Cuentos Rayber

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El perro y su reflejo

Un perro muy hambriento caminaba de aquí para allá buscando algo


para comer, hasta que un carnicero le tiró un hueso. Llevando el hueso
en el hocico, tuvo que cruzar un río. Al mirar su reflejo en el agua creyó
ver a otro perro con un hueso más grande que el suyo, así que intentó
arrebatárselo de un solo mordisco. Pero cuando abrió el hocico, el
hueso que llevaba cayó al río y se lo llevó la corriente. Muy triste quedó
aquel perro al darse cuenta de que había soltado algo que era real por
perseguir lo que solo era un reflejo.

El murciélago y las comadrejas


Un murciélago cayó al suelo y de inmediato fue atrapado por una
comadreja que detestaba las aves. Viéndose a punto de perecer, le
suplicó a la comadreja que lo dejara vivir. La comadreja se negó,
diciendo que era su naturaleza ser enemiga de todas las aves. Resuelto
a no darse por vencido, el murciélago le aseguró que no era un ave sino
un ratón. Dudosa, la comadreja se acercó al murciélago y al notar que
este no tenía plumas, lo dejó en libertad.
A los pocos días, el murciélago volvió a caer al suelo y fue atrapado por
otra comadreja. Sin embargo, esta comadreja sentía una gran hostilidad
hacia los ratones. Nuevamente, el murciélago rogó por su vida. La
comadreja se negó, afirmando que desde el día de su nacimiento es
enemiga de todos los ratones. El murciélago le aseguró que no era un
ratón sino un ave. La comadreja se acercó al murciélago y al observar
sus alas, lo dejó volar. Fue así como el murciélago escapó dos veces.
El lobo y la grulla
Un día como cualquier otro, un joven y fornido lobo sintió cómo su
garganta se atoraba con el pequeño hueso de una de sus presas.
Viéndose en la más precaria situación, comenzó a aullar con lo poco
que le quedaba de aliento:
—¡Socorro, auxilio! Ayúdame y serás recompensado.
Los animales del bosque ignoraron las palabras del lobo ya que todos
sabían que él no era de fiar. Sin embargo, una grulla incauta que
caminaba por ahí escuchó sus lamentos y decidió ayudarlo. Con su
largo y delgado pico, entró en la garganta del lobo y luego de haber
extraído el hueso, exigió el pago prometido. Sin embargo, el lobo
sonriendo y rechinando sus dientes, exclamó:
—¿Qué es lo que me pides? Te aseguro que ya tienes la recompensa
que te mereces al haber metido tu cabeza en la boca de un lobo y haber
seguido con vida.

La mosca y la polilla
Una noche cualquiera, una mosca se posó sobre un frasco rebosante de
miel y comenzó a comerla alrededor del borde. Poco a poco, se alejó del
borde y entró desprevenida en el frasco, hasta quedar atrapada en el
fondo. Sus patas y alas se habían pegado con la miel y no podía
moverse.
Justo en ese momento, una polilla pasó volando y, al ver la mosca
forcejear para liberarse, dijo:
—¡Oh, mosca insensata! ¿Era tanto tu apetito que terminaste así? Si no
fueras tan glotona estarías en mejores condiciones.
La pobre mosca no tenía cómo defenderse de las certeras palabras de
la polilla y siguió luchando. Al cabo de unas horas, vio a la Polilla
volando alrededor de una fogata, atraída por las llamas; la polilla volaba
cada vez más cerca de estas, hasta que se quemó las alas y no pudo
volver a volar.
—¿Qué? —dijo la mosca—. ¿Eres insensata también? Me criticaste por
comer miel; sin embargo, toda tu sabiduría no te impidió jugar con
fuego.

El león y el mosquito
Un león descansaba bajo la sombra de un frondoso árbol cuando un mosquito
pasó zumbando a su alrededor. Enfurecido, el león le dijo al mosquito:
—¿Cómo te atreves a acercarte tanto? Vete, o te destruiré con mis garras.
Sin embargo, el mosquito era muy jactancioso y conocía bien sus propias
habilidades y las ventajas de su diminuto tamaño.
—¡No te tengo miedo! —exclamó el mosquito—. Puedes ser mucho más fuerte
que yo, pero tus afilados dientes y garras no me harán el menor daño. Para
comprobarlo, te desafío a un combate.
En ese momento, el mosquito atacó al león picándolo en la nariz, las orejas y la
cola. El león, aún más enfurecido a causa del dolor, intentó atrapar al mosquito,
pero terminó lastimándose gravemente con sus garras.
Lleno de orgullo, el mosquito comenzó a volar sin mirar hacia a donde iba. Fue de
esta manera que tropezó con una telaraña y quedó atrapado entre los hilos de
seda. Entonces, se dijo entre lamentos:
– Qué triste es mi final; vencer al rey de todas las bestias y acabar devorado por
una insignificante araña.

El gallo y la joya
En la granja, un gallo muy hambriento escarbaba la tierra buscando algo
de comer para él y las gallinas con las que compartía su gallinero,
cuando descubrió un diamante que la esposa del granjero había
perdido.
—¡Qué desilusión! —dijo el gallo—. Sin duda eres una prenda muy
costosa y quien te perdió daría mucho por encontrarte. Pero yo prefiero
un solo grano de maíz o de trigo antes que todas las joyas del mundo.
El mosquito y el toro
Un mosquito voló por el prado y se posó en la punta del cuerno de un
enorme toro. Después de descansar por un buen rato, se preparó para
volar. Pero antes de irse se acercó al oído del toro para disculparse:
— Lamento haber usado tu cuerno como lugar de descanso. Debes
estar muy contento de que me vaya ahora —dijo el mosquito.
El toro levantó la vista y respondió con indiferencia:
—Pequeño mosquito, gracias por compartirme tan grandiosa disculpa.
Pero piensas demasiado bien de ti mismo. ¡Ni siquiera me di cuenta de
que estabas allí!

El león y el ratón
En un día muy soleado, dormía plácidamente un león cuando un
pequeño ratón pasó por su lado y lo despertó. Iracundo, el león tomó al
ratón con sus enormes garras y cuando estaba a punto de aplastarlo,
escuchó al ratoncito decirle:
—Déjame ir, puede que algún día llegues a necesitarme.
Fue tanta la risa que estas palabras le causaron, que el león decidió
soltarlo.
Al cabo de unas pocas horas, el león quedó atrapado en las redes de
unos cazadores. El ratón, fiel a su promesa, acudió en su ayuda. Sin
tiempo que perder, comenzó a morder la red hasta dejar al león en
libertad.
El león agradeció al ratón por haberlo salvado y desde ese día
comprendió que todos los seres son importantes.
Tío Tigre, Tío Conejo y los mangos
Una tarde de verano, Tío Tigre y Tío Conejo quisieron dejar a un lado sus diferencias y dar un
paseo por el campo. Al cabo de varias horas, el calor se hizo insoportable y los nuevos amigos
decidieron sentarse a la sombra de un frondoso árbol de mangos.
Los mangos eran pequeños, pero dulces y jugosos. Tío Conejo y Tío Tigre comieron muchas de
estas frutas hasta quedarse dormidos.
Al despertar, Tío Tigre levantó la vista hacia las ramas del árbol y le dijo a Tío Conejo:
—¡En este mundo todo está al revés! Este árbol tan alto tiene mangos pequeños, mientras que
las enormes sandías nacen de tallos en la tierra. Pasa lo mismo contigo Tío Conejo, eres bajo de
estatura, pero bastante orejón.
Al final de estas palabras, le cae a Tío Tigre un mango en la cabeza.
—¡Qué afortunado eres Tío Tigre! Si las sandías crecieran en los árboles, menudo golpe que te
hubieras llevado —dijo Tío Conejo, revolcándose de la risa.
Y fue así que Tío tigre y Tío conejo volvieron a enemistarse.

La cigarra y la hormiga
Durante todo un verano, una cigarra se dedicó a cantar y a jugar sin preocuparse por nada. Un
día, vio pasar a una hormiga con un enorme grano de trigo para almacenarlo en su hormiguero.
La cigarra, no contenta con cantar y jugar, decidió burlarse de la hormiga y le dijo:
—¡Qué aburrida eres!, deja de trabajar y dedícate a disfrutar.
La hormiga, que siempre veía a la cigarra descansando, respondió:
—Estoy guardando provisiones para cuando llegue el invierno, te aconsejo que hagas lo mismo.
—Pues yo no voy a preocuparme por nada —dijo la cigarra—, por ahora tengo todo lo que
necesito.
Y continuó cantando y jugando.
El invierno no tardó en llegar y la cigarra no encontraba comida por ningún lado. Desesperada,
fue a tocar la puerta de la hormiga y le pidió algo de comer:
—¿Qué hiciste tú en el verano mientras yo trabajaba? —preguntó la hormiga.
—Andaba cantando y jugando —contestó la cigarra.
—Pues si cantabas y jugabas en verano —repuso la hormiga—, sigue cantando y jugando en el
invierno.
Dicho esto, cerró la puerta.
La cigarra aprendió a no burlarse de los demás y a trabajar con disciplina.

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