Forma y Función 0120-338X: Issn: Formafun@bacata - Usc.unal - Edu.co
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ISSN: 0120-338X
[email protected]
Universidad Nacional de Colombia
Colombia
Silvia D. Maldonado*** 3
Resumen
Comunidad es un vocablo “paraguas”, bajo el que se han refugiado todo tipo de agrupamientos
humanos. Es un término tan utilizado como difícil de definir, que se emplea en diferentes
contextos con intenciones disímiles. En consecuencia, no es necesario que haya criterios
homogéneos para conceptualizar una comunidad, como tampoco existe, en el ámbito de las
ciencias humanas, interpretaciones unívocas de cultura o sociedad. Comunidad idiomática,
lingüística, de habla, discursiva, semiótica, imaginada, interpretativa, de práctica, real, virtual
son algunas de las variantes conceptuales de una noción que reviste singular importancia en el
marco de los estudios del discurso. En este artículo, nos abocaremos a delimitar el alcance de
la unidad terminológica comunidad, a partir del rastreo y análisis pormenorizado de la entrada
en diccionarios de especialidad, así como de las diferentes definiciones acuñadas por algunos
investigadores representativos de este campo de trabajo.
Palabras clave: terminología, comunidad, análisis del discurso, estudios del discurso, diccionarios de
especialidad.
* Este trabajo fue realizado en el marco del proyecto CIUNT 26/H436 Sentido y significado en la
definición del texto en Hispanoamérica. Confrontación interidiomática español y le , dirigido por
la doctora Elena M. Rojas Mayer y subsidiado por la Secretaría de Ciencia y Técnica, de la
Universidad Nacional de Tucumán (CIUNT).
** [email protected]
*** [email protected]
Forma y Función vol. 26, n.º 1 enero-junio del 2013. Bogotá, Colombia, issn impreso 0120-338x - en línea 2256-5469, pp. 111-140
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Abstract
As an umbrella term that has been used to cover all sorts of human groups, the term
“community” is as widely used as difficult to define. Furthermore, it is used in different
contexts, with different intentions. Consequently, homogeneous criteria are not needed in
order to conceptualize a community, just as there are no univocal interpretations of “culture”
or “society” in the field of the human sciences. Language, linguistic, speech, discursive,
semiotic imagined, interpretive, practice, real, or virtual communities are some of the
conceptual variants of a notion that is particularly important in the context of discourse
studies. The article delimits the scope of the terminological unit “community” by tracing
and carrying out a detailed analysis of the entry in specialized dictionaries, as well as of the
different definitions coined by some representative researchers in this field of work.
Keywords: terminology, community, discourse analysis, discourse studies, specialized dictionaries.
DEL I M I TA Ç Ã O E A LC A NC E S DA VO Z CO MU N I D A D E NO M AR CO
D OS E ST U DO S DO DI SC U RSO
Resumo
Comunidade é um vocábulo “guarda-chuva”, sob o qual se refugia todo tipo de agrupamentos
humanos. É um termo tão utilizado quanto difícil de definir, que se emprega em diferentes
contextos com intenções dissímeis. Em consequência, não é necessário que haja critérios
homogêneos para conceitualizar uma comunidade nem existe, no âmbito das ciências
humanas, interpretações unívocas de cultura ou sociedade. Comunidade idiomática,
linguística, de fala, discursiva, semiótica, imaginada, interpretativa, de prática, real, virtual,
são algumas das variantes conceituais de uma noção que reviste singular importância no
marco dos estudos do discurso. Neste artigo nos dedicaremos a delimitar o alcance da
unidade terminológica comunidade, a partir do rastreamento e análise pormenorizada da
entrada em dicionários de especialidade, bem como das diferentes definições cunhadas por
alguns pesquisadores representativos deste campo de trabalho.
Palavras-chave: terminologia, comunidade, análise do discurso, estudos do discurso, dicionários de
especialidade.
Introducción
La noción de comunidad suele abordarse desde diversas disciplinas y aéreas
del conocimiento, por lo que resulta indispensable considerar aquellas definiciones
que respondan a la perspectiva que adoptamos en las investigaciones desarrolladas
dentro del vasto territorio de límites difusos que denominamos análisis del discurso1.
No obstante, antes de iniciar un recorrido por cada una de estas variantes con-
ceptuales, comencemos apelando a la caracterización que, en el plano del lenguaje
general, propone el Diccionario de la Real Academia Española (2001) para este término:
(Del lat. communĭtas, -ātis). 1. f. Cualidad de común (ll que, no siendo privativa-
mente de ninguno, pertenece o se extiende a varios). 2. f. Conjunto de las personas de
un pueblo, región o nación. 3. f. Conjunto de naciones unidas por acuerdos políticos
y económicos. Comunidad Europea. 4. f. Conjunto de personas vinculadas por ca-
racterísticas o intereses comunes. Comunidad católica, lingüística. 5. f. comunidad
autónoma. 6. f. Junta o congregación de personas que viven unidas bajo ciertas cons-
tituciones y reglas, como los conventos, colegios, etc. 7. f. Común de los vecinos de
una ciudad o villa realengas de cualquiera de los antiguos reinos de España, dirigido
y representado por su concejo. 8. f. pl. Levantamientos populares, principalmente los
de Castilla en tiempos de Carlos I. ORTOGR. Escr. con may. inicial.
Ahora bien, coincidimos con Weckesser (2008) cuando apunta que el concepto
de comunidad es construido desde diferentes ámbitos de las ciencias sociales, que
no necesariamente se sustentan en los mismos principios ontológicos y episte-
mológicos. Podemos definirla, siguiendo a la misma investigadora, como “marco
socio-cultural a partir del cual un conjunto de sujetos construye significaciones
por medio de procesos de comunicación permanentes que implican conflictos y
consenso” (1990, p. 74).
1 Al respecto, coincidimos con Pilleux (2001) en que “el cultivo de las disciplinas tradicionales,
encasilladas en sus feudales reductos, se ha interrelacionado, dando origen al nacimiento
de interdisciplinas, entre ellas […] el análisis del discurso, […] sobre cuya definición no
siempre existe acuerdo. Una de las razones de que esto haya sucedido así es que el análisis
del discurso surgió y se ha desarrollado en diferentes ámbitos disciplinarios” (p. 143). En este
sentido, en el presente trabajo retomaremos definiciones elaboradas en diferentes campos de
estudio (sociolingüística, etnografía de la comunicación, semiótica, pragmática, cibercultura,
estudios culturales, etc.) de las que se apropia el análisis del discurso, surgido a partir del “giro
lingüístico”, como campo interdisciplinar (Haidar, 2000) y transdiciplinar (Van Dijk, 1985)
interesado en la interacción y en el lenguaje empleado en contextos diversos.
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De este modo, existe una íntima relación entre lengua e identidad, que ha de
manifestarse a través de las actitudes de los individuos de una comunidad hacia
esa lengua y sus usuarios.
Desde esta perspectiva, las actitudes lingüísticas tienen que ver con las lenguas
y con la identidad de los grupos que las manejan. La identidad, por su parte, es
aquello que permite diferenciar los modos a partir de los cuales los grupos se rela-
cionan por oposición o semejanza con otros grupos. Así, dentro del concepto de
identidad hay un lugar para la lengua porque una comunidad también se caracteriza
por la variedad o las variedades lingüísticas usadas en su seno.
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Una variedad lingüística puede ser interpretada, por tanto, como un rasgo
definitorio de la identidad. De ahí que las actitudes hacia los grupos con una
identidad determinada sean en parte actitudes hacia las variedades lingüísticas
usadas en esos grupos y hacia sus usuarios. Recordemos que en lingüística —en
aquella que se ocupa de los usos y los hablantes— se ha coincidido siempre acerca
de la dificultad que supone dictaminar si una variedad debe ser considerada como
lengua3, como dialecto4 o como habla5. No obstante, en este trabajo seguimos la
caracterización de variedades lingüísticas propuesta por Coseriu (1981), quien las
conceptualiza como diversidad de usos de una misma lengua a partir de la situación
comunicativa, geográfica o histórica en que se emplea y según el nivel de conoci-
miento lingüístico de quien la utiliza.
Así pues, en función de la variable que intervenga, distinguiremos cinco tipos
(Calsamiglia & Tusón, 2002): dialectales, geográficas o diatópicas (dialectos geográ-
ficos); socioculturales o diastráticas (niveles de lengua o sociolectos); situacionales,
funcionales o diafásicas (registros de lengua); históricas o diacrónicas6 (evolución
de la lengua) e individuales o de estilo (ideolectos).
A lo enunciado debemos agregar que, como explica el Diccionario de términos
claves de ele (2008), en los trabajos sobre variación lingüística se utiliza el término
variedad estándar para designar lo que es común y neutro en una lengua, esto es, la
lengua general no marcada por factores individuales o contextuales. Sin embargo,
3 Para Alvar (1961) una lengua es el sistema lingüístico del que se vale una comunidad hablante
y que se caracteriza por estar fuertemente diferenciado, por poseer un alto grado de nivelación,
por ser vehículo de una importante tradición literaria y, en ocasiones, por haberse impuesto a
sistemas lingüísticos de su mismo origen (p. 55).
4 Dialecto es, sin duda, un concepto controvertido. Alvar (1961) lo define como sistema de
signos desgajado de una lengua común, viva o desaparecida, normalmente con una concreta
delimitación geográfica, pero sin una fuerte diferenciación frente a otros de origen común. De
modo secundario, pueden llamarse dialectos a las estructuras lingüísticas, simultáneas a otras,
que no alcanzan la categoría de lengua (p. 57).
5 En un nivel inferior al del dialecto, referidos a realidades más concretas, estarían dos tipos
de variedades que Alvar (1961) denomina habla regional y habla local y que define así: “Habla
regional son las peculiares expresivas propias de una región determinada, cuando carezcan
de la coherencia que tiene el dialecto […] Habla local es la estructura lingüística de rasgos
poco diferenciados, pero con matices característicos dentro de la estructura regional a la que
pertenece y cuyos usos están delimitados a pequeñas circunstancias geográficas” (p. 60).
6 Si bien la variedad histórica o diacrónica no es consignada por las autoras, creemos que debe
incluirse, tal como lo propone Coseriu (1981).
recordemos que para Bourdieu (1985), la lengua estándar es la que crece con el Estado
en su génesis y en sus usos sociales legitimados. El mismo proceso de formación
del Estado es el que crea las condiciones para la constitución de un mercado lin-
güístico unificado, esencialmente normalizado y dominado por la lengua oficial.
Institución política e institución lingüística son así indisolubles —ya sea en los
mercados genéricos de la lengua oficial o en los mercados lingüísticos internos de
los diferentes campos (profesionales, académicos, laborales, artísticos, etc.), donde
se producen intercambios simbólicos sobre un espacio de poder concreto—. De
este modo, la lengua del Estado, transmitida a través de las instituciones (escuela,
administraciones públicas, normas de aceptación ciudadana), se convierte en la
norma teórica con la que se miden objetivamente todas las prácticas lingüísticas.
Es decir, la lengua estándar es el resultado concreto de la dominación política
reproducida constantemente a través de las instituciones, por lo que opera como el
instrumento simbólico de poder que regula las prácticas lingüísticas de una sociedad.
Sabemos, además, que los hablantes no emplean de la misma manera una
lengua, sino que lo hacen a partir de diferencias que vienen determinadas por sus
características particulares —lugar de nacimiento, formación cultural, edad, profe-
sión, etc.— y por las características del contexto de comunicación —relación con el
interlocutor, objetivo del mensaje, canal de comunicación, tiempo, etc.—.
En suma, una comunidad de habla posee rasgos lingüísticos en común (o
variedades) que le permiten reconocerse como grupo e identificarse como uno
diferente ante otras comunidades. De esta percepción de analogías y oposiciones
surge la identidad lingüística, entendida como la pertenencia a un grupo, basada en
el particular modo de hablar. Dicha identidad puede percibirse como positiva o
negativa, dependiendo de las actitudes que un individuo adopte frente a su variante
de habla o en relación con otras.
La sociolingüística reconoce en las actitudes lingüísticas un importante objeto
de estudio, ya que “lo que el hablante ingenuo piensa de su lengua es decisivo para
el funcionamiento de la misma” (Coseriu, 1991, p. 18). Siguiendo a López (1989),
concebimos la actitud lingüística como “la predisposición —motivada por creen-
cias que tienen un componente afectivo y otro cognitivo— a actuar, favorable o
desfavorablemente hacia una variedad determinada” (p. 231).
Finalmente, Moreno (1998) considera que:
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uso que de ella se hace en sociedad, y al hablar de “lengua” incluimos cualquier tipo de
variedad lingüística: actitudes hacia estilos diferentes, sociolectos diferentes, dialectos
diferentes o lenguas naturales diferentes. (Moreno, 1998, p. 179)
7 La escuela francesa de análisis del discurso asocia este concepto al de formación discursiva. En
este marco, una descripción ajustada de la dinámica de cualquier formación discursiva supone
atender no solo a los textos, sino también al factor institucional; en otras palabras: no puede
comprenderse estas formaciones sin la consideración previa de las instituciones donde aparecen
y por las que circulan (Maingueneau, 1984).
Por su parte, Bermúdez (2008) sostiene que se trata de un concepto que se re-
fiere a la estructura y funcionamiento de determinados grupos administradores de
discursos. En efecto, una comunidad discursiva se instaura en torno a la producción
de una serie de textos específicos que la componen. De esta manera, los discursos
elaborados por sus miembros garantizan su permanencia y cohesión y posibilitan
su existencia (véase Dardy, Ducard, & Maingueneau, 2002).
Al respecto, Swales (1990) entiende que para que esto ocurra debe reunir un
conjunto de propiedades, que se vinculan con las propuestas por Reyes (2009), a
saber: objetivos de público conocimiento; mecanismos de intercomunicación y de
participación empleados principalmente para retroalimentarse y proveer informa-
ción; uno o más géneros; léxico específico y miembros con un adecuado manejo
discursivo. Es decir, este tipo de comunidad obtiene su coherencia de la estabilidad
de sus prácticas textuales, que se construyen en espacios discursivos estructurados,
sin importar cuál sea la organización social y técnica de las instituciones que la
cobijan (véase Bermúdez, 2008).
Beacco (2004) propone una serie de descriptores para caracterizar estos agru-
pamientos sociales:
• Géneros discursivos usados tanto para la comunicación con el interior de la
comunidad como para la comunicación externa.
• Estatuto de mercancía de los textos generados en la comunidad.
• Estatuto (jerarquizado o no jerarquizado) y ubicación (interna o externa) de los
productores de textos, cuya función consiste en actualizar los géneros que circulan
dentro de los límites de la comunidad discursiva.
• Condiciones de acceso al estatuto de productor de textos, que viabilizan la
actualización de los géneros.
• Cadenas genéricas internas —conformadas por continuas producciones de
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8 Desde nuestra perspectiva, esta noción guarda estrecha relación con el concepto de grupo,
propuesto por Van Dijk (2003), en sus estudios sobre la ideología. Este se considera como un
colectivo de actores sociales con una ideología determinada que debe tener en común una
serie de criterios, como pertenencia (origen, aspecto, idioma, religión, títulos, etc.); actividades
en común (como en caso de los profesionales) y objetivos específicos. Al respecto, Van Dijk
enuncia: “Es indudable que la identificación con un grupo se manifiesta no solo en una
serie de prácticas sociales (como las actividades profesionales, discriminación, resistencia,
manifestaciones, etc.), sino también en representaciones sociales conjuntas a través de las
creencias y los valores comunes que se organizan a partir de ideologías subyacentes” (p. 45).
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densa, concierne a grupos en los que se vivencia una relación estrecha y afectiva
entre sus miembros, y presenta una memoria genealógica —montaje con suficientes
elementos ficticios que sirve de relato fundador—. Con la aparición de los estados
modernos, surge el segundo tipo, la comunidad imaginada, que se erige sobre la
idea de nación9, también ficcional, por cuanto efectúa una selección de aspectos
—lengua, cultura, orígenes territoriales, etc.— que se aprovechan para constituir
un grupo homogéneo sobre el que sustentar esta construcción. Esta última emplea
la memoria nacional —en ocasiones étnica— que subraya algunos acontecimientos
y oculta otros, filtra sucesos de la historia y los lee desde la óptica oficial (Fabietti,
1999, pp. 47-48).
Ahora bien, según el teórico inglés B. Anderson, toda comunidad, mayor a
una aldea primordial del contacto directo, es imaginada. Imaginada en el sentido
de que sus integrantes no llegarán nunca a conocerse entre ellos, pero aun así “en
la mente de cada uno vive la imagen de su comunión” (Anderson, 1993, p. 23). De
ahí que las comunidades no deban distinguirse por su falsedad o su legitimidad,
sino por el estilo con el que son imaginadas.
Las comunidades funcionan como artefactos culturales. No obstante, este ca-
rácter contingente, imaginado y de constructo histórico no debe hacernos perder
de vista el hecho de que en su constitución se ven implicados procesos materiales.
Como afirma Gómez (2001) —desde una perspectiva semiótica— solo es posible
“dar con” y “dar cuenta de” los imaginarios sociales10 en y a través de la materiali-
zación discursiva de esos imaginarios en textos concretos; esto es, en y a través de
representaciones efectivas (p. 198). Sin embargo, aun teniendo en cuenta la hete-
rogeneidad cultural de cualquier sociedad o grupo, acordamos con el antropólogo
Grimson (2001), en que existen experiencias históricas compartidas que constituyen
la base de sentidos comunes y también de ciertas prácticas cotidianas:
9 Recordemos que, como apunta Del Valle (2005), una nación se define discursivamente a
partir de una lista de elementos potencialmente constitutivos, de un menú de propiedades
identitarias (lengua, religión, tradiciones folclóricas, tradiciones sociales, narraciones
históricas, instituciones políticas, sistemas de leyes, etc.).
10 Baczko (1991) sostiene que los imaginarios sociales “son referencias específicas en el vasto
sistema simbólico que produce toda colectividad a través de las cuales ella se percibe, se
divide y elabora sus finalidades” (p. 256). Podríamos afirmar, entonces, que son un conjunto
de rasgos característicos de una comunidad que la diferencian de otras, puesto que “a través
de ellos, una colectividad designa su identidad elaborando una representación de sí misma;
marca la distribución de los papeles, las posiciones sociales y expresa e impone ciertas creencias
comunes” (Baczko, 1991, p. 256).
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Los sujetos integran un colectivo más o menos localizable con el cual com-
parten visiones de mundo, todo un universo de sentidos y prácticas. Es decir, en el
conglomerado de seres que habitan una comunidad se impone la poderosa creencia
social de que se posee una cultura homogénea que hace posible la existencia de una
supuesta esencialidad.
Aun así, entendemos que esa pretensión de homogeneidad cultural constituye
más una estrategia ficcional que una realidad verificable. Ningún grupo tiene una
identidad a modo de esencia. Las personas y los grupos se identifican de ciertas
maneras o de otras en contextos históricos específicos y en ámbitos de relaciones
sociales delimitados. Tal como asevera Grimson:
11 La voz virtual conlleva, por un lado, “una serie de implicaciones que relacionan la idea con un
tipo de tecnología para la diversión y el entretenimiento que la trivializan. Por otro, existe en
los usos populares de la palabra —en referencia, precisamente, a productos como internet, las
computadoras y los videojuegos—, una vinculación directa a la palabra real. De hecho, real
funciona como lo que podríamos llamar su opuesto semántico – pragmático, aunque Lévy
(1999) haya demostrado etimológicamente que esta oposición no es tal. Esto quiere decir que,
en los usos cotidianos y de sentido común, el término y el concepto de virtual se empareja con
su opuesto pragmático que es lo rea” (Mayans, 2002, pp. 233-234). No obstante, establecer una
dicotomía real/virtual no es adecuado más allá de una estrategia puramente metodológica que
solo sirve para diferenciar una variedad u otra de agrupamiento social (Yus, 2007, p. 31).
12 Fundada en California, fue una de las primeras comunidades virtuales. Su nombre es
un acrónimo conformado por las iniciales de la expresión Whole Earth ‘Lectronic Link,
normalmente abreviado como The well . Actualmente, sigue operando y cuenta con más
de 4 000 usuarios.
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[…] espacio común, físico o virtual, establecido para una serie de interacciones
que, sostenidas en el tiempo y mantenidas por una serie de individuos identificables
de alguna forma, generan intereses comunes, devienen en la confección de normas y
obligaciones de obligado cumplimiento, y fundan sentimientos de reciprocidad entre
sus integrantes. (Yus, 2007, p. 30)
[…] las comunidades virtuales son una nueva forma de relación social que se va
abriendo camino junto a las relaciones sociales que se establecen en el marco de las
comunidades del mundo real. En cierta forma, todos los usuarios de la red viven a la
vez en dos lugares. El mundo virtual se constituye y se experimenta como un espacio
que se superpone y acopla al espacio del mundo físico. (Orihuela, 2007, p. 79)
13 Rheingold (1996) describe los cambios que originó la CMC en tres niveles distintos, pero
fuertemente influyentes: cambio en el nivel cognitivo: como seres humanos, tenemos
percepciones, pensamientos y personalidades que son afectadas por las formas en que
utilizamos los medios y las tecnologías; cambio en el nivel de interacción persona a persona,
[...] no solo habito en mis comunidades virtuales; en la medida en que llevo sus
conversaciones en la cabeza y empiezo a mezclarlas con la vida real, las comunidades
virtuales también habitan en mi vida. He sido colonizado; mi sentido de la familia al
nivel más fundamental se ha virtualizado. (Rheingold, 1996, p. 26)
Por tanto, como sostiene el autor, “la gente en las comunidades virtuales hace
prácticamente todo lo que hace la gente en la vida real, pero dejando atrás sus
cuerpos” (p. 18).
Desde una óptica similar, para dar cuenta de la naturaleza real de la comuni-
dad, podemos argumentar, en consonancia con Vallespín (2009), que el carácter
de existencia real que revisten las comunidades virtuales se asienta en dos aspectos
centrales: la continuidad en el tiempo y la presencia de un grupo de individuos que
colaboran con esta tarea. Ambos elementos son fundamentales debido a que al
amalgamarse facilitan la interacción comunicativa.
En este punto, según el mismo autor, la aparición y consecuente influjo de las
redes sociales ha sido fundamental para la consolidación del halo de realidad pre-
sente en las comunidades virtuales. Esto gracias a que no resulta tan trascendente
una vivencia en sí misma, como el hecho de dejar constancia de ella en la web. A
propósito, Vallespín (2009) comenta:
donde se producen las relaciones, las amistades y las comunidades; cambio en el nivel político,
puesto que la política siempre es una combinación de comunicaciones y poder físico, y el
papel de los medio de comunicación entre la ciudadanía es importante en la política de las
sociedades democráticas.
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[…] no importa tanto la experiencia de algo, como la forma en la que esto será
plasmado después —mediante fotos o comentarios— en su página; y esto, la comu-
nicación de la experiencia, es anticipada en el mismo momento en el que es vivida.
[…] Al final, la vida tal y como la veníamos entendiendo es secundaria, lo primero y
fundamental es comunicarla. (Vallespín, 2009, p. 3)
No obstante, Yus (2007) lleva este razonamiento mucho más lejos, al sostener
que las comunidades físicas14 se han convertido hoy en virtualidades reales, mien-
tras que las comunidades virtuales son cada vez más reales en la vida cotidiana de
muchas personas de las sociedades desarrolladas (Yus, 2007, p. 35). En consecuen-
cia, estos modos de socialización representan una etapa más en la evolución de las
sociedades urbanas altamente tecnificadas15:
14 Terminología usada por el autor en remplazo de la palabra real, pues considera que las
comunidades virtuales son también reales.
15 Esta postura crítica es también asumida por el trabajo de Schuler (1996), quien supone que
“Las nuevas redes comunitarias basadas en redes informáticas son una innovación reciente,
dirigidas a ayudar a revitalizar, reforzar y expandir las redes comunitarias existentes, basadas
en las personas, de la misma manera en que anteriores innovaciones cívicas han ayudado
históricamente a las comunidades”.
16 A nuestro juicio, la postura crítica asumida por Yus, respecto a que el único factor que da
verdadera estabilidad a una comunidad puede hallarse en la mente de los usuarios, nos remite
a la línea de pensamiento de Van Dijk (2012), quien aplica los mismos criterios en su teoría
sociocognitiva del contexto.
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[…] solo puede ser concebida en función de la comunicación mediada por com-
putadoras, ya que es la interacción comunicativa la que la constituye. En ese sentido
podemos definirla como una comunidad constituida por discursos. Es una red que
construye su espacio fundamentalmente a partir de textos e imágenes. Es un caso
evidente de realidad discursiva, en donde los textos (mayoritariamente escritos) cons-
truyen identidades y realidades. (Noblia, 2000a, pp. 56-57)
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Por su parte, desde una postura epistemológica diferente, García (2001) efec-
túa una clasificación de las comunidades virtuales a partir de la consideración del
factor tipo de adhesión:
• Comunidad centrada en personas: la gente se reúne fundamentalmente para
disfrutar del placer de la mutua compañía. A esta clase pertenecen los chats,
donde los usuarios intercambian sus comentarios en tiempo real. Por naturaleza,
las relaciones que se gestan allí son bastante efímeras, por lo que no suelen tratarse
asuntos excesivamente transcendentales, ya que los mensajes permanecen en
pantalla durante algunos segundos, nada más.
• Comunidad centrada en temas: los individuos que la componen manifiestan
un interés concreto hacia algún tópico particular. Es decir, se congregan para
dialogar o para contribuir conjuntamente a la creación de un contenido o
proyecto específico. Los mensajes, al permanecer expuestos durante un tiempo
más prolongado, motivan a los participantes a leer y discutir las aportaciones
discursivas realizadas por otros miembros. Por estos mismos motivos, las
intervenciones son de mayor longitud e incluyen argumentaciones más razonadas.
• Comunidad centrada en acontecimientos: agrupación conformada por personas
interesadas en un acontecimiento particular: oyentes de un programa de radio
o comentaristas ocasionales de un periódico digital. A diferencia de los tipos
anteriores, los miembros coinciden en un momento determinado y pueden no
volver a interactuar en ninguna otra oportunidad.
Los visitantes son aquellos miembros cuya intervención es pasiva, pues se limi-
tan a deambular por la periferia de la comunidad y a observar lo que acontece en
ella sin tomar parte de las actividades que en su marco se llevan a cabo. En cambio,
los usuarios son quienes desarrollan una activa participación y se hacen visibles
en los lugares de debate o intercambio comunicativo. Al respecto, Burnett (2000)
diferencia entre conductas no interactivas —cuando la participación comunitaria se
reduce a leer documentos generados por sus miembros— y conductas interactivas
(cooperativas u hostiles) —cuando existe un envío de mensaje con la correspon-
diente lectura y respuesta a los mismos—.
Por su parte, el moderador es el integrante que se encarga de gobernar la co-
munidad. Es decir, desempeña la tarea de vigilar y garantizar el cumplimiento
de las normas de convivencia, a través de la revisión de los textos posteados. En
consecuencia, tiene la potestad de autorizar o denegar la publicación definitiva de
los comentarios esgrimidos por los miembros.
Finalmente, el webmaster es el responsable del diseño, edición y funcionamiento
de las interfaces o lugares de participación del sitio web, así como de la admisión
o expulsión de los usuarios registrados. En ocasiones, el moderador y la figura del
webmaster pueden coincidir en una misma persona.
Los recursos técnicos son las interfaces de acceso, los menús de navegación, los
botones y barras de opciones, los buscadores, las listas de registros, etc.; o sea, todo
el entorno gráfico que define los “lugares” de interacción de la comunidad.
Por último, las actividades son todos los intercambios comunicativos produ-
cidos entre los miembros de la comunidad: debate, participación en encuestas,
etc. También pueden considerarse como tal el proceso de registro y la promesa de
cumplimiento de las reglas de conducta fijadas por el moderador.
Conclusiones
Comunidad idiomática, lingüística, de habla, discursiva, interpretativa, de
escritura, de práctica, semiótica, imaginada, real, virtual son las variantes concep-
tuales que hemos reseñado en este trabajo, cuyo objetivo principal radicó en ofrecer
un compendio terminológico —presentado a modo de glosario comentado— a los
investigadores interesados en esta problemática.
En nuestro recorrido por la bibliografía teórica advertimos que cada uno de los
atributos acuñados en torno al concepto de comunidad focaliza el interés en rasgos
que no necesariamente son opuestos o contradictorios, sino que, por el contrario,
resultan complementarios y pueden arrojar luz, clarificando distintas aristas de un
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tópico central y recurrente para el campo de los estudios discursivos. En este senti-
do, por ejemplo, las investigaciones desarrolladas en este ámbito apelan a diferentes
nociones de comunidad para dar cuenta de géneros y prácticas discursivas diversas:
comunidad de habla, comunidad semiótica (discurso periodístico); comunidad
lingüística (discurso colonial); comunidad discursiva (discurso académico, reli-
gioso); comunidad de práctica, comunidad virtual (discurso digital); comunidad
imaginada (discurso histórico), etc.
Creemos que la naturaleza del corpus y las características del objeto de inves-
tigación son las variables que condicionan el empleo de una u otra de las variantes
conceptuales examinadas en estas páginas. No obstante, debemos reconocer que,
entre ellas, poseen mayor pertinencia la de comunidad de habla, heredera de la
tradición sociolingüística, la de comunidad discursiva, elaborada al interior del
análisis del discurso, y la de comunidad de práctica, cercana a la anterior, pero que
aporta como elemento diferenciador el hincapié en los vínculos interpersonales
entre pares, fuera de los límites institucionales, más que en el producto resultante
de ese proceso de interacción.
Por último, y sin ánimo de ofrecer definiciones homogéneas y unívocas, pero
convencidos de la necesidad de cerrar este panorama exploratorio con una caracte-
rización que estimamos apropiada para una didáctica de los estudios del discurso,
proponemos concebirla como:
Constructo sociocognitivo-cultural —regulado por pautas y normas conveni-
das, que generan derechos y obligaciones— conformado por un número variable
de sujetos que interactúan de forma sistemática —acordando o discrepando—,
a través del empleo recurrente de géneros discursivos diversos —producidos en
diferentes modos y soportes, por medio del uso intencional o intuitivo de estra-
tegias de interacción—, y en cuyo seno se adquieren y desarrollan competencias,
se asumen roles y papeles comunicativos, y se instauran y consolidan lazos vin-
culares de algún tipo.
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