con el peso de la puerta,
nuestras piernas miden los pasos cuando ascendemos la escalera, nuestra mano
toca la baranda y el cuerpo entero se mueve en forma diagonal.

El edificio no es un fin en sí mismo, enmarca, articula, reestructura, da significado,


relaciona, separa, une, facilita e impide. Los elementos de arquitectura deberían
tener un verbo y no un nombre. La auténtica experiencia arquitectónica consiste
en aproximarse y confrontar un edificio y no simplemente una fachada, supone
entrar y no simplemente mirar a través de una abertura.

En su análisis de la Anunciación de Fra Angelico, Alvar Aalto reconoce la condición


verbal de la experiencia arquitectónica, habla de entrar a una habitación y no de
puerta.

La autenticidad de la experiencia se basa en el lenguaje tectónico y la


comprensibilidad del acto de construcción. Tocamos, escuchamos y medimos el
mundo con nuestra experiencia corporal y lo organizamos y articulamos alrededor
del cuerpo como centro. Nuestro domicilio es el refugio de nuestro cuerpo,
memoria e identidad. Estamos en constante diálogo e interacción con nuestro
ambiente al punto que es imposible separa la imagen de nosotros mismos de su
existencia espacial y situacional. Soy el espacio donde existo.

Identificación corporal
Henry Moore habló de la necesidad de una identificación corporal en la escultura.
Un escultor debe tomar la forma en su cabeza para pensarla, no importa su tamaño
debe sostenerla en la palma de la mano, debe identificarse con su gravedad, su
masa, su peso, dándose cuenta de su volumen.

Enfrentar cualquier obra de arte supone interacción con el cuerpo. La noción de


identificación proyectiva de Melanie Klein sugiere que la interacción humana
implica la proyección de fragmentos de uno mismo sobre el otro. En palabras de
Cezanne el paisaje piensa a través de él y él es conciente del espacio.
De la misma manera el arquitecto internaliza el edificio en su cuerpo, siente la
distancia y la escala en la tensión muscular, en la posición del esqueleto. Entender
la escala implica la medición inconsciente de un edificio a través de nuestro
cuerpo, Sentimos placer y protección cuando el cuerpo entra en resonancia con el
espacio en.

Al experimentar una estructura inconscientemente hacemos una mimesis de su


configuración con nuestros huesos y músculos. El fluir animado y placentero de una
melodía se transforma en una sensación corporal, la composición abstracta de una
pintura se experimenta en la tensión de nuestros músculos, la estructura se
comprende a través de nuestro esqueleto, realizamos la tarea de la columna o de
la bóveda con nuestro cuerpo.

La sensación de solidez, esencial para la arquitectura, nos hace consiente del suelo
y la gravedad. Fortalece nuestra experiencia vertical del mundo y nos hace soñar
con levitar y volar.

El gusto de la arquitectura
Adrian Stokes habla de la invitación oral del mármol de Veronese. Hay una sutil
transferencia entre las experiencias táctiles y gustativas, también la visión; ciertos
colores y detalles evocan sensaciones gustativas. La superficie delicadamente
coloreada de una piedra es subliminalmente sentida por la lengua.

Arquitectura es el arte de la mediación y la reconciliación.

La tarea de la arquitectura
La tarea de la arquitectura es crear metáforas existenciales corporizadas que
estructuren la existencia del hombre sobre la tierra. Las imágenes de arquitectura
reflejan y externalizan ideas e imágenes de la vida y de nuestra vida ideal. Los
edificios y las ciudades nos permiten estructurar, entender y recordar el flujo
informe de la realidad y nos permiten reconocer y recordar quién somos. La
arquitectura nos permite ubicarnos en el continumm de la cultura Toda experiencia
implica actos memoria y comparación. Los recuerdos corporizados tienen un rol
fundamental como base de la memoria de un espacio o lugar. Nuestra casa está
integrada a nuestra entidad, se vuelve parte de nuestro cuerpo y nuestro ser.

En las experiencias memorables de arquitectura, el espacio, la materia y el tiempo


se fusionan en una sola dimensión, en la sustancia básica del ser que penetran
nuestra conciencia. Nos identificamos con el espacio; este espacio, este momento
y estas dimensiones se transforman en ingredientes de nuestra existencia.

Juhani Pallasmaa
Pallasmaa, Juhani, “An Architecture of the Seven Senses” In Holl, Steven; Juhani Pallasmaa; Alberto Pérez-Gómez;
Toshio Nakamura; (Eds.) Questions of perception: phenomenology of architecture, ISBN 0974621471 (1994), 29-37

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