Alasdair MacIntyre Animales Racionales y
Alasdair MacIntyre Animales Racionales y
Alasdair MacIntyre Animales Racionales y
144 conducta de ciertos animales frente a ciertos estímulos sutiles, podremos con-
cluir que es posible atribuir a aquellas especies –al menos en un sentido metafó-
rico– el poseer creencias o actuar conforme a intenciones en un nivel que califica
de “prelingüístico”. Más allá de lo controversial de esta tesis, la intención del
autor parece clara: si las diferencias entre el comportamiento humano y el del
animal no humano radican en una mayor complejidad (vinculada a las dimensio-
nes del lenguaje y la cultura), esto no significa que no podamos establecer –si
Reseñas
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Arendt, Hannah, La condición humana, Barcelona: Paidós, 1997, p. 24.
Reseñas
inmediato cuál es el “bien” propio del hombre, sino más bien discernir acerca de
una jerarquía posible y flexible de diversos “bienes” en situaciones concretas. La
formación del carácter y del buen juicio resulta fundamental para convertirse en
un razonador práctico independiente: ésta es una forma de paideia en cuya
dinámica dependemos ineludiblemente los unos de los otros. Aquí nuevamente
se hace patente la relevancia de las virtudes y la red de vínculos comunitarios
en el corazón mismo de la racionalidad práctica. “El reconocimiento de la
dependencia es la clave de la independencia” (p.103), incluso la crítica de la
misma comunidad –en tanto fase superior de la formación en las virtudes– es
una práctica social.
A través de esta paideia el agente aprende a reconocer y a evaluar inten-
samente los bienes comunes –anteponiéndolos, si el caso lo requiere, a sus bienes
particulares–, así como a considerar reflexivamente sus deseos inmediatos. Este
aprendizaje involucra a los agentes en redes de reciprocidad que llaman su atención
acerca del factum humano de la dependencia, la vulnerabilidad de la vida y la
situación de discapacidad; al mismo tiempo, estas circunstancias son una
invitación al debate sobre los principios del trato justo y lo que MacIntyre llama
“las virtudes del reconocimiento de la dependencia”. El autor destaca que estos
razonamientos suponen una disposición afectiva básica, la proyección empática,
lo cual es especialmente relevante en los casos de discapacidad: “De quienes
padecen una lesión cerebral, o han sufrido una grave incapacidad de movimiento
o son autistas, de todos ellos hace falta decir: podría haber sido yo. La desgracia
de estas personas podría haber sido la de cualquiera, la buena suerte podría haber
sido la suya” (p. 121). El argumento de MacIntyre nos recuerda la ética de la
compasión de Hume; no obstante, más que tratarse de un sentimiento presuntamente
“natural”, se refiere a una disposición ética forjada intersubjetivamente.
Es en este punto en donde la virtud de la “justa generosidad” hace su ingreso
como valor ético-político de primera importancia en las relaciones humanas al
interior de las comunidades. No se trata de la “justicia” a secas, para la cual las
relaciones de distribución de bienes y cuidados son simétricas e incluso imper-
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MacIntyre no puede ser acusado sin más de asumir una devoción acrítica de la comunidad,
como sugieren precipitadamente muchos objetores del llamado “comunitarismo”: antes
bien, el autor insiste en que “cuando faltan las virtudes de la justa generosidad y de la
deliberación común, las comunidades son siempre propensas a corromperse por la estre-
chez de miras, la complacencia, el prejuicio contra los extraños, y por una diversidad de
deformaciones, incluyendo las que se derivan del culto a la comunidad” (p. 167).
Reseñas
Gonzalo Gamio