La Relación Entre El Derecho y La Moral - La Disputa Devlin-Hart
La Relación Entre El Derecho y La Moral - La Disputa Devlin-Hart
La Relación Entre El Derecho y La Moral - La Disputa Devlin-Hart
La disputa Devlin-Hart
Jorge Malem
U
no de los temas clásicos que ha sido abordado desde la pers-
pectiva de las relaciones entre el derecho y la moral es el de la
posibilidad -y en su caso justificación- de la imposición de
normas morales por medio del derecho . Esto es, se trata de determinar
si la mera inmoralidad de un acto es, o no, razón suficiente para justifi-
car que el derecho interfiera con su realización . Desde una perspectiva
liberal, éste es un problema importante, porque casi todas las consti-
tuciones de ese signo receptan en su seno disposiciones que establecen
que las acciones de los hombres, salvo que dañen a otros, no pueden ser
prohibidas legalmente . La Constitución argentina, por ejemplo, en su
artículo 19 dice : "Las acciones privadas de los hombres que de ningún
modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un terce-
ro, están sólo reservadas a Dios y exentas de la autoridad de los magis-
trados" . También la Constitución española, en el Título 1, DE LOS
DERECHOS Y DEBERES FUNDAMENTALES, impone una serie de garantías
para la libre actuación de las personas respecto de temas morales . Así,
por ejemplo, no cabe discriminación alguna por razón de religión u
opinión (art. 14); se garantiza la libertad ideológica (art. 16); se recono-
ce el derecho a la intimidad (art . 18) o a la libertad de expresión (art.
20); etc . En realidad, tales disposiciones ya habían sido adelantadas en
los artículos 4 y 5 de la Declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano de 1789, al establecer : "la libertad consiste en hacer todo lo
que no daña a los demás [...] La ley no puede prohibir más que las
acciones dañosas para la sociedad" . Pareciera, pues, que desde el pun-
33
lo público, lo privado
to de vista de un sistema jurídico penal liberal, la mera inmoralidad del
acto no es razón suficiente para su prohibición . Según William
Edmundson, el liberalismo demandaría que la sociedad mantenga una
posición de neutralidad hacia concepciones particulares de lo bueno,
de la vida buena y de las personas buenas . La neutralidad liberal sólo
podría ser debilitada si la persecución del bien propio tiende a impedir
la libertad de otros para la búsqueda de su propia concepción del bien.'
Sería deber del estado, entonces, permanecer neutral acerca de las con-
cepciones morales de los ciudadanos .
En el ámbito jurídico filosófico, la polémica acerca de la posibili-
dad de imponer una moral determinada a través del derecho tuvo su
mayor desarrollo en la década de los años sesenta con la discusión en-
tre Lord Devlin y H . Hart . La cuestión había sido planteada en tomo a
la conveniencia, o no, de descriminalizar los comportamientos homo-
sexuales y la prostitución . La comisión Wolfenden, que a esa sazón ha-
bía sido creada en Inglaterra, dictaminó en 1957 que era oportuno
desregular ambas conductas basándose precisamente en un argumen-
to liberal, esto es : no es de incumbencia del Estado las actividades pri-
vadas realizadas entre adultos que consienten a ellas . Según el Comité
Wolfenden,
la función del derecho penal es la de preservar el orden público y la decencia, pro-
teger a los ciudadanos de lo que sea ofensivo o dañino, y proveer suficiente res-
guardo frente a la explotación y corrupción de otros, especialmente de aquellos que
son particularmente vulnerables, ya sea porque son jóvenes, débiles de cuerpo y
mente, o inexpertos, o están en un estado de dependencia física, legal o económica
[ . . .] 2 En nuestra opinión no es función del derecho intervenir en la vida privada de
los ciudadanos, ni intentar imponer ningún modelo de comportamiento determi-
nado, más allá de lo que sea necesario para llevar a la práctica los propósitos que
hemos bosquejado [ . . .] 3 Se ha de mantener un ámbito de la moralidad y la inmora-
lidad privadas que, dicho breve y crudamente, no es asunto del derecho .4
34
Jorge Malem
La única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido
sobre un miembro de la comunidad civilizada contra su voluntad es evitar que
perjudique a los demás . Su propio bien, físico o moral no es razón suficiente [ . . .]
La única parte de la conducta de cada uno por la que él es responsable ante la
sociedad es la que se refiere a los demás . En la parte que le concierne meramente
a él, su independencia es, de derecho, absoluta . Sobre sí mismo, sobre su propio
cuerpo y espíritu, el individuo es soberano . 5
I
Lord Devlin, que en un principio aceptaba la plausibilidad de las conclu-
siones a las que llegaba Mill, al terminar de preparar sus dos primeras
Conferencias Macabeas tomó conciencia de que tales conclusiones le eran
totalmente inaceptables . Su desazón provenía de la constatación del he-
cho de que todos los sistemas jurídicos imponen una determinada moral
a través del derecho penal, como un medio que tiene la sociedad de de-
fenderse de ciertos ataques que pueden destruirla .
En efecto, según Devlin, el derecho penal no es sino un derecho
moralizado . Y en muchos delitos, su única función consistiría en apli-
car nada más que un principio moral . En apoyo de esta posición, Devlin
señala el hecho de que el consentimiento de la víctima no juega ningún
papel en el derecho penal como elemento de justificación o de excusa .
La razón de esto es que, en su opinión, un delito no sólo es un ataque a
un individuo determinado, es también un agravio a la comunidad en
su conjunto . Por otra parte, agrega, si bien existen acciones inmorales
que no están tipificadas como delito, no habría inmoralidad que fuera
perdonada por la ley . Así, pone por ejemplo, un contrato cuyo objeto
fuera inmoral no sería válido .'
5 Véase John Stuart Mill, Sobre la libertad, versión castellana de Pablo de Azcárate,
Alianza Editorial, Madrid, 1986, pp . 65-66.
6 Véase Lord Patrick Devlin, The Enforcement of Morals, Oxford University Press,
1965, pp. 6 y ss.
35
lo público, lo privado
La defensa de este tipo de moralismo legal' por parte de Devlin se
basa en la premisa de que la cohesión social depende del conjunto de
creencias morales compartidas por los miembros de una comunidad .
Al compartir estas creencias, los individuos se transforman en integran-
tes de una sociedad. De hecho, la sociedad es definida por Devlin como
una comunidad de ideas, y no sólo de ideas políticas, sino también de ideas sobre
cómo sus miembros deben comportarse y gobernar sus vidas ; pues bien: estas
últimas ideas constituyen su moral. Toda sociedad tiene una estructura moral,
además de la política ; o más bien [. . .1 yo diría que la estructura de toda sociedad
se compone de una política y de una moral 8
7 Joel Feinberg distingue entre un moralismo legal perfecto y otro imperfecto . Lord
Devlin respondería a esta última categoría, ya que la razón por la que promueve imponer
la moral social por medio del derecho es la autoprotección de la sociedad . En este sentido,
su posición se podría reconducir a través del análisis del principio del daño . La posición
de Irving Kristol acerca de la pornografía, en cambio, revela un moralismo legal perfecto,
ya que propugna la prohibición de la pornografía por el mero hecho de constituir una
inmoralidad . Véase J. Feinberg, Harmless Wrong-Doing, Oxford, Clarendon Press, 1988,
pp . 9 y ss . En este trabajo no prestaré especial atención a esta distinción .
8 Devlin, op . cit, p . 9 .
9 Idem, nota en respuesta a Hart, p . 14 .
36
Jorge Malem
10 Véase Robert P George, "Social Cohesion and the Legal Enforcemente of Morals :
A Reconsideration of the Hart-Devlin Debate", The American Journal of Jurisprudence,
1990, p . 20 .
11
Véase, Lord Devlin, op. cit ., pp . 14 y ss .
12 1dem ., pp . 16-17 .
37
lo público, lo privado
II
13
Véase J . Feinberg, op. cit ., pp . 38 y ss .
14
Para un análisis en detalle del papel que juega esta cláusula en conexión con los
derechos humanos, véase: F. Laporta "Sobre el concepto de derechos humanos", Doxa,
38
Jorge Malem
39
lo público, lo privado
confía, en primer lugar, a cada uno de los estados contratantes el cuida-
do de asegurar el goce de los derechos y libertades que consagra ."
En este mismo caso, el TEDH afirma que no se puede encontrar en
el derecho interno de los estados contratantes una noción europea uni-
forme de la moral, y que la idea que sus leyes respectivas se hacen de
las exigencias de la moral varía en el tiempo y en el espacio . Son, por
ello, las autoridades nacionales las que se encuentran comparativamente
en una mejor posición que los organismos internacionales para pro-
nunciarse acerca del contenido de esas exigencias morales .
En consecuencia, el art. 10 .2 reserva a los Estados contratantes un margen de apre-
ciación . Al tiempo se concede este margen de apreciación al legislador nacional
(previstas por la ley) y a los órganos, especialmente a los judiciales, llamados a
interpretar y aplicar las leyes en vigor. 21
20 Idem ., par. 48 .
21
Idem .
22 Sentencia del 24 de mayo de 1988, par. 36 .
40
Jorge Malem
no, por cierto, en su posible corrección universal. Es importante seña-
lar aquí que la cláusula "de la protección de la moral" debe ser utiliza-
da, según el TEDH, cuando el bien que ella protege es superior al bien
que garantiza un derecho humano, y en ese sentido, sostiene que la
protección contra la desintegración social es superior a los valores y
planes de vida individuales . El peligro holista es aquí manifiesto .
Por otro lado, buena parte del debate que se ha desarrollado en
los últimos años en torno a cuestiones morales en materias sexuales
hace referencia al problema de si la pornografía debe ser, o no, prohibi-
da. Muchos son los argumentos que se han dado en favor tanto de per-
mitir su producción, distribución y consumo como en favor de su total
prohibición . Haré referencia aquí tan sólo a un argumento de este de-
bate, el que sostiene que la pornografía provoca la degradación moral
de los individuos y, emparentado con las tesis de Lord Devlin, la des-
trucción de la sociedad a través de su socavamiento moral . Según Irving
Kristol, existe un aspecto político en la pornografía cuando afirma que
es un poderoso subversivo de la civilización y de sus instituciones . La
pornografía afectaría directamente la "calidad de vida" . Por "calidad
de vida" no ha de entenderse en este contexto la satisfacción de necesi-
dades básicas de las personas, ni tan siquiera la existencia de un goce
similar al que puede suscitar en el individuo la pureza del aire y del
agua, o tener las calles limpias . Ha de entenderse en el sentido de que
esa calidad se adquiere cuando el clima moral en el cual la sociedad
está inmersa permanece impoluto, libre de las contaminaciones produ-
cidas por el vicio . Por esa razón, la sociedad debe utilizar el derecho
para luchar contra la polución moral . La verdadera noción de demo-
cracia implicaría que los valores que la rigen no están polucionados .
Por eso esta idea de democracia no tuvo problemas, en principio, con la porno-
grafía y/o la obscenidad . Las censuró, y lo hizo con mente y conciencia perfecta-
mente claras . No permitió que la gente se corrompiera a sí misma, caprichosamente
[ . . .] Para que no haya ningún malentendido lo diré sin rodeos : si usted está a
favor de la calidad de vida en nuestra democracia, entonces debe estar a favor de
la censura .
23
Véase Irving Kristol, Reflexiones de un neoconservador. Versión castellana : J . C .
Gorlier, Grupo Editor Latino-americano, Buenos Aires, 1986, p . 68 .
41
lo público, lo privado
Para hablar de una manera que resulta más obviamente política, existe una co-
nexión entre autolimitación y vergüenza, y por lo tanto una conexión entre ver-
güenza y autogobierno y democracia . Hay por consiguiente un peligro político al
promover la desvergüenza y la completa autoexpresión o indulgencia . Vivir jun-
tos requiere reglas [ . . .] y quienes no tengan vergüenza serán ingobernables [ . . .1 La
tiranía es el modo natural e inevitable de gobierno para los desvergonzados y los
autoindulgentes, que han llevado la libertad más allá de cualquier límite, natural
o convencional 24
24
Véase Walter Brens, "Pornography vs . Democracy: the Case for Censorship",
The Public Interest, vol . 22, 1971, p . 13 .
25
Véase Ernest Van der Haag, "Pornography ans Censorship", Policy Review, vol .
13, 1980, pp . 79-80 .
42
Jorge Malem
Moral colectiva que ha de imponerse a las minorías discrepantes a tra-
vés del derecho penal . En efecto, según sentencia de 27/4/79, el Tribu-
nal Supremo Español sostuvo :
Que la literatura pornográfica [ . . .1 como delito de escándalo público siempre que
por la forma de presentarse implique la excitación al instinto sexual o lascivia, de
acuerdo con el sentir de la mayoría de las culturas de la civilización humana y el
criterio mayoritario de la doctrina penal, en cuanto que se trata de una conducta
que irradia o produce un daño al pudor o a las buenas costumbres, sin que la
existencia de determinadas minorías que pretenden menoscabar la antijuridicidad
del delito, dado su carácter relativista y el fenómeno cambiante que presenta la
evolución social en materia de sexualidad, puedan, por hoy, eliminar este requisi-
to, pues el juzgador ha de hacer su juicio valorativo sobre la conformidad o
disconformidad de la conducta tipificado como infracción delictiva con la norma
cultural social del grupo mayoritario y no por el de minigrupos que con los más
variados fines pretenden su aceptación . . .
III
Muchas son las críticas que se formularon a las tesis de Devlin desde las
perspectivas más diversas . Pero quizás haya sido Hart su crítico más
conspicuo y agudo . Las objeciones de Hart son ya clásicas, y al formular-
las pretendía, en última instancia, sentar las bases de un derecho penal
que se fundamente en criterios liberales, atendiendo fundamentalmente
al principio del daño . En lo que sigue, haré mención a las críticas que, en
43
lo público, lo privado
26
Estas críticas se encuentran formuladas principalmente en Law, Liberty and
Morality, Oxford University Press, 1962 ; y en "Inmorality and Treason", The Listener, 30
de julio de 1959; reimpreso en R . Dworkin (comp .), The Philosophy of Law, Oxford
University Press, 1977.
44
Jorge Malem
27
Véase H. Hart, "Social Solidarity and the Enforcement of Morality", University
of Chicago Law Review, vol . 35, núm . 1, 1967, p. 3 .
28
Véase C. Nino, Los límites de la responsabilidad penal, Buenos Aires, Astrea, 1980,
pp. 176 y ss .
29
Véase E . Nagel, "The Enforcement of Morals", Humanities, mayo/junio 1968,
p . 24 .
45
lo público, lo privado
la extorsión, el asesinato de líderes políticos, etc . Sólo en estos últimos
casos podría hablarse de "subversión" . Pero en este punto -continúa
Feinberg- la analogía entre el derecho y la moral comienza a quebrar-
se . La subversión moral consistiría en un cambio moral legítimo . Pero
en la moral no hay reglas que establezcan autoridades y procedimien-
tos cuyo fin sea la creación, modificación o supresión de normas mora-
les . No existe una especie de "constitución moral" semejante a una
constitución jurídica . Y si no se puede saber cuáles son las formas para
un cambio legítimamente inducido de la moral, tampoco se puede sa-
ber cuándo su cambio es ilegítimo o subversivo .` Equiparar la inmora-
lidad a la traición parece ser, pues, un exceso verbal .
Finalmente, dos consideraciones más a la luz de una ya conocida
distinción entre moral positiva y moral crtica . Respecto de la primera,
Hart se pregunta cómo es posible que la moral crítica ordene imponer
cualquier moral positiva, incluso aquella que se basa en supercherías,
ignorancias o errores de diverso tipo . El legislador, al dictar la ley penal,
debe valorar racionalmente cuáles son los fundamentos de la moralidad
positiva vigente, y en su caso actuar en contra de lo mayoritariamente
deseado. De no ser así, se confundiría, tal como lo hace Devlin, la demo-
cracia como forma de gobierno con un populismo moral, según el cual la
mayoría de la población tendría derecho a estatuir cómo deben vivir los
demás . De hecho, agrega Hart, dada ciertas experiencias históricas como
el nazismo, no parecería desacertado afirmar que la desintegración de
determinadas sociedades es éticamente correcta .` Además, habría que
hacer una distinción que suele pasar a menudo inadvertida . Una cosa es
afirmar que un sistema jurídico es inmoral si viola ciertas pautas estable-
cidas por la moral crítica y otra diferente es asumir que ese sistema ha de
castigar toda inmoralidad . Según Carlos Nino,
de la inmoralidad de un acto no se infiere, sin más, la moralidad o la necesidad
moral de la pena por su ejecución [ . . .] Por consiguiente, mantener que ciertos
actos son inmorales pero que el derecho no está moralmente justificado para in-
terferir con ellos, es una posición lógicamente coherente .32
30
Véase Joel Feinberg, Social Philosophy, Prentice Hall, 1973, p. 39 .
31
Véase H . Hart, Law, Liberty and Morality, op . cit ., p . 19.
32
Véase C . Nino, Los límites de la responsabilidad penal, op . cit ., p . 282 .
46
Jorge Malem
reprime . Basta mostrar que esa acción es perjudicial para un individuo
distinto de quien realiza la acción -salvo casos de paternalismo justifi-
cado- o para el interés colectivo, para legitimar la interferencia estatal,
y que el mantenimiento de un código moral determinado no es de
incumbencia del derecho . En este sentido, Hart, al igual que Mill, acepta
el principio del daño como legitimador de las intromisiones estatales en
la libertad de los individuos .
IV
47
lo público, lo privado
ese modo, según sea la naturaleza de las reglas se podría hablar de
daño moral, jurídico, a la cortesía, etcétera. El análisis de la noción de daño
y de su relación con la idea de bienes y de reglas ha permanecido, hasta
aquí, en el ámbito de lo explicativo, haciendo abstracción de cualquier
consideración normativa . Y no son pocos los que detienen su examen
en este punto .
Pero lo que está en juego en el trasfondo de la polémica Devlin-
Hart, en las nociones de bien y de daño que subyacen a ella y en el
papel que la moral ha de jugar en el derecho penal no es únicamente
una cuestión descriptiva, es también normativa . El propio Hart así pa-
rece reconocerlo en diversos pasajes de su obra .
En realidad, el razonamiento de Hart también se sitúa en dos ni-
veles diferentes . El primero, en el ámbito funcional-explicativo ; el se-
gundo, en el moral . Hart se pregunta qué contenido han de tener la
moral positiva y el derecho para cumplir con sus fines fundamentales ;
esto es, crear las condiciones para la supervivencia y para el desarrollo
de la cooperación . Con los antecedentes de Hobbes y de Hume en men-
te, y asumiendo que la mayoría de los individuos tienen, la mayor par-
te del tiempo, un deseo por mantenerse con vida, y que los hombres, al
menos tal como lo son ahora, reunen ciertas características "naturales",
entonces la moral positiva y el derecho deben tener un contenido míni-
mo. Dado que los hombres, tal como lo son ahora, son recíprocamente
vulnerables, con una igualdad aproximada, de un altruismo y con una
comprensión y fuerza de voluntad limitados ; y dado además que la
sociedad no es un club de suicidas y que los hombres están inmersos en
un mundo de recursos escasos, entonces el derecho debe tener lo que
Hart denomina "el contenido mínimo del Derecho Natural" . Este haría
referencia a reglas que limiten el uso de la violencia, que regulen for-
mas de honestidad y de propiedad, y determinen formas de contratar y
del cumplimiento de las promesas . La distribución de los beneficios
que proporcionan estas reglas puede ser igualitario respecto de todos
los miembros de la sociedad, o tan sólo respecto de alguna porción im-
portante de la misma, los que detentan la fuerza, el poder económico,
etcétera .34
34
Véase H . Hart, El concepto de derecho. Versión castellana de Genaro Carrió, Bue-
nos Aires, Abeledo Perrot, 1968, especialmente el capítulo ix .
48
Jorge Malem
Debe señalarse que Hart propone "el contenido mínimo del Dere-
cho Natural" como una cuestión técnica y conceptual . Si el derecho quie-
re cumplir con sus objetivos ha de satisfacer ese contenido mínimo . O
presentado bajo la fórmula de una proposición anankástica, "es condi-
ción necesaria para que el derecho alcance los objetivos de favorecer la
supervivencia de las personas y la cooperación mutua que satisfaga ese
contenido" . Un conjunto de reglas que permitiera indiscriminadamente
la muerte de las personas, o que de ninguna manera regulara la distribu-
ción de bienes o del tráfico sexual, no podría ser denominado derecho de
una manera significativa .
Dado el engarce de hechos naturales y de propósitos humanos, que hacen que las
sanciones sean a la vez posibles y necesarias en un sistema nacional, podemos
decir que se trata de una necesidad natural; y alguna frase de este tipo se necesita
también para expresar el status de las formas mínimas de protección a las perso-
nas, a la propiedad, y a las promesas, que son características similarmente indis-
pensables del derecho nacional . Es de esta manera que debemos contestar a la
tesis positivista que dice que "el derecho puede tener cualquier contenido" . 35
3s
Idem, p. 246 .
49
lo público, lo privado
ciente para los propósitos del derecho, Hart debería haber dado una
descripción detallada del mismo y explicar por qué las intuiciones y
prácticas que superan ese comportamiento deben ser reducidas a él . Si,
en cambio, la supervivencia no es un bien suficiente, debería haber ofre-
cido la lista de los bienes a los cuales acudir . Pero Hart no hace ni lo
uno, ni lo otro, y no soluciona, pues, el problema de qué conductas
deberían ser denotadas por la noción de daño .36
En este primer nivel de análisis, la apelación al "principio del daño"
para saber qué conductas deberan estar legítimamente penadas resulta
infructuosa . Sin alguna concepción de cuáles son los intereses legíti-
mos, el principio del daño es un principio vacío . Esa es la razón por la
que N . MacCormick sostiene que la defensa del principio del daño es
incompatible con la defensa de la separación entre el derecho y la mo-
ral, y que el derecho penal siempre contempla la calidad moral de los
actos para determinar si son merecedores o no de ser castigados .`
El principio del daño presupone tanto la determinación previa de
cuáles han de ser los intereses privados que han de protegerse, como
una concepción acerca del bien público . Tales determinaciones involu-
cran una irreductible decisión con contenido moral .
El principio del daño es entonces parasitario de ciertas concepciones de un orden
justo respecto de personas, acciones y cosas . Consecuentemente, algunas leyes
que castigan por ejemplo, el asesinato, el robo o la violación y que están justifica-
das en virtud del principio del daño no solamente coinciden con la moral positi-
va, estas leyes están vinculadas necesariamente a la protección de intereses y valores
morales . 38
50
Jorge Malem
51
lo público, lo privado
reconoce estos derechos tiene títulos especiales para ser considerada la moral ver-
dadera, y no solamente una entre muchas morales posibles 42
52