El Arte de Amar
El Arte de Amar
El Arte de Amar
ETICA PROFESIONAL
INTRODUCCION
Desarrollo
Este libro trata sobre el amor maduro que significa unión a condición de presentar la
propia integridad, la propia individualidad. El amor es un poder activo en el hombre; un
poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los
demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y separatividad.
En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante,
siguen siendo dos. (FRONM)
El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos.
Cuando falta tal preocupación activa, no hay amor. La esencia del amor es “trabajar”
por algo y “hacer crecer” El amor y el trabajo son inseparables. Se ama aquello por lo
que se trabaja, y se trabaja por lo que se ama.
El cuidado y la preocupación implican otro aspecto del amor: el de la responsabilidad.
Hoy en día suele usarse ese término para denotar un deber, algo impuesto desde el
exterior. Pero la responsabilidad, en su verdadero sentido, es un acto enteramente
voluntario, constituye mi respuesta a las necesidades, expresadas o no, de otro ser
humano La responsabilidad podría degenerar fácilmente en dominación y posesividad,
si no fuera por un tercer componente del amor, el respeto. Respetar significa
preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De ese modo, el
respeto implica la ausencia de explotación. Quiero que la persona amada crezca y se
desarrolle por si misma, en la forma tal como es, y no para servirme. Si amo a la otra
persona, me siento uno con ella, pero con ella tal cual es, no como yo necesito que sea,
como un objeto para mi uso. Es obvio que el respeto sólo es posible si yo he alcanzado
independencia; si puedo caminar sin muletas, sin tener que dominar o explotar a nadie.
Respetar a una persona sin conocerla, no es posible; el cuidado y la responsabilidad
serían ciegos si no los guiara el conocimiento. Hay muchos niveles de conocimiento; el
que constituye un aspecto del amor no se detiene en la periferia, sino que penetra hasta
la sensatez. Sólo es posible cuando puedo trascender la preocupación por mi mismo y
ver a al otra persona en sus propios términos. Pero el conocimiento tiene otra relación,
más fundamental, con el problema del amor. La necesidad básica de fundirse con otra
persona para trascender de ese modo la prisión de la propia separatividad se vincula, de
modo íntimo, con otro deseo específicamente humano, el de conocer el “secreto del
hombre”. Si bien la vida en sus aspectos meramente biológicos es un milagro y un
secreto, el hombre, en sus aspectos humanos, es un impenetrable secreto para sí mismo
y para sus semejantes. Nos conocemos y, a pesar de todos los esfuerzos que podamos
realizar, no nos conocemos. Conocemos a nuestros semejantes y, sin embargo, no los
conocemos, porque no somos una cosa, y tampoco lo son nuestros semejantes. Cuanto
más avanzamos hacia las profundidades de nuestro ser, o el ser de los otros, más nos
elude la meta del conocimiento. Sin embargo, no podemos dejar de sentir el deseo de
penetrar en el secreto del alma humana, en el núcleo más profundo que es el yo interior.
La crueldad misma está motivada por algo más profundo: el deseo de conocer el secreto
de las cosas y de la vida. Otro camino para conocer “el secreto” es el amor. El amor es
la penetración activa en la otra persona, en la que la unión satisface mi deseo de
conocer. En el acto de fusión, te conozco, me conozco a mi mismo, conozco a todos y
no “conozco” nada. Conozco de la única manera en que el conocimiento de lo que está
vivo le es posible al hombre por la experiencia de la unión no mediante algún
conocimiento proporcionado por nuestro pensamiento. La única forma de alcanzar el
conocimiento total consiste en el acto de amar: ese acto trasciende el pensamiento,
trasciende las palabras. Es una escondida temeraria en la experiencia de la unión. Sin
embargo, el conocimiento del pensamiento, es decir, el conocimiento psicológico, es
una condición necesaria para el verdadero conocimiento en el acto de amar. Tengo que
conocer a la otra persona y a mi mismo objetivamente, para poder ver su realidad, o más
bien, para dejar de lado las ilusiones, mi imagen irracionalmente deformada de ella.
Sólo conociendo objetivamente a un ser humano, puedo conocerlo en su esencia, en el
acto de amar. El problema de conocer al hombre es paralelo al problema religioso de
conocer a Dios. En la filosofía se intenta conocer a Dios por medio del pensamiento, de
afirmaciones acerca de Dios. Se supone que puedo conocer a Dios en mi pensamiento.
En el misticismo, que es el resultado del monoteísmo, se renuncia al intento de conocer
por medio del pensamiento, y se lo reemplaza por la experiencia de la unión con Dios,
en la que ya no hay lugar para el conocimiento acerca de Dios, ni tal conocimiento es
necesario. La experiencia de la unión, con el hombre o, desde un punto de vista
religioso, con Dios, no es en modo alguno irracional. Es la consecuencia del
racionalismo, su consecuencia más audaz y radical. Se basa en nuestro conocimiento de
las limitaciones fundamentales, y no accidentales, de nuestro conocimiento. Es el
conocimiento de que nunca “captaremos” el secreto del hombre y del universo, pero que
podemos conocerlos, sin embargo, en el acto de amar debe haber cuidado,
responsabilidad, respeto y conocimiento son mutuamente interdependientes.
El amor infantil sigue el principio: “Amo porque me aman”.
El amor maduro obedece al principio: “Me aman porque amo”.
El amor inmaduro dice: “Te amo porque te necesito”.
El amor maduro dice: “Te necesito porque te amo”.
La clase más fundamental de amor, básica en todos los tipos de amor, es el amor
fraternal. Por él se entiende el sentido de responsabilidad, cuidado, respeto y
conocimiento con respecto a cualquier otro ser humano, el deseo de promover su vida.
Si he desarrollado la capacidad de amar, no puedo dejar de amar a mis hermanos. En el
amor fraternal se realiza la experiencia de unión con todos los hombres, de solidaridad
humana, de reparación humana. El amor fraternal se basa en la experiencia de que todos
somos uno. Las diferencias en talento, inteligencia, conocimiento, son despreciables en
comparación con la identidad de la esencia humana común a todos los hombres. Para
experimentar dicha identidad es necesario penetrar desde la periferia hacia el núcleo. Si
percibo en otra persona nada más que lo superficial, percibo principalmente las
diferencias, lo que nos separa. Una mujer sólo puede ser una madre verdaderamente
amante si puede amar; amar a su esposo, a otros niños, a los extraños, a todos los seres
humanos. La mujer que no es capaz de amar en ese sentido, puede ser una madre
afectuosa mientras su hijo es pequeño, pero no será una madre amante, y la prueba de
ello es la voluntad de aceptar la separación –y aún después de la separación seguir
amando.
El amor erótico es el anhelo de fusión completa, de unión con una única otra persona.
Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal; es también, quizá, la forma de
amor más engañosa que existe. En primer lugar, se lo confunde fácilmente con la
experiencia explosiva de “enamorarse”, el súbito derrumbe de las barreras que existían
hasta ese momento entre dos desconocidos. Pero, como se dijo antes, tal experiencia de
repentina intimidad es, por su misma naturaleza, de corta duración. Cuando el
desconocido se ha convertido en una persona íntimamente conocida, ya no hay más
barreras que superar, ningún súbito acercamiento que lograr. Se llega a conocer a la
persona “amada” tan bien como a uno mismo. O quizá, sería mejor decir tan poco. Si la
experiencia de la otra persona fuera más profunda, si se pudiera experimentar la
infinitud de su personalidad, nunca nos resultaría tan familiar y el milagro de salvar las
barreras podría renovarse a diario. El resultado es que se trata de encontrar amor en la
relación con otra persona, con un nuevo desconocido. Este se transforma nuevamente en
una persona “íntima”, la experiencia de enamorarse vuelve a ser estimulante e intensa,
para tornarse otra vez menos y menos intensa, y concluye en el deseo de una nueva
conquista, un nuevo amor, siempre con la ilusión de que el nuevo amor será distinto de
los anteriores. El deseo sexual puede ser estimulado por la angustia de la soledad, por el
deseo de conquistar o de ser conquistado, por la vanidad, por el deseo de herir y aún de
destruir, tanto como por el amor. Parecería que cualquier emoción intensa, el amor entre
otras, puede estimular y fundirse con el deseo sexual. Como la mayoría de la gente une
el deseo sexual a la idea del amor, con facilidad incurre en el error de creer que se ama
cuando se desea físicamente. El amor puede inspirar el deseo de la unión sexual; en tal
caso, la relación física encuentra libre de avidez, del deseo de conquistar o ser
conquistado, pero está fundido con la ternura. Si el deseo de unión física no está
estimulado por el amor, si el amor erótico no es a la vez amor fraterno, jamás conduce a
la unión salvo en un sentido orgiástico y transitorio. La atracción sexual crea, por un
momento, la ilusión de la unión, pero, sin amor, tal “unión” deja a los desconocidos tan
separados como antes. El amor erótico es exclusivo, pero ama en la otra persona a toda
la humanidad, a todo lo que vive. Es exclusivo sólo en el sentido de que puedo fundirme
plena e intensamente con una sola persona. El amor erótico excluye el amor por los
demás sólo en el sentido de la fusión erótica, de un compromiso total en todos los
aspectos de la vida, pero no en el sentido de un amor fraterno profundo. El amor erótico,
si es amor, tiene una premisa. Amar desde la esencia del ser y vivenciar a la otra
persona en la esencia de su ser. Amar a alguien no es meramente un sentimiento
poderoso, es una decisión, es un juicio, es una promesa-. Si el amor no fuera más que un
sentimiento, no existirían bases para la promesa de amarse eternamente.
En su búsqueda de la unidad más allá de la multiplicidad, los pensadores brahmánicos
llegaron a la conclusión de que el par de opuestos que se percibe no refleja la naturaleza
de las cosas, sino de la mente persistente.
Y por culminar el amor se divide de un primer modo, que es considerando su forma, uso
o manera, que es, como se acaba de ver, doble: el amor-necesidad y el amor dádiva. En
las acciones nacidas de la voluntad amorosa, que se explicarán después, sucede algo
realmente singular: El quinto uso de la voluntad (el amor dádiva) refuerza y transforma
los cuatro restantes, empezando por el amor necesidad o deseo.
Conclusió n
Hay un trabalenguas conocido que dice: “El amor es una locura que ni el cura lo cura,
y si el cura lo cura es una locura del cura “ con esto lo que quiero dar a conocer es que
siempre el amor tendrá diferentes formas de sentirse, de compartirlo según con la
persona que nos encontremos y una explicación a ciencia cierto es muy poco probable
que se llegue a dar, pero lo que si es claro es que todos los seres humanos necesitamos o
tenemos esa necesidad de sentirnos amados y haya alguien quien nos de amor.