Cap 2 Una Lluvia Grande Se Oye

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“Pero en seguida Jesús les


habló, diciendo: ¡Tened
ánimo; yo soy, no temáis!”
(Mateo 14: 27)

C
ulmina otro día del agotador, pero impactante
y desafiante ministerio de Jesús. Los discí-
pulos están cansados y el Maestro los hace
entrar en una barca para que avancen a la otra ribera
mientras él despide a la multitud. Adultos, jóvenes y
niños, hombres y mujeres, se van alejando del Señor
sin dejar de aprovechar los últimos segundos de la
jornada para tocarle o dejarse tocar por él. Por fin
se queda solo y antes de reunirse de nuevo con sus
discípulos decide subir al monte para orar un rato.
Expresiones de gratitud por lo que el Padre ha per-
mitido en el día salen de sus labios mientras el aire
se enrarece anunciando una tormenta. De repente,
la barca en que van los apóstoles es alejada por una
ráfaga de viento hacia la mitad del mar, recibiendo
el azote de las olas. Los discípulos se asustan, pero
Jesús sigue orando. El viento es cada vez más fuerte.
Pasado un largo rato, el Maestro suspende la oración
y empieza a caminar sobre las aguas avanzando ha-
cia su equipo. Es un paso firme, seguro; el paso del

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hombre cuyo corazón está conectado directamente al


corazón de Dios. Los discípulos, en medio del agobio
que les produce el fuerte soplo del viento, lo miran y
se turban aún más gritando desesperados: “¡Un fan-
tasma!, ¡un fantasma!”, el temor no les ha permitido
distinguir de buenas a primeras a su Maestro. Jesús
percibe la angustia de sus hombres y, con la mano en
alto, procura transmitirles la paz que solo él puede
dar: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!”.

Pedro, en uno de sus tantos ataques de incredulidad,


no está convencido que ese hombre sea el Maestro,
así que busca una confirmación pidiéndole que le
permita avanzar hacia él caminando también sobre
las aguas. Jesús lo complace y le extiende la mano a
lo lejos. Pedro sale seguro de la barca con la mirada
puesta en el Señor y empieza a caminar sobre el mar
ante el asombro de sus compañeros de equipo. Da
uno, dos, quizá tres pasos, cuando, de repente, una
nueva oleada de viento recio agita las aguas llenan-
do de miedo al discípulo impulsándolo a quitar la
mirada del Maestro y a ponerla sobre el turbulento
mar; empieza a hundirse en las aguas embravecidas
mientras grita: “¡Señor, sálvame!”. Los que han que-
dado en la barca no saben qué hacer, se confunden
mirando a lo lejos la escena y temiendo por la suerte
de su condiscípulo; pero Jesús ya está cerca para
rescatar a Pedro de las fuertes olas: “¡Hombre de
poca fe! ¿Por qué dudaste?”, le dice, extendiéndole los

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brazos y aferrándolo contra su pecho. Entran juntos


en la barca y el viento se apacigua.

PUESTOS LOS OJOS EN JESÚS


Una gran enseñanza había determinado Jesús darles
a sus discípulos después de aquella ardua jornada.
Avanzar sobre el mar embravecido representa la
decisión personal de caminar por encima de las
circunstancias adversas de la vida con la seguridad
de que saldremos victoriosos siempre y cuando se
cumpla con el único requisito que determina dicha
victoria: “Puestos los ojos en Jesús, autor y consuma-
dor de la fe”. Lo que Jesús quiso demostrarle a Pedro
y, por consiguiente a nosotros, es que si nos mante-
nemos en él, vivimos en él y para él, avanzaremos
superando obstáculos y dificultades y lograremos ver
sus promesas cumplidas en nuestras vidas, porque
“las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén”
(2Corintios 1:20).

Atrévase a avanzar
El Señor nos ha llamado y escogido para algo espe-
cial y esto demanda atrevernos a caminar sobre las
situaciones difíciles. A muchos les pasa lo mismo
que a Pedro cuando son absorbidos por el problema,
la crisis, la adversidad, o la enfermedad: quitan su

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mirada de Jesús y la ponen en la situación que les


agobia. Esta situación se encarga de debilitarles la
fe, aminorar sus esperanzas y conducirles a la des-
trucción de la vida. Cuando Pedro empezó a hundirse
en medio de las olas, lo que el Señor le dijo fue:
“Hombre de poca fe, ¿por
A muchos les pasa lo qué dudaste?”. La duda es
mismo que a Pedro el peor enemigo de la fe,
cuando son absorbidos (ampliaré este concepto
por el problema, la en el capítulo “Enemigos
crisis, la adversidad, o
de la fe”), asecha la mente
la enfermedad: quitan
y el corazón del ser huma-
su mirada de Jesús y la
no procurando arrebatarle
ponen en la situación
sus posibilidades de pro-
que les agobia.
greso. Recordemos lo que
dijo Jesús al referirse a la
experiencia con la higue-
ra: “…si tuviereis fe, y no dudareis”, con ello estaba
señalando no solamente que el surgimiento de la
duda es posible de acuerdo a las circunstancia, sino
que su posicionamiento en la mente y el corazón del
hombre depende de una decisión personal. Atrever-
nos a avanzar es la única manera de consolidar la fe
y superar las situaciones adversas.

El Señor, así como lo hizo con Pedro, está listo para


darnos la mano y ayudarnos a salir de en medio de
las olas de la adversidad, sin duda contaremos con

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él, pero su deseo es que


demostremos la confian- Para caminar sobre
za que le tenemos. Para las aguas tenemos

caminar sobre las aguas que salir del barco,

tenemos que salir del bar- y esto significa estar

co, y esto significa estar dispuestos a enfrentar

dispuestos a enfrentar la la realidad para poder

realidad para poder trans- trasformarla con la

formarla con la ayuda de ayuda de Dios.

Dios; Jesús dijo: “…En el


mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido
al mundo” (Juan 16:33).

Cultive una vida de oración


Caminar por encima de las circunstancias demanda
también una vida disciplinada de oración. Después
de la jornada con las multitudes que le seguían a uno
y otro lado para escucharle y recibir una bendición
especial de su parte, Jesús tomaba tiempo para orar.
Anhelaba estar a solas con su Padre. Eso fue lo que
hizo aquella noche mientras los discípulos se aden-
traban en el mar sin saber lo que sucedería después.
A lo largo de los evangelios leemos acerca de los
momentos íntimos entre Jesús y el Padre. Él no solo
enseñó acerca de la oración, sino que instruyó con
su ejemplo. A los discípulos les dijo en uno de los
momentos más críticos de su vida: “Velad y orad, para

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que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad


está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41).

Durante aquella noche y aquella madrugada Jesús


estuvo en comunión íntima con el Padre antes de
decidirse a caminar sobre el agua y enfrentar las
olas. También con esas oraciones preparó el terreno
para que Pedro se atreviera a salir de la barca y, por
supuesto, se llenó de poder de lo Alto para calmar el
mar embravecido tan pronto se subiera a compartir
la embarcación con los discípulos. Jesús no daba
un paso sin antes haberse puesto de acuerdo con
el Padre en oración. Es lo mismo que él espera que
nosotros hagamos. Debemos orar cuando todo esté
bien y cuando las cosas estén mal; cuando todo se
haya empantanado y cuando las cosas empiecen a
solucionarse.

Pida perdón
El proceso implica reconocer que mucho de lo
que nos pasa se debe a nuestros propios errores
y equivocaciones y disponernos a hacer un alto
en el camino para aprender creyendo lo que dice
Dios en su Palabra y aferrándonos a su promesa
de amor incondicional. El Señor siempre está es-
perando que regresemos a él, de la misma manera

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que el hijo pródigo vol-


Si usted pide perdón vió a casa de su padre y,
al Señor y desarrolla
reconociendo que había
una vida de fe y
fallado, le pidió perdón,
oración, también
diciéndole: “…Padre, he
podrá caminar
pecado contra el cielo y
por encima de las
contra ti, y ya no soy dig-
circunstancias.
no de ser llamado tu hijo”
(Lucas 15: 21), y la mise-
ricordia del padre se hizo manifiesta de inmediato.

El salmista dice que el perdón es un acto que nos


conduce a la felicidad: “Bienaventurado aquel cuya
transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado”
(Salmos 32:1). En el mismo capítulo, David reconoce
que el tiempo durante el cual pretendió mantener
oculto su error fue el de mayor angustia, sus huesos
se envejecieron mientras lloraba día y noche y su
alma experimentó resequedad hasta que decidió
reconocer su pecado. Dios lo perdonó y su vida
empezó a florecer nuevamente. Una oportunidad
similar tiene el Señor para usted ahora, agárrese de
él, enamórese de él, no se suelte de su mano, porque
en él está la victoria. Si usted pide perdón al Señor
y desarrolla una vida de fe y oración, también po-
drá caminar por encima de las circunstancias como
Jesús y Pedro lo hicieron sobre las aguas de aquel
mar enfurecido.

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USE LA FE QUE TIENE


Nuestros pasos de con-
fianza en el Señor deben La vida del creyente es
darse dentro de un defi- un proceso que va en
nido nivel de fe, es decir, aumento, escalamos
usando la fe que tenemos. y damos pasos que
En ocasiones nos preocu- nos llevan de un nivel
pamos, nos llenamos de bajo a otro más alto,
ansiedad y acudimos a manteniéndonos siempre
Dios diciéndole: ¡Señor, triunfantes.
dame fe!, pero, de acuer-
do a las Escrituras, como
lo vimos anteriormente, ya el Señor ha puesto una
dosis de fe en cada uno de nosotros, bien como un
don, o bien como un fruto del Espíritu, nuestra tarea
consiste en darle uso a esa fe. Solo en la medida en
que la usemos el Señor la incrementará y preparará
nuestra mente y nuestro corazón para ver cosas ma-
yores. La vida del creyente es un proceso que va en
aumento, escalamos y damos pasos que nos llevan
de un nivel bajo a otro más alto, manteniéndonos
siempre triunfantes: “Mas a Dios gracias, el cual nos
lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio
de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su
conocimiento” (2 Corintos 2:14); pero esto sucede
siempre y cuando mantengamos en todo momento
la mirada puesta en Jesús porque él es el autor y
consumador de la fe.

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Como un grano de mostaza


En L ucas 17:5 leemos:
“Dijeron los apóstoles al La fe se tiene o no se
Señor: Auméntanos la fe”. tiene. Creemos o no
La forma de la petición da creemos. Confiamos o
por entendido que los dis- no lo hacemos.
cípulos eran conscientes o
estaban seguros de poseer
cierta cantidad de fe, lo que ellos esperaban era que
Jesús se las aumentara. Se supone que todo segui-
dor del Hijo de Dios lo hace porque una dosis de
creencia se lo permite. Sencillamente la fe se tiene o
no se tiene. Creemos o no creemos. Confiamos o no
lo hacemos. A la petición de los Apóstoles el Señor
responde: “…Si tuvierais fe como un grano de mos-
taza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate, y
plántate en el mar; y obedecería” (Lucas 17:6).

La comparación que el Señor hace para sugerirnos la


mínima medida de fe que necesitamos a fin de lograr
grandes cosas en nuestra vida, es sorprendente. El
grano de mostaza es, quizá, la semilla más pequeñita
que alguien pueda imaginarse. En la sola cabeza de
un diminuto alfiler cabrían un par de semillas de este
árbol. Con esta ilustración Jesús estaba indicando
que, por encima del tamaño de la fe, lo que realmente
mueve el corazón de Dios es que nos acerquemos a
él con una confianza plena en su nombre, por ello

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dijo en otra ocasión: “De cierto, de cierto os digo: El


que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará
también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre.
Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré,
para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo
pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14: 12-14).

Toda petición a Dios en el nombre de Jesús, acompa-


ñada de fe del tamaño de un grano de mostaza, será
atendida en los cielos en la medida en que oremos
conforme al propósito del Padre para nuestra vida.

El crecimiento de la fe

Desde el momento en que le abrimos nuestro corazón


a Jesús un nivel de fe se establece en nosotros. Es
una fe que el Padre se encarga de colocar en cada
persona. Esa fe se amplía en la medida en que la
usemos. Como un niño que crece y va adquiriendo
nuevas experiencias mientras conoce el mundo que
le rodea, como el árbol que aumenta de tamaño en-
riquecido por el resto de la naturaleza, también la fe
tiene que crecer. Pero, se preguntará usted, ¿Qué es
lo que hace crecer la fe?. Varios factores contribuyen
al aumento de la fe, entre ellos: Rechazar el pecado
y perdonar.

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a.) Rechazar el pecado


“Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y
repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has
ganado a tu hermano” (Mateo 18:15).

De acuerdo a este tex-


to, una de las cosas que Podemos engañar
contribuye al aumento de a los demás con
nuestra fe es el rechazo respecto a nuestra
al pecado, no andar con condición moral y
él ni convivir con él. El espiritual, pero jamás

acercamiento a Dios se podremos engañarnos

facilita mediante la confe- a nosotros mismos y

sión de nuestra condición menos aún a Dios.

de pecadores, aceptar que


dicha condición nos ha
separado del Padre Celestial y, por consiguiente, nos
ha impedido disfrutar de sus bendiciones. En 1 Juan
1: 9-10 leemos: “Si confesamos nuestros pecados,
él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos
pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no
está en nosotros”.

Podremos engañar a los demás con respecto a


nuestra condición moral y espiritual, pero jamás
podremos engañarnos a nosotros mismos y menos
aún a Dios. Cada quien conoce su estado real en

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la vida y el Padre conoce nuestro andar, y el acer-


camiento personal a él, que es solo mediante la fe
en Jesucristo, se hace efectivo cuando rechaza-
mos en otros y en nosotros mismos toda conducta
pecaminosa. A lo largo de la historia han surgido
corrientes que pretenden restar importancia a la
naturaleza del pecado y, por consiguiente, reducir
su nivel de influencia en la vida del hombre. Myer
Pearlman, en su “Teología Bíblica y Sistemática”,
menciona entre esas corrientes al ateísmo, el de-
terminismo, el hedonismo, la ciencia cristiana y la
evolución, y así las define:

Ateísmo: (Niega la existencia de Dios). Al negar la


existencia de Dios, niega también el pecado,
puesto que, en sentido estricto, podemos pecar
solo contra Dios.

Determinismo: Se trata de la teoría que afirma que


el libre albedrío es un engaño y no realidad….
una persona no puede comportarse de una ma-
nera distinta a la que lo hace, y hablando en
términos precisos, no se le debe elogiar por lo
bueno que hace, ni censurársele por lo malo.
El hombre es simplemente un esclavo de las
circunstancias.

Hedonismo: La palabra hedonismo procede de una


raíz etimológica griega que significa “placer ”.

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Se trata de una teoría que sostiene que el mayor


bien de la vida es disfrutar los placeres y evitar
el dolor…Disculpan el pecado con dichos como
los siguientes: “El errar es humano”, “lo que
es natural es hermoso, y lo que es hermoso es
bueno”.

Ciencia cristiana: Niega la realidad del pecado.


El pecado, dice, no es algo positivo, sino sim-
plemente la ausencia de lo bueno. El hecho de
que el pecado tenga existencia verdadera es un
“error de la mente mortal”.

Evolución: Considera el pecado como la herencia de


animalidad del hombre primitivo. Por lo tanto,
en vez de exhortar al pueblo en el sentido de
descartar al viejo hombre o al viejo Adán, sus
proponentes debieran aconsejar el descarte del
viejo mono o el viejo tigre.

Como vemos, todas estas posiciones pretenden


justificar de una u otra manera la conducta peca-
minosa del ser humano. Ninguna de ellas tiene ni
una mínima aproximación a lo que dice Dios en su
Palabra, por lo tanto, una persona sensata que aspira
ver y sentir que su fe crece, solo logrará este objetivo
admitiendo en su mente y en su corazón los princi-
pios bíblicos de rectitud e integridad como los que
se nos demandan en Romanos 6: 12-13 “No reine,
pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo

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que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tam-


poco presentéis vuestros miembros al pecado como
instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros
mismos a Dios como vi-
El perdón es como un vos de entre los muertos,
bálsamo que calma y vuestros miembros a
el dolor y no solo Dios como instrumentos
suaviza, sino que hace de justicia”. Sin duda, al
desaparecer nuestras acercarnos al Padre cum-
penas. pliendo este requisito,
nuestra fe crecerá.

b.) Perdonar a los demás


Una cosa es pedir perdón y otra estar dispuestos
a perdonar a otros. En ambos sentidos, el perdón
es como un bálsamo que calma el dolor y no solo
suaviza, sino que hace desaparecer nuestras penas.
Cuando perdonamos al que nos ha herido, al que
ha hablado mal de nosotros, al que nos ha señala-
do, al que le ha hecho daño a alguien muy cercano
a nuestros afectos, comenzamos a crecer en la fe,
porque el perdón disipa los obstáculos que impiden
nuestro acercamiento a Dios y el progreso espiritual:
“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os
perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tam-
poco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”
(Mateo 6:14-15).

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Según el texto, contamos


con el perdón y la mise- No perdonar nos hace
ricordia de Dios cuando más daño a nosotros

hemos estado dispuestos que a aquellos con

a ser misericordiosos con quienes estamos

nuestros semejantes. La resentidos.

falta de perdón hace que


los cielos se vuelvan de
bronce en contra nuestra. Podemos orar y orar sin
obtener respuesta alguna mientras vemos que la vida
se desvanece entre el fracaso y la derrota porque un
resentimiento se ha enraizado en el corazón debi-
do a la falta de perdón. No perdonar nos hace más
daño a nosotros que a aquellos con quienes estamos
resentidos.

El perdón consiste en pasar por alto la ofensa reci-


bida y disponernos a reconstruir en nosotros y en la
persona que nos ha ofendido los daños causados. El
perdón reconcilia, y la reconciliación fortalece los
lazos humanos para conquistar juntos lo que anhe-
lamos. La Biblia dice: “También si dos durmieren
juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se
calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra
uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se
rompe pronto” (Eclesiastés 4:11-12).

La fe que Dios nos ha dado puede ser pequeña en


un determinado momento, pero en la medida en que

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nos apartemos del pecado y practiquemos el perdón


la veremos crecer motivándonos a dar pasos de
avanzada en todos los aspectos de la vida.

Le animo a usar la fe que tiene. Dios no lo trajo al


mundo para que sea un fracasado o alguien sin ide-
ales y sin propósitos. Descanse en el Señor, camine
con él. Cada día que Dios le da es una oportuni-
dad para ver su gloria reflejada en usted, así que
aproveche las oportunidades porque ellas pasan y
no vuelven. Aproveche el aliento de vida que Dios le
da cada día, cada mes, cada año. Tome la fe que ya
tiene y dígale al Señor: con esta fe abriré caminos en
medio de las circunstancias, abriré puertas, veré tu
gloria, veré maravillas; mi economía va a cambiar, mi
familia va a cambiar, yo me voy a levantar; hoy estoy
mal, pero mañana estaré bien; hoy siento depresión,
pero mañana saldré de ella; hoy estoy llorando, pero
mañana estaré sonriendo; hoy estoy enfermo, pero
mañana estaré sano. Esa es la fe que Dios le entrega,
tómela y camine en victoria; levántese de la crisis
porque el Señor tiene grandes cosas para usted.

LA FE VA MAS ALLÁ DE LA MUERTE


Es tan grande y tan ilimitado el poder de la fe, que
la misma puede mantenerse, proyectarse y dar re-
sultados aún más allá de la muerte de quienes se

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mueven genuinamente en ella. Cuando José, aquel


hombre que estando joven vivió tantas experiencias
difíciles llegó a la vejez y ya percibía la cercanía
de la muerte, llamó a sus hermanos, los mismos
que le habían hecho tanto daño, y les dijo después
de haberlos perdonado: “…Yo voy a morir; mas
Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de
esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac y a
Jacob. E hizo jurar José a los hijos de Israel, diciendo:
Dios ciertamente os visitará, y haréis llevar de aquí mis
huesos. Y murió José a la edad de ciento diez años; y
lo embalsamaron, y fue puesto en un ataúd en Egipto”
(Génesis 50: 24-26).

La fe de José lo hizo proyectarse al futuro. Él sabía


que, aunque no lo viera, sus hermanos y el pueblo de
Israel sí verían la promesa de Dios hecha realidad,
una promesa que incluía la oportunidad de salir de la
esclavitud en Egipto y pisar una tierra de bendición,
en la que fluirían la leche y la miel, es decir, una tierra
abundante, económicamente sólida, estable, ente-
ramente próspera. Les recuerda que aquello se hará
realidad porque Dios cumple lo que promete y funda-
mentado en esa promesa, él no quiere quedar sepul-
tado en Egipto. Y se hace tal como él lo ha pedido tan
pronto Dios libera al pueblo de las manos de Faraón:
“Tomó también consigo Moisés los huesos de José, el
cual había juramentado a los hijos de Israel, diciendo:
Dios ciertamente os visitará, y haréis subir mis huesos

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de aquí con vosotros” (Éxodo 13:19). De esta manera


la fe de José se mantuvo aún después de su muerte.

José no lo vio, pero lo creyó


Un decir popular expresa: “ver para creer ”, pero
no sucede así en la vida cristiana. Precisamente
lo que nos permite trascender en la vida es todo lo
contrario: “creemos para poder ver ”. Como ya lo
registramos en el capítulo anterior, en Hebreos 11:1
leemos: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera,
la convicción de lo que no se ve”; la convicción y la
certeza trascienden los límites de la realidad llevando
al ser humano a una posición que le garantiza sus
expectativas en Dios por medio de Jesucristo. El
versículo siguiente dice: “Porque por ella alcanzaron
buen testimonio los antiguos”, y más adelante José
es incluido en el cuadro de personajes distinguidos
por su fe: “Por la fe José, al
Un decir popular morir, mencionó la salida
expresa: “ver para de los hijos de Israel, y dio
creer”, pero no sucede mandamiento acerca de
así en la vida cristiana. sus huesos” (Hebreos 11:
Precisamente lo que 22). El resto de la historia
nos permite trascender ya la conocemos, José no
en la vida es todo lo lo vio, pero lo creyó. De
contrario; “creemos la misma manera debe
para poder ver” suceder con nosotros.

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Es la fe que nos permite decir: ¡Señor, tengo la espe-


ranza de ver a mi familia, a mi ciudad, a mi nación,
transformadas; pero así no lo logre, de todas maneras
creo que el cambio sucederá y mis hijos o mis nietos
lo verán!. Para nadie es un secreto que vivimos en
una sociedad en crisis, pero la verdadera fe, como
esa que guió a José a declarar lo que sucedería al
pueblo de Israel y pedir a sus hermanos hacer algo
tan específico con su cuerpo, trasciende todo esta-
do crítico y permite que Dios actúe en nuestra vida
permitiéndonos la victoria, porque “fe no es creer
en una cosa sin evidencia. Por el contrario, la fe
descansa en la mejor de las evidencias, a saber, la
Palabra de Dios”.(2)

Llamados a vivir y a morir creyendo


La experiencia de José, (cuya historia de pruebas,
esclavitud y posterior exaltación estudiaremos en un
capítulo más adelante), su
convicción, y su esperan- Hemos sido llamados
za definida conforme a la a vivir y a morir
promesa de Dios, deben creyendo. Se trata de
desafiarnos a mantener un desafío que viene
firme la mirada en Jesús directamente del cielo.
autor y consumador de la

(2) Evans Williams, Las Grandes Doctrinas de la Biblia. Pág.145

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fe. Hemos sido llamados a vivir y a morir creyendo.


Se trata de un desafío que viene directamente del
cielo. Si usted ha estado orando por la salvación de
la familia y aún no obtiene respuesta, persista en la
fe, lleve hasta el día de su muerte y más allá de ella
el convencimiento de que sus parientes cercanos y
lejanos conocerán al Señor Jesús y que sus oraciones
y sus lágrimas no han sido en vano.

Levántese, crea, no mire las circunstancias, no mire


el problema, vea a Dios que está por encima de ellos.
No mire el cielo oscuro, mire que detrás de esas
nubes hay un sol brillando. No mire las deudas, mire
al Dios que puede proveerle; no mire a su hijo en los
vicios, mire al Dios que lo puede cambiar; no mire
a su hogar destruido, mire a Jesús que es capaz de
tomar los pedazos que quedan y construir un hogar
nuevo para su honra y gloria; porque el secreto está
en qué o en quién ponemos la mirada; esto fue lo
que le permitió a Abraham ver las promesas de Dios
cumplidas: “Él creyó en esperanza contra esperanza,
para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme
a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia.
Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que
estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o
la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó,
por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que
se fortaleció en fe, dando gloria a Dios” (Romanos
4:18-20).

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Desarrolle esa fe que va más allá del hoy, del pre-


sente; que va más allá de lo que ve, la fe que tuvo
José, recuerde que él dijo: “Voy a morir, pero yo sé
que Dios os visitará”, y así sucedió. Aquel día, cuan-
do el pueblo salió de la esclavitud, en medio de la
multitud que iba hacia la tierra que fluye leche miel,
marchaban también unas personas cargando el ataúd
con sus huesos. A las generaciones más jóvenes que
desconocían la historia les parecía curioso aquel
cuadro y preguntaban a quién llevaban en el ataúd,
y los ancianos les respondían: “Son los huesos de
José, el hombre que creyó que un día saldríamos
de Egipto y pasaríamos a la tierra prometida, justo
lo que hoy se está cumpliendo”. Si usted lo cree,
aunque no lo vea, sucederá. No pierda las fuerzas
ni las esperanzas, manténgase creyendo que el Dios
que le habló cumplirá lo que le ha prometido, aún
después de su muerte.

ESPERE AL SEÑOR
La impaciencia es uno de los grandes enemigos del
ser humano. Esperar que las cosas ocurran o se den
los resultados de un proceso, no es un asunto que
parezca agradarle a alguno; sin embargo, la disposi-
ción para esperar forma parte de nuestras tareas con
miras a lograr una meta o propósito. La Biblia dice:

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“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo


del cielo tiene su hora” (Eclesiastés 3:1), entiéndase
también: todo lo que anhelamos bajo la voluntad de
Dios, se dará en su momento.

Comúnmente se dice que Dios no llega antes ni des-


pués, sino el día del vencimiento. El gran problema
del ser humano en relación con la espera no radica
exactamente en el tiempo, sino en qué o en quién
ponemos la mirada mientras estamos a la expectativa
de que algo suceda. O esperamos las cosas, o espe-
ramos al que permite que se den las cosas. Tarde o
temprano el tiempo pasará y, de acuerdo a la volun-
tad del Padre, algo se dará o sencillamente no se dará
según nuestra conveniencia. Él es el único que sabe
con exactitud lo que realmente necesitamos, cómo y
cuándo lo necesitamos, y esto solo lo podemos asimi-
lar abriendo nuestra mente y corazón a estas palabras
del Señor: “Porque yo sé los pensamientos que tengo
acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz,
y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces
me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré;
y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis
de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:11-13).

La experiencia del salmista


En Salmos 40:1 leemos: “Pacientemente esperé a
Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor”. Este sal-

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U N A L L U V I A G R A N D E S E O Y E

mo lo escribe David, el dulce cantor de Israel. Me


llama la atención que no dice “esperé en Jehová”,
sino “a Jehová”. Me imagino su experiencia como
la de alguien que se sienta en un lugar específico y
aguarda tranquilamente que llegue otra persona, y,
cuando esto sucede, se saludan, dialogan, y llegan
a algún acuerdo demostrando con ello que la espera
dio resultado. De la misma manera el Señor nos in-
vita a esperar. Por lo general queremos que él nos dé
las cosas ya, pero en sus planes está que desarrolle-
mos la paciencia, que seamos capaces de quedarnos
tranquilos con la confianza puesta en sus promesas,
con la fe de que él vendrá para entregarnos lo que
ha destinado para nosotros.

Cuando el escritor dice “pacientemente esperé a


Jehová”, me permite imaginarlo por la mañana, a
medio día, al anochecer, aún en la madrugada y du-
rante el transcurrir de un nuevo día, aguardando a
su Señor, hasta que lo ve llegar, por eso dice: “…Y se
inclinó a mí, y oyó mi clamor” (Salmos 40:1), es decir,
que no se quedó esperando toda la vida la respuesta
de Dios. Hay un tiempo para esperar, y un tiempo
para recibir lo que espero; un tiempo en expectativa
de un milagro, y un tiempo para verlo realizado. Un
tiempo anhelando que las cosas cambien, que las
puertas se abran, que la economía se levante, pero
también hay un tiempo para recibir cada una de
esas bendiciones.

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E D U A R D O S . C A Ñ A S E S T R A D A

Viva su propia experiencia


En nuestra condición humana viviremos experien-
cias que nos llenarán de angustia mientras espera-
mos. En el versículo 2 del Salmo 40, David dice: “Y
me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo
cenagoso;…”, lo cual nos indica que él se angustió,
pudiéramos decir que en la espera se impacientó,
pero cuando el Señor vino a él lo sacó de la angustia,
lo colocó en un lugar firme, enderezó su camino y
puso una nueva canción en sus labios. Creo que en
medio del cántico el salmista pensaba también: ha
valido la pena esperar y tener seguridad en Dios.

Estando en la dimensión de la fe que mueve monta-


ñas, debemos actuar de la misma manera que lo hizo
David. Cada mañana nos podemos levantar y decla-
rar hoy es el día de mi milagro y vivir ese día como
si fuera el último de la vida; y si no logramos lo que
teníamos en mente, podemos decir: Gracias, Señor,
por lo que me diste, seguiré esperando paciente-
mente la victoria que tienes para mí. El Señor nos
sorprenderá, la bendición llegará, las oportunidades
aparecerán en nuestro camino, las puertas se abrirán
a nuestro favor y también podremos decir: Valió la
pena, mi hijo cambió para bien, mi hogar ahora es
una bendición, mi economía se ha levantado. No se
declare derrotado, Dios ha prometido bendecirle y
lo cumplirá.

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U N A L L U V I A G R A N D E S E O Y E

Ponga a trabajar su fe en relación con la paciencia,


declarando lo que espera ver como lo hizo Elías
cuando le dijo a Acab: ¡Una lluvia grande se oye!,
hágalo teniendo siempre en cuenta que: “…los que
esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán
alas como las águilas; correrán, y no se cansarán;
caminarán, y no se fatigarán” (Isaías 40: 31).

PRINCIPIO DE FE No. 2
“La fe avanza por encima de las circunstancias
trayendo sobre nosotros el revestimiento del
Espíritu Santo”

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