Comentario Diario Sobre Isaias
Comentario Diario Sobre Isaias
Comentario Diario Sobre Isaias
1 - Isaías 1:1-17
Como nos lo muestran las mismas palabras del Señor, el Antiguo Testamento
consta de tres grandes partes: la ley de Moisés (el Pentateuco), los profetas (que
abarcan además los libros históricos) y los salmos con los libros poéticos (Lucas
24:44). Por consiguiente, abordamos con la profecía una importante parte de la
Biblia, lamentablemente demasiado a menudo descuidada a causa de sus
dificultades. Pidámosle al Señor que nos ayude a descubrir en ella también las
cosas tocantes a Él (Lucas 24:27). Un profeta es el portavoz de Dios ante su pueblo
para reprenderlo, advertirlo, traerlo de vuelta y consolarlo. En el primer capítulo,
como entrada en materia, la primera misión de Isaías es la de un médico encargado
de dar su opinión acerca de un enfermo cuyo estado es desesperado. ¡Qué terrible
diagnóstico el de los versículos 5 y 6! Es tan válido para el hombre de hoy como
para el israelita de otrora. “Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente”.
La inteligencia se ha corrompido al desviarse de Dios y los afectos por Él han
faltado totalmente (Romanos 1:21). En esas condiciones, el despliegue de formas
religiosas exteriores no es más que una vana hipocresía y aun una abominación (v.
13; comp. Proverbios 21:27).
2 - Isaias 1:18-31
He aquí toda la gracia divina que brilla a favor de su miserable pueblo (pero
también a disposición de todo pecador que reconoce estar perdido). En el pasaje
anterior lo dejamos cubierto de llagas y de heridas recientes (V.M.), semejante a
ese hombre de la parábola que había caído en manos de ladrones (Lucas 10:30).
Ahora Dios invita a ese pueblo a echar cuentas. ¿Rendir cuentas? ¿Para qué? ¿Qué
decir en su defensa? El culpable tiene la boca cerrada. Y entonces, en lugar de
condenación, puede escuchar de la boca de su propio juez la
maravillosa promesa del versículo 18, la que trajo paz a tantos corazones: “Si
vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos…”
Sabemos que es por medio de la sangre de Cristo que esa purificación puede
cumplirse (1 Juan 1:7). En cambio, el castigo se ejecutará sobre los que rehúsen el
perdón ofrecido.
Los versículos 21 y siguientes nos describen lo que ha llegado a ser Jerusalén, “la
ciudad fiel”: una guarida de homicidas. Es necesario que Dios la purifique. Para su
desdicha, no será por la sangre redentora —porque nada quiso de ella— sino por
el juicio que cae sobre los transgresores después de toda la paciencia que Dios
demostró hacia un pueblo rebelde.
3 - Isaías 2:1-22
Este libro de Isaías empieza como la epístola a los Romanos, cuyos primeros tres
capítulos formalmente establecen la culpabilidad del hombre y, por ende, su
necesidad de justificación. La salvación de Jehová, significado del nombre
de Isaías, podrá entonces ser revelada más adelante en la persona de Cristo, el
Salvador (cap. 40 y sig.)
4 - Isaías 3:1-15
Hasta el capítulo 12, se tratará principalmente del juicio sobre Israel y Judá; luego,
del capítulo 13 al capítulo 27 el que caerá sobre las naciones. Dios siempre
empieza ese juicio por su casa —la esfera más responsable— y éste será el caso de
la cristiandad profesante (Romanos 2:9; 1 Pedro 4:17). El completo fracaso del
hombre se nota más en los que tienen responsabilidades y ocupan una posición
elevada. Pese a las formales enseñanzas de Dios se halla entre ellos el adivino y “el
hábil encantador” (v. 3, V.M.; Deuteronomio 18:10). ¡En qué profunda corrupción
cayó Israel! Pero, no obstante, Dios sabe diferenciar entre el justo y el impío (v. 10-
11) y dará a cada uno según su obra. “Lo que el hombre sembrare, eso también
segará” confirma Gálatas 6:7 (comp. Job 4:8 y Oseas 8:7; 10:12-13).
A las jóvenes, los versículos 18 a 23 les enseñan que los refinamientos de la moda
no datan de nuestro siglo. ¿Hay algo más insoportable —y al mismo tiempo más
ridículo (véase v. 16, final)— que esa extrema preocupación por la propia persona,
ese deseo de atraer la atención y la admiración de los demás? De todos esos
accesorios del vestir y esos adornos, Dios nos hace notar la vanidad. ¿Quiere decir
esto que una creyente no debe cuidar su “atavío”? ¡Al contrario! La Palabra le
enseña aun la manera de hacerlo. Buenas obras (1 Timoteo 2:9, 10), un espíritu
afable y apacible (1 Pedro 3:2-6), son el adorno moral que a Dios le gusta; esto sin
perder de vista que nuestra manera de vestirnos no le deja indiferente.
Aquí termina el prefacio del libro. Nos ha mostrado la ruina total de Judá y de
Jerusalén, los juicios que les alcanzarán, pero también su restauración y la gloria de
Cristo (el renuevo del Señor, fuente y poder de vida - v. 2).
6 - Isaías 5:1-17
Una conmovedora parábola ilustra los cuidados de Dios para con su pueblo. Israel
es la viña del Amado de Dios. Aunque fue plantada, arreglada y cuidada con la más
tierna solicitud, en definitiva no produjo sino uva silvestre, incomible y sin valor. En
la parábola de los labradores malvados, el Señor expresará la total decepción
sufrida por el Amado que tenía todos los derechos sobre su viña, Israel (Lucas 20:9-
16).
Pero estos versículos nos hacen palpar también nuestra propia ingratitud. Es como
si el Señor, después de permitirnos hacer la cuenta de todas las gracias recibidas
desde nuestra infancia, preguntara con tristeza a cualquiera de nosotros: ¿Qué debí
de hacer por ti que no haya hecho? ¿No tenía derecho de esperar algún buen fruto
de tu parte? ¡Y, sin embargo, nada produjiste para mí!
7 - Isaías 5:18-30
Las pasiones de los hombres y los blancos que ellos persiguen varían según su
condición social o su temperamento. Unos se afanan por agregar otro campo a su
campo u otra casa a su casa (aunque sin poder habitar más de una a la vez - v.
8). ¡Ay de ellos! porque esas cosas de la tierra habrá que dejarlas en la
tierra… para presentarse ante Dios con las manos vacías. Otros buscan su placer
en las fiestas del mundo y en la excitación engañadora del alcohol (v. 11, 12, 22).
¡Ay de ellos cuando despierten demasiado tarde a las realidades eternas! También
están los que se vanaglorian del pecado y provocan a Dios abiertamente (v. 18-19);
aquellos cuya conciencia endurecida ha perdido la noción del bien y del mal (v. 20)
y los que se complacen en su propia sabiduría (v. 21; en contraste con Proverbios
3:7). Todos los hombres están representados allí, desde el miserable borracho hasta
el más grande filósofo, en una común y vana búsqueda de la felicidad (Eclesiastés
8:13). Pero el vocablo de Dios y el fin de todos los pensamientos y de todas las
codicias humanas, sean distinguidos o vulgares, es: ¡Ay, ay, ay!
Veremos en los próximos capítulos de qué manera Dios se sirve de una nación
(Asiria) como vara para castigar a su pueblo.
8 - Isaías 6:1-13
En una gloriosa visión, el joven Isaías se halla de repente colocado en presencia del
Dios santísimo. Convencido de pecado, exclama: “¡Ay de mí, pues soy perdido!”
(V.M. - comp. Lucas 5:8). Entonces a la santidad de Dios viene a responder
su gracia. El altar está al lado del trono. La purificación del pecador se cumple a
partir del altar, figura del sacrificio de Cristo. Y veamos con qué diligencia Isaías se
presenta en seguida para servir a Aquel que acaba de quitar su pecado. ¿Estamos
dispuestos a contestar del mismo modo al llamamiento del Señor: “Heme aquí,
envíame a mí”?
Es una misión muy extraña la que recibe en primer lugar el joven profeta. ¡Debe
anunciar a “este pueblo” que Dios hará incomprensible Su mensaje! Este
endurecimiento ha sido a menudo recordado, por ejemplo en Mateo 13:14; Juan
12:40; Hechos 28:25-27: “Anda… Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus
oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su
corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad”. Isaías es enviado sólo
después que ese pueblo desechó “la palabra del Santo de Israel” (cap. 5:24). Y Dios
lo permite para que las naciones puedan también participar de la salvación
(Romanos 11:25).
Ese año de la muerte del rey Uzías fue decisivo para el joven Isaías. ¿Existe también
en nuestra vida una fecha sobresaliente: la de nuestra conversión?
9 - Isaías 7:1-25
Después de haber contestado al llamado de Dios, Isaías fue obligado —así parece
— a esperar mucho tiempo (por lo menos 16 años: duración del reinado de Jotán)
antes de empezar su servicio público. Si tenemos que pasar por semejante escuela
de paciencia, no nos desanimemos. Dejemos que el Señor escoja el momento y la
manera que le convienen para emplearnos. Nuestra única responsabilidad es la de
estar disponible y ser obediente (comp. Mateo 8:9).
Luego Acaz, pese a su indignidad y falsa humildad, es invitado a oír una revelación
mucho más grande y más gloriosa: el nacimiento de Emanuel. Él traerá la salvación
a la casa de David, a Israel y al mundo. ¡Hermoso nombre el de Emanuel: “Dios con
nosotros”! (Mateo 1:23). Lo hallamos aquí como un primer rayo de luz proyectado
por la lámpara profética en medio de las más profundas tinieblas morales. Léase 2
Pedro 1:19.
10 - Isaías 8:1-22
Para guardar el hilo conductor en estas palabras proféticas, no olvidemos que ellas
conciernen algunas veces al pueblo rebelde y apóstata en su conjunto (v. 11, 14,
15, 19 y sig.) otras al remanente fiel al cual el Espíritu se dirige aquí.
La cita del versículo 18 en Hebreos 2:13 (“He aquí, yo y los hijos que me dio Dios”)
nos permite ver en el profeta y sus hijos (cap. 7:3 y 8:1) a Cristo presentándose ante
Dios con sus “discípulos”. No se avergüenza de reconocerlos y “llamarlos
hermanos” (véase Juan 17:6 y 20:17: “Jesús le dijo: …Vé a mis hermanos y diles:
Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”).
11 - Isaías 9:1-21
12 - Isaias 10:1-23
Los versículos 8 a 21 del capítulo 9 y los 4 primeros del capítulo 10 nos muestran
todas las razones por las cuales el furor de Dios hacia Israel no “ha cesado… sino
que todavía su mano está extendida”. Y esta mano esgrime una temible vara para
castigar al pueblo culpable: es Asiria, la que ya fue nombrada. Existió un asirio
histórico (Senaquerib y sus ejércitos: véase cap. 36:1). Pero sólo ha sido una figura
pálida del terrible asirio profético que invadirá el país de Israel un poco antes del
reinado de Cristo. En su indignación, Dios ordenará ese ataque contra su pueblo.
Pero el agresor lo tomará como pretexto para atribuirse sus éxitos y aun para
elevarse contra Dios (v. 13 y 15; comp. 2 Reyes 19:23 y sig.) ¡Qué locura! La
herramienta no es nada sin la mano que la maneja. Por esto, cuando haya
terminado de servirse de esa vara, Dios le prenderá fuego como se quema a un
simple palo (v. 16; cap. 30:31-33).
Aprovechemos ese ejemplo extremo para acordarnos de lo que somos, aun como
creyentes: simples instrumentos sin fuerza ni sabiduría propia (comp. v. 13), a los
cuales el Señor puede poner a un lado o reemplazar como le agrade. El
pensamiento final de Dios no es el juicio sino la gracia: “el remanente volverá” (v.
21, 22 citados en Romanos 9:27).
“La soberbia del hombre le abate; pero al humilde de espíritu sustenta la honra”
(Proverbios 11:2 y 29:23).
14 - Isaías 13:1-22
Dios empezó el juicio por Israel, que era entonces “su propia casa”. Es el principal
tema de los doce primeros capítulos. Ahora, en una nueva división que nos
conducirá hasta el capítulo 27, va a hablarnos de su juicio sobre las naciones.
Históricamente, se trata en primer lugar, de los pueblos contemporáneos de Isaías.
Por esta razón, las diferentes profecías que leeremos sucesivamente ya se han
cumplido al pie de la letra. Relatos de viaje confirman que aún hoy el
emplazamiento de Babilonia es un lugar asolado y temido, en el cual viven sólo las
fieras del desierto (v. 17-22). No obstante, “ninguna profecía de la Escritura es de
interpretación privada” (2 Pedro 1:20), dicho de otro modo, no se explica
aisladamente ni aun por los hechos históricos posteriores. Lo que se debe buscar
siempre en ella, con la inteligencia que da el Espíritu Santo, es una relación con el
pensamiento central y final de Dios, a saber, Cristo y su futuro reinado.
15 - Isaías 14:1-27
Después del juicio contra Babilonia y Asiria, viene el de las naciones vecinas de
Israel. Como acusados que se suceden ante un tribunal, esos tradicionales
enemigos del pueblo judío van a oír, uno tras otro, una solemne profecía.
La Filistea, sojuzgada por Uzías, padre de Acaz (2 Crónicas 26:6), no tenía por qué
regocijarse por la muerte de este último (v. 28, 29), puesto que Ezequías, su hijo,
iba asimismo a atacarla. “Hirió también a los filisteos hasta Gaza y sus fronteras,
desde las torres de las atalayas hasta la ciudad fortificada” (2 Reyes 18:8).
En lo que concierne a Moab, muy grande es su soberbia (cap. 16:6). A este pueblo
lo caracteriza el orgullo, del cual Dios declara: “La soberbia y la arrogancia
aborrezco” y anuncia: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la
caída la altivez de espíritu” (Proverbios 8:13; 16:18). Asistimos a esta ruina de Moab.
La desolación de Moab es indescriptible. Sus alaridos de espanto y de
desesperación llenan los capítulos 15 y 16.
En los versículos 2 a 4 del capítulo 16 nos enteramos de que los fieles que huirán
de la persecución del Anticristo en Judá hallarán refugio sobre el territorio de
Moab. Finalmente, después de la ejecución de los juicios, habrá uno quien reine
con misericordia, con verdad, con rectitud y con justicia. El Salmo 72, versículos 1-4,
anuncia estos tiempos felices, en los cuales Cristo, el verdadero Salomón, juzgará al
pueblo con justicia y rectitud.
En el capítulo 7:1 hemos visto a Rezín, rey de Siria, atacar a Judá con la complicidad
de Peka, hijo de Remalías. 2 Reyes 16:5 a 9 completa este relato con su final: la
toma de Damasco por Tiglat-pileser y la muerte de Rezín. Sin embargo, la “Profecía
sobre Damasco” se refiere al porvenir, lo mismo que los juicios precedentes. Al
parecer, la moderna Siria formará parte de esa “multitud de muchos pueblos” (v.
12; Apocalipsis 17:15), la cual, como un mar tumultuoso, tratará de sumergir a
Israel… pero, “antes de la mañana”, ya no existirá (Salmo 37:36).
Estos príncipes de Zoán y de Menfis nos ofrecen la imagen de los hombres de este
mundo. Se creen sabios y no son más que necios (v. 11; comp. Romanos 1:22)
porque rehúsan escuchar al Dios que se reveló. Al mismo tiempo dan crédito a
todas las posibles formas de superstición (comp. v. 3). Por otra parte, es de notar
que, paradójicamente, los peores incrédulos son, a menudo, los más crédulos.
Esto se explica perfectamente: sin darse cuenta de ello, están enceguecidos y
seducidos por Satanás, el señor duro y rey violento (v. 4; 2 Timoteo 3:13) que
domina sobre ellos, engañándolos. Pero la gracia de Dios todavía tendrá algo que
decir, aun para Egipto. Al lado de Israel, la particular heredad de Dios, en la
bendición milenial habrá lugar para Egipto y Asiria, otrora enemigos del pueblo de
Dios, pero figuras del mundo, el cual será entonces enteramente sumiso al Hijo del
Hombre (Génesis 22:18).
El capítulo 21 empieza con “la profecía sobre el desierto del mar”. Se trata de
nuevo de Babilonia. Durante lo que ella llama “la noche de mi deseo”, los medos y
los persas (Elam) otrora pusieron fin brutalmente a su imperio y a su opulencia (v.
4; véase Daniel 5:28-31). Pero esta profecía tiene una aplicación futura como la del
capítulo 13 (Lucas 21:35).
21 - Isaías 22:12-25
Cuando una calamidad amenaza a la gente del mundo, una de sus reacciones
consiste en rodearse de todas las precauciones humanas (v. 8-11). Pero hay otra
actitud peor aún: es el dejarse estar. Aquí, mediante una prueba, Dios acaba de
invitar a Israel a llorar y a humillarse: Él les cantó endechas, por decirlo así (Mateo
11:16-17). Ahora bien, el pueblo no sólo no se lamentó sino que —cosa extraña—
¡se entregó al júbilo y a la alegría! ¡Esta filosofía —llamada materialista— tiene
muchos adeptos en nuestro atormentado siglo! Ya que la existencia es tan breve —
dicen esos insensatos— y que estamos a merced de una catástrofe, aprovechemos
el presente momento lo más alegremente posible. Es lo que resume la corta frase:
“Comamos y bebamos, porque mañana moriremos”. El apóstol Pablo la cita a los
corintios como para decirles: Si no debiera haber una resurrección, no nos
quedaría sino vivir efectivamente como bestias, con el único goce del instante que
pasa: “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos porque mañana
moriremos” (1 Corintios 15:32, Lucas 17:27).
Los versículos 15 a 25 ponen a un lado al mayordomo infiel, figura del Anticristo,
para establecer al hijo de Hilcías, Eliaquin (el que Dios establece), hermosa figura
del Señor Jesús (v. 22-24; comp. Apocalipsis 3:7).
22 - Isaías 25:1-12
En el capítulo 24, los juicios apocalípticos, que deben poner fin al poder del mal, se
han desplegado sobre la tierra y la han trastornado por completo. Pero en el
capítulo 25, desde el medio mismo de esas ruinas (v. 2) he aquí que se eleva una
conmovedora melodía. El “pobre” remanente de Israel, maravillosamente dejado a
salvo de la destrucción, canta lo que el Dios eterno ha sido para él durante el
tiempo de la tormenta. Ahora “el tiempo de la canción ha venido” (Cantares 2:12;
comp. cap. 24:13). El versículo 4 ha sido el consuelo —y la experiencia— de
innumerables creyentes en la prueba. Pero el versículo 8 nos hace entrever las
manifestaciones de un poder más grande aun: Destruirá la muerte para siempre…
Cosa notable, esta frase está en tiempo futuro, en tanto que su cita en 1 Corintios
15:54 nos habla del momento en que se realiza para los creyentes: “Sorbida es la
muerte en victoria” o más exactamente traducido aun: “Tragada ha sido la
muerte…” (V.M.), porque entre esos dos versículos acaeció la cruz y la triunfal
resurrección del vencedor del Gólgota. Finalmente, cuando resuciten los malos, la
muerte será definitivamente destruida (1 Corintios 15:26).
El tema del juicio de Israel, desarrollado en los capítulos 1 a 12, termina con una
espléndida visión del reinado del milenio. Y a su vez, esta segunda parte (cap. 13 a
27), que trata del castigo de las naciones, termina de la misma manera. Se canta un
cántico del cual algunos versículos merecen ser subrayados especialmente en
nuestra Biblia. Los versículos 3 y 4 del capítulo 26 han sostenido a muchos
desalentados hijos de Dios (comp. Salmo 16:1). Los versículos 8 y 9 expresan los
fervientes suspiros del fiel. El versículo 13 nos recuerda los vínculos de la esclavitud
del pasado. Sí, conocemos por demás a esos otros señores: Satanás, el mundo y
nuestras codicias. Han dominado sobre nosotros hasta que nos liberó el Señor, al
que pertenecemos de ahí en adelante (2 Crónicas 12:8).
En el capítulo 27, el leviatán, figura del diablo (la serpiente antigua) está
imposibilitado para dañar (Salmo 74:14; Apocalipsis 20:1-3). Luego, Israel es
comparado con una viña nueva (comp. cap. 5). Produce, esta vez, ya no más uva
silvestre sino el puro vino de un gozo sin par y llena la faz del mundo de frutos
para la gloria de Dios, pues ya no son los malvados labradores quienes están
encargados de ella. Dios mismo la cuida de noche y de día.
24 - Isaías 28:1-22
Una tercera subdivisión del libro empieza con este capítulo 28. Vuelve atrás para
detallar la invasión de Efraín (las diez tribus) y luego la de Judá por el temible asirio
profético. El orgullo actuará como la embriaguez para extraviar al desdichado
pueblo judío. Éste creerá que se protege eficazmente al hacer un pacto con la
muerte (es decir, con el jefe del Imperio romano). Pero esto mismo será su
perdición. Como un ciclón que arrasa todo a su paso, el asirio asolará a Jerusalén.
Dios se servirá de ese “azote” para cumplir “su extraña obra… su extraña
operación”; dicho de otro modo, el juicio. Porque su habitual obra es la
de salvar y de bendecir (Juan 3:17).
25 - Isaías 29:1-24
El versículo 13 será citado por el Señor en Mateo 15:7-8 a los escribas y a los
fariseos, porque describe el estado de ellos. Honrar al Señor con los labios en tanto
que el corazón permanece muy alejado de Él, sí, en tal estado podemos
encontrarnos si no nos juzgamos. Tal hipocresía puede engañar a los demás y
hacernos pasar por más piadosos de lo que somos; pero no podría embaucar a
Aquel que lee en nuestros corazones (Ezequiel 33:31-32).
¡Pues bien! semejante perspectiva ¿no es apropiada para reanimar a los corazones
más desalentados? (v. 3). Con más razón aun, así es la esperanza cristiana por
excelencia: la venida del Señor para arrebatar a su Iglesia. No lo olvidemos y
hablemos de ello con los demás creyentes. No hay medio más eficaz
para fortalecer las manos cansadas por el servicio, así como las rodillas que han
dejado de doblarse para la oración, y para animarnos a un andar sin
desfallecimiento (comp. Hebreos 12:12). “Alentaos los unos a los otros con estas
palabras”, recomienda también el apóstol Pablo (1 Tesalonicenses 4:18).
Hemos llegado, pues, al fin de la primera gran división profética del libro de Isaías.
Los capítulos 36 a 39 intercalan entre las dos grandes divisiones proféticas del libro
de Isaías un episodio histórico. Se trata del relato que conocemos por medio de 2
Reyes 18:13 a 20:21 y por 2 Crónicas 32. Dios nos lo da una tercera vez como una
viviente ilustración: por una parte, la confianza en Él; por otra, sus
misericordiosas respuestas a esa confianza. Inesperada en ese lugar del libro, esta
hermosa historia de Ezequías está destinada a fortalecer “las manos cansadas” y
afirmar “las rodillas endebles” (35:3). Por último, es una figura de la situación en la
cual se hallará el remanente de Israel cuando ocurra la invasión asiria.
“Éstos confían en carros, y aquéllos en caballos; mas nosotros del nombre del
Señor nuestro Dios tendremos memoria” (Salmo 20:7). “Bienaventurados todos los
que en él confían” (Salmo 1:12).
30 - Isaías 37:5-20
Los siervos de Ezequías han obedecido a su rey al callar ante el enemigo. Luego le
han contado fielmente las palabras de este último (cap. 36:21-22). Ahora cumplen
ante Isaías la misión que les ha sido encomendada, poniendo en práctica el
proverbio que ellos mismos copiaron (véase Proverbios 25:1 y 13). Notemos que
están conducidos por Eliaquim, hijo de Hilcías, el fiel mayordomo establecido por
Dios y que es una figura del Señor Jesús (cap. 22:20).
Tranquilizado una primera vez por la respuesta del profeta, he aquí que Ezequías
recibe del rey de Asiria una carta cargada de amenazas para él y de menosprecio
hacia Dios. En el doble sentimiento de su propia impotencia y de la ofensa hecha al
Dios de Israel, el rey penetra de nuevo en el Templo, donde extiende la arrogante
misiva delante de Dios. Esta vez no se contenta con una oración de Isaías (v. 4). Se
dirige él mismo a Dios, diciendo: “Jehová de los Ejércitos, Dios de Israel… oye todas
las palabras de Senaquerib, que ha enviado a blasfemar al Dios viviente… Ahora
pues, Jehová Dios nuestro, líbranos de su mano…” Notemos sus argumentos. No
hace mención de sí mismo ni del pueblo. Sólo importa la gloria de Aquel que mora
“entre los querubines”. No se debía confundir “los dioses de las naciones”
sojuzgadas por Asiria con “el Dios de todos los reinos de la tierra” (v. 12 y 16 –
comp. también el v. 17 con Salmo 74:10 y 18).
31 - Isaias 37:21-38
Admiremos la gracia de Dios, quien, a esa salvación, agrega aun una señal. El
conoce las necesidades de los suyos y promete proveer a su subsistencia (v.
30; Mateo 6:31-33).
32 - Isaías 38:1-16
La fe de Ezequías obtiene aquí de parte de Dios una respuesta más grande todavía
que la del capítulo anterior. La muerte se presenta, importuna visitante. La
desesperación que experimenta el desdichado rey parece mostrar una cosa: no
conoce la promesa que Dios había hecho por boca de Isaías, promesa que hemos
leído en el capítulo 25:8: “Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará el Señor
toda lágrima de todos los rostros”. Ezequías, quien vive en el tiempo de las
promesas para la tierra (Salmo 116:9), no tiene otra esperanza que la prolongación
de sus días. No tiene ante él la certeza de la resurrección que los creyentes poseen
hoy en día. No sabe que “morir es ganancia” porque “partir y estar con Cristo… es
muchísimo mejor” (Filipenses 1:21 y 23). No obstante, Dios oye su oración, ve sus
lágrimas… y se apiada. Y, esta vez también, agrega a su respuesta una señal de
gracia: la sombra que retrocede sobre el reloj de sol, figura del juicio demorado.
El versículo 3 nos hace pensar en Hebreos 5:7 y en las lágrimas vertidas por el
Señor Jesús en Getsemaní. ¿Quién sino Jesús podía cumplir plenamente estas
palabras?
Este hermoso relato ya nos ha sido contado en 2 Reyes 20:1-11. Pero lo que
hallamos sólo aquí es la conmovedora “escritura de Ezequías” que acompaña su
curación.
33 - Isaías 38:17-22; Isaías 39:1-8
La porción de los inconversos aquí abajo se reduce a una sola palabra: “amargura”
(comp. Eclesiastés 2:23). Aun cuando todo les sale bien no pueden librarse de una
angustia secreta. “Mas —puede decir el redimido a su Salvador— a ti agradó librar
mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis
pecados”.
De una manera más general, es la historia de Israel que volverá a vivir como
pueblo de Dios en el último día, después del perdón de todos sus pecados.
34 - Isaías 40:1-17
Los capítulos 40 a 66 forman un conjunto muy distinto, al punto que a veces han
sido llamados «el segundo libro de Isaías». La primera parte tenía por tema
principal la historia pasada y futura de Israel, así como la de las naciones con las
cuales tuvo (y tendrá) que habérselas. En la división que abordamos, se trata
esencialmente de la obra de Dios en los corazones para que miren hacia Él.
Nuestra oración, al empezar esta lectura, es que tal obra se haga en cada uno
de nuestros corazones. Sólo la gracia divina puede cumplirla y, por esta razón,
Dios empieza por hablar de consuelo y de perdón.
Entre “las voces” que resuenan al principio de este capítulo (v. 2, 3, 6 y 9), hay una
que reconocemos: la de Juan el Bautista (Juan 1:23). Los evangelios nos enseñarán
de qué manera él preparó el camino del Señor Jesús. El siguiente llamado, citado
en 1 Pedro 1:24-25, compara el carácter frágil y pasajero de la carne —incluso lo
que puede producir de más hermoso (su flor)— con “la Palabra de Dios que vive
y permanece para siempre” (comp. Mateo 24:35). En fin, Jerusalén está invitada a
anunciar a todos: “¡Ved aquí al Dios vuestro!” ¿Somos también mensajeros de
buenas nuevas? (comp. 2 Reyes 7:9).
35 - Isaías 40:18-31
36 - Isaías 41:1-29
El final del capítulo continúa estableciendo lo que Dios es con relación a los ídolos.
Éstos son desafiados, ¿tienen el menor conocimiento del pasado o de “lo que ha de
venir”? (v. 22-23). ¡Entonces que lo prueben! El Creador, el Dios que se interesa en
el hombre es igualmente el Dios de todo conocimiento.
37 - Isaías 42:1-17
39 - Isaías 43:8-28
“Por amor de mí mismo”: es también a causa de sí mismo que Dios borra las
transgresiones. Su gloria exige nuestra santidad. Provee a esto personalmente,
aunque Él sea el Dios ofendido: “Yo —dice—, yo soy el que borro tus rebeliones”.
No sólo las quita, sino que, de todos nuestros pecados, incluso los más horrorosos,
nos enteramos que Dios no se acuerda más. ¡Qué gracia! Empero, Él agrega:
“Hazme recordar… habla tú…” A nosotros, descendientes de Adán pecador, Dios
nos encarga el cuidado de confesar nuestro estado, nuestras propias faltas… y al
mismo tiempo de recordar la obra cumplida para expiarlos. ¿No es justamente
esto “publicar sus alabanzas”?
40 - Isaías 44:1-13
Estos capítulos nos llevan al comienzo de la historia de Israel en el libro del Éxodo.
Dios había formado y separado ese pueblo para sí mismo (cap. 43:21 y 44:2). Ellos
le pertenecían y Él a ellos (v. 5). Él les había dado la ley que empezaba así: “Yo soy
el Señor tu Dios… No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen…
No te inclinarás a ellas, ni las honrarás…” (Éxodo 20:1-5). Por la historia del pueblo
sabemos hasta qué punto estos mandamientos fueron transgredidos. Mas los
ídolos no son el pecado exclusivo de Israel, ni tampoco patrimonio sólo de los
pueblos paganos (1 Corintios 10:14). Al hacer el inventario de los objetos que
poseemos —y el de nuestros pensamientos secretos— tal vez encontremos más de
un ídolo sólidamente instalado. ¡Pues bien! es por esta razón que, tan a menudo, el
Espíritu de Dios es entristecido y la bendición frustrada (comp. v. 3).
Meditemos todavía las dos últimas expresiones de nuestra lectura respecto del
ídolo. Está hecho “a semejanza de hombre hermoso” (comp. cap. 1:6). El ser
humano se complace de sí mismo, honrando y sirviendo a las cosas creadas más
bien que al que las creó (Romanos 1:25). En segundo lugar, el ídolo está hecho
“para tenerlo en casa” (v. 13). Velemos muy de cerca sobre nuestro corazón, este
lugar oculto de Deuteronomio 27:15, pero también sobre nuestra casa.