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6 - Dialogos - Sobre - La - Enfermedad - La Vida - y - La - Muerte

Este diálogo trata sobre el tema de la muerte y el sufrimiento entre dos psicólogos pioneros en cuidados paliativos en España. Discuten por qué tememos a la muerte y cómo nuestra sociedad vive de espaldas a ella, aumentando el sufrimiento. También exploran si el método científico puede ayudar a comprender el sufrimiento y la proximidad de la muerte, y cómo evaluar si los cuidados paliativos cumplen su función.
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6 - Dialogos - Sobre - La - Enfermedad - La Vida - y - La - Muerte

Este diálogo trata sobre el tema de la muerte y el sufrimiento entre dos psicólogos pioneros en cuidados paliativos en España. Discuten por qué tememos a la muerte y cómo nuestra sociedad vive de espaldas a ella, aumentando el sufrimiento. También exploran si el método científico puede ayudar a comprender el sufrimiento y la proximidad de la muerte, y cómo evaluar si los cuidados paliativos cumplen su función.
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Capítulo 73

DIÁLOGOS SOBRE LA ENFERMEDAD, EL


SUFRIMIENTO, LA VIDA Y LA MUERTE
Pilar Arranz y Ramon Bayés

Compartiendo reflexiones sobre el acompañamiento


en el proceso de morir
Ramón Bayés y Pilar Arranz, amigos entrañables, psicólogos pioneros de cuidados paliativos
en España1,2,3, dialogan libremente sobre temas que a ambos les han interesado en
profundidad desde que se conocieron en 1984.

Ramón – Para empezar, ¿por qué crees que para muchas personas de nuestro entorno,
profesionales sanitarios incluidos, les es tan difícil hablar sobre la muerte? ¿Por qué tememos a la
muerte?

Pilar – Temer lo que percibimos como amenazante es un proceso que comienza muy temprano
en la vida de las personas. Se tiende a huir de lo que tememos, lo que mantiene intacto el miedo,
no lo resuelve. Y, amigo, no conozco otra forma para resolverlo que afrontarlo y atravesarlo.
Aunque es cierto que no todas las personas reaccionan así. Personas sabias, como Séneca4 o
Montaigne5, y otras desconocidas, que saben mirar el sufrimiento con lucidez, aceptan la muerte
como un proceso natural más allá de cualquier creencia. En la práctica clínica observamos que
hay enfermos que se acercan a ella con serenidad y confianza. E incluso algunos que van a
buscarla como forma de liberación.

En el mundo occidental no es frecuente afrontar la muerte cara a cara, lo que favorece que no
dejemos escapatoria al sufrimiento, lo que nos recuerda un antiguo texto de la India6. Cuando
el oráculo pregunta al héroe del Mahabharatha “Qué es lo más incomprensible de los
humanos?”, éste responde: “El hecho de que sabiéndose mortales vivan como si no lo fuesen”. El
contexto social y cultural en el que nos movemos no ayuda a una espera confiada de la muerte.
Como dice Marcos Gómez, nuestra sociedad occidental suele vivir de espaldas a ella. ¿No sería
mejor empezar por reconocer que la muerte es un acontecimiento natural y que es igualmente
natural tener miedo a lo que se desconoce?

Es indiscutible que este miedo y la ignorancia aumentan el sufrimiento. Nos empeñamos


constantemente en controlarlo todo en búsqueda de seguridad, pero ¿qué seguridad nos puede
proporcionar un futuro siempre incierto?. Es probable que necesitemos reflexionar y, en nuestra
cultura, incluso entrenarnos para aceptar plenamente nuestra realidad humana. La tendencia,
bastante generalizada, es la de funcionar desde los hábitos automáticos sin cuestionarnos gran
cosa sobre la vida, con lo cual no podemos entenderla ni aceptarla fácilmente con toda la belleza
que ofrece pero también con sus pérdidas y el dolor que conlleva.

Por otra parte, Ramón, tú que dedicaste los primeros años de tu vida académica a la
investigación experimental, ¿crees que el método científico, plasmado en la denominada

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“medicina basada en la evidencia”, puede ayudarnos a formular respuestas útiles en el campo


del sufrimiento y la proximidad de la muerte?

Ramón – Depende de las preguntas que formules. Si lo que pretendes es mejorar entornos físicos y
de comunicación, transmitir habilidades, encontrar analgésicos o prevenir errores, la respuesta es
afirmativa; el método científico avanza de forma lenta, acumulativa y con eficacia creciente, para
ofrecer soluciones viables y satisfactorias a muchos problemas sanitarios que atenúan el
sufrimiento de los enfermos o facilitan su bienestar y la relación de ayuda. Pero cuando la pérdida
es inesperada y nos parece irreparable, cuando la propia muerte aparece cercana e inexorable,
ante un diagnóstico grave, de Alzheimer o de cáncer, ante el infarto, el ictus, la violación, el
accidente grave o el aborto indeseado, los métodos de la ciencia tienen poco que ofrecer para
aliviar, en la mayoría de afectados y sus familiares, el sentimiento de desvalimiento profundo
inherente a la condición humana.

La ciencia trata de comprender mediante la simplificación, la búsqueda de rasgos y tendencias


comunes, y el establecimiento de modelos, pero en el momento en el que la enfermedad grave o
la muerte nos alcanzan, no hay tiempo ni análisis posible para su aplicación; es preciso intentar
entender la situación sin simplificar, mediante lo que podríamos denominar “método poético”,
hay que afrontarla de golpe, entera, inmediata, tal como se presenta, con toda su complejidad.
Y entonces, como ante un poema de García Lorca o un concierto de Gustav Mahler, o
entendemos plenamente, integramos, nos fundimos y aceptamos, o nos hundimos en la
perplejidad, la impotencia y el caos. El don del poeta – nos dice Iona Heath7 – es aclarar sin
simplificar.¿No lo crees así?

Pilar. – La palabra clave que acabas de mencionar es aclarar. Aclarar para poder
comprender y tener algo de visión de conjunto. Entender una situación en su complejidad,
por imprevista o dura que sea, creo que es, sin duda, lo más adaptativo. Con frecuencia la
vida nos lleva a tener que aceptar sin entender casi nada. Cuando un día te llamaron o me
llamaron, para decirte o decirme, que tu hijo o mi padre habían muerto “de improviso”
tuvimos que aceptar, de golpe como se absorbe una sinfonía dolorosa. Bien es verdad que
al estar familiarizados con los temas de la muerte y el morir pudimos ”aclararnos” en
alguna medida, en medio del caos emocional, y afrontar la situación con mayor
naturalidad, pero no por ello con menor dolor.

Me gusta el concepto de “método poético” que defiendes, y creo que ayuda, especialmente, a tener
claro que la investigación nos debe servir para incrementar nuestro conocimiento sobre cómo
abordar, encajar, trascender mejor el sufrimiento –el propio y el ajeno-. Sobre todo si se lleva a
cabo al servicio del cuidado de las personas pero sin obviar que también tiene sus límites.

Por cierto, ya que abordamos este tema, ¿qué crees que se precisa para poder evaluar o explorar
en qué medida la atención que se proporciona en la actualidad a los enfermos que se encuentran
en unidades de cuidados paliativos cumple la función para la que éstas fueron creadas?

Ramón.- Si planteamos el problema desde su análisis global, nos encontramos que se han
determinado un número considerable y variopinto de variables independientes internas y
externas (dolor, conducta de familiares y sanitarios, confianza o desconfianza en los médicos y

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la institución, expectativas de vida, etc), otro, asimismo numeroso, de variables dependientes


intermedias (alivio o incremento del dolor o el miedo, efectos de las relaciones de afecto,
indiferencia o rabia, entorno acogedor u hostil, etc.) y una sola variable dependiente definida
como “morir en paz”, la cual podría considerarse como el objetivo último de los cuidados
paliativos pero a la que sólo podemos tratar de aproximarnos. La dificultad de su evaluación
nos ha conducido hasta el momento a centrar nuestra atención en tratar de mejorar los factores
intermediarios, olvidando tal vez que, a veces, la muerte, a juicio del enfermo, puede ser
oportuna (sus familiares más cercanos y amigos han muerto, sus sentidos se van desvaneciendo,
han aparecido unos primeros síntomas de demencia, considera que la tarea de su vida se ha
completado ya, etc.) o incluso que el dolor, si lo percibe como controlable, puede ayudarle a
aceptar mejor la proximidad de la muerte.
Sea como sea, los instrumentos de evaluación que se utilicen en la investigación debe ser
sencillos, fáciles de utilizar y entender, éticos, con preguntas lógicas y temporalmente próximas
para el paciente8,9,10 (por ejemplo: “¿Cómo se le ha hecho el tiempo esta mañana, corto, largo, o
Vd. que diría?” como indicador de sufrimiento) y que posean en si mismas, si es posible, un
potencial valor terapéutico (pregunta anterior acompañada de un “¿Por qué?” abierto que
invite a una posible ventilación emocional. Pero tal vez para centrar mejor el problema
podríamos pasar de lo teórico y general a lo concreto y personal. Si me permites formularte la
pregunta: “A ti, ¿cómo te gustaría morir?”

Pilar – Es una pregunta muy directa y, por tanto, puedo contestar más con lo imaginario que con
la realidad. Muchas veces lo he pensado y…!cuánto me gustaría elegir! Sólo en una ocasión, que
recuerde, tuve la experiencia de una muerte repentina y, si bien ahorra el sufrimiento que conlleva
un proceso de enfermedad prolongado, supone también no tener la posibilidad de despedirse de
las personas como uno desearía.

Recuerdo a la hermana de Natalia, de 24 años, que nos pidió a Alberto Alonso y a mí, que antes de
sedarla quería sentir el atardecer. Como ella, quisiera estar en la aceptación del momento
presente, haber sido capaz de abandonar los apegos que nos tienen aprisionados y poder aceptar
lo que hay. Llenar la casa de flores y de música, compartir vida hasta el final.

Me gustaría despedirme de la vida con calma, consciente y con muchas manos amables que
sostengan una copa de champán… ¡no es broma! Hemos brindado tantas veces por la vida que
hacerlo al final seguro que ayuda a dar el salto al misterio. No sé si te parecerá un poco fuera de
lugar, pero me has preguntado cómo me gustaría poner punto y final a una vida plena, a veces
difícil y con sentido. Prefiero llorar con antelación el desapego, los miedos, las dudas, la
incertidumbre, la propia fragilidad, el miedo... Estoy en ello…

En esta misma línea, me gustaría preguntarte: ¿te ayuda a abordar el tema de la muerte el
proceso de envejecer tan activo que estás viviendo?

Ramón – Tengo casi 84 años y lo que experimento es que, últimamente, los días, las semanas, los
meses, transcurren con gran rapidez, sin casi darme cuenta. Creo que, mientras puedes conservar
un grado de autonomía adecuado a tu actividad y una curiosidad insaciable, lo que marca la
frontera de la vejez no es la edad de jubilación, sea ésta de 65, 70 o 80 años. A mi juicio, se entra en
la senectud en el momento en el que, con independencia de la edad biológica, se percibe una

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pérdida importante de autonomía (por ejemplo, se necesita ayuda para ducharse o salir a pasear)
y, a la vez, sientes que la motivación para seguir adelante se desvanece. Pero antes de seguir por
este camino me parece que deberíamos profundizar un poco más, o por lo menos intentarlo, en el
concepto de “buena muerte”. ¿Por qué, a pesar de que algunos lo consigan, te parece que es tan
difícil morir en paz?

Pilar – Aparte del temor a lo desconocido que hemos mencionado antes, creo que hay muchas
otras razones, ¡la realidad de cada persona es tan compleja!. El aferramiento al dualismo en el
contexto que nos hemos educado, la necesidad mal dirigida de la satisfacción del placer
inmediato de los sentidos, nuestro empeño en desear algo que no tenemos o rechazar lo que
nos acontece, y el apego a lo concreto: a la luz que descansa sobre los árboles o se proyecta en
la mirada de los niños.

Tratar de contener el proceso natural de la muerte a través de la tecnología es otra de ellas. Hay
muchos miedos: de los médicos al fracaso, de los pacientes a desaparecer, de los familiares al
desapego, de los economistas a la no racionalización de los recursos… Empecemos por lo técnico:
En un documental televisivo sobre el afrontamiento de la muerte filmado en la Unidad de
Cuidados Intensivos y TMO (trasplante de medula ósea) y urgencias del Hospital Mount Sinai de
Nueva York, un profesor de Harvard defendía que había que ir hasta el final para que la medicina
avanzara. ¿Dónde crees que están los límites entre fomentar que la ciencia avance y la
humanización del morir?

Ramón – Para mí esto está claro. El cuidado de la persona es siempre prioritario. Si hay que
elegir, el objetivo de lograr un avance en el conocimiento, por muy importante y loable que sea,
siempre será secundario respecto al sufrimiento que se pueda causar a un solo enfermo. El único
que puede priorizar los resultados de una investigación es la propia persona que, libre y
conscientemente, acepta su propio sufrimiento para alcanzarlos, como, por ejemplo, cuando
Pasteur se inocula gérmenes atenuados de la rabia con el fin de encontrar una vacuna contra
esta enfermedad. En condiciones similares se encuentran las personas que se prestan,
voluntaria y conscientemente, a servir de sujetos en una investigación, siempre que no exista
ocultación o engaño por parte de los investigadores respecto a los riesgos biológicos o
psicológicos a los que se exponen.

Pilar – Entiendo, no siempre lo posible es lo conveniente, e intentando concretar ¿qué sería, para
ti, una buena muerte, un final que, en este momento, crees que te permitiría morir en paz?

Ramón - Para mí una buena muerte equivale a ser capaz de aceptar con serenidad lo que te vaya
a pasar o te esté ocurriendo, sea lo que sea. La muerte forma parte de la vida; debemos vivir la
muerte. Si pudiera elegir – sin considerarlo, en absoluto, una condición imprescindible - preferiría
morir consciente, sin dolor, sereno, sintiendo que, poco a poco, voy despidiéndome de este mundo,
hermoso y cruel, que me ha acogido durante unos años y de cuya complejidad y justificación no
he entendido gran cosa. Mis restos creo que no tienen valor alguno y que tal vez lo mejor sería
diseminarlos en cualquier jardín. Incluso creo que me gusta pensar que podrían servir de abono a
unas cuantas matas de mis pequeñas y humildes flores preferidas, las lobelias.

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Pilar - Gracias Ramón por tu sinceridad. Entiendo lo que dices y lo comparto. Supongo, hasta
donde me permito presuponer, que es poco, que para poder aceptar con tranquilidad que te
estas muriendo, te ayuda tener conciencia de que has legado algo de tu caminar por la vida. ¿Te
puedo preguntar si lo que me acabas de decir lo has contado a tus allegados para que se
cumpla tu voluntad?

Ramón - Siento decirte que no; se trata de una tarea pendiente que me he propuesto resolver a
corto plazo; por lo menos ahora lo sabes tú y los lectores. Nadie conoce como será su propia
muerte ni donde, ni cuando ocurrirá. ¿Qué sugerencias darías a un aprendiz de moribundo? O
dicho de otra manera, ¿qué crees que puede ayudar a tener una buena muerte?

Pilar- En un intento de expresarlo de un modo específico te diría:

a. Acercarse al tema de la muerte, hablar de ella, leer sobre ella; la poesía, la música y el cine
ayudan a temerla menos.

b. Cultivar la compasión, la benevolencia, la ecuanimidad, la humildad que sujete al ego,


comenzando por uno mismo. Me encanta que se haya recuperado el concepto de
compasión.11,12,13 Es lo que hace posible un encuentro veraz entre las personas.

c. Aceptarla como un proceso natural de la vida…lo entendemos pero no lo integramos. Nos


cuesta mucho perder (siempre pretendemos ganar) y nos cuesta desapegarnos de las
personas, de las cosas. Lo que produce sufrimiento es no aceptar las cosas como son. Ello
pone de manifiesto la importancia de comprender que el dolor de una mala noticia siempre
tiene un impacto emocional y que, si somos capaces de aceptarlo, el sufrimiento disminuye
notablemente. ¡Qué bueno es aceptar lo que ocurre, que no es lo mismo que resignarse a
ello! Para morir en paz también puede ayudar cultivar el “dejar ir…” aceptar las pérdidas y
no enfadarse tanto cuando perdemos.

d. El sentido del humor. La utilidad de observarse a distancia para reírse de la insignificancia


de uno mismo.

e. La ayuda que supone preparar como queremos que sea el final de nuestra vida: las
voluntades anticipadas, un plan avanzado de cuidados, la planificación del funeral, de la
herencia. En una ocasión en un centro budista participé en un taller de preparación para el
último viaje y me fue muy útil.

f. Un verso de los Sutras dice así: No hay que detenerse demasiado sobre lo que ya ha
pasado, ni estar ansiosos por lo que todavía no ha llegado. El pasado nos ha abandonado
y el futuro está por venir. Vivir con atención el momento presente nos ayudará a aceptar la
muerte,12 porque nos pillará ¡bien-vividos! Se trata de un concepto subjetivo; el buen
vividor a veces se confunde con el que tiene mucho dinero y se asocia a juerga o a tener
poder y control sobre los demás, dando valor a aspectos exclusivamente hedónicos y
obviando los eudaimónicos, es decir, los valores de realización y plenitud de ser.

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g. La espiritualidad puede ser un recurso poderoso para trascender el sufrimiento que


acompaña la pérdida así como para promover el desprendimiento y la aceptación
implicados en el proceso de morir. Desde el animismo, pasando por el islamismo,
cristianismo, budismo…Toda fuente puede ayudar a alumbrar el proceso.

En resumen, en mi opinión, las cualidades que creo ayudan en el momento de morir son: cambiar
el rechazo a lo que sucede por la aceptación, dejarse ir, trascender el sufrimiento (¿qué puedo
aprender?¿qué puedo cambiar?), no dejar cosas pendientes y mantener hasta el final buenas
relaciones con los demás.
Por otra parte, ¿qué sentido tendría la vida sin la muerte?. Todo nace, culmina y muere, dicen los
budistas. La vida se complementa con la muerte. Como señala también Iona Heath7, morir nos da
la posibilidad de contemplar el conjunto de la vida y hallar un significado y un sentido coherente a
lo que pasó antes.

Hay cuestiones que considero esenciales: Ante todo, darse cuenta de que uno está vivo, porque
solemos estar en un territorio que de tanto mirar acabamos por no ver. Del mismo modo, tener la
opción de elegir. Es el sustrato de la libertad: poder elegir cómo actuar, aceptando las cosas como
son, ¿te imaginas?. Siempre que sea posible, sería deseable que cada persona tuviera la opción de
elegir dónde, cómo y con quien quiere compartir este momento culminante de su vida que es su
propia muerte. Muchos balineses suelen profesar una intensa práctica espiritual y este tema lo
plantean con gran naturalidad.

Me suelo preguntar con frecuencia qué es lo que conduce a que algunas personas jóvenes con
hemofilia por ejemplo, que han tenido que afrontar tantas barreras en su vida, tengan ante la
muerte un buen nivel de aceptación que les permite desprenderse de la vida con serenidad e
incluso regalar un legado de confianza a los que comparten esta vivencia. Y, como contraste,
contemplar a tantos otros que se enfrascan en una posición victimista, se preguntan una y otra
vez ¿por qué a mí? sin resolverlo, dejando al final, una imagen de sufrimiento a los familiares y
sanitarios que les acompañan. ¿Qué crees que puede ayudar a las personas a dar el salto del
rechazo a la aceptación?

Ramón – Antes has mencionado las condiciones que, a tu juicio, pueden ayudar a acompañar
una buena muerte. Ahora me gustaría enumerar aquellas que, personalmente, considero
importantes - que, en mi opinión, coinciden o complementan las que tú has indicado – y que,
tratando de contestar a tu pregunta, creo que facilitan la aceptación:

1. En primer lugar, siempre que sea posible, se debería morir en algún lugar familiar o querido.

2. Nadie tendría que morir en soledad, a no ser que así lo eligiera. En lo posible, el
acompañamiento tendría que estar a cargo de aquellos a quienes el moribundo conoce,
preferentemente personas que lo quieren.

3. La comunicación con el enfermo debería estar mediada tanto por palabras, miradas de
hospitalidad y silencios, como por contacto físico impregnado de ternura y compasión.

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4. En ocasiones especiales puede ser oportuno dejar que el enfermo experimente un dolor que
sepa controlable, siempre que esto no perturbe o dificulte sino que facilite el proceso de
adaptación a la proximidad de la muerte.

5. La esperanza se relaciona con el futuro, pero existe en el presente y puede ser dirigida hacia
pequeños placeres sensoriales: la música, el contacto físico, la visión de un rostro querido,
una hoja, la luz del sol.
6. Revivir y volver a compartir recuerdos (a veces con ayuda de cartas, documentos o
fotografías antiguos) suele permitir completar un relato de vida coherente

7. Debemos tratar de aprender a reconocer las señales que indican el término de una vida y la
perspectiva de liberación de un cuerpo que declina, dejando marchar al ser querido que se
muere sin tratar de retenerlo.

8. Un aspecto sumamente importante en el acompañamiento, el cual no suele formar parte de


nuestra cultura, es la escucha silenciosa, atenta, interesada, paciente. Hay que escuchar
activamente para aprender, para validar y también para sembrar y difundir con el ejemplo el
hábito de escuchar.

9. La profundidad del tiempo que se pasa acompañando a un enfermo es más importante que
su duración.

En resumen, creo, como tú, que la experiencia de acompañamiento, practicada desde el respeto y
la compasión, puede ser fundamental tanto para el enfermo como para los que se encuentran a
su alrededor.

Por otra parte, volviendo a un tema que se ha introducido en varios momentos de nuestra
conversación, desearía recoger la opinión de un médico alemán, Gian Domenico Borasio, el cual, en
un libro publicado recientemente en castellano, coincide con la tuya. Dice Borasio14 que muchos
profesionales sanitarios bien informados, en especial los médicos, al tratar de la muerte muestran un
sorprendente comportamiento irracional que tiene su origen en su propio miedo. La muerte, debido
en gran parte al temor al dolor y a la disolución del yo inherente a ella, sigue siendo el gran tabú de
nuestra sociedad que es preciso erradicar naturalizando el morir como parte del vivir. Resulta
paradójico que el miedo de muchas personas a la pérdida de control las conduzca a permitir que sus
miedos tomen el mando de la situación y, con ello, dificulten la percepción de la realidad, distorsionen
la información e impidan el diálogo y la aceptación, aspectos que deberían facilitarles un buen morir.

Pilar – Coincido contigo también en lo que expresas acerca de la experiencia de acompañamiento.


Así como una persona que hace gimnasia todos los días tiene su cuerpo flexible, una persona que
hace frente a múltiples pérdidas y las va superando una a una tiene, en principio, más recursos,
más reservas de salud y coraje para hacer frente a la “pérdida final…”

La experiencia, tanto personal como clínica, me recuerda el enorme valor de la dimensión


espiritual para ayudar y ser ayudado, la cual ha sido reconocida desde hace pocos años en los
entornos paliativistas españoles.15,16,17 A veces se confunde lo espiritual con lo religioso. Me refiero
a cuando te abres a la experiencia de pararte, conectar con tu cuerpo, con tu respiración, a través

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de la meditación y parece que te fundes con la esencia de la vida. Tu propio conocimiento aparece
desnudo y libre, tienes mayor acceso a tu fortaleza. Las religiones proporcionan ritos que pueden
ser muy útiles. Se trata de que cada uno encuentre una forma de oración, de comunión, de anclaje,
que proporcione seguridad, relajación o meditación para conllevar mejor estos procesos de
sufrimiento. El maestro Thay (Thich Nath Hanh) propone el siguiente mantra:

¨He llegado.
Estoy en casa,
En el aquí y en el ahora,
Soy libre,
Soy estable,
Descanso en la dimensión última”

Mi tía Adelaida eligió su propio mantra que repetía una y otra vez pocas horas antes de morir:
“Santa Maria, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra
muerte…”

Ramón - Al pensar en la experiencia personal como bagaje para poder proporcionar ayuda a
los demás me gusta considerar el bagaje que puede representar para cualquier acompañante
ver buenas películas con mirada activa. El buen cine, a diferencia de la mayoría de asignaturas
que se estudian en las Facultades universitarias del ámbito de la salud, las cuales suelen trocear
al hombre (anatomía, genética, neurología,…) nos presentan a la persona entera (“Los que
sufren no son los cuerpos, son las personas”) interactuando dentro de su entorno afectivo,
social y cultural, y podemos aprender de los aciertos y errores de las decisiones que toman los
protagonistas. A mi juicio, las películas no sustituyen a la práctica clínica pero si permiten
iniciarse en las experiencias de sufrimiento, a matizarlas o a complementarlas. Películas como
“Amor”, “Sarabanda”, “Dublineses”, “Hannah Arendt”, “Ida”, “Fresas salvajes”, “El pianista”, “El
festín de Babette”, “Wit”, “Ordet”, “El fin es mi principio”, etc. nos ayudan a entender la vida o, por
lo menos, a reflexionar y aprender de ella.

Pilar – Comprendo, y si te parece, hablemos de otra dimensión del acompañamiento. ¿Hasta qué
punto crees necesario que los profesionales que trabajan con personas moribundas reflexionen
sobre su propio proceso de morir para no contaminar con sus miedos los que ya sufre el paciente?

Ramón - Tu observación es muy relevante. La reflexión sobre la propia muerte forma también
parte – y no menor en este caso – de lo que para mí significa la experiencia. A menudo, las
personas andamos por el mundo distraídas en una búsqueda inútil de lo que Diego Gracia
llama valores intermedios,18 en especial, el dinero. Centrar nuestra atención en los valores
intrínsecos (vida, amor, belleza, amistad, solidaridad…) y tratar de profundizar en ellos,
interactuando, pensando, estudiando, debatiendo, meditando, rezando, contemplando el
mundo como niños y, sobre todo, observando y escuchando, nos ayuda a entenderlos, aunque
sea un poco, y facilita que podamos identificarlos en otras personas y, hasta cierto punto,
empatizar y comunicarnos con ellas hasta donde podamos. Para los profesionales que trabajan
con personas moribundas reflexionar sobre la previsible pero increíble realidad de su propio
proceso de morir – recordemos al protagonista de “La muerte de Iván Illich” - puede ayudarles
en gran medida a realizar una buena labor de acompañamiento.

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Compartiendo relexiones sobre el acompañamiento en el proceso de morir

Por otra parte, al final de la vida, en los momentos únicos, especiales, en los que podemos
sentirnos al borde del misterio o de la nada, la experiencia, la presencia, la escucha, el silencio y la
compasión son nuestros mejores aliados. Ha pasado ya el tiempo de la investigación, de las
evaluaciones y de la terapéutica. Únicamente nos queda compartir el momento, si el enfermo
quiere y nos elige, y brindarle lo que podamos ofrecerle. De obrar así, no sólo se recibe angustia y
tristeza en el acompañamiento sino un inmenso regalo.

Pilar – Totalmente de acuerdo contigo. Quizá añadiría que la calidad de la presencia que el
profesional aporta a la cabecera del paciente y a su familia, depende de su madurez emocional,
de su conexión espiritual y de su sensación de pertenencia a un equipo que le apoya. Desde esta
perspectiva, como nos recuerdan Michael Kearney et al.19 el compromiso de autocuidado tanto
emocional como espiritual es un imperativo ético. Y ahora caigo en que, hasta ahora, hemos
estado hablando de acompañamiento y, por tanto, indirectamente, de procesos de muerte largos
y con un declive hasta cierto punto previsible. ¿Qué pasa con las otras muertes, las muertes por
infarto, homicidio o accidente? No deberíamos olvidar que, aun formando parte de una sociedad
protegida, envejecida y cronificada, un porcentaje importante de muertes se produce, en Europa,
de forma súbita e inesperada.

Ramón – Es cierto. Me gustaría estar preparado, aunque dudo mucho que lo esté, para aceptar la
muerte al doblar la próxima esquina. La reflexión sobre la propia muerte debe hacerse no sólo
para poder acompañar mejor a otras personas sino también para que la muerte nos encuentre
con actitud de aceptación, aunque sea en la carretera, la soledad de un domicilio vacío o el
servicio de urgencias de un gran hospital.

Pilar - Es primavera. Aunque en este preciso momento nos encontremos físicamente separados
(uno en Indonesia y el otro en España), sonriamos confiados al futuro, poco o mucho, que nos
espera. Que todos los amigos se unan a nuestra esperanza. Creo que este pequeño final de diálogo
desde la lejana proximidad que nos ha proporcionado Internet, también se merece que brindemos
con una copa de champagne. Ramón, siempre es un placer hablar contigo. ¡Gracias!

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Una propuesta de evaluación y acompañamiento espiritual en Cuidados Paliativos

BIBLIOGRAFIA
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86 MONOGRAFÍAS SECPAL

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