La Diversidad Cultural A Debate

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LA DIVERSIDAD CULTURAL A DEBATE.

QUEBEC CONSULTA A LA
CIUDADANÍA.
(María Isabel Wences Simon)

Dimensiones de la diversidad cultural

La expresión diversidad cultural, así como las palabras multiculturalidad y


multiculturalismo, se encuentran en el primer plano de los actuales debates públicos.
Son términos de invención reciente que tuvieron su origen en Estados Unidos y Canadá
y que, paulatinamente, se han ido expandiendo a otras zonas geográficas para dar
cuenta de la creciente presencia de culturas diferentes donde, históricamente, ha
existido un modelo cultural hegemónico.
Tal y como suele suceder con gran parte de los términos políticos, su expansión ha
conducido a su polisemia y, en consecuencia, cuando se habla de estas nociones es
necesario realizar algunas distinciones de orden metodológico entre multiculturalidad
y modelos y propuestas normativas de diversidad cultural expresadas como
multiculturalismo o interculturalismo. De esta manera, para comprender el debate
político y normativo en torno a la diversidad cultural, cobra especial relevancia tener
claridad en algunos conceptos y dimensiones que con frecuencia suelen confundirse.
Así, de acuerdo con Bryan S. Turner, es posible distinguir tres dimensiones de la
diversidad cultural: social, política y normativa (2006: 611).

La dimensión social de la diversidad cultural


El evidente hecho de la existencia, incremento e irreversibilidad de la diversidad
cultural en una parte considerable de las actuales sociedades es lo que se denomina
multiculturalidad. Esta realidad, que da cuenta de una sociedad cada día culturalmente
más diversificada, constituye la dimensión social de la diversidad cultural. Así, estamos
ante una situación de hecho que denota diversidad de culturas. La multiculturalidad,
señala Javier de Lucas, es la “existencia de hecho de las manifestaciones de la
diversidad, del pluralismo cultural, es decir, la presencia en una misma sociedad de
grupos con diferentes códigos culturales (identidades culturales propias) como
consecuencia de diferencias étnicas, lingüísticas, religiosas o nacionales”; por
consiguiente, “carece de sentido proponer la multiculturalidad como una meta a
alcanzar o como un objetivo a destruir o corregir. Es el punto de partida inevitable, la
condición de nuestro tiempo, pero no un estado idílico, ni tampoco la versión moderna
de la peste” (De Lucas, 2001: 63-64).
Es imposible –o casi– evitar la diversidad cultural, a menos que se plantee la
prácticamente inverosímil operación de cerrar las fronteras o de redefinirlas con base
en la exclusión (hay conocidas experiencias que lo confirman). La diversidad cultural es
un hecho; por consiguiente, uno de los objetivos de las sociedades culturalmente
diversas consiste en idear estrategias que permitan la coexistencia y convivencia
democrática.
Asimismo, al hablar de la multiculturalidad es necesario tener claras las siguientes dos
cuestiones. Por un lado, que estamos ante un hecho que adopta distintas formas
dependiendo de las zonas geográficas, pues los contenidos de la diversidad cultural
varían considerablemente de unos países y ciudades a otros. No es lo mismo la
multiculturalidad presente en Canadá que la existente en México. Por otro lado, y
directamente conectado con este hecho, la multiculturalidad no da cuenta de un solo
proceso; cuando se alude a ella se está haciendo referencia a una pluralidad de
procesos que pueden ser independientes y sin ningún vínculo, o que pueden
presentarse ligados entre sí. Esta diversificación de procesos ha dado lugar a un gran
debate en torno a los principios liberales y democráticos que han caracterizado a las
sociedades occidentales (Zapata, 2009).
El léxico multicultural, afirma Francisco Colom, “está poblado de términos del tipo
relaciones raciales; religiosas; pluralismo lingüístico; minorías étnicas; indígenas;
minorías nacionales; inmigración; minorías sociales; homosexuales y lesbianas; género;
etc. volcándose en conceptos como identidad, diferencia, experiencia, autenticidad,
reconocimiento, etc.” (1998: 105 y 106). Es evidente, por tanto, que las formas que
adopta la multiculturalidad en las actuales sociedades son múltiples. Una guía que
puede servir de orientación es la tipología descriptiva elaborada por Bhikhu Parekh
(2005: 16), quien distingue tres categorías de la diversidad: subcultural, de perspectiva
y comunitaria.
Diversidad subcultural En esta categoría se ubican aquellos que abrazan los
principios culturales que articulan la sociedad. Siguen y comparten los valores
dominantes de la sociedad, pero en relación a su estilo de vida sostienen
creencias y prácticas distintas. El compartir el sistema dominante de valores de
la sociedad de referencia no impide que se intente abrir espacios para
desarrollar una práctica vital distinta y, en consecuencia, no convencional. El
objetivo no es establecer una cultura alternativa reemplazando la existente,
sino pluralizarla mediante su apertura y diversificación. Un ejemplo clásico son
los gays y las lesbianas.

Diversidad de perspectiva En esta categoría se ubican aquellos que mantienen


una actitud crítica con las normas y valores preponderantes de la sociedad y
dirigen sus esfuerzos a reestructurarla para poder introducir su estilo de vida.
Como ejemplo, tenemos a las feministas que denuncian la enraizada tradición
patriarcal o los ecologistas que condenan el prejuicio antropocéntrico. No se
presentan como una subcultura alternativa ni distintiva cuya pretensión

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pudiera ser vivir al margen y de acuerdo con sus propios valores y formas de
ver el mundo; su intención, por el contrario, es ofrecer argumentos que
justifiquen la que ellos creen que es la manera correcta de reconfigurar la
cultura dominante.

Diversidad comunitaria En esta categoría encontramos a los grupos de


personas que articulan su convivencia con base en su propio sistema de
valores, principios y prácticas; estas personas pueden o no encontrarse
concentradas en territorios determinados. Aquí caben tanto los inmigrantes
llegados recientemente como las comunidades que llevan asentadas un largo
periodo, tales como los gitanos o los judíos, así como diversas comunidades
religiosas y grupos culturales que se encuentran concentrados en territorios
delimitados, como pueden ser los pueblos indígenas, los vascos o los
quebequenses.
La categoría de la diversidad comunitaria surge y se mantiene a partir de una
pluralidad de comunidades que llevan una largo tiempo establecidas y que, en
consecuencia, tienen su propia historia y una forma de vida que aspiran a
conservar y transmitir.

Estas tres categorías sobre la diversidad dan cuenta de que las dinámicas en las que
ésta se articula dependen del contexto en el que se desenvuelve. La diversidad no se
presenta de la misma manera, sino que se activa y se expresa según el entorno
originario donde se ubica y de acuerdo a cómo reacciona este escenario ante las
nuevas dinámicas y formas de expresión de la diversidad. Ricard Zapata elabora un
esquema de las categorías principales que constituyen la diversidad; así, por una parte,
señala que las formas de diversidad que podrían considerarse tradicionales son el
género, la orientación sexual, la edad y las minusvalías, así como las que tienen un
origen social y que se constituyen por diferencias provenientes de la educación o del
estatus socioeconómico. Por otra parte, se tienen las nuevas expresiones de la
diversidad que son las relacionadas básicamente con la lengua, la religión, el origen y
la procedencia, las costumbres y prácticas culturales (Zapata, 2008/09: 99). Todas ellas
se expresan, se mezclan e interactúan en distintas formas y medidas, dando lugar a los
nuevos escenarios de sociedad diversa.

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