Suplementos Dictamen Rigui
Suplementos Dictamen Rigui
Suplementos Dictamen Rigui
Antecedentes:
S u p r e m a C o r t e:
-I-
La Sala II de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal, de esta
ciudad, confirmó la resolución de primera instancia que prorrogó, por el término de un año, la
prisión preventiva dictada respecto de Jorge Eduardo A y Jorge Carlos R (fs. 49/56).
Contra ese fallo, la defensa interpuso recurso de casación por entender, en lo que a aquí
interesa, que se había efectuado una errónea interpretación de las disposiciones de la ley
24.390.
Al conocer en esa impugnación, así como en el pedido de homologación de la prórroga de la
prisión preventiva formulado por el Tribunal Oral en lo Criminal Federal nº 5, respecto de la
parte de la causa que entretanto fue elevada a juicio (causa nº 1.270/07 -"Testimonios A"-
respecto de A y causa nº 10.103 " Testimonios C"- respecto de R ), la Sala 1 de la Cámara
Nacional de Casación Penal, por mayoría, decidió hacer lugar parcialmente al recurso de
casación presentado por la defensa oficial de los imputados y, en consecuencia, revocar la
resolución de fs. 49/56.
Para así decidir, y más allá de los matices de cada voto, los magistrados que conformaron la
mayoría razonaron del siguiente modo:
(i) La normativa aplicable al caso es el texto de la ley 24.390 con las modificaciones de la ley
25.430, pues al texto originario de la ley 24.390 sólo corresponde reconocerle ultractividad,
como ley penal más benigna, en lo que respecta al cómputo privilegiado, pero no en relación
con las normas de tipo procesal como son las relativas al plazo y prórroga de la prisión
preventiva invocadas por el recurrente.
(ii) Los criterios que justifican la imposición de la prisión preventiva no deben confundirse con
los criterios para escrutar si una prisión preventiva justificada se ha vuelto desproporcionada
por su duración.
(iii) La pregunta acerca del peligro procesal (peligro de fuga y/o de entorpecimiento de la
investigación) pertenece al primer grupo, es decir, a los criterios que justifican la imposición de
la prisión preventiva.
(iv) En cambio, la pregunta acerca de la razonabilidad de la duración de esa prisión preventiva
debe ser contestada con arreglo a criterios adicionales a los criterios del peligro procesal, que
es su presupuesto y, precisamente, aquello que pretenden limitar.
(v) En el caso concreto, la ley 24.390 -texto según ley 25.430- establece un plazo legal de 2
años, prorrogable por resolución fundada por un año más, cuando la cantidad de delitos
atribuidos o la evidente complejidad de la causa hayan impedido el dictado de la sentencia
misma en el plazo indicado. A su vez, en el art. 3 la norma enuncia tres posibles razones para
que el fiscal se oponga a la libertad de! imputado: a) la especial gravedad de! delito atribuido,
b) la concurrencia de las circunstancias del art. 319 del Código Procesal Penal de la Nación y,
c) la existencia de articulaciones manifiestamente dilatorias de parte de la defensa.
(vi) Por lo dicho en los puntos (iii) y (iv), es inadmisible apelar a la gravedad del delito o a la
concurrencia de las circunstancias del art. 319 del Código Procesal Penal de la Nación para
resolver sobre la razonabilidad de la duración de la prisión preventiva, pues estos criterios sólo
operan en e! ámbito del peligro procesal que, como se dijo, pertenece al primer nivel de
análisis.
(vii) Por consiguiente, vencido e! limite máximo de tres años que establece la ley, la prisión
preventiva sólo podrá extenderse por el tiempo que corresponda descontar en virtud de las
articulaciones manifiestamente dilatorias de parte de la defensa, comprobadas en la causa.
(viii) Si el peligro procesal, que es presupuesto de la prisión preventiva, pudiera fundar su
prolongación, la garantía segura que ofrece la ley carecería de sentido.
Para ambos magistrados, la interpretación normativa propuesta encuentra fundamento en los
criterios expuestos por V.E. y los estándares fijados por la Corte y la Comisión Interamericanas
de Derechos Humanos.
Así, en primer término, señalaron que, tal como lo reconoció la Corte Suprema en el
precedente Bramajo" (Fallos: 319:1840), en tanto la ley 24.390 se autodefine como
reglamentaria del art. 7, inc. 5, de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, dicha
norma debía ser interpretada "en las condiciones de su vigencia" (art. 75, inc. 22, 2° párrafo),
esto es, tal como la Convención Americana rige en el ámbito internacional y considerando
particularmente su efectiva aplicación jurisprudencial por los tribunales internacionales
competentes para su interpretación y aplicación.
A fin de establecer cuál era la interpretación vigente de los órganos del sistema interamericano
en materia de prisión preventiva y su plazo razonable de duración, los jueces pasaron entonces
revista a diversos informes y sentencias de la Comisión y de la Corte, y sustentaron la posición
precedentemente reseñada en las pautas sentadas, entre otros, en los informes nº 12/96, 2/97
y 35/07, y en las sentencias dictadas en los casos "Suárez Rasero vs. Ecuador", de 12 de
noviembre de 1997, Serie C, nº 35; "López Álvarez vs. Honduras", de 1 de febrero de 2006,
Serie C, nº 141; "Chaparro Álvarez y Lapo Iñiguez vs. Ecuador", de 21 de noviembre de 2007,
Serie C, nº 170; "Ivon Neptuno vs. Haití", de 6 de mayo de 2008, Serie C, nº 180 y "Bayarri vs.
Argentina", de 30 de octubre de 2008, Serie C, nº 187.
Además, y en especial, a partir de lo resuelto por el tribunal internacional en el caso "Bayarri" -
en el que se refirió en particular a la ley 24.390- y por la Comisión en el Informe 35/07,
concluyeron que, en virtud del carácter vinculante de la jurisprudencia de la Corte
Interamericana, debía interpretarse la norma en estudio en el sentido de que establecía un
límite temporal máximo de tres años, luego del cual no podía continuar privándose de la
libertad al imputado.
Si bien ambos magistrados coincidieron en que la decisión de la Corte Interamericana en el
caso "Bayarri" impedía sostener la doctrina sentada por VE. en el fallo "Bramajo", discreparon
en cuanto a la actualidad de los argumentos volcados por la Corte Suprema en dicho
precedente. Así, mientras que para el juez Yacobucci, V.E., por mayoría, habría ya
abandonado, aunque de modo tácito, esa doctrina en Fallos: 320:2105 ("Estévez"), para el juez
García, de conformidad con lo resuelto por estricta mayoría en Fallos: 330:5082 (Guerrieri), la
jurisprudencia sentada en ''Bramajo'' se mantendría en la actual integración de la Corre.
No obstante ello, al momento de verificar e! alcance con e! que rige una norma de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos, ambos destacaron la prevalencia de la
doctrina de! caso "Bayarri", en virtud de la obligatoriedad que predicaron de la jurisprudencia de
la Corte Interamericana.
En lo que concierne al caso concreto, y en abono de la decisión de revocar la sentencia
impugnada, los jueces señalaron también que la consideración del lapso de la prisión
preventiva no podía ser fraccionado de acuerdo al desmembramiento de causas o formación
de "testimonios" diferenciados, toda vez que esas investigaciones tienen por objeto una misma
base fáctica con unidad objetiva y criterios de imputación subjetiva comunes.
Asimismo, sostuvieron que en el cómputo de la medida cautelar que venía siendo aplicada
tanto a A como a R se debía contemplar también los períodos cumplidos en prisión preventiva
rigurosa bajo la aplicación del régimen de justicia militar, lo que determinaría un lapso de más
de siete años.
Por último, el juez Yacobucci, no obstante haber coincidido con el Juez García en la
inadmisibilidad de apelar a la cantidad de delitos atribuidos o a la evidente complejidad de la
causa para prorrogar la prisión preventiva, más allá del plazo máximo de tres años establecido
por la ley, introdujo, en un pasaje de su voto, la posibilidad de dictar una nueva prórroga a la
excepcionalmente prevista por la norma, con el propósito de culminar la etapa preparatoria de!
juicio o disponer la realización de la audiencia de debate.
-II-
Contra ese pronunciamiento, el Fiscal General ante la Cámara Nacional de Casación Penal,
interpuso recurso extraordinario federal que fue concedido a fs. 236/239 vta.
En lo sustancial, el recurrente cuestionó la inteligencia que la mayoría del tribunal de casación
asignó a las disposiciones contenidas en los arts. 1 y 3 de la ley 24.390 -texto según ley
25.430- y tachó de arbitrario dicho pronunciamiento.
Luego de verificar la subsistencia de las circunstancias que fundaron el peligro procesal,
puntualmente atacó el criterio del a quo, según el cual la citada ley establece un plazo legal a la
duración de la prisión preventiva que opera como límite temporal máximo, el que, una vez
vencido, no permite justificar su prórroga. Refirió, en ese sentido, que la ley 24.390 no ha
derogado las normas que regulan el instituto de la excarcelación, en tanto expresamente
dispone las circunstancias en virtud de las cuales, sin perjuicio de encontrarse superados los
plazos allí estipulados, el Ministerio Fiscal puede oponerse a la libertad del imputado.
Asimismo, el fiscal señaló que, en tanto ése era el criterio que había mantenido en sucesivos
fallos nuestro más alto tribunal (entre otros, Fallos: 310:1476, 319:1840 y, recientemente,
Fallos: 330:5082), el apartamiento de tales postulados debía estar precedido de una clara
contradicción entre el caso concreto y aquéllos, circunstancia que no se hallaba presente en el
sub lite.
Destacó también que en el caso bajo examen concurría la última circunstancia impeditiva
señalada por el art. 3 de la ley 24.390 -según ley 25.430-, es decir, articulaciones
manifiestamente dilatorias de parte de la defensa de ambos imputados que prolongaron
intencionalmente el trámite del proceso.
Por último, subrayó la gravedad institucional que presenta el caso en razón de que las
circunstancias de la causa exceden el interés particular y atañen a la sociedad toda, pues se
encuentra comprometida la responsabilidad del Estado argentino, frente al orden jurídico
internacional, de remover los obstáculos para hacer posible la justiciabilidad plena en materia
de delitos de lesa humanidad
-III-
Existe cuestión federal que habilita la instancia extraordinaria en los términos del arto 14, inc.
3ª, de la ley 48, toda vez que se ha impugnado la inteligencia asignada al art. 1 de la ley
24.390- en cuanto reglamenta la garantía del plazo razonable de duración de la prisión
preventiva consagrada en el art. 7.5 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos-, y
la resolución recaída es contraria a la exégesis postulada por el recurrente en sustento de su
pretensión.
Además, dado que los argumentos en que se basa la tacha de arbitrariedad están
inescindiblemente unidos a la mencionada cuestión federal, corresponde su tratamiento de
manera conjunta (Fallos: 321:703; 329:201 y 330:2206, entre muchos otros). Por último, cabe
recordar que, por hallarse en discusión el contenido y alcance de normas de derecho federal,
como lo son las que definen el concepto de plazo razonable contenido en el art. 7.5 de la
Convención Americana, V.E. no se encuentra limitada por los argumentos de las partes o del
tribunal a quo, sino que le incumbe realizar una declaración sobre el punto disputado de
acuerdo con la inteligencia que rectamente le otorgue (Fallos: 320:1602; 323:1406 y 1566,
entre otros).
-IV-
En numerosas oportunidades anteriores VE se ha ocupado de la relación entre la garantía del
plazo razonable de duración de la prisión preventiva consagrada en el art. 7.5 de la Convención
Americana de Derechos Humanos y los plazos previstos en el art. 1 de la ley 24.390.
A partir del caso "Bramajo" (Fallos: 319:1840), V.E. ha sostenido en jurisprudencia constante
(entre otros, Fallos: 326:4604, 330:5082) que el plazo razonable de duración de la prisión
preventiva, establecido en el art. 7.5 de la Convención Americana de Derechos Humanos, debe
ser determinado por la autoridad judicial teniendo en cuenta las circunstancias del caso
concreto y, en consecuencia, que la compatibilidad del art. 1 de la ley 24.390 con el art 7.5 de
la Convención Americana de Derechos Humanos está supeditada a la circunstancia de que los
plazos fijados en aquella norma no resulten de aplicación automática, sino que deben ser
valorados en relación con las pautas establecidas en los arts. 380 y 319 del Código de
Procedimientos en Materia Penal y Código Procesal Penal, respectivamente ("doctrina del
plazo judicial").
Como es sabido, V.E. llegó a esta conclusión guiándose en la interpretación que la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos había dado al art. 7.5 de la Convención Americana de
Derechos Humanos en el Informe 17/89 de 13 de abril de 1989 (caso 10.037; "Firmenich -
Argentina"). Ello, en aplicación de la doctrina sentada por V.E. a partir del precedente "Giroldi"
(Fallos: 318:514) según la cual la "jerarquía constitucional" de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos ha sido establecida por voluntad expresa del constituyente "en las
condiciones de su vigencia" (art. 75, inc. 22, 2° párrafo) esto es, tal como la convención citada
efectivamente rige en el ámbito internacional y considerando particularmente su efectiva
aplicación jurisprudencial por los tribunales internacionales competentes para su interpretación
y aplicación. Según esta doctrina, la jurisprudencia de los órganos interamericanos de
protección de derechos humanos debe servir de guía para la interpretación de los preceptos
convencionales en la medida en que el Estado argentino reconoció la competencia de dichos
órganos para conocer en todos los casos relativos a la interpretación y aplicación de la
Convención Americana (conf. arts. 75, Constitución nacional, 62 y 64 Convención Americana y
2°, ley 23.054).
Doctrina seguida por V.E. en numerosas decisiones posteriores (cf.. Fallos: 325:292; 328:2056,
entre muchos otros).
Para apartarse del precedente "Bramajo", en la sentencia impugnada se esgrime que la
jurisprudencia más reciente de los órganos de control del sistema interamericano de protección
de derechos humanos ya no apoya la conclusión de que el plazo del art. 7.5 de Convención
Americana de Derechos Humanos deba ser siempre un "plazo judicial". Allí se dice que tanto la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Informe 35/07 de 1 de mayo de 2007; caso
12.553 "Hermanos Peirano Basso - Uruguay"), como la Corte Interamericana de Derechos
Humanos (sentencia de excepción preliminar, fondo, reparaciones y costas en el caso "Bayarri
vs Argentina" de 30 de octubre de 2008; Serie C, nº 187) sostienen actualmente que cuando un
país ha decidido establecer un "plazo legal" de duración de la prisión preventiva, éste opera
como "límite máximo" a la duración del encarcelamiento preventivo ("doctrina del plazo legal
máximo").
Es preciso resolver, entonces, si la citada jurisprudencia de los órganos del sistema
interamericano de protección de derechos humanos brinda motivos suficientes para abandonar
la doctrina sentada por V.E. en el caso ''Bramajo''. En lo siguiente me limitaré a analizar la
sentencia "Bayarri" de la Corte Interamericana. No analizaré, en cambio, el Informe 35/07 de la
Comisión interamericana citado en la sentencia impugnada por la sencilla razón de que no es
un informe público y, como tal, su autenticidad no puede ser asegurada. Con todo, si una
divulgación posterior de ese informe por parte de la Comisión interamericana demostrase que
la versión no oficial citada en la sentencia de la Cámara Nacional de Casación Penal fuere
fidedigna, los argumentos centrales que expondré en relación con la sentencia "Bayarri"
también serían aplicables a dicho informe.
En el precedente "Bayarri", la Corte Interamericana sostuvo que "la Ley 24.390 establecía el
limite temporal máximo de tres años luego del cual no puede continuar privándose de la
libertad al imputado" (párrafo 74). Con esta sentencia, el tribunal interamericano modificó
parcialmente su entendimiento tradicional sobre la garantía del plazo razonable de duración de
la prisión preventiva, según el cual dicho plazo debe determinarse por la autoridad judicial con
base en las circunstancias del caso concreto (doctrina sentada, entre muchos otros, en "Suárez
Rosero vs Ecuador", sentencia de fondo de 12 de noviembre de 1997, Serie C, nº 35, párrafo
72; "Acosta Calderón vs Ecuador", sentencia de fondo, reparaciones y costas de 24 de junio de
2005, Serie C, nº 129, párrafos 104 y ss.), a fin de tener en cuenta la situación de aquellos
Estados que han establecido dicho plazo en una ley. La sentencia "Bayarri" no deja de lado
toda la jurisprudencia anterior de la Corte Interamericana relativa al art. 7.5 de la Convención
Americana, sino que establece los criterios a seguir en el caso particular de que un Estado
haya estipulado un plazo legal. De un análisis conjunto de las decisiones de la Corte
Interamericana relativas a esta garantía es posible extraer la siguiente doctrina. El plazo
establecido en el art. 7.5 de la Convención Americana de Derechos Humanos debe
determinarse, en principio, por la autoridad judicial con base en las circunstancias del caso
concreto (doctrina del "plazo judicial"). Sin embargo, si un Estado ha decidido auto-restringir de
manera más amplia su actividad judicial, estableciendo límites legales más estrictos a la
duración de la prisión preventiva, entonces dicho plazo funciona como "límite temporal máximo"
(doctrina del "plazo legal máximo").
Para decidir la cuestión planteada anteriormente, a saber, si la doctrina sentada por la Corte
Interamericana en "Bayarri" debería conducir a una reconsideración de la doctrina sentada por
V.E. en "Bramajo", estimo que deben responderse previamente las siguientes preguntas: (1)
¿es vinculante para un tribunal local una decisión de la Corte Interamericana emitida en un
caso contra nuestro país diferente al que es objeto de decisión por dicho tribunal? y (2) ¿Es
aplicable la "doctrina Bayarri" al caso de la ley 24.390? Si ambas preguntas son respondidas
afirmativamente, entonces V.E. tendría buenas razones para modificar la doctrina sentada en
"Bramajo".
En lo que sigue, analizaré entonces la cuestión del valor jurídico de las decisiones de la Corte
Interamericana (apartado V). Luego, me referiré a la aplicabilidad de la doctrina "Bayarri" a la
ley 24.390, en su redacción según la ley 25.430 (apartado VI). En este punto creo conveniente
recordar que, más allá de mi opinión sobre el tema, el a quo consideró que el nuevo texto de la
ley 24.390 y no el original era el aplicable al caso, aspecto éste que, al no haber sido recurrido,
quedó firme en esa instancia (cf. supra, apartado I).
-V-
Como he sostenido en una oportunidad anterior (cf. dictamen emitido en la causa C. 594, XLIV,
"Carranza Latrubesse, Gustavo c/Estado Nacional –Ministerio de Relaciones Exteriores-
Provincia del Chubut", del 1 de septiembre de 2009), la cuestión del valor jurídico de las
decisiones de los órganos del sistema interamericano de protección de derechos humanos
debe evaluarse, por un lado, desde el punto de vista del derecho interamericano y, por el otro,
desde la óptica del derecho argentino. Analizaré la cuestión en ese orden.
(a) El valor jurídico de las sentencias de la Corte Interamericana según el derecho
interamericano.
Según el derecho interamericano, las únicas decisiones de los órganos de protección del
sistema interamericano que son obligatorias para los Estados son las sentencias contenciosas
de la Corte Interamericana, y ello, por un lado, en los términos del art. 68.1 de la Convención
Americana, y, por el otro, siempre y cuando esas sentencias no impongan una medida que
implique desconocer derechos fundamentales del orden jurídico interno (cf. dictámenes en las
causas D. 1682, XL, "Derecho, René Jesús s/incidente de prescripción", del 1 de septiembre de
2006, publicado en Fallos: 330:3074; C. 1495, XLIII, "Castañeda, Carlos s/sustracción y
destrucción de medios de prueba", del 9 de marzo de 2009, y, especialmente, "Carranza
Latrubesse", ya citada), criterio éste similar al reconocido, por otra parte, por la jurisprudencia
del Tribunal Federal Constitucional alemán respecto de las sentencias contenciosas del
Tribunal Europeo de Derechos Humanos (cf. Bundesverfassungsgericht, Segundo Senado, -2
BvR 1481/04-, sentencia del 14 de octubre de 2004).
En efecto, el art. 68.1 de la Convención Americana establece que; "los Estados Partes en la
Convención se comprometen a cumplir la decisión de la Corte en todo caso en que sean
partes". De este modo, la decisión de la Corte Interamericana en un caso contencioso es
obligatoria respecto de un Estado parte de la Convención Americana que aceptó la
competencia de la Corte Interamericana y fue parte en el proceso internacional concreto en el
cual esa decisión fue dictada y, además, lo es exclusivamente en relación con ese proceso
concreto. Las decisiones de la Corte Interamericana no tienen efectos generales, erga omnes,
sobre otros casos similares existentes en el mismo u otro Estado.
Es cierto que la Corte Interamericana ha ampliado jurisprudencialmente los efectos de sus
decisiones a otros casos similares respecto del mismo Estado. Por ejemplo, en el caso "Barrios
Altos vs. Perú" extendió la solución de la invalidez de las leyes de auto-amnistía allí
cuestionadas a todos los procesos internos que hubieran fundado en dichas leyes la extinción
de la acción penal (cf. sentencia de fondo del 14 de marzo de 2001, párrafo 44 y punto 4 de la
parte resolutiva, y sentencia interpretativa del 3 de septiembre de 2001, párrafo 18 y punto 2 de
la parte resolutiva). Pero, por un lado, en el precedente "Bayarri" la Corte no extendió
expresamente los efectos de su decisión a otros casos similares no ventilados ante ella y, por
otro, -y esto es lo verdaderamente importante- la Convención no concede eficacia general a las
decisiones de la Corte Interamericana. Esto en lo que se refiere a la decisión stricto sensu, esto
es, a la parte resolutiva de la sentencia.
En cambio, en cuanto concierne a la jurirprudenda de la Corte Interamericana, esto es, al
fundamento jurídico de la decisión -decisión o parte resolutiva a la cual, como he dicho, se
refiere el art. 68.1-, ninguna disposición de la Convención establece su carácter vinculante y
mucho menos su valor erga omnes. La Corte Interamericana ha postulado, sin embargo, un
deber general de seguir su jurisprudencia a través de la doctrina del "control de
convencionalidad" (caso "Almonacid Arellano vs Chile", sentencia de excepciones preliminares,
fondo, reparaciones y costas, del 26 del septiembre de 2006, parágrafo 124; doctrina seguida
por V.E. en Fallos: 330:3248). Como es conocido, esta doctrina establece el deber de las
autoridades judiciales de todo Estado parte de controlar la compatibilidad de su ordenamiento
jurídico interno con la Convención, teniendo en cuenta "no solamente el tratado, sino también la
interpretación que del mismo ha hecho la Corte Interamericana, intérprete última de la
Convención Americana".
Sin embargo, parece claro que la eficacia general de la jurisprudencia de la Corte
Interamericana no puede inferirse lógicamente de la cita de las sentencias de ese tribunal que
la afirman, pues tal tipo de argumentación presupone en sus premisas lo que se debe
demostrar, a saber, si las sentencias de la Corte Interamericana tienen valor general más allá
de los términos estrictos del art. 68.1 de la Convención. En otras palabras, sólo es posible
afirmar que existe un deber jurídico de seguir la jurisprudencia de la Corte Interamericana en
virtud de la doctrina judicial del "control de convencionalidad", si antes se ha concluido que la
jurisprudencia de la Corte Interamericana en general (también aquella que estableció el control
de convencionalidad) es obligatoria. Para eludir caer en una petición de principio sería
necesario encontrar razones independientes a la misma jurisprudencia de la Corte que
permitan concluir el deber de seguir dicha jurisprudencia.
Esta razón no podría pretender ser hallada en el argumento de que la Corte Interamericana es
el último intérprete de la Convención. Este argumento sólo dice que la Corte Interamericana
tendrá la última palabra sobre la interpretación de la Convención en los procesos
internacionales seguidos en el sistema interamericano. Pero en los procesos judiciales
internos, V.E. es el último intérprete del derecho constitucional, y ello incluye también a los
instrumentos internacionales incorporados en el bloque de constitucionalidad (art. 116
Constitución nacional).
La respuesta al primero de los interrogantes es entonces clara: la decisión de la Corte
Interamericana en la causa "Bayarri" sólo vincula al Estado argentino en el caso concreto en el
que ha recaído. Ello es así, pues, según el derecho interamericano, los Estados partes
únicamente están obligados a cumplir la decisión de la Corte Interamericana en el caso
concreto (art. 68.1 de la Convención). No existe, en cambio, un deber de seguir la decisión en
otros casos similares, ni tampoco un deber de seguir su jurisprudencia. Las sentencias de ese
tribunal no tienen eficacia jurídica general (efecto erga omnes).
Antes de finalizar este punto considero necesario efectuar una precisión. La distinción
precedente se basa en una interpretación restringida del término "decisión" contenido en el art.
68.1 de la Convención, a saber, como dispositivo del fallo y no como fundamento jurídico de la
sentencia (jurisprudencia). Estimo que esa interpretación se apoya en el texto del art. 68 de la
Convención que, por un lado, en su apartado primero, habla de "cumplir la decisión" (lo que sin
dudas parece referirse a lo ordenado por la Corte Interamericana y no a los fundamentos por
los cuales se lo ordena, los que evidentemente no pueden ser "cumplidos") y, por el otro, en su
apartado segundo, se refiere claramente a uno de los contenidos posibles de la parte
dispositiva ("La parte del fallo que disponga indemnización ... "). Con todo, es claro que aun
cuando se interpretara el ténnino "decisión" del art. 68.1 en un sentido amplio, comprensivo
tanto de la parte resolutiva como de la jurisprudencia, ello sólo peemitiría fundar un deber de
seguir la jurisprudencia en el caso concreto, pero no una obligatoriedad general (efecto erga
omnes).
(b) El valor jurídico de las sentencias de la Corte Interamericana según el derecho y la·
jurisprudencia argentinos
Ahora bien, es preciso aún analizar si existen argumentos en e! derecho y la jurisprudencia
argentinos que pudieran llevar a sostener el carácter vinculante de las sentencias de la Corte
Interamericana, pues si bien es cierto que ninguna norma del sistema interamericano establece
la obligatoriedad de la jurisprudencia y de las decisiones de la Corte, más allá de los estrictos
límites del art. 68.1, también lo es que un Estado podría disponer tal carácter vinculante a
través de una ley o una norma constitucional. O, incluso, un tribunal superior podría decidir
voluntariamente vincular, en mayor o menor medida, su labor jurisprudencial a la interpretación
que emana de esa jurisprudencia, al reconocer en la Corte un intérprete autorizado de la
Convención Americana.
Ante todo, es preciso poner de manifiesto que el derecho argentino no ha establecido
expresamente la obligatoriedad de las sentencias de la Corte Interamericana más allá de lo
dispuesto por el art. 68 de la Convención Americana.
Sin embargo, y como ya ha sido mencionado, V.E. ha establecido a partir del caso "Giroldi"
(Fallos: 318:514): "(q)ue la ya recordada 'jerarquía constitucional' de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos (consid. 5°) ha sido establecida por voluntad expresa del
constituyente, 'en las condiciones de su vigencia' (art. 75, inc. 22, párr. 2°), esto es, tal como la
Convención citada efectivamente rige en el ámbito internacional y considerando
particularmente su efectiva aplicación jurisprudencial por los tribunales internacionales
competentes para su interpretación y aplicación. De ahí que la aludida jurisprudencia deba
servir de guía para la interpretación de los preceptos convencionales en la medida en que el
Estado Argentino reconoció la competencia de la Corte Interamericana para conocer en todos
los casos relativos a la interpretación y aplicación de la Convención Americana (confr. arts. 75,
Constitución Nacional, 62 y 64 Convención Americana y 2°, ley 23.054)" (considerando 11,
énfasis agregado).
En una oportunidad anterior he sostenido que no está libre de duda el alcance que debe
atribuírsele a esta doctrina y, en particular, a la frase “servir de guía", esto es, si ella impone
una obligación de acatar la jurisprudencia de los órganos interamericanos o tan sólo una
obligación de tenerla en consideración (cf. Dictamen en la causa "Carranza Latrubesse", ya
citado).
A primera vista, se podría pensar que esta doctrina sostiene el carácter vinculante de la
jurisprudencia de los órganos interamericanos y, por lo tanto, una obligación para los tribunales
internos de acatarla. Sin embargo, pienso que una interpretación de este tipo se enfrenta con,
al menos, los siguientes problemas.
Por un lado, tal interpretación dotaría a las sentencias de la Corte Interamericana de una
eficacia jurídica que hoy ni siquiera tienen las sentencias de V.E. En efecto, es doctrina de la
Corte que si bien los jueces inferiores tienen el deber de conformar sus sentencias a la
jurisprudencia de VE., ellos pueden, sin embargo, apartarse de sus precedentes si
proporcionan nuevos argumentos que justifiquen modificar la posición allí adoptada (cf. Fallos:
307:1094; 318:2060;, entre muchos otros).
Por el otro, y fundamentalmente, ella convertiría a este órgano internacional en intérprete
supremo de una porción del derecho constitucional argentino (precisamente aquella porción
que corresponde a la Convención Americana) en contra de lo dispuesto por los arts. 108 y 116
de la Constitución nacional. No es plausible sostener que la reforma constitucional de 1994, a
través de la cláusula "en las condiciones de su vigencia", incorporada en el art. 75, inc. 22, de
la Constitución, haya modificado los citados arts. 108 y 116, pues la ley 24.309 (B.O. 31 de
diciembre de 1993), que declaró la necesidad de la reforma constitucional, no atribuyó a la
Convención Nacional Constituyente competencia para modificar las normas de la Constitución
relativas al régimen de organización y atribuciones del Poder Judicial de la Nación; por lo tanto,
no podía alterar la competencia de los tribunales locales y la supremacía de V.E. en cuanto a la
interpretación de todas y cada una de las normas constitucionales. En efecto, e! art. 116 de la
Constitución nacional establece que corresponde a la Corte Suprema y a los tribunales
inferiores de la Nación el conocimiento y decisión de todas las causas que versen sobre puntos
regidos por la Constitución, por las leyes de la Nación y por los tratados con las naciones
extranjeras. El art. 108, por su parte, sitúa en la cúspide de la estructura judicial argentina,
como último interprete, a V.E. Este modelo de organización judicial establece, entonces, que
son los tribunales que integran el poder judicial de la Nación y, en última instancia V.E., los que
deben decidir todas las cuestiones referidas a la interpretación de la Constitución, de las leyes
de la Nación y también de los tratados internacionales. Esto rige, desde luego, como he
anticipado, exclusivamente en relación con los procesos judiciales internos (supra, apartado V,
[a], párr. 6°).
Un modelo alternativo de organización judicial no estaba, como se dijo, incluido en el temario
de la ley de necesidad de reforma de 1993 y, por ello, no cabe interpretar que la Convención
constituyente de 1994 tuviese competencia para reformarlo. Por ello, una interpretación que
sostuviese que V.E. ya no es el último intérprete en relación con una porción de las normas
constitucionales (en el caso, aquellas de la Convención Americana) sería insostenible, porque
conduciría a la invalidez de la reforma constitucional en dicho punto (cf. caso "Fayt", Fallos:
322:1616 y sus citas).
Además, una postura semejante conduciría también a la invalidez de la parte del art. 75, inc.
22, de la Constitución nacional en la que pretende apoyarse. En efecto, si la cláusula "en las
condiciones de su vigencia" significase que, además del texto de los tratados expresamente
mencionados en el art. 75, inc. 22, también la jurisprudencia de los órganos internacionales de
control respectivos forman parte de la Constitución (nótese que esa disposición dice "tienen
jerarquía constitucional, en las condiciones de su vigencia"), entonces cada cambio en la
jurisprudencia de estos órganos tendría, en los hechos, el efecto de modificar la Constitución.
Pero dado que la Convención constituyente de 1994 tampoco estaba habilitada para modificar
el régimen de reforma constitucional del art. 30 (dicho régimen se encuentra regulado, por lo
demás, en la primera parte de la Constitución, cuya modificación la ley 24.309 había prohibido
explícitamente), esta conclusión resulta poco persuasiva, porque, como dije, conduciría a la
invalidez de la reforma constitucional en dicho punto.
Las razones que acabo de expresar me convencen, por ello, que, salvo mejor interpretación de
V.E. de sus propios fallos, la doctrina sentada a partir de "Giroldi" ha de interpretarse en el
sentido de que un tribunal judicial nacional está obligado a tener en consideración la
jurisprudencia de los órganos interamericanos relativa a las disposiciones de la Convención
Americana, así como de otros textos del derecho interamericano que estén sometidos a la
supervisión de dichos órganos y formen parte del bloque de constitucionalidad (v.gr., la
Convención Interamericana contra la Desaparición Forzada de Personas). Esto incluye un
deber de examinar minuciosamente la aplicabilidad de la jurisprudencia al caso concreto, de
exponerla y discutirla razonadamente y, en su caso, de explicar las razones jurídicas por las
cuales no se la sigue en el caso particular.
A mi juicio, es esto lo que V.E. tiene en miras cuando dispone que la jurisprudencia de los
órganos interamericanos y, en especial de la Corte Interamericana, deben servir de guía para
la interpretación de las disposiciones de la Convención. El hecho de que la jurisprudencia de la
Corte Interamericana deba servir de guía para la interpretación de los preceptos
convencionales no significa, por ello, su aplicación irreflexiva y automática. Esta jurisprudencia
debe ser evaluada y ponderada en el marco del orden constitucional y, por ello, a la luz de las
demás normas constitucionales, desde luego obligatorias para los tribunales nacionales.
Estimo, entonces, que con el fin de honrar de la manera más profunda los compromisos
asumidos internacionalmente por nuestro Estado, los tribunales nacionales deben hacer el
máximo esfuerzo por cumplir la jurisprudencia de los órganos internacionales de protección de
derechos humanos encargados del control de aquellos instrumentos internacionales que gozan
de rango constitucional en el orden jurídico argentino, sin desconocer, por supuesto, en dicha
tarea, los principios y reglas supremos del orden jurídico interno y la competencia misma
asignada por la Constitución a los tribunales nacionales para decidir los procesos judiciales
internos, competencia que, en última instancia, nuestra Carta fundamental ha atribuido a V.E.
A fin de dar debido cumplimiento al deber de tener en consideración la jurisprudencia de los
órganos interamericanos de protección de derechos humanos, pienso que podría resultar
conveniente razonar, a modo de test, con arreglo a los siguientes pasos. En primer lugar, es
preciso verificar si existe jurisprudencia de la Corte y/o Comisión Interamericanas sobre la
cuestión debatida en el proceso interno (identificación de la jurisprudencia). En segundo lugar,
hay que determinar cuál es la doctrina o razón subyacente (ratio decidendi) que se desprende
de la sentencia o sentencias pertinentes (identificación de la doctrina de la jurisprudencia).
En tercer lugar, se debe examinar minuciosamente la aplicabilidad prima facie de esa doctrina
al caso concreto, esto es, evaluar si el caso particular bajo examen en el proceso interno es
una instancia del caso general (doctrina) que se infiere de la jurisprudencia de tales órganos
(aplicabilidad de la doctrina al caso concreto). En cuarto lugar, es preciso todavía examinar si
existen razones jurídicas basadas en e! ordenamiento constitucional que se opongan a la
aplicabilidad de la doctrina derivada de la jurisprudencia del órgano internacional pertinente. Al
respecto, el tribunal nacional debería discutir razonadamente esa doctrina en el marco de todo
e! orden constitucional argentino y, con base en este análisis, decidir si, en el caso concreto,
corresponde seguirla o no, proporcionando una debida fundamentación de la decisión tomada
(examen de compatibilidad de la doctrina prima facie aplicable con el orden jurídico
constitucional)·
Estimo que tanto la ausencia de consideración de la jurisprudencia de los órganos
internacionales, cuanto la falta de enunciación de las razones que pudieran existir para no
seguir la doctrina derivada de la jurisprudencia de tales órganos afectarían el deber de
adecuada fundamentación de una sentencia, vicio que, si estuviera contenido en una decisión
de un tribunal inferior, podría ser controlado por vía del recurso extraordinario.
Como es posible apreciar de las consideraciones precedentes, la interpretación que aquí se
propicia sobre la eficacia jurídica en el derecho argentino de la jurisprudencia de los órganos
interamericanos de protección de derechos humanos está en consonancia con los principios de
nuestro ordenamiento que rigen la eficacia jurídica de la jurisprudencia de la Corte Suprema. Si
de la jurisprudencia de V.E. es posible predicar una obligatoriedad sólo prima facie, en el
sentido de que los tribunales inferiores pueden apartarse de ella si expresan razones
suficientes, no se comprende cómo podría regir un criterio más fuerte para la jurisprudencia de
los órganos interamericanos, so riesgo de invertir la supremacía de V.E. en cuanto a la
interpretación de las normas del orden jurídico argentino, consagrada en la Constitución
nacional. Por ello, el criterio del deber de consideración, que incluye el deber de explicar las
razones por las cuales no se sigue la jurisprudencia del tribunal interamericano, se inserta
perfectamente en nuestra asentada concepción sobre el valor de las sentencias de los
tribunales supremos. Esta interpretación, por otra parte, está en línea con el principio de buena
fe del derecho internacional, el cual exige que un tribunal nacional, al decidir sobre el contenido
y alcance de una disposición de la Convención Americana, tenga en cuenta la interpretación
dada al mismo precepto por los órganos de protección del sistema interamericano (cf.
"Carranza Latrubesse", ya citado).
En fin, pienso que, del derecho interno argentino sólo puede fundamentarse un deber de tener
en cuenta la jurisprudencia de la Corte Interamericana en los términos arriba expuestos. Con la
reserva ya formulada de una mejor interpretación de V.E. de sus propios fallos, en mi opinión,
esto seria lo que se desprendería también de la jurisprudencia sentada a partir de "Giroldi".
-VI-
Corresponde ahora analizar, siguiendo los criterios sentados en el apartado anterior, si la
doctrina del precedente "Bayarri" es aplicable al caso de la ley 24.390. A primera vista,
parecería que esta cuestión sólo podría ser contestada de manera afirmativa, dado que la
Corte Interamericana sentó su doctrina, precisamente, en relación con la ley 24.390. Sin
embargo, esto no es así. En primer lugar, la Corte Interamericana tomó como base de su
análisis la redacción original de la ley 24.390 y, en cambio, en el presente caso lo que está en
juego es la interpretación de la ley 24.390, según la redacción de la ley 25.430. En segundo
lugar, aun cuando por vía de hipótesis se considerase que la Corte Interamericana también se
refirió a la redacción vigente (el tribunal interamericano citó ese texto sólo de manera parcial,
en una nota y sin someterlo a un análisis crítico), todavía habría que analizar si la "doctrina
Bayarri" es realmente aplicable a dicho texto.
Para decidir esta cuestión -que, en definitiva, es la cuestión decisiva que plantea este caso-
debe determinarse, antes que nada, cuál es la doctrina que sienta el precedente "Bayarri" en
relación con el art. 7.5 de la Convención Americana. Estimo que dicha doctrina puede
sintetizarse del siguiente modo: cuando un Estado ha establecido un plazo legal a la duración
de la prisión preventiva, dicho plazo funciona como "Iímíte temporal máximo'; sobrepasado el
cual el Estado no puede seguír asegurando el proceso con el encarcelamiento preventivo. Más
concisamente: se viola el art. 7.5 de la Convención Americana cuando se mantiene a una
persona en prisión preventiva luego de vencido ese plazo legal.
La aplicación de esta doctrina supone que efectivamente exista un "plazo legal". Si no es
posible afirmar la existencia de un plazo legal, entonces regirá la doctrina general de la Corte
Interamericana, sentada en innumerables precedentes, del "plazo judicial".
La sentencia "Bayarri" identifica dicho plazo legal en el art. 1 de la ley 24.390. Como he
adelantado, la Corte Interamericana toma como base de su análisis el texto original de la ley
24.390. Solamente en una nota cita la redacción que le dio la ley 25.430 al art. 1 de la ley
24.390, pero no analiza críticamente esta norma.
Tampoco cita otras disposiciones del nuevo texto de la ley 25.430, como los arts. 3 y 4, que, a
mi juicio, son imprescindibles para poder determinar si efectivamente dicha ley establece un
plazo legal máximo a la duración de la prisión preventiva. En la nota referida, la Corte
Interamericana se limita a constatar: "la ley 25.430 sustituyó los artículos 1, 2, 3, 4, 9, 10 Y11 y
derogó los artículos 7 y 8, todos de la ley 24.390" (nota 62 de la sentencia), pero sin efectuar
ningún análisis de esa normativa.
Especialmente, la Corte Interamericana no advierte las notables diferencias que existen entre
el texto original y el vigente de la ley 24.390 en relación con el plazo de la prisión preventiva.
Sea como fuere, corresponde de todos modos a los tribunales nacionales y, en última
instancia, a V.E. decidir si efectivamente el texto vigente de la norma, según ley 25.430,
establece un plazo o límite legal máximo a la duración de la prisión preventiva. Como expresé
anteriormente (supra, apartado V, (b), párr. 6° y 11°), la Corte Interamericana es un intérprete
auténtico de la Convención Americana, pero no del ordenamiento jurídico argentino. La Corte
Interamericana sentó la doctrina de que se viola el art. 7.5 cuando un Estado, que ha
establecido un plazo legal máximo a la duración de la prisión preventiva, mantiene a una
persona en encarcelamiento preventivo luego del vencimiento de dicho plazo. Pero son los
tribunales locales quienes deben decidir si la ley nacional establece un plazo legal máximo a la
prisión preventiva, es decir, si la doctrina que sentó el precedente ''Bayarri'' es aplicable a la ley
24.390 según el texto de 25.430.
Centrada así la cuestión, considero que el texto vigente de la ley 24.390, que es el que ha sido
aplicado en la sentencia impugnada, no establece un límite legal máximo y cierto a la prisión
preventiva, y creo no equivocarme al afirmar que una de las finalidades principales de la
reforma introducida por la ley 25.430 fue, precisamente, la de romper con el modelo de la ley
original que establecía categóricamente plazos legales, si bien sujetos a prórrogas basadas en
circunstancias particulares.
La ley 24.390 original establecía, resumidamente, que la prisión preventiva no podía ("no
podrá") ser superior a dos años (art. 1, primera frase). No obstante, dicho plazo podía
prorrogarse ("podrá prorrogarse") por un año más en caso de evidente complejidad de las
causas y cantidad de los delitos atribuidos al imputado (art. 1, segunda frase). Dichos plazos
debían ser prorrogados ("serán prorrogados") por seis meses más cuando se cumpliesen
mediando sentencia condenatoria no firme (art. 2). Con todo, el Ministerio Público podía
oponerse ("podrá oponerse") a la libertad alegando que la defensa había efectuado
articulaciones manifiestamente dilatorias (art. 3). Si el Ministerio Público no se oponía o si su
oposición era rechazada, el tribunal debía decretar la libertad del imputado ("recuperará la
libertad") (art. 4, primer párrafo). En cambio, si la oposición era aceptada, las demoras
causadas por las articulaciones defensivas permitían prolongar la prisión preventiva por el
tiempo exacto que ellas habían dilatado el proceso (este tiempo no se computaba para la
determinación de la razonabilidad del plazo). Pero una vez, vencido ese plazo, el imputado
recuperaba la libertad (art. 4 segundo párrafo). Obviamente, estos plazos presuponían la
existencia de los motivos para el dictado de la prisión preventiva que, en todo caso, debían
existir previamente.
En el caso "Bramajo", como ya he referido más arriba, VE., siguiendo la interpretación de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos, estableció que el plazo del art. 7.5 de la
Convención Americana debía ser determinado por la autoridad judicial, teniendo en cuenta las
circunstancias del caso concreto, y que la compatibilidad misma del art. 1 de la ley 24.390 con
dicho precepto convencional quedaba supeditada a que los plazos fijados en la ley nacional no
resulten de aplicación automática. En dicha oportunidad, V.E. estableció también que dichos
plazos debían ser valorados en relación con las pautas establecidas en los arts. 380 y 319 del
Código de Procedimientos en Materia Penal y Código Procesal Penal, respectivamente. De
este modo, adecuó la ley 24.390 al art. 7.5 de la Convención Americana según la interpretación
de la Comisión Interamericana. Es evidente que esa jurisprudencia relativizó los plazos legales
de la prisión preventiva establecidos en la ley 24.390, para priorizar una norma constitucional
que requería, según uno de sus intérpretes auténticos (la Comisión Interamericana), un plazo
judicial.
Ahora bien, esa idea de que el plazo exigido por la Convención Americana era un "plazo
judicial" influenció enormemente las reformas que la ley 25.430 introdujo a la ley 24.390. El
texto vigente de la 24.390 denota claramente la intención del legislador de que la duración de la
prisión preventiva no contuviera plazos legales automáticos por el mero paso del tiempo. El
texto actual establece que la prisión preventiva no puede ("no podrá") ser superior a dos años
sin que se haya dictado sentencia (art. 1, primera frase). No obstante, dicho plazo puede
prorrogarse ("podrá prorrogarse") por un año más en caso· de evidente complejidad de las
causas y cantidad de los delitos atribuidos al imputado (art. 1, primera frase). Estos plazos, sin
embargo, no se computarán cuando se cumplieren después de haberse dictado sentencia
condenatoria (art. 2). Vencido el plazo del arto 1 o la prórroga allí establecida pueden darse las
siguientes alternativas. Por un lado, el Ministerio Público puede oponerse a la libertad del
imputado ("podrá oponerse") por las siguientes razones: (a) especial gravedad del delito; (b)
existencia de alguna de las circunstancias previstas en el art. 319 del Código Procesal Penal
de la Nación; o bien (c) existencia de articulaciones manifiestamente dilatorias de la defensa
(art. 3). Si la oposición que adujere articulaciones manifiestamente dilatorias de la defensa
fuere aceptada, las demoras causadas permiten prolongar la prisión preventiva por el tiempo
que ellas han dilatado e! proceso (art. 4, primer párrafo). En cambio, si la oposición fundada en
la especial gravedad del delito o en alguna de las circunstancias previstas en el art. 319 de!
Código Procesal Penal de la Nación fuere admitida, la libertad será denegada (art. 4, segundo
párrafo a contrario, en cuanto establece que si la oposición fuere rechazada el tribunal "podrá"
poner en libertad al imputado). Si la oposición del fiscal fuere rechazada o bien si no hay
oposición, el tribunal puede ("podrá") poner en libertad al imputado.
Como es fácil de advertir, el art. 3 del texto vigente de la ley 24.390 no solamente permite que
el fiscal se oponga a la libertad con base en articulaciones manifiestamente dilatorias, sino que
también permite que lo haga por la especial gravedad del hecho o por alguna de las
circunstancias previstas en el art. 319 del Código Procesal Penal de la Nación (art. 3). Más allá
de ello, la nueva ley tampoco es determinante en cuanto a la solución en los casos en que se
rechaza la oposición del fiscal o cuando ni siquiera existe esta oposición. A diferencia del texto
original del art. 4 de la ley 24.390, que categóricamente exigía la libertad del imputado
("recuperará la libertad"), el nuevo texto deja esta decisión en manos de la discreción judicial
("podrá poner en libertad"). Con ello, frente a la oposición del fiscal los plazos del art. 1 se
convierten en plazos judiciales a ser decididos con base en las circunstancias del caso
concreto.
En suma, la afirmación contenida en la sentencia impugnada acerca de que la doctrina
"Bramajo" -sería reprochable a la luz del nuevo precedente "Bayarri", únicamente podría ser
plausible en relación con el texto original de la ley 24.390. No, en cambio, respecto del texto
reformado por la ley 25.430, pues el nuevo texto no regula un plazo legal fijo, sino que
consagra legalmente la doctrina del plazo judicial.
Se comparta o no, con la reforma de la ley 25.430 el legislador tuvo por propósito quitar a los
plazos de la ley 24.390 su carácter automático o fatal, esto es, quiso dejar de lado la doctrina
del plazo legal. Es posible sostener, por ello, que en cierto sentido la ley 25.430 sancionó como
ley la esencia de la doctrina sentada por V.E. en "Bramajo".
Esta conclusión centrada en el nuevo texto de la ley 24.390 (según la redacción de la ley
25.430) está avalada explícitamente, por otra parte, por los antecedentes parlamentarios de la
ley 25.430 (cf., en particular, el Dictamen de la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de
Diputados de la Nación, sesiones ordinarias de 2000, orden del día nº 1705, y discusión
parlamentaria de la sesión de 7 de marzo de 2001 de la Cámara de Diputados de la Nación,
con citas expresas de precedentes de V.E., y de los órganos interamericanos y europeos de
protección de derechos humanos).
No desconozco que la inclusión de las circunstancias previstas en el art. 319 del código de
forma, así como la mención de la especial gravedad del hecho entre los criterios para resolver
sobre la razonabilidad de la duración de la detención en el caso concreto, han merecido
cuestionamientos en la doctrina y la jurisprudencia, nacional e internacional. De hecho, como
surge de la reseña efectuada en el apartado I, los jueces Yacobucci y García basaron en esas
objeciones la reconstrucción que hicieron del concepto de "plazo razonable" y sustentaron en
ellas su fallo. Pero ocurre que, aun cuando se considere que no es constitucionalmente
admisible utilizar alguno de los criterios mencionados en la ley para establecer la razonabilidad
de la duración de la prisión preventiva, ello no permite ignorar la decisión del legislador de
modificar el plazo legal por uno judicial. Dicho de otro modo, aun cuando pudieran ser
objetados algunos de los criterios señalados por el legislador en la ley 25.430 para establecer
el plazo en el caso particular, ello no autoriza a un tribunal judicial a convertir un plazo que el
legislador quiso que se determinase según las circunstancias del caso concreto, en otro que,
prescindiendo de tales circunstancias, operase automáticamente.
-VII-
Ahora bien, de modo subsidiario, y con matices, en los votos de los magistrados que
conformaron la mayoría se sostiene que, aun si se siguiera la doctrina del plazo judicial
sentada en "Bramajo", en el caso en examen igualmente se habría lesionado el derecho a que
la prisión preventiva culmine en un plazo razonable. Allí se señala que "(n)o se advierte que
cumplidos siete años de prisión preventiva en ambos casos, pueda haber razonabilidad, de
acuerdo a los estándares internacionales de los derechos humanos". Para establecer que la
prisión preventiva se ha prolongado por un período de siete años, los magistrados sumaron al
tiempo de encarcelamiento preventivo cumplido por los imputados en relación con los hechos
de la presente causa, el tiempo cumplido por ellos en otros procedimientos penales referidos a
hechos diferentes e independientes entre sí, aunque objetiva y subjetivamente conexos con los
ventilados en esta causa. Los magistrados sostuvieron que la circunstancia de que hechos
objetiva y subjetivamente conexos, que en principio deberían ser discutidos en un mismo
proceso judicial, sean investigados en causas diferentes no autoriza a fraccionar el lapso de las
medidas cautelares, con la consecuencia de que todo el tiempo que los imputados
permanecieron en prisión preventiva en los distintos procesos con hechos conexos debería
computarse para el cálculo de la duración de la prisión preventiva, a los fines de la garantía
prevista en el arto 7.5 de la Convención Americana.
Sin embargo, no advierto qué relación lógica existiría entre las reglas procesales de conexidad
fundadas en razones de economía procesal y la garantía constitucional del plazo razonable de
la prisión preventiva que procura poner un límite temporal a la restricción del derecho
fundamental a la libertad de una persona considerada inocente. En especial, no se comprende
sobre qué bases se afirma que, a los fines de la garantía del arto 7.5 de la Convención
Americana, el tiempo de la prisión preventiva dictada por un hecho en un determinado proceso
debería sumarse al tiempo de la prisión preventiva dictada en otro proceso por otro hecho
material y jurídicamente independiente de aquél. Obsérvese que si se siguiera la posición del a
quo, una persona acusada de un delito que fuera dejada en libertad, luego de cumplirse el
plazo máximo razonable de duración de la prisión preventiva, no podría ser encarcelada de
manera preventiva nuevamente si, tras recuperar la libertad, comete otro hecho para procurar
la impunidad del hecho precedente (por ejemplo, da muerte a un testigo de cargo), porque
entre esos hechos diferentes existe conexidad objetiva y subjetiva (!). Y lo mismo ocurriría con
cualquier otro hecho posterior que cometiera un imputado luego de recuperar la libertad, por
agotamiento del plazo razonable, con tal que entre los hechos pudiera predicarse una
conexidad objetiva y subjetiva. Es claro que un resultado de esta índole implicaría una carta de
indemnidad injustificada que no encuentra sustento alguno en la lógica de la garantía del plazo
razonable en la que pretende apoyarse. Por el contrario, una correcta interpretación lleva a la
conclusión de que el plazo razonable debe medirse exclusivamente respecto del hecho que fue
objeto de la prisión preventiva que se quiere limitar, y no respecto de otros ajenos a ese auto,
aunque sean conexos con aquél.
-VIII-
En síntesis, en la sentencia impugnada se ha interpretado, incorrectamente, que la ley 25.430 -
reglamentaria del arto 7.5 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos- ha
establecido un plazo legal máximo y cierto a la duración de la prisión preventiva cuando, en
realidad, la reforma introducida por esa ley no hizo más que consagrar legislativamente la
doctrina del plazo judicial. Además, y como consecuencia de esa incorrecta interpretación, los
magistrados han fundado su decisión en un precedente de la Corte Interamericana no atinente
al caso. Es que, más allá de las consideraciones efectuadas en el apartado V acerca del valor
jurídico de las decisiones de los órganos del sistema interamericano de protección de derechos
humanos, lo cierto es que la doctrina de la sentencia "Bayarri" no es aplicable al texto de la ley
25.430, que es, en definitiva, el que rige en el sub lite.
-IX-
Por las razones expuestas, mantengo el recurso interpuesto por el señor Fiscal General y opino
que V.E. debe dejar sin efecto el pronunciamiento apelado, para que se dicte otro con arreglo a
los criterios aquí expuestos.
Buenos Aires, 10 de marzo de 2010.
ESTEBAN RIGHI