Modulo Neurosis y Psicosis

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Estructuras subjetivas: neurosis y psicosis

Si bien la psicopatología recién se delimitó como disciplina en el siglo pasado con los

criterios de la medicina y la psiquiatría, es posible pensar hoy en la posibilidad de una

psicopatología psicoanalítica. Es decir, un movimiento, un corrimiento de la psicopatología de la

mera clasificación nosológica hacia un estudio más profundo de la posición subjetiva.

La clasificación psicoanalítica clásica de Freud, que incluyó sucesivamente primero la

distinción entre neurosis de defensa y neurosis actuales, con la inclusión posterior de las neurosis

narcisistas, finalmente se organizó (también para entender lo básico de algunas cuestiones clínicas)

en el esquema tripartito neurosis – psicosis – perversiones.

Este modelo tiene la ventaja de centrarse más en la observación de modos de

funcionamiento mental, que en una descripción de conductas clasificables por la observación

externa, modalidad descriptiva que está hoy, por ejemplo, representada en el furor diagnóstico a

través del uso del manual de psiquiatría DSM IV.

En esas tres estructuras freudianas distinguimos tres modos de funcionamiento y de

posicionamiento subjetivo.

A grandes rasgos, brindamos a continuación una definición de cada una de ellas para

avanzar posteriormente hacia una lectura más compleja.

La neurosis es la expresión simbólica a través de la formación del síntoma de un conflicto

psíquico entre las instancias del aparato psíquico y la realidad. La formación del síntoma tiene sus
raíces en la historia infantil del sujeto y constituye una solución de compromiso entre el deseo que

se reprime y la realidad. En este sentido, el síntoma en la neurosis es un modo de satisfacción

sustitutiva de una exigencia pulsional que se adapta a las exigencias de la realidad. En el conjunto

que comprende las neurosis se consideran en la actualidad la neurosis obsesiva, la histeria y la

fobia.

Es decir, en la neurosis el síntoma es, además de algo que molesta al sujeto, una solución a

un problema que el sujeto cree mucho más grande. Cuando un sujeto se crea un síntoma, produce

un síntoma, es en la línea de hallar una expresión para una idea que, en caso de mostrarse tal como

aparece en la conciencia, le resultaría al sujeto inconciliable con la realidad.

Utilicemos un ejemplo freudiano para la comprensión del mecanismo de la formación del

síntoma en la neurosis: el famoso caso del “Hombre de las Ratas”.

El Hombre de las Ratas fue un paciente de Freud que de entrada desplegó en su análisis

toda una seria de rituales obsesivos, ideas obsesivas y pensamientos desagradables hacia terceros a

quienes por otra parte les tenía mucho afecto. En el hombre de las ratas había una pulsión de ver

que determinaba un intenso deseo de ver mujeres desnudas. Pero, según sus premisas, si eso se

cumplía algo malo le iba a pasar a su padre. Entonces a los fines de que no le pase algo malo a su

padre aparecía la imposición de alguna medida de prevención: si veo mujeres desnudas entonces

algo malo le va a pasar a mi padre. Para evitar eso, el Hombre de las Ratas realizaba múltiples

rituales obsesivos.
La versión moderna del síntoma en El Hombre de las Ratas aparece en los actualmente

denominados “TOC”, conductas obsesivas que se enmarcan en lo que actualmente se denomina

“trastorno obsesivo compulsivo” y que tienen por fin no el acto en sí mismo sino la evitación de

algo terrible que sucedería si el ritual no se llevara a cabo (corroborar que la llave de gas esté

cerrada, que la puerta haya sido llaveada, no pisar los bordes de la baldosa, entre otros).

Lo importante para poder pensar la producción del síntoma en la neurosis y que es el

lineamiento fundamental de Freud es que necesitamos el saber del paciente, el saber lo tiene el

sujeto. El único que puede decir de las causas de su padecimiento, el único que puede dar cuenta

de lo que le pasa, es el sujeto. No se puede hacer ningún diagnóstico con el observable, no es a

partir de ese saber con el que trabajamos, es un saber situado en otro lado, un saber que está del

lado del paciente, del lado del sujeto.

En este sentido es que de nada sirve el saber del profesional en juego. De nada sirve que el

profesional construya hipótesis en torno al padecimiento del sujeto o que elabore respuestas

grandilocuentes a preguntas que aún no se han formulado porque, en cualquier caso, la verdadera

respuesta a su padecimiento la tiene el sujeto.

Nuestra función será, como profesionales de la salud, la de poder hacer hablar al sujeto lo

suficiente como para que en su propio discurso pueda hallar las causas de su padecimiento, que

pueda situarse en relación a eso y que pueda ir hallando el camino hacia su propia verdad y saber

en torno a ello.
En este sentido es que el psicoanálisis no es una práctica intersubjetiva. En el

acompañamiento terapéutico el AT no cuenta como sujeto, no importa lo que yo como

acompañante terapéutico pienso del padecimiento del paciente o del contenido de su discurso.

Siempre se trata de devolverle al sujeto sus palabras, su propio saber.

Pasemos ahora a la segunda estructura subjetiva freudiana. ¿Qué definición podríamos dar

de las psicosis? Desde la psiquiatría, el concepto de psicosis ha sido tomado en una extensión muy

amplia, comprendiendo toda una serie de enfermedades mentales tanto orgánicas como

subjetivas. Inicialmente, el psicoanálisis no constituyó una clasificación que abarcara a las psicosis

dado que Freud consideraba que no eran posibles de ingresar en un tratamiento psicoanalítico por

la imposibilidad de hacer transferencia con el analista (vínculo fundamental para la instalación del

dispositivo).

Sin embargo, los avances del psicoanálisis le permitieron a Freud constituir una

diferenciación entre la paranoia (estructura en la cual la constitución delirante ocupa un lugar

privilegiado) y la esquizofrenia (estructura que manifiesta fundamentalmente fenómenos

alucinatorios y corporales).

Desde el punto de vista psicoanalítico freudiano, la psicosis es una perturbación de la

relación de la libido con la realidad. El sujeto se abstrae totalmente de un fragmento de la realidad

que le resulta insoportable por inconciliable con su voluntad pero, a diferencia de la neurosis, en

lugar de constituirse un síntoma que opere como solución de compromiso, el sujeto psicótico

constituye la formación delirante para emparchar ese fragmento de la realidad del cual se había
abstraído. En este sentido, lo innovador del psicoanálisis respecto de la psiquiatría es pensar el

delirio como el camino de la sanación.

¿Cuál es la diferencia radical entre la concepción de las psicosis desde la psiquiatría y la

concepción de las psicosis desde el psicoanálisis?

Para empezar, cuando presentamos la psicosis en segundo lugar respecto de la neurosis es

un orden meramente funcional del texto dado que no hay ningún motivo verdadero para pensar

que la neurosis es una estructura “superadora” respecto de la psicosis. Suele asociarse la psicosis al

estado de locura más extremo y, sin embargo, la práctica clínica indica que hay numerosas neurosis

que, en estado de desencadenamiento, se ven muchísimo más limitadas que cualquier psicosis

compensada.

Para la psiquiatría la psicosis siempre estuvo asociada a la locura y a la enfermedad. Lacan

utiliza una analogía interesante para pensar la psicosis: “Todos los taburetes no tienen cuatro pies.

Algunos se sostienen con tres. Puede que al comienzo el taburete no tenga suficientes pies pero

que igual se sostenga hasta cierto momento en que el sujeto en determinada encrucijada de su

historia biográfica confronta ese defecto existente desde siempre.” Es decir, la psicosis plantea una

carencia simbólica (homologable a la de la ausencia de un pie en el taburete) que puede no

presentar mayores dificultades a lo largo de toda la vida del sujeto hasta cierto momento en que

necesita apoyarse sobre ese pie y se encuentra con esa falla.

Para el psicoanálisis, la neurosis, la perversión y por ende las psicosis son modos de

funcionamiento particular, modos de posicionamiento subjetivo. En la psicosis, el


desencadenamiento es el encuentro del sujeto con una situación traumática determinada frente a

la cual no tiene respuesta alguna, pero no sólo eso, sino que además el sujeto no cuenta con qué

responder frente a ello. La respuesta subjetiva es el desencadenamiento psicótico frente al cual, la

construcción delirante, el delirio en sí mismo, puede constituirse como un camino hacia la sanación.

El delirio podría constituirse como ese cuarto pie, ese cuarto punto de apoyo sobre el cual el sujeto

pueda posar su estructura subjetiva.

Por último, la perversión ha sido definida inicialmente como la desviación respecto del acto

sexual normal definido como coito dirigido a obtener el orgasmo por penetración genital con una

persona del sexo opuesto. En este sentido, se hablaba de perversión cuando el objeto no era una

persona del sexo opuesto, cuando la zona corporal no era la genital o cuando el orgasmo quedaba

subordinado a ciertas condiciones sexuales.

Sin embargo, en la actualidad resulta poco sostenible esta concepción de las perversiones

como desviaciones, o de las distintas conductas sexuales como perversiones o desviaciones,

morales o estadísticas.

Según la psicoanalista argentina Silvia Bleichmar la perversión – hoy después de muchos

desarrollos – puede ser entendida como “el proceso en el cual el goce está implicado a partir de la

des – subjetivización del otro”. Así, la perversión está puesta más del lado de un funcionamiento

mental (con predominio del ejercicio directo de lo impulsivo – pulsional parcial no reprimido) que

de un lado moral o estadístico en cuanto a cuál es la conducta sexual que se desvía de la norma.
En este sentido es que se habla del sujeto de la perversión como aquel que, en lugar de

presentar su propia división subjetiva, busca producir la división subjetiva en el otro y el

desencadenamiento de su angustia.

De los comienzos de un acompañamiento terapéutico

Cuando un Acompañante Terapéutico invita a un paciente a hablar ya hay una suposición

previa de que el sujeto tiene algo para decir, así como también una suposición de que el sujeto no

va a decir todo lo que tenga para decir (ya que eso es imposible) sino una porción de lo que quiere

decir a su AT. Eso implica una suposición, un preconcepto, un prejuicio que hace que una

experiencia esté determinada por una cierta ley que es la suposición, en este caso, de que hay un

inconsciente que determina todo lo que el sujeto dice y una conciencia que juzga lo que el sujeto va

a decir todo el tiempo. De allí que el psicoanálisis funda su praxis en los traspiés de la conciencia o,

en términos freudianos, en las formaciones del inconsciente que hallan el modo de abrirse paso

hacia la conciencia.

La función del Acompañante Terapéutico es mantenerse en ese correlato de lo que se le

pide al paciente, que es la asociación libre, con una atención parejamente flotante a todo lo que el

paciente dice.

La condición de la experiencia es que el sujeto se someta a la regla fundamental de la

asociación libre que es, desde el comienzo, una estafa, porque decirlo todo es un imposible. Sin
embargo, partimos de la regla fundamental porque hay algo que sí sabemos: el inconsciente existe.

Y para que pueda manifestarse deben generarse las condiciones para que el sujeto simplemente

hable, pues hablando es como pensamos que el inconsciente se abre paso.

La regla fundamental no es caprichosa, no es una contingencia, no es que podría ser esta

como cualquier otra.

La asociación libre es enunciada por Freud como la regla fundamental de la experiencia del

análisis. Y no sólo no tiene nada de libre (porque sabemos que todo lo que el sujeto diga va a estar

determinado) sino que además es absolutamente displacentera, asociar libremente no es algo

placentero para el sujeto.

Un sujeto padece y, en el mejor de los casos, se dirige a otro, que en este caso es el

Acompañante Terapéutico pero que podría ser una iglesia, un médico clínico, un psicoterapeuta. La

cuestión es que el sujeto está buscando una respuesta a su padecimiento. Y es el mismo sujeto que

sufre el que se dirige a un AT que aquel que se dirige a otro profesional o establecimiento.

Ahora bien, ¿qué es lo que introduce una diferencia?

¿Qué quiere decir Freud cuando dice que la introducción al tratamiento conlleva a que el

paciente cambie su actitud consciente frente a la enfermedad? Se refiere a que uno no quiere saber

de qué padece. El recurso fundamental para poner al sujeto en relación a su padecimiento es hacer

que el sujeto hable. El Acompañante Terapéutico pensado desde una práctica psicoanalítica es un

profesional que, contrariamente a la representación clásica que se tiene de él, habla (mucho o
poco, según el caso por caso) pero habla lo suficiente como para hacer hablar al sujeto del

inconsciente.

La pérdida de la realidad en las neurosis y en las psicosis

Pasemos a la lectura del artículo de Freud: “La pérdida de la realidad en la neurosis y la

psicosis” de 1924.

Partimos del siguiente concepto: la realidad es algo que se tiene y que en tanto se tiene,

también se puede perder. Si hablamos de pérdida de la realidad en las neurosis y en las psicosis,

¿cuál es el estatuto de la realidad? La experiencia freudiana indica que la neurosis en tanto posición

subjetiva es un modo de retirarse de la realidad, huir de la realidad.

Ahora bien, ¿cómo plantea Freud la pérdida de la realidad en las neurosis y en las psicosis?

Freud lo plantea como un proceso que está articulado en dos tiempos, un tiempo que es de

precipitación, de desencadenamiento, y un tiempo que es de solución, de anudamiento.

En la neurosis sucede lo siguiente: hay una exigencia pulsional, la irrupción de una exigencia

pulsional que ataca a la realidad. El resultado es que esta realidad va a quedar barrada, y que

precisamente por operación de la neurosis esta exigencia pulsional a su vez será reprimida.

Entonces el resultado de este proceso es que la exigencia pulsional sea sustituida por una

satisfacción sustitutiva, un síntoma, y esta realidad también vaya a quedar sustituida por otra
realidad. Entonces esa realidad de la que se queja el neurótico no es la primera realidad, sino que

es esa realidad construida precisamente a partir de la operación de la represión.

Del lado de la psicosis también tenemos un proceso que comienza con una pérdida de

realidad que se manifiesta en esas experiencias de fin del mundo por ejemplo, experiencias en las

que sucumbe todo el campo de lo simbólico y de lo imaginario del sujeto, fractura de todas las

identificaciones habituales, inclusive fractura de su propia imagen, desconocimiento de su propia

imagen, de las relaciones que tiene.

Y ¿por qué sucede eso en la psicosis? ¿Por qué se produce esa fractura de la realidad? No es

por una exigencia pulsional, sino que es por una serie de coordenadas más o menos localizables en

algunos casos, no en todos. Lacan habla del encuentro con un padre, un padre en posición

simbólica, un padre como significante. Un nombramiento en una posición simbólica como lo es por

ejemplo en el caso de Schreber, el nombramiento para ser presidente de un tribunal, una

contemplación con una exigencia ideal que el sujeto no puede confrontar.

Este pasaje entre un tiempo primero que es de destrucción, de fractura de la realidad, a la

construcción de otra realidad, no son sin el pasaje por la angustia, tanto en las neurosis como en las

psicosis. Porque el empuje de la moción pulsional en el neurótico produce angustia, esa angustia es

lo que señala, moviliza la operación de la represión y lo que lleva a ese no querer saber nada de la

realidad que se pone en juego, que desencadenó ese empuje, esa moción pulsional. El resultado es

un síntoma como formación de compromiso que va a implicar una satisfacción paradojal e

incompleta.
En la psicosis la realidad que es rechazada siempre va a estar empujando, esto que se va a

llamar el agujero forclusivo, eso que queda en el momento de naufragio de la realidad, de pérdida

de la realidad, de sensación de fin del mundo, ese agujero siempre va a estar produciendo un

empuje y por lo tanto también se acompaña de angustia. Y esa angustia es la que se llena del

armado de una nueva realidad, en el mejor de los casos, es decir cuando el psicótico puede

construir una realidad sustitutiva delirante. Sin embargo, si bien hay construcción de una realidad y

esta realidad es bastante importante cuando se puede construir porque le permite al sujeto armar

cierto lazo social, ahí donde habían caído todos los ideales y toda su armadura simbólica e

imaginaria, es un lazo social que es bastante restringido porque no es una realidad que sea

demasiado compartible, salvo cuando se toman para esa realidad las construcciones religiosas. Ahí

sí se puede participar de una vida religiosa pero cuando es una construcción delirante, individual,

personal, no es muy fácil armar lazos sociales con otros. Entonces, en ese sentido ese sustituto de

realidad si bien tiene su importancia porque en el lugar del agujero hay algo que viene a llenarlo,

también hay una dificultad que es la de poder hacer entrar esta realidad en el campo de los ideales

del otro. Es decir que es una realidad que no entra fácilmente en el campo de los ideales del otro.

Por último, ¿es posible la pérdida de la realidad en la perversión?

La perversión es distinta a la neurosis y a la psicosis, en la perversión hay un saber del lado

del paciente, pero hay un saber que no se puede hacer saber, no se puede transmitir, es

intransmisible, es un saber que queda del lado del paciente, no circula. El saber del perverso está

del lado del perverso pero no se puede transmitir y es esa particularidad de la perversión la que da
al analista la sensación de espectador de la escena que el sujeto perverso exhibe, sin posibilidad de

intervención. No es una escena de llamado de intervención al otro sino que es una escena que se

exhibe y que la mayoría de las veces procura producir en el otro la angustia.

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