Levin S. (2018) - Algunas Puntuaciones Insoslayables (Pp. 139-151) - EUDEBA.

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Algunas puntuaciones insoslayables

De la propuesta de paradigma surgida junto al DSM III


surgen múltiples líneas de análisis. Agotarlas sería una ta-
rea imposible. Planteo a continuación algunas de ellas, con
intención de alimentar y complejizar el aparato argumental
que he venido desarrollando hasta aquí.

Grietas por las que falla la propuesta


paradigmática

Con anterioridad se mencionaron tres grietas por las que


falla la propuesta biorreduccionista que venimos analizando,
y las tres se refieren a la farmacología: la eficacia, la resis-
tencia y la metodología del ECC. Son solo tres entre varias,
pero son las que elijo para ilustrar el fenómeno desde dentro
mismo de la propuesta biorreduccionista. ¿Cómo puede ser
que lo que se observa en la experimentación no suceda en
nuestra clínica? ¿Somos nosotros, los clínicos, los que estamos
equivocados, o hay algo que no funciona tal como prevén los
textos de la especialidad, y como se propala en los congresos
una y otra vez?
Mirando el paradigma desde adentro, encontramos ano-
malías diversas. Un número importante de pacientes que no
responde a la farmacoterapia; otro tanto, difícil de calcular,
no logra recuperar su estado anterior –es decir, se logra cierta
respuesta pero no una recuperación del estado de salud–, y hay
diseños de investigación clínica que poco reflejan al paciente

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Santiago A. Levín

real, ese que nos consulta diariamente y cuyas conclusiones


son, por lo tanto, de aplicación dudosa. Aumenta notablemente
la tasa de prescripción de antidepresivos en el mundo, sin que
ello se acompañe de una disminución del problema sanitario
de la depresión, ni de la tasa de suicidios. Por el contrario,
ambos indicadores parecieran ir en aumento.
Desde los años 90 venimos observando grandes anun-
cios acerca del “descubrimiento” del gen de algún trastorno
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mental, inadmisible reduccionismo que solo logra despertar
miles de consultas instantáneas a los clínicos, de personas que
están a punto de ver romperse una esperanza más. La asocia-
ción entre el amarillismo periodístico –ligado a la búsqueda de
aumentar las ventas– y la irresponsabilidad científica produce
resultados lamentables, que terminan generando mayor ma-
lestar en el sujeto que busca, ansioso, una respuesta.
Es en este sentido que se expiden Althoff y Waterman, en un
artículo publicado en Academic Medicine (Althoff y Waterman,
2011). En ese texto, los autores proponen que la psiquiatría
debería basarse en la genética y la neurociencia, abandonando
tanto sistemas diagnósticos “fuera de moda” como “constructos
psicoanalíticos arcaicos”. La relación política e ideológica de
este artículo (y cientos de similares) con la ruptura entre el
National Institute of Mental Health (NIMH) de los Estados
Unidos y la American Psychiatric Association (APA) será
objeto de análisis más adelante.
La posición de Althoff y Waterman recuerda, vale la pena
mencionarlo, al dictamen de François Magendie –antecesor y
maestro de Claude Bernard– en el sentido de que la medicina
solo era científica si se basaba en la fisiología, y si esta última
se apoyaba exclusivamente en la física y la química. Curioso

17. Es de lectura obligada el artículo del genetista argentino Víctor Pen-


chaszadeh en el dossier “Genética y Psiquiatría” de la revista Vértex, que
lleva el título “Reflexiones de un genetista sobre la influencia de los genes
en los trastornos psiquiátricos” (Penchaszadeh, 2016).

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La psiquiatría en la encrucijada

péndulo el de la historia, que a veces retorna con “novedades”


que en realidad traen noticias antiguas (Stagnaro, 2002).
“Lo que llamamos ‘mente’ es la expresión de la actividad del
cerebro”, dice Nancy Andreasen en la editorial del American
Journal of Psychiatry, del año 1997 (Andreasen, 1997). Andrea-
sen fue jefa de edición de la mencionada publicación entre 1993 y
2005. En el mismo artículo, la autora exhibe su posicionamiento
epistemológico en un extenso pasaje que conviene citar entero
ya que es, en sí mismo, una doctrina (la traducción es propia):
“Como lo demuestra este mismo número de la revista, en efecto
estudiamos y tratamos pacientes con serios desórdenes cerebra-
les tales como el Alzheimer, cuya neuropatología es conocida
desde hace años, y cuyos mecanismos moleculares están siendo
identificados con excitante rapidez. Alzheimer, el descubridor de
la neuropatología de esta enfermedad, fue una figura central en
la historia de la psiquiatría. Hay quien afirma, erróneamente,
que Alzheimer era neurólogo, y que la psiquiatría no existía
en su época. (Tal vez los límites entre neurología y psiquiatría
son algo arbitrarios, pero los hechos son los hechos. Alzheimer,
quien describió las placas y los ovillos por primera vez, fue un
psiquiatra que estudió y trató enfermedades mentales). Tam-
bién estudiamos y cuidamos pacientes con otras enfermedades
cerebrales de etiología conocida, tales como la infección del
sistema nervioso central por el virus HIV. También estudiamos
y cuidamos a otros pacientes con otro tipo de enfermedades
de etiología desconocida, tales como esquizofrenia, depresión
y trastorno por estrés postraumático. Nuestra ciencia busca
afanosamente los mecanismos biológicos y cerebrales de estas
enfermedades mentales, tal como lo hizo Alzheimer hace cien
años. No hay duda de que hallaremos al menos algunos de ellos,
y tampoco hay dudas de que algunos de esos descubrimientos
serán publicados en esta revista”.
Llamativamente, en el conjunto de los 846 artículos aparecen
algunas excepciones a la regla, como uno de Natalie F. Banner,
del Instituto de Filosofía, Diversidad y Salud Mental de la
University of Central Lancashire, en el Reino Unido (Banner,

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Santiago A. Levín

2013). Dicho artículo se titula “Los trastornos mentales no


son trastornos cerebrales” (Journal of evaluation in clinical
practice). “La visión de que todo lo mental está apoyado en el
cerebro está equivocada, porque el nivel en el que identificamos
a los trastornos mentales es, y debería ser, la persona, no el
cerebro”. Luego insiste: “Esto no significa negar el aspecto or-
gánico, ni argumentar que el terreno de lo mental es diferente
al de lo orgánico, sino sugerir que aquello que funciona ‘mal’
en un trastorno mental debe ser buscado en el nivel persona”.
Y finalmente: “En lugar de estrellar a la psiquiatría contra
la biomedicina, es la biomedicina la que se beneficiaría de un
acercamiento a la psiquiatría puesto que es ésta la que tiene la
capacidad de unir lo social, lo psicológico y lo biológico haciendo
foco en la persona, incluida en su entorno”. Adelantamos nuestro
completo acuerdo con la colega británica.
Siempre hubo defensores de la perspectiva que denomi-
namos antropológica. Pero su voz ha sido, y sigue siendo,
marginal.
Hemos visto y presentado varios elementos que podemos
utilizar como indicadores de rupturas de la propia propuesta
de paradigma, que poco a poco van exponiendo sus debilidades
estructurales.

El desease mongering

El tiempo transcurrido desde aquellos lejanos momentos ini-


ciales de la moderna psicofarmacología en la década del 50
es tan solo de poco más de medio siglo. Medio siglo de luces
y de sombras en psiquiatría, de cambios y de permanencias,
de nuevos actores en la escena, de nuevas euforias, de nue-
vos fracasos. Y de nuevos negocios. El surgimiento y apogeo
de la moderna industria farmacéutica, en el siglo XX, marcó
a fuego a la medicina en general, y a la psiquiatría en par-
ticular. Sin entender, estudiar y analizar a este actor en la
escena psiquiátrica, no podremos nunca trazar un panorama

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La psiquiatría en la encrucijada

de sus fortalezas y debilidades en este período histórico –en


este caso, en las tres últimas décadas del siglo pasado, y la
primera del actual–.
La industria creció, al calor de la segunda postguerra, y a
la vez fueron cambiando sus prácticas empresarias. Y hasta
tal punto incide hoy en la clínica farmacológica que resulta
imposible trazar un panorama actual de ésta sin incluir en el
análisis a aquélla.
Si la pregunta acerca de la confiabilidad de una investiga-
ción llevada adelante por la industria es pertinente, del mismo
modo lo es la que sigue: ¿qué sucede con el profesional médico
que recibe “favores” de la industria? ¿Modifican los regalos,
los viajes y las cenas los hábitos prescriptivos de los médicos
que los aceptan? Y aunque no se acepten regalos de ningún
tipo, ¿puede una serie de “visitas de cortesía” al consultorio
por parte de un agente de la industria interferir la autonomía
prescriptiva del médico? Prescribir en épocas de crisis no deja
de tener sus vicisitudes.
Queda establecido que la industria farmacéutica tiene, y ha
tenido, una influencia muy grande sobre el colegio invisible
del DSM. Esta influencia es tanto indirecta (cenas, hoteles,
regalos) como directa (participación accionaria en empresas
farmacéuticas). Este fenómeno, muy estudiado, puede hallarse
descripto en detalle en los libros de Philippe Pignarre (2005)
y Marcia Angell (2006) ya citados con anterioridad. Es decir,
hay un claro interés político y estratégico de la industria en
que las cosas se “piensen” de un determinado modo y no de
otro. Lo mismo sucede con la investigación, en este caso ya
prácticamente privatizada. La industria farmacéutica es un
factor de gran influencia en la búsqueda del origen cerebral
de los trastornos mentales, y de excluyente poder en la expe-
rimentación clínica de nuevos fármacos. Esto último influye
también sobre el tercer supuesto básico de Stagnaro, en la
parte que le toca a la farmacoterapia.
¿Hay influencia de la industria en la elección de la terapia
cognitivo comportamental (TCC) como abordaje de elección

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Santiago A. Levín

por parte del colegio invisible de la psiquiatría biorreduccio-


nista? Creemos que sí, y ello en razón de que el modelo psi-
coterapéutico en boga en la etapa anterior –nos referimos a
las terapias de base psicoanalítica– se presentaba más como
un competidor que como un coadyuvante de la perspectiva
reduccionista biológica.
¿Qué es el desease mongering? La traducción al caste-
llano sería algo así como “promoción de enfermedades”, en
este caso por parte de la industria. En un reciente artículo
de la médica argentina María Noble, publicado en Vértex
en 2015 (Noble, 2015), que forma parte de un dossier sobre
prevención cuaternaria, puede leerse una definición de este
fenómeno: consiste en la recategorización como enfermedades
de los procesos vitales, que nada tienen en sí de patológicos.
El desease mongering forma parte de un fenómeno mayor:
la patologización de la vida cotidiana, que a su vez incluye,
también, la transformación de factores de riesgo en enferme-
dades, la ampliación del concepto de enfermedad con el objeto
de “recolectar” mayor cantidad de pacientes –y ampliar, así,
la base del negocio–, el mencionado desease mongering, y
toda la serie de medidas, gestos e intervenciones tendientes
a vender más: más fármacos, más estudios complementarios
“preventivos”, etc.
Noble cita al australiano Ray Moynihan, periodista espe-
cializado en temas de salud, pionero en la denuncia del daño
que la sobreprestación de “salud” ocasiona en el usuario. En
particular, se refiere a un trabajo de Moynihan publicado en
2013 ­(Moynihan, 2013), en el que se analizan los vínculos
entre profesionales de la salud que participan de comités de
modificación de definiciones de enfermedades, y la industria
farmacéutica. “Del mismo surgió que, entre 2000-2013, de 16
publicaciones acerca de 14 problemas de salud, 10 cambios
propuestos ampliaron las definiciones de enfermedad, nin-
guna incluía evaluaciones rigurosas de daños potenciales y
de 14 paneles que aclaraban conflictos de interés, 12 estaban
presididos por expertos que tenían relación con la industria

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La psiquiatría en la encrucijada

y el 75% de miembros de los mismos también tenían lazos


con la industria”.
Hemos comentado hasta aquí, sucintamente, las diversas
formas en las cuales la industria farmacéutica juega en el es-
cenario de la psiquiatría contemporánea, llevando agua hacia
su propio molino, vale decir, interviniendo de modo decisivo
en el modelado del paradigma imperante. Existe también
otro capítulo dentro de éste, que bien podríamos denominar
el “capítulo negro” de la industria, sobre el que mucho se ha
escrito. Experimentación fuera de la ley, quita de ayudas
críticas prometidas (caso de las drogas anti-retrovirales en el
continente africano, por ejemplo), ocultamiento de potenciales
efectos adversos graves, etcétera, etcétera.
Nos alcanza con dejar sentado que la industria es, tal como
afirma Philippe Pignarre, la joya de la corona capitalista: es
el negocio legal –sin contar al tráfico ilegal de armas o dro-
gas prohibidas, entre otros– que mayor ganancia otorga por
cada dólar invertido. Su volumen es menor que el de otros
grandes negocios, por ejemplo la industria petrolera, pero
su tasa de ganancia es mayor. No puede comprenderse el
interjuego de fuerzas en la medicina actual sin incorporar a
la ecuación a la industria biomédica –farmacéutica y biotec-
nológica–. Como decíamos más arriba, su fuerte influencia se
hace sentir en todos los ámbitos posibles: en las instituciones
médicas (hospitales, clínicas, consultorios), en la formación
de grado y posgrado (universidades públicas y privadas), en
los congresos médicos (que mayoritariamente están espon-
soreados por la industria), en el reparto de favores y regalos,
en la propaganda gráfica de la mayoría de las publicaciones
(tanto en papel como en formato virtual), etc. Por lo dicho,
creemos que queda suficientemente establecido que entre el
colegio invisible de la psiquiatría reduccionista biológica –una
parte del cual hemos denominado, como Klerman, “‘colegio
invisible’ del DSM”– y la industria farmacéutica han existido
y siguen existiendo, vínculos más que estrechos. No es difícil
de imaginar, puesto que comparten idéntico fin: probar que

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Santiago A. Levín

es la terapia biológica la única capaz de reacomodar una


fisiología cerebral dañada.

Transformación de la salud en mercancía

Hemos hecho ya mención al modo en que los cambios socia-


les y económicos afectan a las concepciones sobre la salud y
la enfermedad. Hay un vínculo, sin lugar a dudas, entre el
comienzo de la crisis de paradigma científico en psiquiatría
y el comienzo de una nueva etapa en la historia del sistema
capitalista mundial.
La caída del Estado Benefactor, el triunfo de la ideología
neoliberal, el ascenso del capital financiero por sobre el produc-
tivo, la prédica anti estatal y pro mercados “autorregulables”, la
privatización de la investigación científica, el negocio de la inno-
vación tecnológica, el aumento de la concentración de la riqueza
en poquísimas manos junto con el concomitante incremento en
los niveles de inequidad –a nivel planetario–, el agotamiento y
expoliación de la naturaleza, son solo algunos de los elementos
más visibles de esta nueva etapa del sistema capitalista mundial.
Y todo esto acompañado, como ocurre en este tipo de mo-
vimientos, de un fenómeno de corrimiento terminológico, por
llamarlo de algún modo, que sustituye nombres y refunda
semióticas. Ya no existe inversión estatal en salud –inversión
que debe aumentarse y perfeccionarse– sino despilfarro que
genera déficit fiscal, y que por lo tanto debe disminuirse a favor
de la empresa privada; el médico es un prestador, el paciente,
un usuario. Y la salud deja de ser un bien social, de rica y
profunda significación cultural, histórica y subjetiva, y pasa
a ser una mercancía más en un sistema que compra y vende,
y que concentra el producto –ganancia– de esa transacción en
una porción cada vez más minoritaria de la sociedad.
Cito a continuación a Germán Berrios, que viene hablando
de la relación entre la psiquiatría basada en la evidencia y
la mercantilización de la salud (Berrios, 2011): “Considerar

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La psiquiatría en la encrucijada

la salud simplemente como otro producto básico que puede


comprarse y venderse es parte esencial de este proceso. Hábil-
mente vendida a las personas como el derecho a elegir cuándo
y dónde comprar salud con su propio dinero (testigo de ello es
el tipo de argumentos utilizados en el debate que tuvo lugar
en los Estados Unidos antes de que Obama introdujera un
sistema nacional poco entusiasta de atención médica gratui-
ta), el lenguaje utilizado en los servicios de salud se asemeja
al utilizado en los supermercados. Ya no hay pacientes, sino
‘compradores de salud’; los médicos ‘venden salud’ y, por lo
tanto, se espera que, al igual que un par de zapatos, los bienes
vendidos estén bajo estrictas regulaciones y sean perfectos”.
Y enseguida: “La ilusión de tener un supermercado de salud
ha destruido para siempre la relación médico-paciente. Esta
última ha pasado a ser un contrato comercial sujeto a toda la
parafernalia legal del mercado, y la prensa e Internet se han
asegurado de que los ‘compradores’ de salud sean conscientes
de sus derechos para obtener una salud perfecta”.
El proceso de medicalización de la vida cotidiana, del que
ya hemos hablado –y del que la psiquiatrización es un caso
particular– se enmarca, precisamente, en el panorama recién
esbozado. No es un problema únicamente, ni primariamente, del
terreno de las ideas: es un problema de poder. Es por este moti-
vo que los trabajos de, por ejemplo, Johana Moncrieff o de Ray
Moynihan, mencionados unos párrafos más arriba, resultan tan
revulsivos y despiertan airadas reacciones desde las posiciones
dominantes: vienen a cuestionar el corazón del problema, que
es el poder, un poder obtenido gracias a una inédita ganancia
que genera una inédita concentración de la riqueza.
Tan acusado es este fenómeno, que si pudiéramos –y para
esto habría que hacer un vigoroso ejercicio de imaginación–
“fabricar” una generación completa de médicos y médicas
formados en la filosofía de la medicina antropológica, no
estaríamos muy seguros de sus posibilidades de ejercicio exi-
toso, una vez lanzados a un mundo como el descripto. Es que
hay una estrecha relación entre los modos de concepción del

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Santiago A. Levín

mundo –que vengo llamando “paradigmas”– y el modelado que


produce un sistema económico y político que tiene su propia
lógica y su propia inercia.
Sería muy ingenuo de mi parte si no incluyera esta pers-
pectiva en el análisis, aunque más no sea de modo tangencial.
Porque cuando en una disciplina cualquiera se sustancia un
debate, por más que ese debate se presente y se defina como
científico o intelectual, siempre hay un telón de fondo, y ese
telón de fondo está compuesto por las disputas de poder que ca-
racterizan cada período histórico. Como decía Eric H
­ obsbawm
(Hobsbawm, 1990), en un memorable pasaje, cuando se hace
historia se está hablando de los conflictos y disputas del pre-
sente, solo que puestos en escena con trajes de época.

La tentación biorreduccionista. El problema de


la formación de los psiquiatras

Quisiera ahora ocuparme de lo que sucede en la mente del


psiquiatra que intenta pensar, pero sin considerar como refe-
rencia, como marco, el panorama descripto. Y ello no porque
tome una posición política en particular, sino por el simple –y
trágico, sobre todo en épocas de crisis– caso contrario: el de no
elegir una posición política, no comprender que una elección
política es, no solo indispensable, sino inevitable, es decir, que
se elige sola si el sujeto no decide nada. Ese psiquiatra con-
temporáneo, sumido –por acción o por omisión, por convicción
o por simple ingenuidad– en una realidad parcial, que toma
por realidad total, tomará la versión biomédica como cierta,
verdadera y segura.
Podríamos llamar a esta circunstancia, verdadera toma de
posición política, como la “tentación biorreduccionista”. ¿Qué
nos dicen los papers que leemos diariamente en Internet, o
que llegan a nuestras manos en su versión impresa? ¿Qué
afirman los manuales, provenientes de los centros más pres-
tigiosos del mundo? ¿Qué novedades nos traen los agentes de

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La psiquiatría en la encrucijada

propaganda médica que se acercan a nuestros consultorios,


a los servicios de los hospitales? ¿Quiénes dedican tiempo y
dinero para organizarnos cenas, simposios y días de campo?
¿Qué escriben y enseñan, en concurridos cursos en los congre-
sos, los “líderes de opinión”? ¿Qué nos dice la prensa escrita,
las revistas dominicales, sobre salud y cerebro, sexualidad y
cerebro, cerebro y género, las adicciones y el cerebro?
Algo debe haber de cierto en todo esto, piensa el psiquiatra
en la soledad de su consultorio, lejana ya la época de formación
en la que se podía intercambiar, interrogar, polemizar.
La soledad de la práctica clínica, la omnipresencia de la
propaganda médica, el bombardeo desde los medios masivos
de comunicación, el sesgo biomédico del paper promedio –en
las revistas más leídas de la especialidad, con mejores índices
de impacto–, la marca biologicista que deja la formación de
grado en medicina, la demanda del paciente, y de la sociedad,
de un alivio rápido y eficaz, contribuyen al desvío defensivo
que hemos denominado tentación biorreduccionista.
No hablo aquí de los líderes de opinión, ni de los speakers
de la industria, ni de los jefes de cátedra o de servicio. Me
refiero al profesional de a pie, ese que no necesariamente se
pregunta por los fundamentos sino que aprende un arte –con
honestidad y vocación– y lo aplica del mejor modo posible para
ayudar a los demás.
¿Cómo estimular a este colega a leer la realidad más allá de lo
evidente? ¿Cómo contribuir con la reconstrucción del pensamien-
to crítico en medicina? Creemos que uno de los modos de hacerlo
es, precisamente, desde el análisis histórico y epistemológico
de la psiquiatría contemporánea. Valgan aquí las palabras de
Rafael Huertas: “La reflexión histórica sobre la concepción de
la locura, la construcción del conocimiento o las prácticas psi,
permite también pensar la clínica, ayudando a ubicarla en unas
coordenadas teóricas y a entender desde qué presupuestos se
lleva a cabo el ejercicio de los profesionales de la salud mental.
Contribuyendo, en definitiva, a desarrollar un pensamiento
crítico y comprometido. Crítico con una sociedad alienante, y

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Santiago A. Levín

comprometido con la realidad asistencial y con las personas que


sufren el estigma de la ‘enfermedad’ mental” (Huertas, 2012).
La tentación biorreduccionista solo puede combatirse con
la promoción de un pensamiento crítico, que permita captar
fenómenos complejos sin reduccionismos, y abordar la clínica
desde la crisis epistemológica con pesimismo en el pensamien-
to pero optimismo en la acción –parafraseamos a Gramsci–.
Pero sobre todo, que permita la construcción de un planteo
superador, que habilite una salida creativa y enriquecedora
para nuestra especialidad.

Comentario sobre la ciencia martillo: en la


huella de Enrique Marí

Ya trajimos a Marí en los inicios de este libro. Evoco en esta


oportunidad otro de sus trabajos, denominado El modelo de la
ciencia martillo (Marí, 1991), en el que critica la concepción de
la ciencia como si fuera un martillo, que puede usarse tanto
para clavar un clavo como para fracturar un cráneo, posición
sostenida por quienes defienden una concepción positivista.
“La respuesta de los partidarios del modelo de la ciencia-
martillo corre así: el cientista natural se pondrá en una habi-
tación el guardapolvos del metodólogo para expedirse sobre
la bondad de los métodos inferenciales y empíricos puestos en
juego en la elaboración de las teorías cuyas únicas condiciones
de aplicación son la muerte de los hombres y la salvación de
los edificios, pero pasará luego a otra habitación donde con
nuevo guardapolvos se expedirá como hombre ético acerca de
la función, del modo de producción, circulación y consumo del
producto”, dice Marí.
“Esta concepción de dos habitaciones del científico o del
epistemólogo, correlato de la concepción de la ciencia-martillo
de doble uso, no es satisfactoria, y emana de la vieja distinción
entre ciencia pura-ciencia aplicada. En esta esquemática y
simplista división de la ciencia (no obstante el peso que tiene

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La psiquiatría en la encrucijada

en la tradición) la ciencia pura sería neutral y desprovista de


toda connotación ética, política e ideología, en tanto que a la
aplicación de la ciencia le correspondería asumir la condición
de buen o mal uso”.
Para concluir, enseguida: “Como lo han puesto en evidencia
Gastón Bachelard, Louis Althusser siguiendo sus pasos, C.
Ulises Moulines y todos los epistemólogos que defienden la non
statement view (concepción no enunciativa de las teorías), las
teorías incluyen sus condiciones de aplicación en su aparato
conceptual”.
Coincidimos con esta postura de Marí: no hay buenos o ma-
los usos de la ciencia; hay unas condiciones de aplicación que
se desprenden del propio aparato conceptual de cada teoría
considerada. Como dice el citado autor, existiría una “carga
aplicativa” en cada constructo teórico, de la cual la teoría debe
hacerse cargo.
“Aunque en forma más intuitiva, es decir no relacionada
con el complejo examen de la estructura de las teorías físicas
de Sneed, esta idea de la inclusión de las condiciones de apli-
cación de una teoría en el mismo tejido conceptual de ellas,
estaba incluida en el desarrollo que Althusser propusiera de
lo que llamó en Pour Marx, ‘la práctica teórica’, como también
Gastón Bachelard referida al concepto”.
El uso que se hace del conocimiento producido por la ciencia,
es en parte – pero ineludiblemente– responsabilidad de ésta.
Por esto, resulta indispensable examinar exhaustivamente
los fundamentos teóricos puestos en juego en medicina, si se
pretende analizar la clínica como práctica. No es solo el uso
que se hace de las teorías: son las teorías mismas las que
deben ser revisadas.

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