03 Napolitano UP3 PST Grado Cero
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El primer registro de que disponemos, con una mención de la psicoterapia data de 1887.
Se trata de un artículo aparecido en la publicación inglesa Contemporary Review en la
cual la escritora y militante feminista irlandesa Frances Power Cobbe (1822-1904)
llama “procedimientos psicoterapéuticos” a los utilizados para la curación de males
anímicos por fuera de contextos religiosos (Pivnicki D., 1969). Hoy en día, más de
ciento veinte años después, contamos con unas cuatrocientas líneas psicoterapéuticas
reconocidas. Conforman todas juntas un suburbio inconcluso del jardín de los
senderos que se bifurcan. Las escuelas psi parecen compartir con algunos partidos de
izquierda la curiosidad de resultar regularmente divisibles por dos.
Podemos considerar el asunto un verdadero desquicio, un collage incoherente, una
bolsa de gatos. También podemos percibirlo como un panorama estimulante, si
logramos liberarnos de la presunción de que, seguramente, habrá entre las
cuatrocientas, una que detente la verdad, siendo las otras trescientas noventa y nueve
variedades del error. Podríamos, entonces, imaginar la sobreabundancia como
resultado de un fenómeno análogo a la diseminación redundante de las formas en la
Naturaleza: se trataría de diferentes maneras de llegar a todos lados, modos de hacer
accesible lo mismo a muchas personas en cualquier condición posible. La flor del cactus
en el desierto de Atacama y la orquídea en la selva del Amazonas, tan iguales y tan
diferentes.
De ser así, deberíamos poder responder dos preguntas. La primera es: ¿qué es lo que
hace que determinada práctica sea psicoterapia y otra no? La llamaremos la pregunta
acerca de la naturaleza de la psicoterapia. La segunda: ¿qué es lo que legitima una
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diferencia entre líneas psicoterapéuticas?, o aclarando un poco más, ¿qué tipo de
diferencia señala una variación genuina, que no es ni puro énfasis narcisístico, ni
desnaturalización del vínculo con la raíz? Llamaremos a esta la pregunta acerca de la
naturaleza de las psicoterapias.
En esta ficha intentaremos responder la primera de esas preguntas. La respuesta nos
enfrenta con el peligro dogmático. Una respuesta dogmática es aquella que montándose
sobre una verdad previa y exterior a la cuestión considerada, determina que algo es o no
es. Estamos acostumbrados a las respuestas dogmáticas en el ámbito de la psicoterapia,
donde demasiadas personas se muestran demasiado seguras acerca de asuntos
demasiado complejos. Intentaremos responder la pregunta, evitando el peligro
dogmático, con el auxilio de la fenomenología. Ella nos invita a seguir un camino, al
cabo del cual promete que se hará intuible lo esencial de aquello puesto a
consideración, sin apelar a categorías exteriores al asunto mismo, sino a partir de un
proceso similar a la destilación, capaz de brindar acceso a su esencia, a su fundamento.
Nos guiaremos por el análisis fenomenológico que hace Paul Ricoeur en su intento de
dilucidar la naturaleza del pensamiento freudiano (Ricoeur, P., 1978, trabajo original de
1965).
Para la segunda pregunta, la que interroga acerca de la naturaleza de las distintas líneas
psicoterapéuticas, no hallamos aún respuesta. Creemos poder señalar diferencias entre
escuelas de psicoterapia que, a nuestro parecer, no desnaturalizan su pertenencia al
hipotético tronco común, pero no nos resulta posible determinar la pauta que organiza
la respuesta. En términos de Bateson, parece posible distinguir diferencias, pero sin
acertar a comprender cuál es el tipo (en tanto categoría, metanivel) de diferencia en
cuestión.
Advirtiendo esa limitación, y apelando a la experiencia clínica y a la orientación de la
cátedra, brindaremos en las clases algunas precisiones, acerca del punto de desmarque
entre psicoanálisis y psicoterapias experienciales /constructivistas (humanísticas). Del
mismo modo esbozaremos algunas notas distintivas que otorgan identidad, relevancia
propia y operatividad específica a la psicoterapia gestáltica. Por lo demás, dedicaremos
la presente ficha a la primera pregunta aludida, esto es, lo que denominamos la
naturaleza de la psicoterapia.
No obstante, dejemos establecido que en ambas preguntas, y en cada una de ellas, queda
planteada una polaridad: la oscilación dialéctica entre lo único y lo múltiple en
psicoterapia. Esa es la polaridad que nos interesa interrogar en esta ficha.
1. La cuestión de la efectividad.
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2. La cuestión del lenguaje.
3. La cuestión de las relaciones entre lo conciente y lo inconciente.
4. La cuestión del vínculo terapéutico.
5. La cuestión a la que denominaremos la reiteración.
1. La cuestión de la efectividad
En primer lugar digamos que la tarea psicoterapéutica posee, entre otros criterios de
validación, uno inexcusable: el pragmático (aquello relativo a utilidad y resultados).
Esto significa que al ser una práctica social, encaminada hacia la resolución de alguna
situación diagnosticada como penosa, la mejor es la que resulta más efectiva para
lograr un cambio. La mejor medicina es la que cura. Diferenciemos tres conceptos,
eficacia, eficiencia y efectividad.
Eficacia: es la capacidad de alcanzar un fin buscado, sin reparar en los
medios utilizados.
Eficiencia: es la capacidad de alcanzar un fin utilizando el mejor medio. Por
ejemplo, si tengo que desinfectar una herida, aplicar una potente sustancia
cáustica sería muy eficaz, porque mataría todos los gérmenes, pero sería
muy poco eficiente porque dañaría también los tejidos del herido.
Efectividad: es la capacidad de alcanzar un fin utilizando el mejor medio
posible. En el ejemplo anterior, si la sustancia más eficiente para desinfectar
la herida cuesta un millón de dólares el litro, hará imposible el tratamiento,
es decir, será muy poco efectiva.
La efectividad señala una relación entre la eficacia y la eficiencia. Será más efectivo el
tratamiento que conduzca a la mejor superación del problema, de ser posible no sólo a
su alivio, con el menor costo posible. Cuando hablamos de costo no nos referimos sólo,
ni principalmente, al económico, sino al costo en tiempo, sufrimiento o adversidades
necesarias para llegar al fin buscado. Pero, dejemos claro, que si se trata de un
tratamiento, existe una meta, que es la cura, a la que se pretende arribar.
Es necesario que establezcamos nítidamente, en este punto, una salvedad. A una
psicoterapia alguien puede llegar en busca de un espacio de indagación o de crecimiento
personal, no de un tratamiento para una dolencia. También es posible arribar a un
proceso psicoterapéutico intentando superar una crisis vital. Es más, lo que comienza
siendo un tratamiento puede transformarse luego en una búsqueda de desarrollo de las
propias potencialidades, esto sucede a menudo. Esos son espacios genuinos,
especialmente promovidos y cultivados por las psicoterapias humanísticas. Allí no
corresponde referirse a objetivos. Lo que se abre en esos casos es un espacio de
exploración librado a su propio devenir, por lo que criterios provenientes de la
Medicina, como diagnóstico, pronóstico, eficacia o alta, carecen de sentido. No nos
ocuparemos en esta ficha de ese tipo de genuinas demandas psicoterapéuticas.
Elegiremos atenernos a delimitar la referencia de la psicoterapia al ámbito de lo que
entendemos, en términos de salud poblacional, como Salud Mental.
En ese marco acotado, la efectividad terapéutica surge como resultado de las
intersecciones múltiples entre el paciente, el terapeuta y el contexto social que los
sostiene, validando y legalizando la práctica. Sabemos, desde Levi-Strauss, que alguien
no es un gran médico porque cura a sus enfermos, sino que cura a sus enfermos porque
es un gran médico, a lo que el antropólogo agrega: “En efecto, es la actitud del grupo
antes que el ritmo de los fracasos y los éxitos, donde debe buscarse la verdadera razón
(de la eficacia)” (Levi-Strauss C., 1976, trabajo original de 1953).
Desde hace ya muchos años, definir con certeza la existencia y las características de la
eficacia psicoterapéutica ha sido una preocupación sostenida de los especialistas.
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Fueron, a mediados del siglo pasado, los creadores de psicoterapias alternativas al
modelo psicoanalítico dominante, los que primero sintieron la necesidad de establecer la
eficacia de sus tratamientos a través de la investigación empírica. Le corresponde a Carl
Rogers el privilegio de haber sido el pionero que en los ’40 inició esta línea de
investigación utilizando registros grabados de sesiones. Barkham ha establecido
claramente la existencia de cuatro períodos en las investigaciones sobre eficacia
terapéutica (Barkham, M. 1996, tomado de Lepper, G. y Riding, M. 2006):
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liminar, referido a la arquitectura (“Construir, Habitar, Pensar”), la dimensión
ontológica de esa preeminencia, al señalar que es necesario primero saber habitar, para
recién luego poder construir viviendas (Heidegger M, 2008, trabajo original de 1951).
La evolución y complejización progresivos de los conocimientos y procedimientos
involucrados, han hecho que estas actividades humanas, estos saberes prácticos,
apelaran por un lado al auxilio de conocimientos teóricos procedentes de determinadas
ciencias particulares, y por otro produjeran teoría desde el seno mismo de la práctica.
Es así que, por ejemplo, la Medicina puede utilizar distintas ciencias, Biología, Física,
Estadística, etc. para formalizar y ahondar sus conocimientos, a la vez que deviene
capaz, con los siglos de desarrollo, de producir conocimiento teórico propio. No
obstante, su raíz se mantiene ligada a la práctica y siempre sostendrá (al menos eso es
lo deseable), junto al despliegue científico-técnico, su condición de arte y oficio al
servicio de un fin valioso socialmente. La teoría, deseable, importante, insustituible en
niveles avanzados del desarrollo de una práctica, es, al decir de Claudio Naranjo, una
flor largamente madurada, pero nunca la raíz de una práctica (Naranjo C., 1990).
De igual manera la Psicoterapia puede apelar a la Psicología, a la Neurobiología, a la
Lingüística o a otras ciencias para desarrollar su condición. Siendo su antigüedad
mucho menor que la Medicina (podemos datarla en 1900, con la aparición de La
interpretación de los sueños), la producción de una Teoría de la Psicoterapia está aún en
sus inicios. Contamos con teorías desarrolladas por líneas o escuelas de psicoterapia,
pero no disponemos de un cuerpo teórico consolidado de algo que pudiéramos llamar
una teoría general del estado del arte. Va siendo hora de que algo así comience a
plasmarse2.
Un saber de primacía práctica intenta satisfacer, entonces, una necesidad social,
constituyendo así un propósito y, en ese trayecto, va construyendo un saber teórico. La
adquisición y transmisión de saber práctico involucra la participación muy activa de
disposiciones pertenecientes a lo que denominamos inconciente cognitivo, mediante los
procesos de aprendizaje implícito y conocimiento tácito (Reber A., 1993). Nos será fácil
comprender estos procesos si utilizamos el ejemplo de la adquisición de una habilidad
motriz como el montar una bicicleta. Aprendemos a hacer ajustes automáticos con las
manos y el cuerpo, logrando mantener el centro de gravedad por encima de las ruedas,
sin saber explicar cómo lo hacemos, o incluso mostrando ideas equivocadas al respecto.
Neil Carlson muestra en una divertida experiencia cómo un grupo de ciclistas explica en
palabras, de manera enteramente desacertada, el modo en que han superado
exitosamente, un momento atrás, un obstáculo (Carlson N., 1999). Se hace imposible
explicitar las reglas que gobiernan el procedimiento, aunque hayan podido ser
exitosamente aprendidas y aplicadas. Varios pasos más adelante del montar en bicicleta,
aunque siguiendo el mismo camino, se encuentran saberes prácticos mucho más
refinados, tales como son los aspectos técnicos ligados a tocar un instrumento musical,
cantar, dibujar, bailar, fabricar un violín o practicar psicoterapia. En estos casos se
expande la habilidad práctica, al sumársele la capacidad expresiva e interpretativa.
Dos elementos parecen resultar clave para la adquisición y transmisión de estas
habilidades: a) la observación atenta de los que ya son diestros junto con el deseo de
imitarlos; b) la percepción acertada de condiciones contextuales.
Algunos descubrimientos neurobiológicos aportan información enriquecedora acerca de
estos procesos. Conocemos desde hace algunos años la existencia de las “neuronas
espejo”. Estas mirror neurons son redes neuronales alojadas en la corteza premotora y
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A pesar del parentesco señalado, la Psicoterapia se diferencia de la Medicina por muchas razones
fundamentales, una de ellas es que incluye a pleno una cuestión de la cual el saber médico ha sabido
desentenderse: la subjetividad del terapeuta. Volveremos más tarde sobre ese punto.
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en el córtex parietal inferior, que se activan, tanto cuando se ejecuta un movimiento
determinado, como cuando se observa la ejecución de ese movimiento por otro. Se dice
entonces que esas neuronas “espejan” el movimiento del otro, tal como si el propio
sujeto lo estuviera haciendo. Se considera que el sistema cumple un importante papel en
la adquisición del lenguaje, la comprensión de las intenciones y la empatía, entre otros
acontecimientos de nuestra vida psíquica. Enfatizaría este dato el hecho que la
transmisión directa, de persona a persona, en contextos del tipo de la relación aprendiz-
maestro, sería la manera natural de adquirir complejos saberes prácticos. Incluiré en
este grupo de adquisiciones las transferidas a través del lenguaje gestual, tanto
propiamente corporal, como ligado a las inflexiones de la voz y la respiración.
Llamaremos a estas vastas y complejas configuraciones, solamente transmisibles
mediante la relación directa de persona a persona, actitudes, formas de estar en el
mundo, que devienen en una muy particular pedagogía (Naranjo C., 1990).
Se hace necesario a esta altura de la ficha, establecer una serie de distinciones, para
poder avanzar en nuestro desarrollo. Diferenciaremos tres dominios que muestran
superposiciones y divergencias que suelen inducir a confusión: Psicología,
Psicoanálisis y Psicoterapia.
La Psicología es una ciencia de observación que trata sobre hechos de conducta
(observables de manera directa) y procesos mentales (no observables de manera
directa). Es, por lo tanto, una disciplina de base empírica, cuyos métodos y criterios de
validación corresponden a los de ciencias como la Sociología o la Antropología, por
ejemplo.
El Psicoanálisis “es una ciencia de interpretación que versa sobre relaciones de sentido
entre los objetos sustituidos y los objetos originarios (y perdidos) de la pulsión”
(Ricoeur P., 1978). Vemos así que las dos disciplinas difieren desde el punto de partida,
tanto en cuanto al objeto como al método. Si a la primera la vinculamos con la
Sociología y la Antropología, al Psicoanálisis debemos referirlo, si buscamos sus
similitudes metodológicas y sus criterios de validación, a la Historia y a la Arqueología.
El Psicoanálisis es a la vez una teoría y un método. Una teoría sobre el psiquismo
inconciente y un método para indagarlo. En tanto método está esencialmente abierto, ya
que puede ser practicado en los dominios más variados, tal como ocurre con el método
de la física y la matemática después de Galileo y Descartes, con la dialéctica tras Hegel
y Marx o con la fenomenología desde Husserl (Levinas E., 2005, trabajo original de
1959).
La Psicoterapia, incluida la psicoterapia psicoanalítica, es una práctica social
perteneciente al campo de la Salud Mental, orientada hacia fines, socialmente valorados,
cuyos pilares constituyen el meollo de esta ficha. Para poder vincularla de manera
orgánica a la Psicología, el profesor de esta casa Serroni Copello propone cuatro
subcampos en que es posible dividir la Psicología cuando la consideramos en función de
los sistemas enunciativos que utiliza para atender a sus intereses y actividades (Serroni
Copello, 2003):
1. Psicología Básica: construcciones teóricas que describen, explican y predicen
hechos mentales y de conducta.
2. Psicotecnología: construcción y desarrollo de instrumentos de evaluación y de
intervención psicológica.
3. Psicopraxiología: construcción de diseños y procedimientos que hacen a la
praxis psicoterapéutica o psicoterapia propiamente dicha.
4. Epistemología psicológica: filosofía de la ciencia aplicada a la psicología.
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Por razones históricas y epistemológicas, el Psicoanálisis se halla en los inicios de todas
las prácticas psicoterapéuticas. Debe quedar claro que ni el Psicoanálisis ni la
Psicoterapia son capítulos particulares de una Psicología General. En todo caso, el
Psicoanálisis es una Psicología en sí mismo, y lo es de un modo muy particular. La
Psicoterapia, a su vez, se apoya en conocimientos provenientes de la Psicología Básica,
de la Psicotecnología y de un amplio arco teórico, que abarca desde el extremo
representado por las posiciones más pragmatistas (escuelas conductuales) hasta lo que
podríamos llamar el extremo subjetivo de la metafísica (Binswanger, las escuelas
ligadas al pensamiento de Buber). También recibe sustento de distintas ciencias
particulares (Neurociencias, Lingüística, Antropología, etc.). La ligazón metodológica
que vincula, según vimos hace unos momentos, el Psicoanálisis a la Historia y a la
Arqueología, también alcanza a la Psicoterapia. En efecto, hay preguntas que abarcan
cuestiones que son a la vez problemas a resolver y desafíos metodológicos, que resultan
comunes a la Historia como ciencia y a la Psicoterapia como práctica, por ejemplo:
¿Cómo establecer válidamente el vínculo entre acontecimientos discontinuos? ¿Qué
significa que dos acontecimientos significativos sean contemporáneos? ¿Qué criterios
de periodización utilizar y por qué? ¿Qué estratos de profundización están implicados
en este proceso que estamos trabajando? ¿Qué sistema de relaciones establecer entre los
distintos acontecimientos, períodos o momentos de una vida (sucesión, jerarquía,
determinación unívoca o bi-unívoca, causalidad circular, recursividad? ¿Cómo
significar las disrupciones? (Foucault, 2013).
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La psicoterapia se desarrolla en el lenguaje. No mediante el lenguaje, sino en el
lenguaje. Esto es así en tanto consideramos, no que poseemos un lenguaje, sino que
habitamos en su interior como el pez en el océano. El ámbito natural de esta práctica
es el universo simbólico del lenguajear, para usar el divertido neologismo de Maturana.
Los únicos hechos que maneja la psicoterapia son los comunicacionales (por lo tanto
siempre vinculares), ocupándose de aquello que los sucesos nos quieren decir. No nos
referimos solamente a la palabra hablada, sino también, al gesto, al síntoma orgánico, a
la plástica corporal, o al acto, que cobran sentido en el contexto psicoterapéutico, en
tanto significan algo. En ese significar, el lenguaje no sólo expresa un cierto contenido.
Debiéramos decir, sólo secundariamente expresa un cierto contenido, primariamente
configura la realidad, crea mundo. Hacemos nuestra, en ese sentido, la estrofa del
poema de Stefan George: “Ninguna cosa sea donde falta la palabra” (Heidegger M.,
1990, trabajo original de 1959). Ese significar es, para la psicoterapia, principalmente
lo que llamamos un significar de segundo orden. Lo comprenderemos mejor si lo
cotejamos con la actitud médica, ya que frente al síntoma, también al médico le interesa
comprender lo que los síntomas significan.
Consideremos un paciente que presenta el síntoma cefalea. Un médico querrá saber,
cuál es la presión arterial, querrá conocer el estado de la columna cervical, la agudeza
visual y muchos otros datos similares, para poder explicar el significado del síntoma
(por ejemplo, hipertensión arterial) e intervenir sobre ello. Si un psicoterapeuta debe
tomar parte del trataamiento, intentará comprender qué significa este síntoma, qué
quiere decir en este momento de la vida de esta persona este dolor de cabeza. En el
primer caso la explicación me llevará a discernir las causas del síntoma. En el segundo
caso la comprensión me dirige hacia los motivos de ese síntoma. Ahora bien, cuando me
posiciono como psicoterapeuta, esos motivos me son transmitidos por el síntoma como
una expresión lingüística, que de un primer sentido: “me duele la cabeza porque me ha
subido la presión arterial” remite a un segundo sentido al que hay que acceder tras el
trabajo de indagación psicoterapéutica, pongamos por caso: “estoy lleno de rabia e
impotencia tras la discusión con mi jefe”. En un muy complejo entramado, junto a las
causas médicamente discernibles, el enojo es motivo de la hipertensión arterial, así
como ésta es su forma de expresión. Ahora bien, las explicaciones causales se
encadenan según pasos lógicos discernibles, en una concatenación que muestra, la
mayor parte de las veces, un grado aceptable de predictibilidad. Por ejemplo, si veo
humo, sabré es una señal de fuego, que es su causa y que estará en algún lugar, aunque
todavía no lo vea. Del mismo modo, la cefalea es señal de la hipertensión arterial que es
su causa. En cambio los motivos se encadenan según pasos lógicos propios, que no son
discernibles por cadenas causales objetivas, sino que son derivados de
condicionamientos subjetivos. Por ejemplo, casi siempre la frustración es motivo de
enojo, pero podría suceder que a alguien la frustración lo llevara a tristeza o depresión.
La lógica allí es propia. La hipertensión arterial es, en nuestro ejemplo, en el contexto
psicoterapéutico, un hecho de lenguaje, el paciente comunica (y se comunica a sí
mismo) algo acerca de su acontecer íntimo, a través del síntoma. Visto así la cefalea es
un símbolo de la rabia e impotencia, así como su forma de expresión Se desprende,
claro, que será un propósito psicoterapéutico lograr una expresión más “sana” del enojo.
Seguimos a Paul Ricoeur al afirmar que estas expresiones de doble o múltiple sentido se
denominan símbolos y son, sin más, la materia prima del trabajo psicoterapéutico en el
lenguaje. El trabajo específico necesario para comprender el significado de las
expresiones lingüísticas de doble o múltiple sentido, los símbolos, se denomina
interpretación, y la ciencia que de antaño se ocupa de las reglas de la interpretación se
llama hermenéutica.
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Sabemos que la hermenéutica es la antigua ciencia que dicta las reglas a través de las
cuales se hace posible la interpretación, y así la comprensión, del significado de los
textos sagrados. Tal como desarrollamos en la clase sobre Ricoeur, además de este
sentido, tradicional de la hermenéutica, como camino hacia la revelación de lo sagrado,
el genio de Freud ha instaurado su lugar como el del ejercicio de la sospecha. Esto es,
la interpretación psicoanalítica inaugura un interpretar que no lo es de un sentido que se
revela en la medida en que nuestro entendimiento se haga merecedor de tal
acontecimiento, sino de un sentido deformado por un afán distorsionador previo a su
acceso a la conciencia. Es esa intención deformante la que actúa sobre un contenido
psíquico inaceptable hasta transformarlo en otro, símbolo de aquel primero, del que es
necesario sospechar para descubrir la verdad latente. Sostenemos que la actitud
hermenéutica es consustancial a toda psicoterapia. Sin embargo, la hermenéutica como
ejercicio excluyente de la sospecha es patrimonio propio del psicoanálisis. Es esta una
distinción particular que exige ciertas precisiones. Recurrimos a la siguiente cita de
Heidegger:
Heidegger sostiene aquí que la hermenéutica trae un mensaje. ¿De dónde lo trae? En
tanto mensajero de los dioses, Hermes aporta un conocimiento que proviene de un más
allá de lo humano. En tanto modestos psicoterapeutas, con las herramientas a nuestro
alcance, sólo podemos entrever que ese “más que humano” remite a un fondo fértil tras
las fronteras inmediatas de la conciencia. Algunos psicoterapeutas, como Jung,
mantuvieron respecto de las construcciones simbólicas de sus pacientes, una actitud
principalmente ligada a la revelación de un sentido que esos símbolos podían aportar a
la cura, más que a trabajarlos como impostores, encubridores de un sentido disimulado.
El método jungiano se aproxima más a la fenomenología de la religión que al
psicoanálisis. Sus constructos teóricos, tales como Inconciente Colectivo y Arquetipos,
han mostrado una natural apertura hacia la temática espiritual, no sólo desatendida sino
menospreciada por el freudismo. Las Psicologías que se llamaron Humanísticas,
fundadas por Abraham Maslow, también se orientaron nítidamente en ese sentido,
llevadas por su interés en comprender psicológicamente las posibilidades de desarrollo
del potencial humano. Se produce aquí una brecha, que se irá ampliando en el tiempo, a
partir de estas dos maneras de tratar el material simbólico que aparece en un proceso
psicoterapéutico. Por un lado la interpretación como ejercicio de la sospecha (Freud y
otras líneas del psicoanálisis). Por otro, la posibilidad de que la interpretación simbólica
lleve, además, a la revelación de un sentido más vasto, enriquecedor por su propio
contenido, más allá de señalar la presencia de un conflicto psicológico, y que sea
conducente a la cura (Jung y las psicoterapias llamadas Humanísticas). De todas formas,
debe quedar claro que son dos formas diferentes de vérselas con los símbolos, aunque
para ambas posiciones, el trabajo con el material simbólico forma parte de la esencia de
la práctica (este punto será ampliado en la ficha La psicoterapia en el cambio de
paradigma).
Surge aquí un punto polémico. Algunas líneas de psicoterapia, como el psicoanálisis, se
asientan claramente sobre el trabajo de la interpretación. Otras se distinguen llamándose
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a sí mismas “no interpretativas”, como suele autodefinirse, a veces, la psicoterapia
gestáltica. Nosotros sostenemos aquí una acepción amplia del término interpretar, en
tanto se trata del proceso de comprensión de las expresiones de doble o múltiple sentido
(símbolos), lo que denominábamos más arriba una significación de segundo orden.
Creemos que la interpretación, considerada en este sentido amplio, es una característica
inherente a toda psicoterapia, aún de aquellas que se autodenominan, según nuestro
criterio erróneamente, “no interpretativas”, ya que toda psicoterapia, para ser tal, se
apoya en lo que los sucesos (palabras, gestos, actitudes corporales, síntomas) significan,
quieren decir. Proponemos, entonces, la existencia de un espectro interpretativo, capaz
de abarcar:
La interpretación clásica freudiana, a cargo del analista.
La interpretación que adopta la forma de hipótesis de trabajo, cuyo
contenido se discute y elabora junto con el paciente.
La interpretación cuyo peso recae sobre el paciente, no sobre el
terapeuta, bajo la forma del awareness, darse cuenta o insight.
La interpretación que toma la forma de construcción de metáforas.
La interpretación que se despliega como construcción de narrativas o
procesos de resignificación.
Desde este último punto de vista es necesario señalar algunas elaboraciones recientes
dentro de la psicoterapia gestáltica, como las de Margherita Spagnuolo- Loebb que se
ubican explícitamente en el campo hermenéutico. La autora italiana abreva en los
trabajos de Hans George Gadamer, discípulo de Heidegger y maestro de Ricoeur, sobre
hermenéutica y narrativa personal (Spagnuolo-Loebb M., 2002).
Llegamos así a la siguiente característica:
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un fondo estructurado y multipotencial del cual emergen las figuras de la conciencia
(Perls), de su asimilación a una “caja negra” (Bateson), la noción de psiquismo
inconciente es el gran descubrimiento fundacional sin el cual no es posible concebir el
trabajo psicoterapéutico. Postularemos así, entonces, la siguiente característica:
5. Acerca de la reiteración
Una característica básica de todos los abordajes psicoterapéuticos es el lugar
ocupado por las diferentes formas en que opera la noción de reiteración. La primera
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y obvia reiteración está relacionada con el contrato serial que requiere el
tratamiento, en el cual se pautan intervalos regulares de encuentros denominados
ritualmente sesiones. En este nivel básico, nos hallamos con uno de los
componentes de lo que conocemos como encuadre (ver ficha correspondiente a
Formato y Encuadre en Psicoterapia). Si bien nos movemos en un espacio formal,
que podríamos denominar pre-terapéutico, no debemos olvidar que estas primeras
aproximaciones tienen contactos muy fundamentados con la esencia del proceso, y
hacen a las condiciones contextuales que transmiten, desde un registro no verbal,
importantes contenidos. Más allá de este aspecto formal, la reiteración posee
carácter propiamente terapéutico, dado que en una situación interactiva, las
reiteraciones promueven momentos de feed back, así como bucles recursivos.
Enrico Jones, en el desarrollo de su noción de interacción terapéutica como un
componente central del cambio psicológico en psicoterapia afirma que:
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Todo encuadre terapéutico utiliza la reiteración, vicisitud psíquica
buscada y también hallada sin buscarla, como un elemento crucial del
proceso psicoterapéutico.
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Bioenergética, Biosíntesis, Focusing; 22.- Programación
Neurolingüistica.
Bibliografía:
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20. Lacan J. El Seminario de Jacques Lacan: Libro 11; los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2006
21. Prochaska, J.O., Norcross, J.C., Systems of Psychotherapy, a
Transtheoretical Analysis. Cengage Learning, Stamford, 2014
22. Foucault, M. ¿Qué es usted profesor Foucault? Sobre la Arqueología y su
método, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013
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