Virtuous Lies
Virtuous Lies
Virtuous Lies
........................................................................................................................................... 6
................................................................................................................................................. 7
........................................................................................................................................................ 8
..................................................................................................................................................... 14
..................................................................................................................................................... 22
..................................................................................................................................................... 29
..................................................................................................................................................... 35
..................................................................................................................................................... 43
...................................................................................................................................................... 51
..................................................................................................................................................... 56
..................................................................................................................................................... 70
.................................................................................................................................................... 79
..................................................................................................................................................... 85
.................................................................................................................................................... 95
.................................................................................................................................................. 101
.................................................................................................................................................. 105
.................................................................................................................................................. 115
.................................................................................................................................................. 121
................................................................................................................................................... 127
.................................................................................................................................................. 137
.................................................................................................................................................. 145
................................................................................................................................................. 161
.................................................................................................................................................. 170
.................................................................................................................................................. 176
................................................................................................................................................. 186
.................................................................................................................................................. 193
................................................................................................................................................. 201
.......................................................................................................................................... 210
............................................................................................................................... 218
.......................................................................................................................... 219
............................................................................................................................................. 220
es la perfecta hija de la mafia.
1La «Goomah» es la amante del mafioso, palabra que viene del italiano «comare» que significa
amante y ha sido americanizada.
—¿Un dolor de cabeza? —repito tontamente.
—Una herida de bala en la maldita cabeza, B.
—¿Quién más estaba contigo? —Mi padre me agarra de la muñeca y grito del dolor.
—Nadie. Te lo juro. Solo estábamos Berto y yo.
L
levan mucho tiempo reunidos.
2 En italiano original.
El silencio invade la estancia e ignoro qué hacer. Estoy rodeada de algunos de los
miembros de más alto rango de nuestra familia, pero no me siento nada segura.
—Lorenzo, yo...
—No hables a menos que te hablen —me interrumpe Leo en mi lastimera disculpa,
agachando inmediatamente la cabeza.
Estoy temblando y muerdo el interior de mis mejillas con el único fin de concentrarme
únicamente en la forma en que mi respiración se produce en breves y agudas exhalaciones.
—Por tu traición, podría matarte.
Trago saliva al escuchar el mordiente tono en la voz de Lorenzo. Abro la boca para hablar,
pero me lo pienso mejor y vuelvo a cerrarla.
—Podría obligar a tu padre a que trabajaras para él.
—¿Trabajar para él? —exclamo, el sonido de mi voz a la vez embarazoso y entrecortado.
—Como puta —me dice arrogante, su voz resonando en todo el despacho.
—Oh.
—Oh —se hace eco Leo, riéndose de mí.
—¿Harías eso, Bianca? —pregunta Lorenzo, hilvanando diversión a su pregunta—. ¿Te
abrirías de piernas para la familia como oficio, al igual que hiciste con Roberto?
Libero una respiración temblorosa. Me esfuerzo por encontrarme con los ojos de mi padre,
pero él los mantiene bajos, negándose a reconocer la irrespetuosa actitud con la que me está
tratando su jefe.
El sonido de un vaso depositado enérgicamente sobre una mesa atrae mi atención, y miro
a Vincent. La dureza de su mirada me hace querer apartarla, pero no puedo. Sus ojos son tan
azules que podrías confundirlos con la plata. El color del lobo, dispuesto a destrozarte.
Está furioso, y puedo entenderlo. Su hermano acaba de ser asesinado.
—No —Lorenzo vuelve a hablar, rompiendo el trance en el que Vincent y yo estábamos
atrapados—. Aunque es un despilfarro. Nos harías ganar un buen dinero. —Hace una mueca—
. Pero mientras tú me faltas al respeto a mí y a tu padre, yo no le haría lo mismo a él.
—E...
Leo levanta un dedo para hacerme callar y me trago mis palabras.
—Salvatore no te aceptará —me dice Lorenzo con un suspiro exagerado—. No le faltaría
al respeto ni preguntándoselo. Pero te casarás.
—¿Lo haré?
—Ajá —responde, su mirada perezosa recorriendo mi cuerpo apreciativamente.
Lorenzo llegó pronto al poder. Aún no ha cumplido los treinta y ya es el despiadado líder
de la familia de Nueva York. Apenas diez años mayor que yo, pero en su presencia me siento
como una niña.
—Ya no tienes ningún valor para mí, Bianca. —Hace un mohín—. Por suerte para ti,
Vincent tuvo la gentileza de aceptar una unión contigo.
Sobresaltada, mis ojos vuelven a buscar los de Vincent.
—¿Qué? No.
—¿No? —se hace eco Lorenzo, el tono de su voz tan afilado como un cuchillo—. Te follaste
a un consigliere, ¿por qué no a su sustituto?
Miro a Vincent sorprendida. Muestra exactamente la apariencia del matón que es. Un
hombre dedicado a la violencia, alguien que doblega a los demás a su voluntad mediante
amenazas y palizas.
—No tienes elección, Bianca. O eres puta o te conviertes en la esposa de Vincent.
—A mí me parece lo mismo —dice Leo, riéndose.
Vincent casi sonríe, retorciendo sus labios, y me entran ganas de escupir a sus pies. Se
supone que soy su futura esposa, y sonríe pensando que soy una puta.
—¿Papà? —me dirijo a él.
Vincent no es mejor que su hermano. Según los rumores, es peor.
Vincent Corbata Ferrari.
Un matón, uno que da garrote a sus víctimas.
—Harás lo que te digan, Bianca.
—¿Y Caterina?
Mi padre se levanta bruscamente.
—No tienes derecho a hacer preguntas.
Tropiezo hacia atrás y me doy de bruces con el duro pecho de Vincent. Me sujeta los
brazos con sus manos y yo salto hacia delante, escapando de su imponente y granítico torso.
Nuestras miradas se entrecruzan y abandono la mía de inmediato, pero no lo bastante
rápido como para perderme el divertido arqueo de sus cejas ante mi pánico.
—Tu hermana ocupará tu lugar. Se la ofreceremos a Salvatore. Esperamos que
jodidamente la acepte. —Lorenzo se levanta.
Da un paso hacia la puerta y se detiene para volverse hacia mí.
—¿Lo hiciste tú?
Lorenzo Caruso no debería dar tanto miedo. Es un hombre más cercano a mi edad que a
la de mi padre. Un primogénito forzado al poder tras la prematura muerte de su padre. Sin
embargo, es más despiadado de lo que nunca fue su padre. Giorgio guardaba una calidez para
él y abrazaba a la familia dentro de nuestra unidad. Hace tiempo que un agujero negro
sustituyó el corazón de Lorenzo, haciéndolo cruel y despiadado.
—¿Qué hice?
Se frota la mandíbula con la mano.
—¿Matar a Roberto?
No soy lo bastante rápida para reprimir mi estupor.
—¿Matarlo? No.
Su mirada se desplaza por encima de mí hacia el intimidante ardor de Vincent, ahora un
paso demasiado cerca de mi espalda.
—Es verdad. Berto y tú estabais enamorados. ¿No es cierto? —Sonríe.
—Así es —levanto la barbilla.
—Mis condolencias entonces.
Los hombres se ríen y mis puños se aprietan involuntariamente. Quiero apuñalar a todos
y cada uno de ellos. Incluido mi padre. Quiero coger un cuchillo y arrancarles el corazón.
Quiero rebanarles la lengua por la falta de respeto con la que se creen con derecho a vestirme.
El ardor en la mirada de Vincent abrasa mi espalda y la rabia me consume. Firmé mi
propia sentencia de muerte únicamente para verme obligada a vivir un infierno.
Vincent Ferrari no es un hombre amable. Es un monstruo.
Me giro, mi temperamento me pilla desprevenida.
—No soy virgen —suelto.
El tic en la mandíbula de mi padre no pasa desapercibido. Los demás hombres tienen la
decencia de bajar la cabeza, un acto de respeto para demostrar que no han escuchado nada de
mi confesión. Como si, para empezar, fuera un secreto. Me encuentro en este aprieto debido
únicamente a mi naturaleza impura.
Vincent, imperturbable ante mi arrebato, da un paso adelante, y necesito todo lo que
poseo para no estremecerme. Contengo la respiración cuando avanza hacia mí, su rostro tan
ilegible como siempre.
Giro la cara cuando se acerca a mí. Siento la frescura de su aliento recorriendo mi perfil.
Se inclina y sus labios rozan el borde de mi oído.
—Estoy seguro que al menos uno de tus orificios conserva su condición virginal.
Disfrutaré desflorándolo.
Mis ojos se desorbitan y respiro agitadamente.
Sonríe contra mi oído, y me alegra que su rostro esté retraído en mi cuello ocultando el
gesto. Nunca he visto sonreír a Vincent, ni quiero hacerlo. Su naturaleza desquiciada no
combina con una sonrisa.
Sus labios se alejan de mi oreja, tocando la suave parte inferior. Me da el beso más tierno
que jamás hubiera imaginado recibir.
Retrocede y vuelve a colocar su máscara impasible.
Desliza la mirada por mi cuerpo frunciendo el ceño. Alarga la mano y desliza el dorso de
sus dedos por la parte superior de mi brazo. Están adornados con anillos negros y plateados
que acarician mi piel con el frío tacto del metal.
Aparto mi mirada de su rostro y miro el lugar donde su tacto se encuentra con mi piel, el
hematoma de los dedos de Tony tiñendo mi bíceps de franjas azules y moradas.
—¿Quién te ha hecho esto? —pregunta.
Me cubro el moratón, eligiendo el silencio.
—¿Roberto? —prueba.
Roberto era un cerdo, pero no era agresivo.
—No —murmura—. ¿Tu padre?
Mi padre se dispone a hablar, pero Vincent levanta una mano, impidiéndoselo.
—No —lo defiendo.
Su labio inferior se inclina hacia fuera.
—¿Tu hermano?
Una fugaz mirada de confirmación debe hacerse visible en mi rostro porque los ojos de
Vincent se oscurecen.
—Armando —carraspea, la amenaza de su voz succiona el oxígeno del ambiente—. Dile
a tu hijo que, si vuelve a marcar lo que es mío, si toca lo que es mío —corrige—, le cortaré la
garganta con alambre de espino.
Sus dedos rozan mi mano y la dejo caer. La yema de su pulgar roza la decoloración.
—¿Se me entiende? —Vuelve a hablar cuando mi padre guarda silencio.
—Estaba furioso por su indiscreción.
—¿Se me entiende? —Vincent repite.
—Por supuesto —responde mi padre, la irritación en su tono palpable.
Sin mirarme, Vincent pasa a mi lado y todos salen del despacho. Cuando estoy segura
que se han ido, salgo corriendo, necesitada de escapar de este espacio sofocante.
—¿O
tro orificio? ¿Amenazaba con arrebatarte la virginidad anal? —susurra
Catalina la palabra, su rostro contraído con gesto repugnante.
—¿Qué otra cosa podría haber querido decir?
Considera mi pregunta, con el rostro contraído de asco.
—¿Tu boca?
—Sí, tal vez quiso decir eso. —Me trago mi inquietud.
Nos miramos con escepticismo, sabiendo que Vincent no se refería a mi boca.
—¿Eso se espera? —pregunta Cat tras una larga pausa—. ¿Sexo anal? —Se desplaza en la
cama, empujando firmemente su trasero contra el colchón.
Me encojo de hombros y me vuelvo a tumbar en la cama.
—Creo que se espera que hagas lo que te digan. Les importa una mierda si lo quieres o
no.
Su rostro palidece.
—Eso es violación.
Mi hermana adolescente es felizmente ignorante. Siempre he pensado que era una
ingenua, un subproducto de su protegida educación. Me he dado cuenta que ella ha elegido su
propia ignorancia. Piensa en términos de luz y oscuridad, negándose a contemplar las sombras
intermedias. Idealiza la vida en toda su fea gloria. Nunca me había molestado hasta este mismo
momento. Quiero sacudirla. Quiero hacerle ver que nacimos en las sombras y que no tenemos
elección. Nuestro padre es un criminal profesional y, lo queramos o no, estamos condenadas a
lo mismo. Los hombres de nuestra familia no se rigen por las normas sociales del bien y del
mal. Han creado sus propias leyes, y son vinculantes para todos dentro de la facción.
—Seguro que no todos son así. —No la agito. La tranquilizo.
Su cabeza se mueve arriba y abajo rápidamente, tragándose mi mentira con avidez.
—Quizá Vincent no sea así.
Es poco probable que Vincent Ferrari tenga consideración alguna por mis sentimientos,
pero no se lo digo a Cat. Sonrío para tranquilizarla.
—Sí, probablemente solo le esté haciendo un favor a Lorenzo. Quizá ni siquiera desee
tocarme.
Cat sonríe feliz.
—¿Dijeron algo sobre mí? ¿Sobre qué pasará ahora que Roberto ha muerto?
He estado esperando esto. Ha dejado que la conversación siguiera girando en torno a
Vincent y nuestras inminentes nupcias durante la última hora. Pero yo sabía que la estaba
reconcomiendo.
Tu hermana ocupará tu lugar. Se la ofreceremos a Salvatore.
Es jovial y amistoso hasta que lo traicionas, Bianca. Entonces te rajará de oreja a oreja, obligándote
a sonreír mientras te ve desangrarte.
—No —miento, odiándome a mí misma mientras la única sílaba cae de mis labios—.
Estaban demasiado ocupados amenazándome.
—Por supuesto. —La culpabilidad pasa por sus facciones, y me siento aún peor. Pero no
puedo salvarla de Salvatore. No sin meterle una bala en la cabeza y eliminar su promesa de
esta tierra.
—Veamos una película. Distráeme del desastre del día.
Caterina esboza una sonrisa.
—Me parece bien. Tú eliges.
A mitad de la película, mi madre entra en mi habitación sin llamar.
—Te han enviado un paquete.
—¿A mí? —pregunto tontamente, incorporándome—. ¿De quién?
Suspira, su exasperación es palpable.
—No sé, Bianca. —Me tiende la cajita con poca delicadeza—. Bueno —me apura cuando
no hago ademán de abrirla—, veamos.
Miro la caja y luego vuelvo a mirarla a ella.
—¿Y si no lo quiero? ¿Y si es un dedo?
Mi madre se pellizca la nariz con los dedos y gime.
—¿Quién te enviaría partes del cuerpo amputadas, hija?
—No lo sé —argumento a la defensiva—. ¿Quizás mi nuevo prometido?
—Puaj —se queja Cat.
Rompo el envoltorio y echo un vistazo al interior.
—¿Y bien? —Mi madre se esfuerza por ver.
—No es nada. —Lo sostengo en mi regazo.
—¿Nada? —repite.
—Una crema facial que pedí por internet. —Hasta hoy, nunca había ocultado la verdad.
No tenía necesidad de hacerlo. Pero ahora parece que no puedo parar. Mis mentiras caen de mi
boca tan fácilmente con la que respiro.
Me deslizo fuera de la cama, dejando la caja sobre la cómoda y fuerzo un bostezo.
—La verdad es que estoy bastante cansada. Me voy a acostar. —Miro a mi madre y
hermana significativamente.
Caterina se marcha sin discutir, besándome la mejilla antes de marcharse a su dormitorio.
—¿Por qué no lleva los datos del remitente? —Mi madre se detiene en la puerta.
—Me aseguraré de enviarles un correo electrónico y preguntarles —murmuro
incoherentemente.
Me precipito hacia la puerta del dormitorio apenas se marcha, cerrándola tras de sí. Encajo
la cerradura silenciosamente, apoyando la espalda contra la madera.
Vuelvo corriendo hacia la cómoda y la caja del anillo se burla de mí desde el papel de
seda en el que está envuelta. Saco primero la tarjeta y dejo que mi mirada recorra la severa
escritura de Vincent.
—Confío en que esto sea de tu agrado.
—Confío en que esto sea de tu agrado —imito petulante—. Imbécil.
Alargo la mano hacia la caja del anillo como si estuviera cubierta de lava. Temo que pueda
quemarme. Los restos de la naturaleza malvada de Vincent se derraman a través de ella,
maldiciéndome para toda la eternidad. En cambio, el terciopelo azul es suave bajo mis dedos,
y acaricio el material. Calma algo dentro de mí, creando una sensación de calma en mi
estómago con la tranquilidad del roce.
Al abrir la cajita, quiero reírme de lo absurdo que resulta que yo misma abra la caja de mi
anillo. Ninguna proposición, tan solo la entrega de un anillo en un discreto envoltorio.
¿Se supone que también debo deslizarlo en mi maldito dedo?
Jadeo en voz alta y me tapo la boca con la mano para detener el sonido.
En su interior se encuentra uno de los anillos más hermosos que he visto nunca, delicado
y atemporal a la vez. Un halo engastado en pavé rodea un diamante talla princesa. Es
ornamentado y todo lo que yo elegiría para mí. También es muy caro, más caro de lo que ganan
algunas personas en todo un año.
Me da miedo tocarlo. Lo absurdo que resulta el que sea mío, me hace sentir como una
niña jugando a disfrazarse.
Lo saco de la seguridad del acolchado, sujeto la banda entre el pulgar y el índice y lo
aproximo a mi rostro. Brilla y destella, tragando el nudo que se forma en mi garganta. Esto ha
debido costar una fortuna. Teniendo en cuenta la forma en que Vincent se vio obligado a
casarse conmigo, ni siquiera había contemplado la posibilidad de un anillo de compromiso.
Miro alrededor de mi habitación, convencida por mi ansiedad que mi madre se oculta en
las sombras, y deslizo la perfección del anillo en mi dedo, mordiéndome el labio inferior por lo
exquisito que luce.
Giro la mano de un lado a otro, observando cómo el diamante capta diferentes formas de
luz.
Mi teléfono emite un pitido y me sobresalto al escucharlo. Retiro el anillo de mi dedo y lo
vuelvo a meter en la caja. Poniéndome en pie, coloco la cajita en la mesilla de noche y cojo el
móvil.
Desconocido: ¿Suficiente?
¿Suficiente?
Bianca: Suficiente habría sido que te lo pidieran.
Desconocido: ¿Te gusta o no?
Escribo que es precioso y luego borro las palabras casi inmediatamente.
Aparece un nuevo mensaje cuando no respondo.
Desconocido: Espero que lo lleves a partir de ahora.
Bianca: Me lo pondré cuando mi prometido lo deslice en mi dedo.
Apago el teléfono. Me molesta que ahora tenga una línea directa de contacto conmigo, lo
cual es un nivel de estupidez que incluso yo puedo reconocer, teniendo en cuenta que pronto
nos casaremos y tendrá línea directa con mucho más que mi teléfono.
Me dirijo al cuarto de baño, dejando caer la ropa al caminar, me meto en la ducha y dejo
que el choque del agua fría libere mi mente de pensamientos conscientes mientras se calienta.
Paso más tiempo del necesario lavando mi larga cabellera, temerosa del anillo, burlándose
de mí desde mi mesilla de noche.
Espero que lo lleves a partir de ahora.
Hasta hoy, nunca me había interesado traspasar los límites. Sabía lo que se esperaba de
mí e interpretaba el papel de hija de un mafioso. Pero en el momento en que Cat se vio
amenazada, algo en mí se quebró. Mi obediencia se volvió obsoleta porque proteger a mi
inexperta hermana era lo más importante. Pero eso ya está hecho. He logrado mi objetivo, y
ahora, sin algo por lo que trabajar, no sé realmente lo que soy. Dentro de unos días me casaré,
así que mi papel de hija obediente ya no tiene cabida. ¿Espera Vincent una esposa obediente?
¿Puedo dárselo?
Saliendo del cuarto de baño, envuelvo las puntas de mi cabello en la toalla, secando los
mechones gruesos y rebeldes.
Vincent está sentado en mi cama, el epítome de la calma, con la caja del anillo en la mano.
Está sentado como si le perteneciera, exudando una perezosa confianza cuando, en realidad,
ha invadido mi santuario personal sin invitación.
Miro hacia la puerta de mi dormitorio y luego vuelvo a mirarlo, agradecida por haberme
colocado el camisón antes de salir del baño.
—Mi puerta estaba cerrada.
—¿Lo estaba? —La aburrida indiferencia de su tono se enrosca en mi espina dorsal y
frunzo el ceño.
La chaqueta y el chaleco que llevaba antes han desaparecido. Su camisa blanca de vestir
permanece metida cuidadosamente dentro de su pantalón, con las mangas subidas por sus
musculosos antebrazos. Un grueso mechón de cabello cae libremente sobre su frente. Se lo
aparta, peinando con los dedos su oscura melena hacia atrás. No obstante, vuelve a su sitio casi
inmediatamente.
—Aún no estamos casados. No tienes derecho a invadir mi espacio privado.
Con los labios apretados en una fina línea, el intenso color de su boca se desvanece.
—Estamos prometidos
Pongo los ojos en blanco.
—¿Estamos? No recuerdo que me lo preguntaras.
Sus plateados ojos no se entrecierran del todo, pero cambian de forma mientras me
observa. La confusión empaña sus facciones y hace crujir los nudillos, dedo a dedo, sin que su
mirada súper concentrada vacile en ningún momento.
—No me pondré de rodillas.
—Entonces tenemos eso en común —me burlo.
Atrapa su labio inferior entre sus dientes, pero la diversión de sus ojos es imposible
ignorarla.
Se levanta de la cama y avanza hacia mí con pasos largos y decididos. Se eleva por encima
de mi metro setenta y cinco, sus ojos cristalinos arden de lujuria, irritación y una gran dosis de
diversión.
Saca el anillo de su cojín y se mete la caja vacía en el bolsillo.
—¿Te gusta?
—Sí —respondo antes de poder contenerme.
Él inclina la barbilla en señal de aprobación.
Jadeo cuando sus dedos se deslizan por el costado de mi mano izquierda, pero me
abstengo de apartarme de su contacto. Sus ojos permanecen clavados en los míos y, por mucho
que quiera desviarlos, la intensidad de su mirada me inmoviliza.
Es un hombre apuesto. Su atractivo es inquietante. Ojos plateados mirándote demasiado
cerca. Una afilada nariz asentada sobre el rostro, pómulos altos y vello facial cubriéndole la
mandíbula y el labio superior; lo bastante espeso como para ser intencionado, pero no lo
bastante largo como para estar desaliñado. Una ancha cicatriz atraviesa su ceja derecha,
anhelando alcanzarla y tocarla, preguntarle cómo se produjo. Son sus labios los que obligan a
mi mente a pasar de pensamientos homicidas a fantasías sobre las que solo me he permitido
preguntarme durante la última hora. De un hermoso color rubor, son gruesos, y me cuesta todo
lo que hay en mí no empujar mis labios contra ellos. Quiero sentir lo suaves que son, descubrir
que son una artimaña. Una seductora sirena, que te atraerá solo para decepcionarte al final.
El frío tacto del anillo golpea mi índice, y aparto mi mirada de él, observando cómo la
sentencia de mi vida se desliza sobre mi dedo, atándome para siempre a un hombre a quien
nunca consideré una posibilidad.
—Ahora eres mía, Bianca.
Su juramento añade el peso del mundo al diamante que ahora está cómodamente
encajado en el dedo anular de mi mano izquierda.
Mía.
La palabra reverbera en la cavidad de mi pecho.
—Mía —me hago eco del sentimiento, saboreando la palabra en mi lengua—. ¿Eso
también te hace mío? —Levanto la mirada, negándome a acobardarme ante la violenta
posesividad de sus ojos.
Ayer, Vincent y yo éramos dos desconocidos.
Dos personas que tal vez se habían cruzado alguna que otra vez en celebraciones
familiares.
Hoy somos novios.
Dentro de unos días nos casaremos.
Nos perteneceremos el uno al otro bajo un juramento de Dios y una promesa de sacrificio.
—Hmm. —Su labio inferior se inclina hacia fuera—. No puedes poseer a un monstruo,
dolcezza. Puede parecerlo porque siempre están contigo. Tan cerca como para perseguirte. Aquí
dentro —dibuja un corazón de amor en el centro de mi pecho—, aquí dentro —desliza un dedo
por mi sien—, aquí abajo —su dedo se mueve entre mis pechos, recorre mi estómago, pero se
detiene justo antes de llegar a mi vértice—. Pero es importante que recuerdes que perteneces a
tu monstruo, no al revés.
—No soy una posesión.
Levanta un hombro.
—¿Qué es una esposa sino la propiedad de su marido?
Hago ademán de apartar la mano, pero él la sujeta con firmeza.
—Iguales —Escupo.
Se ríe, un sonido resentido y amargo que enrojece mis mejillas de vergüenza.
—Créeme, Bianca. No quieres ser mi igual. Eso significaría bailar con el diablo, y tú eres
demasiado pura para eso.
Mi pecho se agita con una respiración furiosa.
—Esto —me levanta la mano, obligándome a mirar el diamante con el que ahora me ha
maldecido—, te pone bajo mi protección. ¿Lo entiendes?
—Parece que la única persona de la que necesito protección es de ti.
Besa el anillo, sus labios no tienen la textura acerada que esperaba, sino más bien la de
una nube, ondulante y complaciente.
—Bianca, no me pongas a prueba con esto. Llevas este anillo como una maldita armadura,
¿lo entiendes?
Retiro la mano, pero él me estrecha más, sujetándome la mandíbula con su mano libre.
—Dime que lo entiendes.
Trago saliva. —Lo entiendo.
Sus labios tocan los míos y me quedo boquiabierta. La suavidad del beso contrasta con la
cruel fuerza con la que me sujeta la mandíbula.
Se aparta, soltándome la mano y retrocediendo un paso.
—Dos días, dolcezza. Tengo asuntos que atender entretanto. Haz las maletas, te mudarás
a mi casa después de nuestras nupcias.
H
ola, chica.
— Cierro la puerta tras de mí, dando la vuelta al cartel de la ventana para que
se lea cerrado al mundo exterior.
El salón está vacío, la mayor parte del espacio sumido en la oscuridad, pero lo planeamos así.
Programarme para la última cita disponible garantiza que los demás estilistas hayan terminado
su jornada y estén listos para irse a casa.
—Hola, Trix. —Beso su mejilla.
André, mi chófer, espera en el interior del coche. Se sienta cómodamente durante las pocas
horas que Trixie y yo pasamos hablando tonterías. Nunca se ha quejado, pero tampoco le pagan
precisamente para quejarse.
—¿Qué hay de nuevo? —pregunto, deslizándome en el asiento que me señala.
Saca una capa negra, me envuelve con ella y me la sujeta en la nuca.
—Lo de siempre. Lo mismo de siempre. Chupar pollas, arreglar el cabello…
Me río.
Trixie no mide ni metro y medio, lleva un corte recto rubio y podría correr una maratón
con tacones de aguja de quince centímetros y aun así ganar. Es peluquera de día, trabaja en uno
de los salones que la familia utiliza para blanquear dinero, y termina las tardes a las órdenes
de mi padre, como ella dice tan poéticamente, chupando pollas.
También es, sin que mi familia lo sepa, mi mejor amiga. Hacerme amiga de una chica a
sueldo estaría por debajo de mi categoría. Trixie y yo lo sabemos, así que fingimos ser
peluquera y cliente. Me peino varias veces a la semana, y ella se toma su tiempo para secarme
las ondas gruesas y dedicarnos el máximo tiempo posible.
Pasándome los dedos por el cabello, Trixie se inclina.
—Vale, ponme al corriente. ¿Qué te ha pasado?
—Bueno, está muerto. —Me encuentro con sus ojos en el espejo.
—Conozco esa parte, perra. No ha venido por una mamada en días. Los rumores corren
como la pólvora entre las demás chicas. Pero me refiero al hecho que sigas viva. ¿Todavía te
obligan a casarte con Salvatore?
—No. —Sacudo la cabeza—. Trix, fui la última persona que vio a Berto con vida.
—¿Antes que Tony lo matara?
Dejo caer mi mirada.
—Tony subió después que yo bajara. Berto ya estaba muerto cuando él llegó.
Vuelvo a alzar los ojos con cautela, buscando su mirada. Transcurre una fracción de
segundo cuando la duda aparece en sus ojos. Ella la aparta, pero yo la veo. La duda de si fui
capaz de matar a Roberto Ferrari.
—¿Sabe Lorenzo lo que ha pasado? Eso es una putada, Bianca.
—No había nadie más allí —le aseguro—. O si lo había, yo no lo vi. Pero Trix, si había
alguien más allí...
—Sabrían que no te acostaste con Roberto. Sabrían que no estabas enamorada de él y que
estabas allí para socavar a la familia.
Asiento.
Tony y yo ni siquiera hemos hablado de esto. Ambos hemos ignorado la realidad que
alguien más pudiera conocer detalles íntimos de nuestro plan. Que nuestro plan para sabotear
las órdenes directas de Lorenzo podría ser usado en nuestra contra y costarnos la vida.
Apoya las manos en mis hombros y mira fijamente mi reflejo, con el rostro maquillado de
preocupación.
—Te ves realmente destrozada. Es comprensible. ¿Cuál es su plan contigo si no es
Salvatore?
—Ahora estoy prometida a Vincent.
Hace una mueca.
—¿El hermano de Roberto? ¿El ejecutor?
—Consigliere ahora —confirmo—. Ha pasado a desempeñar el papel de Roberto.
—Bianca —exclama preocupada—. ¿Y si descubre que pusiste en marcha un plan para
matar a su hermano? Tanto si fructificó como si no, tu objetivo era arrastrar a su hermano a la
muerte.
—Lo sé. —Cierro los ojos, dejando que el pánico de las últimas veinticuatro horas se libere
en una temblorosa exhalación—. Papà está jodidamente enfadado conmigo. La única razón por
la que me ha permitido acudir a esta cita es porque mañana me caso.
Trixie se muestra a punto de llorar y siento que las lágrimas se acumulan en mis ojos.
—Berto era peor —se lamenta, sus pequeñas manos oprimen mis hombros en un intento
de tranquilizarme.
—No importa cuál de los dos es peor. Ambos eran hermanos, y yo planeaba matar a uno
de ellos. —Susurro las palabras lo más bajo que puedo.
Me retuerzo el anillo de compromiso en el dedo, apretando la mano para obligar a la
piedra a clavarse en mi palma.
Trixie me acerca a la pila y se asegura que esté cómoda antes de humedecerme bien el
cabello.
—¿Cómo es? —pregunto, el miedo en mi voz agrietándose con cada palabra—. Ya sabes,
¿en el club?
Hace una pausa.
—No sabría decirte. No paga por sexo, al menos no en el club de Caruso.
El shock me atraviesa. —Yo no elegí eso.
—Mierda, a saber quién se folla gratis a ese hijo de puta aterrador, pero tiene que ser algún
tipo de sádica.
Dejo que la forma en que sus largos dedos recorren mi cabello afloje la tensión de mi
cuerpo mientras lo lava. Parece pensativa.
—Caterina ha sido prometida a Salvatore.
—¿Van a trasladar a Cat a Chicago? Mierda.
—Mi padre se lo ha comunicado esta mañana. Ella se muestra tranquila al respecto —
digo.
Trix asiente.
—Como te he dicho, Salvatore es un auténtico donjuán, pero con la cantidad de coños que
tiene a su lado, probablemente ella no tendrá que calentarle la cama muy a menudo
Respiro aliviada por mi hermana.
Los dedos de Trixie recorren mi cuero cabelludo, masajeándome el cabello con
acondicionador. Cierro los ojos, disfrutando de la sensación. Fingiendo que mi vida no está a
punto de venirse abajo.
—¿Te ha entregado un anillo?
Levanto la mano y vuelvo a girar el diamante para mostrarle la piedra ridículamente
grande.
—El tipo tiene un gusto decente —dice silbando.
Me encojo de hombros.
—¿Dónde es la boda?
—En casa.
Sus manos se detienen.
—¿Qué mierda?
—Como he deshonrado a la familia, será un asunto menor. Una simple transacción
comercial en la que participará un sacerdote que autorizará la ejecución de mi alma.
—Cariño… —dice.
—Está bien. Siempre supimos que esto pasaría. No puedes elegir a tu familia.
—Es verdad, cariño. Es verdad.
—¿Cómo va el nuevo aprendiz? —pregunto.
Levanta un solo hombro.
—Está bien. No tiene ni zorra idea dónde se ha metido. Coquetea con todos los putos
mafiosos que entran por la puerta. La pobre está decidida a partirse el corazón.
Volvemos a la silla del salón y tomo asiento.
—Tony y yo tuvimos otra pelea.
Quiero sacudirla. Hablando de estar decidida a destrozarse el corazón, Trixie Madden
está perdidamente enamorada de mi hermano. Un hombre que nunca tendrá permiso para
casarse con ella.
—Trix
—Lo sé. —Enchufa el secador—. ¿Sabes que se folló a Amity?
—¿Qué?
Menea la cabeza, metiéndose el secador bajo la axila mientras me secciona el cabello.
Se queda callada un rato, concentrada en el cepillo redondo que utiliza para secarme el
cabello. Apaga el secador y suspira.
—No me lo podía creer. Solo quería que se quedara una noche. Me rechazó, obviamente.
¿Quién quiere pasar la noche con una puta?
Me duele el corazón por ella. No odia su profesión, le da la libertad de vivir como quiere,
pero a veces veo el arrepentimiento en sus ojos. La verdad es que, tanto si le pagan por follarse
a gente como si no, Antonio nunca será suyo. No es italiana, no forma parte de la familia de la
manera que debería.
—Le dije que se fuera a la mierda. Que no quería volver a verlo.
—Eso es justo.
—A la noche siguiente me presenté en el trabajo y vi su polla en la boca de Amity.
Gilipollas.
Odio a mi hermano un poco en ese momento. Quiso hacer daño a Trixie. ¿Por qué? La
lastima todos los días por ser un Rossi. Seguramente, no necesita causarle más dolor indebido.
—Lo siento.
—Eh. —Vuelve a encender el secador, el silencio se instala pesadamente entre nosotras
mientras termina de peinarme.
L
as paredes del despacho de Enzo se cierran mientras estamos sentados en silencio,
absortos ante las imágenes que se reproducen ante nosotros. Mi visión se nubla y me
duele la mandíbula por la fuerza con la que se contrae. Cada terminación nerviosa de
mi cuerpo palpita con la necesidad de infligir dolor, y me debato entre el alivio por tener razón
y la rabia por el mismo motivo. La matanza se apodera de mi visión; las fantasías de piel
magullada, ojos ensangrentados y arañazos auto infligidos en el cuello en un patético intento
de auto conservación hacen vibrar mis entrañas de anhelo.
Leo sonríe a la cámara, con las manos por encima de la cabeza en señal de rendición. Su
nefasta sonrisa se burla de los agentes que lo rodean. Carece de autocontrol, el instinto humano
básico de protección se ha perdido ante su necesidad de provocar a cualquiera que se enfrente
a él.
Enzo se estremece a mi lado cuando el agente del FBI que cachea a Leo le da una patada
en la parte posterior de las rodillas, viéndolo caer al suelo de cemento. Su sonrisa se esfuma,
perdiéndose tras un gruñido de desprecio. Lo esposan innecesariamente, la sonrisa de
suficiencia en el rostro del agente aumenta mientras levanta las bolsas de lona con las que Leo
había entrado en el edificio y las coloca sobre la singular mesa que hay en el almacén.
―Joder, ojalá estuviera en esa puta habitación para ver morir esa sonrisa ―murmura Enzo,
la intención maliciosa de sus palabras gotea amenaza.
No respondo. No puedo. Estoy demasiado consumido por mi ansia de dolor. Me pican
las manos con la urgencia de rajar la delicada piel de un cuello y verlo sangrar en retribución.
Pero no cualquier cuello.
Robert Ferrari.
Consigliere.
Traidor.
Hermano.
―Vin.
Miro hacia arriba, a mi jefe.
―¿Estás bien? ―Cierra el ordenador.
―¿Qué ha sucedo? ―Levanto la barbilla hacia el portátil cerrado.
―Lo han detenido sin motivo. He enviado un mensaje al abogado y se reunirá con
Leonardo en comisaría. Saldrá en menos de una hora ―explica en voz baja―. Responde a mi
pregunta.
Me pongo en pie, crujiendo individualmente cada nudillo.
―Puedo... ―empieza.
―No ―le corto―. No me insultes así. Es mi deber y solo mío.
―Nunca te pediría eso. ―Su voz se tensa.
Lorenzo Caruso es despiadado. Tiene que serlo. Llegó al poder demasiado joven para ser
otra cosa sino formidable. Cualquier debilidad habría hecho que nos persiguieran y mataran,
uno a uno. Enzo no lo permitiría. Sabía que el coste de la muerte de su padre no era meramente
emocional. Renunció a su dolor a costa de su alma. Una deuda que pagó amablemente,
satisfecho del poder que le ofrecía a cambio. Pero bajo la jaula de insensibilidad, sigue siendo
mi mejor amigo, el hermano que merezco. Ocupando esa posición, debería conocerme lo
suficiente como para saber que la muerte de mi traidor hermano no me causará ningún
remordimiento.
Me muerdo el labio con tanta fuerza que lo hago sangrar.
―Nunca te perdonaré si me lo arrebatas. Su vida es mía.
Enzo asiente una vez, cogiendo su móvil.
―Berto ―dice al teléfono―. Llámame. Han detenido a Leo. Te necesito en cubierta.
―Termina la llamada y deja el móvil sobre la mesa.
Todo sigue igual. Roberto necesita pensar que está a salvo, que Lorenzo sigue ajeno a su
traición.
―Me jode que tuvieras razón sobre él. ―Enzo se palpa las cuencas de los ojos―. Sabía que
era un cabrón, pero no me había dado cuenta que era un traidor.
Contemplando la ciudad desde el ventanal del despacho de Enzo, me encojo de hombros.
―Pensé que manteniéndolo cerca impediríamos que abusara del poder y causara
problemas a la familia. Nunca imaginé que estaría tan jodido de la cabeza como para
traicionarnos.
Me giro. Arrastro el pulgar por el labio inferior e inhalo bruscamente.
―Enzo.
―No te atrevas, joder ―muerde―. No te atrevas a disculparte por ese pedazo de mierda.
Puede que comparta tu sangre, Vin, pero no te hagas cargo de sus pecados.
Suena su teléfono y lo coge perezosamente, esperando a que asienta con la cabeza antes
de contestar por el altavoz.
―Cosimo.
―Han detenido a uno de mis mensajeros ―saluda.
―Estoy al corriente ―responde Enzo―. También Leo.
―¿Leo? ¿Qué diablos hacía en una entrega? ―A Cosimo le cuesta mantener el respeto. La
mordacidad de su tono hace que Enzo sonría satisfecho.
―No te pasó por alto, Cosimo. Leo recibió información en el último momento que el FBI
haría acto de presencia.
Joder ―escupe Cosimo.
―No hay de qué preocuparse. Las bolsas estaban vacías, tu producto está a salvo. Los
federales no tienen nada contra Leo ni contra tu hombre.
Cosimo gruñe en la línea.
El capo mayor respeta bastante a Lorenzo, pero ha dejado claro en más de una ocasión
que le cuesta recibir órdenes de un jefe más joven que su propio hijo. Cosimo Greco dirige
nuestro negocio de droga desde que tenía treinta años. Antaño conocía el negocio al dedillo,
pero los tiempos cambian y está perdiendo su toque. Es un anciano en un juego de hombres
jóvenes, y no es ningún secreto que Enzo está presionando para que Diego, el hijo de Cosimo,
tome las riendas.
―Eso me lleva a mi siguiente pregunta, Cosimo. Tu corredor, ¿es digno de confianza?
Sabes que los federales lo alimentarán con mentiras para que se convierta. ¿Es tan estúpido
como para creérselo?
Cosimo suspira.
―Sí, es lo bastante estúpido como para dejarse engañar.
―Hablaré con mis hombres de dentro. En una hora estará colgado de una cuerda. Elige
mejor a tus corredores la próxima vez, o haré que Diego lo haga por ti. ―Termina la llamada
sin decir nada más.
―Puedo cargármelo si quieres. ―Introduzco mis manos en los bolsillos.
Se ríe.
―Bromeas, pero no estoy muy lejos de meterle yo mismo una bala entre los ojos. Joder.
Necesito a Diego. ¿Quién contrata a jodidos corredores que cambien de bando a la menor
presión?
No digo nada, aunque él no necesita que lo haga.
―¿Hoy? ―pregunta Enzo, volviendo al asunto de mi recreativo hermano.
Asiento con la cabeza.
―Ahora.
― Se remueve en su asiento.
Mi labio ha dejado de sangrar, pero saco la lengua, la paso por el pequeño
corte, saboreando la sangre seca.
—¿Cuánto de enfadado?
Me ignora.
—Tú y Enzo están muy unidos. —Intento una táctica diferente.
—Deberías estar agradecida. Si no, serías comida para gusanos. —Su mandíbula titila—.
Es el hermano que nunca tuve.
—¿Por qué no te nombró segundo al mando?
Se aclara la garganta.
—Habría sido una falta de respeto a Leonardo.
—¿Por qué no hacerte consigliere entonces?
Suspira.
—No se podía confiar en Roberto. Como ejecutor, tendría demasiada libertad para causar
dolor. Habría sido nuestra perdición. Como consejero de Lorenzo, podíamos vigilarlo de cerca.
Roberto no era de fiar.
—¿Quieres decirme por qué mataste a Roberto?
—Jesús, joder —resopló.
Salimos del club en silencio, pero el mismo sonido en los confines de su coche resuena en
mis oídos lo suficiente como para robarme el aliento.
—Después de lo de anoche, pensé que quizá tú misma me darías la información, pero no
lo has hecho y...
Frota la base de uno de sus anillos en el volante, comprobando su ángulo muerto antes
de cambiar de carril. Estamos a pocos minutos de casa y aún no me ha dicho quién es Gabriella.
—Necesitamos ponerte hielo en la cara. Te golpeó muy fuerte.
Me encojo de hombros.
—No me preocupa.
—A mí sí.
—¿Estabas allí cuando hablé con Roberto? —Vuelvo a intentarlo.
Entra en nuestro aparcamiento.
—Sí.
—¿Dónde?
—El baño —responde en voz baja.
—¿Sabía Roberto que estabas allí?
—Sí —responde.
—¿Estabas allí para matarlo?
—Sí.
Suspiro irritada.
—Aunque agradezco las malditas respuestas a una sola palabra en lugar de ser ignorada
por completo, me gustaría recibir respuestas.
—No me exijas respuestas, dolcezza.
Aparca y yo abro la puerta del coche, observando su irritación.
—¿Por qué tú puedes tener todos mis secretos y yo ninguno de los tuyos?
Sale del coche y me sigue hasta el ascensor, tres pasos por detrás de mí, metiéndose las
manos en los bolsillos mientras caminamos. Sostiene la puerta del ascensor con una mano
abierta, esperando a que esté dentro para entrar detrás de mí. Me adelanta, rozando su hombro
con el mío.
De pie en la esquina de la sofocante caja, me mira fijamente en el reflejo.
Le devuelvo la mirada.
Todo lo que siento por Vincent Ferrari es absurdo. Desde las necesidades sexuales que ha
hecho surgir, hasta el deseo, la necesidad de complacerlo, hasta la forma posesiva en que quiero
reclamar su corazón y su alma, hasta la forma en que él ha reclamado los míos.
Se abren las puertas del ascensor y, atrapada en mis pensamientos, no me muevo. Vincent
da un paso adelante, su pecho pegado a mi espalda, su mano extendida para impedir que se
cierre la puerta.
—Muévete, Bianca.
Al entrar en nuestro apartamento, me quedo de pie en el umbral del salón, mirándolo
expectante.
Se quita la chaqueta y la deja sobre el respaldo del sofá. Con las manos en el bolsillo, sus
ojos recorren mi rostro, deteniéndose en mi labio, donde palpita.
—Se suponía que no debías saber que estaba allí.
Se dirige a la cocina y saca una bolsa de guisantes del congelador. Voy hacia él.
Coloca la bolsa suavemente contra mi labio y suspira.
—Pero no te acepté antes que reconocieras el que nunca habías tocado a mi hermano.
Deseaba que lo que compartiéramos fuera real. Deseaba hacerte consciente que todo lo que me
ofrecías era mío y solo mío. Pero no quisiste admitirlo, joder. Eres incluso más fuerte de lo que
creía.
—¿Me has contado tu secreto más oscuro para poder follarme? —Mi mano cae de mi cara,
la bolsa de guisantes pendiendo floja a mi lado.
Me levanta el brazo, colocando de nuevo la bolsa congelada contra mi rostro.
—No te lo he contado, lo has supuesto.
Me burlo.
Confiado en que mi mano sujeta los guisantes, deja caer la suya.
—¿Sabes lo difícil que fue negártelo una y otra vez? Cada vez que me suplicabas que te
follara, estaba tan cerca de ceder, de reclamar tu virginidad, fingiendo que no sabía que era
mía.
Me mueve hacia la sala de estar, y voy sin oponer resistencia.
—Siéntate.
Me dejo caer en el sofá.
Se arrodilla ante mí, me quita los tacones de los pies y los coloca ordenadamente a mi
lado.
—Meses esperé. Jodidos meses en los que me sentaba en nuestra habitación fantaseando
con follarte hasta dejarte inconsciente y luego volver a follarte hasta dejarte dormida cuando
me hubiera saciado.
Recoge mi cabello detrás de las orejas.
—Me puso jodidamente furioso que incluso afirmaras que te había tocado. Esa maldita
serpiente malvada. Estaba tan furioso cuando apareciste en su casa...
No puedo hablar. No encuentro palabras mientras su alma se confiesa ante mí, dejando
que lo reclame de una forma que nunca imaginé que lo haría.
—¿Sabes lo que habría pasado si yo no hubiera estado allí, Bianca? ¿Sabes lo que te habría
hecho?
Trago saliva.
—Estaba dispuesta a vivir con esas consecuencias. Por Cat.
Parece dolido por mi confesión. La hipotética consecuencia fue demasiado para él.
—Siempre te había deseado. Íntimamente. Antes incluso de haberme dedicado una
segunda mirada. Te anhelaba en mis pensamientos más oscuros, pero aquel día supe que debía
tenerte. Sabía que nunca pertenecerías a Salvatore porque ya eras mía.
—Vinnie. —Nunca imaginé que siendo quien era me adoraría de la forma en que Vincent
lo hace tan claramente. Me deseaba antes de conocerme. Me puso en un pedestal antes de saber
que ya había reclamado su corazón.
—Hubiera empezado una guerra total por ti con el Outfit si hubiera tenido que hacerlo.
Habría matado a Salvatore para evitar que te reclamara.
Mis ojos se humedecen.
—Fui a casa de Roberto sabiendo que moriría. No sabía que querría tanto mirarlo a los
ojos cuando le quitara la vida.
Coloco la bolsa de guisantes en el sofá.
—Eras tan valiente. Tan feroz ante el peligro. Podría haberte matado. Tu plan podría
haber fallado. ¿En qué estabas pensando?
—Si Roberto hubiera aceptado mi inocencia, Tony lo habría matado. Ese era nuestro plan.
Tony habría protegido mi honor, y yo afirmaría que Berto y yo estábamos enamorados —
escupo, la mentira agria en mi lengua—. Yo salvaría a Cat. Confiaba en que sería ella quien
ocuparía mi lugar con Salvatore. Tenía que hacerlo —exclamo—. La seguridad de Cat era más
importante.
—¿Más que la tuya? —pregunta.
—Sí —respondo con facilidad.
—No para mí.
—¿Por qué lo mataste? —pregunto.
—Te tocó.
Recuerdo la forma en que las manos de su hermano habían recorrido mi cuerpo. El sabor
amargo de su aliento en mi cara. El toque ácido de sus labios sobre los míos. Estaba segura que
aceptaría lo que le ofrecía. Estaba segura de haberme metido en la boca del lobo, que era el plan
desde el principio. Pero allí de pie, sabiendo la forma en que Roberto iba a herirme, todo mi
interior me gritaba que huyera.
Sin embargo, no lo necesitaba. Sin que yo lo supiera, Vincent estaba allí protegiéndome
sin que ninguno de los dos lo supiera. Me fui, pero aun así fue suficiente para que la gente
creyera. Estaba segura de ello. Había estado a solas con él. En su apartamento. Estaba
impregnada de escándalo, y mi plan había funcionado sin el suicidio de mi alma.
—Traicionó a la familia —me dice—. Era una rata, Bianca. Nos estaba hundiendo a todos
en el puto río.
Mis manos vuelan hacia mi boca.
—Enzo sospechaba desde hacía tiempo que teníamos una rata. Nos confió la sospecha
solo a Leo y a mí.
—¿Por qué no a Roberto? ¿Por qué no a su consigliere?
—Leo es su hermano, y yo sería la persona encargada de solucionar el problema.
Resolver el problema.
—Muchas cosas apuntaban hacia mi hermano. —Escupe la palabra como si fuera ácido en
su lengua—. Enzo tendió una trampa. Los federales aparecieron.
—¿Roberto estaba trabajando con el FBI? ¿Pero por qué?
Se encoge de hombros.
—¿Quién coño lo sabe? ¿A quién coño le importa? Probablemente se vio envuelto en un
caso que le habría llevado a la cárcel. Se volvió más rápido que un perro en celo para salvarse.
Era un patético pedazo de mierda.
—Tuviste que matar a tu propio hermano —murmuro.
—No era hermano mío. —Hace caso omiso la tristeza de mi afirmación—. Te lo dije,
Bianca. Si me traicionas, te mataré sin un ápice de culpa ni vacilación.
Perdida en mis pensamientos, me siento en silencio.
—Enzo sabe que no me acosté con Roberto.
—Al igual que Leo.
—Sabe que planeé socavarlo. Sabe que falsamente secuestré su plan de paz con el Outfit.
Sonríe.
—No le hizo ninguna gracia.
—Si sabía que estaba intacta, ¿por qué no seguir enviándome a Salvatore?
—Porque yo te quería.
Mi rostro se suaviza.
—No pido mucho en la vida, Dolcezza. Pero te pedí a ti.
—No lo entiendo.
Suspira, dejándose caer sobre su trasero.
—Te oí llegar. Oí a Berto y sus groseros comentarios sobre estar a solas con él vestida
como estabas. Le pediste que le dijera a Enzo que no quería a Cat, y se rio en tu cara.
Trago saliva ante el horrible recuerdo. El mordisco maligno de la risa de Roberto cuando
le rogué que dejara en paz a mi hermana.
—No te echaste atrás. Te ofreciste cuando se negó a rechazar una unión con Caterina.
Amenazó con llevaros a las dos.
Fue repugnante. Amenazó con follarme y usar la sangre de mi virginidad -porque
prometió hacerme sangrar- como lubricante para mancillar a Caterina en su noche de bodas.
Casi vomité en el instante en que pronunció esas palabras. En lugar de eso, me besó, asaltando
mis labios con el veneno de sus palabras, una mera introducción amarga a la atrocidad que
albergaba en su interior.
—Su pintalabios estaba manchado cerca de su barbilla. Nunca había sentido furia como
en aquel momento. Respiro furia, Bianca. Mi maldito trabajo consiste en eliminar las amenazas.
Utilicé el veneno de la locura y la violencia para llevar a cabo cada golpe que me encargaban.
Pero sabiendo que te había tocado, sabiendo que había tocado algo que yo consideraba mío —se
apuñala el pecho—, fui la encarnación de la ira. Roberto tenía que morir. Había probado algo
demasiado puro para sobrevivir.
He olvidado cómo respirar. O mi respiración ha abandonado mi cuerpo. Me quedo
inmóvil cuando lo único que quiero es lanzarme a sus brazos.
—Tony —empiezo.
—Me marché antes que Tony llegara. Había terminado en cuestión de segundos. Ni
siquiera sabía que había estado allí hasta que tu padre llamó a Enzo.
—¿Lo sabe mi padre?
Sacude la cabeza.
—No. No podemos arriesgarnos a que salga a la luz el conocimiento de su traición. Sé que
te haría la vida más fácil...
Le pongo un dedo en los labios.
—Me alegro que no lo haga. Mi valía para mi padre se reveló cuando pensó lo peor.
Prefiero no aferrarme a sus mentiras sobre cariño y afecto.
Estoy hueca y plena a la vez. Mis secretos se han disipado y su pesadez ya no reside en
mí. En su lugar se asienta una llama de aceptación, una de aprecio y una de conexión. Arden
con amor y libertad, y con la certeza que el juramento de Vincent de protegerme nunca ha
flaqueado.
Desliza un pulgar por la cuenca de mi ojo, lo arrastra por el contorno de mi mejilla y se
acerca a mis labios. Se detiene en el centro de mis labios y me mira acalorado mientras tira de
mi labio inferior hacia abajo, cerrando la mano en un puño cuando cae de mi barbilla.
—Necesito poner mi polla en tu boca, Bianca.
Lo miro a través de la cortina de mis pestañas.
—Me has asustado. Me has enfadado. Quiero castigarte por tu insolencia.
Asiento, el gesto demasiado ansioso ante la amenaza de sus palabras.
—Necesito mostrarte lo débil que me haces, dolcezza.
—Tú también me haces débil.
Tararea en el fondo de su garganta.
—Saca la lengua.
No dudo en hacer lo que él dice.
Acerca su cara a la mía, junta los labios y una fuerte gota de saliva cae de su boca a mi
lengua.
Mis ojos se abren de golpe, y me siento atrapada entre la necesidad de limpiarla con asco
y el deseo de esperar a que me dé más instrucciones.
—Buena chica —murmura cuando me quedo—. Ahora vas a usar eso para chuparme la
polla. ¿Entendido?
Mis ojos se cierran ante un tsunami anhelante que me toma desprevenida tras los
acontecimientos de esta mañana.
De pie, Vincent se eleva sobre mí. Con los ojos aún cerrados, su sombra me proyecta en
una posición de sumisión en la que deseo permanecer una eternidad. El inconfundible sonido
de su cinturón al desabrocharse me hace querer tragar, pero mantengo la lengua en equilibrio
fuera de la boca.
—Mira cuando saque mi polla para ti, putita.
Abro los ojos lentamente, atrapada entre la necesidad de encontrarme con sus ojos y el
deseo de ver lo duro que está.
—Menudo dilema. —Él lee sin problemas el parpadeo constante de mis ojos.
—Mira mi polla mientras la saco, luego tus ojos deben permanecer en los míos mientras
suplicas beber mi semen.
Me esfuerzo por gemir, el sonido entrecortado me desespera sin poder usar la lengua.
Desnuda su polla lentamente. Se desabrocha el pantalón y agarra su erección por encima
de la tela negra de su bóxer. Aprieto los muslos. Con la mano en el bóxer, se acaricia hasta
desaparecer de mi vista. Mis pezones se endurecen. Utilizando la dura línea de su polla, se baja
el bóxer, y mis párpados se agitan en señal de gratitud.
Moviendo las manos sin permiso, agarro su pantalón por la cadera y tiro de él hacia abajo
para liberarlo por completo.
—Codiciosa —murmura.
Apuntando con la lengua, avanzo unos centímetros, burlándome de la hendidura de su
cabeza con tiernos lengüetazos. Desliza una mano por el lateral de mi cuello, subiendo desde
la nuca hasta la caída de mi pelo, retorciendo los dedos entre los mechones con firmeza.
Masajeo con mi lengua la parte inferior de su cabeza, gime, empujándome hacia delante.
Lo hago con facilidad, tragando más de él. Su polla está hinchada y húmeda, nuestra saliva se
junta, un lubricante formado por el deseo.
Enrollo una mano alrededor de la gruesa línea de su base, sujeto su cabeza contra el
paladar, con la cabeza inmóvil mientras acaricio su longitud con un arrastre ascendente y
descendente de mi lengua.
Mis ojos no se apartan de los suyos. Sus agitados párpados se cierran cada pocos
segundos, y un grueso gemido sigue al movimiento involuntario.
Acaricio sus testículos. Sisea cuando mis dedos los hacen girar sobre mi palma.
Sosteniéndolos en mi mano, empujo dos dedos contra la áspera piel de su perineo.
—Joder —gruñe, tambaleándose hacia delante. Se arquea sobre mí con un grito
estrangulado, y yo echo la cabeza hacia atrás, chupándole la cabeza, rodeando con la lengua el
tacto aterciopelado de la piel.
Mis dedos acarician su nalga, mi mano sujeta con ternura sus pelotas, mi boca ama su
polla.
—Métetela en la boca, pequeña —suplica, con la desesperación confundiendo sus
palabras—. Trágate mi semen.
Me meto la polla en la boca y la lamo con la lengua. Palpita.
—Tira de ella —gruñe.
Mi mano se mueve al compás de mi lengua, y él se yergue en toda su altura, con la cabeza
echada hacia atrás en un largo gemido.
Gruesos hilos de semen inundan mi boca, y lo dejo caer por mi garganta, bebiéndomelo.
Lamo su polla hasta dejarla limpia, y él me observa con ojos velados de lujuria.
Me paso la lengua por los labios.
—No me siento realmente castigada.
M
e abro paso por el vestíbulo de nuestro edificio, con los pies calzados corriendo
por la baldosa de mármol. Le dije a Andre que me recogiera hace veinte
minutos, y me recogí el cabello en una coleta no menos de ocho veces antes de
estar lo bastante conforme como para dejarlo.
Mamá y Caterina vienen a almorzar y yo quería ir a la manicura antes que ellas llegaran
a casa.
Llego hasta las puertas de cristal del vestíbulo y me detengo bruscamente. Giro
rápidamente, acercándome al mostrador de recepción tan rápido como lo he pasado.
Golpeando impaciente el mostrador, Lydia, la recepcionista del hotel, habla en voz baja por
teléfono. Tiene la cabeza inclinada hacia abajo, con los dedos pulgar e índice apretados contra
el puente de la nariz en señal de exasperación.
Miro el reloj.
—Señorita Gabbi, comprendo su frustración.
Miro hacia las puertas de cristal. Andre espera pacientemente, las manos en los bolsillos
de sus vaqueros, la mirada recorriendo la calle con perezosa curiosidad.
—Por favor, no hagas eso —Vuelve a hablar Lydia, llamando mi atención—. Te aseguro
que el señor Ferrari me ha asegurado que hará que alguien le eche un vistazo hoy mismo.
Levanto lentamente las manos del mostrador.
—Me aseguraré de decírselo cuando llegue a casa. —Hace una pausa—. Sí, señorita Gabbi.
Cuelga el teléfono, suspirando para sí misma. Se le dibuja una sonrisa en la cara, pero se
le borra en el momento en que se vuelve.
—Buenos días... —Se aclara la garganta y vuelve a intentarlo—. Buenos días, Sra. Ferrari.
¿En qué puedo ayudarla?
Sus ojos parpadean nerviosos hacia el teléfono y luego vuelven a mirarme. Su mente
trabaja horas extra, sin duda recordando la conversación que acaba de tener en su cabeza e
intentando determinar cuánto he oído.
—Buenos días, Lydia. —Sonrío dulcemente—. Mi madre y mi hermana vendrán hoy a
comer. Voy a salir, pero cuando lleguen, ¿puedes acompañarlas al ático, por favor?
Ella inclina la barbilla.
—Por supuesto.
Me alejo un paso. Me detengo y miro por encima del hombro.
—¿Gabriella está causando problemas?
Lydia se queda el tiempo suficiente como para parpadear lentamente tres veces.
—Yo... eh... —Mira hacia el teléfono, hacia los ascensores y luego de nuevo hacia mí.
Retrocedo hasta el mostrador.
—Nos ha estado causando un alboroto a Vincent y a mí también —susurro poniendo los
ojos en blanco exageradamente, esperando como el demonio que se crea la capa melosa de mi
mentira—. ¿Algo en lo que pueda ayudarte?
—No era consciente... No me di cuenta... —tartamudea.
Me fuerzo a soltar una risita.
—Lydia, puede que sea joven, pero no soy estúpida. Supe de Gabriella en el momento en
que Vincent y yo nos casamos.
Se me revuelve la bilis. Vincent tiene a esta mujer -sea quien sea- en el mismo apartamento
que me tiene a mí.
—Por supuesto, señora Ferrari. El agua caliente de la señorita Gabriella no funciona.
Hablé de ello con el Sr. Ferrari esta mañana al marcharse. No quiso que me encargara de buscar
a alguien que lo arreglara. Quería a alguien que conociera y en quien confiara.
Quería a alguien que no hiciera preguntas. Quería a alguien que guardara su pequeño y
sucio secreto.
—Subiré a buscar a Gabriella. Puede usar nuestro apartamento. —Me vuelvo hacia el
ascensor—. No llevo encima la llave de su piso —reflexiono en voz alta—. ¿Puedes facilitarme
una? Te la devolveré al salir.
—Por supuesto —acepta Lydia con facilidad, aliviada porque el asunto del huésped
problemático ya no será cosa suya.
Me entrega la tarjeta llave.
—¿Vincent habló de trasladarla? ¿O sigue en...?
—Sub-ático —Lydia me interrumpe.
—Gracias. —Sonrío.
Voy a matar a ese hijo de puta mentiroso y pedazo de mierda de mi marido.
Doy un puñetazo al botón del sub-ático con más fuerza de la necesaria, maldiciendo en
voz baja.
Tiene a su puta en el piso inferior al mío. Todas las noches que se va por negocios, es
probable que baje a follarse a su amante antes de volver a casa y hacerme lo mismo a mí.
Mi pecho se agita.
Saco el móvil del bolso y envío un mensaje a Cat diciéndole que tengo migraña y que
cancelo la comida. Luego envío un mensaje a Andre diciéndole lo mismo.
Se abre el ascensor y entro en el apartamento de Gabriella. Es bonito. Agradable como un
escaparate. Escaso de objetos personales y decorado con muebles minimalistas. Como el de
Vincent. No muy diferente del mío.
—Gracias, mierda —gime una voz—. En serio, Vincent, necesito una maldita ducha... —
Sus pies se detienen bruscamente al entrar en la habitación—. ¿Quién coño eres tú? —pregunta
con rudeza.
—¿Quién coño eres tú? —replico.
Cruza los brazos sobre el pecho.
—Te he preguntado a ti primero.
Parece más joven que yo, y frunzo el ceño. Es hermosa, y no solo de una forma que te
obligaría a darle una doble mirada si te cruzaras con ella por la calle. Te hechizaría para que la
miraras. Te robaría el aliento. Despertaría el deseo con un simple encuentro de miradas. Es
exquisita, y odio la forma en que la envidia reduce mi autoestima casi de inmediato.
¿Te la estás follando?
No.
Supongo que es un tecnicismo. Esperará hasta que sea mayor de edad.
—Quienquiera que seas —vuelve a hablar—. No deberías estar aquí. —Hay una pizca de
pánico en su tono. Uno que borra su brusquedad.
—¿No debería? Mi marido te mantiene.
Sus hombros caen en una muestra externa de alivio.
—Eres Bianca.
Me río, con un sonido más burlón que jovial.
—Bueno, al menos habla contigo.
Otra puñalada de celos, una que hiere más hondo que el pensamiento de follársela. Ella
significa más para él que yo. Lo suficiente como para que hable con ella. En realidad, yo soy la
puta. Él me folla y comparte sus pensamientos con ella. Mis manos tiemblan. Ojalá nunca
hubiera venido aquí. Ojalá no fuera tan jodidamente fuerte mi necesidad de romperme el puto
corazón por un conocimiento que sabía que no quería.
—Que le jodan a él y a su falta de respeto por mantener a su goomah en el mismo puto
edificio que su mujer.
—No sé qué significa esa palabra.
Gruño frustrada.
—Significa amante, Gabriella. Su otra chica.
Su labio se tuerce con desagrado.
—Oh, lo siento. ¿Esa palabra no es lo bastante agradable para ti?
Quizá sería más amable si pensara que ella es tan ajena a mi existencia como yo lo fui a la
suya en un principio. Pero sabe quién soy. Sabe que Vincent tiene una esposa, y eso es un acto
que no merece el más mínimo perdón. Para ella o para él.
—No, no lo es —responde ella con desprecio—. Es jodidamente ofensivo.
—Es ofensivo. —Me río. En voz alta—. Eso es ofensivo —grito—. No el hecho que mi
marido mantenga a una menor de edad como su jodida puta.
—Suficiente.
Me sobresalto ante el tono frío de la voz de Vincent.
Cuando giro sobre mis talones, el insulto que tenía manteniendo el equilibrio en la lengua
se desvanece, la enorme cantidad de sangre que decora su ropa es suficiente para borrar mi
envidia y sustituirla por pánico.
—Estás sangrando.
Se mira la camisa blanca, ahora cubierta de manchas y salpicaduras rojas.
Respira agitadamente por las fosas nasales.
—No es mi sangre.
Hago una mueca.
—¿Qué haces aquí, Bianca?
Retrocedo un paso, conmocionada.
—¿Me estás tomando el pelo?
—Gabriella —comienza.
—No hables con ella antes que conmigo. —Me pongo en su línea de visión—. Me has
mentido. Me has engañado. —Tiro una mano hacia atrás, hacia la belleza que hay detrás de
mí—. Ya me has faltado bastante al respeto.
Sus ojos se clavan en mí.
—No se me hablará con una falta de respeto tan flagrante. Estás ridículamente
desacertada en tus acusaciones. Sube y espérame.
—No.
Arquea una ceja.
—¿No?
—Eso es lo que he dicho. No.
Gruñe por lo bajo, maldiciendo entre dientes.
—Gabriella, me ocuparé de ti más tarde.
Agarrándome la mano, tiro de ella hacia atrás, pero su apretón es demasiado fuerte.
—Suéltame —gruño—. Estás cubierto de sangre.
Me arrastra desde el sub-ático hasta el ascensor a pasos agigantados.
—Suéltame, maldito imbécil.
Confiado en que estoy contenida en la caja metálica, suelta mi mano, la suya manchada
de sangre ahuecándose la mandíbula con brusquedad.
—No puedo creerlo. —Apoyando la espalda contra la pared, mantengo la mayor distancia
posible, mirando con repugnancia el reflejo de mi marido—. Me repugnas.
Un bufido sonoro surge de su nariz.
—Podría tenerte desnuda y suplicándome en unos jodidos segundos, esposa. No te
avergüences con afirmaciones vacías.
Frunzo el ceño.
Las puertas del ascensor se abren y, por primera vez en nuestros pocos meses de
matrimonio, Vincent no sujeta la puerta del ascensor para dejarme salir delante de él. Entra
furioso en nuestro piso.
Miro los botones del ascensor.
—Piensa en huir y sembraré el caos en esta puta ciudad buscándote. Te encontraré,
Bianca. No hay ningún lugar en este mundo donde puedas esconderte de mí.
Sabiendo que tiene razón, entro en el apartamento.
—Ella puede ser inteligente —bromea.
Le lanzo mi embrague a la cabeza. No da en el blanco, pasa volando por encima de su
hombro y aterriza en el suelo, a pocos pasos delante de él.
Al mirar por encima de su hombro, sus ojos brillan de furia.
Espero que me amenace. Espero que grite.
No hace ninguna de las dos cosas. Simplemente se vuelve hacia las escaleras y se dirige a
nuestro dormitorio.
—¿Estás de coña? —le sigo, con mis zapatos de tacón persiguiendo su paso—. ¿Quién
coño es esa? ¿Me tienes en tan poca estima como para mantener a una goomah, que me
aseguraste que no tenías, en nuestro edificio?
—No me estoy follando a Gabriella —sostiene, desabrochándose los botones de la camisa
con bruscos golpecitos de los dedos.
—No te creo.
Se quita la camisa y la tira al suelo como si fuera basura. Se quita los zapatos de una patada
y se inclina para quitarse los calcetines. A continuación, se quita el pantalón y el bóxer,
quedando completamente desnudo.
—Tu desconfianza en mí es tu problema, Bianca. No el mío.
Está duro, su erección apuntándome con rabia. Miro hacia abajo, tragándome la lujuria y
levantando los ojos.
—Parece que tus celos me excitan. Eres la única mujer a la que ansío follar, dolcezza.
Me da un tirón en la parte inferior de mi estómago.
Su ropa ensangrentada yace junto a sus pies, y considero que tendremos que quemarla
para eliminar cualquier prueba de su responsabilidad en el asesinato de un alma perdida y
pronto olvidada.
—¿De quién es esa sangre?
Levanto la vista cuando no responde.
—¿Lo mataste tú? —pregunto.
—Sí —dice con facilidad.
—¿A quién? —susurro.
Si está enfadado por mis preguntas, no lo deja entrever.
—No es asunto tuyo.
Mis manos encuentran mis caderas.
—Mi marido acaba de matar a un hombre. ¿Crees que no merezco conocer los detalles?
—No. —Se agarra la polla, deslizando la mano arriba y abajo en lánguidas caricias—. Pero
si estás tan ávida de información. —Su voz ha cambiado, un filo homicida deslizándose
amenazante por sus palabras—. Un traficante de drogas deslizando sus sucias manos en
nuestros beneficios. Conoces las reglas, Bianca. No jodas a mi familia o pagarás con tu vida.
Ese canalla nos ha jodido el negocio y ha faltado al respeto a mi familia. A Cosimo no le gusta
ensuciarse las manos. Necesitaba mi —su cabeza se inclina hacia un lado—, experiencia.
—¿Experiencia?
Sonríe.
—Mmm. ¿Quieres que te diga cómo lo maté, esposa? Lo hice. Cogí una bobina de alambre,
me la enrollé entre los puños y se la até alrededor de la garganta como una...
—Corbata —susurro.
Su mueca se convierte en una sonrisa de oreja a oreja, mostrando los dientes con maliciosa
intención.
—Mmm. El alambre le atravesó la piel, estrangulándolo y degollándolo a la vez. —Está
rememorando, sus ojos ausentes, perdidos en un recuerdo al que está espantosamente apegado.
Suspira.
—Pero el muy gilipollas tuvo la osadía de resistirse, así que sangró por todo mi traje
favorito.
—Qué egoísta por su parte —murmuro.
Sus fosas nasales se agitan y su mano se mueve más deprisa sobre su polla. Necesito todo
lo que hay en mí para no dejar de mirarlo.
Le excita el derramamiento de sangre, y eso debería repugnarme, pero hay algo en la
peligrosa y desquiciada mordacidad de su postura y su voz que me tiene apretando los muslos.
—Me divertía bastante el pánico que reflejaban sus ojos cuando se dio cuenta que iba a
morir, así que imagina mi sorpresa y decepción cuando recibí una alerta en la que se me
informaba que mi mujer, entre todas las personas, había entrado en el apartamento de Gabriella.
Entrecierro los ojos, olvidada la muerte y de vuelta a la traición.
—¿Quién es ella? —pregunto de nuevo.
Suelta su polla gruñendo, con los labios entreabiertos por la irritación. Entra en la ducha,
limpiando de su piel el toque de muerte.
—Dejé a Leo con la limpieza. Ahora estoy en deuda con él, y Bianca —advierte—.
Desprecio estar en deuda con otro.
Ignoro su amenaza.
—Vincent —empuño—. ¿Quién es ella?
Se lava el cabello, ignorándome.
Me acerco al cristal.
—¿Quién es ella?
Inclina la cara hacia la lluvia de agua.
—¿Quién coño es? —grito, golpeando con el puño la pared de cristal que lo protege de
mí.
—¡Mi hermana! —me grita.
Mi mentón cae.
—¿Qué?
Sale del agua de golpe, coge la toalla y se seca.
—Es mi jodida hermana, Bianca.
—Pero erais tú y Roberto.
—Aparentemente no. —Tira la toalla en un gancho, entra en nuestro dormitorio y se
coloca un par de bóxers.
—No lo entiendo.
Suspira.
—Apareció días antes de casarnos. Mi padre tuvo una aventura con la mujer de otro capo.
—¿Con quién? —Respiro con fuerza.
—Rita Romano —responde.
—¿La mujer de Big Joey? —aclaro—. Creía que había muerto.
Se encoge de hombros.
—Rita se quedó embarazada. Mi padre conocía las ramificaciones. Los habrían matado a
los dos. No te follas a la mujer de otro. La ayudó a huir y luego siguió con su vida como si nada.
—No lo sabía.
—Nadie lo sabía. Mi padre no está vivo para confirmarlo o desmentirlo, y su madre está
muerta.
Mis cejas se juntan.
—¿Estás seguro?
—Prueba de ADN. Somos parientes.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Se deja caer sobre nuestra cama.
—Enzo, Leo y yo ahora mismo somos los únicos conscientes de su existencia. No sabemos
lo que esto significa para Gabriella. Estamos intentando averiguar cómo protegerla y cómo
integrarla en la familia sin que se planteen preguntas.
—Si los dos están muertos, ¿importa?
Cae de espaldas sobre el colchón.
—También está emparentada con Dante y Luna. Primero tendría que decírselo a ellos.
Espero a que continúe.
Suspira.
—Pero cuando lo haga, se darán cuenta también que su madre tuvo una aventura con mi
padre, y que Big Joey sigue vivo. Es un capullo vengativo, y eso le causará problemas a
Gabriella.
—Y a ti —supongo.
—Puedo cuidar de mí mismo. Big Joey nunca superó que su mujer lo abandonara.
Además, Rita eligió técnicamente a Gabriella antes a Luna y Dante. ¿Cómo puedo estar seguro
que no se lo reprocharán?
—No puedes. Estoy de acuerdo.
—Ven aquí, dolcezza. —Me da unas palmaditas en el regazo, y voy encantada—. Deja ya
de acusarme de follar con otras mujeres —murmura. Mi polla solo se pone dura por ti.
Tirando de mi falda, la bordeo hasta la cintura, dejando que mis muslos se abran lo
suficiente para que su dureza quepa en mi interior.
—Mira.
—La idea de verte con otra persona...
—No es una realidad. Mi sucia putita, me das todo lo que necesito. —Empuja sus caderas
hacia arriba, y gimo.
—Dios. Quiero marcarte. —Agarro su rostro, besando sus labios—. Quiero que todos
sepan que eres mío.
Sus manos encuentran mi culo, moviéndolo adelante y atrás sobre la tensión rígida de su
polla.
—Tan posesiva.
—Mmm
Lo beso una vez más antes de bajar de su regazo.
—Tienes que ir a hablar con tu hermana. De hecho, no tiene agua caliente. Tráela a nuestro
apartamento para que la pobre pueda ducharse.
—Quiero follarte, no hablar de Gabriella.
—Qué lástima —canturreo, saliendo de la habitación.
Gabbi: me ha besado.
― Nuestro dormitorio está a oscuras, con las gruesas cortinas cerradas para
eliminar todo rastro de luz.
—¿Ha terminado? —El vacío de mi voz suena fuera de lugar con la pesada emoción que
embarga mi pecho.
—Sí. —El borde de nuestra cama se hunde con su peso. Enciende la lámpara de la mesilla
y cierro los ojos ante la repentina intrusión de luz.
—¿Gabbi está a salvo?
Me ha enviado un mensaje antes confirmándolo, pero un mensaje no parece suficiente
para transmitir la verdad de sus palabras. Quiero oírselo decir.
—Segura e ilesa —me asegura.
La presión en mi pecho cede ligeramente.
—¿Dónde está?
Me pasa un mechón de cabello por detrás de la oreja, pero no me atrevo a mirarlo.
—En su apartamento. Quería dormir.
—¿Está sola?
—Enzo está allí. —Ignoro la punzada molesta de su tono.
—¿Y Tri-Krista?
—Muerta —dice sin remordimientos.
Siento alivio y angustia a la vez. Un sollozo sale de mi garganta y cierro los labios,
intentando evitar que se escape otro.
—Bianca —espira.
—¿Quieres matarme? —Me limpio la nariz con la manga del jersey, sin molestarme en
levantar la cabeza de la almohada.
—¿Por qué iba a matarte? —Su mano se detiene contra mi mejilla, mi cabello sujeto sin
fuerza por sus dedos.
Me duelen los labios por la sal de mis lágrimas, y los atraigo hacia mi boca,
humedeciéndolos.
—Trixie. —Sacudo la cabeza—. Fuera quien fuera, creía que era mi amiga. Le conté cosas.
—¿Qué cosas? —Soltándome el cabello, utiliza un pulgar para secarme las lágrimas de la
piel.
—Le conté mi plan para matar a Roberto.
Sonríe con tristeza.
—Cariño. Ese era vuestro secreto. No el nuestro.
Resoplo sin contemplaciones.
—Le dije que Roberto había muerto antes que Tony pudiera matarlo.
Coge mi mano, me besa los nudillos y luego el interior de la muñeca.
—Otra vez, cariño, tu secreto.
Me había resignado a la muerte. Estaba segura que Lorenzo me había aplacado antes en
el apartamento de Gabriella. Krista prácticamente firmó mi sentencia de muerte al declararme
informante. No tenía muchos amigos, y a la única que dejé entrar me estaba tomando el pelo
con la esperanza para que vendiera a mi familia. No sentía ningún afecto por mí. Me siento
estúpida, no querida y asustada, pero sobre todo triste.
—¿Estás bien?
Sacudo la cabeza.
—No.
—Dime cómo arreglarlo —carraspea. La impotencia de su voz refleja cómo me siento por
dentro.
—No puedes —confieso—. Andre era mi amigo. Le quería. —Mi voz se quiebra y suelto
un sollozo tembloroso.
—Sé que lo hacías.
—Es culpa mía —digo entre dientes, con los labios pegados por el exceso de saliva que
me cubre la lengua—. Te pedí que le contrataras por mí. Si aún trabajara para Papa, estaría
vivo.
—Bianca —me tranquiliza—. Esto no es culpa tuya. Trixie apretó el gatillo.
—Krista —corrijo—. Trixie no existía. Atribuir la culpa a alguien que ha perdido la vida
parece un insulto a los muertos, por mucho que ella se lo mereciera.
—Si no puedes culparla a ella. Cúlpame a mí —sugiere con facilidad—. Llamé a Andre.
Le pedí que fuera al apartamento. Era un conductor, no un maldito guardia de seguridad.
La culpa se apodera de sus palabras y me apoyo en su mano.
—Eso no es culpa tuya. Yo metí a Andre en nuestras vidas.
—Bianca.
—Se preocupaba por mí, Vinnie —sollozo—. Era una de las pocas personas que realmente
se preocupaba por mí.
Estoy mostrando mi alma, desnudando mi mayor debilidad y mi defecto más vergonzoso.
Estoy sola.
Vincent niega con la cabeza.
—Sí que se preocupaba por ti, pero no era de los pocos.
Me encojo de hombros.
—No importa.
—Me importas —murmura.
Me aparto de su contacto, mi corazón ya roto se astilla aún más.
—¿Te importo? —exclamo—. Qué significativamente tranquilizador.
—Dolcezza.
Me doy la vuelta, dándole la espalda.
—Me gustaría que me dejaras sola.
—No lo haré.
—Por favor —le ruego.
—No.
Metiendo las manos bajo la almohada, me acurruco, intentando conciliar el hecho de no
volver a ver a Andre. Me trago la cáustica realidad de haber estado tan desesperada por amor
y conexión que caí bajo el hechizo de una mujer que pisoteaba mi corazón para impulsar su
carrera.
—Seguro que tienes trabajo que hacer. Policía que corromper para encubrir la muerte de
Trixie.
Su calor no se ha movido de mi espalda, y su mano sube, apoyándose en mi cadera.
—Le dispararon los suyos —confiesa suavemente. No tengo que ocultar nada.
Una oleada de alivio me recorre desde la coronilla hasta la punta de los dedos de los pies.
No comprendo la sensación. No me importa que Krista esté muerta, pero no sé cómo me
sentiría si mi marido fuera quien librara al mundo de su presencia.
Me muevo hacia delante, rehuyendo su contacto.
—Bueno, estoy segura que tienes cosas que resolver sobre la participación de la familia
en la salvación de Gabriella.
—¿Por qué intentas que me vaya?
Quiero gritarle, deseando que comprenda mi necesidad de romper a solas. Quiero llorar
sobre la almohada y lamentar la pérdida de una de mis únicas amigas, y quiero hacerlo sin que
nadie me tranquilice ni me calme. No quiero que nadie me diga que todo va a ir bien, porque
ahora mismo no es así.
—¿Por qué no me dices que me amas? ruedo hacia Vincent, con los ojos enrojecidos y
escocidos por nuevas lágrimas.
Siempre se ha mantenido firme en su idea en que la oscuridad de su interior no permitía
la luz al amor. Le importo. Solo tengo que esperar que le importe lo suficiente como para escapar
del infierno de mi pregunta y ahorrarme más angustias por un día.
—¿Qué?
—Te digo que te amo todo el tiempo —lo presiono—. Estaba segura que tú también me
amabas. Pero la verdad es que no sé cómo se siente el lado íntimo del amor. Te niegas a
decírmelo, así que ya no sé qué creer.
Aspiro entrecortadamente, rompiendo aún más el sonido. Quiero que se vaya. Quiero que
se retire de la habitación. Quiero que se sienta tan culpable como yo, decepcionado por no
poder decirme lo que necesito.
—Todo el mundo te ha dicho que te ha querido toda la vida —dice con indiferencia, con
los labios inclinados hacia abajo en un gesto que anhelo estirar y calmar—. Tu padre. Tu madre.
Te dijeron que te querían, pero te trataron como una posesión. No estaba seguro si esas palabras
significaban algo para ti.
Me vuelco sobre mi espalda, la sorpresa hace que mi voz se aclare.
—¿Qué?
Se acerca más.
—Te diré que te amo cada minuto de cada día durante el resto de mi vida, si eso es lo que
quieres.
Me da las palabras, pero no es suficiente.
—Necesito que sea verdad, Vinnie.
—¿Verdad? —prueba, más alto de lo que esperaba—. Bianca, soy la única persona en este
mundo que te ha amado como te mereces. Sé que eso es jodidamente cierto.
Me incorporo, secándome la cara.
—No lo entiendo.
—Tu madre y tu padre te quieren porque están obligados a hacerlo. También lo hacen
porque tú puedes ofrecerles algo.
Mi corazón sabe que sus palabras son ciertas, pero me cortan igualmente.
—Tu hermana te quiere porque lo necesita. Tú la proteges.
Me alejo de él, mi peor temor ahora confirmado.
—¿Crees que no soy adorable?
Niega con la cabeza.
—Te amo sin obligación, sin expectativas. Mi amor es el más verdadero que jamás
sentirás, el más profundo que jamás conocerás. Creía que lo sabías.
Mi barbilla tiembla.
—No lo sabía —susurro.
—Sei il mio universo —declara. Tú eres mi universo—. Sei la miglior cosa che mi sia capitata. —
Eres lo mejor que me ha pasado.
Vincent casi nunca habla italiano. He oído murmurar palabrotas en nuestra lengua
materna aquí o allá, pero nunca frases completas, y nunca dichas directamente a otro. Pero la
necesidad urgente de su forma de hablar en este momento ha abandonado su capacidad de
hablar inglés. No tiene palabras.
—Te amo, Bianca. —Se desplaza por completo sobre la cama, ahuecando mi rostro entre
sus manos—. Te amo hasta el punto de obsesionarme. —Me besa los labios—. Te vi y lo supe.
Sabía que tú serías mía y yo sería tuyo. Que este mundo sería nuestro.
—Yo...
—Te dije que no tenía capacidad para amar, que temía que nunca la encontraras en ti para
corresponderme. Te amé antes que supieras que yo era una opción. Sabías que existía, pero no
tenías ni idea de cómo mi corazón ansiaba latir tu nombre.
Me arrojo a sus brazos, envolviéndome a su alrededor, asegurando cada centímetro de mi
cuerpo al suyo.
—Ti amo. Il mio cuore è tuo.
Te amo. Mi corazón es tuyo.
Necesitando más, tiro de la ropa de Vincent. Él no pierde el tiempo y cede a mi súplica
silenciosa. Me besa una última vez y se desliza fuera de la cama, despojándose de la ropa con
poca delicadeza.
Centímetro a centímetro, su piel se desnuda para mí, y me dejo llevar por la perfección
del hombre con el que me vi obligada a casarme, el hombre por el que he labrado mi corazón.
—Sigue mirándome así, Bianca, y no podré hacerme responsable de la carnicería que
causaré a tu cuerpo.
Se me dibuja una sonrisa en mi cara.
Arrastra el labio inferior entre los dientes, los dedos anillados masajean con rudeza la
fuerte línea de su mandíbula.
—Desnúdate, Bianca —me ordena—. No esperaré ni un segundo más de lo necesario para
que tu coño acoja mi polla.
Tirándome del jersey por encima de la cabeza, lo arrojo a su creciente montón de ropa.
—Perfectas tetitas apenas maduras.
Mis ojos se abren de par en par.
—No tienes ni idea de lo mucho que me excitas, ¿verdad?
Me deslizo fuera de la cama, arrastrando el pantalón por el culo y bajándolo por las
piernas.
—Sabiendo que tu coño virgen solo se tragará mi polla —gruñe—. Tu culo virgen me
estrangulará hasta que me corra cuando por fin me entierre dentro... —Se baja el bóxer, con la
polla hinchada y furiosa apuntándome directamente—. Tus jodidas y exuberantes tetas solo
sentirán mi lengua, mis manos y mis dientes. —Aprieta la base de su polla, gimiendo mi
nombre—. Esa dulce boca —se sube a la cama—, solo suplicará siempre mi polla y mi lengua.
Me quedo paralizada ante el hombre que tengo delante.
—Cada centímetro de ti es mío, Bianca. Solo has sido mía, y por cada aliento que des,
seguirás siendo mía.
De espaldas contra el cabecero, con la mano enroscada alrededor de su impresionante
longitud, se acaricia, observando cómo me arrastro por la cama hacia él.
Agacho la cabeza al llegar hasta él y me dispongo a metérmelo en la boca, pero él me
detiene con un dedo bajo la barbilla.
—Esta noche no, pequeña. Quiero que tu coño me apriete mientras miro tus jodidos y
hermosos ojos y te digo que te amo.
Estoy abrumada y consumida por un amor que nunca imaginé que existiera. He tenido
fantasías, claro, pero ninguna se ha acercado a la realidad paralizante del amor verdadero.
Estoy perdida y ya no controlo quién soy como persona. Todo lo que soy es una dedicación al
hombre que tengo ante mí, y nunca en mi vida me he sentido más viva. Vincent me revitaliza
y me impulsa a reclamar mi poder y mi fuerza con la embelesada atención que mantengo sobre
él.
Me acomodo en su regazo, mis piernas rodeando su cintura. Lleva las manos a mis
caderas y mueve los pulgares en suaves círculos sobre los huesos de mi cadera.
—Dame tus labios, cariño.
Me acerco a él y mi boca se encuentra con la suya en una lenta y agónica caricia entre
labios.
Sus piernas, actualmente estiradas debajo de mí, se mueven hacia dentro, encajándose
bajo mi culo. Estamos tan cerca de ser un solo ser como dos personas pueden conseguirlo y,
aun así, quiero estar más cerca.
Llevo las manos al cabecero, me elevo, y él atiende mi súplica silenciosa, colocándose en
mi entrada.
—Haz que dure, Bianca. Tómalo todo y hazlo despacio.
Mis pezones rozan el duro marco de su pecho mientras me hundo, tragando cada
centímetro de él en mi cuerpo. Saca la lengua y lame el arco de mi labio superior. Mi lengua
persigue la suya, chasqueando contra el ansioso músculo en una necesidad de saborear su
amor.
—Tan grande —gimo, flexionando las caderas hacia delante y hacia atrás para adaptarme
a su tamaño.
—Sabemos que tu coño puede soportarlo —gime—. Mi pequeña putita codiciosa.
Me dejo caer rápidamente, sus palabras provocan un gemido embriagador en mis labios
entreabiertos.
Gruñe.
—No me metas prisa, cariño. Me da igual que tarde horas. No acabarás de correrte hasta
que haya convencido a ese corazón sensible y a ese cerebro tenaz que tienes que estoy tan
jodidamente enamorado de ti que no sé cómo respirar sin tu nombre en mis labios.
Lo beso, temiendo que vea mis lágrimas.
—Más vale que sean putas lágrimas de felicidad que pueda saborear —murmura contra
mis labios solo unos instantes después.
Mi lengua se desliza dentro de su boca y mis caderas se mueven en lentos círculos sobre
su regazo.
Gime y cambio de dirección.
—Joder —sisea.
—Vinnie —gimo.
Se traga su nombre, nuestros labios se funden y nuestras lenguas bailan.
Me rodea el cuerpo con sus gruesos brazos y me atrae hacia él. Araño su espalda,
hermosamente devastada por el tornado de sentimientos que causa estragos en mi cuerpo. Mi
estómago burbujea de euforia; siento calidez, el calor palpita en mi interior. Estoy ingrávida,
libre, todo mi ser es una nube de vulnerabilidad y tranquilidad. Mi clítoris palpita obsesionado,
un retumbar recurrente al compás de mi pulso. Bum. Bum. Bum. Mi piel hormiguea de
anticipación, el toque de Vincent me tranquiliza del mismo modo que me hace arder de anhelo.
Me besa y me dan ganas de llorar de la necesidad porque no termine nunca. Me mira a
los ojos, y le ruego con mi incapacidad para parpadear que no pare nunca. Quiero todo lo que
tiene. Necesito agarrar todo lo que me ofrece y enterrarlo dentro de mi corazón durante una
eternidad, sabiendo que viviría para siempre con la forma en que me ama.
Un tirón familiar tira de mi cuerpo hacia abajo. Mis piernas se tensan más, y el beso de
Vincent se hace más profundo. Mis caderas se mueven más deprisa y un gemido profundo
vibra en mi pecho. Suyo o mío, no puedo estar segura, pero las lágrimas se escapan de mis ojos,
y mis uñas se clavan en su espalda, mi necesidad de estar más cerca aun haciéndolo sangrar.
Me corro y nuestro beso se rompe, mi cabeza se echa hacia atrás en un grito estrangulado.
Los labios de Vincent se encuentran con mi garganta, lamiendo, besando y saboreando
mi piel.
—Mi amor —gruñe, apretándome las caderas con las manos para recordarme que siga
moviéndome—. Vuelve a mí.
Levanto la cabeza, con los ojos desenfocados y la respiración agitada.
—Tan hermosa cuando te corres. Te amo. Ahora bésame.
Hago lo que me pide, mis labios perezosos acarician los suyos.
Sus gruesos dedos se deslizan por mi vientre, moviéndose hacia abajo.
Gimo en señal de protesta.
Él sonríe.
—Sé que tienes más para mí, esposa.
Niego con la cabeza mientras su pulgar presiona mi clítoris. Mis caderas se estremecen y
él sacude la cabeza.
—Fóllame despacio, dolcezza, mientras juego con tu bonito clítoris.
Pongo los ojos en blanco y empujo las caderas hacia delante y luego hacia atrás. Mantiene
el pulgar en mi clítoris, y con cada empujón hacia delante, la presión casi me dobla.
—Vinnie —gimoteo.
—Ti amo. Te amo.
—Ti amo.
—¿Cuánto? —gime.
Mantengo mis caderas hacia delante, haciendo rodar mi clítoris contra su pulgar una y
otra vez. La sensación una tortura que no puedo dejar de necesitar.
—Moriría por ti —le digo—. Mataría por ti —le confieso, ebria de lujuria y drogada de
amor.
—El último sacrificio.
Exclamo.
—Por ti. Solo por ti.
—Buena chica —alaba—. Ahora córrete otra vez.
Mis dientes se hunden en su hombro, mordiendo lo bastante fuerte como para que el sabor
metálico de la sangre se burle de mi lengua.
Delirante de placer, ni siquiera siento que nos movamos hasta que estoy de espaldas.
Vincent está encima de mí mientras me penetra con fuerza mediante embestidas implacables.
Apenas puedo respirar. Me pesan tanto los párpados que miro su rostro con ojos
entornados. Mi cuerpo está agobiado por el placer, y lo único que puedo hacer es quedarme
tumbada y recibir el amor que le da a mi cuerpo.
Su respiración es agitada, sus ojos grises se ensombrecen con una necesidad lasciva.
—Te amo jodidamente tanto, Bianca. Eres mía. Eternamente.
—En la vida y en la muerte —acepto.
—En la vida y en la muerte —gime, bajando la cabeza para besarme mientras estalla
dentro de mí.
L
a incandescencia de la chimenea calienta su rostro, haciendo que las mejillas se
sonrojen con un atractivo color rosado. Entrecierra los ojos ante las llamas danzando
ante nosotros, con la mente tranquila y los pensamientos en otra parte.
Los dos últimos meses han sido estresantes para ella. Su relación con Gabriella se ha
convertido en una relación de amor y amistad mutuos, pero mi hermana ha empezado a poner
a prueba la última pizca de paciencia de Bianca. Se queja porque la escondemos, pero lucha
contra la seguridad de un matrimonio que sé que puede protegerla. Ni siquiera es la fantástica
idea de enamorarse lo que la tiene bloqueada. Sinceramente, creo que disfruta siendo un
enorme grano en mi culo. Cumple dieciocho años dentro de dos días y se casará con Leonardo
días después, aunque tenga que arrastrarla por el jodido cabello hasta el altar.
Bianca y yo necesitábamos un descanso. Con todo lo que ha ocurrido en los últimos seis
meses más o menos, no he tenido tiempo de disfrutar de ella. Es decir, he disfrutado de ella, pero
no sin mentiras o distracciones o agentes del FBI deshonestos o hermanos problemáticos que
interrumpieran nuestro tiempo, a solas, como marido y mujer. La cabaña parecía el lugar
perfecto para escondernos los dos durante unos días. Gabriella estuvo lo bastante de acuerdo
como para llevarse a ese animal diminuto que Bianca me asegura que es un perro. Menos mal,
porque la minúscula criatura es el bloqueo de pollas definitivo.
—Me resultas arbitrariamente atractivo cuando te sientas en esa silla.
Doy un sorbo a mi whisky, disfrutando del desenfado de sus palabras. Solo ha bebido dos
copas de vino, pero no le hace falta mucho para bordear el precipicio de la sobriedad y
convertirse en una lujuriosa achispada.
—Quiero desnudarte y arrastrar mi lengua por cada centímetro pecaminoso de tu cuerpo
cada segundo de cada día, sin importar donde estés.
Sus ojos se entrecierran, pero la forma en que sus dientes tiran de su labio inferior cuenta
una historia totalmente distinta a la que sus bonitos ojos castaños intentan retratar.
—Tus anillos también son extrañamente seductores. —Se pasa una mano distraídamente
por la coleta alta que se ha hecho con el cabello.
Lo ha hecho a propósito para hacerme enloquecer. Su belleza es incomparable, lleve el
cabello como lo lleve. Pero cuando se lo echa hacia atrás, mostrándome todo su rostro, no
puedo concentrarme en nada más. Sus ojos seductores, eternamente abiertos por el asombro,
el deseo y la violenta necesidad de ser amada, el alto corte de sus pómulos, sus gruesos labios
rosados, siempre separados en un mohín involuntario, y el satén impecable de su piel
bronceada: mi mujer es el puto sol. Me duele mirarla, pero me fijo en su gracia desmesurada
hasta que me duelen los ojos y mi corazón no es más que una oda obsesiva a la forma en que
la necesito. Estoy cautivado y atormentado y agradecidamente perdido en el influjo del amor.
Sonrío, estirando los dedos sobre mi copa.
—Tu coñito es exquisito, y me gustaría mucho tenerlo en mi cara.
Se queda boquiabierta.
—Estoy elogiando las cosas mundanas que encuentro atractivas en ti.
Dejo que el vapor de mi whisky baile en mi lengua antes de tragarlo.
—Y te estoy diciendo todas las formas en que me gustaría hacer que te corrieras.
Está vestida solo con una bata, y puedo ver el duro corte de sus pezones a través de la
seda nacarada recogida en su pecho.
Recuerdo el primer momento en que puse los ojos en una Bianca Rossi madura. Por
supuesto, no reconocí que era ella, ni que solo tenía dieciséis años, así que me senté en una fiesta
familiar de Navidad, bebiendo whisky e imaginando todas las formas en que podría conseguir
que la belleza morena gritara mi nombre. Riendo y cotilleando con su hermana, era ajena a mis
miradas pervertidas. Eso solo hizo que la deseara más.
Enzo se dio cuenta, por supuesto que sí, maldita sea, y se deleitó en destruir mi fantasía
informándome de la verdad, tanto de su edad como de su prometida boda nada menos que
con el puto Salvatore Bianchi. Estaba lívido, primero conmigo mismo por ser un hijo de puta
sórdido, pero sobre todo porque el gilipollas del Outfit probara algo que yo estaba seguro
estaba destinado a mí.
La vi florecer durante los años siguientes, y mis fantasías se volvieron cada vez más
oscuras y depravadas. Pasaba horas pensando en tumbarla en la gran entrada de la casa de sus
padres -con todos los gilipollas mirando- y lamer su coñito intacto hasta que se corriera en mi
cara y me suplicara más. Quería grabar mi nombre en la base de su espalda como un vulgar
cuño en el que afirmara que me pertenecía a mí y solo a mí. Pensé en formas de matar a
Salvatore, sangriento y vengativo, por considerar siquiera la posibilidad de tocarla. Quería
encerrarla y mantenerla para mí, utilizando su cuerpo de un modo que le hiciera agradecerme
el privilegio.
—Creo que tú también serías una visión en esta silla —me burlo—. Sobre todo, con mi
cara como cojín.
—Eres tan jodidamente pervertido.
Me bebo el resto de la bebida y dejo el vaso bruscamente sobre la mesita.
—Y a ti, mi putita, jodidamente te encanta.
—Así es —acepta de buen grado.
Apartándome del sillón, me siento perezosamente en el suelo, con el sillón que ella
encuentra tan atractivo a mi espalda. Con una pierna doblada hacia arriba, apoyo el codo en la
rodilla.
—Colócate a horcajadas sobre mi cara, esposa, y deja que me ahogue en tu coñito.
Colocando delicadamente su copa de vino en el suelo, se levanta sin demora, con la uña
del pulgar atrapada entre los dientes.
—¿Podrás respirar?
Me encojo de hombros.
—Espero lo contrario. No tiene sentido ahogarse.
Se ríe, pero se acerca, deteniéndose solo cuando está sobre mí.
—Apuesto a que ese coñito tuyo ya está bien lubricado para mí.
Tira del lazo de la bata y esta se abre, dejando a la vista su cuerpo desnudo. Mi boca se
seca. Es jodidamente perfecta. Cada centímetro de su piel me llama, rogándome que me adueñe
de ella. Quiero eso. Ella lo desea.
Retira la seda, dejando que se deslice por sus hombros y caiga en un montón sobre mi
regazo.
—Muéstrame lo húmeda que estás.
Ella no pierde el tiempo: una mano acaricia su coño y los dedos anular y corazón se
introducen en él.
Gime. Sus dedos entran y salen, pero la sujeto por la muñeca. Sonríe.
—Aguafiestas.
Me deja sacar los dedos de su húmedo calor y me llevo la mano a la boca. Deslizo sus
dedos entre mis labios y el sabor salado y dulce de su excitación cubre mi lengua. Saboreando
su gusto, saco sus dedos de mi boca a regañadientes.
Con el pecho agitado y los pezones cortados como piedras, me observa con las pupilas
dilatadas.
—Rodillas sobre el cojín.
Apoyando la nuca en la silla, la aspiro profundamente mientras su coño roza mi cara.
De rodillas en la silla, se ajusta una o dos veces para encontrar una postura cómoda.
—Ahora vas a bajar ese dulce coñito hasta mi boca.
Con las manos en el reposabrazos, baja lentamente. La sujeto por los muslos y jadea. Está
tan cerca de mi cara que puedo sacar la lengua para saborearla. Se deja caer aún más al primer
contacto, y sonrío.
Le acaricio la suave piel del interior de los muslos con los dedos y tiro de ella hacia abajo.
—Vinnie —gime, su lucha de incertidumbres se pierde en el momento en que su coño se
afianza contra mi boca ansiosa.
Con el coño pegado a mi cara, mi lengua lame su clítoris, masajeando el nudo cada vez
más endurecido. Está tan húmeda y es tan jodidamente suave. Me la bebo. Gime y grita, y en
cuestión de segundos, sus caderas empiezan a moverse. Hace rodar su coño sobre mi cara, y yo
tarareo mi aprobación.
—Mierda —exhala, su mano encuentra mi cabello y empuja mi cabeza hacia el cojín para
que nuestros ojos se conecten.
Succiono su clítoris y sus movimientos se detienen, sus ojos se cierran y su boca se afloja.
Se clava en mi cara sin piedad, y yo la succiono con más fuerza.
—Vinnie.
Empieza a rechinar de nuevo como la buena putita que es. Su coño se hincha bajo mis
labios.
Mi polla está tan jodidamente dura que suelto sus muslos, sabiendo que no va a aflojar la
presión de su coño contra mi boca.
Chupo, lamo y trago sus jugos como un maldito hambriento.
Con la mano en la cintura de mi chándal, saco la polla, gimiendo de alivio por la forma
cruel en que la estrujo.
Podría explotar. Dos, quizá tres golpes rápidos, y la forma en que mi mujer me cabalga la
boca me haría soltar cintas de semen por toda la mano.
—Oh, mi jodido Dios. —Todo su cuerpo tiembla sobre mí—. Vinnie, yo... mierda, estoy,
Jesús... —Echa la cabeza hacia atrás con un gemido gutural—. Voy a correrme. Me... Vinnie. —
Su peso cae sobre mi cara, y se corre, dura y urgente. Mi lengua no se detiene. Me baño en ella,
bebiéndola en un estremecimiento pecaminoso cada vez.
Al final, cae hacia delante y su frente golpea el respaldo del sillón.
Le acaricio el clítoris con la punta de la lengua y ella me empuja la coronilla.
—No más.
Vuelvo a lamérselo, solo para demostrarle que tengo razón, y ella medio gruñe, medio
gime, con su coño persiguiendo mi boca.
—Pequeña putita codiciosa. —Beso su clítoris y salgo de debajo de ella—. No te muevas.
—Hm —gruñe.
Gruesas gotas de semen se acumulan en mi punta, suplicando salir en un torrente cargado
de dominación y pasión.
—Fóllame, Vinnie —murmura contra el suave material de la silla—. Fóllame como si te
perteneciera.
Gruño en señal de aprobación.
—Soy tu puto dueño.
Mira por encima del hombro, con los ojos apenas capaces de mantenerse abiertos por la
satisfacción.
—Demuéstramelo.
Una sonrisa arrogante se clava en mis labios.
—Mi sucia y jodida putita. —Me abalanzo sobre ella con un poderoso impulso de mis
caderas. Grita mi nombre.
Enrollo la longitud de su coleta alrededor de mi mano, la tiro hacia atrás y ella gruñe de
dolor. Llevo la mano libre a su garganta y aprieto.
—Coño lleno de mi polla, cuerpo a mi merced, respiración a mi orden. —Le aprieto la
garganta, demostrando mi poder.
Su cuerpo se estremece, y quiero reírme de lo ávida que está de la potente combinación
de dolor y placer.
—Será mejor que creas que tu corazón no puede latir sin mi permiso.
Su coño se aprieta a mi alrededor.
Muevo las caderas bruscamente contra su culo. Me salgo y vuelvo a penetrarla.
Ella se esfuerza por tragar bajo mi fuerte presión en la garganta.
—Ahora deja que ese coñito llore por mí y asegúrate de decir mi nombre cuando lo haga
para que sepa a quién demonios pertenece.
Suelto mi agarre de su cuello y ella grita, con la voz ronca y el cuerpo flácido.
—Vinnie. —Su cuerpo se tensa y se ablanda a la vez. Pierde la capacidad de sostenerse a
causa del clímax.
Deslizo el brazo por debajo de su vientre y la sostengo, entrando y saliendo con fuerza; el
agarre que ejerce sobre mi polla me hace crecer dentro de ella, con los testículos contraídos, a
punto de explotar.
—Ti amo —grita suavemente, y es mi perdición. Me abalanzo sobre ella una última vez,
vaciando mi alma en su interior, sabiendo que le pertenezco más de lo que ella jamás me
pertenecerá a mí. Soy un puto esclavo de la mujer que tengo ante mí. Destruiría el mundo en
el que vivimos por ella y construiría uno nuevo con mis putas manos solo por ella.
Suelta un suspiro tembloroso cuando me separo de su cuerpo.
Apoyada en las rodillas, gira la cabeza.
—Bésame.
No pierdo el tiempo y cedo a su desesperada petición. Llevo la mano a su garganta, la
atraigo hacia mí y fundo mis labios con los suyos en un beso que borra hasta el último
pensamiento de mi mente.
—Te amo.
Con el brazo en alto, me atrae más hacia ella.
—Te amo.
Separándome lentamente, la ayudo a ponerse en pie, levantándole la barbilla con un solo
dedo para depositar un último beso en sus labios.
—¿Otro whisky?
Suena el único teléfono con cobertura disponible, irrumpiendo en la armoniosa atmósfera
con un estridente destello de realidad.
—Gracias, cariño —murmuro, cogiendo el teléfono.
—Más vale que sea una cuestión de vida o muerte, o me divertiré con un trozo de alambre
de espino alrededor de tu garganta.
—Leo se ha ido —murmura Enzo.
—¿Qué quieres decir con que se ha ido? —Mi columna se endereza.
—Me ha enviado un mensaje a medias negándose a seguir adelante con la boda con Gabbi,
y ahora no puedo encontrarlo.
Crujo mi cuello.
—Lo voy a matar, joder.
—Vas a esperar en la puta cola —escupe Enzo.
—¿Lo sabe Gabriella? —pregunto, viendo cómo Bianca levanta mi vaso de whisky y
olisquea el líquido ámbar.
—No —suelta Enzo—. No le daré la puta satisfacción.
—Enzo.
—Lo sé, joder —gruñe.
—Volveremos esta noche... —suspiro.
—No —me interrumpe Enzo—. Necesito tiempo para pensar, joder, y tengo que encontrar
al marica de mi hermano pequeño. Mañana visitaré a Gabriella y le comunicaré que su boda
puede retrasarse.
—Seguro que se le romperá el corazón.
Enzo gruñe irritado.
—Si Rita no estuviera ya muerta, estaría en mi sano juicio para pegarle un tiro a esa zorra
por dejar caer este basurero en nuestras manos.
—Gabbi es inocente en todo esto —advierto.
—También es una espina clavada en mi puto costado. Tengo mierdas más importantes de
las que ocuparme que cuidar de una adolescente hasta que pueda obligar a alguien a casarse
con ella. Te veré dentro de unos días. —Cuelga y aparto el móvil de mi oreja.
—¿Qué ha ocurrido? —Bianca se detiene en el borde de la alfombra, con los ojos muy
abiertos por la inquietud.
Tiro el móvil al suelo con un cabreo entre dientes y me dejo caer en el sillón.
—Leo está jodidamente desaparecido en combate. Acaba de mandar un puto mensaje a
Enzo diciendo que no podía seguir adelante.
—¿No podía seguir adelante con qué? —Ella ya sabe la respuesta, pero me obliga a decirla
en voz alta.
—Se niega a casarse con Gabriella.
Se hace el silencio entre nosotros y me dan ganas de destrozar este lugar con mis propias
manos.
Lo había solucionado. Enzo, Leo y yo acabamos acordando que esa era la única jodida
solución viable. Ese capullo. Si mi hermana se ve amenazada de algún modo por su
desobediencia, lo mataré yo mismo.
Mi mujer me observa, con la mente desbocada.
No sé cómo arreglar esto. A menos que mate a Big Joey y a Dante por la posible amenaza
que podrían suponer, estoy jodidamente perdido. Necesito que Gabriella esté vinculada a un
jefe. No un capo ni un soldado, sino alguien que infunda miedo a la familia. Cerramos filas tras
la muerte del agente del FBI, y la identidad de Gabriella era confidencial. La jerarquía lo aceptó.
Por los rumores que corren por el caché, se cree que es una goomah. Supongo que eso es
preferible al peligro inminente que podría destapar la verdad.
—Vinnie —prueba Bianca.
Me masajeo el puente de la nariz y, levantando la cabeza, observo cómo Bianca se lleva el
vaso a los labios, inclinándolo hacia atrás para tragarse el whisky de un solo trago.
Parpadea, la incertidumbre que se había grabado en su rostro se pierde ahora en favor de
su determinación.
Se arrodilla en la alfombra lujosa, mirándome a través de sus espesas pestañas, y me
consume la desesperación con la que la amo. Ella sabe que mi frustración aumenta en cuanto
una situación escapa a mi control. Necesito el dominio del mando, y ella quiere dármelo.
Desde el primer momento en que la vi hasta ahora, la he deseado y la he amado. Ella no
solo comprende el monstruo que soy, sino que me acepta y me ama por ello. Joder, estoy
arruinado para siempre.
Dejo que mi lengua moje mis labios, mis fosas nasales se agitan de deseo.
Ella inspira agudamente y yo sonrío.
—Gatea.
Gabriella Ferrari es nueva en el mundo de la mafia.
Tras la devastadora pérdida de su madre, y sin más opciones, Gabriella busca a los hombres
moralmente grises que su madre le rogó que evitara.
En duelo por la pérdida de una familia, Gabriella lucha por vivir dentro de los confines de los
secretos fracturados que su madre le legó.
Ha cambiado una prisión por otra. Sin embargo, aunque proteger su vida es una realidad con la
que está demasiado familiarizada, nunca se le había pasado por la cabeza proteger su corazón.
De pie ante el altar, prometida a la fuerza a un hombre, promete su vida a otro. Un hombre al que
desprecia. El mejor amigo de su hermano y cabeza de familia.
Puede que Lorenzo Caruso sea un jefe, pero ella preferiría pisotear su propio corazón antes que
entregárselo, aunque le guste cómo la hace sentir a puerta cerrada.
Dispuesto al desafío y acostumbrado a conseguir lo que quiere, Lorenzo está decidido a tener el
corazón de la mentirosilla en sus manos antes siquiera que ella se dé cuenta que está perdido.
La cuestión es... qué piensa hacer con él una vez que lo haya reclamado...
Una rubia. Una morena. Una amante del té. Una adicta al café. Dos personas. Un
seudónimo. Haley Jenner está formada por dos amigas, H y J. Son amigas, mejores amigas si
quieres, quizá incluso almas gemelas. Considéralas lo último en doble personalidad,
exactamente iguales, pero completamente diferentes.
Viven en la Costa Dorada del soleado estado australiano de Queensland. Llevan una vida
muy ajetreada como madres trabajadoras, pero no querrían que fuera de otra manera.
Los libros son una parte importante de sus vidas y creen firmemente que la lectura es una
parte esencial de la vida. Escaparse con una buena historia es una de sus cosas favoritas, incluso
en detrimento del sueño.
Les encanta reírse, un alfa fuerte y dominante, pero lo más importante es que saben que
las amistades, las feroces, son la clave de la cordura y la plenitud para toda la vida.