Comentario Diario Sobre Isaias

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Comentario diario sobre Isaias

1 - Isaías 1:1-17
Como nos lo muestran las mismas palabras del Señor, el Antiguo Testamento
consta de tres grandes partes: la ley de Moisés (el Pentateuco), los profetas (que
abarcan además los libros históricos) y los salmos con los libros poéticos (Lucas
24:44). Por consiguiente, abordamos con la profecía una importante parte de la
Biblia, lamentablemente demasiado a menudo descuidada a causa de sus
dificultades. Pidámosle al Señor que nos ayude a descubrir en ella también las
cosas tocantes a Él (Lucas 24:27). Un profeta es el portavoz de Dios ante su pueblo
para reprenderlo, advertirlo, traerlo de vuelta y consolarlo. En el primer capítulo,
como entrada en materia, la primera misión de Isaías es la de un médico encargado
de dar su opinión acerca de un enfermo cuyo estado es desesperado. ¡Qué terrible
diagnóstico el de los versículos 5 y 6! Es tan válido para el hombre de hoy como
para el israelita de otrora. “Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente”.
La inteligencia se ha corrompido al desviarse de Dios y los afectos por Él han
faltado totalmente (Romanos 1:21). En esas condiciones, el despliegue de formas
religiosas exteriores no es más que una vana hipocresía y aun una abominación (v.
13; comp. Proverbios 21:27).

2 - Isaias 1:18-31
He aquí toda la gracia divina que brilla a favor de su miserable pueblo (pero
también a disposición de todo pecador que reconoce estar perdido). En el pasaje
anterior lo dejamos cubierto de llagas y de heridas recientes (V.M.), semejante a
ese hombre de la parábola que había caído en manos de ladrones (Lucas 10:30).
Ahora Dios invita a ese pueblo a echar cuentas. ¿Rendir cuentas? ¿Para qué? ¿Qué
decir en su defensa? El culpable tiene la boca cerrada. Y entonces, en lugar de
condenación, puede escuchar de la boca de su propio juez la
maravillosa promesa del versículo 18, la que trajo paz a tantos corazones: “Si
vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos…”
Sabemos que es por medio de la sangre de Cristo que esa purificación puede
cumplirse (1 Juan 1:7). En cambio, el castigo se ejecutará sobre los que rehúsen el
perdón ofrecido.

Los versículos 21 y siguientes nos describen lo que ha llegado a ser Jerusalén, “la
ciudad fiel”: una guarida de homicidas. Es necesario que Dios la purifique. Para su
desdicha, no será por la sangre redentora —porque nada quiso de ella— sino por
el juicio que cae sobre los transgresores después de toda la paciencia que Dios
demostró hacia un pueblo rebelde.

3 - Isaías 2:1-22

Pese a su ruina y a su miseria enceguecedoras, Jerusalén y Judá estaban hinchados


de soberbia y de pretensión. Pero, cuando venga el día del cual hablan los
versículos 12 a 21, “la soberbia de los hombres será humillada; y solo Jehová será
exaltado en aquel día…” (v. 11 y 17). Dios hará saber públicamente lo que piensa de
la gloria y del genio humanos (con todos sus agradables objetos de arte v. 16). El
versículo 22 va mucho más lejos aún. “Dejaos del hombre” no sólo es la conclusión
de nuestros dos capítulos sino la de todo el Antiguo Testamento; es la irrevocable
sentencia de Dios sobre la raza humana de la cual Israel no es más que una
muestra. Poco después, la cruz pondría punto final a esa experiencia del hombre en
Adán. De ahí en adelante, Dios no hace caso de él y, de acuerdo con Él, tenemos el
privilegio de considerarnos “muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo
Jesús” (Romanos 6:11).

Este libro de Isaías empieza como la epístola a los Romanos, cuyos primeros tres
capítulos formalmente establecen la culpabilidad del hombre y, por ende, su
necesidad de justificación. La salvación de Jehová, significado del nombre
de Isaías, podrá entonces ser revelada más adelante en la persona de Cristo, el
Salvador (cap. 40 y sig.)

4 - Isaías 3:1-15

Hasta el capítulo 12, se tratará principalmente del juicio sobre Israel y Judá; luego,
del capítulo 13 al capítulo 27 el que caerá sobre las naciones. Dios siempre
empieza ese juicio por su casa —la esfera más responsable— y éste será el caso de
la cristiandad profesante (Romanos 2:9; 1 Pedro 4:17). El completo fracaso del
hombre se nota más en los que tienen responsabilidades y ocupan una posición
elevada. Pese a las formales enseñanzas de Dios se halla entre ellos el adivino y “el
hábil encantador” (v. 3, V.M.; Deuteronomio 18:10). ¡En qué profunda corrupción
cayó Israel! Pero, no obstante, Dios sabe diferenciar entre el justo y el impío (v. 10-
11) y dará a cada uno según su obra. “Lo que el hombre sembrare, eso también
segará” confirma Gálatas 6:7 (comp. Job 4:8 y Oseas 8:7; 10:12-13).

Uno de los enojosos frutos cosechados por el pueblo es el desorden social, el


derrumbamiento del orden establecido. No hay más disciplina, los hijos objetan la
autoridad de sus padres y de sus educadores: “el joven se levantará contra el
anciano” (v. 5), los valores morales y las obligaciones son puestos a un lado.
¡Cuántas analogías entre esta profunda decadencia de Israel y la que
comprobamos hoy en nuestros países cristianizados!

5 - Isaías 3:16-26; Isaías 4:1-6

A las jóvenes, los versículos 18 a 23 les enseñan que los refinamientos de la moda
no datan de nuestro siglo. ¿Hay algo más insoportable —y al mismo tiempo más
ridículo (véase v. 16, final)— que esa extrema preocupación por la propia persona,
ese deseo de atraer la atención y la admiración de los demás? De todos esos
accesorios del vestir y esos adornos, Dios nos hace notar la vanidad. ¿Quiere decir
esto que una creyente no debe cuidar su “atavío”? ¡Al contrario! La Palabra le
enseña aun la manera de hacerlo. Buenas obras (1 Timoteo 2:9, 10), un espíritu
afable y apacible (1 Pedro 3:2-6), son el adorno moral que a Dios le gusta; esto sin
perder de vista que nuestra manera de vestirnos no le deja indiferente.

Lo que Dios da a su pueblo al final de su historia recuerda sus cuidados del


principio, o sea, “nube y oscuridad de día y de noche resplandor de fuego”
(comp. Éxodo 13:21-22) como para asegurarle: Nunca dejé de poner los ojos en ti.

Aquí termina el prefacio del libro. Nos ha mostrado la ruina total de Judá y de
Jerusalén, los juicios que les alcanzarán, pero también su restauración y la gloria de
Cristo (el renuevo del Señor, fuente y poder de vida - v. 2).

6 - Isaías 5:1-17

Una conmovedora parábola ilustra los cuidados de Dios para con su pueblo. Israel
es la viña del Amado de Dios. Aunque fue plantada, arreglada y cuidada con la más
tierna solicitud, en definitiva no produjo sino uva silvestre, incomible y sin valor. En
la parábola de los labradores malvados, el Señor expresará la total decepción
sufrida por el Amado que tenía todos los derechos sobre su viña, Israel (Lucas 20:9-
16).

Pero estos versículos nos hacen palpar también nuestra propia ingratitud. Es como
si el Señor, después de permitirnos hacer la cuenta de todas las gracias recibidas
desde nuestra infancia, preguntara con tristeza a cualquiera de nosotros: ¿Qué debí
de hacer por ti que no haya hecho? ¿No tenía derecho de esperar algún buen fruto
de tu parte? ¡Y, sin embargo, nada produjiste para mí!

Conocemos el medio de llevar fruto. Es el de permanecer en “la vid verdadera”.


Ahora que Israel, viña improductiva, ha sido quitada, Cristo ha llegado a ser esa vid
verdadera y su Padre es el labrador (Juan 15:1).
En el versículo 8, Isaías empieza la serie de los “ayes…” Nos muestran las tristes
consecuencias, tanto para Israel como para el ser humano en general, al rehusar
obedecer a Dios.

7 - Isaías 5:18-30

Las pasiones de los hombres y los blancos que ellos persiguen varían según su
condición social o su temperamento. Unos se afanan por agregar otro campo a su
campo u otra casa a su casa (aunque sin poder habitar más de una a la vez - v.
8). ¡Ay de ellos! porque esas cosas de la tierra habrá que dejarlas en la
tierra… para presentarse ante Dios con las manos vacías. Otros buscan su placer
en las fiestas del mundo y en la excitación engañadora del alcohol (v. 11, 12, 22).
¡Ay de ellos cuando despierten demasiado tarde a las realidades eternas! También
están los que se vanaglorian del pecado y provocan a Dios abiertamente (v. 18-19);
aquellos cuya conciencia endurecida ha perdido la noción del bien y del mal (v. 20)
y los que se complacen en su propia sabiduría (v. 21; en contraste con Proverbios
3:7). Todos los hombres están representados allí, desde el miserable borracho hasta
el más grande filósofo, en una común y vana búsqueda de la felicidad (Eclesiastés
8:13). Pero el vocablo de Dios y el fin de todos los pensamientos y de todas las
codicias humanas, sean distinguidos o vulgares, es: ¡Ay, ay, ay!

Veremos en los próximos capítulos de qué manera Dios se sirve de una nación
(Asiria) como vara para castigar a su pueblo.

8 - Isaías 6:1-13

En una gloriosa visión, el joven Isaías se halla de repente colocado en presencia del
Dios santísimo. Convencido de pecado, exclama: “¡Ay de mí, pues soy perdido!”
(V.M. - comp. Lucas 5:8). Entonces a la santidad de Dios viene a responder
su gracia. El altar está al lado del trono. La purificación del pecador se cumple a
partir del altar, figura del sacrificio de Cristo. Y veamos con qué diligencia Isaías se
presenta en seguida para servir a Aquel que acaba de quitar su pecado. ¿Estamos
dispuestos a contestar del mismo modo al llamamiento del Señor: “Heme aquí,
envíame a mí”?

Es una misión muy extraña la que recibe en primer lugar el joven profeta. ¡Debe
anunciar a “este pueblo” que Dios hará incomprensible Su mensaje! Este
endurecimiento ha sido a menudo recordado, por ejemplo en Mateo 13:14; Juan
12:40; Hechos 28:25-27: “Anda… Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus
oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su
corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad”. Isaías es enviado sólo
después que ese pueblo desechó “la palabra del Santo de Israel” (cap. 5:24). Y Dios
lo permite para que las naciones puedan también participar de la salvación
(Romanos 11:25).

Ese año de la muerte del rey Uzías fue decisivo para el joven Isaías. ¿Existe también
en nuestra vida una fecha sobresaliente: la de nuestra conversión?

9 - Isaías 7:1-25

Después de haber contestado al llamado de Dios, Isaías fue obligado —así parece
— a esperar mucho tiempo (por lo menos 16 años: duración del reinado de Jotán)
antes de empezar su servicio público. Si tenemos que pasar por semejante escuela
de paciencia, no nos desanimemos. Dejemos que el Señor escoja el momento y la
manera que le convienen para emplearnos. Nuestra única responsabilidad es la de
estar disponible y ser obediente (comp. Mateo 8:9).

Isaías es enviado, primeramente, al rey de Judá, el malvado Acaz. La hora es grave


para el pequeño reino. Está amenazado por Rezín, rey de Siria, y, cosa triste de
decir, por Peka, rey de Israel. Satanás, a través de ellos, busca derribar el trono de
David y entonces se opone al reinado del Mesías prometido. Pero el profeta está
encargado de dar una buena noticia: los dos agresores no podrán cumplir su
“maligno consejo”.

Luego Acaz, pese a su indignidad y falsa humildad, es invitado a oír una revelación
mucho más grande y más gloriosa: el nacimiento de Emanuel. Él traerá la salvación
a la casa de David, a Israel y al mundo. ¡Hermoso nombre el de Emanuel: “Dios con
nosotros”! (Mateo 1:23). Lo hallamos aquí como un primer rayo de luz proyectado
por la lámpara profética en medio de las más profundas tinieblas morales. Léase 2
Pedro 1:19.

10 - Isaías 8:1-22

Dos figuras, dos grandes temas dominan toda la profecía de Isaías: el uno,


infinitamente precioso y consolador, es el mismo Mesías. El otro, al contrario,
es aterrador; es el asirio, el poderoso enemigo de Israel en los últimos días.
Porque el pueblo rehusó al primero, tendrá que habérselas con el segundo. Porque
rechazó las aguas de la gracia del que le era enviado (Siloé significa
«Enviado»: Juan 9:7), va a hallarse sumergido en juicio por las aguas
“tempestuosas y muchas” del temible rey de Asiria. Sin embargo, al acordarse de
que se trata del país de Emanuel, Dios quebrantará al final a los que se asocian
para invadirlo. Este versículo 9 recuerda también cuál será la suerte de las
asociaciones de naciones que están hoy a la orden del día (Isaías 54:15).

Para guardar el hilo conductor en estas palabras proféticas, no olvidemos que ellas
conciernen algunas veces al pueblo rebelde y apóstata en su conjunto (v. 11, 14,
15, 19 y sig.) otras al remanente fiel al cual el Espíritu se dirige aquí.

La cita del versículo 18 en Hebreos 2:13 (“He aquí, yo y los hijos que me dio Dios”)
nos permite ver en el profeta y sus hijos (cap. 7:3 y 8:1) a Cristo presentándose ante
Dios con sus “discípulos”. No se avergüenza de reconocerlos y “llamarlos
hermanos” (véase Juan 17:6 y 20:17: “Jesús le dijo: …Vé a mis hermanos y diles:
Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”).

11 - Isaías 9:1-21

El capítulo 8 terminaba con “tinieblas”. Israel andaba en ellas como ciego y a


tientas (v. 2). Pero, he aquí que, ante sus pasos, va a resplandecer “una gran luz”. La
cita de este pasaje, hecha por el Señor en Mateo 4:15-16, nos transporta al tiempo
del Evangelio para ver brillar en él a Aquel que es la luz del mundo (Juan 9:5). Y es
en esa Galilea menospreciada (pero cuán privilegiada) que Jesús cumplió la mayor
parte de su ministerio. Lo vemos en la costa del lago con sus discípulos y el gentío.
Capernaum, en particular, fue “levantada hasta el cielo” por la presencia del Hijo de
Dios en medio de ella (Mateo 11:23). No obstante, la luz verdadera no es sólo
para una región o para un pueblo, sino que “alumbra a todo hombre”. Por
desdicha, “los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran
malas” (Juan 1:9 y 3:19). Nuestros versículos pasan por alto el tiempo del
rechazamiento del Señor y todo el período actual de la Iglesia, la cual nunca se
menciona en los profetas. Nos muestran de golpe el gozo de Israel (v. 3) en el
momento en que, después de siglos de oscuridad, se levantará el glorioso Sol de
Justicia para el reino milenial (comp. cap. 60:1, 19-20). El hermoso versículo 6 nos
revela algunos de los nombres que se atribuyen al Hijo. ¡Tantos nombres y temas
benditos de meditación para nuestras almas!

12 - Isaias 10:1-23

Los versículos 8 a 21 del capítulo 9 y los 4 primeros del capítulo 10 nos muestran
todas las razones por las cuales el furor de Dios hacia Israel no “ha cesado… sino
que todavía su mano está extendida”. Y esta mano esgrime una temible vara para
castigar al pueblo culpable: es Asiria, la que ya fue nombrada. Existió un asirio
histórico (Senaquerib y sus ejércitos: véase cap. 36:1). Pero sólo ha sido una figura
pálida del terrible asirio profético que invadirá el país de Israel un poco antes del
reinado de Cristo. En su indignación, Dios ordenará ese ataque contra su pueblo.
Pero el agresor lo tomará como pretexto para atribuirse sus éxitos y aun para
elevarse contra Dios (v. 13 y 15; comp. 2 Reyes 19:23 y sig.) ¡Qué locura! La
herramienta no es nada sin la mano que la maneja. Por esto, cuando haya
terminado de servirse de esa vara, Dios le prenderá fuego como se quema a un
simple palo (v. 16; cap. 30:31-33).

Aprovechemos ese ejemplo extremo para acordarnos de lo que somos, aun como
creyentes: simples instrumentos sin fuerza ni sabiduría propia (comp. v. 13), a los
cuales el Señor puede poner a un lado o reemplazar como le agrade. El
pensamiento final de Dios no es el juicio sino la gracia: “el remanente volverá” (v.
21, 22 citados en Romanos 9:27).

“La soberbia del hombre le abate; pero al humilde de espíritu sustenta la honra”
(Proverbios 11:2 y 29:23).

13 - Isaías 11:1-16; Isaías 12:1-6

En el capítulo 10, los versículos 18 y 19, 33 y 34 comparan a Israel con un orgulloso


bosque en el cual el hacha y el serrucho (Asiria en la mano de Dios - v. 15)
producirán vastos claros. Y el árbol real de Judá también será abatido, ya que
pronto no habrá más descendiente de David sobre el trono. Pero el lector ya lo
habrá observado en la naturaleza: ocurre que renuevos llenos de savia vuelven a
brotar de un tronco cortado. Asimismo, del “tronco de Isaí” (padre de David), seco
en apariencia, brotó un nuevo vástago. Creció y, con abundancia, llevó el fruto del
Espíritu de Dios (cap. 11:2).

El vástago, la raíz y el linaje de David (v. 1 y 10; Apocalipsis 22:16), son nombres


que el Señor Jesús lleva en relación con la bendición de Israel y la del mundo.
Entonces la justicia y la paz reinarán sobre la tierra, aun entre los animales: “Morará
el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará…” (v. 6).

¡Qué contraste entre ese encantador cuadro del milenio y el estado actual de la


creación que “gime a una, y a una está con dolores de parto” (Romanos 8:19-22)
mientras aguarda el reposo y la gloria por venir! Todos los exiliados de Israel
participarán de ella. Volverán de su dispersión como otrora el pueblo volvió de su
cautiverio en Egipto. Y el capítulo 12 pone en su boca la alabanza final, la que nos
recuerda el primer cántico entonado por Israel (comp. v. 2 y Éxodo 15:2).

14 - Isaías 13:1-22
Dios empezó el juicio por Israel, que era entonces “su propia casa”. Es el principal
tema de los doce primeros capítulos. Ahora, en una nueva división que nos
conducirá hasta el capítulo 27, va a hablarnos de su juicio sobre las naciones.
Históricamente, se trata en primer lugar, de los pueblos contemporáneos de Isaías.
Por esta razón, las diferentes profecías que leeremos sucesivamente ya se han
cumplido al pie de la letra. Relatos de viaje confirman que aún hoy el
emplazamiento de Babilonia es un lugar asolado y temido, en el cual viven sólo las
fieras del desierto (v. 17-22). No obstante, “ninguna profecía de la Escritura es de
interpretación privada” (2 Pedro 1:20), dicho de otro modo, no se explica
aisladamente ni aun por los hechos históricos posteriores. Lo que se debe buscar
siempre en ella, con la inteligencia que da el Espíritu Santo, es una relación con el
pensamiento central y final de Dios, a saber, Cristo y su futuro reinado.

Así es que existe una Babilonia profética, la falsa Iglesia apóstata


(véase Apocalipsis 17:5 y cap. 18). Ésta caerá antes del establecimiento del reino
para la alegría de los santos, los que se regocijan en la grandeza de Dios, “los que
se alegran con mi gloria” (v. 3). “Alégrate sobre ella, cielo, y vosotros, santos,
apóstoles y profetas; porque Dios os ha hecho justicia en ella” (Apocalipsis 18:20;
comp. Salmo 35:15 y 26).

15 - Isaías 14:1-27

A causa de la compasión que siente por el pequeño remanente de su pueblo, Dios


derribará los más grandes imperios (cap. 43:3-5). Nada es difícil para Él cuando se
trata de liberar a los que ama. ¡No temamos! Él tiene en sus manos todos los
recursos para socorrer a sus hijos, no por nuestra fidelidad sino por la suya.

Después de Babilonia, se trata de su rey. Y nos hallamos ante una escena


particularmente asombrosa. Por medio del pensamiento, Isaías nos transporta a la
morada de los muertos e imagina la emoción causada por la llegada de aquel gran
personaje. «¡Así que tú también llegaste aquí!» exclaman los que le conocieron en
la cumbre de su poder. En ese rey de Babilonia, reconocemos al jefe del cuarto
Imperio (romano), llamado también “la Bestia”. Sin embargo, a partir del versículo
12, el pensamiento del Espíritu va más allá de ese agente de Satanás para evocar a
éste mismo. “¡Cómo caíste del cielo…!” ¡Profundo misterio el de esa aparición del
orgullo en Lucifer, el querubín de luz! Llegado a ser el príncipe de las tinieblas, aún
sabe, para seducir, disfrazarse “como ángel de luz” (2 Corintios 11:14). Hoy hace
temblar la tierra mediante el poder de las tinieblas y no suelta a sus prisioneros (v.
17; cap. 49:24-25). Pero Dios, según su promesa, pronto lo aplastará bajo nuestros
pies (Romanos 16:20; Ezequiel 28:16-19).
16 - Isaías 14:28-32; Isaías 15:1-9; Isaías 16:1-14

Después del juicio contra Babilonia y Asiria, viene el de las naciones vecinas de
Israel. Como acusados que se suceden ante un tribunal, esos tradicionales
enemigos del pueblo judío van a oír, uno tras otro, una solemne profecía.
La Filistea, sojuzgada por Uzías, padre de Acaz (2 Crónicas 26:6), no tenía por qué
regocijarse por la muerte de este último (v. 28, 29), puesto que Ezequías, su hijo,
iba asimismo a atacarla. “Hirió también a los filisteos hasta Gaza y sus fronteras,
desde las torres de las atalayas hasta la ciudad fortificada” (2 Reyes 18:8).

En lo que concierne a Moab, muy grande es su soberbia (cap. 16:6). A este pueblo
lo caracteriza el orgullo, del cual Dios declara: “La soberbia y la arrogancia
aborrezco” y anuncia: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la
caída la altivez de espíritu” (Proverbios 8:13; 16:18). Asistimos a esta ruina de Moab.
La desolación de Moab es indescriptible. Sus alaridos de espanto y de
desesperación llenan los capítulos 15 y 16.

En los versículos 2 a 4 del capítulo 16 nos enteramos de que los fieles que huirán
de la persecución del Anticristo en Judá hallarán refugio sobre el territorio de
Moab. Finalmente, después de la ejecución de los juicios, habrá uno quien reine
con misericordia, con verdad, con rectitud y con justicia. El Salmo 72, versículos 1-4,
anuncia estos tiempos felices, en los cuales Cristo, el verdadero Salomón, juzgará al
pueblo con justicia y rectitud.

17 - Isaías 17:1-14; Isaías 18:1-7

En el capítulo 7:1 hemos visto a Rezín, rey de Siria, atacar a Judá con la complicidad
de Peka, hijo de Remalías. 2 Reyes 16:5 a 9 completa este relato con su final: la
toma de Damasco por Tiglat-pileser y la muerte de Rezín. Sin embargo, la “Profecía
sobre Damasco” se refiere al porvenir, lo mismo que los juicios precedentes. Al
parecer, la moderna Siria formará parte de esa “multitud de muchos pueblos” (v.
12; Apocalipsis 17:15), la cual, como un mar tumultuoso, tratará de sumergir a
Israel… pero, “antes de la mañana”, ya no existirá (Salmo 37:36).

En contraste, el capítulo 18 nos presenta a un país marítimo que extiende su poder


protector (la sombra con las alas) para ir en ayuda del pueblo elegido. Así Dios
distingue, entre las naciones del mundo, las que son favorables o no a Israel. Y
veamos lo que Él piensa de su pobre pueblo terrenal, mientras el mundo lo
menosprecia y lo pisotea. A sus ojos, Israel es “temible (o maravilloso, según
algunas versiones) desde su principio y después…” ¿No es el pueblo de Aquel que
es llamado: “Maravilloso…”? (cap. 9:6, V.M.)
Y nosotros, amigos creyentes, ¿esperamos a Aquel que no sólo es nuestro Rey, sino
también el Esposo celestial de la Iglesia?

18 - Isaías 19:1-15; Isaías 19:22-25

Ahora Egipto tiene que oír una profecía amenazadora: guerra civil, tiranía de un


cruel déspota, como otrora el Faraón, desecamiento del Nilo, el cual es la arteria
vital, la riqueza y el orgullo del país (Ezequiel 29:3). He aquí lo que principalmente
aguarda a ese enemigo de Israel.

Estos príncipes de Zoán y de Menfis nos ofrecen la imagen de los hombres de este
mundo. Se creen sabios y no son más que necios (v. 11; comp. Romanos 1:22)
porque rehúsan escuchar al Dios que se reveló. Al mismo tiempo dan crédito a
todas las posibles formas de superstición (comp. v. 3). Por otra parte, es de notar
que, paradójicamente, los peores incrédulos son, a menudo, los más crédulos.
Esto se explica perfectamente: sin darse cuenta de ello, están enceguecidos y
seducidos por Satanás, el señor duro y rey violento (v. 4; 2 Timoteo 3:13) que
domina sobre ellos, engañándolos. Pero la gracia de Dios todavía tendrá algo que
decir, aun para Egipto. Al lado de Israel, la particular heredad de Dios, en la
bendición milenial habrá lugar para Egipto y Asiria, otrora enemigos del pueblo de
Dios, pero figuras del mundo, el cual será entonces enteramente sumiso al Hijo del
Hombre (Génesis 22:18).

19 - Isaías 20:1-6; Isaías 21:1-10

El capítulo 20 completa “la profecía sobre Egipto”. Al caminar desnudo y descalzo,


el profeta anuncia el lúgubre paso de los cautivos egipcios y etíopes deportados
por el rey de Asiria, el cual era experto en esos traslados de poblaciones. Entonces
Israel (“el morador de esta costa”) verá con espanto y consternación que fue en
vano confiar en el pueblo de Faraón para ser liberado del temible asirio (Salmo
60:11, final).

El capítulo 21 empieza con “la profecía sobre el desierto del mar”. Se trata de
nuevo de Babilonia. Durante lo que ella llama “la noche de mi deseo”, los medos y
los persas (Elam) otrora pusieron fin brutalmente a su imperio y a su opulencia (v.
4; véase Daniel 5:28-31). Pero esta profecía tiene una aplicación futura como la del
capítulo 13 (Lucas 21:35).

En el versículo 6 del capítulo 21 el profeta es invitado a colocar centinela. Sus


consignas son: ¡Escuchar (V.M. y otras) diligentemente y gritar! En un ejército, el
centinela ocupa un puesto de confianza. Su responsabilidad es considerable. Dos
deberes le incumben: Velar y advertir (véase Ezequiel 3:17-18 en contraste Isaías
56:10). ¿No tiene cada creyente esas mismas responsabilidades? ¿Las cumplimos
fielmente respecto de los pecadores de este mundo y frente a nuestros hermanos?

20 - Isaías 21:11-17; Isaías 22:1-11

Era de suponer que en la lista de los enemigos de Israel halláramos a Edom (aquí


Duma o Idumea). La profecía que le concierne es tan breve como solemne. El fiel
centinela colocado según la orden de Jehová (21:6) es interpelado por
los burladores de Seír: “Guarda, ¿qué de la noche?” (v. 11; comp. 2 Pedro 3:3-4).
Pero la respuesta es a la vez seria y apremiante: “La mañana viene…” Viene para
los que la aguardan (véase Romanos 13:12). “Y después,” la noche ¡la eterna noche
de los que están perdidos! Cristianos, seamos centinelas vigilantes, conscientes de
nuestro servicio en favor de los pecadores para exhortarlos: “Volved, venid”.
Vayamos al encuentro de aquel que tiene sed para llevarle agua (v. 14).

Después de la profecía sobre Arabia, país cuya gloria también ha de acabarse, el


capítulo 22 se dirige al “valle de la visión”. Esta vez reconocemos en él a la
misma Jerusalén en su estado de incredulidad. ¡Descripción trágica e impactante!
La ciudad entera está en efervescencia, la gente se concentra en los terrados para
asistir a su desastre. Todas las imaginables precauciones ¿no habían sido tomadas?
(v. 8-11). Sí, por cierto, salvo la única que hubiese sido necesaria: mirar hacia aquel
“que lo hizo”, hacia Jehová su Dios.

21 - Isaías 22:12-25

Cuando una calamidad amenaza a la gente del mundo, una de sus reacciones
consiste en rodearse de todas las precauciones humanas (v. 8-11). Pero hay otra
actitud peor aún: es el dejarse estar. Aquí, mediante una prueba, Dios acaba de
invitar a Israel a llorar y a humillarse: Él les cantó endechas, por decirlo así (Mateo
11:16-17). Ahora bien, el pueblo no sólo no se lamentó sino que —cosa extraña—
¡se entregó al júbilo y a la alegría! ¡Esta filosofía —llamada materialista— tiene
muchos adeptos en nuestro atormentado siglo! Ya que la existencia es tan breve —
dicen esos insensatos— y que estamos a merced de una catástrofe, aprovechemos
el presente momento lo más alegremente posible. Es lo que resume la corta frase:
“Comamos y bebamos, porque mañana moriremos”. El apóstol Pablo la cita a los
corintios como para decirles: Si no debiera haber una resurrección, no nos
quedaría sino vivir efectivamente como bestias, con el único goce del instante que
pasa: “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos porque mañana
moriremos” (1 Corintios 15:32, Lucas 17:27).
Los versículos 15 a 25 ponen a un lado al mayordomo infiel, figura del Anticristo,
para establecer al hijo de Hilcías, Eliaquin (el que Dios establece), hermosa figura
del Señor Jesús (v. 22-24; comp. Apocalipsis 3:7).

22 - Isaías 25:1-12

Tiro, la floreciente metrópoli comercial del mundo antiguo, ha sido el tema, en el


capítulo 23, de la última de las profecías. Cada una de éstas ha condenado al
hombre bajo un lado moral distinto.

En el capítulo 24, los juicios apocalípticos, que deben poner fin al poder del mal, se
han desplegado sobre la tierra y la han trastornado por completo. Pero en el
capítulo 25, desde el medio mismo de esas ruinas (v. 2) he aquí que se eleva una
conmovedora melodía. El “pobre” remanente de Israel, maravillosamente dejado a
salvo de la destrucción, canta lo que el Dios eterno ha sido para él durante el
tiempo de la tormenta. Ahora “el tiempo de la canción ha venido” (Cantares 2:12;
comp. cap. 24:13). El versículo 4 ha sido el consuelo —y la experiencia— de
innumerables creyentes en la prueba. Pero el versículo 8 nos hace entrever las
manifestaciones de un poder más grande aun: Destruirá la muerte para siempre…
Cosa notable, esta frase está en tiempo futuro, en tanto que su cita en 1 Corintios
15:54 nos habla del momento en que se realiza para los creyentes: “Sorbida es la
muerte en victoria” o más exactamente traducido aun: “Tragada ha sido la
muerte…” (V.M.), porque entre esos dos versículos acaeció la cruz y la triunfal
resurrección del vencedor del Gólgota. Finalmente, cuando resuciten los malos, la
muerte será definitivamente destruida (1 Corintios 15:26).

23 - Isaías 26:1-13; Isaías 27:1-5

El tema del juicio de Israel, desarrollado en los capítulos 1 a 12, termina con una
espléndida visión del reinado del milenio. Y a su vez, esta segunda parte (cap. 13 a
27), que trata del castigo de las naciones, termina de la misma manera. Se canta un
cántico del cual algunos versículos merecen ser subrayados especialmente en
nuestra Biblia. Los versículos 3 y 4 del capítulo 26 han sostenido a muchos
desalentados hijos de Dios (comp. Salmo 16:1). Los versículos 8 y 9 expresan los
fervientes suspiros del fiel. El versículo 13 nos recuerda los vínculos de la esclavitud
del pasado. Sí, conocemos por demás a esos otros señores: Satanás, el mundo y
nuestras codicias. Han dominado sobre nosotros hasta que nos liberó el Señor, al
que pertenecemos de ahí en adelante (2 Crónicas 12:8).

En el capítulo 27, el leviatán, figura del diablo (la serpiente antigua) está
imposibilitado para dañar (Salmo 74:14; Apocalipsis 20:1-3). Luego, Israel es
comparado con una viña nueva (comp. cap. 5). Produce, esta vez, ya no más uva
silvestre sino el puro vino de un gozo sin par y llena la faz del mundo de frutos
para la gloria de Dios, pues ya no son los malvados labradores quienes están
encargados de ella. Dios mismo la cuida de noche y de día.

24 - Isaías 28:1-22

Una tercera subdivisión del libro empieza con este capítulo 28. Vuelve atrás para
detallar la invasión de Efraín (las diez tribus) y luego la de Judá por el temible asirio
profético. El orgullo actuará como la embriaguez para extraviar al desdichado
pueblo judío. Éste creerá que se protege eficazmente al hacer un pacto con la
muerte (es decir, con el jefe del Imperio romano). Pero esto mismo será su
perdición. Como un ciclón que arrasa todo a su paso, el asirio asolará a Jerusalén.
Dios se servirá de ese “azote” para cumplir “su extraña obra… su extraña
operación”; dicho de otro modo, el juicio. Porque su habitual obra es la
de salvar y de bendecir (Juan 3:17).

Pero el derrumbamiento de todos los valores y de todos los puntos de apoyo


humano son para Dios la oportunidad de revelar el seguro fundamento que Él
puso en Sion. Nótese con cuánto amor Él lo considera, como si, al haberlo tomado
en su mano, se detuviera con satisfacción sobre cada expresión: “una piedra,
piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable”. Sí, esta piedra, figura de
Cristo, “desechada… por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa” también
tiene precio para nosotros que creemos (leer 1 Pedro 2:4-7). El Señor viene a ser
para cada uno la piedra de toque. ¿Tiene Cristo este precio para nosotros?

25 - Isaías 29:1-24

Después de la invasión mencionada en el capítulo 28, Jerusalén aún no está libre


(véase cap. 40:2). Va a soportar un nuevo asalto de parte de una formidable
coalición de pueblos. Pero esta vez todos esos enemigos se desvanecerán como un
sueño porque acometieron contra “Ariel” (el león de Dios), la ciudad del verdadero
David. Al mismo tiempo que la liberación, Dios va a cumplir otra obra digna de Él. Y
está en la conciencia misma de su pueblo (v. 18 al 24). Los oídos sordos y los ojos
enceguecidos, según la profecía del capítulo 6:10, serán abiertos. Le será devuelta
la inteligencia y las palabras del libro precedentemente sellado (v. 11) serán
comprendidas y recibidas. Con este motivo acordémonos que la Biblia es un libro
cerrado para la inteligencia natural. Hace falta el Espíritu Santo para entenderla.

El versículo 13 será citado por el Señor en Mateo 15:7-8 a los escribas y a los
fariseos, porque describe el estado de ellos. Honrar al Señor con los labios en tanto
que el corazón permanece muy alejado de Él, sí, en tal estado podemos
encontrarnos si no nos juzgamos. Tal hipocresía puede engañar a los demás y
hacernos pasar por más piadosos de lo que somos; pero no podría embaucar a
Aquel que lee en nuestros corazones (Ezequiel 33:31-32).

26 - Isaías 30:15-21; Isaías 31:4-9

Los capítulos 30 y 31 proclaman una doble desgracia sobre el pueblo rebelde


porque buscó socorro de parte de Egipto. Nunca repetiremos demasiado con la
Palabra de Dios: Poner su confianza en los hombres es, ante todo,
una locura porque no podría estar peor colocada; es también una prueba
de incredulidad puesto que desde el principio de este libro, Dios estableció que
no se podía hacer caso alguno del hombre (cap. 2:22). En fin, es un ultraje a Dios,
un desprecio de su poder y de su amor. ¡Como si Él fuera incapaz de protegernos y
como si no fuera su agrado hacerlo! El camino de la liberación y de la fortaleza es
trazado por el hermoso versículo 15 del capítulo 30: “En descanso y en reposo
seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza”.

Es necesario volver al Señor en lugar de ir hacia el mundo (Egipto), y permanecer


en reposo en lugar de agitarse. Además, “la quietud… y la confianza” son las
condiciones necesarias para recibir las directivas del Señor: “Entonces tus oídos (es
personal) oirán a tus espaldas palabra que diga: Éste es el camino, andad por él; y
no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda” (v. 21). ¡Voz
fiel, voz familiar! ¡Cuántas veces nos hemos extraviado —a la derecha o a la
izquierda— porque nuestro corazón descuidó prestarle atención! (Proverbios 5:12-
14).

27 - Isaías 32:1-8; Isaías 33:17-24

No hay que buscar en estos capítulos una historia continua de acontecimientos


futuros. Éstos son presentados, al contrario, como otras tantas
visiones proyectadas, una por una, sobre la pantalla profética. Los mismos hechos,
aislados o reagrupados, pueden aparecer varias veces bajo diferentes perspectivas.
Así es como, por tercera vez, la radiante alba del reinado milenial se ofrece a
nuestra admiración.

Después de la espantosa destrucción del asirio y de la del falso rey o Anticristo


(cap. 30:31-33, se hace lugar al rey verdadero, Cristo, quien reinará con justicia.
Precisamente, el acento está puesto ahora sobre esta justicia (cap. 32:16-17 y 33:5 y
15).
Entonces, con ojos que verán (cap. 32:3), los del pueblo que hayan podido salvarse
contemplarán “al Rey en su hermosura”. Además, hallarán en él “un varón”, el
cual será para ellos protección, reposo y vida del alma (cap. 32:2). Esas promesas
dirigidas a Israel, ¡cuán preciosas son también para nuestros corazones, queridos
hijos de Dios! Porque vivimos en el mismo mundo injusto y esperamos al
mismo Señor. Es “el más hermoso de los hijos de los hombres” (Salmo 45:2).
Subrayemos también el versículo 8 del capítulo 32 pensando en la nobleza moral
que debía caracterizar la conducta de los que Dios hizo sentar con príncipes (1
Samuel 2:8).

28 - Isaías 34:9-17; Isaías 35:1-10

El capítulo 34 se refiere al castigo de Edom, ese pueblo maldito, descendiente de


Esaú. Será borrado por completo. En cuanto a su país, el monte de Seír, será
reducido a perpetua desolación. Predicadores modernos se atreven a afirmar que
Dios, en su amor, no puede condenar a ninguno. Semejante pasaje los desmiente
solemnemente. En contraste, el capítulo 35 nos da una idea de lo que será
la heredad de Israel (hermano de Esaú). Hasta el desierto llegará a ser un
maravilloso jardín donde brillará sin nube “la gloria del Señor, la hermosura de
nuestro Dios” (v. 2). Por eso, veamos el júbilo y la alegría que desbordan en este
pequeño capítulo 35.

¡Pues bien! semejante perspectiva ¿no es apropiada para reanimar a los corazones
más desalentados? (v. 3). Con más razón aun, así es la esperanza cristiana por
excelencia: la venida del Señor para arrebatar a su Iglesia. No lo olvidemos y
hablemos de ello con los demás creyentes. No hay medio más eficaz
para fortalecer las manos cansadas por el servicio, así como las rodillas que han
dejado de doblarse para la oración, y para animarnos a un andar sin
desfallecimiento (comp. Hebreos 12:12). “Alentaos los unos a los otros con estas
palabras”, recomienda también el apóstol Pablo (1 Tesalonicenses 4:18).

Hemos llegado, pues, al fin de la primera gran división profética del libro de Isaías.

29 - Isaías 36:1-10; Isaías 36:22; Isaías 37:1-4

Los capítulos 36 a 39 intercalan entre las dos grandes divisiones proféticas del libro
de Isaías un episodio histórico. Se trata del relato que conocemos por medio de 2
Reyes 18:13 a 20:21 y por 2 Crónicas 32. Dios nos lo da una tercera vez como una
viviente ilustración: por una parte, la confianza en Él; por otra, sus
misericordiosas respuestas a esa confianza. Inesperada en ese lugar del libro, esta
hermosa historia de Ezequías está destinada a fortalecer “las manos cansadas” y
afirmar “las rodillas endebles” (35:3). Por último, es una figura de la situación en la
cual se hallará el remanente de Israel cuando ocurra la invasión asiria.

El enemigo, quien había sido vencedor hasta entonces, se presenta “junto al


acueducto del estanque de arriba, en el camino de la heredad del Lavador”, en el
mismo lugar donde el profeta y su hijo Sear-jasub habían sido enviados al
encuentro de Acaz con un mensaje de gracia cuando tuvo lugar la invasión de
Rezín, rey de Siria. Ante las provocaciones del nuevo invasor, Ezequías puede
acordarse de la promesa hecha a su padre en ese mismo lugar: “Guarda, y
repósate; no temas, ni se turbe tu corazón…” (Isaías 7:3-4).

“Éstos confían en carros, y aquéllos en caballos; mas nosotros del nombre del
Señor nuestro Dios tendremos memoria” (Salmo 20:7). “Bienaventurados todos los
que en él confían” (Salmo 1:12).

30 - Isaías 37:5-20

Los siervos de Ezequías han obedecido a su rey al callar ante el enemigo. Luego le
han contado fielmente las palabras de este último (cap. 36:21-22). Ahora cumplen
ante Isaías la misión que les ha sido encomendada, poniendo en práctica el
proverbio que ellos mismos copiaron (véase Proverbios 25:1 y 13). Notemos que
están conducidos por Eliaquim, hijo de Hilcías, el fiel mayordomo establecido por
Dios y que es una figura del Señor Jesús (cap. 22:20).

Tranquilizado una primera vez por la respuesta del profeta, he aquí que Ezequías
recibe del rey de Asiria una carta cargada de amenazas para él y de menosprecio
hacia Dios. En el doble sentimiento de su propia impotencia y de la ofensa hecha al
Dios de Israel, el rey penetra de nuevo en el Templo, donde extiende la arrogante
misiva delante de Dios. Esta vez no se contenta con una oración de Isaías (v. 4). Se
dirige él mismo a Dios, diciendo: “Jehová de los Ejércitos, Dios de Israel… oye todas
las palabras de Senaquerib, que ha enviado a blasfemar al Dios viviente… Ahora
pues, Jehová Dios nuestro, líbranos de su mano…” Notemos sus argumentos. No
hace mención de sí mismo ni del pueblo. Sólo importa la gloria de Aquel que mora
“entre los querubines”. No se debía confundir “los dioses de las naciones”
sojuzgadas por Asiria con “el Dios de todos los reinos de la tierra” (v. 12 y 16 –
comp. también el v. 17 con Salmo 74:10 y 18).

31 - Isaias 37:21-38

Ezequías ha experimentado el versículo 15 del capítulo 30: “En descanso y en


reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza”. Y no ha sido
confundido. La fe honra a Dios —se ha podido decir— y Dios honra a la fe. Pues
bien, hoy Dios es “el mismo” (Salmo 102:27). No puede dejar de contestar a la más
débil confianza de sus hijos, porque en ello se juega su gloria.

Como Ezequías se desentiende de este asunto, Dios mismo se encarga de


responder a la carta del rey de Asiria de una manera que éste estaba lejos de
esperar. Un único ángel de este Dios despreciado basta para matar a ciento
ochenta y cinco mil combatientes de su ejército. Obligado a renunciar a su
campaña, Senaquerib vuelve a Nínive, lleno de vergüenza y desilusión. Luego cae a
su turno bajo los golpes de sus propios hijos. Qué contraste entre el altivo y
orgulloso conquistador, que halla su perdición en el templo mismo de su ídolo, y
el humilde rey de Judá, cubierto de cilicio, el que se presenta en la casa de su
Dios para obtener de Él la salvación (véase Salmo 118:5).

Admiremos la gracia de Dios, quien, a esa salvación, agrega aun una señal. El
conoce las necesidades de los suyos y promete proveer a su subsistencia (v.
30; Mateo 6:31-33).

32 - Isaías 38:1-16

La fe de Ezequías obtiene aquí de parte de Dios una respuesta más grande todavía
que la del capítulo anterior. La muerte se presenta, importuna visitante. La
desesperación que experimenta el desdichado rey parece mostrar una cosa: no
conoce la promesa que Dios había hecho por boca de Isaías, promesa que hemos
leído en el capítulo 25:8: “Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará el Señor
toda lágrima de todos los rostros”. Ezequías, quien vive en el tiempo de las
promesas para la tierra (Salmo 116:9), no tiene otra esperanza que la prolongación
de sus días. No tiene ante él la certeza de la resurrección que los creyentes poseen
hoy en día. No sabe que “morir es ganancia” porque “partir y estar con Cristo… es
muchísimo mejor” (Filipenses 1:21 y 23). No obstante, Dios oye su oración, ve sus
lágrimas… y se apiada. Y, esta vez también, agrega a su respuesta una señal de
gracia: la sombra que retrocede sobre el reloj de sol, figura del juicio demorado.

El versículo 3 nos hace pensar en Hebreos 5:7 y en las lágrimas vertidas por el
Señor Jesús en Getsemaní. ¿Quién sino Jesús podía cumplir plenamente estas
palabras?

Este hermoso relato ya nos ha sido contado en 2 Reyes 20:1-11. Pero lo que
hallamos sólo aquí es la conmovedora “escritura de Ezequías” que acompaña su
curación.
33 - Isaías 38:17-22; Isaías 39:1-8

La “Escritura de Ezequías” termina con acción de gracias. Él había orado para ser


salvado de la muerte. Ahora ora para agradecer al que le oyó. Clamar a Dios en
momentos de necesidad es, en cierto modo, nuestro «reflejo» normal de creyentes.
Pero, en cambio, ¿no solemos olvidar la segunda oración, la que sigue a la
provisión?

La porción de los inconversos aquí abajo se reduce a una sola palabra: “amargura”
(comp. Eclesiastés 2:23). Aun cuando todo les sale bien no pueden librarse de una
angustia secreta. “Mas —puede decir el redimido a su Salvador— a ti agradó librar
mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis
pecados”.

“El Señor me salvará”. Si es ésta nuestra historia, no dejemos de considerar el


versículo 19: “el que vive, éste te dará alabanza, como yo hoy”.

De una manera más general, es la historia de Israel que volverá a vivir como
pueblo de Dios en el último día, después del perdón de todos sus pecados.

El capítulo 39 relata cómo Ezequías sucumbe a la sutil tentación del rey de


Babilonia. Nos sucede lo mismo cada vez que sirve para nuestra propia gloria lo
que Dios nos ha confiado para la Suya. “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo
recibiste, ¿por qué te glorías?” (1 Corintios 4:7). “Yo soy rico, y me he
enriquecido…”, no es otra cosa que la pretensión insoportable de Laodicea
(Apocalipsis 3:17).

34 - Isaías 40:1-17

Los capítulos 40 a 66 forman un conjunto muy distinto, al punto que a veces han
sido llamados «el segundo libro de Isaías». La primera parte tenía por tema
principal la historia pasada y futura de Israel, así como la de las naciones con las
cuales tuvo (y tendrá) que habérselas. En la división que abordamos, se trata
esencialmente de la obra de Dios en los corazones para que miren hacia Él.
Nuestra oración, al empezar esta lectura, es que tal obra se haga en cada uno
de nuestros corazones. Sólo la gracia divina puede cumplirla y, por esta razón,
Dios empieza por hablar de consuelo y de perdón.

Entre “las voces” que resuenan al principio de este capítulo (v. 2, 3, 6 y 9), hay una
que reconocemos: la de Juan el Bautista (Juan 1:23). Los evangelios nos enseñarán
de qué manera él preparó el camino del Señor Jesús. El siguiente llamado, citado
en 1 Pedro 1:24-25, compara el carácter frágil y pasajero de la carne —incluso lo
que puede producir de más hermoso (su flor)— con “la Palabra de Dios que vive
y permanece para siempre” (comp. Mateo 24:35). En fin, Jerusalén está invitada a
anunciar a todos: “¡Ved aquí al Dios vuestro!” ¿Somos también mensajeros de
buenas nuevas? (comp. 2 Reyes 7:9).

35 - Isaías 40:18-31

Una gran cuestión va a ser debatida en los capítulos 40 a 48 que abordamos: la de


la idolatría del pueblo. Naturalmente, ese tema empieza por puntualizar algo:
¿Quién es el Dios de la creación? (v. 12 y sig.) Antes de hablar de los falsos dioses,
el profeta establece la existencia y la grandeza del Dios incomparable (v. 18 y 25;
comp. Salmo 147:5). Tal es también la mejor manera de anunciar el Evangelio.
Empecemos por presentar a Jesús. Pocas palabras bastarán para demostrar la
vanidad de los ídolos del mundo. Cuando un niñito se ha apoderado de un objeto
peligroso, antes que arrancárselo con dificultad y con riesgo de herirle, sus padres
le presentarán primeramente un más hermoso objeto que le impulse a soltar el
primero.

Dios no sólo posee el poder en Sí mismo, sino que Él es la fuente de todo


verdadero poder. ¡También para ustedes, jóvenes, que creen poseer aún fuerzas y
capacidades personales! Recuerden estos versículos 29 a 31; han dado prueba de
su eficacia al alentar a innumerables creyentes desanimados. Guárdenlos a su turno
en el corazón, como un corredor prudente tiene en reserva una provisión especial
para el momento de cansancio. El apóstol Pablo no se cansaba, porque tenía su
mirada puesta en las realidades invisibles (2 Corintios 4:1, 16-18).

36 - Isaías 41:1-29

Dios no sólo se ha dado a conocer en su creación. Ha mostrado igualmente que se


ocupa del hombre. A las naciones, se reveló en justicia y en juicio (v. 1-4). A
Israel, se manifestó en gracia. ¿No se trata de los descendientes de Jacob su
siervo y de Abraham su amigo? “Son amados por causa de los padres. Porque
irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:28-29; Salmo
105:6-10).

La debilidad de ese pobre pueblo —un miserable gusano— no es un obstáculo


para su bendición. Al contrario, es la condición misma para que goce de magníficas
promesas (las del v. 10 en particular), promesas que también son propias para
animarnos: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu
Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de
mi justicia”. “No temas”: es la pequeña frase familiar (v. 10, 13, 14; cap. 44:2) que,
Aquel que discierne nuestras perturbaciones y nuestras inquietudes, utiliza con
ternura para tranquilizarnos.

El final del capítulo continúa estableciendo lo que Dios es con relación a los ídolos.
Éstos son desafiados, ¿tienen el menor conocimiento del pasado o de “lo que ha de
venir”? (v. 22-23). ¡Entonces que lo prueben! El Creador, el Dios que se interesa en
el hombre es igualmente el Dios de todo conocimiento.

37 - Isaías 42:1-17

La progresiva revelación que Dios hace de sí mismo va a completarse ahora


maravillosamente. El capítulo 42 empieza con la presentación de una Persona: “He
aquí mi Siervo…” A tal punto se trata del Señor Jesús en Isaías, que este libro ha
sido llamado a veces «el evangelio del Antiguo Testamento». Ya hemos encontrado
versículos que anuncian su nacimiento, luego su manifestación en Galilea (cap.
7:14; 9:1-2 y 6). Ahora somos transportados a la orilla del Jordán. La poderosa voz
de Juan el Bautista ha resonado en el desierto (40:3). Entonces aparece el perfecto
Siervo. Y en seguida, según la promesa que tenemos aquí, Dios pone “su Espíritu
sobre él”. Bajo la apariencia de una paloma, el Espíritu Santo viene a morar sobre
el Amado en quien el Padre “tiene complacencia” (v. 1; Mateo 3:17). Ungido con el
Espíritu Santo y con poder, comienza entonces su incansable ministerio de gracia y
de verdad (v. 1-4 citados en Mateo 12:18-21).

“A otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas” declara el Señor. Este


versículo 8 permite explicar muchos castigos y humillaciones, no sólo para Israel,
sino también para los cristianos de hoy en día (ver también cap. 48:11).

38 - Isaías 42:18-25; Isaías 43:1-7

Es importante comprender a quién se dirige el Espíritu de Dios en cada parte de las


Sagradas Escrituras. Muchas personas se han confundido, particularmente en la
interpretación de los profetas, al aplicar a la Iglesia lo que se refiere al pueblo judío.
En todos nuestros capítulos sólo se tratará de Israel y su Mesías. Pero, a la inversa,
no descuidemos esos pasajes con el pretexto de que no conciernen directamente a
los cristianos. Cuántas palabras conmovedoras contienen ellos, palabras que el hijo
de Dios reconoce y se apropia, porque las ha oído repetidas veces en lo secreto de
su corazón: “No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú… Yo
estaré contigo… Cuando pases por el fuego, no te quemarás…” Tal fue la
experiencia de los tres amigos de Daniel (Daniel 3). Si nosotros también tenemos
que atravesar el fuego de la prueba, nunca estaremos solos; el Señor expresamente
nos prometió su compañía: “el horno de fuego” es un lugar privilegiado de
encuentro de Cristo con los suyos (2 Timoteo 4:17).

“Cuando pases por las aguas…” El fuego y el agua: ambos hacen falta para


conseguir un buen acero, o dicho de otra manera, para forjarnos una fe bien
templada.

39 - Isaías 43:8-28

Considere el lector los magníficos nombres que Dios se da en los versículos 11 a


15: “Yo Jehová… yo soy Dios… Redentor vuestro… Santo vuestro, Creador de Israel,
vuestro Rey… fuera de mí no hay quien salve”. “En ningún otro hay salvación”
repetirá el apóstol Pedro en Hechos 4:12.

Pero la vida cristiana no se limita a la salvación. Dios tiene derechos sobre


nosotros como sobre su pueblo terrenal: “Este pueblo he creado para mí; mi
alabanza publicará” (v. 21). Israel no reconoció esos derechos (v. 22). Pero, por
desdicha, en la cristiandad actual la importancia de la alabanza y el culto está
igualmente mal conocida.

“Por amor de mí mismo”: es también a causa de sí mismo que Dios borra las
transgresiones. Su gloria exige nuestra santidad. Provee a esto personalmente,
aunque Él sea el Dios ofendido: “Yo —dice—, yo soy el que borro tus rebeliones”.
No sólo las quita, sino que, de todos nuestros pecados, incluso los más horrorosos,
nos enteramos que Dios no se acuerda más. ¡Qué gracia! Empero, Él agrega:
“Hazme recordar… habla tú…” A nosotros, descendientes de Adán pecador, Dios
nos encarga el cuidado de confesar nuestro estado, nuestras propias faltas… y al
mismo tiempo de recordar la obra cumplida para expiarlos. ¿No es justamente
esto “publicar sus alabanzas”?

40 - Isaías 44:1-13

Estos capítulos nos llevan al comienzo de la historia de Israel en el libro del Éxodo.
Dios había formado y separado ese pueblo para sí mismo (cap. 43:21 y 44:2). Ellos
le pertenecían y Él a ellos (v. 5). Él les había dado la ley que empezaba así: “Yo soy
el Señor tu Dios… No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen…
No te inclinarás a ellas, ni las honrarás…” (Éxodo 20:1-5). Por la historia del pueblo
sabemos hasta qué punto estos mandamientos fueron transgredidos. Mas los
ídolos no son el pecado exclusivo de Israel, ni tampoco patrimonio sólo de los
pueblos paganos (1 Corintios 10:14). Al hacer el inventario de los objetos que
poseemos —y el de nuestros pensamientos secretos— tal vez encontremos más de
un ídolo sólidamente instalado. ¡Pues bien! es por esta razón que, tan a menudo, el
Espíritu de Dios es entristecido y la bendición frustrada (comp. v. 3).

Meditemos todavía las dos últimas expresiones de nuestra lectura respecto del
ídolo. Está hecho “a semejanza de hombre hermoso” (comp. cap. 1:6). El ser
humano se complace de sí mismo, honrando y sirviendo a las cosas creadas más
bien que al que las creó (Romanos 1:25). En segundo lugar, el ídolo está hecho
“para tenerlo en casa” (v. 13). Velemos muy de cerca sobre nuestro corazón, este
lugar oculto de Deuteronomio 27:15, pero también sobre nuestra casa.

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