Las Alarmas Del Doctor Américo Castro

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OTRAS INQUISICIONES 653

LAS ALARMAS DEL DOCTOR


AMÉRICO CASTRO *

La palabra problema puede ser una insidiosa petición de prin-


cipio. Hablar del problema judio es postular que los judíos son
un problema; es vaticinar (y recomendar) las persecuciones, la
expoliación, los balazos, el degüello, el estupro y la lectura de
la prosa del doctor Rosenberg. Otro demérito de los falsos pro-
blemas es el de promover soluciones que son falsas también. A
Plinio (Historia natural, libro octavo) no le basta observar que
los dragones atacan en verano a los elefantes: aventura la hipó-
tesis de que lo hacen para beberles toda la sangre que, como
nadie ignora, es muy fría. Al doctor Castro (La peculiaridad
lingüística, etcétera) no le basta observar un "desbarajuste lin-
güístico en Buenos Aires": aventura la hipótesis del "lunfar-
dismo" y de la "mística gauchofilia".
Para demostrar la primera tesis —la corrupción del idioma
español en el Plata—, el doctor apela a un procedimiento que
emos calificar de sofístico, para no poner en duda su inteli-
gencia; de candoroso, para no dudar de su probidad. Acumula
retazos de Pacheco, de Vacarezza, de Lima, de Last Reason, de
Clon Cursi, de Enrique González Tuñón, de Palermo, de Llande-
J'lis y de Malfatti, los copia con infantil gravedad y luego los
exhibe urbi et orbi como ejemplos de nuestro depravado len-

r liaje. No sospecha que tales ejercicios ("Con un feca con chele


y una ensaimada | vos te venís pal Centro | de gran bacán")
ion caricaturales; los declara "síntomas de una alteración grave",
CUya causa remota son "las conocidas circunstancias que hicieron
Út los países platenses zonas hasta donde el latido del imperio
hispano llegaba ya sin brío". Con igual eficacia cabría argumen-
Hr que en Madrid no quedan ya vestigios del español, según
le demuestran las coplas que Rafael Salillas transcribe (El de-
lincuente español; su lenguaje, 1896):

El minche de esa rumi


dicen no tenela bales;
los he dicaitó yo,
los tenela muy juncales. . .

¿,-_l 1.a peculiaridad lingüística rioplatense y su. sentido histórico (Losada, Bue-
¡Ml* Míos, 1941). "" " •
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El chibel barba del breje


menjindé a los burós:
apincharé ararajay
y menda la piraba.

Ante su poderosa tiniebla es casi límpida esta pobre copla


lunfarda:

El bacán le acanaló
el escracho a la minushia;
después espirajushió
por temor a la canushia.1

En la página 139, el doctor Castro nos anuncia otro libro


sobre el problema de la lengua de Buenos Aires; en la 87, se
jacta de haber descifrado un diálogo campero de Lynch "en
el cual los personajes usan los medios más bárbaros de expresión,
que sólo comprendemos enteramente los familiarizados con las
jergas rioplatenses". Las jergas: ce plwriel est bien síngulier. Salvo
el lunfardo (módico esbozo carcelario que nadie sueña en paran-
gonar con el exuberante caló de los españoles), no hay jergas
en este país. No adolecemos de dialectos, aunque sí de institutos
dialectológicos. Esas corporaciones viven de reprobar las sucesivas
jerigonzas que inventan. Han improvisado el gauchesco, a base
de Hernández; el cocoliche, a base de un payaso que trabajó
con los Podestá; el vesre, a base de los alumnos de cuarto grado.
En esos detritus se apoyan; esas riquezas les debemos y deberemos.
No menos falsos son "los graves problemas que el habla pre-
senta en Buenos Aires". He viajado por Cataluña, por Alicante,
por Andalucía, por Castilla; he vivido un par de años en Vall-
demosa y uno en Madrid; tengo gratísimos recuerdos de esos
lugares; no he observado jamás que los españoles hablaran mejor
que nosotros. (Hablan en voz más alta, eso sí, con el aplomo
de quienes ignoran la duda.) El doctor Castro nos imputa ar-
caísmo. Su método es curioso: descubre que las personas más
cultas de San Mamed de Puga, en Orense, han olvidado tal o
cual acepción de tal o cual palabra; inmediatamente resuelve
que los argentinos deben olvidarla también... El hecho es que
el idioma español adolece de varias imperfecciones (monótono
predominio de las vocales, excesivo relieve de las palabras, inep-
1
La registra el vocabulario jergal de Luis Villamayor: El lenguaje del
bajo fondo (Buenos. Aires, 1915) . Castro ignora esCe léxico, tal vez porque
lo señala Arturo Costa Álvarez en un libio esencial: El castellano en la
Argentina (La Plata, 192S). Inútil advertir que nadie pronuncia fninushia,
canushia, espirajushiar.
OTRAS INQUISICIONES 655

titud para formar palabras compuestas) pero no de la imper-


fección que sus torpes vindicadores le atacan: la dificultad. El
español es facilísimo. Sólo los españoles lo juzgan arduo: tal vez
porque los turban las atracciones del catalán, del bable, del
mallorquín, del galaico, del vascuence y del valenciano; tal vez
por un error de la vanidad; tal vez por cierta rudeza verbal
(confunden acusativo y dativo, dicen le mató por lo mató, suelen
ser incapaces de pronunciar Atlántico o Madrid, piensan que
un libro puede sobrellevar este cacofónico título: La peculia-
ridad lingüistica rioplatense y su sentido histórico).
El doctor Castro, en cada una de las páginas de este libro,
abunda en supersticiones convencionales. Desdeña a López y
venera a Ricardo Rojas; niega los tangos y alude con respeto a
las jácaras, piensa que Rosas fue un caudillo de montoneras,
un hombre a lo Ramírez o Artigas, y ridiculamente lo llama
"centauro máximo". (Con mejor estilo y juicio más lúcido,
Groussac prefirió Ja definición: "miliciano de retaguardia".)
Proscribe —entiendo que con toda razón— la palabra cachada,
iero se resigna a tomadum de pelo, que no es visiblemente más
fógica ni más encantadora. Ataca los idiotismos americanos, por-
que los idiotismos españoles le gustan más. No quiere que di-
gamos de arriba; quiere que digamos de gorra... Este exami-
nador "del hecho lingüístico bonaerense" anota seriamente que
los porteños llaman acridio a la langosta, este lector inexplicable
de Carlos de la Púa y de Yacaré nos revela que taita, en arrebalero
significa padre.
En este libro, la forma no desdice del fondo. A veces el estilo
es comercial: "Las bibliotecas de Méjico poseían libros de alta
calidad" (página 49); "La aduana seca... imponía precios fa-
bulosos" (página 52). Otras, la trivialidad continua del pensa-
miento no excluye el pintoresco dislate: "Surge entonces lo único
posible, el tirano, condensación de la energía sin rumbo de la
masa, que él no encauza, porque no es guía sino niole aplastante,
ingente aparato ortopédico que mecánicamente, bestialmente,
enredila al rebaño que se desbanda" (páginas 71, 72).'Otras, el
investigador de Vacarezza intenta el mot juste: "Por los mismos
motivos por los que se torpedea la maravillosa gramática de A.
Alonso y P. Henríquez Ureña" (página 31).
Los compadritos de Last Reason emiten metáforas hípicas; el
doctor Castro, más versátil en el error, conjuga la radiotelefonía
y el football: "El pensamiento y el arte rioplatense son antenas
Valiosas para cuanto en el mundo significa valía y esfuerzo, ac-
titud intensamente receptiva que no ha de tardar en convertirse
en fuerza creadora, si el destino no tuerce el rumbo de las señales
propicias. La poesía, la novela y el ensayo lograron allá más de
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un "goal" perfecto. La ciencia y el pensar filosófico cuentan entre


sus cultivadores nombres de suma distinción" (página 9).
A la errónea y mínima erudición, el doctor Castro añade el
infatigable ejercicio de la zalamería, de la prosa rimada y del
terrorismo.
P. S. — Leo en la página 136: "Lanzarse en serio, sin ironía,
a escribir como Ascasubi, Del Campo o Hernández es asunto
que da en qué pensar". Copio las últimas estrofas del Martín
Fierro:

Cruz y Fierro de una estancia


Una tropilla se arriaron,
Por delante se la echaron
Como criollos entendidos
Y pronto, sin ser sentidos,
Por la frontera cruzaron.

Y cuando la habían pasao


Una madrugada clara,
Le dijo Cruz que mirara
Las últimas poblaciones;
Y a Fierro dos lagrimones
Le rodaron por la cara.

Y siguiendo el fiel del rumbo,


Se entraron en el desierto,
No sé si los habrán muerto
En alguna correría
Pero espero que algún día
Sabré de ellos algo cierto.

Y ya con estas noticias


Mi relación acabé,
Por ser ciertas las conté,
Todas las desgracias dichas:
Es un telar de desdichas
Cada gaucho que usté vé.

Pero ponga su esperanza


En el Dios que lo firmó,
Y aquí me despido yo
Que he relatao a mi modo,
Males que conocen todos
Pero que naides contó.
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"En serio, sin ironía", pregunto: ¿Quién es más dialectal: el


cantor de las límpidas estrofas que he repetido o el incoherente
redactor de los aparatos ortopédicos que enredilan rebaños, de
los géneros literarios que juegan al football y de las gramáticas
torpedeadas?
En la página 122, el doctor Castro ha enumerado algunos es-
critores cuyo estilo es correcto; a pesar de la inclusión de mi
nombre en ese catálogo, no me creo del todo incapacitado para
hablar de estilística.

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