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Universidad de la República

Facultad de Psicología

Trabajo monográfico

Producción de la criminalización de la
pobreza.

Cecilia Aldabalde

Montevideo, 30 de octubre de 2017

Tutora: Prof. Agr. Mag. María Ana Folle Chavannes

1
ÍNDICE

1. Resumen………………………………………………………………………………3

2. Introducción……………………………………………………………………………4

3. El asentamiento de un contexto habilitante………………………………………..5

4. Miedo como control social……………………………………………………………9

4.1 Construcción de un enemigo…………………………………………………..12

4.2 El papel de los medios masivos de comunicación…………………….….….15

4.3 De dónde vengo y a dónde voy………………………………………….…….18

5. Construcción de identidad y el papel de las ciencias sociales…………….……20

6. Reflexiones finales……….….............……………………………………………..24

7. Referencias bibliográficas……………………………………………………….….26

2
1. RESUMEN

El siguiente trabajo refiere al fenómeno de criminalización de un sector de la sociedad


que, debido a la perversión de un sistema económico, queda excluido y por fuera de los
márgenes productivos, en este sector es que se incluye la pobreza. El Estado pretende
controlarlo mediante variados mecanismos, uno de esos es la prisión masiva. Sumado
a esto, los medios de comunicación con sus propios intereses, intervienen en la escena
incentivando el sentimiento de inseguridad y venganza. De qué manera nos
involucramos en esta problemática y cómo nuestras acciones potencian o no esta
realidad es lo que propongo visibilizar.

PALABRAS CLAVE: Pobreza – Medios Masivos – Criminalización – Involucramiento.

3
2. INTRODUCCIÓN

El trabajo final de grado que me propongo realizar tiene como eje la teoría del miedo
como lazo y controlador social. Se trata de una monografía que revisa y analiza
información publicada sobre la temática y la expone desde una perspectiva crítica que
intenta dar cuenta de la pertinencia de las ciencias de lo social en el campo. Finalmente
intentaré llegar a alguna conclusión que me permita responder, o al menos, esclarecer
los cuestionamientos de los que parto. Asimismo, sé que se generarán nuevas
preguntas que dejarán abierta la puerta para seguir investigando.

A través de una estrategia de criminalización de la pobreza, se intenta tapar la realidad


política y económica de desigualdad. A partir de una necesidad económica del
capitalismo, es pertinente la creación de un enemigo que no es funcional al sistema
porque no entra en los parámetros de productividad, es diferente, y por lo tanto hay que
eliminarlo, en este caso el enemigo disfuncional es el pobre.

Basado en un proceso de estigmatización que excluye al joven de barrios periféricos


que se viste de determinada manera, escucha determinada música y no estudia ni
trabaja, la sociedad comienza a temerles generando un “ellos” peligroso que puede
atentar contra su seguridad, llegando así a justificar su encierro. La condena social
previa y posterior al acto delictivo (que puede ocurrir o no) es en parte la que determina
la potencia que tiene esta problemática en nuestra realidad. Me propongo así abordar
el término de proximidad pensándolo en base a este fenómeno de deshumanización de
un grupo social particular. Se crea un ellos que no es totalmente humano, se animaliza
y no lo reconocemos por lo que hay que reprimirlo o deshacernos del mismo. Los medios
masivos de comunicación juegan un papel muy importante en esta temática ya que son
quienes deciden, por el monopolio que tienen, qué noticias vemos y qué otras no, o qué
noticias son repetidas varias veces y cuáles otras son presentadas con menor
trascendencia. Se genera así una forma de ver el mundo, que influye en nuestra forma
de crear aliados o enemigos.

Las ciencias de lo social y las producciones subjetivas que producen, son enormemente
pertinentes en el pensamiento de nuevas metodologías y teorías para la creación de
perspectivas y alternativas que den cuenta de la inequidad social que produce estas
cuestiones y aporte a la formación de propuestas para tratar la problemática desde la
integralidad.

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3. EL ASENTAMIENTO DE UN CONTEXTO HABILITANTE

Vengo del basurero que este sistema dejó al costado,

Las leyes del mercado me convirtieron en funcional.

Agarrate Catalina

Para comenzar a abordar esta extensa temática, es menester situarnos, por lo que
intentaré hacer un raconto que dé cuenta la manera en que se fue gestando el modelo
neoliberal y de qué manera influye en la creación de un enemigo social al que hay que
eliminar.

Podemos decir que los últimos 25 años son cruciales para entender las nuevas
modalidades de relacionamiento con el otro que se han ido gestando en torno a las
desigualdades sociales que impulsa el capitalismo. En función del crecimiento de las
distancias sociales, se han generado nuevas representaciones en base al miedo al otro
(Svampa, M., 2006).

Lo propuesto por Wacquant (2010) ayuda a entender esta idea, ya que relaciona la
evolución de la penalidad en los países avanzados con el advenimiento del
neoliberalismo. Este proyecto ideológico y gubernamental apunta al libre mercado y la
responsabilidad individual, asimismo a la adopción de medidas punitivas contra la
delincuencia callejera y contra quienes quedan marginados de este nuevo modelo
económico que se afianza en el capital financializado y la flexibilización laboral.

El modelo neoliberal en América Latina se sostuvo sobre ciertos ejes, en primer lugar,
el cambio de las intervenciones estatales para con la sociedad a través de la
privatización de los bienes básicos y la desmejora de los servicios públicos como la
educación y la seguridad. Otro de los ejes tiene que ver con la progresiva destrucción
de las industrias nacionales debido a la privatización, lo que condujo a una economía
de exportación separada de la comunidad local. En términos más específicos, las
empresas multinacionales que abundan actualmente, son un resultado de esto. Lo
mencionado lleva al tercer eje, que tiene que ver con la transformación de la esfera
laboral mediante la desregulación y flexibilización de la misma, lo que dio lugar a la
informalidad y precariedad. Para hacer frente a esta realidad, el Estado tuvo que buscar
estrategias para sostener a quienes quedaban en esta franja por medio de la llamada
ayuda social con asistencia alimentaria y de vivienda, por ejemplo. El último eje tiene

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que ver con el control de la población que queda por fuera del nuevo sistema y lucha
contra el mismo, para el cual se apunta a un reforzamiento del sistema represivo
institucional (Svampa, M., 2006).

En relación al último punto mencionado, existen tres niveles que corresponden a


funciones interrelacionadas entre el Estado y el castigo, es decir que la acción de los
agentes ejecutivos tiene un propósito en cada estrato social. En el nivel más bajo busca
el encarcelamiento, con el fin de anular físicamente a quienes quedan por fuera de la
clase trabajadora. En el segundo nivel busca “(…) imponer la disciplina de la mano de
obra desocializada entre las fracciones establecidas del proletariado y el estrato
inseguro y en decadencia de la clase media (…)” (Wacquant, L., 2010, p.20). En la clase
alta, cumple la función simbólica de reforzar la autoridad del Estado, dividiendo a los
pobres merecedores de una reinserción a la sociedad a través de ciertas sanciones y
los que no lo merecen y deben ser excluidos para siempre. Se trata de una política de
criminalización estatal que responde a la pobreza que el mismo Estado promueve y se
da a través de dos modalidades. Por un lado, por medio de la transformación de los
servicios sociales en un medio de control y vigilancia de los usuarios, imponiendo
condiciones para su beneficio como la obligatoriedad escolar de los menores a cargo o
la aceptación de trabajos sin importar las condiciones o salario. Esto promueve la actitud
paternalista del Estado que, vigila de cerca a los ciudadanos más vulnerables
imponiéndoles sanciones si no se comportan como deben. La otra estrategia se trata
del encarcelamiento masivo, comprobable por las estadísticas (Wacquant, L., 2010).

Al fomentar esta falsa inseguridad, se muestra un problema de criminalidad o


intolerancia selectiva más específicamente, en vez de la base del problema real que es
político, basado en la inequidad social y económica. Se intenta ocultar la pobreza,
hacerla invisible quitándola de los espacios públicos, de manera que al no verla no sea
tenida en cuenta. Cabe cuestionarse dónde se deposita a esas personas que quedan
por fuera del sistema. En consonancia con esto, la Ley 19.120, llamada Ley de Faltas y
conservación y cuidado de los espacios públicos, creada en 2013 en nuestro país, apela
a la utilización del trabajo comunitario como pena de entre siete y treinta días para
aquellas personas que estén involucradas en disturbios de espectáculos públicos,
agravien u omitan asistencia a la autoridad, comercialicen entradas de espectáculos
públicos sin previa autorización, abusen de estupefacientes en lugares comunes y
generen problemas, entre otras (Poder Legislativo, 2013). La implementación de esta
ley impactó fuertemente ya que “Según el Ministerio del Interior, en cinco meses de
aplicación, la Ley de Faltas motivó 2.875 intervenciones policiales sobre 1648 personas”
(Paternain, R., 2014, p. 35). No sólo esto, sino que también se concentraron en ciertos

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barrios de la capital: Centro, Sur, Palermo, Tres Cruces, La Blanqueada, Parque Batlle,
Villa Dolores, Buceo, Cordón, Parque Rodó, Punta Carretas, Aguada, La Comercial y
Villa Muñoz. No es algo desconocido que en estas zonas es donde se encuentra la
mayor cantidad de población en situación de calle.

Se apunta a la justificación de la gestión policial sobre la pobreza que no gusta ver, la


que incomoda con sus disturbios y supuestos destrozos del espacio público, generando
un confuso sentimiento de inseguridad. Wacquant (2004) afirma,

Y con ella la retórica militar de la "guerra" al crimen y de la "reconquista" del espacio


público, que asimila a los delincuentes (reales o imaginarios), los sin techo, los
mendigos y otros marginales a invasores extranjeros -lo cual facilita la amalgama con
la inmigración, que siempre da réditos electorales-; en otras palabras, a elementos
alógenos que es imperativo evacuar del cuerpo social (p.32).
En este sentido, es menester tener en cuenta que la protesta social ha sido, en algún
punto, asimilado a un acto delictivo, por lo cual han aumentado los procesamientos a
militantes de grupos que pretenden la legitimación de ciertos reclamos. En esta línea va
el decreto emitido por presidencia en marzo de este año en nuestro país, que remite a
la preservación del uso de ciertos espacios públicos, indicando que "el Ministerio del
Interior dispondrá las medidas pertinentes a los efectos de preservar el uso público de
las calles, caminos o carreteras cuyo tránsito se pretenda obstaculizar o interrumpir por
personas, vehículos u objetos de cualquier naturaleza" (Ministerio del Interior, 2017,
párr. 10).

Latinoamérica ha devenido en el último tiempo con cambios en la escena política, más


precisamente hablamos del advenimiento de los gobiernos de izquierda. Cada uno con
sus particularidades e historia singular que los diferencia, pero uniéndose en la
construcción de un proyecto opuesto al del neoliberalismo. Sin embargo, en ese sentido,
esta etapa termina pareciéndose bastante a la anterior, fallando en su intento por
superarla. Como evidencia podemos plantear que en seis países de la región (Argentina,
Bolivia, Brasil, Ecuador, Venezuela y Uruguay) las tasas de encarcelamiento han
aumentado notoriamente durante este período. De acuerdo con lo explicitado por
Gonzalo Larrosa (Comunicación personal, octubre de 2017) en el marco de las clases
formativas de operadores penitenciarios en el Centro de Formación Penitenciaria
(CEFOPEN), hay 323 personas presas por cada 100.000 habitantes en nuestro país,
número que se incrementó en comparación con los datos arrojados por el I Censo
Nacional de Reclusos realizado en 2010.

Pero ¿qué es lo que sucede con este sistema para que ese número aumente tanto?
Una de las razones puede ser, “(…) la existencia de una hipertrofia o inflación de normas

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penales, que invaden campos de la vida social anteriormente no regulados por
sanciones penales” (Ghiringhelli de Azevedo, R. y Cifali, A. C., 2016, p. 39), es decir que
se comienzan a controlar la mayoría de los conflictos sociales por medio de faltas
penales. No se tiene en cuenta el impacto directo en el sistema penitenciario ni en el
efecto simbólico que produce, tampoco se busca como posibilidad para bajar los índices
de delitos, simplemente se busca una forma de contener el problema. De esta manera,
el porcentaje de prisión preventiva que hay en el país es enorme, con gran cantidad de
personas esperando una condena. En definitiva, asistimos a la legitimación de que una
clase social está por encima de otra y puede juzgarla en base a una escala de
peligrosidad infundada. Quienes no cumplen el rol de consumidores o trabajadores
quedan excluidos del sistema y pasan a ser el objetivo de la acción penal, que con el
aval del Estado transforma esta complejidad económica en un problema de seguridad
(Paternain, R., 2014).

Santos, Narbondo, Oyhantçabal y Gutiérrez (2013) afirman que,

“Desde Marx sabemos que la necesidad del capital de expandirse en escala ampliada
implica una extracción creciente de plusvalía, cuya consecuencia inevitable es la
reproducción de la pobreza absoluta (desempleo, marginación, informalidad, salarios
bajos, etcétera.) y/o de la pobreza relativa (concentración de la riqueza y
desigualdad)” (p.22).
Una economía dependiente y capitalista como la uruguaya, no escapa a esta tendencia,
si bien con sus particularidades ha logrado estabilizar ciertas consecuencias como el
estancamiento y la pobreza absoluta, sigue mostrando el mismo carácter.

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4. MIEDO COMO CONTROL SOCIAL

A la hora de ir a trabajar un leñador descubrió que le faltaba el hacha.

Observó a su vecino. El vecino tenía todo el aspecto de un ladrón de hachas.


Estaba claro: la mirada, los gestos, la manera de hablar.

Unos días después el leñador encontró el hacha que había perdido. Y cuando
volvió a observar a su vecino, comprobó que no se parecía para nada a un
ladrón de hachas, ni en la mirada, ni en los gestos, ni en la manera de hablar.

Eduardo Galeano

El miedo es una reacción natural ante el peligro (real o no) que atraviesa nuestro cuerpo,
mente y alma. Por lo que podemos entrar en un estado de ansiedad por una situación
ficticia o no que nos esté asustando. Por ser natural, el miedo es algo saludable ya que
nos puede prevenir de algo doloroso y nos prepara para actuar en base a ello, sin
embargo, cuando se nos va de las manos podemos perder el control de nuestras
acciones y pensamientos, lo cual puede llegar a ser peligroso.

Me interesa expandir este concepto al miedo al delito particularmente, cuestión que es


vivida frecuentemente en la actualidad. Autores como Romero, Salas, García y Luna
(2009:34) exponen una definición sociológica para el miedo al delito, al sugerir que es:

Producto de una construcción social basada, por una parte, en la forma como se
definen tanto las situaciones como los sujetos que pueden constituir amenaza, y por
otra en la forma como son vividas las situaciones de peligro de acuerdo a la
pertenencia en un estrato social, que determina la manera de enfrentar la cotidianidad
(Ovalles, A., 2010, p. 212).
Las personas van dando forma a un imaginario del miedo de acuerdo a sus procesos
históricos y culturales, así la población va construyendo la ciudad y su forma de
relacionarse con ella (Mena, Núñez-Vega, 2006).

Se da de manera frecuente el reclamo por seguridad desde ciertos sectores de la


sociedad que suelen ser los más empapados de esta construcción de inseguridad, esto
se traduce en su pedido de endurecimiento de penas, disminución de la edad de
imputabilidad, entre otros (Brodsky, P., 2014). Como ya se explicitó, los datos
contradicen este sentimiento ya que, en 2012 se publicaba que la población reclusa en
el país era de 9.346 personas, 8.695 hombres (93%) y 651 mujeres (7%). El 64% de los
mismos, no tenían condena, 3.316 estaban penados y del total 3.841 remitían a

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delincuentes o presuntos delincuentes primarios y 5005 reincidentes (53%)
(Berterretche, J. L., 2012). Se demuestra también que el gran porcentaje de las cárceles
del Uruguay (y también de otros países latinoamericanos como Argentina), está poblado
de “presuntos” delincuentes, es decir de personas que no tienen una condena
establecida.

A pesar de esta información, la inseguridad es vivida de manera muy presente en


nuestra población. Cada vez es mayor la percepción del miedo a la posibilidad de ser
víctima de un delito. Sumado a esto existe la idea de “puerta giratoria” sobre los centros
penitenciarios, la cual predica que de la misma manera en que el delincuente entra al
centro, sale al poco tiempo. Podemos asumir que la forma en que los medios masivos
de comunicación manejan este tema tiene que ver con esto.

Acordando con lo expuesto por Zaffaroni (2014):

Podemos hablar de la existencia de un efecto paradojal derivado de la contradicción


evidente entre la escasa probabilidad que los sujetos presencien una situación de
violencia en carne propia o en allegados y la cobertura mediática del delito que lo
torna omnipresente, el efecto de esta contradicción será la aparición de una
sensación de inseguridad que no tiene correlato empírico, sino que es una
construcción de tipo psicológico, una representación.
El miedo al delito está asociado a la percepción que como sociedad creamos del
fenómeno, lo cual tiene que ver con las políticas urbanísticas y la forma de transitar en
la ciudad. Esto sin dudas tiene que ver con el auge de la tecnología y los medios masivos
de comunicación. Todo es inmediato y vivido en “carne propia”, no hace falta haber
vivenciado un delito para poder ponerse en ese lugar y sentir ese temor; la subjetividad
es un potente factor en este sentido.

Considero esencial dejar en claro desde qué concepto de pobreza me posicionaré en


este artículo, para esto es necesario mostrarlo en sus distintas acepciones. Si lo
tomamos desde términos económicos, lo podemos definir como la no cobertura de
necesidades básicas.

Podemos decir que frecuentemente la pobreza se mide en torno a aspectos


cuantificables, básicamente monetarios. Se estima el costo de una canasta familiar y se
lo compara con los ingresos de las familias, de esta manera se define como pobre a la
familia cuyos ingresos sean menores al doble del monto fijado para acceder
mensualmente a una canasta, y como extrema pobreza a quienes su ingreso mensual
no sea mayor que el precio de una canasta (Hopenhayn, M., 2003).

Esta definición no tiene en cuenta consideraciones sobre identidad, libertad o proyecto


de vida, únicamente remite a los aspectos de supervivencia. Es así que hay elementos

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que aportan a la calidad de vida que no están contemplados, aquí entran la democracia,
el desarrollo de la cultura y la convivencia cotidiana. Pero, al mismo tiempo es
importante notar que estos sentidos están íntimamente conectados, quienes no tienen
sus necesidades básicas satisfechas difícilmente accedan a llevar adelante un plan de
vida que incluya la participación ciudadana plena. Desde la mirada del desarrollo
humano, la pobreza se entiende principalmente en términos de carencia de
posibilidades de personas y grupos para desarrollar plenamente las capacidades que le
permiten emprender sus proyectos de vida. Esto se entiende por el precario acceso a la
vivienda, un ingreso y consumo bajo, pocas oportunidades sociales, políticas y
laborales, bajos logros en materia educativa, acceso limitado a la atención en salud y
nutrición, entre otros. Esta conceptualización permite entender la pobreza como un
proceso que viven seres humanos como uno, sujetos a incontables variables,
relacionadas con falta de capacidades propias tanto como por restricciones impuestas
por el medio.

Amartya Sen (1992) propone un enfoque de capacidades y realizaciones que


posteriormente se asimiló a necesidades. Esto se traduce en que una persona es pobre
en tanto carece de capacidades para generar los recursos que le permitan llegar a un
nivel de vida y de consumo que satisfaga tanto las necesidades físicas básicas como la
participación en la sociedad. De esta manera, el concepto enlaza el área de los derechos
humanos para todos a la vez que apunta a la cobertura de las necesidades básicas
(Hopenhayn, M., 2003).

En resumen,

Hoy existe cierto consenso en que la pobreza es la privación de activos y


oportunidades esenciales a los que tienen derecho todos los seres humanos. En este
sentido la pobreza, en sus distintas formas, puede entenderse como falta de
realización de derechos, sean estos de primera generación (derechos civiles y
políticos) o de segunda generación (derechos económicos, sociales y culturales). De
modo que tanto la falta de libertades como de opciones de participación o
representación políticas, acceso a ingresos y empleo, uso de lenguas nativas,
afirmación de la identidad cultural, y acceso a educación y salud, son tanto carencias
de ciudadanía (entendida como titularidad de derechos) como formas de pobreza.
(…) En tanto realización de derechos exigibles, la asignación de estos recursos, tanto
materiales como simbólicos, deben hacer parte de la política pública, de la
responsabilidad del Estado, y deben concernir al conjunto de la sociedad
(Hopenhayn, M., 2003, p. 4).

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4.1 CONSTRUCCIÓN DE UN ENEMIGO

Si tomamos el código penal en su total extensión, notaremos que todos incurriríamos en


alguna falta por lo que todos deberíamos estar en prisión; al ser la capacidad de las
cárceles finita, al igual que los recursos con los que se cuenta, existe un sistema de
selectividad que elige a quién criminalizar. Esta selectividad del poder punitivo, se basa
en estereotipos, se selecciona a personas con características externas que respondan
a ciertos prejuicios negativos que tiene la sociedad y se justifican variados tipos de
violencia sobre quienes las poseen (Zaffaroni, E., 2012).

Según nuestras características se nos demandan determinados roles que asumimos e


internalizamos, así estas personas seleccionadas para criminalizar, tienen naturalizada
su habilidad para cometer delitos. Se trata de un soporte estigmatizante, el cual les da
una identidad y los hace comportarse de la manera que “los otros” esperan (Di Leo, P.
y Camarotti, A., 2007). La sociedad nos entrega una especie de máscara que se nos
retira si no cumplimos con las expectativas impuestas para la misma, por lo cual día a
día las personas nos esforzamos por comportarnos de acuerdo a ese personaje con el
fin de seguir perteneciendo a cierto lugar social.

Cito aquí las palabras de Carlos, uno de los jóvenes que cuenta sus vivencias en el libro
“Quiero escribir mi historia” (2013), “Y así me drogaba o salía a robar y hacía cosas que,
para mí, después en la cama, sólo, era una angustia total, y era consciente de eso”
(p.77). La estigmatización consiste en un proceso cotidiano de naturalización de las
diferencias entre individuos o grupos, que va marcando una distancia simbólica y, en
algunos casos, física, entre yo- nosotros y ellos- los otros. (Di Leo, P. y Camarotti, A.,
2013, p. 138).

Existen distintos tipos de delitos, así como de personas que se asocian a los mismos,
en nuestro país son considerados delitos contra la propiedad los hurtos, las rapiñas y
los daños, los mismos son frecuentemente asociados al uso de violencia. Estos delitos
suelen ser poco sofisticados y poco planeados, lo que facilita este proceso, así como
también genera que los barrios más vulnerables de las ciudades sean los elegidos para
criminalizar. Éstos son diferenciados de la estafa y extorsión, por ejemplo, que remiten
a los cometidos sin el uso de la fuerza. Suelen ser más sofisticados y pensados, así
como menos castigados, socialmente hablando, a pesar de que el daño material pueda
ser mayor que el generado en un hurto. Este tipo de delincuente tiene más herramientas,
así como mayores posibilidades de defenderse al momento de su detención por estar
asociado a un nivel socio económico más alto. Por otro lado, el delincuente considerado

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“tipo” que comete los delitos contra la propiedad es directamente relacionado con un
estereotipo que responde a la pobreza. En palabras de Tijoux (2002), “Parece normal
que personas de estratos superiores cometan delitos que corresponden al sector
socioeconómico del que provienen (…) también parece normal que sus fechorías no
sean “tan mal vistas” (p.8).

En los últimos años, se ha incrementado el número de procesos contra criminales de


cuello blanco, sin embargo, el perfil de la población carcelaria no ha cambiado
significativamente ya que sigue siendo caracterizada por con bajo grado de instrucción
e ingresos, que son encerrados por robo o tráfico de drogas, generalmente (Sozzo, M.,
2016). En consonancia con esto, en 2010 se realizó el I Censo Nacional de Reclusos
por el Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de la República en conjunto con el Ministerio del Interior, en el cual se
revelan ciertos datos a tener en cuenta sobre la población carcelaria. Para su análisis
se dividió a esta población en tres grupos teniendo en cuenta el tamaño de las
instituciones y el clima en cada una de ellas, en este caso prestaremos atención al grupo
3, conformado por las cárceles más grandes, con mayor cantidad de personas y menos
guardias por cada uno, como es el caso de COMCAR. Antes de proseguir, es importante
destacar que este censo está desactualizado ya que data de 2010 y varios de los centros
penitenciarios que fueron analizados en los grupos ya no existen, de cualquier manera,
por ser el único de estas características lo utilizo como insumo importante. Se desprende
de este estudio que la población carcelaria es mayoritariamente masculina y joven (entre
18 y 25 años). Un 24% de estas personas declaran estar viviendo en un asentamiento
al momento de su detención.

Más de la mitad de las personas privadas de libertad tiene la educación primaria


completa como máximo nivel educativo alcanzado. Adicionalmente, en el desempeño
de las competencias de lectoescritura, más de un cuarto de esta población autopercibe
que es “regular”, lo cual condiciona sus capacidades objetivas para resolver situaciones
de la vida cotidiana, incluyendo la tramitación de necesidades intrínsecas a su situación
de encierro como el seguimiento de su proceso penal, la posibilidad de dirimir tensiones
y conflictos de la vida intracarcelaria y la exigibilidad de sus derechos, entre otras
(Juanche y Di Palma, 2014, p. 29). Asistimos a una vulneración de derechos de este
sector de la sociedad que nos tiene a todos como cómplices y reproductores ya que
aceptamos como normal y justa su criminalización sin tener en cuenta estas cuestiones
de desigualdad.

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Hay un estereotipo de criminal creado y estigmatizado, principalmente por los medios
masivos de comunicación, que es el que me puede robar y hasta matar en cualquier
momento y sin razón. Podemos pensar así en lo propuesto por César González (2015)
de la cuestión estética de la inseguridad, constantemente diferentes entes privados o
públicos nos roban, pero sólo me molesta cuando lo hace un “negro villero”. Cabe hacer
aquí una breve reseña sobre César González, o Camilo Blajaquis, su nombre artístico.
Argentino de 28 años, nacido en el seno de una familia muy pobre en la Villa Carlos
Gardel (Morón), quien luego de un duro trayecto por las adicciones, robos y pasar por
el hospital debido a las heridas causadas en enfrentamientos con la policía, termina
cumpliendo una condena de 5 años por variados centros penitenciarios. En su camino
conoce a un tallerista que lo alienta a pensar sobre la desigualdad social y económica
como desencadenante de la violencia. Esto genera un despertar en él que le ayuda
plantear incomodidades e injusticias, hecho que le costó torturas y traslados, pero que
también le ayudaron a entender su realidad y la de muchos otros en su situación.
Seguidamente, a César se le ocurre comenzar con una revista donde publicar los textos
que escribía sobre esto. Así empieza su camino para difundir su discurso que responde
a la realidad marginada de muchas personas como él, que hoy ha llegado a estrenar
películas y libros (González, C., 2013).

Es importante mencionar que los intereses de la “víctima” del delito no son compatibles
con los del delincuente, se manifiestan como diametralmente opuestos, de esta manera
se da un pensamiento muy rígido que plantea que si me preocupo por el delincuente no
tengo lugar para pensar en la persona afectada. Estoy de un lado o del otro, no existe
un equilibrio que permita visualizar la realidad más completa. De esta manera es útil el
estigma hoy en día, castiga al delincuente por el hecho que cometió y al mismo tiempo
prepara a la comunidad, la alerta de ese peligro (Garland, D., 2001).

Poco a poco se va deshumanizando al delincuente, se le quita valor, se lo animaliza de


forma que no tengamos nada en común, de forma que no podamos “salvarlo” y por lo
tanto no quede más remedio que eliminarlo. Nos separa de tal manera que genera un
“ellos” diferente y para nada compatible con este “nosotros”. Es así que, como lo dice
Tijoux (2002), “El sufrimiento de los pobres se vuelve anecdótico” (p.180). Es tan rápido
el modo de manejar la información que permanentemente cambian los titulares
intentando mostrar uno y otro delito. De esta manera, se lleva a eliminar todo contexto
que pudiera rodear a este delincuente, y así no llegamos a conocer el testimonio y dolor
de las madres, de los amigos o de los hermanos de fusilados policiales. No son víctimas
funcionales al sistema, son de segunda categoría (Zaffaroni, E., 2014).

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De igual modo, en varias oportunidades en que han ocurrido catástrofes en centros
penitenciarios, la investigación ha iniciado buscando las causas en los mismos internos.
Es el famoso caso de la masacre del pabellón séptimo de la cárcel de Devoto donde
murieron 64 personas debido al fuego, humo y ametrallamientos (Cesaroni, C., 2013),
o en la cárcel de Rocha donde 12 personas resultaron fallecidas por un suceso similar.

Siguiendo a Brodsky (2014), esa dualidad nosotros/ellos que existe hoy, tiene un doble
efecto. Por un lado, construye al delincuente por fuera de la sociedad, una amenaza
externa, que no pertenece a nosotros. Por otro, nos hace generar empatía con la víctima
del delito, la cual queda colocada como inocente, buena ciudadana, generalmente
trabajadora y persona de “bien”. Incluso lleva a avalar la justicia por mano propia y
legitimar el accionar homicida de la policía, muchas veces impune, con el fin de controlar
el crimen y proteger a los ciudadanos “de bien”, apelando también a la falta de confianza
en el sistema jurídico que es visto como lento y favorable para la clase alta (Azevedo,
R., y Cifali, A. C., 2016).

Cuando el sujeto que está frente a nosotros muestra poseer alguna característica
negativa que lo vuelve diferente y peligroso, dejamos de verlo como una persona total
para minimizarlo y tratarlo como inferior. Para que esto suceda, el atributo debe ser
incompatible con nuestro estereotipo; así lo consideramos no totalmente humano, lo
cual justifica de cierta manera los distintos tipos de discriminación y exclusión que se
practican. “Construimos una teoría del estigma, una ideología para explicar su
inferioridad y dar cuenta del peligro que representa esa persona (…)” (Goffman, E.,
1970, p. 15).

En síntesis, podemos decir que hace más de una década estamos asistiendo a un
discurso que denuncia la presunta gran inseguridad que vive el país. Esto a través de
la premisa de que hay cada vez más delitos y que cada vez son más graves, un Estado
con agencias punitivas ineficientes (mito que asegura el sentimiento de desprotección
en los receptores) y, un delincuente tipo al que hay que eliminar para estar seguros.

4.2 EL PAPEL DE LOS MEDIOS MASIVOS DE COMUNICACIÓN

En todos los ámbitos de la vida conocemos a través de otro, ya sea persona, libro, radio,
televisión, internet, entre otros. Es así que incorporamos los mensajes que recibimos
como propios, como si fueran verdades, cuando en realidad hubo otro que seleccionó
qué mostrar y de qué forma hacerlo, es decir que elige el mensaje a dar. Suena muy

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obvio y sin embargo no es algo que solamos cuestionarnos. Usualmente olvidamos que
los medios de comunicación son empresas periodísticas con sus propios intereses
políticos e ideológicos además de económicos, y no sujetos neutrales o imparciales. Por
lo tanto, lo que vemos, escuchamos o leemos tiene un sentido orientado por dichos
intereses (Brodsky, P., 2014).

Tomaré el término Criminología Mediática de Eugenio Zaffaroni (2014), el cual indica


que una de las maneras de transmitir la palabra de la criminología es a través de los
medios masivos de comunicación. A través de la creación de la realidad de un grupo de
personas socialmente marcadas como decentes frente a un grupo de criminales,
identificados a través de un estereotipo generado que configura un ellos distinto al
nosotros y al cual hay que separar; se va generando un chivo expiatorio, una amenaza
externa.

El mensaje que se transmite hoy, a través de los medios principalmente, es que un


adolescente de un barrio humilde, ropa deportiva y piel oscura puede hacer lo mismo
que el que acaban de pasar en las noticias. No importa que no haya hecho nada, puede
llegar a hacerlo porque tiene las mismas características. Es así que se plantea una
imposibilidad de reconciliación con la sociedad y hay que separarlos de la misma o bien
eliminarlos. Para armar ese “ellos”, los medios eligen qué noticias mostrar y cuáles no.
Si el delito no fue cometido por una persona de este estereotipo, el mismo se minimiza,
sin embargo, si fue cometido por alguien que esté incluido en el “ellos” se repite varias
veces al día generando un deseo de venganza. Este deseo de venganza es un
sentimiento lógico al vernos enfrentados a una situación que consideramos injusta,
creemos que haciéndole un daño al responsable subsanaremos su acto, pero, cuando
el sentimiento se nos va de las manos, perdemos la capacidad de juzgar
conscientemente y por tanto perdemos credibilidad.

Nos encontramos con que muchas veces no existe lugar a la reflexión, ni siquiera a una
hipótesis en muchos casos, se cuentan los hechos como verdades y hay una condena
casi inmediata. Generan también los medios las representaciones sociales de lo que
preocupa o no a la sociedad en cuanto a temas de inseguridad, ya que por ejemplo los
accidentes viales o las muertes por violencia de género no son abordadas con el mismo
énfasis que la delincuencia en sí. Esto también da cuenta de lo fácilmente influenciables
que nos volvemos, no nos tomamos un momento para desnaturalizar y visibilizar la
realidad, simplemente digerimos lo que se nos da de la manera que se nos brinda
(Brodsky, P., 2014).

16
Utilizando un lenguaje simple, entendible por todos, y mostrando imágenes sin
contextualizar, se logra que un gran porcentaje de personas adhiera y crea una
criminología mediática. Este lenguaje es a su vez clasista y agresivo para construir al
criminal y la víctima, y nunca se utiliza de la misma forma para los ricos y poderosos en
delito, según lo investigado por Rincón y Rey tomado por Brodsky (2014).

Como expresa César González (2017),

Que está mal que un pibe se robe un celular, pero los Panama Papers y todo eso no
es robo, es corrupción. Ya son palabras diferentes. Los corruptos son gente que...
bueno, cometieron un errorcito; en cambio, el ladrón ya es un monstruo.

El acto delictivo hoy en día es visto como la ruptura del pacto social, como un ataque
del autor hacia la sociedad. Esto genera que rápidamente se torne un problema de
afectación social y así, el interés se vuelva público. Esto genera un fenómeno que se
viene dando desde hace algunos años en la región, que tiene que ver con que algunos
hechos o información, que debería ser mantenida en privado para la investigación
correspondiente, salga a la luz y pueda ser accesible para todos. Un ejemplo es el caso
del servicio lanzado por el Ministerio del Interior en 2015 llamado “Tu cara me suena”,
el cual tiene como objetivo “permitir que la población acceda a las imágenes de quienes
resultaron procesados con prisión y cuentan con antecedentes penales, a efectos de
poder identificar posibles responsables de la comisión de delitos contra su persona”. Lo
que genera este tipo de prestaciones es un gran estigma en la persona, que no logra
salirse de la etiqueta de delincuente, lo que acorta o elimina sus posibilidades de
inserción tanto laboral como social. Siguiendo esta línea, pareciera no haber límites para
la televisión que transmite verdaderos “reality shows” como el caso de Policías en
acción, en el que se cubren diferentes delitos en vivo y se entrevista a los presuntos
actores, generando para esas personas cierto acoso mediático, escudándose en el
derecho a informar (Brodsky, P., 2014). Los medios masivos de comunicación dedican
cada vez más recursos a la cobertura de noticias policiales. Esto se ve en algún punto
también reflejado en la industria cultural norteamericana, que ha tenido un auge de
series de ficción del estilo de CSI (Investigación de la escena del crimen).

Existen canales de televisión que transmiten noticias las 24 horas del día, muchas veces
repitiendo en varias oportunidades la misma noticia, este suele ser el caso de delitos
graves, por ejemplo, algún homicidio que sacuda a la sociedad. No tiene por qué ser un
caso extremo, pero sí se busca amplificar cada detalle de manera que lo parezca.
Tampoco quiere decir que haya tantos crímenes por día para cubrir un día entero de
noticias, lo que sucede es que al transmitir la misma noticia varias veces al día se genera

17
una sensación de amenaza permanente, así como un sentimiento de empatía con la
víctima que suele ser perfilada como semejante al televidente (Zaffaroni, E., 2014).

4.3 DE DÓNDE VENGO Y A DÓNDE VOY

El temor del que venimos hablando genera modificaciones en la vida cotidiana de las
personas con el fin de sentirse más seguras. Vemos casas enrejadas, sistemas de
alarmas y video vigilancia, guardias de seguridad, grupos de “vecinos en alerta”, el
menor uso de efectivo y joyas, entre otras conductas. Asimismo, cambia la forma en que
la ciudad es vivida, lugares públicos que ya no son considerados seguros, ciertos barrios
de la periferia nombrados como “zona roja”, concepto creado por el resto de nosotros,
que no habitamos allí y llamamos asentamientos a lugares que son barrios. Con
respecto a estos cambios de forma de vivir la ciudad, me cuestiono por sus habitantes
y sus vivencias. En cuanto a lo investigado, en estos casos el barrio puede ser sentido
tanto como un lugar que les da identidad y pertenencia y al que hay que proteger, así
como un símbolo de exclusión por tratarse de un barrio periférico, por lo cual, para
conseguir un trabajo, por ejemplo, tengan que mentir.

La experiencia cuando los jóvenes salen de sus barrios, generalmente marginados, a


espacios públicos, es de discriminación, a través de un trato diferente y perjudicial,
generalmente por cuestiones estéticas, ya sea el color de su piel, su país de procedencia
o la manera de usar el pelo; también influye la indumentaria que eligen (ropa deportiva,
gorro de visera y championes). Esto se traduce en que algunos lugares se “reserven el
derecho de exclusión”, que alguien se cruce de vereda, o simplemente la no existencia
del contacto visual. Algo importante a destacar es que estas situaciones son repetidas,
generadas por adultos referentes que pueden ser agentes de instituciones estatales,
como por ejemplo un docente, un doctor o agentes policiales. Estos episodios también
se dan en el ámbito de la vida privada al momento de establecer relaciones con
personas ajenas al barrio. Justamente en los barrios habitados por la clase media- alta,
este estereotipo de personas es el asociado a la delincuencia e inseguridad por lo que
la segregación es aún más notoria.

La estigmatización de clases puede generar la pérdida de identificación con el lugar de


residencia y, de esta manera, la posibilidad de lucha colectiva de los pobres sobre el
sistema y las fuerzas que actúan sobre ellos. Teniendo en cuenta lo mencionado por
Wacquant (2006),

18
“(…) cuando un área ha sido muy estigmatizada, las personas no se identifican con
ella, no se sienten ligadas con otros, quieren evitar el estigma y se lo pasan unos a
otros. Este fenómeno crea distancia social entre los residentes, crea desconfianza
social y socava la posibilidad de la solidaridad (…)” (párr.13).

En resumen, la pertenencia a un barrio puede ser el lugar de desarrollo más amplio para
la persona, ya sea por la gente, la familia, los ámbitos recreativos que allí hay, entre
otros. Por otro lado, puede actuar como una barrera a la hora de integrarse con el
“afuera”. En este sentido es muy importante la participación de las instituciones que
trabajan en los distintos barrios ya que son quienes intentan generar esos lazos entre el
adentro y el afuera para lograr posibilidades.

19
5. CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDAD Y EL PAPEL DE LAS CIENCIAS
SOCIALES

Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo,
no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de
Alí Babá.

Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y, al fin y


al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única
manera de probar que la realidad es transformable.

Eduardo Galeano

Entendiendo que el hombre es un ser social, es decir que se construye en la interacción


con el otro, resulta inevitable hablar de la comunicación como mecanismo básico para
la construcción de la vida en sociedad y del mismo modo para trabajar en esta área. Por
medio de la transmisión de mensajes utilizando códigos comunes entre una población
es que se da este proceso. No sólo esto, sino que también existe un sistema de
expectativas de acuerdo a la configuración social en que los actores se encuentran.

La identidad es entendida como una realidad configurada a través de los discursos. Los
distintos actores sociales, Estado, medios masivos, la sociedad toda; ejercen su propio
control en tanto que operan clasificando, ordenando y distribuyendo aquellas realidades
que configuran, determinando el comportamiento de las personas en tanto que
construyen las limitaciones y obligaciones de éstas. En este sentido, se da vida a una
identidad, se crea una imagen, un estereotipo de delincuente capaz de cometer los
delitos de los que se habla en los noticieros, de manera que el receptor no se cuestione
otra posibilidad (Cubells, J., 2004).

En esta línea puntualiza Giorgi:


Por su parte el lenguaje –que nunca es neutro sino que condensa significados opera
como vehículo de las depositaciones y asigna lugares en el Universo simbólico de la
cultura de referencia. Términos como excluido, marginado, vulnerable, infractor, “de
riesgo” constituyen verdaderas “operaciones discursivas” a través de las cuales se
imponen posturas acerca de la problemática social básica, incidiendo en la dinámica
de asunción – adjudicación de roles y lugares sociales. Estas expresiones se
contraponen a otras: trabajador, ciudadano, sujeto de derecho, entablándose una
auténtica “disputa de significados” que da cuenta del conflicto y las diversas
posiciones de los operadores en relación a él. La introyección de la desvalorización,
la ausencia de experiencias que aporten matrices organizativas, la fragilidad

20
identitaria, la ausencia de proyecto “hacen difícil” –como dice R. Castel – “hablar en
nombre propio” (2006, p. 4).
Tomaré lo trabajado por Axel Honneth, tomado por Di Leo y Camarotti (2013), en cuanto
a los procesos de construcción de identidad de los sujetos. Las personas necesitan del
reconocimiento del otro permanente para poder fabricar su identidad; sucede que la
negación de este reconocimiento lleva al individuo a manifestarse contra eso y, en
algunos casos a generar un sentimiento de inexistencia. Las formas de reconocimiento
que él identifica son tres:

1. Afectivo o amor, refiere al reconocimiento en las relaciones cara a cara


(familia, amigos, vecinos). Conforman la base de la autoconfianza y los procesos
de subjetivación. Su negación se pone de manifiesto en la violencia física o
psicológica.
2. Jurídico- Moral, refiere a la lucha de las personas por ser portadoras de
los mismos derechos que el resto. Su negación sería justamente la negación de
estos derechos que se traduce en la destrucción del autorrespeto.
3. Ético- social o solidaridad, refiere a la construcción de la autoestima. Está
marcado por la lucha contra los discursos sociales que cargan negativa y
peligrosamente ciertas actividades y maneras de vivir.

Siguiendo en esta línea, a través de las interacciones que los individuos generan entre
sí, de manera dinámica se va construyendo el self o la conciencia de cada uno. “(…) La
identidad es un proceso de negociación y ajuste que conforma la construcción de la
intersubjetividad y el mundo de significados compartidos. La identidad, así entonces,
requiere de la interacción para ser definida y negociada” (Rizo, M., 2004, p.56).

Sumado a esto, se indican distintos regímenes de interacción que se han dado a lo largo
de la historia. En el caso de la modernidad, prima una “expresión de las diferencias y de
su reconocimiento público”. Estos regímenes son vividos de distintas maneras en cada
contexto histórico- social y, repercuten en la forma que construimos nuestras
experiencias. No debemos olvidar los tipos de violencia a los que se enfrenta
frecuentemente un individuo que proviene de un barrio popular. Las experiencias vividas
por los jóvenes principalmente en su infancia y adolescencia, tienen que ver con
abandono, violencia física, abuso sexual y privación de necesidades básicas (Di Leo,
2013). Enlazando las categorías de Honneth, cuando un niño vive estas situaciones
con alguien tan importante en el proceso de individuación, vive la negación del lazo de
dependencia, la negación para la construcción de su seguridad. Estos jóvenes que han
sufrido estos casos, ha tenido que buscar otros soportes existenciales para sortear estas

21
fallas; ejemplo de esto pueden ser los fuertes vínculos con docentes, referentes de
iglesias, otros familiares, o mismo en la maternidad o paternidad temprana que suele
ser vivida como refugio afectivo. Por otro lado, las adicciones también pueden actuar de
refugio.

Es relevante tener en cuenta que frente a los procesos de vulnerabilidad que viven
muchos de los jóvenes con las características mencionadas, el Estado participa como
aval, ya que la actuación de agentes estatales no es de lo más presente en estos casos,
únicamente la escuela en determinadas ocasiones, actúa como detector y mediador de
estas situaciones. Es decir que, por omisión, el Estado es cómplice.

En tanto que la interacción comunicativa pone en juego sentidos, experiencias, objetivos


y características de cada uno, se genera un proceso de afectación recíproca. En este
sentido es importante que todos como ciudadanos, pero principalmente los
profesionales del área social, reflexionemos sobre los aspectos que nuestra práctica
incluye. Esto hace referencia a la función didáctica, la función social, la función
liberadora, la función crítica y la función creadora de métodos y de explicaciones. La
psicología social adopta un enfoque para estudiar la identidad que trata a la
comunicación como el proceso mediante el cual el individuo toma consciencia de sí
mismo. Nuestro self es capaz, a través de la reflexión inconsciente, de ponerse en el
lugar del otro y actuar como lo haría el otro. Para Mead (1959, p. 184-185), “sólo
asumiendo el papel de otros somos capaces de volver a nosotros mismos”, lo cual nos
lleva a remarcar, una vez más, la total interdependencia entre la identidad y la alteridad”
(Rizo, M., 2004, p. 62).

Adhiero como recurso para trabajar en esta problemática, a la metáfora del


involucramiento como forma de transformar la realidad. Se trata de pensarse como
profesional como parte de la situación- problema, hacerse parte del escenario social que
investigamos. Nos lleva, en cierto modo, a participar de igual manera que los demás
actores, sólo que contando con herramientas y vocación diferentes; teniendo una mirada
que ocupa un lugar en el campo. Intentando responder cuestionamientos sobre nuestro
recorrido para terminar implicados en esa temática, o la función que juega la psicología
allí y la pertinencia de la institución que me ampara. “Es cuestionarse sobre la posición
que uno ocupa en el estado de las cosas relativo al campo- tema y en los cambios que
le acontecen” (Martínez, A., 2014, p. 18). Tiene que ver con hacerse cargo, con
involucrarse de tal forma que tomo conciencia del papel que juego allí, pero no desde
una perspectiva exterior y ajeno si no que estando envuelto en el mismo campo.

22
En este sentido es esencial la capacidad del actor para entender al mundo social y a sí
mismo como dinámico y cambiante y poder actuar en él con estas condiciones, y no
como la creencia de un conocimiento absoluto y predeterminado. Participar más bien en
una práctica social que se desarrolle con los encuentros, dándole lugar a la singularidad
y subjetividad, haciendo de la escucha, la mirada y la palabra, elementos esenciales.

Desde esta perspectiva no se apunta a universalizar resultados, sino que a respetar las
particularidades y condiciones de cada espacio sin querer corregir o evaluar para
cambiar. Se trata de involucrarse en la generación de coaliciones que aporten en la
búsqueda de la formación de conocimiento, habilidades y deseos.

23
6. REFLEXIONES FINALES

Mucha gente pequeña, en lugares pequeños,

haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mudo.

Eduardo Galeano

El objetivo que plantea este trabajo monográfico es revisar la realidad actual en cuanto
a la situación delictiva de nuestro país, indagando las distintas áreas que la misma
incluye. Esto es, las estadísticas reales que existen del crimen, quienes son los
acusados de cometerlos, sus realidades de vida y cómo la sociedad reacciona a este
fenómeno. Luego de realizar este recorrido, es menester puntualizar algunos elementos,
en primer lugar, que el sentimiento de inseguridad vivido por gran parte de la población
no tiene una justificación real en virtud de las evidencias, sin embargo, los medios
masivos de comunicación apoyan esa idea generando una realidad paralela que
condiciona nuestro día a día. De esta manera, comenzamos a actuar con cierta paranoia
respecto a un personaje peligroso, protagonizado por los jóvenes de barrios periféricos
de piel oscura, que no estudian ni trabajan y suelen vestirse con ropa deportiva, es el
estereotipo de persona que puede atentar contra mi seguridad.

Pensar la problemática sólo desde esta perspectiva que divide a la sociedad entre
“buenos” y “malos” y apunta a proteger a un sector, no permite visualizar el problema en
todo su esplendor. Las soluciones que hasta ahora se han planteado tienen que ver con
la eliminación de ese “ellos” ajeno a la sociedad, mediante el reforzamiento de las
lógicas de castigo, llevándonos a una realidad carcelaria fuera de serie que no soluciona
el problema, sino que lo agudiza.

Propongo entonces, que comencemos por aceptar que ésta es una problemática social
que nos incluye a todos y de la que todos somos responsables, nos atraviesa sin
distinción de alguna u otra manera. Por lo tanto, es necesario realizar un movimiento al
momento de pensar nuestra realidad y la del otro, pensar en cómo las condiciones
sociales habilitan o no ciertas realidades y así ciertas consecuencias, pensar más
específicamente en las causas estructurales que generan la criminalidad.

La única forma de transformar la realidad es en el trabajo con el otro, reconociéndolo


como semejante. Esto no quiere decir homogeneizar la sociedad, se trata de
registrarnos a todos, sin excepción, como sujetos de derecho real en esta sociedad a

24
través de la generación de instancias que promuevan el empoderamiento y
conocimiento, para que así todos tengamos la posibilidad de elegir. Promover el
pensamiento crítico ayuda a reconocer nuestra realidad y sus atravesamientos, para
poder así pararnos desde la autonomía. Llevándolo a la situación de la población
estigmatizada que se toma en este trabajo, este punto toma mayor fuerza, ya que son
los más desprovistos de estas cualidades. La búsqueda debe ser sobre la crítica a la
naturalización de ciertos aspectos que forman parte de su vida como los procesos de
dominación a los que se han visto sometidos repetidamente, así como promoviendo la
diversidad y la otredad como algo valioso.

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