IYAP Libro III
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ÍNDICE
Cap. 4 – Actuaciones 35
Cap. 5 – Progreso 50
Cap. 6 – Sanando 65
Cap. 7 – Marcado 92
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CAPÍTULO 1 - TODO LO BUENO
Cada vez que me separo del desorden de la ropa de cama y de las largas
extremidades juveniles, me prometo que será la última vez. Sabiendo siempre que me
rendiré de nuevo ante él. Es nuestro juego. ¿Cuánto tiempo resistiré hasta que ya no
pueda más? Él me sigue el juego. Una sonrisa tímida. Una risa coqueta. Un beso con
tal inocencia simulada que podría estar tentado a pensar que renace cada vez que
viene por mí. Renovado. Perpetuamente.
Pero como todo lo bueno, esto también va a terminar. Mañana, las paredes alrededor
del peculiar nido que hemos construido se derrumbarán. Se convierte en Harry Potter,
alumno de sexto año en la Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería. Y yo recuperaré
mi título de profesor Snape, el maestro de Pociones, cabrón odiado por todos. Me digo
que trataré de recordar nuestras posiciones. Ha sido fácil olvidarlas, atrapado dentro
de estas paredes, como si existiesen en un universo alternativo donde el hedonismo
es el código moral y no existe esa bestia llamada Consecuencias. Pero más allá de
esa puerta reina la realidad como única soberana.
Cayendo.
—Hm.
Un gemido de los resortes de la cama, que nunca han sido tan vocales. Se desliza
bajo el edredón y se estira a mi lado.
—Te aburrías. —Se ríe. Sus dedos juegan alrededor de mi pecho. Su pierna se
desliza entre las mías. Hace mucho tiempo que dejé de sorprenderme por este gesto
familiar. Suspira, satisfecho. Me impido hacer lo mismo—. No sabrás qué hacer
cuando me haya ido —bromea.
Los muchos niveles en que esa declaración es cierta me marean. Estoy casi
agradecido cuando aprieta sus labios con los míos, sujetándome. No sabré qué hacer
cuando se haya ido. Me maldigo a mí mismo por acostumbrarme a su presencia.
Seguramente sentiré su ausencia. El calor de su cuerpo, que consigue oler a sol,
incluso cuando no ha visto el sol en más de un mes. El silencio se extiende entre
nosotros cómodamente. Ocupa el espacio. Física y mentalmente, ocupa todos los
rincones de mi existencia.
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Mis cámaras se han convertido en el presente perpetuo. No hablamos de lo que ha
sucedido. Tampoco pensamos en lo que va a suceder. Tal vez eso es un error. Pero
cuando he intentado mencionárselo me silencia con una mirada suplicante o un beso.
—Sé que no será así cuando comiencen las clases. Mira, no sabemos qué va a
suceder, ¿verdad? Todo es cuestión de... esperar —dijo la última vez que me las
arreglé para encontrar sentido común. Dejé pasar el tema. Cuando uno vive en
constante temor por su vida, uno no puede permitirse el lujo de pensar en el futuro.
Planificar. Soñar. Harry vive en el momento. Me mantiene allí con él.
—¿Severus?
—Hm.
—Esta podría ser la última vez. Durante un tiempo, de todos modos. Yo sólo... quiero
saber. Quiero sentirte. Por favor. —Levanta la cabeza y me mira fijamente. Siempre es
el mismo argumento, ¿no? Cada vez podría ser nuestra última vez. Hay algunos
tontos que piensan que es aconsejable vivir cada día como si fuera el último. Esos
imbéciles pueden darse el lujo de creer eso. No es verdad para ellos. Algunas
personas no pueden darse el lujo de la dilación.
Aparto con irritación la inquietud de mi mente. Soy demasiado viejo para ponerme
nervioso por la “primera vez” y una parte de mí quiere él lo sepa, quiere que lo
experimente todo, antes de que llegue mañana.
—Para estar arriba, señor Potter, uno debe poseer un mínimo de autocontrol. ¿Estás
completamente seguro de que eres capaz?
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—Creo que tienes miedo a ceder el control. —¿Se han dicho palabras más ciertas
alguna vez?—. Desnúdate. Ahora. —Trata de imitar mi voz. Ni siquiera se acerca. Me
río de él y luego tiro de mi camisa de dormir sobre mi cabeza. Él hace lo mismo—.
¿Sabes?, si durmieras desnudo, ahorraríamos mucho tiempo.
Lo miro, enfurecido.
—Supongo que todavía me aferro a la irracional esperanza de que algún día consigas
dominar tus impulsos.
—Bueno, si tú no lo has conseguido aún, ¿por qué crees que yo podré? —Me impide
responder. Mocoso insolente. Mi sarcasmo es arrastrado por su lengua impaciente. Se
desplaza a cubrirme con su cuerpo, presionando su erección deliberadamente contra
la mía. El cuidado que tuvo antes es olvidado bajo la perspectiva de una nueva
experiencia. Una nueva aventura. Su curiosidad no tiene límites.
Se abre camino bajando por mi torso con rapidez antes de estirar los labios alrededor
de mi polla. Le he enseñado bien. Demasiado bien. Gimo. El refuerzo positivo. Elogios
por un trabajo bien hecho. Espero vagamente que mi locura no llegue a mis clases. Me
las he arreglado para no matar a ninguno de mis alumnos. Sería una verdadera
lástima que murieran de puro ataque de shock.
Cálida y húmeda, su boca se mueve sobre mí, una mano trabajando la longitud
cuando sube a arremolinar la perfecta lengua rosada sobre la cabeza.
Mi respiración se acelera y tengo que cerrar los ojos. La imagen por sí sola es
abrumadora. Me agradaría mucho ver las caras de los miembros del club de fans de
Potter mirándolo ahora –espalda encorvada, boca estirada, al servicio de un ex
mortífago–. La realidad nunca deja de sorprenderme e incluso me mantiene
entretenido. Pero aún más, estoy agradecido. Si alguien nos descubriera, lo pasaría
bastante mal recordando con arrepentimiento estas últimas semanas.
Antes de que me lleve demasiado lejos, le tiro del pelo. Él jadea y me mira, la boca
abierta e hinchada, las mejillas encendidas.
—¿Qué?
—Si vas a follarme, insisto en que se realice correctamente. No permitiré que te corras
el segundo en que me penetres. Échate.
Se tumba boca arriba y me pongo sobre él, deslizándome entre sus muslos pálidos.
Me permito cubrirlo por completo, saboreando el calor suave de su cuerpo. Su pecho
sube y baja al ritmo de mi propia respiración. Lo beso. Sabe a pasta de dientes y a ese
sutil deje dulce que es únicamente suyo. Inocencia, lo llamo. Es un término
equivocado. Él no es más inocente que yo, pero me atrevo a decir que hay una parte
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de él que no será mancillada. La parte que he llegado a entender como la esencia de
Harry Potter.
—Por favor...
—No quiero que llegue mañana —susurra con voz casi inaudible. Quedo
conmocionado por su confesión. Es un momento excepcional cuando se permite ver
más allá del aquí y ahora. Levanto la cabeza para ver la tristeza en su expresión. Trata
de cubrirla con una sonrisa mal fingida. Giro hacia un lado y miro hacia el techo,
tratando de detener el pavor que llevo manteniendo a raya desde que me di cuenta de
que mañana tiene que llegar realmente.
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—Lo siento. Ha sido una estupidez decir eso. —Se coloca de lado y cruza un brazo y
una pierna por encima de mí—. Vamos a no pensar en ello, ¿de acuerdo?
—Lo sé. Pero no tiene sentido preocuparse, ¿o sí? Quiero decir... lo que venga,
vendrá. Y ya le plantaremos cara. —Suspira profundamente. Su brazo se estrecha
alrededor de mí y besa mi hombro—. Sólo quiero estar contigo ahora. Y olvidar.
—Eres hermoso —susurra. Su dulce sonrisa se suaviza por una hambrienta y mojada
lengua—. ¿Te gusta esto? —Mete los dedos hasta el nudillo y luego se retira casi por
completo. Cierro los ojos para evitar enfrentarme a su cara. Me concentro en la
sensación casi olvidada de ser llenado y estirado. Mi respiración se entrecorta y luego
se acelera de nuevo cuando siento un tercer dedo encajarse en mi culo. Su respiración
también es pesada mientras me sigue estirando con cuidado, apoyándose en su
memoria para guiarse. Se mete dentro de mí y un dedo se desliza accidentalmente por
mi próstata enviando una descarga eléctrica violenta a través de mi cuerpo que
escapa en un fuerte gemido de mi garganta. Abro los ojos y veo su expresión
complacida. Sus caderas se mueven contra mi muslo al ritmo con el que los dedos me
follan. La sensación es demasiado. No es suficiente.
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—Ahora.
—¿Ahora qué? —Sonríe ampliamente. Se me ocurre que esto es más que placer para
él. Esto es su venganza. Retira los dedos antes de deslizarlos de nuevo lentamente.
Una vez más contra mi próstata, e intento apretar la mandíbula para no gritar. Él se da
cuenta de la reacción, no obstante, y comienza a acariciarlo repetidamente.
Se ríe por lo bajo y luego retira los dedos. Me estremezco por la ausencia y la falta de
movimiento. Se arrodilla de nuevo entre mis piernas y comienza a prepararse. Me
pongo una almohada bajo las caderas cuando acude la idea. Me sonríe con
nerviosismo.
Bufo.
—Creo que puedo decir con seguridad que si lo haces mal, reírme no será mi reacción
inmediata.
Se posiciona y extiendo más las piernas para complacerle. Una posición poco digna,
realmente. Se me ocurre que si voy a someterme prefiero estar boca abajo. La idea se
me escapa cuando le siento presionar contra mí. Mira hacia abajo con una expresión
concentrada y luego levanta los ojos para encontrarse con los míos.
Por fin, comienza a mover las caderas, acuchillando y acariciando la carne apretada a
su alrededor. Casi no puedo respirar. El dolor ardiente armoniza perfectamente con el
placer que pulsa a través de mí. Está siendo demasiado cuidadoso. Envuelvo una
pierna alrededor de sus caderas y lo arrastro a mi interior con fuerza, impulsándome
hacia él al mismo tiempo. Grita cuando de repente se ve enterrado en mí, apoyándose
en sus manos que presionan en mi pecho. Yo mismo estrangulo un gemido haciendo
eco del suyo.
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cerebro. Lucha por recuperarse, cerrando los ojos y apretando la mandíbula. Siento
una siniestra sonrisa en los labios. Aprieto el culo y sus ojos se abren violentamente.
—Si muriera ahora mismo, por lo menos sería feliz —dice contra mi piel. Gruño
divertido, incapaz de conjurar la irritación en este momento. No ayuda el hecho de que
siento exactamente lo mismo. Suspiro y estiro la mano para alcanzar la varita. Se
desliza fuera de mí y lanzo un hechizo de limpieza en ambos, agradecido una vez más
que haber nacido mago. Reclama su lugar tendido a mi lado, el brazo y la pierna
envueltos perezosamente sobre mí. La cabeza ocupa el hueco donde mi cuello se une
a mi hombro. Su aliento es cálido en mi piel. Sus labios acarician mi mandíbula.
—Gracias. Eso ha sido increíble. Pero creo que puedo hacerlo mejor. Vamos a tener
que practicar. —Se ríe.
—Si fueras tan entusiasta con los estudios como lo eres con el sexo, me atrevo a decir
que superarías incluso el rendimiento escolar de Granger.
—Si hacer los deberes me hiciera sentir así, sería Premio Anual.
—Qué bien —gruñe—. Supongo que eso te convierte en el director que lo nombra. —
Se ríe—. Oh. Ew. — Hunde la cara en mi hombro y me río más—. Ni siquiera quiero
pensar en Dumbledore en la misma frase que ‘sexo’.
Una aterradora imagen mental aparece ante mis párpados cerrados. Abro los ojos, con
la esperanza de disiparlo.
—Ya está. Has hecho oficialmente imposible que mire a la cara a ese hombre de
nuevo.
—Harry.
—Ya lo sé —susurra.
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—Tenemos que discutir esto.
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Abro los ojos para encontrar otros verdes que me miran fijamente. Sonríe y luego me
coloca un dedo sobre los labios.
—No —digo con firmeza. Me aplaudo por mi firmeza y luego mantengo esperanzas de
que no presione el asunto.
—Sev.
—No. Y no me llames así. —Me levanto de la cama y busco de mi bata. Me sigue sin
descanso.
—¿Por qué?
—Porque no es mi nombre.
—Eso no es lo que quería decir y lo sabes. —Me doy la vuelta y le miro fijamente. Me
devuelve la mirada—. ¿Por qué?
—No funcionará.
—Té. —Invoco una taza de té y voy a la sala de estar. Me siento y espero a que me
acompañe. Después de unos momentos aparece. Vestido, afortunadamente. Se sienta
frente a mí y espera a escuchar mi versión de cómo van las cosas. Yo,
desgraciadamente, no he pensado en nada.
—¿Y bien?
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Bueno. Una cosa es cierta.
»Muy bien. Puedo vivir sin sexo. Pero... —Frunce la nariz—. Te estás portando como
un idiota. Honestamente. Vamos a ir por ahí fingiendo de todos modos. Y yo... esto te
gusta tanto como a mí. Incluso aunque nunca lo admitas. Siempre me estás diciendo
que no debería sacrificarme. Creo que deberías hacer caso de tu propio consejo.
»Mira, siempre haces esto. Siempre tratas de hacer lo que crees que es lo correcto.
Decidimos que no es bueno estar juntos. Pero de alguna manera... lo estamos. Y creo
que... no tenemos elección. Que estamos… atrapados. Juntos.
Sonríe y reconozco mis propias palabras. Las palabras de Trelawney le hacen eco. Y
perderás. No puedo dejar de pensar que tiene razón. Incluso si pudiera emplear toda
mi voluntad para poner fin a esto, de alguna manera terminaría de nuevo aquí. Con él
de rodillas delante de mí. Puede que haya estado metido en esta maldita mazmorra
demasiado tiempo, pero lo que dice tiene sentido.
—¿Qué tal si... no decidimos nada? Vemos cómo van las cosas una vez que estemos
allí. ¿De acuerdo? —Se levanta y luego se sienta a horcajadas en mi regazo,
apretando las rodillas a ambos lados de mis piernas—. ¿Severus? Di algo.
—Necesito un trago.
Cualquier protesta que pudiese haber tenido se desintegra cuando todo mi cuerpo se
funde en esa maldita silla. Realmente tengo que recordarme a mí mismo que he de
preguntarle cómo cambiar la clave. Su boca cubre la mía y yo trato de alejarlo pero mi
cabeza parece bastante satisfecha de quedarse justo donde está, contra la parte
posterior de la silla, siendo atacado por esa boca caliente que sabe a sueño. La boca
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desaparece y abro los ojos perezosamente para verlo sonriendo hacia mí con aire de
suficiencia. Obligo a mi boca a decir "Harry" una vez más.
—Maldita silla.
Se ríe.
—Creo que deberíamos volver a la cama. Necesitas fuerzas para esta noche.
—Lo cual es precisamente por lo que no estoy en la cama contigo. Suéltame. ¿No
tienes deberes que hacer? —Me maravilla lo absurdo de todas esas oraciones en su
conjunto. Me estoy tirando a alguien que tiene deberes.
—Mm-hmm... —Se inclina para besar a lo largo de mi cuello—. ¿Tal vez puedas
ayudarme? ¿Qué sabe usted acerca de estar arriba? —Se ríe a pesar de que su
lengua recorre el exterior de mi oreja. Mi estómago se sacude con una excitación que
pronto llegará a ser absolutamente evidente a través de mi bata.
—Eso pretendo.
He perdido.
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CAPÍTULO 2 – LO QUE IMPORTA
Oh, realmente debería tener más cabeza que para soltarle eso. Me detengo por un
momento que le permita replicar. Estaría en todo su derecho. Sorprendentemente, no
lo hace. Sigo con el discurso que he estado preparando durante gran parte de la
noche, mientras lo observaba dormir. Podría pasarme la vida haciendo exactamente
eso. Pero hoy tenemos que salir de la mazmorra. Pensar en el mundo exterior me
hace daño. Pero eso no es nada en comparación con la idea de que no voy a poder
permanecer a su lado de nuevo, para verlo dormir, para sentirlo.
»Así que… puedes ser un odioso bastardo grasiento en clase. Y yo te puedo castigar
por la noche. —Sonrío y me giro hacia él. Su expresión es dura. De piedra. Mi
estómago se vuelca. No sé qué esperaba.
—No.
—Sev.
—¿Por qué?
—Porque no es mi nombre.
—Eso no es lo que quería decir y lo sabes. —Me mira fijamente. A ese juego pueden
jugar dos—. ¿Por qué? —vuelvo a preguntar.
—No funcionará.
—Té.
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Termino de vestirme y camino hasta la sala de estar donde está bebiendo su té. Me
siento en la silla más incómoda del mundo y espero a que diga algo. Espero a que me
destruya. El pánico es sofocante.
—¿Y bien?
—¿Qué es exactamente lo que no puede continuar? —No puedo dejar que haga esto.
No puedo dejarlo ir—. Muy bien. Puedo vivir sin sexo. Pero... —Veo su cara
ligeramente caída. Él tampoco quiere que esto termine—. Estás siendo un idiota.
Honestamente. Vamos a ir por ahí fingiendo de todos modos. Y yo... esto te gusta
tanto como a mí. Incluso aunque nunca lo admitas. Siempre me estás diciendo que no
debería sacrificarme. Creo que deberías hacer caso de tu propio consejo.
»Mira, siempre haces esto. Siempre tratas de hacer lo que crees que es lo correcto.
Decidimos que no es bueno estar juntos. Pero de alguna manera... lo estamos. Y creo
que... no tenemos elección. —Recuerdo lo que dijo el primer día que estuvimos aquí.
Si no va a escuchar mis palabras, tal vez escuche las suyas propias—. Que
estamos… atrapados. Juntos. —Sonrío débilmente y se encoge.
Yo sé que no quiere ponerle fin a esto. Me necesita tanto como yo a él. Es toda esa
gente ahí fuera por lo que está preocupado. Nos juzgarán. Romperán todo lo que haya
entre nosotros porque es mayor que yo. Pero sé que, incluso si trata de apartarme,
estaré de nuevo aquí, con el tiempo. Por ridículo que parezca, no puedo dejar de
pensar que es el destino. Al menos, espero que lo sea.
—¿Qué tal si … no decidimos nada? Vemos cómo van las cosas una vez que estemos
allí. ¿De acuerdo? —Sigue sin responder. Me mudo a su regazo y estoy agradecido
cuando protesta. Tengo que recordarle por qué no puede terminar con esto—
.¿Severus? Di algo.
—Necesito un trago.
Eso no era exactamente lo que esperaba. Pero al menos no era un "Me alegra
deshacerme de ti por fin. Ahora, vete a la mierda". Encuentro consuelo en el hecho de
que ha cambiado de tema.
El mundo exterior. Donde voy a tener que acostarme en mi cama noche tras noche y
no ir a él. Donde voy a tener que fingir que no lo amo y que no importa que esté tan
lejos. De repente necesito estar cerca de él. Necesito estar con él. En él. En mí.
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—Se me ocurren formas mejores de gastar ese tiempo.
Me río.
—Creo que deberíamos volver a la cama. Necesitas fuerzas para esta noche. —
Sonrío.
—Por eso precisamente no estoy en la cama contigo. Suéltame. ¿No tienes deberes
que hacer?
—Mm-hmm... ¿Tal vez puedas ayudarme? ¿Qué sabes acerca de estar arriba?
Bueno, si insiste.
—Eso pretendo.
Me quita la camiseta y me pongo de pie para quitarme el cinturón. Mis pantalones, aún
un viejo par de Dudley, caen sin necesidad de desabrocharlos. Él se levanta y se
deshace del camisón con un movimiento de hombros. De pie delante de mí, blanco,
liso, desnudo. Hermoso. Sé que nadie estaría de acuerdo. Pero eso sólo lo hace más
hermoso. Y el hecho de que yo sí puedo verlo lo hace mío.
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Me tira contra él y grito ahogado ante la sensación de su piel junto a la mía.
Perfección. Esa es la única palabra que puedo pensar para describirnos juntos. Me
perfecciona. Le perfecciono. Cuando estamos juntos todo lo demás en el mundo
parece remoto e imperfecto. Estamos cálidos y tranquilos y seguros. La cosa más
bella del mundo. Los dos. Nosotros.
—Te quiero dentro de mí —le digo. No me refiero a su polla. Me refiero a él. En mí.
Conmigo. Siempre.
Imposible.
—No quiero hacerte daño —susurra. Su mano deja de lado el cuello para descansar
debajo de mi barbilla, inclinando mi cara hacia arriba.
—No lo harás. Quiero decir... no en el mal sentido... —No puedo explicar lo que quiero
decir. Parece entenderlo. Siempre lo hace. Todo lo que siento. Todo lo que soy.
Simplemente lo sabe.
Asiente y luego gira a mi alrededor, y me cubre la espalda. Pone las manos sobre mis
hombros y me insta a ponerme de rodillas. Estoy inclinado sobre la silla, listo.
Gimo y jadeo y no puedo hacer nada más que eso. Su lengua se desliza por la
hendidura de mi culo y entonces ataca mi entrada con avidez. Me penetra,
deslizándose a lo largo de la carne apretada, persuadiéndola para que se relaje;
convenciéndola para que se abra, para aceptar, para necesitar algo más. Algo dentro.
La lengua es acompañada por un dedo y uso todo mi autocontrol para no correrme
inmediatamente. Grito y el dedo se desvanece una vez más y la lengua se hunde aún
más en el interior. Casi estoy llorando del placer. Mantiene mis caderas en su lugar
con las manos mientras hunde la cara entre las mejillas de mi culo. Una mano
serpentea entre mis piernas y comienza a moverse por mi polla. En cuestión de
segundos, todo mi cuerpo parece tener prisa por volverse del revés. Grito una vez más
y me corro, cayendo sobre la silla, preguntándome vagamente si esto es lo que se
siente al morir de placer.
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Sus manos se ahuecan alrededor de la cabeza de mi polla, recogiendo el semen.
—Bueno, si no puedes con ello, terminaré solo. —Sonríe y levanta una ceja.
Encuentro mis pies—. Date la vuelta. —Obedezco y luego siento sus manos en mis
caderas. Me empuja hacia atrás, y sus piernas obligan a las mías a abrirse. Me guía
con una mano. Me agarro a los brazos de la silla mientras me coloca para sentarme en
su erección. La cabeza entra con facilidad y ya puedo sentir la excitación
encendiéndose en mis pelotas. Aspira entre los dientes y el aire regresa en forma de
gemido. Bajo sobre él lentamente. Mi carne arde mientras cede ante él. Apenas la
suficiente lubricación para facilitar la entrada. No duele, exactamente. No más de lo
que yo quiero que haga.
No puedo hablar. Ni respirar. Así que asiento. Me levanta un poco y luego me arrastra
hacia abajo con fuerza. Grito según me siento y caigo contra su pecho, poniéndome al
día con la respiración que me había saltado. Sus brazos se deslizan por debajo de los
míos y me besa en el cuello, su propio aliento cayendo sobre mi piel rápidamente.
Suspiro y me acomodo mejor contra él mientras él se asienta aún más dentro de mí.
Una vez más quiero simplemente seguir así, fundido en él de alguna manera. Mis
brazos se cierran en torno a los suyos, apretándolos con fuerza.
Después de un momento, permanecer inmóvil deja de ser una opción. Muevo las
caderas y él muerde mi hombro fuertemente, un gemido atascándose en su garganta.
Extiende las piernas, obligando a las mías a hacerlo. Sus manos me acarician desde
las ingles a las caderas. Me empuja hacia arriba y ligeramente hacia delante y luego
se introduce en mi interior más profundamente de lo que yo habría creído posible. Me
apoyo en los brazos de la silla, manteniéndome ligeramente elevado, mientras
continúa empujando hacia mí lentamente, profundamente, hasta que me siento
bastante seguro de que acaricia mi alma con cada golpe. Una mano en mi hombro tira
de mí hacia abajo sobre él, la otra me rodea y coge rápidamente mi hinchada erección.
Tira de ella lánguidamente al ritmo de sus caderas. Lento y suave. La fricción añadida
por la escasa lubricación me amenaza con prenderle fuego. El calor se extiende en
espirales por todo mi abdomen. Continúa su ritmo mesurado y no puedo hacer nada
para acelerarlo. Mis brazos empiezan a temblar por el esfuerzo de mantenerme en
alto, pero no quiero parar. No quiero parar nunca.
Me levanta y nos baja a los dos al suelo. Yo, por suerte, todavía tengo suficiente
sentido común como para extender los brazos y no hundir la cara en la alfombra. Me
apoyo en los codos y él asegura mis caderas antes de retirarse casi por completo y
después golpear de nuevo… y hacerme cambiar de opinión sobre el deseo que todo
esto dure para siempre.
—¡Joder! —grito, cuando el impacto envía ondas de placer por todo mi cuerpo. Toma
la exclamación como un estímulo y lo hace una y otra vez hasta que ya no puedo
formar palabras.
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De alguna manera, él todavía puede.
Grita para mí, chico... Quiero oírte gritar... Venga, pequeño cabroncete... grita...
No debió hacerme sentir bien. Fue la poción. No yo. Aprieto los ojos cerrados y trato
de centrarme en él, en sus movimientos. Así es como tiene que ser, como tengo que
sentirme. Dispuesto. Ansioso. Se hunde en mí y puedo sentirle corriéndose en mi
interior. Me caigo al suelo y él me cubre. Tengo la sensación de que, si me suelta
ahora mismo, me romperé. Moriré.
—No.
Rueda, apartándose de encima, y me muerdo los labios para evitar rogarle que no lo
haga. Nos limpia a los dos. Consigo poner mis emociones bajo control antes de
enfrentarme a él. Sonrío.
—¿Estás bien? —Su voz es distante. Cautelosa. Me maldigo por ser un imbécil.
Sigo sonriendo.
—Estoy bien. Creo que me... me refiero a que la primera vez casi me mata. Así que tal
vez estaba agotado. —Me incorporo y le beso. Me mira con escepticismo y me obligo
a cumplir con su mirada escrutadora con valentía, pero mis brazos cruzando el pecho
traicionan mi malestar. Se da cuenta, pero no dice nada.
—Volvamos a la cama —dice en voz baja, y se pone de pie, ofreciéndome una mano.
Acepto con gratitud.
Nunca ha preguntado qué pasó cuando me capturaron. Creo que sospecha al menos
una parte de lo que sucedió. Lo adiviné por la forma en que se comportó la primera
vez que lo hicimos después de eso. No pude explicarle que necesitaba hacerlo. No era
justo que mi último recuerdo de una relación sexual fuese terrible, cuando mi primera
vez con él había sido uno de los momentos más felices de mi vida. El hecho de que el
momento más feliz de mi vida fue seguido inmediatamente por el peor momento de mi
vida era algo confuso, cuanto menos. Hice lo que pude para convencerlo de que no
había pasado nada, sin llegar a decirlo. Creo que todavía mantengo la esperanza de
que uno de estos días se las arreglará para hacer que desaparezca.
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una parte de ese mundo exterior. Aquí, en esta cama, soy libre del mundo. Él es el
mundo. El único hogar que conozco.
—Intenta dormir.
Me pongo cómodo más cerca de él, tratando de obligarme a convertirme en él. Algún
día, si lo deseo con la fuerza suficiente, podría suceder.
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Me gustaría que dejaran de hablar de eso aquí. Ahí fuera, de acuerdo. Pero aquí... es
como hablar de buen sexo en la iglesia.
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Oh. Ni siquiera había pensado que podía ser castigado por eso. Supongo que debería
serlo. Pero parece tan absurdo ser castigado por algo que hice en una vida diferente.
Mis ojos se fijan en Severus, que me mira. Y luego en el director. ¿No puede seguir
enfadado por eso, verdad? Eso no tiene nada que ver conmigo. Con nosotros.
Dumbledore suspira.
—Bueno, los estudiantes van a llegar pronto. Harry, te sugiero que lleves tus cosas al
dormitorio. He comprado tus libros y suministros para el año. También me he tomado
la libertad de conseguir algo de ropa nueva y un nuevo par de gafas. Son SmartSpecs,
que se ajustan para compensar la debilidad de tus ojos. Un producto nuevo. Incluso te
permite una visión más nítida durante la noche. —Sonríe.
—Gracias, señor —le digo. Pero en realidad, las gafas hacen que besar sea mucho
más difícil. Preferiría vivir sin ellas.
—No hay de qué. Debes regresar por red flu, por supuesto. De hecho, cada vez que te
pasees a solas por la escuela, me gustaría pedirte que viajaras por flu. Se te ha
introducido en la red de la escuela. Te daré un mapa para ayudarte a moverte. Por
supuesto, las oficinas de los profesores y los cuartos privados permanecerán cerrados.
Las habitaciones del profesor Snape estarán abiertas a menos que los dos decidáis
algo distinto.
Levanto la vista hacia Severus de nuevo. Asiente con la cabeza. Libero un aliento que
no sabía que estaba reteniendo.
—Viejo imbécil entrometido —murmuro. Severus bufa. Miro hacia arriba—. ¿Qué?
—Señor Potter, esa no es forma de hablar del benevolente Albus Dumbledore. Haría
bien en controlarse, no sea que la gente empiece a preguntarse de dónde viene tu
inesperada vena sarcástica. —Sonríe.
—Sí. Siempre que evito pensar en lo que hemos hecho en esta silla hace apenas unas
horas. —Suspira—. Entonces, ¿me vas a decir exactamente qué papel jugaste en la
huida de Black?
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—No.
—Porque, Potter, esa noche quedó grabada en mi memoria como una de las peores
noches de mi existencia. Y me gustaría saber lo que pasó. Compláceme. No puedo
castigarte muy bien a estas alturas, ¿verdad?
—¿Cómo?
—No puedo decirte eso. No fui sólo yo. Lo siento. ¿Estás enojado?
—Sí. —No parece enojado. Agacho la cabeza en su regazo. Continúa jugando con mi
pelo. Trato de no pensar en lo mucho que voy a echar de menos esto. Estar así con él.
No quiero considerar lo que será la vida allá afuera, alrededor de todas aquellas
personas que todavía piensan que soy Harry Potter.
—Tengo miedo —me oigo decir. Entonces cierro la boca antes de que nada estúpido
pueda salir.
—¿Y tú? —le pregunto—. ¿Cómo te las arreglas para dar clase a una casa llena de
estudiantes que quieren verte muerto?
Se ríe.
—Una observación muy astuta, señor Potter. Diez puntos para Gryffindor.
—Más te vale no decir eso ahí fuera. La gente sabrá que pasa algo... Pero, en serio...
—Levanto la vista hacia él—. ¿Cómo... quiero decir, vas a estar bien, verdad?
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—Lo cual demuestra que eres un Gryffindor, incapaz de tomar decisiones sabias.
Ahora sal y vuelve a donde perteneces.
—Te veré en el banquete. Y mañana en clase. Vamos a ver lo buenas que son tus
habilidades de actuación. Te puedo garantizar que voy a ser cruel. —Sonríe.
Lo beso, deseando que hubiera alguna manera de que pudiera hacer un líquido con
este hombre –Severus embotellado al vacío–, para ser capaz de sobrevivir un día
entero sin él. Ésa sería una lección de pociones a la que prestaría atención con mucho
gusto. Después de un momento, me aparta.
—Lo sé.
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Si estar en mi dormitorio era extraño, estar sentado en el Gran Comedor viendo a los
estudiantes salir a través de las puertas es aterrador. El ruido hace que me duela la
cabeza. Son todos tan ruidosos, riendo y charlando y sonriendo. De repente entiendo
por qué siempre se le ve tan amargado. Me concentro en no encogerme visiblemente
cuando me acosa una tormenta de bienvenida. Nunca me he sentido tan fuera de
lugar en mi vida. Estoy seguro de que los otros pueden sentir cómo mi corazón me
golpea violentamente en el pecho. Me estoy ahogando. Miro hacia él para
tranquilizarme. Nuestras miradas se cruzan y me las arreglo para respirar de nuevo.
—¡Harry! —me llama Hermione en voz alta, antes de correr y echar sus brazos sobre
mí. Trato de parecer entusiasta. Ron me da una palmada en la espalda antes de
sentarse frente a mí. Sufro un momento de pánico al darme cuenta de que no tengo
nada que decirles. Mis mejores amigos. Me siento como si ni siquiera los conociera. Al
mismo tiempo, me siento como si los hubiera traicionado de alguna manera.
22
Deja escapar un largo suspiro de alivio y hunde la cabeza entre las manos. Me
imagino que ha estado conteniendo el aliento desde que Sirius se entregó. Como yo
debería haber hecho. Pero no. Estaba preocupado por si me obligarían o no a vivir con
mi padrino. En mi vida pasada, me habría encantado. Pero ahora sólo parece tan...
restrictivo... tener una figura paterna. He vivido toda mi vida sin padres. Es un poco
demasiado tarde para empezar a tenerlos ahora.
Oigo a Hermione contener el aliento de repente. Levanto la vista hacia donde está
saludando con la mano.
Miro para ver al profesor Lupin sonriéndonos. No puedo creer que no me hubiese dado
cuenta antes. ¿Dumbledore mencionó que volvería? No recuerdo si lo hizo. Mis ojos
se fijan en Severus, que está hablando con Sprout. Me pregunto cómo se siente
acerca de la vuelta de Lupin. Me pregunto cómo me sentiré yo una vez tenga la
oportunidad de pensar en ello.
—Bueno, probablemente necesiten a alguien que sepan que no está trabajando para
Quien-Tú-Sabes —murmura Ron—. Alguien que sabe qué demonios está haciendo.
—Bueno, ese alguien trató de comerme una vez —dice Hermione. No parece ni de
cerca tan enfadada como podrían sugerir sus palabras.
Arrugo la frente.
Reviso mis rasgos y me doy cuenta de que estoy con el ceño fruncido. Incluso
despreciativo.
—Creí que dijiste que no te ibas a quedar con él este verano —dice Hermione en voz
baja.
—¿Con qué?
—Quién. Snape.
Oh. No tienen ni idea. Todavía creen que estuve con Sirius durante el verano.
¿Cuántas vidas hace de eso?
—¿Por qué crees que estuve con Snape? —le pregunto inocentemente.
—Porque tienes cara de mala leche. Te pareces a él —dice, riendo. Trato de relajar la
cara.
Ron jadea.
23
—¡Gah, Harry! Sí que te pareces. Y tu pelo... ¿es un poco más grasiento de lo normal?
—Se ríe.
—¡Vete a la mierda! —Me río y toco mi pelo con timidez. No está grasiento. Y el suyo
tampoco. Se lo he lavado esta tarde. Sonrío en secreto e intento sacarlo de mi
memoria. No voy a ponerme duro justo ahora.
—Un poco. —Miro hacia él de nuevo. Él mira a la mesa de Slytherin. Mis ojos siguen
su línea de visión y aterrizan en Malfoy, quien tiene los ojos puestos en mí. Mi corazón
se congela cuando mis ojos se cruzan con los suyos. Sonríe. Mis ojos vagan con
pánico por el resto de su grupo. Todos están mirándome. Crabbe, Goyle, Nott. Los
niños mortífagos. Todos miran. Lo saben.
Tomo una respiración profunda para tratar de calmarme. Soy vagamente consciente
de que McGonagall está anunciando el inicio de la ceremonia de Selección. Mis
manos agarran el duro banco e intento no temblar. Trato de ignorar los ojos clavados
en la parte superior de mi cabeza.
—¿Estás bien, Harry? —La voz de Ron suena a través de la nube de caos que azota
mi cerebro.
Me estoy ahogando.
24
CAPÍTULO 3 – EL PARAÍSO PERDIDO
Los muggles tienen una magia que les es propia. Se llama destilación. Merlín les
bendiga por ello.
El primer vaso, bebido de inmediato, ayuda a apagar los ecos de la voz de pito de
McGonagall, "Mercer, Abri." El líquido ardiente me deja preguntándome cuándo
diablos llegué a tener edad suficiente para enseñar a una segunda generación. Tengo
edad suficiente para enseñar a una segunda generación y mi amante me dispara
sonrisas secretas desde una mesa llena de juveniles e ignorantes imbéciles con los
que preferiría ser hervido vivo antes de participar en ningún tipo de intimidad. Porque
yo detesto a los niños.
Y mía.
Joder.
Maldito Dumbledore.
25
Fue él quien creó este pequeño paraíso y me arrojó a él con el niño. Se mira, pero no
se toca. No comas de ese árbol. Y yo comí de ese árbol.
Repetidamente.
Cierro los ojos para ver los suyos fijos en mí, verdes y suplicantes. Cumplía con su
papel, tratando de convencer a los otros de que era sinceramente feliz de verlos. Sólo
cuando los ojos se volvieron hacia mí los alcanzaba una sonrisa. El verde se hacía
espléndido. Observé, tratando desesperadamente de silenciar mi pesar, diciéndome a
mí mismo que lo que hicimos en nuestro mundo secreto no tenía nada que ver con los
papeles que se interpretaban en el Gran Comedor. Entonces él me necesitaba. Y yo
estaba ahí para él.
Pero aquí fuera, yo también interpreto mi papel. El profesor Snape se sentó a la mesa
principal, vio cómo sus alumnos —un grupo enfurruñado y altivo, en su mayoría—
miraban amenazadoramente a un niño a quien el profesor Snape habría tratado de la
misma manera si no fuera por el hecho de que el sabor del chico en cuestión estaba
todavía fresco en su lengua.
La fruta prohibida.
Los prohibidos labios se curvaron en una sonrisa secreta que brillaba en sus ojos
como la pasión y la confianza y… el amor, recuerdo, intentando ahogar el terror con
otro trago de mi bebida. Él se salió del papel y yo del escenario. Escapé a mi
calabozo, donde debería ser capaz de olvidar, pero el fantasma de su presencia
aparece en cada piedra.
Por ridículo que sea, soy incapaz de decir qué me molesta más: haber manchado y
corrompido a un muchacho de dieciséis años, o saber que lo haré de nuevo. Y la única
manera que podría evitar que me rinda a sus atenciones sería dimitir, para purgar mi
conciencia y aceptar las consecuencias. Y sé que no puedo hacer eso. Porque lo
mataría. Ese muchacho. Mi amante circunstancial.
—¿Qué haces aquí? Creí haberte dicho que te vería mañana —gruño con rabia
alimentada por el calor del whisky de fuego.
—Pareces... molesto. ¿Estás bien? —Su voz es ahogada. Sus ojos miran a la botella y
luego vuelven a mí. Mi agarre se aprieta en torno al vaso a la defensiva.
26
—Potter, ¿te has vuelto sordo?
De repente le odio como nunca he odiado a nadie en mi vida. ¿Quién era esa chica?
El hada de la realidad, maldito niño.
—Nadie. La hija de un ex-alumno. —Bebo de nuevo y hago lo que puedo para que se
distancie. No funciona.
—Oh. —Frunce el ceño y luego cae al suelo delante de mí—. Así que... ex-alumno...
Fue... quiero decir, tu... er... ya sabes.
No, no lo sé.
—¿Qué? —Baja la vista y sus mejillas se tornan rosa pálido. Oh—. Dioses, no. —Me
río por lo bajo—. Potter, contrariamente a las conclusiones que se podrían sacar de mi
comportamiento durante el último mes, una vez tuve principios.
»Y si hubiera ya sabes, seguiría sin ser asunto tuyo —añado con rencor.
—Entonces... pero, ¿por qué te entró el pánico? Quiero decir... que todo empezó con
esa chica. Te asustaste. Y es asunto mío cuando algo o alguien te vuelve contra mí.
Me pongo de pie de repente y pretendo irme, a cualquier parte donde no esté él. Mi
dormitorio.
—¿Y si no lo hago? —Se acerca a mí, los ojos encendidos por el desafío. O la
determinación. ¿Realmente hay diferencia con este chico?
Lucho contra el impulso de caer de rodillas y suplicarle que me deje en paz. Como si
existiera algo parecido a la paz a estas alturas. Como si alguna vez hubiese existido.
»Quien seas fuera de esta habitación no importa. Nada de ahí afuera importa. Tu
papel de ahí afuera no tiene nada que ver con nosotros. Y...
27
El dolor que baña su rostro me obliga a alejarme. Estoy disgustado por su fragilidad,
su transparencia. Dirijo el resto de mi crueldad a un muro de piedra. El muro de piedra,
me doy cuenta, probablemente será un oído más tolerante.
»Y nunca lo hubo. Cuanto antes te des cuenta, antes podrás empezar a buscar a
alguien de tu edad con quien celebrar lo que te queda de adolescencia.
—¿De eso se trata? Esto no tiene nada que ver con tu posición como mi profesor,
¿verdad? Te sientes viejo. ¿Es eso? Porque no me importa la edad que tengas.
—¡Y tú estás siendo imposible! —dice bruscamente—. Deja de decidir lo que crees
que es mejor para mí. No creo que quieras que esto termine. Estás haciendo esto
porque...
—¿Quién lo dice? Porque no tiene sentido. Todo... ahí afuera. Todo está mal. Y... y
sientes lo mismo. Sé que lo haces.
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De todas las respuestas a mi crueldad, la sonrisa es la menos apropiada. Cuenta con
Harry Potter para conseguir esa equivocación.
Por primera vez en los veintimuchos años que he estado bebiendo, comprendo
plenamente las etiquetas en las botellas de licor muggle. Advertencia: El consumo de
bebidas alcohólicas puede alterar el juicio y ralentizar los reflejos. Me gustaría añadir
'debilitar la resolución' a esa lista.
Después de mucho tiempo, tengo suficiente presencia de mente como para alejarlo de
un empujón y gritarle que se vaya. Sin embargo, mi esfuerzo se pierde rápidamente
cuando callo una vez más por un pequeño golpe en la puerta. Me mira un momento y
luego se esconde en mi dormitorio. Volvería a decirle que se fuera, pero dudo que me
hiciera caso.
La rabia que hierve dentro de mí se enfría rápidamente ante la vista del prefecto de mi
casa, que me contempla con calma desde el otro lado de la puerta.
—Buenas noches, señor. ¿Me permite pasar? —Apropiado, bien criado y educado, el
niño es la antítesis de Harry Potter.
No hago movimiento alguno que le permita pasar. Aunque no sería inusual permitir la
entrada a mi despacho a uno de mis estudiantes, y un prefecto nada menos, el
muchacho está entre los que bien querría verme muerto. No tengo ninguna prisa en
extender una invitación. Y luego está la cuestión del otro chico escondido en mi
dormitorio.
—¿Qué puedo hacer por usted, señor Malfoy? —Le digo secamente.
—Tengo que hablar con usted, señor. —La irritación suena en su voz con claridad. No
está acostumbrado a que se le niegue nada.
—¿Y qué podría ser tan importante que no puede esperar hasta mañana?
Sus ojos se contraen en un resplandor momentáneo, pero recuerda sus modales casi
de inmediato. Un poco de arrogancia profundiza su desprecio natural.
29
—Se trata de usted y Harry Potter.
—¿Puedo pasar? —dice con satisfacción. Me aparto a un lado para permitirle el paso.
Se detiene junto a la puerta, esperando una invitación para tomar asiento. Se puede
acusar a los mortífagos de muchas cosas, pero no de mala educación. Saben cómo
fingir respeto. Le hago un gesto hacia la otra silla. Realmente no sería conveniente
que se sentara en esa silla y dijera la palabra ‘Harry’. Y mantenerlo tan incómodo
como sea humanamente posible se adapta a mis propósitos.
Me quedo de pie.
—Sé lo que pasó este verano, señor. Muchos de nosotros lo sabemos. —Me mira a
los ojos. Un desafío.
—¿Tiene intención de ser más específico, señor Malfoy? ¿O debo intentar adivinar el
suceso en cuestión? —le desafío silenciosamente para que siga adelante con el tema
que pretende blandir en mi contra.
Suspira con impaciencia. Creo que para corregir su insolencia temporal, pero lo ignoro
en favor de un adelanto del juego que estamos a punto de comenzar. Ha pasado
mucho tiempo desde la última vez que jugué. Espero que todo se resuelva lo
suficientemente rápido.
—Sé que el Señor Oscuro encontró a Potter. Y sé que usted estaba con él cuando lo
encontró.
—Parece estar bien informado. ¿Puedo recordarle, señor Malfoy, que el conocimiento
que profesa en materias de las que no tiene sentido que sepa le implica en situaciones
de las cuales haría bien en distanciarse lo más posible? A menos, claro, que haya
venido aquí para revelar la fuente de su información. —Dejo que mi voz baje a un tono
sibilante. Si tiene que agudizar el oído para oírme, deja mucho más poder en mis
manos. El truco está en saber con quién vale la pena gritar y con quién es efectivo
sólo el siseo más bajo y regulado.
»No —digo en voz baja. Siento la esquina de mi boca contraerse y levanto la barbilla
para mirarlo por encima de la nariz—. No lo creo. Muy bien, señor Malfoy, con el único
propósito de divertirme, ¿por qué no me dice qué es lo que había planeado ganar con
ese intrascendente conocimiento?
30
—Sólo he venido aquí para advertirle, señor. Habrá rumores.
—No estoy aquí para amenazar, señor. —Manipula mis trampas con calma admirable.
Ha sido bien entrenado. Dieciséis años de experiencia en astucia—. Simplemente
pensé que le gustaría saber que hay un plan para que sea usted despedido.
No me sorprende la noticia, pero desconfío. Creo que es más exacto decir que ha sido
enviado para asegurarse de que dimito por temor a mi reputación. Lo que mis antiguos
compañeros no saben es que renuncié a mi dignidad hace mucho tiempo.
—Ya veo. ¿He de ser despedido por obedecer las órdenes de Dumbledore? ¿O es
que mis inteligentes alumnos han inventado transgresiones reales?
Abre la boca para decir algo, pero se lo piensa mejor. En vez de eso, se encoge de
hombros descaradamente.
»Tal vez pueda decirme qué es lo que me impide expulsarle inmediatamente de esta
escuela.
Su sonrisa se amplía y avanza por la fina línea que divide mi tranquilidad y mis
impulsos violentos.
Pongo las manos en los brazos de su silla. Oigo un suspiro rápido y se inclina hacia
atrás tratando de recuperar la compostura.
—No juegue conmigo, Draco Malfoy —le digo con una voz baja y amenazadora. Me
apoyo a centímetros de su cara—. ¿Por qué me está diciendo esto?
Estudio su expresión, en busca de una explicación real. Si bien es posible que esté
aquí por su propia voluntad por la única razón de alertarme, es improbable. Y no
puedo estar tranquilo con una ligera posibilidad. Es mejor errar por el lado de la
precaución.
Me separo de él.
31
—Entonces parece que debo darle las gracias. Puede regresar a su dormitorio, ahora.
Se pone de pie y camina hacia la puerta antes de darse la vuelta para mirarme de
nuevo.
—¿Puedo hacerle una pregunta, señor? —Levanto una ceja—. ¿Por qué no volvió?
—¿Ha besado el dobladillo del Señor Oscuro, señor Malfoy? —Su expresión cae. Eso
es respuesta suficiente—. ¿Lo hizo por respeto o por miedo?
Parpadea.
Asiente con mirada sombría. Veo cómo valora mi respuesta. Sólo puedo esperar que
siga pensando en ello más tarde.
—Le agradecería que no le dijera a nadie que he estado aquí. Mi padre me mataría si
se enterara. —Ofrece una irónica sonrisa antes de abrir la puerta. Me encuentro
deseando cogerle y darle una bofetada para meterle un poco de sentido común en la
cabeza. No se dará cuenta de lo que cuesta jugar a este juego hasta que sea
demasiado tarde—. Buenas noches, profesor Snape.
—Buenas noches, señor Malfoy. —Mi respuesta cae al suelo de piedra y permanece
ahí sin ser escuchada. Me estremezco en medio del torrente de amargo afecto que he
tenido siempre hacia los estudiantes de mi casa.
32
Hago nota mental de decirle a Malfoy que reúna a la casa mañana por la tarde para un
pequeño discurso. Cojo mi vaso de whisky de fuego y trago lo que queda. Estoy a
punto de hundirme de nuevo en esa silla cuando recuerdo que todavía hay una pieza
de asuntos pendientes escondida en mi alcoba. Camino hacia la sala en silencio y
rezo para que al niño no se le haya metido en la cabeza desnudarse. No me
sorprendería en lo más mínimo.
Lo que es una sorpresa, sin embargo, es encontrarle sentado detrás de la puerta con
sus rodillas dobladas contra su pecho, temblando. Al parecer, está preocupado por su
reputación. Sí, los rumores de que él ha estado haciendo cosas indecibles con el
odiado Jefe de la casa Slytherin serían mucho más perjudiciales para él que para mí.
Mis compañeros son lo suficientemente maduros como para no escuchar el parloteo
de los niños. Y me atrevo a decir que ninguno de ellos se entretendría en la idea de
que estuviera follándome a un estudiante —por no mencionar que es un estudiante
hacia el que tengo una reputación de aversión— ni por un segundo. Para ellos, la
perspectiva sería poco menos que absurda.
Pero a un niño tan célebre como mi joven amante, el chisme lo arruinaría. Por
supuesto que lo perturba la perspectiva de que todo el mundo sepa que lo ha enculado
el feo y grasiento imbécil que habita en las mazmorras. Aparto a un lado mi ego
herido.
Gruñe y mira hacia arriba, ojos rojos con emociones ya secas. Momentáneamente me
sorprendo por su reacción ante la situación. Por perjudicial que pudiera ser la
situación, sin duda es insuficiente para llorar. Se me ocurre que el temblor y los ojos
enrojecidos no tienen nada que ver con la advertencia de Malfoy.
—¿Qué pasa?
—Nada —miente.
—Debería irme ya —murmura con rapidez, apenas girando el rostro hacia mí antes de
tomar el bote de polvos flu de su túnica.
Maldita sea.
Debo dejar ese hilo de pensamiento antes de que me convenza de que es verdad.
33
—Nos vemos mañana, entonces. —Sonríe débilmente. Detecto algo de pánico en su
expresión que incita un acceso de terror. Me pregunto qué es exactamente lo que le
ha puesto tan nervioso. Sucumbo a la súbita necesidad de ofrecerle consuelo.
—Potter... —Lo veo rígido bajo la formalidad de mi voz. Suspiro con impaciencia—.
Harry, todo irá bien.
—Eso espero —susurra, y lanza el polvo sobre el fuego antes de entrar en las llamas.
Tiene los ojos cerrados cuando me da la cara. Murmura su destino y desaparece,
dejándome perplejo y nadando a través de un repentino flujo de aprensión.
34
CAPÍTULO 4 – ACTUACIONES
Lo miro por primera vez desde que lo sentí entrar a la clase. Me quedo
momentáneamente aturdido por lo pálido que está el chico; el único color de su cara
es el púrpura profundo de las sombras que acunan sus ojos cristalinos, que me miran
fijamente tras las gafas. Los estudiantes se giran a observarlo. Él mira hacia el grupo
de sonrientes Slytherin mientras el color combate el blanco de su piel y logra
extenderse victoriosamente a lo largo de sus pómulos. Baja los ojos.
Yo retiro la vista.
Una vez que he puesto el antídoto a hervir, echo una ojeada a los alumnos,
deteniéndome sólo tentativamente en su rostro inclinado que, una vez más, ha
palidecido atípicamente. Sus ojos se giran hacia mí y después hacia Malfoy, quien se
ha sentado pocas mesas frente a Potter. Potter se ruboriza una vez más. Siento el
impulso de maldecirlo por ser tan malditamente transparente. Si éste es el modo en
que debe ser, podría entregarme a la Junta de Gobernadores inmediatamente y
ahorrarme la tediosa investigación que muy probablemente llegará una vez que la
gente empiece a notar el extraño comportamiento del chico y lo asocie a los rumores
que los Slytherin están extendiendo.
35
Dirijo mi mirada hacia el chico que es responsable de la aparente angustia de Potter.
Reservo un momento imparcial para maravillarme del cuidado de Malfoy con la
preparación de su poción. Sus ingredientes están medidos cuidadosamente y
pulcramente organizados frente a él en el orden en que los necesitará. Realmente muy
impresionante para un muchacho que no piensa trabajar ni un día de su vida. Es una
lástima que nada de su genio haya pasado a esos dos lacayos retrasados que le
siguen. Crabbe es como su padre, incapaz de actuar sin alguien que vaya dándole
órdenes. Sin talento para nada que no incluya músculo. Goyle... bueno, no entiendo
cómo ha conseguido ser tan estúpido. Los dos están en mi casa simplemente porque
son demasiado aburridos, perezosos y crueles para ser puestos en cualquier otro
lugar. Slytherin siempre ha sido un grupo variado, lleno de gente que simplemente no
encaja en el sistema aceptable de la sociedad. No son todos ambiciosos y astutos.
Esos son sólo los mejores de ellos; y de los que encajan en esa descripción, Malfoy es
probablemente el líder. Zabini es demasiado tranquilo. Parkinson es demasiado
escandalosa. Malfoy es lo suficiente hábil para determinar cuándo hablar y cuándo
callar.
Goyle se inclina y susurra algo a Malfoy, quien se vuelve a mirar a Potter. Como si
fuera capaz de sentir el acero de esa fría mirada gris, Potter levanta la vista. No puedo
ver la expresión de Malfoy, pero la cara de Potter se ruboriza una vez más. Sus ojos
regresan al cuchillo mondador en su mano, el cual tiembla tanto que me planteo
detenerlo antes de que se corte un dedo. Baja el cuchillo y le masculla algo a Weasley
antes de levantarse. Su cara pasa del rojo al blanco en una fracción de segundo y
cae… sobre la mesa de atrás. Oigo el sonido seco de su cabeza contra el suelo de
piedra.
—¡Harry! —Granger ahoga un grito. Se abre paso sobre la mesa hasta llegar a su
lado. Lucho contra el impulso de mostrar la misma preocupación asustada. Me
levanto, momentáneamente congelado, al tiempo que trato de encontrar la mejor
manera de reaccionar. Intento determinar cómo habría reaccionado ante la misma
situación cuando aún odiaba al chico. Encajo la mandíbula y camino hasta el fondo del
salón. Miro hostilmente a un inconsciente Potter expandido sobre el piso, sus piernas
aún enganchadas sobre el banco de trabajo.
Saco mi varita.
—Señor, está enfermo —dice, rabioso, Weasley—. Estaba a punto de pedir permiso
para ir a la enfermería cuando se ha caído.
—Cinco puntos menos para Gryffindor, Weasley. He dicho que os pongáis a trabajar.
Apunto con la varita y murmuro "Enervate". Sus ojos parpadean y se abren. Después
de un momento se enfocan en mí y veo un destello de reconocimiento pasar por ellos.
Los cierra herméticamente y mueve la mano hacia la parte de atrás de su cabeza, el
rostro contrayéndose en una mueca.
36
—Parece que el golpe en la cabeza ha podrido ese cerebro suyo. Voy a quitarle un
punto a Gryffindor, Potter, por su lenguaje.
Desliza las piernas del banco y se incorpora hasta estar sentado sobre el suelo,
agarrándose la cabeza.
—Creo que necesito ver a la señora Pomfrey, señor —masculla, pero no hace amago
de levantarse.
—¿En serio? —Me giro para dirigirme a la clase—. Confío en que todos ustedes sean
lo suficiente mayores para quedarse solos cinco minutos mientras escolto a su
desmayado compañero al hospital.
—Tonterías, señor Potter. No estoy interesado en tener que explicarle al director por
qué deben recoger su cuerpo roto de las escaleras. Señor Malfoy, voy a pedirle que
vigile mientras estoy fuera. Asegúrese de que sigue habiendo un calabozo al que
pueda regresar cuando termine.
—¿Por qué?
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Sus niñerías me irritan, y tiro de él repentinamente hacia un aula no utilizada, cerrando
y asegurando la puerta tras nosotros. Girando hacia él, le miro enfadado.
Abro la boca para regañarle, pero no se me ocurre qué debería decir. La opción de
dimitir está siempre presente frente a mí, como una trampilla, pero no puedo
convencerme de ello. Aprieto la mandíbula y estrecho los ojos.
—Es... no es por ti. En serio. Es… No... Me siento. Bien. —Se frota la cara con las
manos y se aleja de mí.
Abre la boca y cierra los ojos, pero no dice nada. Después de un momento pone la
cara entre las manos otra vez.
Espero ver ira en su expresión, pero encuentro cansancio. Un dolor agudo se dispara
a través de mi pecho a la vez que combato la urgencia de confortarlo. Él asiente
débilmente. Respiro hondo y me giro para abrir la puerta, parándome en seco al sentir
una mano sobre mi hombro. Me vuelvo hacia él y me encuentro envuelto en un abrazo
apretado. Mis propios brazos traicioneros se cierran en tormo a su cintura y lo atraen.
Se disculpa contra mi cuello antes de separarse.
Asiente.
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—Puedes hacer la poción durante tu sesión de estudio esta noche. —Su sonrisa se
torna abierta y, maldición, se propaga e infecta mis propios labios, los cuales se
curvan a mi pesar. Abro la puerta y me asomo a la mazmorra una vez más. No miro
para asegurarme de si realmente va al hospital o no. Mi cuello todavía siente el
cosquilleo de la calidez de sus palabras pronunciadas a través de la tela de mi túnica.
El fantasma de su cuerpo cubre la parte frontal del mío.
Solo.
Con él.
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Salgo del corredor que lleva a la oficina de Dumbledore, donde acabo de relatarle una
supuesta conspiración. Me ha sorprendido la facilidad con la que soy capaz de mirar a
la cara de ese hombre benevolente y fingir inocencia. O bien he enterrado finalmente
con éxito hasta el último de mis principios, o me he convencido de que mi sórdido
romance con el chico en realidad es completamente culpa del viejo. O tal vez, después
de ver en lo que se ha convertido Potter cuando estaba fuera del seguro mundo de mis
habitaciones, mi conciencia ha concluido que lo que sea que hiciéramos fue una
progresión lógica de mutuo acuerdo y, por tanto, yo ya no puedo ser culpado.
El director estaba, por supuesto, impasible ante la noticia de que mis alumnos quieren
que se me despida, y me reafirma con un centelleo de los ojos que se diga lo que se
diga sobre mí, mi virtud, hasta donde ésta llegue, seguirá siendo incuestionable. Una
suerte, dado que dudo que a Dumbledore le gustara la respuesta si decidiera
cuestionarla.
Estoy a punto de bajar las escaleras al vestíbulo cuando soy detenido por una voz
graznando exageradamente:
—¡Oh, profesor Snape! —miro hacia abajo para ver a Malfoy fingiendo un desmayo en
los brazos de un sonriente Goyle.
Potter y sus dos subalternos se detienen y giran hacia el espectáculo. Granger tira de
los dos chicos, mascullando algo que no puedo oír.
—¿Qué te pasa, Potter? —Se mofa Malfoy, cuando están a punto de irse—. ¿Mal de
amor, ahora que tu romance ha terminado? ¿O acaso no ha terminado?
—Malfoy, ¿de qué diablos estás hablando? —dice, con una expresión de confusión.
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—Dime, Potter, ¿te permitió llamarlo Severus? ¿O te hacia llamarlo "señor"?
¿Prometió ponerte un castigo si eras un niño malo?
—Mira, Malfoy, no deberías hacer públicas tus fantasías enfermas acerca de tu Jefe
de Casa. La gente podría comenzar a imaginar cosas de ti —dice Potter, despectivo, y
una vez más se gira para irse.
—O tal vez te deje llamarlo “papá”. ¿Es eso, Potter? ¿Buscabas una figura paterna?
Se para en seco. Puedo ver tensarse los músculos de su espalda. Gira en redondo,
sus ojos brillando de forma extraña. Su cara se contorsiona en una extraña sonrisa. He
visto sonrisas como ésa... justo antes de que alguien estalle. Tiemblo y saco la varita,
preparándome para intervenir si es necesario.
—Hablando de padres, Malfoy. ¿Cómo esta el tuyo? La próxima vez que lo veas dale
un beso de mi parte, ¿quieres? Nunca le agradecí apropiadamente el polvo de mi
cumpleaños.
—¿Pervertido? Hm. Quizás. Pero a tu padre le gustó bastante. —Su voz tiene un aire
que sólo puede calificarse como procedente de otro mundo. Si ese otro mundo fuera el
infierno. Me planteo detener el intercambio, pero no puedo hacerme salir de mi propio
mutismo asombrado lo suficiente como para encontrar mi voz. Él continúa,
suavemente, fríamente—. ¿Te habló de ello? Cómo me follaba. ¿Va en los genes,
Draco? ¿Quieres escucharme gritar tú también? A él le gustaba que gritara. Se corrió
tan jodidamente fuerte…
El público mira con expresión atónita cómo continúa con su enfurecido contraataque. A
pesar de que mantiene la voz en un volumen notablemente controlado, el odio puro
que recubre sus acusaciones habla de un chico que hace malabarismos al borde de la
violencia. Me encuentro impresionado por el poder puro que irradia de él, y enfermo
por su declaración, que apuñala mi estómago, confirmando algo que he estado
negándome a mí mismo, a pesar de la evidencia, durante todo el verano.
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—Sí. Lo estoy.
Observo un tic preventivo en los músculos de la mano de Malfoy que sostiene la varita.
Su boca se abre para lanzar una maldición. Lo detengo.
—A mi oficina, ya. Potter, quédese donde está. El resto de ustedes, a sus asuntos. —
La multitud se dispersa obedientemente y Malfoy me mira a través de lágrimas de
rabia, antes de girarse hacia las mazmorras. Granger y Weasley permanecen donde
están, idénticas expresiones atónitas fijas en el suelo—. Ustedes dos. Vuelvan a su
sala común.
Apoya la frente sobre sus rodillas y se cubre la cabeza con los brazos. No responde.
—¿Se supone que voy a dejar que me torture, entonces? ¿Que te torture? —
Inhalando profundamente, baja la cabeza hasta las rodillas una vez más—. Me dijiste
que me ocupara del problema. Eso he hecho.
La súbita tensión que se asienta entre nosotros hace el aire irrespirable. Durante un
momento no puedo hablar, mientras lo que quedó sin decir durante todo el verano
ahora grita pidiendo atención. Mi estómago se revuelve con el pavor y con esa culpa
que ha regresado, buscando venganza.
Aprieta con más fuerza los brazos alrededor de sus piernas. Tratando de hacerse lo
más pequeño posible. No puedo decir que lo culpe. Yo mismo daría cualquier cosa por
desaparecer.
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Y sin embargo, yo lo sabía. Lo sabía y usé su silencio para fingir que no había
ocurrido.
Arrastrado por un impulso pongo fin a su estupidez, empujándolo con fuerza contra la
pared.
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Irrumpo en mi oficina intentando tomar por sorpresa al bastardo que espera dentro. La
gente es mucho más fácil de intimidar cuando se enfrentan a lo inesperado. Y si esta
reunión va a ser eficaz, Malfoy debe salir de aquí en un estado de duda inusual.
—Eso ha sido increíblemente estúpido, señor Malfoy —le digo secamente, sin
tomarme la molestia de mirarlo mientras paso ante él, dirigiéndome directamente a mi
escritorio.
—Es usted el hijo de un conocido mortífago. Apuntar con una varita a Harry Potter es
equivalente a una petición de expulsión. ¿Es eso lo que quiere?
Resoplo.
—El hecho de que usted sabe que si soy expulsado, me presentaré directamente ante
el Señor Oscuro. Y usted no permitirá que eso ocurra.
42
Rio fríamente.
Aprieta la mandíbula.
—Algo extraño, las opciones. Parecen aparecer únicamente cuando queremos verlas.
—Mi sutil acusación le escuece. Su expresión despectiva cae en lo que parece ser
abatimiento aturdido. Una punzada de algo no identificado latiguea a través de mí. Me
la sacudo de encima y continúo—. En cuanto a su comportamiento, señor Malfoy,
podría recordarle que es un prefecto de su casa. Como tal, se le exige que se
comporte de un modo adecuado a dicha posición. Los duelos improvisados en el
vestíbulo de entrada no están incluidos en la lista de lo que se considera conducta
aceptable de un modelo para los estudiantes. Si no puede recordar que debe
representar las mejores cualidades de Slytherin, me veré forzado a otorgar el honor a
alguien más capaz. ¿Está claro?
—Mi padre…
—Su padre tiene muy poco que decir en lo que pasa aquí. A pesar de la influencia que
todavía pueda tener con los otros intransigentes del Ministerio de Magia, hace mucho
que se ganó la antipatía de la Junta de Gobernadores. La gente no se toma a bien las
amenazas, señor Malfoy. —Me mira enfadado mientras desecho su respuesta para
todo. De repente me inspira a trabajar un poco mi propia magia sutil. Una magia
llamada engaño—. Y me atrevería a decir que si quiere presionar en el asunto, una
muestra de fluido que fue tomado del señor Potter sería suficiente para deshacernos
de su padre durante mucho tiempo.
—Miente.
—¿Lo hago?
Lo hago. Pero la luz del temor brilla a través de la practicada actitud impasible,
revelando que no está seguro.
—¿Por qué, señor Malfoy? ¿No me diga que se cree sus propios rumores? Las
muestras han sido analizadas ya. Sabemos quiénes son los implicados. La única
razón por la cual su padre no está en la cárcel es porque Dumbledore desea mantener
en secreto el secuestro de Potter. Pero usted parece querer cavar la tumba de su
padre.
—Yo no lo empecé, señor. —Su voz está ahogada con pánico. Casi siento lástima por
él. Casi.
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—No. Pero lo terminará, ¿o no?
—Sabe que se esperará de mí que haga algo. No puedo limitarme a dejarlo estar. Él
ha acusado a mi padre delante de todos.
—Hará lo que tiene que hacer. Un consejo, sin embargo: antes de atacar, será
jodidamente mejor que se asegure de que la varita de Potter está fuera. Porque si no
es así, señor Malfoy, puede empezar a practicar sus lloriqueos ante los pies del Señor
Oscuro. Me encargaré personalmente de mandarlo de vuelta a la Mansión Malfoy con
una maldición. —Me devuelve la mirada con acerada indignación—. Retírese.
Maldigo el drama en que se ha convertido mi vida y vivo con temor del día en que
finalmente termine.
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Por supuesto, están aquellos estudiantes que están poco impresionados y centran sus
expresiones enfurruñadas en manchas al azar de la alfombra. Ésos son los
estudiantes para los que he preparado mi discurso.
—Confío en que a estas alturas todos ustedes sepan que soy el Jefe de Casa de
Slytherin. He venido para saludar apropiadamente a nuestras últimas adquisiciones.
Han sido seleccionados en Slytherin. Contrariamente a las tonterías que el Sombrero
Seleccionador haya farfullado, todas las casas no son iguales en esta escuela. La
insignia en su túnica es un estigma por el que se los juzgará los siete años que estén
aquí. No esperen que sus profesores les traten justamente. Sospecharán de ustedes,
les vigilarán, y les robarán puntos si se atreven a estornudar sin permiso. Sin embargo,
como Slytherin, todos ustedes son lo suficientemente fuertes e inteligentes para
soportarlo. Ésta es su nueva familia. Las personas que se encuentran en esta sala son
los únicos en los que pueden buscar comprensión. Su comportamiento se refleja en
todas ellas. Aléjenlos, y estarán solos.
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Los distintos grados de asombro en los rostros separan a los estudiantes según sus
respectivos años. Los ojos de los más jóvenes brillan de emoción, como si estuvieran
siendo admitidos en una sociedad exclusiva. Los estudiantes de más edad han
escuchado versiones similares de este discurso cada año. Sus mandíbulas se aprietan
con una mezcla de satisfacción y aburrimiento. El discurso de este año es un poco
diferente. Continúo.
»Y con esto, les deseo a todos unas buenas noches y les pido que por favor se
aseguren de que saben lo que hacen. Me gustaría que Slytherin recuperara la Copa
de la Casa al menos una vez más en mi vida. Todo ese rojo y oro plagando la escuela
me da una migraña permanente.
Me deslizo por el agujero del retrato, satisfecho con el silencio sorprendido que dejo
atrás. No albergo esperanzas de haber influido a cualquiera de los que ya están
lamiendo el reconstruido culo de Voldemort. Hacer eso costaría mucho más que una
apelación a la razón como la que acabo de ofrecer. Mi motivación para dar el discurso
es simplemente hacerles saber que no voy a jugar al ciego tonto. También puedo
contar con que los astutos mocosos vayan directamente con sus mamás y papás
mortífagos y transmitan mi mensaje sutil: sé lo que estáis pensando, y no vais a
intimidarme ni a engañarme.
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Entro al aula abierta para verlo observando su propia mano. Me aclaro la garganta y
se gira hacia mí, su boca curvándose en una sonrisa suave.
—Ha funcionado. —Me muestra la mano y asumo que ahí hubo alguna vez una
cicatriz o algo así. De cualquier modo, la piel no parece estar tomando ninguna
coloración antinatural, por lo que deduzco que ha superado la tarea. Pero…
Miro mi reloj de bolsillo. El bálsamo debería haberle llevado unas dos horas completas.
—No. Yo… necesitaba escapar. Hermione y Ron tenían... preguntas. Así que he
venido aquí. —Levanta la vista antes de volver a inspeccionar su mano—. Sí que he
fastidiado las cosas, ¿no?
Quiero estar de acuerdo con él, pero no puedo hacerlo debido a la apariencia
desanimada que se denota en su rostro. Respiro hondo.
—El bálsamo hará desaparecer la mayoría de las cicatrices de tu torso. —Me detengo
un momento para considerar la intimidad traicionada por esa declaración. Cancela
completamente la sequedad con que trataba de pronunciarla.
Me mira a los ojos antes de que tenga oportunidad de apartar la vista. Sacude la
cabeza.
—Recoge tus cosas. Usa la red flu en mi oficina para ir a mi mazmorra. Te veré allí.
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—Lo siento —dice, en el momento en que la puerta se cierra. Se queda de pie cerca
de la chimenea, como para asegurarse un escape rápido—. Sé que debí decírtelo.
Pero no sabía cómo, y… no quería que lo supieras —se ríe sin entusiasmo—. Aún no
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quiero que lo sepas. Pero ya lo sabes… supongo. —Agacha la cabeza, como
esperando ser enjuiciado.
No puedo juzgarlo.
—Siéntate.
No se mueve. Mira hacia sus pies durante un largo momento y después sacude la
cabeza.
El silencio se hace más pesado con cada momento que pasa. Se me ocurre que no
quiero discutir esto. Decido posponer el tema hasta que tenga suficiente alcohol en el
sistema para lidiar con él sin las barreras del sentimiento. Comienzo la discusión con
un tema mucho menos desgarrador.
—Has humillado al señor Malfoy esta tarde —le digo a mi vaso. No tengo que levantar
la vista para conocer su expresión. Sorpresa ante el súbito cambio de tema, y después
ira porque me importe siquiera que el chico fuera humillado—. Lo digo sólo para
advertirte. Te ajustará las cuentas. Más te vale estar alerta.
—No es mezquino. Desempeña un papel. Igual que tú. Solo que él no se sale de su
papel donde todos puedan verlo.
—Oh, cálmate. Sólo significa que lo que tú aprendiste a hacer durante el año pasado,
él lo ha estado aprendiendo desde que nació. Es Draco Malfoy, único heredero del
patrimonio Malfoy y todo lo que ello implica. Nunca ha tenido el lujo de poder ser algo
distinto en público.
No encuentro la fuerza para discutir con él. No estoy siquiera completamente seguro
de que esté equivocado. Y ésa no es la cuestión.
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—No obstante, se espera que defienda el honor de su familia. Limítate a tener
cuidado.
Observo al muchacho con incredulidad. Cómo he podido sentirme atraído por alguien
tan inmaduro está más allá de mi comprensión. Me sirvo otro vaso y lo bebo
rápidamente. Es verdad que me he estado follando a un crío de dieciséis años.
Temblando bajo la súbita oleada de repulsión mezclada con el cálido amargor del
whisky, me fuerzo a hablar.
—Le tengas o no le tengas miedo, espero que la próxima vez tengas la presencia
mental de sacar tu maldita varita cuando te amenace.
—¡Lo habría hecho si yo no hubiese intervenido! Eres el imbécil más obstinado que he
conocido. ¿Podrías por favor doblegar tu orgullo imprudente el tiempo suficiente para
escuchar lo que tengo que decir? Resulta que me importa que sigas vivo, Potter. Y no
quiero enterrar a mi imprudente amante porque dejó que unos pequeños mocosos lo
irritaran. ¿De qué demonios te ríes?
—¿Decir qué? ¿Que no te quiero muerto? Pensaba que era obvio por el número de
veces que te he salvado el pellejo.
Maldición.
—Lo cual sólo prueba que me has vuelto completamente loco —me recupero, más o
menos. Una vez más, jugueteo con la idea de dejar de beber. Me deshago del
pensamiento igual de rápido, decidiendo que es más fácil culpar al chico.
Cruza el espacio entre nosotros y se arrodilla a mis pies. Como lo ha hecho un millón
de veces antes. La vista es tan familiar que casi olvido que estoy molesto. Coloca su
barbilla sobre mi rodilla y yo detengo el movimiento de mi mano antes de que mis
dedos puedan entretejerse en ese cabello desastroso.
—Ha sido un día horrible. Y no creo que vaya a mejorar pronto, pero… —Arruga la
nariz y frunce el ceño, concentrándose. Inhala profundamente antes de hablar—. No
puedo hacer esto… Sin. Ti. —Pone expresión de disculpa al tiempo que alza la mirada
para evaluar mi respuesta a su admisión.
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No estoy seguro de si debería estar horrorizado o aliviado por la completa falta de
sentimiento ligado a esa declaración. Un hecho objetivo. Las miles de cosas que
podría responder dan vueltas en mi cabeza como pelotas de plástico en una urna de
lotería.
El “estoy aquí” que escapa de mis labios debería ser más sorprendente de lo que lo
es. Sonríe, y después besa mi rodilla antes de descansar la mejilla contra ella. Mi
mano se mueve para comenzar a acariciar su cabeza y me percato de la medida en
que esas dos palabras me han atado. Y el sabor de la sinceridad que aún acosa mi
lengua me recuerda que el sentimiento estaba ahí mucho antes de que se pronunciara
la frase.
Me sirvo otro vaso y tomo un sorbo, que casi escupo tan pronto como las palabras
‘hasta que la muerte nos separe’ cruzan por mi mente. Toso y luego me echo a reír
con el humor negro que sólo el mejor whisky puede brindar.
Porque llorar sería salirse del personaje, añado silenciosamente, y bebo hasta borrar
la idea de mi mente.
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CAPÍTULO 5 – PROGRESO
El único signo de que el altercado ha ocurrido es la tensión entre los dos chicos; pero
eso difícilmente se sale de lo ordinario. Debo admitir que estoy preocupado de que
Malfoy no le hiciera pagar. No soy tan estúpido como para pensar que Malfoy podría
permitir que las palabras de Potter se olvidaran, y me pregunto cuánto le ha dicho a su
padre. Y si se lo ha dicho a su padre, me pregunto si el silencio conspicuo del Slytherin
es orden de Lucius.
Enojado y aprensivo como estaba en ese momento, su declaración pasó de largo sin
que yo la percibiera. No fue hasta después, durante uno de los ocho millones de veces
que repetí la escena en mi cabeza, que me di cuenta. Y el dato ya no se fue de ahí.
Por supuesto que sus amigos tenían preguntas. ¿Quién no las tendría después de esa
escena? No le he preguntado si les ha respondido. No creo que quiera saber la
respuesta, sea cual sea. Si ha cedido y respondido a su curiosidad, entonces me
habrá traicionado, habrá traicionado a Dumbledore y a sí mismo. Si no lo ha hecho,
entonces ha estado cargando con todo el peso él solo.
Asumo que no ha dicho nada. Sólo puedo imaginar lo rápido que se esparcirían los
secretos que se le ha pedido guardar en caso de que los contara a sus dos curiosos
amigos. Pero, extrañamente, no estoy seguro de que pudiera enfadarme si
compartiera esos secretos. Es demasiado pedir a una persona de su edad que guarde
tales cosas. Es demasiado pedir para cualquiera.
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Con estas ideas llego al despacho del director. Tengo que ir a Hogsmeade esta tarde
a comprar algo que espero que le ayude, al menos en parte. Dumbledore no estará
muy complacido con que vaya al pueblo solo, y a mí tampoco me entusiasma
excesivamente tener que pedirle permiso.
—Severus. —Me saluda con una sonrisa, apartando a un lado una pila de
pergaminos—. ¿Qué te ha sacado de las mazmorras?
Tomo aire.
—Voy a Hogsmeade —le digo en tono tranquilo—. He pensado que sería conveniente
informarte.
Su cara se descompone sólo un poco. Echo atrás los hombros y me preparo para la
batalla.
Asiento secamente.
—Tengo unas cuantas cosas por recoger. Puedes esperar mi regreso después de las
siete. —Aprieto los puños a cada lado y me obligo a mí mismo a enfrentarme a su
mirada inquisitiva.
Voy a ir.
—Severus, yo…
—Albus, no soy un niño. Soy totalmente capaz de cuidarme durante las pocas horas
que requiero para el viaje. Voy a ir —digo firmemente, notando cómo se rompe mi
calma. No puedes detenerme.
—Nunca dije que no pudieras ir, Severus. Simplemente quería pedirte que llevaras a
alguien contigo.
—Pienso en él más bien como un acompañante —dice, alzándose del asiento y yendo
a la chimenea. Mi estómago se encoge al reconocer la intención detrás de su
expresión benigna.
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—Albus…
Me hace guardar silencio con una mano y echa polvo a las llamas.
—¿Quién…?
—Remus, ¿podrías…?
—No.
Me quedo obstinadamente quieto y cruzo los brazos sobre el pecho. Lanzo al director
una mirada hostil, y me doy cuenta sólo cuando Lupin sale del fuego de que mi mente
ha comenzado a recitar un hechizo que haría que su cabeza se hinchara hasta dos
veces su tamaño. Rápidamente vuelvo la mirada hacia el hombre que se sacude las
cenizas de su túnica desgastada. Me ve y deja surgir una sonrisa amable.
—Hola, Severus.
—No será necesario, Albus —insisto, mirándolo de un modo que espero comunique
que no me he dejado engañar por su sutileza.
Lanzo una mirada a Lupin, y sus ojos encuentran los míos. Una suave sonrisa aparece
en sus labios. Sus ojos no sonríen.
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Maldito viejo cabrón y maldita su manía de que todo el mundo se lleve bien.
—Muy amable por tu parte el esperar —le escucho decir. Definitivamente, lo está
haciendo para irritarme. Me doy la vuelta sobre mis talones para verlo reír como el
insufrible idiota que siempre ha sido. Sus extraños ojos brillan con diversión.
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Y aquí está otra vez. Intentándolo de nuevo. A la tercera va la vencida.
—De verdad que no necesito un guardaespaldas, Lupin. ¿Por qué no haces lo que
quiera que hayas venido a hacer, y yo haré lo mismo?
Me mira y respira hondo antes de negar con la cabeza. Aprieto los labios.
»Lupin…
Me sigue.
—¿Por qué acude a ti? Además, por supuesto, de tu encanto avasallador —pregunta.
No tengo que mirarlo para ver la expresión de burla en su cara. Él siempre ha sido así;
capaz de llevar el “asesinato con amabilidad” a un nuevo nivel.
—Debe de ser el sexo salvaje —le respondo, cubriendo la verdad con sarcasmo. Me
sorprende riéndose—. ¿Cómo diablos se supone que voy a saberlo, Lupin? ¿Por qué
no le preguntas a él?
—¿Por qué le dejas? —Su voz mantiene el mismo tono casual y curioso.
Le dedico una mirada de reojo. Soy honestamente incapaz de saber si sospecha algo
o es simple curiosidad acerca de por qué he dejado de lado mi odio a las nuevas
generaciones en pro de ayudar al chico.
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—Eso, Lupin, es algo entre Dumbledore y yo y te pediré que trates de mantener el
hocico fuera de mis asuntos.
Se ríe, divertido.
»En fin. Sospecho que Sirius será capaz de ayudarlo. Están bastante encariñados el
uno con el otro.
—¿Severus? —Me mira con expresión de intriga, y me doy cuenta de que he dejado
de caminar.
—Tengo unas cuantas cosas que recoger —murmuro, y entro a la tienda en búsqueda
de la calma líquida de su interior.
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Miro el reloj por quinta vez en el mismo número de minutos. Llega tarde.
Cuando van diez minutos tarde, me siento levemente irritado por la demora. Imagino
que está en algún lugar con sus amigos y ha perdido la noción del tiempo. Cuando
lleva treinta minutos de tardanza empieza a enfurecerme que sea tan descuidado. Su
tendencia a encontrar problemas lo ha despojado del lujo de llegar tarde. Uno podría
fácilmente empezar a preocuparse de que esté muerto en algún rincón.
Después de una hora decido que, si no está muerto, voy a matarlo yo.
Lanzo polvos flu a las llamas, doy un paso al interior e indico que voy a la miserable
cabaña. Lo veo en cuanto salgo. Me dedica una sonrisa de disculpa.
Miro a un lado para ver al padrino del chico mirarme con resentimiento. Estoy a punto
de dar la vuelta y regresar a mi habitación para maldecir al mocoso en paz, cuando el
susodicho mocoso habla.
—Me veo obligado a disentir. Esperaba al chico en mis aposentos hace una hora.
—Vale —dice Potter, parándose y levantando las manos en señal de paz—. Está bien,
Sirius. Me tengo que ir. Yo…
Black se levanta.
—No, Harry, no tienes que irte. No te he visto en meses. No creo que sea grave perder
una sesión de estudio por la visita de tu padrino. —Se gira hacia mí, desafiante.
Yo resoplo.
—Padrino o no, Black, él es mi estudiante. Creo que soy yo quien tiene la autoridad
para decidir si las sesiones de estudio del señor Potter son necesarias. Si deseas
visitar a tu ahijado, tendrás que hacerlo en su tiempo libre. Si quieres discutir el
asunto, diríjete a Dumbledore.
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—Te has pasado de la raya, Black. Mientras el chico esté en el colegio, permanece
bajo mi cuidado y autoridad. Cuando desees verlo, tendrás que hacer lo que hace el
resto de padres y venir en el maldito fin de semana… —No me escucha, pero aun así
me grita. No puedo molestarme en escuchar lo que dice, porque yo también estoy
gritando. La sección madura de mi mente me observa desde una esquina, tapándose
la cara con las manos, maldiciéndome por bajarme al nivel de un indignante
adolescente cada vez que este bastardo hace acto de presencia. Le permito influir
tanto en mí que me irritará cuando después recuerde la escena. Sólo que ahora
mismo me preocupa más evitar convertirlo en una babosa.
—¡Parad! —Grita Potter—. Dios, ¡los dos sois ridículos! Mirad, cuando hayáis decidido
cuál de los dos tiene el derecho de controlarme, estaré estudiando. Sirius, te veo
mañana, ¿vale? —Lleva sus encolerizados ojos desde mí a Black, entra en la
chimenea y desaparece.
Lo veo irse y uso el silencio que su explosión ha traído para recomponer mi calma
antes de girarme una vez más hacia Black.
»No te dejaré usar a Harry para irritarme —dice a través de los dientes apretados.
—Ah, maldición. Me has descubierto. Sí, porque el torturarte hace que merezca la
pena el tormento de dedicar todo mi tiempo libre del último año a asegurarme de que
el crío no se tira desde la Torre de Astronomía. Buenas noches, idiota egocéntrico.
—Oh, venga ya, Snape. Sabías que me iban a soltar hoy. No hace falta un maldito
aritmántico para saber que Harry querría pasar tiempo conmigo. Ya puedes dejar el
papel de profesor preocupado. No te pega.
—En primer lugar, Black, no me importas lo suficiente como para seguir tu caso, y por
ende no tenía la menor idea de que serias liberado. Si hubiese sido por mí, seguirías
en Azkaban. Segundo, no pretendo aparentar que estoy preocupado por el chico. Es
mi culo por lo que estoy preocupado. No tengo deseos de pasarme la vida evadiendo
dedos que me señalan. Dada la energía que he dedicado a proteger a ese ingrato, me
irritaría sobremanera ser acusado de estar urdiendo una conspiración para destruirlo.
Abre y cierra la boca sin decir palabra. Bufo triunfalmente y me doy la vuelta para irme.
Sus palabras se arrastran por mi espina dorsal y se asientan como la leche agria en mi
estómago. Respiro hondo.
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—Gracias a Merlín por los pequeños favores —me las arreglo para murmurar, antes
de dar un paso hacia las llamas y regresar a mis aposentos.
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—No me importan tus disculpas, Potter —digo en voz baja, sin mirarlo.
—¿Estabas preocupado? —Lo miro y veo una pequeña sonrisa jugueteando en sus
labios. Siento el impulso de hechizarlo.
—¿Severus?
—Yo no me hablaría, si fuera tú —digo quedamente usando hasta la última onza del
autocontrol que me queda para no empezar a gritarle.
—Él estaba ahí cuando llegué. No lo había visto desde que lo eché de la enfermería.
Teníamos algunas cosas que discutir —me explica. Se me ocurre preguntar qué
“cosas” se discutieron. Pero estoy furioso y no puedo hacer que me importe en este
momento.
—Teníais algunas cosas que discutir —repito, mirándolo—. Una hora, Potter. ¡¿Sabes
cuántas veces puedes morir en una hora!? —grito. El corazón me late en la cabeza y
me doy cuenta que estoy temblando. Me mira con aprensión en los ojos, pero su boca
se arruga, indignada.
—He dicho que lo siento. ¿Qué más quieres que diga? —Respira profundamente y
añade—: No pasará de nuevo. Lo prometo.
—Sólo estás enfadado porque estaba hablando con Sirius. Si hubiera sido cualquier
otro…
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—No, estaba enfadado porque llegabas tarde. Me puse furioso cuando me di cuenta
que llegabas tarde y estabas perfectamente bien. Cuando le vi a él decidí que no
valías la energía que me llevaría maldecirte —digo, odiosamente.
Su boca se abre.
—Cállate. Vete.
—No.
—¡No hagas eso! Dios, ¡siempre haces esta mierda! —grita. Su cara se sonroja y lo
veo luchar con las palabras—. Tú… —exhala rápidamente—. ¿De verdad significo tan
poco para ti que puedes echarme a patadas?
La idea me pilla por sorpresa y por un momento sólo puedo mirarlo fijamente. Soy
capaz de tragar la bola sólida que tengo en mi garganta, lo suficiente para hablar.
—Lo que significas para mí, Potter, es irrelevante. Estoy hablando como tu profesor, y
como tu profesor te estoy diciendo que salgas de una maldita vez de mi habitación.
Clase terminada. Fuera. —Golpeo lo que sea que esté sosteniendo contra mi
escritorio. Desafortunadamente, sólo estaba sosteniendo pergaminos. Se aplastan
contra la madera impotentemente.
—Si hubieses estado hablando como mi profesor, me pondrías un castigo por llegar
tarde. No me echarías de clase —dice, tranquilo.
—No es que sea asunto tuyo, pero no me esperaban en esa cena. Dejé aviso a la
única persona a la que estoy obligado a responder. Si alguien sintiese curiosidad por
mi paradero, sólo necesitaría haber preguntado al director.
—Fuera.
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—Severus. —Se levanta de nuevo.
—Potter…
—De verdad lo lamento. La próxima vez te mandaré un mensaje, ¿vale? —Se mueve
alrededor de la silla y camina con cuidado hacia mí—. ¿Vale? —dice de nuevo. Se
detiene a mi lado y pone la mano en mi hombro.
Aprieto los dientes y lo miro. No voy a dejar que se salga con la suya así de fácil.
Estoy enfadado. Tengo derecho a estarlo. Me sacudo su mano del hombro.
—Si insiste en quedarse, estudie. —Me abro paso con un empujón y voy a mi
habitación. No me sigue. Afortunadamente para mí. Me he vuelto vergonzosamente
vulnerable a su maldita presencia.
Una vez estoy en la seguridad que me da mi habitación con una botella de escocés,
me siento en el sofá e intento calmar el torrente de sentimientos que lacera mi interior.
Todo este día me ha servido para confirmar mis creencias de que la casa de Gryffindor
y todos sus productos existen simplemente para mandarme temprano a la tumba.
Dumbledore: Gryffindor. La miserable pareja de caninos: Gryffindor. El chico:
Gryffindor. Todo un cruce generacional atentando contra mi cordura. Cuando lo veo
desde esta perspectiva, la respuesta a todos mis problemas parece bastante obvia:
eliminar a todos los Gryffindor y librar a las futuras generaciones de la maldita especie.
Mas fácil de decir que de hacer. Una mirada a la familia Weasley atestigua que los
Gryffindor se reproducen más que cualquier otra casa. Tendría algunas dificultadas
deteniendo la línea de sucesión. Tal vez si pudiera deslizar un poco de poción
esterilizadora en el jugo de calabaza.
Pero me estoy yendo por las ramas. Prevenir las futuras generaciones de Weasley a
duras penas me ayudará con las aborrecibles generacionales actuales de Gryffindor. Y
es improbable que ésos a quienes está dirigido mi odio lleguen a procrear, de todos
modos.
Siento un escalofrío ante la idea de la progenie del hombre. Y me doy cuenta de que
esencialmente ya tiene su segunda generación. Su ahijado. Mi amante.
Me río amargamente. Ya pasó el tiempo en que sentía una macabra satisfacción ante
la idea de arruinar la progenie política del hombre. Mi satisfacción, por así decirlo, ha
sido reemplazada por un vago sentimiento de pérdida.
Ya no te necesita.
Alguna parte de mí trata de razonar que soy la única persona que queda con la que
Potter se siente cómodo. Que su insistencia continua en pasar las tardes en mis
habitaciones prueba que Black está errado. Él me necesita. Le doy…
¿Qué, exactamente?
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Aparte de la respuesta obvia. E incluso eso terminó después de comenzar el curso;
después de su acalorada admisión en un momento de locura inducida por la rabia, no
ha tratado de besarme. Lo único que nos queda de intimidad son los momentos que
compartimos en silencio cuando él se sienta a mis pies con la barbilla en mi rodilla,
satisfecho sólo con ser acariciado. Trato de decirme que estoy agradecido. Al fin el
niño está obrando según mis deseos.
Efectivamente.
Tal vez Black tiene razón. Me he vuelto obsoleto. El escape que ofrece mi habitación
puede encontrarlo en cualquier parte de este castillo cambiante y absurdamente
grande. Lo más seguro es que pueda hallar otro escondrijo en el que aislarse del
mundo. Le di un lugar silencioso para estudiar pero, con los hechizos de concentración
que le he enseñado, podría tener ese lugar en medio del Gran Comedor.
No le ofrezco apoyo emocional. No le cedo una oreja amiga; la sola idea es ridícula.
Incluso aunque estuviese dispuesto a escucharlo, dudo que él fuera a hablar conmigo.
Porque ése no es mi papel. Nunca lo ha sido. De hecho, va contra la misma razón por
la que buscó mi compañía. Le permito su negación. Le dejo fingir que no tiene
problemas.
Me digo que el hecho de que el chico de repente tenga guardián no significa nada.
Dumbledore lo dejó conmigo para mantenerlo a salvo. Por supuesto, en ese momento,
Black no era una opción. Y ahora que está libre, por fin es apto para el puesto y me
atrevo a decir que insistirá en asumir una responsabilidad hacia el chico.
Me maldigo mil veces por permitirme siquiera acercarme tanto al chico. Debí haberlo
sabido. Lo sabía. Toda la culpa es de Potter y la forma en que se metió en mi vida. Y
de Dumbledore, por insistir en complacerlo a pesar de mi propia voluntad. Estaba
perfectamente contento de estar solo. Incluso feliz. Y ahora…
Decido dejar de pensar antes de que empiece a quejarme de que mi vida no es justa o
suelte cualquier otro lamento inútil por el estilo. En vez de eso, redirijo mi atención a lo
único que todavía tengo que dar al chico. Me levanto y camino hacia el final de mi
cama para coger el diario, sin marcar y forrado en cuero, que compré para el niño que
tiene demasiados malditos secretos. Lo he dejado deliberadamente sin envolver, para
que resulte un regalo menos obvio. Si todo va bien, lo aceptará sin más que una
muestra mínima de gratitud.
61
Suspiro fuertemente y me relajo antes de dejar caer el diario junto a su libro de
pociones.
Mis ojos se enfocan en su boca, que forma palabras silenciosas a medida que sus ojos
se mueven por la página. Rosada y perfectamente formada. Un labio inferior lleno
colabora con uno superior delgado para dar forma a las letras. De vez en cuando su
boca para y sus ojos se vuelven atrás. El labio inferior es lamido mientras él sopesa
este punto o aquél. Su nariz se arruga y sus cejas se fruncen durante un momento
antes de relajarse y seguir.
¿Quién iba a saber que dos semanas podían ser tan jodidamente largas?
Como matar.
Regresar a mi austeridad, por así decirlo, ha sido cuanto menos difícil. Particularmente
cuando el objeto de mis fantasías nocturnas está sentado frente a mí en toda su
gloriosamente seductora inocencia. No me sorprende que no haya tratado de iniciar
contacto. Sospecho que, ahora que su secreto ha salido a la luz, se siente
avergonzado y se ha metido en la cabeza que no lo querré después de haber sido
degradado. Niño estúpido. Si yo fuese un hombre mejor, encontraría la forma de
asegurarle que el haber sido violado no lo hace menos deseable.
62
—Sí —murmuro, sin arreglármelas para sonar enfadado, sin arreglármelas para sonar
a algo más que no sea falto de aliento. Aprieto mi mandíbula.
—No seas ridículo —digo rápidamente y tomo una pluma para fingir que corrijo.
—¿Qué es esto?
No miro, y puedo sentir mi corazón empezar a latir mas rápido con ese poco de pánico
que siempre siento cuando me vuelvo estúpidamente generoso.
Ríe y me mira.
—Ni siquiera estaba pensando en eso. Idiota. Pero… —frunce el ceño—. ¿Es ésta la
razón por la que fuiste a Hogsmeade hoy?
—Por supuesto que no. ¿Por qué iba a arriesgar mi vida para comprar un maldito
diario? —miento sin vergüenza y lo miro duramente antes de volver a ver mi paquete
de pergamino. Y ahí se me ocurre…
Abro la boca para castigarlo por su absurda preocupación por mí. Pero ni siquiera yo
puedo ser tan hipócrita. Asiento reconociendo su agradecimiento y miro a otro lado.
—¿Severus?
—Mhm.
—¿Podemos tumbarnos un rato? —pregunta. Lo miro para ver cómo una expresión en
blanco oculta otra preocupada. No sé qué decir. Hay algo que no me está diciendo.
Algo de lo que no quiere hablar. Algo acerca del diario, decido—. Sólo tumbarnos —
clarifica, adivinando la razón de mi silencio—. Por favor.
63
de mi cuello y enterrar la frente en mi hombro. Victoriosamente evito lanzar un suspiro
de alivio mientras cierro los brazos alrededor de él.
—Lo siento —murmura. Lo sostengo un poco más antes de empujarlo lejos de mí.
Entramos a mi habitación y se quita la túnica, metiéndose bajo las sábanas en
vaqueros y camiseta. Me quito los zapatos y me deslizo a su lado.
Su pierna se mueve tentativamente para quedar entre las mías. Mantiene una
distancia casta, siendo fiel a su palabra de que sólo quiere recostarse. Me irrita por su
renuencia hacia mí y, sin pensarlo, me acerco. Antes de que mi mente tenga tiempo
de registrar su erección presionando contra mi cadera, mueve las caderas hacia atrás
con culpa.
Cierro la boca firmemente para no jurar en voz alta. Siento deseos de llamarlo idiota y
forzarlo a salir de su vergonzosa autoprivación. Me esfuerzo para alejar la irritación de
mi voz al hablar.
—Harry.
—¿Qué?
Traducción: Loves
64
6 – SANANDO
Querido Harry:
Ya está todo preparado. Me muero por que lo veas. Tienes mi antigua habitación. No
es nada espectacular, pero me imagino que cualquier cosa es mejor que esa
mazmorra en la que Dumbledore te ha tenido encerrado. He encontrado unas cuantas
cajas con cosas de tus padres. Creo que las mandaron para acá cuando yo no estaba.
Mis padres no debieron de saber qué hacer con ellas.
Dumbledore ya ha terminado con todos los hechizos de protección y las barreras. Casi
me da miedo no ser capaz de encontrar el camino si me da por salir. Así que, como
verás, no tienes de qué preocuparte.
Estoy deseando pasar la Navidad contigo. Dime si necesitas algo. ¿Qué te gusta
comer? Tal vez Ron y Hermione se quieran quedar unos cuantos días. Hay espacio de
sobra. Demasiado, si te soy sincero. Creo que necesitaré un elfo domestico para
mantenerlo todo. Si quieren venir, tendrás que decírmelo para que pueda permitirles la
entrada.
Bueno, lo dejo ya. Estudia mucho, pero no dejes que Snape te presione. Mantente
lejos de los problemas y, como siempre, acude a Dumbledore si pasa algo.
Sirius
Dejo que el rollo se deslice entre mis manos y le ofrezco a la lechuza de Sirius, Liberty,
un pedazo de tostada. Las palabras “nos vemos la semana que viene” giran sin fin en
mi cabeza. Debería estar feliz; debería sentirme agradecido de que mi padrino y yo
podamos pasar las fiestas juntos, como una verdadera familia. No debería sentirme
como si todo mi mundo me hubiese sido arrancado cruelmente.
—Oh, Harry. Esto es… —La voz de Hermione se quiebra—. Por fin tienes un hogar de
verdad. Quiero decir… te lo mereces tanto. —Se seca las esquinas de los ojos con
una servilleta y se disculpa por ser tan tonta.
Él no estará ahí.
—¡Va a ser genial! —dice Ron emocionado—. Tal vez podamos pasar la Nochevieja
allí, creo que mamá me dejará ir ahora que sabe que Sirius no es un asesino en serie.
Sonrío.
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—Sí. Es sólo que todo es… increíble, supongo.
—No estás preocupado por Quien-Tú-Sabes, ¿verdad? —Ella sí está preocupada por
eso—. Quiero decir, Dumbledore no te dejaría ir si no estuviese seguro, ¿no?
Hermione ofrece una media sonrisa y Ron se calla, como siempre lo hace cuando este
tema es mencionado. Imagino que lo hace sentir incómodo, pero más que eso, está
enfadado. Aunque no di los detalles de lo que pasó, lo que quedó revelado con Mi
Gran Cagada fue suficiente para hacerlos casi obsesivamente sobreprotectores. Si a
Malfoy se le ocurre siquiera mirarme, Ron ya está sacando la varita. Hermione, por su
parte, es un poco más sutil. Después de satisfacer su curiosidad —“sí, me capturaron
otra vez. No, Snape no es responsable. Sí, estoy bien”—, se ha contentado con sólo
vigilarme.
Ninguno de ellos pregunta qué le dije a Malfoy. Ninguno duda que lo que dije es
verdad. Hermione me ofreció una invitación abierta para llorar en su hombro. Ron hizo
de su misión personal el no dejar que nadie me vuelva a hacer daño.
Lo arruinaría todo.
Lo que se ha convertido en algo difícil es tratar de no ver a todos los de este mundo
como mis enemigos. Como Sirius. Se supone que tengo que sentirme agradecido de
que esté libre. Se supone que debo estar feliz de tener un verdadero hogar al que ir
con el equipo de figura paternal para quien soy poco más que una mosca cojonera que
se le ha impuesto. Quiere estar conmigo. Seguramente me quiere. Pero no me
conoce. Y no me entiende. No estoy seguro de si quiero que lo haga. Parece ser que
mi opinión no interesa demasiado. Me voy “a casa”. Para bien o para mal.
Querido Sirius:
Todo suena genial. Ron y Hermione tendrán que preguntarles a sus padres si pueden
venir a visitarme. Como prácticamente de todo, excepto judías verdes. Estoy
deseando ver la casa y estoy seguro de que mi habitación estará bien. Cualquier cosa
es mejor que estar con los Dursley.
66
Hasta la semana que viene,
Harry
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No tengo que alzar la vista para saber que me está mirando, otra vez. No me hace
sentir incómodo, como lo haría si fuese otra persona. Sólo me pregunto en qué piensa.
Tal vez no piensa en nada. Dios sabe que yo me he quedado mirándolo fijamente sin
razón alguna un montón de veces. Sonrío y le devuelvo la mirada. Vuelve los ojos al
libro en su regazo y cruza las piernas. Me río.
Sé que sabe que pasaré las vacaciones con Sirius. No ha dicho nada al respecto. Y yo
no lo he traído a colación, prefiero no pensar en ello. Son sólo tres semanas, me
repito. Seguro que puedo pasar tres semanas sin verlo. Sin estar con él. Sin paz.
Suspiro y me arrastro, salvando el espacio que nos separa para arrodillarme a sus
pies y apoyar la barbilla en su rodilla. Sus dedos acarician automáticamente mi
cabello. Adoro esto. Este momento en el que todo se desvanece y nosotros somos
todo lo que importa. Al menos así es, normalmente. Pero, esta noche, el mañana pesa
demasiado y da como resultado un silencio incómodo.
—Me voy por la mañana —digo. Ya lo sabe, por supuesto, pero siento que al menos
deberíamos reconocer el hecho.
—Eso he oído.
Lo miro y sonrío.
—Sé que te resulta difícil estar lejos de mí, Severus. Pero serán sólo tres semanas.
Estarás bien. —Río y espero a que diga algo terrible y sarcástico, algo que disminuya
un poco la tensión.
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con él ahí. Apoyo la mejilla contra su rodilla y trato de olvidarlo todo acerca de
mañana. El aire se vuelve más denso y a duras penas puedo respirar.
—Ni de coña —digo—, nadie puede invadirte tan bien como yo. —Le saco la lengua.
—De eso, Potter, no tengo ninguna duda —suspira. Sonrío y vuelvo a dejar caer la
barbilla en su rodilla, a pesar de los deseos desesperantes de sentarme en su regazo.
O de ir a la cama. A besarlo.
—Te tomas demasiado en serio a ti mismo. Las cosas con volantes te quedan bien —
digo.
—Sal —empuja mi cabeza y se levanta. Por un momento pienso que de verdad está
enfadado. Dejo de reír.
No puedo evitar que una sonrisa aparezca en mi cara, al igual que no puedo evitar que
la esperanza entre en escena en mi pecho. Para cuando me levanto, él ya ha
desaparecido hacia su habitación. Cruzo la estancia casi con nerviosismo. Han pasado
siglos desde la última vez que he estado acostado a su lado y trato de olvidar por qué
es así. Deja de lamentarte. Lo he intentado. Dejarlo. Dejar de querer más. Dejar de
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esperar que algún día él se las arregle para olvidar lo que sabe, para que las cosas
regresen a como eran antes, cuando yo no era el niño que fue violado.
Pero incluso aunque él pudiese olvidar, no estoy seguro de que yo pudiera hacerlo.
Creo que parte de mí se siente culpable por haberle mentido. No tanto el mentirle
como el defraudarlo. Publicidad falsa. Sé que lo que pasó no fue culpa mía. Pero lo
que hice después sí lo fue. No decírselo. Fingir que nada había pasado, y que nadie
más que él me había tocado.
Hago lo que puedo para dejar de pensar en ello y entro a la habitación. Me quito la
túnica y los zapatos y me meto debajo de las mantas. Está en el baño. Oigo el sonido
del agua correr y trato de concentrarme en el latido de mi corazón. No puedo decir si
estoy asustado o expectante. Cualquiera de los dos sería ridículo. No va a hacer nada.
Nunca lo ha hecho. Cada vez que ha pasado algo es porque lo he empezado yo. A
veces deseo que sea él quien lo haga. Algo. Besarme. Tocarme.
El agua cesa y después de un momento la puerta se abre. Alzo la mirada para verlo en
su camisón. La cama se hunde y él se acuesta. Parece extraño estar en la cama con
él, con tanto espacio entre nosotros. Hace que sea absurdo todo el objetivo de venir a
la cama. Me muevo hasta que puedo sentir el calor de su cuerpo. Sin tocarlo, pero lo
suficientemente cerca como para no sentirme solo.
Después de un momento suspira con lo que parece irritación, y rueda para quedarse
mirándome. Giro la cabeza y lo miro. Él abre la boca, y luego la cierra.
—Espero que encuentres tiempo para hacer tus tareas en vacaciones —dice. Eso no
es lo que quería decir.
—¿Severus? —Me doy la vuelta y quedo frente a él. No abre los ojos. Levanto una
mano y llevo su cabello hacia atrás, que se ha esparcido por su cara—. Tal vez
puedas trabajar finalmente sin que yo te distraiga con mi belleza arrolladora —
murmuro.
Gruñe y me mira.
Gruñe de nuevo y cierra los ojos. Sus cejas se unen en una expresión de enojo y se
quedan así.
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Ruedo de nuevo sobre mi espalda y miro al techo.
—Te echaré de menos —digo, quedamente. No pregunto si él lo hará. Creo que sí,
aunque nunca lo diga.
Ninguno de los dos se mueve ni habla. Cada respiración suya cae sobre mi piel.
Puedo sentir su calor golpear contra mi espalda y mi propio corazón haciendo eco del
suyo. Me doy cuenta de pronto de que probablemente estoy aplastando su mano, de
lo fuerte que la he estado cogiendo. La libero y él desliga sus dedos de los míos,
moviendo la mano hasta mi hombro y después deslizándola a lo largo de mi brazo. Sin
el peso de su brazo alrededor de mí, comienzo a temblar de nuevo. No sé por qué,
pero de verdad deseo dejar de hacerlo. Porque si no, él parará.
Su brazo vuelve a estar alrededor de mí una vez más, y sus labios presionan contra mi
nuca. Me arqueo ante el toque, mis caderas tocando lo que mi cerebro registra como
su erección. Me quedo quieto y mi respiración pica. Durante un exquisito instante
puedo sentirlo, caliente y pulsante contra mi culo. Él también se ha quedado quieto, y
después de bastante tiempo se me ocurre alejarme. Su mano vuela a mi cadera para
mantenerla en su lugar.
Fuerzo a mis ojos a abrirse y giro la cabeza para mirarlo. Al principio espero que diga
algo, pero no lo hace. Parece estar tratando de ver en mi interior y después de un
minuto tengo que apartar la mirada. Mueve la cabeza lentamente; su mano abandona
mi cadera y presiona mi mejilla a la vez que besa brevemente mi boca, quedándose
ahí, justo fuera del alcance de mis labios, hasta que casi enloquezco de expectación.
Levanto una mano para atraer su cabeza firmemente. Abro la boca, mi lengua y
dientes moviéndose torpemente en un intento de probarlo de nuevo. Ha pasado
demasiado tiempo y me he convencido de que no necesito esto, que estar cerca de él
es suficiente. El más leve recordatorio ha servido para destruir mi resolución.
Se aleja sólo lo suficiente para inhalar y alzarse para permitirme rodar sobre mi
espalda, antes de besarme una vez más, moderando mis ansias con su lenta
exploración. Se apoya sobre un codo, su torso medio cubriendo el mío.
—No te obligaré a hacer nada que no desees hacer, pero tampoco te dejaré seguir
hundiéndote en cualquier equívoco sentimiento de culpa que puedas tener —dice, con
voz firme y suave. Lleva su cabeza hacia atrás para ver mi reacción.
Puedo sentir cómo el sonrojo se va expandiendo por mis mejillas y no soy capaz de
mirarlo a los ojos. Parte de mí quiere echar a correr, regresar a mi Sala Común,
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retroceder en el tiempo. Y otra parte quiere que él se calle, para que me siga besando
y tocando, y fingir que nunca se detuvo.
—Harry.
Se queda tenso otro momento antes de exhalar fuertemente y separar mis labios con
su lengua. Mi cabeza regresa a la almohada. Deslizo mi brazo debajo de él y lo atraigo
hacia mí, separando las piernas para que pueda acomodarse entre ellas. Su peso
contra la parte interna de mis muslos me fuerza a contener un gemido. ¿Cómo he
podido vivir sin esto?
Me siento de repente y estiro una mano para tocarlo. No quiero darle tiempo para
pensar demasiado en lo que está haciendo. Tampoco quiero que piense demasiado en
esto. Beso su estómago mientras mis pulgares se deslizan firmemente por su
erección. Sisea a través de los dientes y deja las manos sobre mis hombros. Su sabor,
su olor casi me marea. Mi mano baja sus calzoncillos más allá de su culo mientras lo
tomo en mi boca. Su agarre se endurece más en mis hombros, los dedos clavándose
en mi carne. Le oigo exhalar cuando mi mano se coloca alrededor de su pene. Deslizo
la lengua alrededor de la cabeza, probando el salado líquido preseminal.
—Harry —su voz está entrecortada por el deseo. Gimo felizmente y deslizo la boca por
su pene. Él coge mi cabeza con ambas manos y la lleva hacia arriba. Alza mi mentón.
Alzo la mirada para verlo acercarse a besarme, pero se detiene a unos pocos
centímetros de mi cara. Me mira con ojos penetrantes que me hacen temblar de
felicidad y temor a la vez. Otra vez está tratando de ver algo y no quiero pensar qué
será. Bajo los ojos.
—¿Qué? —Mi corazón late con un pánico ya conocido. Maldigo y me alejo hacia la
cabecera de la cama, y me dejo caer una vez más, medio escondiendo la cara en la
almohada. He arruinado esto, de alguna manera. La primera vez que él ha iniciado
contacto conmigo, la primera vez que me ha tocado así en meses y lo he arruinado.
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Le oigo suspirar fuertemente y después lo siento a mi lado. Siento que debería decir
algo. Disculparme. Aunque no estoy seguro del porqué. Por no ser capaz de mirarlo a
los ojos. Por estar tan ansioso de tocarlo. Por querer olvidar.
—Lo siento —murmuro, rodando sobre mi espalda y mirando las sombras del techo.
No es así como debería pasar. No aquí, no en esta cama. Y ahora ya no hay ningún
lugar seguro.
—¿Por qué?
Debí haberlo visto venir. Por arruinarlo todo. El nudo de mi garganta comienza a
crecer, y mis ojos arden de odio hacia mí mismo. Los cierro, pero no puedo responder
a su pregunta; no sabría por donde empezar, incluso si pudiera hablar ahora mismo.
Por un momento creo que lo he escuchado mal. Y luego, cuando estoy seguro de que
sí he escuchado bien, casi me ahogo de la rabia.
—¿Qué? —toso.
—Necesitas superar esto, Potter. Te sugeriría que encontraras a alguien que no esté
tan involucrado. Con tu acceso ilimitado a esa miserable cabaña estás en mejor
posición que la mayoría para tener un affaire.
—No lo dices en serio. —Me mira directamente a los ojos y se me ocurre que de
verdad lo hace. Abro la boca de golpe. Siento como si fuera a enfermar—. He dicho
que lo siento. —No puedo respirar.
—Bueno, ¡pues deja de pensar de una puta vez! ¿Cómo…? ¡Dios! ¿No te molesta?
Que yo pudiera… —Me callo. No puedo siquiera empezar a explicar todo lo que está
mal en esa idea. Cómo puede siquiera plantearse...
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Me enderezo y subo las rodillas hasta mi pecho, abrazándolas con fuerza para evitar
temblar. Comienzo a preguntarme si no es él quien quiere encontrar otro amante.
Porque yo no he estado aquí para él. O tal vez simplemente porque ya no me desea.
—Lo que me molesta es verte atormentado por algo que no puedes cambiar. Lo que
me molesta es saber que tu apego hacia mí sólo está haciéndolo todo peor. Lo que me
molesta es que estás desperdiciando tu vida ahogándote en vergüenza y
autocompasión cuando deberías estar aprovechando lo mejor que puedas el poco
tiempo…
Deja de gritar de repente, y lo miro para comprobar tiene los ojos cerrados fuertemente
y la mandíbula apretada.
Me toma un momento darme cuenta de que acaba de hacer una broma. Una broma
bastante inapropiada en un momento bastante inapropiado. Ha destrozado mi corazón
y lo ha pisoteado, ¿y ahora trata de ser gracioso?
—Te odio.
—Yo también te odio —dice, demasiado suave como para decirlo en serio. Este
hombre debe de ser el humano más confuso sobre la faz de la tierra. Por mucho que
dependa de él para mi paz mental, ciertamente trata de salirse de ese papel tanto
como puede.
—De verdad quiero que estés bien —dice después de una pausa larga.
—Funcionó conmigo.
—Tú…
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Y tengo montones.
—¿Y qué coño tiene eso que ver? Soy bastante feliz contigo, ¿sabías? —grito.
—El problema es que no estás sanando. Dependes de mí para que te ayude, pero en
esta situación mi presencia no hace más que empeorar el asunto. Si quieres superar
esto alguna vez…
—¡Para! No lo empeoras.
Mi corazón se acelera y lo miro a los ojos. Son tan oscuros y profundos que siento
como si me fuesen a tragar. Mi instinto es apartar la vista antes de ser aplastado por
su intensidad. Pero no lo hago. Le devuelvo la mirada desafiantemente hasta que
parece que el tiempo ha parado y algo se rompe. No sé qué exactamente, pero la
tensión entre nosotros desaparece en ese momento. Inspiro y sonrío. Él se ríe
irritablemente y se deja caer en la almohada, boca arriba.
—¿Satisfecho? —digo con un tinte de niño mimado. Me relajo contra la cama y llevo
un brazo alrededor de él, besando su hombro. Lo escucho tomar aire largamente,
como para comenzar un discurso. Cubro su boca con una mano antes de que tenga
oportunidad. Levanto la cabeza sobre la suya—. Si alguna vez me vuelves a decir que
me busque un amante, te hechizaré el pelo para que se vuelva rosa. No te desharás
de mí, así que deja de intentarlo. —Aunque mi tono es de broma, lo miro firmemente
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para que sepa que voy en serio. Destapo su boca y sonrío—. Además, no habrías
sabido qué hacer contigo mismo si hubiese estado de acuerdo.
Por un momento estoy asustado de que no deje escapar el tema. Creo que mi alivio es
visible cuando su boca forma una mueca de arrogancia.
—¿Cómo… —…puedes estar tan seguro? quiero decir, pero él estrella su boca contra
la mía. El resto de mi frase se pierde en un gruñido y repentinamente olvido de qué
estábamos hablando. Su propia garganta vibra en respuesta y su boca se mueve
insistentemente contra la mía, chupando mis labios entre los suyos, persiguiendo mi
lengua ansiosamente. Desliza su brazo bajo mí, colocándome encima de él. Me
muevo para cubrir su cuerpo, canturreando suavemente mientras mi piel cubre la
suya. Justo así, estamos de nuevo donde siempre deberíamos estar. Física y
mentalmente. Estamos juntos.
Aparto la boca, arañando su labio inferior con los dientes, y abro los ojos para ver los
suyos también abiertos.
—Dímelo —dice, llevando mi cabeza hacia él y delineando mi boca con sus labios.
—Quiero esto. A ti. Dentro de mí —grabo a besos las palabras en sus labios antes de
moverme y enterrar la cabeza en el hueco de su cuello—. ¿Lo quieres tú?
—Quítate los pantalones —ordena, sin aliento. Río. Si alguna vez me da una
respuesta honesta, una respuesta totalmente directa, no sabré cómo actuar. Me aparto
de él y me quito los bóxers, tirándolos a un lado de la cama. Él hace lo propio. Me
tomo un momento sólo para mirarlo, recorriendo con los dedos el centro de su pecho.
Está tan pálido. Me pregunto cuándo vio su cuerpo el sol por última vez. Si alguna vez
lo ha visto. Su estómago se hunde, dejando ver sus costillas.
—Has perdido peso —digo, llevando los dedos por debajo de su ombligo, y sonrío
cuando su estómago se contrae bajo mi toque.
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—Tú también —dice él, sentándose y moviéndose para arrodillarse detrás de mí, sus
brazos debajo de los míos, las manos viajando por todo mi pecho. Mi cabeza cae
sobre su hombro y él besa mi cuello, toma el lóbulo de mi oreja entre sus dientes—.
Me dirás si algo te hace sentir incómodo —murmura, una mano deslizándose para
tomar firmemente mi polla—. Y me dirás cuando haga algo que te guste. Tenemos
toda la noche, Harry. Y pretendo mandarte con tu padrino absolutamente corrompido.
—Hostia puta —respiro, ahora que finalmente puedo respirar. Por supuesto, toda mi
capacidad de pensamiento coherente se ha esfumado al escuchar su intención. Trato
de no pensar en cómo voy a enfrentarme a Sirius mañana, después de haber pasado
toda la noche follando con su peor enemigo. Supongo que ahora no importa. Sólo
puedo pensar en la mano que se está moviendo por mi erección y esa polla
presionando contra mi culo. Pensar no es una actividad que disfrute estos días, y
estoy feliz de renunciar a ella para concentrarme en las sensaciones que él me
proporciona, el placer que sé que puede desatar.
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—Y ésta será tu habitación —dice Sirius, abriendo la puerta y moviendo el brazo como
para barrerme hacia el interior. Sonríe y yo le devuelvo la sonrisa, pasando a una
habitación gigante que debe de ser del tamaño de los aposentos de Snape. Blancos y
amplios, no forman tanto una habitación como un maldito piso.
—Demonios, Sirius, creía que habías dicho que no era gran cosa —digo, con los ojos
totalmente abiertos para asimilar el lugar que debo considerar mi hogar.
Se ríe.
—Define “crecer”. Pero, sí, ésta era mi habitación. —Suspira como si recordara algo—.
Por supuesto, ha cambiado un poco desde entonces. Más limpio, en cualquier caso.
Nuestra elfina solía sufrir ataques de nervios cada vez que se planteaba limpiarlo.
Casualmente mis padres sintieron lastima de la pobre criatura y me condenaron a mi
propia suciedad. Lo que me recuerda que, cuando mi madre venga en verano, le dirás
lo buen guardián de la casa que soy. Está un poco preocupada de que vaya a
cargarme este sitio.
Pongo una mueca inadvertidamente ante la idea de pasar todo el verano aquí. Pero no
voy a pensar en eso ahora. Ahora, sólo tengo que pasar aquí las próximas tres
semanas. Puede que me limite a concentrarme en superar el día de hoy.
Estoy… sobrecogido, ésa parece la palabra correcta. Por todo. Toda la casa es
extravagantemente grande. Creo que toda la casa de Gryffindor podría venir a
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visitarme, y dejar espacio suficiente para permitir un número selecto de Slytherin. Un
Slytherin. El Jefe de Casa de Slytherin.
Mis ojos se mueven hacia el otro lado de la habitación, a la cama de cuatro postes en
una esquina lejana. Unas cortinas blancas la rodean, enmarcadas por más cortinas
pesadas y de color marrón. Es aproximadamente del tamaño de la cama de Severus.
Una cama de la que se me echó cruelmente a primera hora de la mañana para que
pudiera venir aquí. Y estar solo. Sin él.
—¿Prisión? —Me río—, me siento como en uno de esos hoteles elegantes que
cuestan 300 libras la noche. Es… gigante —expuesto—. No sé qué más decir. Es… —
No son las mazmorras.
Bloqueo mi expresión en lo que espero que sea una sonrisa, a pesar del pánico que
me llena. No es. Hogar. No se siente, parece o huele como un hogar. Es
endemoniadamente grande, malditamente brillante y jodidamente caliente.
—Vamos. Te enseñaré dónde están mis habitaciones y luego iremos a comer algo. Me
temo que no hay con qué cocinar, pero Lunático… ése sería el profesor Lunático para
ti, ha prometido venir a ayudar más tarde.
Lo sigo por toda la casa, con los ojos muy abiertos y en silencio. Todo, desde el
recipiente de polvos flu hasta los numerosos baños, es indeciblemente grande. Es
absurdo, especialmente considerando que Sirius estará aquí solo la mayoría del año,
con sus padres viviendo en América y yo en Hogwarts. No puedo imaginarme por qué
alguien iba a querer tanto espacio vacío. Trato de imaginar cómo debe de parecer la
casa desde fuera, pero reconozco que probablemente parece una casa normal. Para
cuando llegamos a la cocina, siento que he caminado diez millas y visitado cuarenta
países.
Me siento en una pequeña mesa redonda, contento de enfrentarme por fin a algo de
tamaño humano. Me trae un plato de sándwiches a la mesa y se sienta a mi lado.
Saca su varita y atrae dos botellas de cerveza de mantequilla de la despensa. Me
tomo un momento para salir de mi malhumor privado y darme cuenta de lo feliz que
debe de estar por ser capaz de sentarse, beber y comer como una persona normal.
Tener una varita para usar con libertad. Estar aquí es extraño para mí, pero no puedo
imaginar cómo se siente él.
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frustrante, no poder recordar los hechizos más simples. Recordaba los más
complicados, pero… Lumos —dice con pesar antes de negar con la cabeza y reír—.
De todos modos, los huecos en mi memoria se van llenando lentamente. —Sus ojos
todavía están vacíos a pesar del optimismo.
—Hay un par de cajas en tu habitación. No las he mirado todavía, pensé que te daría
la oportunidad de descubrirlas primero.
—Sí, bueno, supongo que he tenido un poco más de práctica que los otros —digo con
ligereza. Después de decirlo se me ocurre cómo podría tomarse eso, y Voldemort,
ciertamente, no es un tema que uno trae a un almuerzo agradable—. Quiero decir…
con todas las lecciones extra que he tomado con… —Otro tema que es mejor no
discutir.
—Sí.
—¿Sabes, Harry? Estaba pensando en eso, y ahora que Lunático ha vuelto a ser
profesor no hay razón para que sigas pasando tiempo con Snape. Quiero decir…
Remus estaría más que feliz de dejarte estudiar con él.
—No, está bien. A decir verdad no está tan mal —digo, esperando que eso sea
suficiente—. Además, fue Dumbledore quien lo organizó todo —digo, como un
pensamiento aleatorio. No es mentira. Y no tengo nada en contra de mentir a estas
alturas, de todos modos.
—Bueno —comienza, tomando un gran aliento. Clavo mis uñas en mis manos debajo
de la mesa—. Ya hablé con Dumbledore sobre ello. Y dijo que es tu decisión.
Maravilloso.
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Ríe desdeñosamente.
Miro alrededor para ver mi baúl en la puerta. Voy allá y busco algo para confortarme.
Algo más personal que el espacio estéril y vacío que me rodea. Saco mi texto de
pociones y lo acerco a mi nariz, preguntándome vagamente por lo absurdo que es
encontrar comodidad en olores de brebajes viles, pero me calma un poco. Me
recuerda a él. Mi única fuente de paz.
Llevo el libro a mi pecho y busco a través del baúl el diario que él me dio. Lo encuentro
y llevo ambas cosas a la cama, donde corro las pesadas cortinas. Está oscuro y
cerrado, y finjo que estoy en su cama, en las mazmorras. Y él llegará en cualquier
momento. Pronto estaré en casa.
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que significa que he estado aquí toda la tarde. Y él probablemente está enfermo de
preocupación.
Decido arrastrarme y pedir perdón, pero no sin antes explicar que prefiero que mi vida
escolar se quede como está. Que aunque Snape sea un cabrón, al menos es un
cabrón constante, que me ayuda precisamente por ser un cabrón. Y eso no tendrá
sentido alguno para Sirius, pero lo tiene perfectamente para mí.
Me abro camino hacia el piso principal, repasando lo que voy a decir en mi cabeza, y
decido buscarlo en la cocina, ya que es el único lugar que sé cómo encontrar. Paso
por la sala de estar y escucho voces. Me paro cerca de la puerta y echo un vistazo.
—Mira, yo no lo entiendo más que tú. Simplemente no creo que Harry lo quiera cerca
si no hay algo más que lo que nosotros vemos. Y estoy seguro de que Snape no
mantendría a Harry cerca a no ser que le importara al menos un poco. —Vuelvo a
deslizarme fuera de su vista. Debería sentirme culpable por escuchar a hurtadillas,
pero están hablando de mí.
—Me lo dijo él, Lunático. Sólo cuida a Harry para proteger su propio culo. —Sonrío con
cariño. Por supuesto que dijo eso. Si hubiera dicho algo más, me preguntaría si esta
cuerdo.
—Es un monstruo, Remus. ¿Qué otra razón necesito? Siempre lo ha sido. Un rastrero,
grasiento, narizón monstruo acosador que está obsesionado con las Artes Oscuras.
—Oh, vamos. Snape no está obsesionado con las Artes Oscuras. No más que yo —ríe
Lupin.
—Sí, sí lo está. Sabía más maldiciones en primer año que la mayoría de los de
séptimo.
—No, no lo hice.
—¿Lo hice? —Se oye una taza de té contra un plato—. Bueno, eso no cambia el
hecho de que ese tipo fue un acosador trastornado, y estar tanto tiempo a su alrededor
no puede ser bueno para Harry.
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—Pareces estar bajo la errada impresión de que tu ahijado es fácilmente influenciable.
Es tan terco y cabezota como lo era James. Y, lo admitas o no, Snape está tratando
de ayudarlo. El diario, por ejemplo.
—¿El qué?
—Le compró un diario. El día que te liberaron, ¿te acuerdas? Fui con Severus a
Hogsmade. Te dije que compró un diario. Unas semanas después, vi que Harry lo
tenía. Fue un buen regalo, Sirius. Creo que mandó poner al menos seis o siete
hechizos a esa cosa.
—No, supongo que no te lo iba a contar, ¿cierto? Y eran hechizos, idiota. Hechizos de
curación en su mayoría, y también de seguridad. Muy intrincados y muy caros. No es
la clase de cosa que le das a alguien a quien odias.
—Si toca a Harry, lo mataré —dice Sirius sin sentimiento. Casi gruño.
—¿Y por qué no? Sabes que la tenía tomada con James. Harry se parece a él. Y es
un mortífago. —Me encojo ante la mención de mi padre y Snape y me pregunto qué
pasó exactamente entre ellos.
—Ouch.
—La gente hace cosas realmente estúpidas cuando es joven, ¿no? —Hay una pausa
larga antes de que Lupin diga—: Nadie va a obligar a Harry a hacer algo que él no
quiera hacer.
Me tenso al darme cuenta de lo que están hablando. Cierro los ojos y me deslizo por la
pared.
—Ni siquiera sé cómo sacar el tema. “Oye, chico, ¿te ha violado alguien últimamente?”
81
—¿Actúa… no sé… de modo extraño?
—No diría que actúa extraño. Para un niño que ha ido al infierno y regresado, es
bastante normal.
—Alguien podría haberme preguntado a mí. —Ambos me miran. Remus deja la taza
en la mesa. Sirius se levanta—. ¿Queréis saber por qué recurro a Snape? Porque él
no hace esto. No se sienta y habla de mí como si yo fuese un problema. Y no trata de
arreglarme. —Tomo aliento y hablo de nuevo, antes de que Sirius pueda—. Sí. Lo fui,
respondiendo a tu pregunta. Media escuela lo sabe, así que doy por hecho que no es
un secreto. Y me alegra que Snape no os lo dijera. Esto demuestra que puedo confiar
en él. —Examino ambas caras. Lupin aprieta las manos en su regazo y baja la vista.
Sirius frunce los labios. Encuentro su mirada—. Me gusta Snape, Sirius. Es gracioso e
inteligente, y… y me hace sentir normal. Me compró un diario, aunque no sabía lo de
los hechizos. Se limitó a lanzármelo. Le pasa una cosa con… lo que sea, pero ahora
que lo sé me gusta aún más. Aunque sea un cabrón. No espero que lo entiendas, pero
vas a tener que aceptarlo… y… —Tomo otra respiración antes de decir—: soy gay. He
pensado que debíais oírlo de mí. Y antes de que digas algo estúpido, no es culpa de
Snape.
Paro de hablar y lanzo una mirada de odio, apretando la mandíbula y esperando a que
alguno reaccione. El profesor Lupin comienza a reírse. Decididamente no es ésa la
reacción que estaba esperando.
—Lo siento —tose Lupin—. Es sólo… que ésa sería exactamente la clase de
estupidez que diría Sirius a continuación.
—Bueno, no es culpa suya. Él no tenía mucha mejor pinta que tú cuando se lo dije —
digo. Mi padrino parece atontado. Tanto como Severus lo estuvo. Atontado y
estupefacto hasta el extremo. Mi sonrisa se amplía un poco.
Asiento. Feliz cumpleaños, profesor. Soy gay. Me parece que fue hace casi un año.
Parece más tiempo.
—Se recuperó. Después de beber un poco. —Lupin pierde la pelea contra el impulso
de reír y yo sonrío.
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Sirius se sienta y hunde la cabeza entre sus manos.
—Así que… aquella charla que te di el verano pasado… dioses, Harry. ¿Por qué no
me lo dijiste?
Ah. La charla. Creo que fue cuando finalmente decidí que no me gustaban las chicas.
En absoluto. Experimento un escalofrío ante el recuerdo.
—Para ser más preciso: “Snape era un pervertido que estaba enamorado de tu padre”
—corrijo yo.
Lupin se encoge.
—Eres un imbécil.
—No era de extrañar que estuvieras tan enfadado —gime Sirius desde sus manos.
—Mira, ya no importa. Sólo… si quieres saber algo, pregúntame. Tal vez no te lo diga,
pero al menos no iréis por ahí tratando de sacar información de mis amigos. Ninguno
de ellos os contaría nada de todos modos, así que…
—¿Tal vez?
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—Primero, preferiría que tú vinieras a hablar conmigo para que yo no tenga que ir a
buscar información. Puede que sea un imbécil —mira en dirección a Lupin—, pero me
importas mucho. Y segundo, deja de dejarme fuera por culpa de ese idiota. Lo odio. Y
tercero, aceptaré que… no odies a ese cabrón si tú puedes aceptar que yo sí lo hago,
siempre lo he hecho y siempre lo haré. Y creo que el sentimiento es mutuo.
—¿De qué lado estás tú? —gruñe Sirius, levantando una ceja en dirección a Lupin.
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—No he hecho tal cosa. Va contra toda ética profesional el contribuir a la delincuencia
de mis estudiantes —dice, sentándose. Sonrío y miro a Hermione, que nunca ha
tenido aspecto de estar tan incómoda en los cinco años y medio que la conozco. Le
acaricio el hombro tratando de confortarla.
—Si al Profesor Lupin le parece bien, creo que preferiría un poco de escocés.
—¿Has oído eso, Lunático? el señor Harry James Potter preferiría un poco de
escocés.
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—¿Y donde adquirió el señor Potter su gusto por el escocés?
—Bueno, bueno, profesor —dice Sirius colocando una botella frente a Hermione—. Es
injusto preguntar al mago los secretos de su magia. —Trato de no soltar un suspiro de
alivio demasiado obvio. Sirius y yo nos las hemos arreglado para evitar el tema de
Snape en toda la semana. Incluso evitó hacer comentarios odiosos cuando estuve
estudiando pociones la otra noche. Sería una lástima romper el silencio ahora.
Ron sonríe. Ha estado feliz desde que él y Hermione llegaron esta tarde. Imagino que
la perspectiva de pasar la semana en un lugar donde tiene su propio cuarto y cama lo
ha sobrexcitado.
Estoy contento de que los dos estén aquí. Es extraño poder verlos fuera del colegio.
Sirius lo tuvo difícil convenciendo a Dumbledore para dejarlos visitarme, y éste sólo
accedió a dejar que se quedaran si todos íbamos directamente a Hogwarts el día en
que terminaran las vacaciones.
Seis días más. Aunque las vacaciones han demostrado ser divertidas, echo de menos
Hogwarts. Las mazmorras. A él. No pienso demasiado en ello durante el día, cuando
estoy con Sirius. Solamente cuando estoy acostado en la cama tratando de dormir me
pregunto qué está haciendo, cómo le irá, y si piensa en mí.
—Elogio la maravillosa influencia que supones para tu ahijado, Sirius —lo interrumpe
Lupin.
Sirius le lanza una mirada sardónica antes de volverse hacia Ron, Hermione y yo.
—El profesor Lunático será llamado de ahora en adelante profesor Hipócrita. Como iba
diciendo, comenzaremos las festividades con un juego llamado Face-off (1). El
profesor Hipócrita se levantará para ser mi compañero en la demostración.
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Esta ha sido mi parte favorita de las vacaciones. Mirar a estos dos, escucharlos pelear
o contar historias del colegio. Conspiran constantemente el uno contra el otro, e
incluso me han entrometido en sus disputas. Es como acceder a una pequeña imagen
de lo que debió ser cuando eran estudiantes con mi padre, e incluso Colagusano.
Antes de que todo se fuese al infierno.
—El Profesor Hipó… ¡Ow! ¡Mierda!... Lunático, usará sus habilidades profesionales
superiores para explicar las reglas. —Sirius levanta sus pies asaltados para ver el
daño, mientras Lupin se vuelve hacia nosotros.
—El objetivo del juego es desafiar a vuestro oponente hasta que "pierda la cara". Es
un juego de ingenio y fuerza de carácter, y os daréis cuenta de que soy un inútil en
ambos. La primera persona que pierda el juego debe beber de su copa. Yo, por mi
parte, trataré de evitar el incumplimiento de las reglas, pero no puedo hacer promesas
por el Señor Sin-clase.
—Lunático, me hiere que tengas tan baja opinión de mí. —Sirius le dirige una mirada
de dolor antes de reír con picardía—. ¿Empezamos?
—Bueno, Lunático. ¿Cuándo te diste cuenta de que eras una lesbiana atrapada en el
cuerpo de un hombre-lobo?
—No estoy seguro, pero creo que fue la primera vez que vi tu trasero peludo. —Ron y
yo nos reímos con fuerza. Hermione tiene un tinte peligroso de rojo y ríe bajito, con
nerviosismo. Es posible que termine un poquito borracha esta noche. Lupin continúa—
. Hablando de traseros peludos, ¿qué estabas haciendo en el zoológico anoche?
—¿Eso era el zoo? Y yo que pensaba que era un club con noche para solteros.
Explicaría el pelaje en mi cama. ¿O eso era tuyo?
Lupin se queda quieto por un momento largo antes de que su expresión colapse con
disgusto. Se cubre la cara. Sirius ríe maniáticamente cuando la cara de su amigo se
vuelve completamente roja. Lupin se gira y menea la cabeza.
—¿Comenzamos?
Asiento y me preparo.
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—Bueno, Harry. ¿Alguna vez te han atrapado masturbándote en las duchas? —Todo
el mundo gime bien alto. Debo admitir que es más duro mantener la expresión
impasible cuando hay comentarios desde el gallinero. Pero me las arreglo.
—Aún no, pero dicen que la constancia tiene su recompensa. —Una pequeña luz de
sorpresa aparece en los ojos de Sirius, seguida por un brillo de victoria en los míos,
estoy seguro. Ya me han preguntado sobre masturbaciones en la ducha. Llevará algo
más que eso. Continúo—. ¿Qué encontraste bajo la túnica de Dumbledore?
—El porqué del brillo en los ojos del viejo: varita trasero arriba. Lumos. —Me remuevo
imperceptiblemente mientras la audiencia expresa su disgusto en voz alta. Mi
expresión se mantiene inalterada. Continúa—: Así que dime, Harry... ¿Qué fue lo
primero que te atrajo de Snape?
Miro atentamente, y peleo contra el rubor que se alza por mis mejillas imaginando que
algún brebaje desagradable sale de mi caldero. Inspiro profundamente.
—Bueno, ya sabes lo que dicen de los hombres de nariz grande. Varitas muy grandes.
Sirius inhala rápidamente y puedo ver cómo se va desmoronando pieza por pieza
hasta que su cara se contorsiona completamente.
Sirius coge su botella y toma un largo trago, llevando su brazo alrededor de mis
hombros.
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Me siento extrañamente vacío cuando busco en las dos cajas que me recuerdan la
vida de mis padres. Papeles y agendas están esparcidos por el sofá y la mesa de café.
Un álbum de fotos de mi primer año de vida, que no recuerdo. Hermione está en la
silla a mi izquierda, leyendo rollos de poesía.
Voy a por un lote de fotos muggles de mi madre cuando era niña. Incluso la tía Petunia
parece haber empezado como una persona normal. Abuelos que nunca conocí me
devuelven la mirada con sonrisas congeladas.
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Esto es todo lo que hay de ellos. Recuerdos capturados e inexplicados. Sin
significado. Enterrados. Esto parece una fiesta de cumpleaños. Mi madre lleva un
vestido de verano amarillo y medias blancas hasta los talones. No tiene más de siete u
ocho años. Sonríe ampliamente, su lengua saliendo por el hueco donde sus dos
dientes deberían estar. ¿Sabía que era una bruja por aquel entonces?
—¿Harry? —la voz de Ron es baja. Me mira y luego al álbum que ha estado viendo.
Pongo el montón de fotos a un lado y retiro varios papeles que he estado mirando. Me
acerco más a la silla.
Miro la foto de mi padre y otro chico sosteniendo sus cartas de entrada a Hogwarts.
Dos adultos están de pie detrás de ellos. Asumo que uno de ellos es mi abuelo. Sonríe
orgulloso y palmea el hombro de mi padre, de vez en cuando alcanzando la espalda
del otro hombre.
—Wow —trago. Debió haber sido así para mí. Yo sonriendo felizmente y sosteniendo
la carta de entrada, en vez de tener que pelear para recibirla. Empujo el libro hacia
Ron—. Voy a por algo de beber —digo, levantándome.
—Sí, es bonita. ¿Queréis algo? —Me giro para ver a Hermione que ha emergido de su
lectura para mirar, curiosa.
—¿Qué? —Cojo de nuevo el libro de sus manos y me hundo en el sofá. Miro de cerca
la foto. El otro chico sonríe casi con éxtasis, sus ojos son brillantes y alegres. La nariz
no luce bien en unas mejillas redondeadas. El cabello está cortado sobre las orejas. El
brazo de mi padre está alrededor de los hombros del chico. La mano libre del chico se
abre y se cierra nerviosamente a su lado.
Miro con detenimiento y estudio la cara del padre del chico. El corte de la mandíbula
es similar, pero a pesar de eso no hay parecido. Me encojo de hombros.
Vuelvo la hoja para ver lo que parece la misma fotografía tomada un año después. Mi
padre parece el mismo con su amplia sonrisa. Sostiene una escoba en vez de una
carta y la insignia de Gryffindor brilla orgullosamente en su pecho. Mi abuelo palmea
su hombro, su otra mano estirada para tocar el hombro del otro chico donde solía estar
el brazo de mi padre. El cabello del chico llega hasta los lóbulos de sus orejas. Sonríe
con la boca cerrada y sus ojos se mueven incesantemente hacia mi padre, que no lo
nota. Un escudo de Slytherin que casi es tragado por la túnica.
Mi corazón late violentamente y mis ojos se mueven a la otra página. El padre del
chico ha sido reemplazado por la madre, una mujer con cara rígida y cabello negro
largo atado en la parte de atrás. Sus ojos brillan tristemente y la delgada boca parece
tener problemas para sonreír, haciéndolo con esfuerzo. Está de pie al lado de…
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Snape. La mueca es inconfundible. Su cabello negro ha tomado su característica
grasienta. Su nariz resalta en la ahora delgada cara. Ha crecido bastante y ahora es
unos ocho centímetros mas alto que mi padre, que mira al chico, casi disculpándose.
Snape mira directamente a la cámara, sus brazos cruzados debajo de la insignia de
Slytherin. Mi abuelo no sonríe. Una mano se mantiene en el brazo de su hijo, la otra
sobre la madre de Snape, consoladoramente.
Vuelvo la página para encontrar una foto de mi padre con Sirius, Lupin y Peter. Sirius y
mi padre parecen estar peleando por estar en el centro de la foto y Lupin se ríe de
ellos a un lado. Peter se queda detrás de Lupin sonriendo nerviosamente.
—Ahí esta —dice Hermione. No me había dado cuenta de que está sentada a mi lado.
Apunta a un niño en el fondo, la cara cubierta por una cortina de cabello mientras lee
un libro, con las piernas cruzadas en una pose que conozco bien. Junto a él, su madre
habla con otra mujer que puede ser mi abuela.
Miro a través del libro, buscando en varias fotos cualquier signo de él, pero no está.
Regreso a la primera foto y miro al irreconocible y sonriente chico.
Cierro el libro y lo dejo a un lado. El extraño vacío que sentía antes ha sido
reemplazado por náuseas. Severus me dijo lo que había pasado. Al menos en parte.
Sabía que no estaba mintiendo, así que no tiene sentido que me enfade. Y no puedo
decir si estoy enojado con Severus, o con mi padre por hacerle daño.
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Querido Severus,
No sé por qué estoy escribiéndote, ya que esto es un diario y nunca lo leerás, pero
eres el único con el que de verdad deseo hablar. Y me siento un poco idiota al escribir
sin una buena razón. Es como hablar sólo por oírte hablar. Sin sentido. Ayer fue tu
cumpleaños. Me pregunto si te has sorprendido al encontrar tu regalo. Sorprendido de
que lo recordara. Dios, te echo de menos.
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¿Qué te hizo, Severus?
¿Por qué te hiciste mortífago? Siempre imaginé que tenías una familia oscura y
malvada como los Malfoy. Pero tus padres parecen decentes. Tu madre parece triste.
Te das un aire a ella. ¿Estará viva?
No sé nada de ti. Nada. Quiero saber. Quiero saberlo todo, pero no preguntaré y tú no
me lo contarás de todos modos. Y no importa, en realidad. Te amo por ser quien eres
ahora. Supongo que no necesito saber cuánto te costó convertirte en lo que eres.
¿Me amas?
Bueno, esto es estúpido, así que voy a dejar de escribir. Te veo mañana. Y tal vez
esas preguntas se desvanezcan.
Con amor,
Harry
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Debería llegar por red flu muy pronto. Un día antes de tiempo. Dándonos una noche
para discutir sobre los supuestos hechos que ese cabrón le ha contado sobre mí. No
es que vaya a discutir. Pero estoy totalmente preparado para aclarar las preguntas.
Y luego lo regañaré por el regalo que encontré suspendido sobre mi escritorio. Esto no
es un regalo de cumpleaños. Mi mano se dirige a la mesa y recorro con los dedos la
esmeralda incrustada en el frente del vaso de plata. El irremediable mocoso
romanticón de dieciséis años ha puesto algo sin sentido en el fondo del vaso:
Una frase bonita al final de un contenedor de licor. Aunque estoy inclinado a compartir
la opinión. Siempre y cuando esté lleno con un líquido color ámbar, nada más importa.
Llevo el vaso a mis labios y tomo el whisky que hay dentro. Calienta mi garganta, y
nace a través de mi pecho en un dulce recuerdo de que sólo él es mi constante
compañía. No se coge días de descanso. No tiene padrino que lo corrompa y lo ponga
en mi contra. No causa dilemas éticos si yo inicio el contacto. No tiene némesis que
destruir y no tiene cicatrices psicológicas.
El suave sonido llega hasta mi corazón y acompaña una llama verde brillante en el
fuego. Da un paso adelante y se endereza, limpiando la ceniza de sus vaqueros.
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—Uola —sonríe.
Se acerca.
—Lo sabía. —Sonríe y se acerca aún más, poniendo las manos en los brazos de la
silla. Se inclina y me besa suavemente—. Vamos a la cama, Severus —murmura.
—No tengo intención de descansar —dice con suavidad, y me besa brevemente una
vez más antes de enderezarse y caminar hacia mi dormitorio.
Me levanto y lo sigo, dejando el vaso para que caliente mi asiento. Trataré de recordar
que he de regañarlo por eso más tarde.
Traducción: Loves
(1) Face-Off: Un juego competitivo con bebidas alcohólicas, en el cual dos oponentes
toman simultáneamente un trago del alcohol más fuerte del momento, mientras se
miran a los ojos. Se elige un árbitro para examinar a las personas que han tomado el
trago y determinara quién tiene la cara menos contorsionada.
(Fuente: UrbanDictionary). El face-off que se juega en la historia es una forma
modificada del juego, que los mismos personajes explicarán.
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CAPÍTULO 7 – MARCADO
Director Dumbledore,
Le escribo esta carta para darle a conocer que mi hijo, Draco Malfoy, estará ausente
desde el 4 al 9 de Febrero. Le pido que cualquier lección y trabajo en ese periodo sea
preparado antes de su salida. Llegará un traslador el 3 de febrero, listo para
transportarlo después de que las clases del día hayan terminado.
Saludos,
Lucius Malfoy.
S,
—Hola, Severus —dice Dumbledore, como si esto fuese una visita social. Como si
fuésemos a hablar de los patrones de sombras de las lámparas y no del amargo futuro
del chico—. ¿Sorbete…?
—Siéntate. —Deja un tarro de cristal lleno de dulces frente a mí, y sirve dos tazas de
té tan ruidosa y lentamente como es humanamente posible. El platillo se arrastra por
toda la superficie de madera mientras él lo empuja—. ¿Qué propones? —pregunta con
voz grave mientras lleva la bebida a sus labios.
Estoy ligeramente estupefacto por lo rápido que ha ido al grano; había anticipado una
charla sobre postres y bromas al menos durante los siguientes cinco minutos.
Abandono mi estado de estupefacción y decido estar agradecido.
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Agradecido y sin ideas de lo que podemos hacer.
—Lucius Malfoy revocaría esa decisión en cuestión de segundos. A menos que Draco
exprese el deseo, no sé qué podemos hacer. —Levanta los ojos para estudiarme
sobre su taza.
Se me ocurre que es mi deber convencer al chico. ¿Puede decirme alguien por qué
me he convertido en el salvador personal de cada estudiante de sexto año de
Hogwarts en peligro? Severus Snape versus Voldemort. Segunda parte.
—¿Y en el caso de que él decida que no está nervioso en absoluto? —No quiero
escuchar la respuesta. Ya la sé. Ya la viví, hace veinte años, hace cientos de
experiencias cercanas a la muerte.
Miro mi bebida. Tengo tantas posibilidades de convencer a Draco Malfoy para que
contradiga los deseos de su padre que de convencer a Voldemort de ponerse flores en
la cabeza y luchar por la paz y el amor libre. Río ante la imagen mental y encuentro a
Dumbledore mirándome. Parece cansado. A pesar de su inherente optimismo y
esperanza, ha perdido la batalla contra la gravedad y ahora está regresando de nuevo
a la tierra.
Sus ojos se iluminan brevemente y veo las esquinas de su boca hacer un mohín de
desdén. Encuentra sorprendente que haya preguntado por su salud. Recuerdo la
razón por la que nunca he hecho esa pregunta: me importa una mierda.
Eso es quedarse corto. Para mí el año ha sido desafiante, con los frecuentes dolores
que atraviesan mi brazo izquierdo, la batalla perdida entre sentido y libido por controlar
mi cuerpo, y mi papel de hombre atrapado entre los lados de luz y oscuridad de
Hogwarts. Pero no importa cuánto haya sufrido yo; Dumbledore ha soportado al
menos diez veces ese peso. Sus esfuerzos con la Orden del Fénix, su constante lucha
en la batalla contra el mal, su pelea continua con el Ministerio. Por no mencionar las
tareas absurdamente tediosas que conlleva el ser director de la escuela. El peso del
mundo mágico descansa en sus hombros ancianos y su espalda comienza a
encorvarse.
93
Pongo mi taza y plato otra vez en el escritorio y me levanto, huyendo de la idea que
clama por ser reconocida: Dumbledore no estará aquí durante mucho más tiempo.
—Infórmame si puedo hacer algo para ayudar —dice. Su boca se curva en una sonrisa
triste y me mira con lo que parece ser esperanza. Lo lamentaré cuando fracase.
------------------------------------------------------
Cuidadosas pisadas suenan a través de los pasillos. Asoma la cabeza primero y luego
entra, sin tocar la puerta.
—Cierre la puerta y tome asiento —digo, sin apartar los ojos de él.
Se gira ante la orden; duda un momento tras cerrarla con suavidad antes de regresar a
donde yo estoy, atravesando la habitación. Se sienta y toma la postura adecuada,
expresión imperturbable aparte de su desdén característico.
—Su padre ha mandado una carta pidiendo su compañía durante cinco días en
febrero.
—¿Le importaría decirme por qué? —Mi voz es baja e informal, pero sabe qué estoy
preguntando. Sospecho que Lucius ya lo ha preparado para este interrogatorio. Me
mira con toda la confianza de alguien que tiene escritas las respuestas en la palma de
su mano.
—Es mi cumpleaños, señor. No es inusual que los estudiantes vuelvan a casa cuando
cumplen la mayoría de edad, ¿no?
Asiento lentamente.
Su mirada de acero se quiebra levemente. Exhala con lo que parece ser frustración.
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—Cumplo la mayoría de edad, señor. Debo ir a casa. Tradición Malfoy —dice
fríamente. Le ofrezco mi mirada sin impresionarme—. No tengo elección —dice a
través de los dientes.
—No le será permitido quedarse en la escuela si sigue con esto —le digo—. Será
examinado en el momento en que regrese, y si el director encuentra algo irreparable,
será expulsado. Su varita se romperá y a usted se lo enviará con los aurores. Es
demasiado que sacrificar en nombre de la tradición.
—No puedo creerlo, usted de entre toda la gente… —dice—. ¿Me hará usted el
examen, profesor? ¿Finalmente se ha puesto en contra de los de su propia casa?
—No, al contrario. Estoy sacando de mi casa toda la pestilencia que tiene, señor
Malfoy. Y si eso significa examinar hasta lo último de usted, entonces puede estar
seguro de que lo haré. —Lo miro con dureza hasta que baja la cabeza
defensivamente—. Lo que debe decidir es si está dispuesto a tirar toda su vida por la
borda a cambio de la oportunidad de arrodillarse a los pies del Señor Tenebroso.
—Usted no lo entiende.
—¿No?
—Le estoy ofreciendo una opción, señor Malfoy. Estará seguro aquí.
Le dirijo una mirada larga y puedo ver que mis esfuerzos son fútiles. Ése, después de
todo, es el problema. El amor de un hijo por su padre. El amor de un Malfoy por su
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linaje. Siento que mi pecho se llena de desesperanza, y respiro para hacer sitio y darle
poder a mis palabras finales.
—Tal vez deba considerar si desea mantener lazos con un hombre que lo fuerza a la
esclavitud. —Veo que mis palabras le duelen, y me doy la vuelta para sentarme—.
Pero ése es otro tema. Por el momento, señor Malfoy, le ofrezco la oportunidad que se
me ofreció a mí hace décadas. Le sugiero que escoja sabiamente. Pues si tiene una
oportunidad de que lo escuchen después de que el acto termine, las condiciones que
acompañarán la oferta se habrán multiplicado hasta donde no imagina. Hágame saber
qué decide para poder cambiar mi curso de acción si es necesario.
Tomo aliento profundamente y deseo con cada fibra de mi ser tener ese poder.
------------------------------------------------------
—Sí, señor. Gracias. —Me siento en la silla azul en frente de él y deslizo unas manos
sudorosas por mis rodillas. Mi corazón se acelera ante la posibilidad de tomar té y
recuerdo con amargura la última vez que estuve en este despacho. El secreto que se
me obligó a mantener me acosa en mis pesadillas.
—Sí, señor.
Asiente.
—Recuerdo cuando cumplí la mayoría de edad. Mi padre tuvo que reparar treinta
veces todas las ventanas de casa antes de que todo terminase. Estuve encerrado
ocho días. —Sus ojos se pierden por un instante en los recuerdos. A pesar de que no
me interese, no puedo dejar de sentirme impresionado ante su historia. Al mago
promedio sólo le lleva dos días controlar sus poderes.
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Me muevo impaciente en mi silla. Casi tengo la certeza de que sabe lo que intento
hacer. No debería sorprenderme. Dumbledore lo sabe todo.
—He hablado con tu madre, Severus. Dice que está todo preparado. Por supuesto,
tengo la sensación de que no regresarás para el inicio del semestre. —Sus ojos
centellean y mi estómago se encoge con una mezcla de aversión y culpa. Al igual que
orgullo por la confianza en mi poder. Desecho el último pensamiento. No me importa lo
que este bastardo amante de los muggles piense de mí.
—Sí, eso quería. Pero ella no lo permitió —digo, mi mandíbula cerrándose con enojo.
¿Qué le importa? Maldigo a mi madre por conspirar con el viejo murciélago.
—Bueno, estoy convencido de que ella tiene tu propio beneficio en mente. Es una
época de mucha vulnerabilidad para un mago. —Sonríe. Trato de mantener alejada la
expresión sardónica de mi cara. Honestamente, no soy idiota. Y tampoco soy una de
sus mascotas muggles que necesitan que se les explique todo—. Lo que me preocupa
es el rumor de que Lord Voldemort ha demostrado un interés particular por los magos
y brujas que están cerca de la edad adulta.
—Hay indicios que muestran que ha descubierto la forma de contener y encauzar los
poderes de un mago adulto, usándolos para unirse al mago en cuestión y hacerse aun
más poderoso. —Se recuesta en su silla y tamborilea con los dedos, tocando la punta
de la torcida nariz pensativamente. Mi expresión cambia a una de horror. Sonríe ante
mi esfuerzo y continúa—: Así que entenderás por qué debemos ser prudentes,
Severus.
Asiento lacónicamente y me las arreglo para mantener la sonrisa lejos de mis labios.
Prudencia. El hombre ha dejado que la escuela sea invadida por sangre-sucias y
hombres-lobo y me está dando una lección de prudencia. La ira me llena una vez más.
Es contra hombres como éste contra los que luchamos. Hombres como Dumbledore
que acusan al Señor Tenebroso de atrocidades y luego dejan que sus preciosos
Gryffindor maquinen complots para asesinar sin ser siquiera suspendidos del colegio.
—No te entretendré más, mi niño. Sólo quería desearte un feliz cumpleaños y felices
fiestas. Y buena suerte.
Lo miro un momento, permitiendo que mi máscara caiga sólo lo suficiente para que
pueda ver el odio en mis ojos; y luego me levanto y sonrío.
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—¿Severus?
Levanto la cabeza de mi mano y veo que ha terminado con sus estudios. Frunce el
ceño.
—¿Estás bien? —pregunta. Una pregunta que ha salido con irritante frecuencia de su
boca, demasiado en los últimos días. Suspiro.
—¿Has terminado?
Asiente y pone el libro a un lado antes de recorrer el espacio entre nosotros. Asume su
usual posición post estudio y me mira desde donde su barbilla se clava en mi rodilla.
Se encoge de hombros.
—No he preguntado si estaba bien o no, profesor Idiota, he preguntado si quería venir
a la cama conmigo.
—Descarado.
—Imposible —sonríe.
—Vete.
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—No me llames así. Es sólo que he notado que estás… raro, desde que él se ha ido.
—Voy a pedirte que te metas en tus propios asuntos. Mis estudiantes no son tu
preocupación.
—Qué bonito. —Hablo cansinamente y trato de lanzarle una mirada asesina, una tarea
en verdad dificultosa ya que ambos estamos desnudos. Cierro los ojos—. Pero no
necesito tu preocupación.
Abro la boca para refutarlo, porque lo cierto es que no tengo que vivir con eso, pero
me corta.
»Cállate. Me preocuparé aunque me eches. —Abro los ojos para verlo sonriendo.
Me tenso como siempre que esa odiosa palabra es pronunciada. Pone los ojos en
blanco.
—Ya me imagino. ¿Cómo se puede amar a un niño que insiste en ser una fuente
incesante de irritación? —digo con una sonrisa y una ceja levantada.
—¿Ah? ¿Un amante increíble? Dígame, señor Potter, ¿quién le ha dicho que era un
amante increíble?
—Sí. Si nos incentivara un poco más, tal vez todos tendríamos ataques de nervios.
—Ah, cállate.
99
Y lo hago.
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La mascota-mortífago de Albus.
La Marca estuvo dormida hasta el incidente con Quirrel. Un leve cosquilleo de magia
comenzó a darse debajo de mi piel. El Señor Oscuro estaba débil, pero se volvía cada
vez más fuerte. Traté de contarle a Albus acerca de mis sospechas y el tonto no me
escuchó. Todavía creo que sabía que yo estaba en lo correcto. Y cuando el niño
venció a Voldemort de nuevo, la marca se silenció.
Mis reflexiones son interrumpidas por la tensión que siento a mi lado, seguida por un
gemido. Estoy bastante seguro que no necesito preguntar por el asunto de este sueño.
Una leve agitación de magia se da debajo de mi piel y me rasco ausentemente
mientras me vuelvo para ver la cara de Harry contorsionarse con la repentina subida
del poder de Voldemort. Grita y se sienta, tapándose la cicatriz con la mano. Sigo
acostado en silencio y espero a que pase. Rueda y entierra la cara en mi pecho,
mientras mis manos cubren la parte de atrás de su cabeza y tiran de su cabello.
Acaricio su espalda más por hábito que por deseo de confortarlo. No hay forma de
hacerlo.
Después de lo que parece una hora, pero que no es más que unos minutos, se sienta
y se seca la cara mojada con la camisa. Se gira para encontrarme mirándolo. Sus ojos
se mueven en dirección a mi brazo izquierdo, que escondo bajo las sábanas por acto
reflejo. Ríe disgustado y niega con la cabeza, mirando al frente.
100
—No exactamente —respondo, sólo un poco más que un murmullo. La amargura se
desliza lo suficiente.
—No la toma. A duras penas la contiene en la marca y la une a sus propios poderes.
Puede acceder al poder, pero nunca puede tomarlo —trato de explicarle. La expresión
de asco en su cara hace que mi estómago se contraiga. Aparto la vista.
Nunca le había prestado atención, igual que yo tiendo a ignorar la horrible cicatriz en
su frente. El hecho de que quiera verla ahora me molesta más de lo que sería
razonable. Me debería sorprender más que sólo ahora le haya entrado curiosidad.
Suspirando con irritación, le permito sacar mi brazo. Aunque muchas veces he estado
desnudo delante de él, nunca me he sentido tan expuesto. Es mi estigma. Mi única
fuente de vergüenza sin fin. Y aunque muchas veces he deseado que desaparezca,
ahora no quiero ver el día en que su magia sea liberada. Esta marca está tan
vinculada con el chico que la mira con tanto asombro y terror como si fuera el bastardo
que la grabó en mi piel. Desear la muerte de uno es esperar la muerte del otro.
No la toca, pero la mira, sus ojos brillando espléndidamente y su boca en una mueca
de disgusto. Tiene un nudo en la garganta, juzgando por su expresión. Imagino que se
está tragando todas las preguntas lógicas que aparecen en su mente. Una llega a sus
labios.
Hago una pausa de un momento para liberar la irritación entre mis dientes.
—Si sientes que debes hacerlo —murmuro. Pone cara de concentración e inspira
antes de acercarse lentamente—. Ah, por todos los demonios —gruño, irritado, y
alcanzo su mano llevándola a la marca. Se muerde el labio y presiona el índice en mi
piel.
101
Por un momento ambos contenemos la respiración. Casi espero que algo suceda,
alguna reacción por parte de la marca. Pero no pasa nada. Él también parece esperar
algo más. Su dedo se mueve lentamente y luego aparta la mano.
—¿Y si Voldemort le ordena matarte? —Su voz se oye desde el otro lado de la
habitación.
—No estás metido en más peligro que ayer. Si piensas que la marca impone una
diferencia en su lealtad eres más ingenuo de lo que imaginaba. El señor Malfoy no
asesinará a nadie. —En Hogwarts, añado en silencio. Sospecho que el matar lo hará
antes de que regrese. Los pasos finales del rito de unión e iniciación. Me pregunto
vagamente cuánto le llevará. A mí me llevó un día y medio el manejar lo
suficientemente bien mis poderes de adulto para que el hechizo funcionara. Malfoy
tiene cuatro días más para poder hacerlo.
—¿Vais a dejar que se quede, entonces? —Me mira con acusación, y yo respondo
con ira e indignación. ¿Quién diablos se cree?
—Espero que no se te haya metido en la cabeza que el hecho de que meta la polla en
tu culo te da derecho a decirme cómo hacer mi trabajo. Contrario a lo que crees,
Potter, esto tiene muy poco que ver contigo. Estás simplificando una situación
extremadamente delicada. Es un infortunio que debas presenciar lo que ha sucedido.
Pero ser un espectador no te involucra automáticamente en el problema. Te pediré
que te quedes fuera de esto.
—¿Cómo puedes defenderlo? Sabiendo lo que ha hecho, como puedes… —Sus ojos
viajan hasta mi brazo.
102
Mis cejas se levantan en señal de pregunta. Él aparta la vista.
—Mira, haz lo que quieras. Lo harás de todos modos. —Se agacha para recoger un
libro de su maleta y saca su bolsa de polvos flu. Todavía estoy intrigado por la
mención de mi familia y aun más por el aire de seguridad con que ha hablado de ellos.
Me pregunto si tal vez ha aprendido algo en casa de Black, pero dudo que éste sepa
mucho. Sólo estuvo con mi madre una vez, pero no hizo más que saludarla. Decido
que probablemente no quiero saber qué ha descubierto, y sacar el tema solo traerá
como consecuencia preguntas que no quiero responder.
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Han pasado veinte años desde mi propia iniciación en las Fuerzas Oscuras. Ahora,
ante la cara fantasmal de Draco Malfoy, los recuerdos atraviesan en estampida la
barrera que había levantado para evitar recordar. Hechizos de curación y pociones
analgésicas hacen poco para evitar la agonía de las pruebas a las que se es sometido.
El vacío en los ojos grises del chico habla de los efectos en el alma de la Maldición
Asesina.
—Señor Malfoy, un momento, por favor —murmuro cuando paso al lado de su mesa.
No lo miro para ver el color del que se tiñen sus mejillas al saber de qué quiero hablar.
En vez de eso, me centro en el camino a mi oficina, escuchando el sonido de sus
pasos cerca de mí —. Cierre la puerta —digo al cruzar el umbral. No lo miro hasta que
escucho el suave sonido de la puerta al cerrarse. Me giro y extiendo la mano—. Su
varita.
Un flash de miedo ilumina sus facciones antes de que se enfríen con ira. Me da la
varita obedientemente. No espero encontrar nada, sintiendo la certeza de que Lucius
ha cubierto las pistas y limpiado la varita del chico antes de mandarlo de vuelta a
Hogwarts. Pero la aprensión que siento en el aire hace que ir por estos menesteres
sea algo menos que fútil. Está asustado. Tiene razón para estarlo.
—Priori Incatatem. —El eco plateado de una transformación sale de su varita. Repito
el hechizo varias veces: hechizos de atracción, de levitación, unas pequeñas
maldiciones, pero nada incriminatorio. Se la devuelvo y camino a mi escritorio—. Eso
es todo.
103
—¿No quiere revisar mi brazo? —dice, insolente.
—Le dejaré eso al director. Sospecho que recibirá una invitación para tomar el té. —
Me giro hacia él y sonrío maliciosamente.
Me mira obstinado.
Gruño con asombro y me apoyo contra mi escritorio, cruzando los brazos en mi pecho.
Me enfrento a su mirada desafiante y la sostengo hasta que él la baja.
—La Marca Oscura no es la única señal de transgresión, señor Malfoy. Sospecho que
Dumbledore lo supo en el momento en que usted regresó al colegio. Yo lo he sabido
con sólo mirarlo, sin importar el hecho de que su ceremonia de iniciación tuvo un
testigo que no deseaba estar ahí.
—Será más fácil para usted si no alega inocencia. Puede ir a su próxima clase.
Sospecho que lo veré mas tarde.
Cierra la boca firmemente y tengo que apartar la vista del velo de desesperación que
detecto en su mirada. Me vuelvo para coger mis apuntes para la próxima clase y
escucho la puerta abrirse.
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—¿Quería verme, director? —Trato de sonreír. Sin éxito. Supongo que no sonreiré
más.
—Si, entra, Severus. —Su voz es más grave de lo que puedo imaginar. Sus ojos me
siguen hasta la silla situada frente a su escritorio y su decepción me llena, parece
pesar más a cada paso que doy hasta que a duras penas me puedo mover. Me dejo
caer en la silla y rechazo la invitación a un dulce. No creo que mi estómago pueda
retener algo tan agradable.
—Estoy bien, señor. Un poco cansado. —Trato de quitarle importancia con los
hombros, sin suerte. Sé que él sabe lo que he hecho. Puedo sentirlo leyéndome,
invadiendo la privacidad de mi mente y estudiando lo bajo que he caído. Sacudo la
culpa que trata de sobrecogerme. He hecho lo correcto, me digo.
104
Se recuesta en su silla y no habla durante un momento. Me muevo en mi silla,
incómodo, consciente de la forma que ahora marca mi piel y que estará
permanentemente quemada en el interior de mis párpados. La veo cada vez que
parpadeo. Me recuerda nuestra causa. Me recuerda que no le debo nada a este
hombre. Que este hombre me haría caer en sus filas, conformadas por las rígidas
leyes impuestas en el mundo mágico por la masa de muggles a pesar del hecho de
que somos más poderosos. Estamos separados y en un impuesto auto exilio del
mundo debido a los sanguinarios bastardos que no pueden aceptar lo que no
entienden. Y este hombre, por su naturaleza, complacería sus prejuicios. Me obligaría
a hacer lo mismo.
—Me temo que has hecho algo muy estúpido, Severus. —Levanta una mano,
deteniendo mi intento de habla—. Lo que quiero saber es si deseas seguir en este
colegio.
—Entonces estamos de acuerdo —dice, y alcanza la jarra de té. Sirve una taza para él
y una para mí. Lo observo, completamente desconcertado y preguntándome a qué he
accedido exactamente. El platillo es arrastrado por toda la superficie de madera
mientras él lo empuja. Lleva la taza a sus labios y me observa. No bebo.
Mi primer impuso es hacerme el tonto, como se me indicó que lo hiciera. Pero estoy
seguro que Dumbledore no estaría impresionado. Bajo los ojos.
Veo algo como un brillo de entendimiento en sus ojos, y asiente. Me pregunto qué ha
leído exactamente en mi respuesta. La reviso en busca de vacíos.
—Muy bien. ¿Has hablado con él? ¿Parecía particularmente interesado en algo?
Aprieto la mandíbula y niego. Honestamente, cuando hablé con él, no parecía estar
interesado en nada aparte de mí. Pero algo evita que comparta eso con Dumbledore.
Casi tengo miedo de que este hombre averigüe algo que yo desconozco. Me niego a
que me haga parecer un tonto. Otra vez no.
105
Me estudia durante un momento y asiente de nuevo.
—Debería, por supuesto, entregarte a los aurores, Severus. Pero sospecho que eso
no hará ningún bien a nadie. Estoy preparado para permitir que te quedes, con la
condición de que compartas conmigo la información pertinente que se comparta
contigo. Permitiré que decidas qué contarme. Tengo fe en que no me decepcionarás.
—El “otra vez” que debería seguir a esa afirmación queda sólo en nuestras mentes.
Me mira a través de sus gafas y después de un momento se me ocurre asentir. Espero
que continúe con más condiciones para mi indulto. Cuando el silencio se extiende
entre nosotros, mi inquietud crece.
»Eso será todo —dice, y se levanta. Camina hasta la puerta y la abre para mí. Me
pongo en pie vacilantemente. Seguro que hay más que eso. He matado a alguien. Y
aunque sea posible que él no conozca esa parte del entrenamiento de mortífago, el
convertirse en uno seguramente merece algo más que el castigo que me está dando.
—Severus, tu madre ha sufrido lo suficiente. Puesto que has tomado esta decisión
como un mago adulto, no siento la necesidad de advertírselo.
—Uola, Sev. Feliz cumpleaños —dice James, con una sonrisa extraña. Su mano
alcanza la de la chica.
Abro los ojos para ver a Malfoy, sus facciones con menos inquietud y miedo. Sonrío
amargamente. Piensa que ha terminado todo.
—Confío que entiende las condiciones que el director le ha expuesto. —Asiente y trata
de borrar el alivio de su cara. Casi triunfa—. Se presentará ante mí cuando tenga
información que considere importante —digo con tono cínico, para demostrarle que no
estoy convencido en lo mas mínimo.
—Sí, señor.
—No, señor.
106
—Puede unirse a su casa para cenar, señor Malfoy.
Me dirige una mirada aturdida y sale. Lo sigo después de unos momentos. Tomo
asiento en la Mesa Principal, lo veo reír y hablar con sus amigos. Puedo sentir un par
de ojos verdes taladrarme, con una clara acusación de traición. Dumbledore entra y
me da una palmada en el hombro cuando camina hacia su asiento.
Miro a Harry, y él niega con la cabeza antes de devolver la atención a sus amigos. De
algún modo le explicaré que todo está bajo control. Puede que algún día incluso yo me
lo crea.
Traducción: Loves
(1) Árbol con frutos carnosos y brillantes, de coloración rojiza y blanco amarillento en
el interior. De sabor dulce, aunque ligeramente ácido. Se consumen como fruta de
mesa, frescos o desecados.
107
CAPÍTULO 8 – RUPTURA
—Para.
Alzo la vista para mirarlo por encima de mi escritorio. Él baja los ojos.
Me escruta, debo decir. Siempre me ha observado; es la pregunta sin fin que veo en
sus ojos lo que me enoja. No me gusta que me estudien. Y si no para, lo mataré. O
puede que sólo le arranque los ojos.
—La última vez que lo comprobé, yo no era parte del temario en ninguna asignatura.
Si tienes algo que decir, dímelo. Pero si me miras durante otro minuto más, te lanzaré
un maleficio. —Puntualizo mi frase con una mirada firme. Estrecha los ojos con enojo,
pero no dice nada. Tampoco deja de observarme.
Suspiro, exasperado.
»¿Qué? —gruño.
Agarro los brazos de mi silla para evitar coger mi varita. El puchero que detecto en su
voz rompe con fuerza ese último pedazo de paciencia que ha estado en grave peligro
las últimas semanas.
—¿He…?
—No seas ridículo. —Me trago la bilis que quema mi garganta y devuelvo mi atención
a la pila de exámenes que estoy calificando.
—¿Ves? Te dije que no responderías. —Suspira desolado, y ruego por que esto sea el
final del tema. Debería saber que no sería así—. ¿Cómo es?
108
—Harry.
—¿Por qué?
—¿Lo lamentas?
Aprieto los dientes y lo miro. Se supone que debo hacerlo, ¿no? Supongo que
sencillamente uno deja de pensar en ello después de un tiempo. Pero a este niño le
gustaría verme romantizar la vida y verla como la más preciosa de las posesiones. Me
haría sentir como una basura por haberme atrevido a robársela a alguien, y fingiría
que mi pecado todavía me persigue. No entenderá que ya ni pienso en él. Que tengo
cosas más grandes que lamentar que la muerte de muggles anónimos.
—¿Cruel? No, nunca se me ha acusado de ser cruel. —Le ofrezco una sonrisa
irónica—. En el futuro, Potter, no me pregunte cosas cuya respuesta no está dispuesto
a escuchar.
Una sensación de maldad estática casi olvidada me atraviesa. Ese tipo de emoción
que sólo viene cuando destruyo completamente lo que la otra persona espera. No
puedo recordar la última vez en que permití deliberadamente que mis impulsos
sádicos cayeran sobre él, y casi me dejo llevar por la alegría de verlos funcionar. No
recuerdo la última vez que me dejó hacerle daño.
—¿Cuántos? —dice.
—Directamente, uno.
—¿Indirectamente?
—No lo sé.
—¿No sabes en plan de que no te acuerdas, o en plan de que hay tantos que no los
puedes contar?
Río maliciosamente.
109
—No te molestes —espeta, levantándose de la silla y casi tirándola por el camino—.
Me voy.
Si yo fuese un hombre mejor, trataría de explicar que con todas las cosas que tengo
que lamentar, se me exige arreglar las más cercanas a mí, para así no hundirme bajo
el peso de mi propia culpa. Resulta, sin embargo, que no soy un buen hombre, y antes
mearía sobre las cenizas de mi querida madre que rescatar crímenes de hace veinte
años por los cuales he hecho bastante más que arrepentirme. No voy a darle
explicaciones. No tengo por qué hacerlo.
Empieza a recoger sus cosas y me vuelvo a mis exámenes, mirando las respuestas
garabateadas como si pudieran de alguna forma transformarse en instrucciones de
qué hacer ahora. Una vez ha recogido sus cosas, se pasa la mochila por los hombros
y me da la espalda.
Las palabras «Lo siento» hacen eco débilmente en mi mente desde algún absurdo
rincón de mi persona. Por fortuna, mueren en el viaje hacia mi boca. Una calma fría se
expande a través de mí como no la he sentido en años. Se parece a volver a casa.
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—Hola —dice cuando entra en mi oficina, pero se queda cerca de la puerta como si
estuviese anticipándose a una salida rápida.
Lo escucho suspirar.
—Mira, anoche…
—No estaré aquí mas tarde —dice malévolamente. La puerta se cierra. Lo miro de
nuevo con una expresión de vaga curiosidad—. Es sólo que… no creo que pueda…
—¿Qué?, ¿hablar? Tal vez te dé una pluma y un pergamino para que pongas ahí lo
que viniste a decir antes de que envejezcamos.
110
—No voy a venir más aquí —dice fríamente, sus ojos fijos en mí, tratando de detectar
alguna reacción.
—Muy bien —digo, una vez me las arreglo para respirar de nuevo—, informaré al
director. Que tenga un buen día.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —Su voz vacila levemente, y veo cómo lucha
por mantener su expresión bajo control.
—¿Qué?, ¿creías que me tendrías a tus pies pidiéndote que me perdones? Crece,
niño estúpido. Y sal de aquí.
No puedo decir qué es lo que me enoja más: que él no se altere ante mi abuso, o que
casi lo hago yo. Mantengo su mirada con obstinación, y contemplo la rebeldía que se
disipa en sus ojos para no dejar nada en su lugar… Vacío.
—Yo se lo diré a Dumbledore —dice—. Será mucho mejor si viene de mí. —Se da la
vuelta y abre la puerta. Murmura algo que ha podido ser un «nos vemos» antes de
irse.
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Salgo del Gran Comedor con paso decidido. Sé que me sigue. Puedo sentir la marca
de las malditas gafas de media luna en la parte de atrás de mi cabeza. Casi he llegado
a las escaleras que me llevarán a la seguridad de las mazmorras cuando alza la voz.
—Severus.
111
Maldita sea.
—Albus —digo, en el tono de voz de una persona que no tiene tiempo para hablar.
Pero con mis nuevas tardes de libertad, no tengo más que tiempo. Él lo sabe.
—Siempre lo hago.
Se ríe más fuerte esta vez, y me pone una mano en el hombro. Exhalo irritado y me
volteo hacia él.
—Albus…
—¿Qué ha pasado? —me pregunta con una voz que casi suena acusadora. Pienso en
jugar a hacerme el tonto, pero supongo que no se lo creerá.
Sonrío.
112
—Es un crío de dieciséis años que finalmente ha decidido dejar de pasar su
adolescencia encerrado en una mazmorra con un hombre que lo detesta. Deberíamos
aplaudirlo por tomar posiblemente la única decisión sabia de su vida. Bien podría ser
la última.
Frunce el ceño y suspira ante la pronta realización de que esto posiblemente signifique
el final de mi declaración.
—Fue decisión suya —repito de nuevo—. Y fue una decisión que venía esperándose.
Él no me necesita y yo estoy feliz de recuperar mi privacidad.
Detente.
Le odio.
—Bastante bien. Y ahora, Albus, si no hay nada más, tengo estudiantes a los que
suspender. —Sonrío, y él se ríe por lo bajo.
Me doy la vuelta, con el ceño fruncido, y lo miro marchar. Se me ocurre que está
tratando de hacerme sentir mejor, como si pensase que yo lamento que el chico se
haya ido. El niño estaba a mi cuidado porque no se las podía arreglar por sí solo. Y
aunque sea verdad que nos acercamos más de lo que Dumbledore esperaba, mi
apego al niño no era más fuerte que mi apego a mi trabajo. Ambos ayudan un poco a
llevarme a un entierro temprano y volver mas delgada la mucosa de mi estomago. No
necesito consolación por perder a alguien, debo celebrar.
113
Con eso en mente, regreso a mi oficina, donde prenderé el fuego y beberé otro trago
por mi liberación. Y luego otro. Y continuaré hasta estar totalmente convencido.
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—¿Profesor Snape?
Su voz es como agua helada bajando por mi columna vertebral. Trato de no gruñir
cuando lo miro.
—Él ha dicho que no sabía nada del tema —dice, casi con el mismo tono de voz
despectivo que yo acabo de usar.
—Veinte puntos menos para Gryffindor, señor Potter. Recuerde quién soy.
—Volvemos a eso, ¿no? Estás siendo un imbécil. —Cierra la puerta y camina hasta
sentarse en la silla frente a mi escritorio.
Soy totalmente consciente de que renuncié hace mucho tiempo a cualquier poder que
pude haber tenido sobre el mocoso, pero estoy dispuesto a interpretar mi papel de su
superior hasta donde él siga el juego. Me hago ilusiones.
—¿Ha venido a insultarme y asegurarse de que su casa pierda todos los puntos? ¿O
hay alguna razón para que todavía esté aquí?
—Creo que no se lo has dicho a Filch a propósito. Porque me echas de menos. —Una
pequeña sonrisa se posa en sus labios en el tiempo que me lleva enfurecerme por su
descaro. O su intento de ser encantador; no me importa realmente cuál de los dos.
—Cincuenta puntos, señor Potter. Si tengo que decirle una vez más que salga tendrá
castigo todas las noches hasta el final del semestre —digo en voz baja—. Y puedo
asegurarle que esta vez no me olvidaré. —Estoy bastante satisfecho por mi capacidad
de evitar que mis palabras se arrastren a pesar del hecho de que a duras penas puedo
mantener la vista enfocada en su cara. Entrecierro los ojos, esperando que eso ayude.
Después de un momento me doy cuenta de que no se ha ido y que, por lo que parece
ser, no tiene intención de hacerlo.
114
—Maldita sea, Harry, ¿qué quieres? —suspiro, dejando a un lado todo mi fingido
control y recostándome en la silla. Cierro los ojos y me paso una mano por la cara.
Que me maldigan por mi debilidad, pero a estas alturas no me importa. Cuando no
dice nada, abro los ojos para encontrarlo mirándome con una expresión peculiar.
—Yo sólo… No me lo pones fácil, ¿lo sabías? Sé que no te gusta hablar de lo que
pasó, pero… bueno, Voldemort me jodió la vida. Y… —Toma aire profundamente,
como si estuviese tratando de retomar un discurso que obviamente ya había
preparado antes de venir aquí. Me mira y luego mira a lo lejos cuando sus ojos se
encuentran con los míos. Comienza de nuevo, un tono de voz más suave esta vez—.
Necesito entenderlo. Quiero saber por qué te convertiste en uno de ellos y por qué los
dejaste. Tal vez no debería importar, pero lo hace. Para mí.
Coge una pelusa imaginaria de su túnica y de repente está tan abatido como pensé
que debería haber parecido todo este tiempo. Como si la máscara que ha estado
usando durante el último mes se desvaneciera, dejando un niño roto en vez de al
imbécil alegre y petulante que he aprendido a detestar ávidamente. Por un momento
quiero decir algo para hacerlo sentir mejor.
Y luego recuerdo que me trae sin cuidado lo que a él le importe. No quiero hablar de
ese tema. Abro la boca para decirle justamente eso cuando me interrumpe.
Antes de que se me pase por la cabeza mandarlo a la mierda, se levanta y niega con
la cabeza.
Me siento mareado ante la velocidad con la que cambia de idea. O tal vez es la copa
llena de brandy que me he tomado. No importa la razón, cierro los ojos para detener el
mundo y no parezco ser capaz de entender lo que me dice desde la puerta a través de
los golpeteos que hay en mis oídos. Abro los ojos para encontrarlo mirándome
fijamente.
—Eran mis padres. Si no lo niegas, voy a pensar que lo sabías. O algo peor. —Su voz
se ahoga y aunque no puedo ver claramente su expresión, sí oigo la súplica en su voz.
115
Tal vez me maldeciré un millón de veces por permitirle obligarme a hacerlo, pero le
respondo. No puedo decir por qué, exactamente, excepto que preferiría ser odiado por
las cosas que he hecho que por las que no. Hablo sin mirarlo a la cara.
—Lo sabía. Traté de evitarlo. Tu padre no… —quiso escuchar, estoy a punto de decir.
Se me ocurre que sí escuchó. Y que no debió haberlo hecho.
Mi estómago se hunde ante la idea, y me tapo la boca para evitar perder la comida
que me he forzado a ingerir hoy. Algo de mi instinto de conservación razona que no
podría haber sabido que había sido Pettigrew y no Black. Pero fui yo quien fue a él.
Quien lo convenció de no confiar en Black. Le mostré la marca. Nunca olvidaré la
mirada de disgusto en su cara. Traición. Falta de creencia. Arrogancia.
—¿Severus?
—Hm —consigo emitir. Luego me doy cuenta que me he detenido a mitad de frase.
—¿Estás bien? —Se abre paso hacia el otro lado de la habitación, y me alcanza para
retirarme el cabello de la cara que cae de nuevo obstinadamente.
—Vete. —Me levanto, obligándolo a dar un paso atrás. Alcanzo a sostenerme contra el
escritorio.
—Severus, ¿estás…?
—Estoy bien, Potter. Sal de una puta vez —gruño, empujándolo con una firmeza que
debería agradarme más de lo que lo hace.
El dolor que veo en sus ojos mientras me vuelvo hacia él me enfurece. No tiene
derecho a estar lastimado. Fue él quien decidió terminar con esto. Y seré maldecido
antes de permitirle que me haga sentir culpable por eso.
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Me ha llevado dos meses reconstruir la vida que llevaba antes de que el la invadiera.
Uno podría olvidar que ha estado aquí, si no fuese por la silla y la copa que se han
convertido en una parte de mi existencia diaria tan importante como mi varita, y que a
duras penas lo traen a mi mente ahora. El escritorio se ha ido, la otra silla está vacía y
las sábanas están ya libres de nuestras transgresiones. Él mismo se ha fundido entre
la multitud de tontos detestables que pululan en esta escuela.
Yo estoy… bueno, nunca he sido feliz, pero la amargura general que había teñido mi
vida durante más años de los que él ha estado vivo se ha restablecido, y me recuerda
que de todos modos prefiero estar solo.
116
Los pasillos del castillo casi vibran de quietud después de medianoche. En las raras
ocasiones en que encuentro una criatura, viva o muerta, es fácil mandarlo
arrastrándose al lugar de donde vino. Hay algo de poder que uno consigue cuando
hace que sus pasos resuenen contra las piedras. Las sombras escuchan, los retratos
abren los ojos perezosamente, los ecos resuenan para hacerlo sentir a uno más
grande que la vida.
He dejado de esperar encontrármelo en los pasillos, tropezarme con una figura tapada
por una capa. Deliberadamente me he rehusado a usar mi mapa, porque no me
importa lo que él haga por las noches. Y si está en los pasillos después del toque de
queda, dejaré que alguien más lo atrape. Él ya no es mi preocupación. Ya no es mi
problema.
Ya no es mío.
Cuanto más camino, menos cansado estoy. Me pregunto, tal vez, si una poción para
dormir sea más útil esta noche, por mucho que deteste utilizarlas. Pero algo suave.
Dormir sin sueños, tal vez.
Estoy listo para descender cuando noto un zumbido eléctrico que identifico como un
hechizo silenciador… que, por lo general, sólo puede significar una cosa. Sonrío con
siniestra satisfacción y doy un paso hacia la puerta cerrada. La magia lame mi piel
cuando mi mano alcanza el pomo. Silenciosamente, lo giro y abro la puerta para
revelar una especie de almacén. Respirando hondo, llego al borde del hechizo para
encontrarme con los sonidos trabajosos y acalorados de una respiración. Un armario
grande bloquea mi vista de la escena. Le doy la vuelta.
A primera instancia, la imagen no queda registrada: piel pálida, cabello oscuro rebelde,
una cicatriz rosada que atraviesa la mitad derecha de su espalda, pálida ahora por la
luz azul que llega de una ventana cubierta de polvo. No es hasta que su voz penetra el
aire rancio, despejando el pesado silencio, que mi mente vuelve al presente. Mis
pulmones se expanden dolorosamente, empujando al interior un aire que me gustaría
ignorar.
Doy un paso, y mis botas raspan sonoramente la piedra. Ambos niños saltan y se
giran, uno de ellos escurriéndose casi cómicamente a una esquina. El otro se queda
quieto, estúpido. Sonrojándose visiblemente incluso con esta luz.
—¡Profesor!, nosotros…
117
Pero se supone que debo decir algo.
—A las Salas Comunes. Ya —digo, con una voz demasiado ronca para ser mía.
—Ni siquiera nos ha quitado puntos —escucho susurrar al otro chico—. Creo que se
ha ablandado.
Salgo del límite del hechizo y de alguna manera regreso a mi habitación, sin saber qué
camino he tomado.
Traducción: Loves
118
CAPÍTULO 9 – SECRETOS
Uno que se confirma cuando entro por la puerta para ver tres sillas frente al escritorio.
La cabeza de Sirius aparece tras un alto respaldo. Se levanta y hace como si fuese a
dar un paso hacia mí, pero se detiene. Ni siquiera necesito ver quién se sienta en la
silla de la izquierda. Noto su presencia. No se gira.
—Buenas tardes, Harry —me saluda Dumbledore, con una sonrisa que no parece
alcanzar sus ojos. Mi propia mirada cambia para observar bien a Sirius. Sus ojos están
inyectados de sangre y la esquina de su boca se curva difícilmente, por lo que le
cuesta mantener la sonrisa. No tengo que mirarlo a él. Ya sé qué aspecto tendrá.
Imagino su expresión como la misma que ha tenido en las últimas semanas. Fría.
Muerta.
Aunque me hubiese gritado, creo que no me habría sentido tan enfermo. Casi quiero
estar enfadado con él. Celoso. Incluso resentido. Puedo soportar su odio. Su apatía,
no. La forma en que me mira como si no estuviese en su presencia. Preferiría que las
cosas regresaran a la forma en que eran antes. Antes de todo, cuando él me
detestaba y yo estaba convencido de que estaba intentando matarme. Al menos eso
era algo.
No como esto.
—Señor Potter —dice, sin mirarme realmente. Sus ojos se posan sobre mí, pero no
están enfocados. Se gira de nuevo para mirar al director. Me siento.
Debería haber ido tras él. Tal vez habría cambiado todo si pudiera haberle explicado
que no fui yo a quien vio esa noche, sino a alguien que estaba intentando ser. Que
Jeremy, y Eric, y Thaddeus, y todos, no eran mis amantes. Eran chicos que estaban
tocando a otro chico que ni siquiera yo conozco.
—Harry, hemos estado discutiendo los planes para el verano, y nos sentiríamos más
tranquilos si pudieras pasar la primera parte de tus vacaciones aquí, en Hogwarts.
119
Lo miro a él, y después a Sirius. Ninguno de ellos me mira. No directamente. Respiro
profundamente y mis ojos se encuentran con los de Dumbledore.
—¿Por qué? —pregunto, sabiendo muy bien que no conseguiré respuesta. No una
sincera.
—Es sólo hasta después de tu cumpleaños —dice. Su voz está extrañamente rota,
noto—, sólo para estar seguros. Si te pasara cualquier cosa, nunca me lo perdonaría.
Mi magia todavía no es lo que debería ser. No quiero correr ningún riesgo. —Mira a
través de mí, para luego dirigir la vista a Snape y a Dumbledore y de nuevo a sus
manos.
Me pongo una sonrisa valiente, como quien se pone una máscara. No hay motivo para
que los dos nos sintamos como una mierda.
—Está bien. Lo celebraremos después —digo, con más alegría que la que en verdad
siento. Hago una mueca ante mis pobres habilidades para actuar. Por fortuna,
Dumbledore se aclara la garganta para salvarme.
—Si eso es todo —dice, y no espera respuesta antes de caminar hacia la puerta. Yo
también me levanto, seguido por Sirius.
Me doy la vuelta y salgo del despacho. Me obligo a mirarlo a los ojos cuando paso a
su lado. Le ofrezco una pequeña sonrisa.
120
Creo haber visto la esquina de su boca moverse un poco hacia arriba. Paso el resto de
la noche fingiendo que no han sido imaginaciones mías.
------------------------------------------------------
Salgo del pasillo de la oficina de Dumbledore pesando trescientos kilos más que
cuando he entrado esta tarde. Oigo los pasos asimétricos de Black detrás de mí. Casi
he llegado a la entrada al Gran Comedor cuando sus pasos se detienen. Deja salir un
suspiro ahogado. El sonido rechina por mi odio inherente a este hombre, enterrando
algo que se parece sospechosamente a la compasión. Contra mi propio juicio, vuelvo
la vista. Él observa el vacío.
No importa.
Por muchas veces que haya querido ver a Sirius Black humillado y desgraciado, no
estoy preparado para el vacío que hay en su voz. Como tampoco lo estoy para la
miseria en su cara cuando me vuelvo a mirarlo.
—Lo suficiente como para haber aprendido a ignorarlo —respondo. Asiente de nuevo
y yo intento escapar una vez más. Mi pie, posicionado para descender, se resiste a
caer. Suspirando suavemente, me giro de nuevo.
Quiero asegurarle que su ahijado todavía es su ahijado a pesar de cualquier otra cosa
que también sea. El niño, como tal, no ha cambiado. Todavía sigue siendo el
condenado Harry Potter, el eterno cabeza hueca, el idiota valiente, el maldito niñato
encantador que siempre ha sido. Pero las palabras no salen. En vez de eso le
devuelvo la misma expresión atontada que él me dirige.
Cuando no dice nada más, me doy la vuelta y sigo andando. Voy a medio camino por
las escaleras cuando escucho sus pasos inseguros detrás de mí. Entro al Gran
121
Comedor y tomo las escaleras que llevan a las mazmorras. Es cuando bajo al pasillo
que me doy cuenta de que aún me sigue. Me vuelvo hacia él con una ceja levantada.
—Yo… —dice estúpidamente, y luego niega con la cabeza. Mira por encima del
hombro como si las respuestas a un acertijo que le ha estado quebrando la cabeza
estuvieran ahí. Estúpido. La respuesta yace en el fondo de una botella de licor.
Tomo aliento profundamente mientras abro la puerta y miro por encima del hombro
para verlo venir detrás de mí, moviéndose como un sonámbulo. Me hago a un lado y
aparto la vista cuando cruza la entrada hacia mi sala de estar. Cierro la puerta detrás
de nosotros y me dirijo inmediatamente a mi licorería personal.
—Toma. —Le paso una copa de escocés. La acepta con ambas manos y luego mira el
líquido. Después de un momento, me da las gracias. No puedo evitar notar que su
agradecimiento va más allá que lo que merece un vaso de escocés.
Se sienta en esa silla. Aprieto los labios y no digo nada; me siento en la otra silla. Con
éxito evito deslizarme al suelo con igual rapidez. Probablemente sería más cómodo.
Ninguno de los dos habla. Sospecho que no se ha dado cuenta realmente de donde
está. Yo estoy tratando de ignorar esa idea… sin mucha suerte. Comienzo a
preguntarme qué demonios me ha poseído para invitarlo aquí. No seré capaz de
ofrecerle consuelo. Ni siquiera tengo el interés que eso requiere. Silenciosamente
hago juramento de no volver nunca a actuar por compasión. Hubo un tiempo en el que
no habría tenido que hacer esa promesa.
—Dioses, ese pobre niño. —Por supuesto, cuando finalmente habla, dice algo
estúpido. Supongo que no debí haber esperado más. Hago una mueca, pero me
muerdo la lengua.
Para ser justos, escuchar el destino de ese niño de nuevo ha logrado recordarme lo
precariamente que se agarra a la vida. Black acaba de oír la noticia por primera vez.
Imagino que debo permitirle estar petrificado.
»Quiero decir… joder. —Se restriega la cara con una mano mientras traga el
contenido de su vaso. Parece haber olvidado mi presencia por completo. Prefiero que
se quede de esa forma. Cuanto menos tenga que hablar, mejor. Él niega lentamente,
mirando al fuego—. ¿Y ahora qué se supone que hago?
122
Suspiro, irritado. Inmediatamente lamento haberlo hecho, ya que el sonido llama su
atención. Me mira y se tensa defensivamente. Casi puedo oír cómo trata de encontrar
alguna forma de que esto sea culpa mía. Entrecierro los ojos y me preparo para
desbaratar sus acusaciones.
—Supongo que harás lo que yo he hecho. Olvidar todo el asunto hasta que sea
necesario pensar en ello —digo, aplaudiendo mi reserva de tranquilidad. Milagrosa,
realmente, dadas las circunstancias.
Me mira hasta que me doy cuenta de que se ha vuelto catatónico. Casi estoy listo para
empujarlo con algo cuando asiente.
—No sabía que esto fuese una competición. Si te sirve de consuelo, habría preferido
no saberlo nunca.
—¿Por qué tú? Quiero decir… ¿Por qué te lo dijo? —pregunta. Parece como si
estuviese tratando de dilucidar la lógica de Dumbledore. Como si el hombre alguna
vez actuase con lógica. Resoplo.
—Si alguna vez lo averiguas, asegúrate de contármelo. Aunque sospecho que tiene
algo que ver con el hecho de que tú anduvieras jugando al fugitivo —espeto. Estoy
más que decepcionado ante la falta de respuesta por su parte hacia mis ataques.
—Ni siquiera te cae bien —dice a sus rodillas, tratando al parecer de encontrar
solución al problema.
—No necesitaba caerle bien a nadie. La gente a la que caía bien era la que lo estaba
matando. Yo lo entendía. Eso era suficiente.
—Muy bien —digo, tragándome mi autodesprecio. Así que esto es volverse viejo.
123
Río y sacudo la cabeza.
—El caso es que cuando le sea dado el conocimiento de lo grave que es su condición,
no recurrirá a ti —digo finalmente, complacido de escuchar al menos un poco de
malicia en mi voz. Casi suspiro, aliviado de no haber perdido mi capacidad para ser
cruel.
—Supongo que piensas que acudirá a ti en busca de apoyo —espeta. Una parte de mí
se pregunta si él también está aliviado de que hayamos vuelto a nuestros papeles
usuales.
Como si hubiera necesidad de expresar eso en voz alta. Pues claro que no debería ser
yo. No pedí el trabajo, y estaría mejor si nunca hubiese caído en mi regazo. Podría
lloriquear felizmente por rencores de hace tiempo, en vez de pasar cada jodida noche
lloriqueando ante los recuerdos sensuales de su presencia.
—Bueno, ha sido una charla verdaderamente agradable, pero me temo que debo
pedirte que te vayas. Parece ser que voy a dedicar otras vacaciones que me he
ganado con el sudor de mi frente haciendo algo que no debería hacer, y me gustaría
pasar solo el poco tiempo que me queda.
—¿Por qué terminaron las sesiones de estudio, Snape? Qué pasa, ¿ocupaba
demasiado del tiempo que empleas en beber?, ¿es eso?
—Sí, eso debe de ser. O tal vez fue él quien las terminó para tener más tiempo para
su acuciante vida sexual, pero creerás lo que desees creer. Ahora, si no te importa…
—Abro la puerta y hago un gesto para que salga.
124
—No me ha dicho nada de estar…
—No seas imbécil. Se fue porque se sentía lo suficientemente bien como para irse.
Deberías estar celebrándolo. Ya no me necesita.
—Bueno, pues no vas a encontrarlo aquí. Tal vez deberías probar en su habitación —
espeto, señalando una vez más al pasillo.
Por fortuna, esta vez funciona. Casi guardo esperanzas de que se vaya sin decir una
palabra más, hasta que se detiene frente a mí.
—Él confía en ti, Snape. Merlín sabe por qué, pero no confía en mucha gente. Sólo…
no dejes que le pase nada. Por favor.
Lo miro salir de la estancia y cierro la puerta. Mirando alrededor, decido que lo primero
y más urgente que tengo que hacer es organizar los muebles. Y luego montones de
licor.
------------------------------------------------------
—¿Quiénes?
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Me detengo frente a la puerta de Lupin. Venía sin intenciones de espiar, pero… lo
hago.
—Tal vez es por eso que se escondieron. Sabían que Voldemort estaba tras ellos.
Tras Harry.
—Ellos no sabían esto. No podían saberlo. —La voz de Sirius se rompe y lo escucho
suspirar—. Soy su maldito padrino, Remus. Tenía derecho a saberlo.
—Ellos no. Dumbledore debería habérmelo dicho. Ciertamente tengo más derecho
que Snape.
—No empieces otra vez. Honestamente, el único de nosotros que tiene derecho a
saberlo es Harry.
Espero que alguien diga algo. Que me digan que me largue o me digan la verdad,
llegados a este punto no me importa. Cualquiera que sea el secreto, es la razón por la
que Sirius estaba actuando de forma tan extraña ayer. Es la verdadera razón por la
que no iré a casa este verano.
Después de un largo e irritante momento en el que queda muy claro que nadie me va
a decir nada, salgo, sin dirigirme a ningún lugar en particular. Oigo a alguno de ellos
decir mi nombre, pero estoy demasiado enfadado como para que me importe.
Casi seis años después de que hiciera mi gran aparición en el mundo mágico, todo el
mundo sigue sabiendo mucho más de mí que yo. Y, después de seis años, se ha
convertido en algo tedioso. Para poder aprender cualquier cosa, debo enfrentarme
literalmente con la muerte. Si la gente se limitara a decirme la verdad, nos ahorraría a
todos grandes cantidades de dolor y energía.
El problema con las caminatas largas es que te dan tiempo para pensar adónde vas. Y
lo último que necesito cuando voy a verlo es pensar en lo que el ir a verlo puede
126
significar. Para cuando mis pies pisan el último pasillo que me lleva a su oficina, estoy
menos seguro, y sólo la curiosidad me hace seguir caminando. Mi estúpido coraje me
abandonó en algún momento cerca del Gran Comedor.
Voy a entrar…
Mierda.
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Normalmente, el último día del periodo académico estoy de muy buen humor,
sabiendo que mañana a estas horas el castillo estará limpio de toda esa putrefacta
plaga que sufre diez meses al año. Los pasillos quedarán en silencio y yo en paz.
Incluso cuando en los dos últimos años he tenido que lidiar con él cuando el verano ha
avanzado; al menos tengo paz durante un tiempo, para prepararme.
Por supuesto que debí haberlo visto venir. Mi vida se ha desarrollado bien durante
demasiado tiempo. Y justo cuando pienso que me he deshecho del niñato, todas mis
esperanzas de relajarme durante un solitario verano caen en pedazos frente a mí.
Maldito sea Dumbledore. Maldito sea Voldemort.
O no.
Bloqueando la maldita realidad de que mañana sólo está a unas horas de distancia,
me concentro en calificar los últimos EXTASIS de este año. Mi concentración se ve
rápidamente interrumpida por la puerta de mi oficina siendo abierta. Levanto la vista,
para verlo con la cara roja y sin aliento. Antes de que pueda decir nada, sus ojos se
estrechan en un gesto inquisitivo.
—¿Le importaría ser mas especifico, señor Potter? ¿O debo tomar esto como una
sugerencia para lo que estaremos discutiendo a lo largo de las próximas tres
semanas?
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A pesar del sonrojo que veo aparecer a través de las facciones de su cara, ésta
permanece como una perfecta mascara de indignación.
—El secreto. Ése que todo el mundo sabe excepto yo. Tengo derecho a saberlo.
Me lleva un momento adivinar de qué demonios está hablando. El único secreto que
viene a mi mente es el que él no tiene por qué saber. Ciertamente yo no he dicho
nada. Dumbledore tampoco lo haría.
—Sev…
Llevo mis ojos hacia él, y se interrumpe. Exhala fuertemente y mira a lo lejos.
—No.
—¿Por qué?
—Por muchas razones. Una de ellas es que no quiero —digo firmemente, redirigiendo
mi atención a los exámenes en mi escritorio. No, no quiero. No puedo pensar en
ninguna otra cosa que sienta menos deseos de decir.
—Estás absolutamente en lo cierto. —La voz me sorprende, y alzo la vista para ver al
anciano en la puerta. Imagino que la cara de sorpresa de Potter no debe de tener
precio, pero está vuelto hacia el director, así que no puedo verla. Casi me río en voz
alta.
Pero no lo hago.
Me levanto repentinamente.
—Los dejaré solos —murmuro, recogiendo los EXTASIS en un intento por irme tan
lejos de aquí como sea posible de lo que imagino será una escena extremadamente
dolorosa y enfermizamente emocional.
—Siéntate.
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Dejo caer los papeles en el escritorio mirando con odio al viejo idiota antes de volver a
sentarme. Decido olvidar todas mis pretensiones y hundo la cara entre mis manos
directamente. Aunque soy totalmente consciente de que es imposible desaparecerse
en los terrenos de Hogwarts, planeo pasar todo el tiempo que dure esta conversación
tratando de hacer justamente eso.
—El profesor Lupin me dijo que escuchaste cierta conversación entre él y Sirius. Algo
bastante sorprendente, puesto que el profesor Lupin no debería saber nada sobre ese
tema —rechino los dientes. Puedo escuchar la sonrisa en su voz. Él debería estar
furioso—. Te hará feliz saber, Harry, que el profesor Lupin tenía mucho que decir en
cuanto a tu derecho a la transparencia total.
Lupin es gilipollas. Potter tiene derecho a vivir en bendita ignorancia. Y ahora, gracias
a esos a quienes les importa tanto, no lo tendrá más.
¿Y quién estará ahí para recoger sus pedazos durante las próximas semanas?
—Algunos secretos, Harry, están ahí para protegerte, porque simplemente no estás
listo para procesar esa información. El conocimiento es una gran carga si no estamos
adecuadamente equipados para manejarla de manera correcta.
—Con todo respeto, señor, que haya secretos sobre mí es lo que generalmente me
mete en problemas —dice Potter, con lo que suena a irritación cuidadosamente
controlada. Levanto la vista, no sin diversión.
Dumbledore sonríe.
—Tal vez estés en lo cierto. Pero aún mantengo la idea de que algunos secretos están
mejor si no se revelan hasta que sea absolutamente necesario.
—¿Qué error?
Yo, por otro lado, me estoy sintiendo mucho mejor ahora que veo que Dumbledore no
le dará información alguna. Y cuanto mas tiempo deje pasar sin decírselo al chico,
mayores serán las posibilidades de que yo no tenga que lidiar con lo que venga
después.
—No puedo decírtelo, porque no hay manera de que entiendas por qué es un error.
Potter se deja caer en la silla, haciendo un puchero. No puedo decir que lo culpe. Yo
mismo he sentido la necesidad de hacer eso en las numerosas conversaciones que he
mantenido con el viejo. Mis ojos se mueven en dirección a Dumbledore, que se ha
quedado en uno de sus silencios contemplativos.
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—Entonces, ¿cuándo estaré listo para saberlo?
Se lo va a decir.
—Entonces te dije que te respondería cuando sintiera que estás listo. La verdad es,
Harry, que esa pregunta tiene un rango de respuestas que van desde la simple
explicación de que Voldemort es un hombre siniestro, hasta otras muy complejas que
requerirían gráficas y cuadrantes para poder ser explicadas.
Potter junta las cejas. Yo levanto una. Mientras viva, no podré entender a este hombre.
Y nunca podré terminar de asombrarme de su habilidad para hablar de algo y a la vez
no decir nada. Suspiro fuertemente y me acomodo en mi silla. Esto podría llevar algo
de tiempo.
»La razón por la que tu familia fue su blanco, Harry, es que tu padre y tú sois los
últimos descendientes de la línea de Godric Gryffindor.
Una pausa sigue a la gran declaración de Dumbledore. Me lleva hasta el último gramo
de mi poder el evitar reírme histéricamente. Muevo las manos por mi cara para borrar
la insistente sonrisa.
—Ridículo —termino yo, e inmediatamente lo lamento cuando veo cómo los ojos de
Dumbledore me asesinan.
—Bueno, sí —Potter confirma, mirando al vacío con incredulidad—. Mató a mis padres
porque… Dios. —Veo como su asombro se transforma en ira—. Quiero decir, sabía
que estaba loco, pero eso es…
—No diría que está loco, Harry. Malvado, sí. Pero no es un loco. —Dumbledore se
levanta y me mira, guiñándome el ojo a través de las malditas gafas. Se ha salido con
la suya de nuevo. Llevo la mirada hacia Potter para ver cómo su cara se contorsiona
en preguntas sin fin mientras trata de buscar la lógica en la información que se le
acaba de dar.
—Me temo que debo regresar a mi oficina. He dejado una importante visita para la
hora del té esperando —dice, caminando hacia la puerta y abriéndola—. Sospecho
que a tus amigos les gustaría pasar algo de tiempo contigo antes de las vacaciones,
Harry. Severus. —Asiente de nuevo y luego desaparece, dejándonos al chico y a mí
solos con la tensión que según sospecho estallará de un momento a otro.
En cuanto él termine de digerir la última cucharada de mierda que le han dado para
comer.
130
—Habrían muerto —dice, después de un momento.
—¿Perdón?
—¿Me dirás cuál era el gran error que Sirius iba a cometer?
—Potter.
—Por favor.
Tomo aliento. Bueno, si insiste en estar más confundido, no haré nada por evitarlo.
—¿Por qué…?
Durante un segundo casi podría haber dicho que el ambiente era agradable. Y luego,
como si la comodidad en sí molestara a algún monstruo, el ambiente se vuelve denso
con el peso del pasado y de todas las cosas que nadie ha dicho durante demasiado
tiempo, sin explicación ni atención.
—Yo y las otras miles de personas que conocían a tu padre y a tu abuela —respondo.
Asiente.
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—Ya eras El Niño Que Vivió —sonrío.
Mis ojos se encuentran con los suyos durante un breve pero maldito momento, y luego
regresan a mis exámenes. Mi corazón late furiosamente.
Traducción: Loves
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CAPÍTULO 10 - REGRESO
—Hola.
—Señor Potter —dice, sin molestarse siquiera en mirar. Echo un vistazo alrededor de
la habitación para ver cómo ha cambiado todo. La cama está en la esquina del fondo,
junto a su escritorio, que ahora está cara a la pared. Unas cuantas mesas y estantes
que solían estar ahí se han movido. Mi escritorio, por supuesto, ha desaparecido. Las
sillas aún siguen ahí.
Culpa.
Tenía esperanzas.
—Puede poner sus cosas ahí —dice, señalando la que una vez fue su habitación y
ahora, al parecer, es mía.
Asiento, pero no me muevo. No puedo moverme. Siento náuseas y nervios, como los
que solía sentir cuando venías. Todo es diferente. Como si todo lo pasado se hubiese
borrado y ahora fuésemos completos desconocidos.
Pero eso no es verdad. Si fuésemos desconocidos no habría este lío entre nosotros.
Esto es culpa mía. Supongo que me lo merezco.
Dejo caer el baúl con un golpe seco. Creo oírle suspirar en la otra habitación.
Diría que lo siento, si creyera que eso ayudaría. Sí que lo siento. La mayoría de las
veces. No tanto el haber hecho lo que hice; lamento que él lo haya visto. Creo que la
diferencia no importa para él. Así que decirle que lo lamento sería como mentir. Y él lo
sabría.
Me dirijo a la cama y me acuesto, con el estómago lleno de ira, dolor, vergüenza y una
mezcla de otras emociones que he sentido durante meses. Casi deseo que nosotros
nunca…
No, no deseo eso. Lo que deseo es que se abra un poco más a mí. Que le importe lo
suficiente como para pedirme que me quede. Haber sido lo bastante inteligente como
para no haberme ido en primer lugar.
133
Lo que más deseo es regresar a como era todo antes, cuando este lugar era mi cielo y
él, lo único que importaba. Cuando sólo tenerlo conmigo era suficiente para hacerme
olvidar todo lo demás. Siento como si hubiese estado huyendo desde que me fui.
Supongo que llevo huyendo mucho tiempo. Pero antes, al menos, sabía hacia dónde
huía.
Oigo un golpe en la puerta y alzo la vista para encontrarlo mirándome, con esa
expresión más dura que la piedra que lo rodea. Me enderezo y sonrío débilmente, y mi
corazón late desbocado en mi pecho.
----------------------------------------------------
Por alguna razón, tener cuartos separados parecía buena idea hace dos días. La parte
de mí que formó esa pequeña estrategia todavía insiste en que mantenga la distancia
y haga todo lo que esté en mi poder para olvidar que el chico existe. No es una tarea
sencilla, ya que lo tendré que ver cada vez que tenga que orinar.
Una opción es infinitamente más probable que la otra, pero no quiero pensar en eso.
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Como si el mero pensamiento fuese un reclamo, mi vejiga se hace notar al instante.
Aprieto los dientes y bajo el vaso de escocés, invocando pensamientos secos. Abro el
libro por la sección de teoría de la animación. No hay tema más seco que éste, decido.
Cada palabra que mis ojos leen se convierte en líquido. Prácticamente las oigo gotear.
Me levanto, lanzando el libro con furia contra la silla, antes de caminar en dirección a
la puerta. Me tomo un momento para lamentar no haberle puesto a él en la habitación
principal antes de llamar suavemente. No hay respuesta. Pongo la mano
cautelosamente sobre el pomo y lo giro lentamente. Si está realmente dormido, lo
odiaré. Lo odiaré con la más profunda gratitud.
Abro la puerta y me deslizo al interior. Echo un vistazo y le veo de costado, con la vista
apartada de mí. No sé qué sentir. Lanzo una mirada despectiva hacia su nuca y me
doy prisa. Ya casi he llegado cuando le oigo reír.
Una vez me he recobrado del aire frío que es su voz vacía, me las apaño para
conseguir la amargura que inyecto en mi respuesta.
Es inevitable. Tendremos que hacer esto algún día, me digo, y luego me pateo mil
veces por haberme involucrado con un estudiante. Con él. Una vez tuve más cabeza.
Me echo agua en la cara y miro mi reflejo. Tengo una pinta lo bastante aterradora. Sin
duda, yo no querría hablar conmigo.
—Nunca he dicho que tenga que quedarse aquí —le digo secamente. Y no lo he
hecho. Sólo esperaba que él quisiera hacerlo.
—No quiero salir si vas a ignorarme. —Responde a mi dura mirada con la suya propia.
Hasta ahora, todo bien, me atrevería a decir.
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—Hazlo a tu modo, entonces —digo después de un momento, e intento escapar. La
puerta se va acercando, y casi me creo que va a funcionar.
—Lo siento.
—Antes que nada, ya me sospechaba que no querría que lo viera, señor Potter,
aunque me permito sugerir que la próxima vez haga usted uso de un hechizo sellador,
el cual tiende a ser mucho más efectivo que uno de silencio para evitar a los que
pasan por ahí. Segundo, su disculpa no es aceptada porque no tiene razón de ser. No
es el primer niño de dieciséis años que ha hecho uso de las habitaciones del conserje
para sus aventuras nocturnas. Y por último...
—¡Para! —Grita—. Deja de una puta vez de fingir que no te importo. ¿Crees que soy
estúpido?
—Mis disculpas. ¿Qué le gustaría que dijera? ¿Tal vez que he pasado cada noche
lamentándome en soledad y autocompasión, llorando hasta quedar dormido?
—No, sé exactamente lo que has hecho. Te has cogido unas cuantas borracheras y te
has convencido a ti mismo de que estás mejor solo. A duras penas has dormido; has
pasado las noches dando vueltas por los pasillos y los días en tu oficina, siempre que
no estabas dando clases o fingiendo que yo no existía.
—En otras palabras, he regresado a la vida que tenía antes de que usted se
convirtiera en mi problema. —Veo cómo mis palabras le hacen daño, y no me siento
tan complacido como pensé que estaría. De todos modos, le ofrezco una última
sonrisa llena de odio antes de dar la vuelta.
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—Días.
—¿Té?
Ojalá él lo intentara.
Tomo el té que me ofrece y me siento, para recordar inmediatamente por qué nunca
me siento en esta silla. Me deslizo hasta el suelo rápidamente, y lo veo mirar a otro
lado. Estiro las piernas para calentarme los pies frente al fuego. Había olvidado lo
jodidamente frías que son las mazmorras aquí. Sobre todo cuando uno duerme solo.
—¿Has dormido bien? —pregunto. Estúpidamente. Alza una ceja—. Claro —murmuro,
y me llevo el té a los labios.
Por muchas veces que haya estado en silencio junto a él, nunca ha sido tan doloroso.
Nunca tan… silencioso. Me cuesta cada milésima de la energía que tengo quedarme
donde estoy y no apoyar la cabeza en su rodilla. Después de tanto tiempo, parece
extraño que tenga los mismos impulsos. Como si nada hubiese cambiado. Me
pregunto cómo reaccionaría. Un maleficio. O tal vez ni siquiera me dejara llegar tan
cerca. Tal vez me pararía en cuanto viese que me acerco.
Trato de recordar cómo pasábamos el tiempo la última vez. Pero antes no había
deseos de hacer que el tiempo pasara más rápido y en momentos de inquietud…
bueno…
Me río.
—Está empezando a ser ridículo, ¿no? Quiero decir, no importa lo que pase… cuánto
nos esforcemos… bueno, aquí estamos.
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—Esto es ridículo desde hace ya mucho tiempo —espeta.
—¿Me odias? —La pregunta sale de mi boca antes de que la pueda parar. Espero con
terror su respuesta. Sin saber qué haré si dice que no. Se me ocurre lo extraño que es
desear que alguien te diga que te odia.
Sonrío suavemente.
Algo que parece una sonrisa se posa en sus labios brevemente, antes de
desaparecer.
—¿Quieres decir aparte de irritarte sin descanso durante las próximas semanas? No lo
creo.
—No me tientes.
Me mira.
—¿Tú no?
—Bastante.
Me río, y el sonido de la emoción detrás de eso rompe algo que ha estado entre los
dos estos meses pasados. Durante un horripilante instante. Creo que voy a llorar.
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—No volverá a pasar. —Las resquebrajaduras se han sellado, y la pared entre
nosotros vuelve a ser sólida. El silencio es pesado, absorbe los sonidos de la
respiración, mi corazón y mi mortecina esperanza.
Gruñe y se levanta para ir hacia el dormitorio. Oigo la puerta del baño cerrarse. Miro el
fuego y me pregunto dónde ha ido a parar todo el calor.
----------------------------------------------------
Las noches son lo peor cuando, acostado en mi cama, me imagino que le oigo
respirar. Creo que lo siento despierto, escuchándome. Sé que si voy hacia él, me
aceptaría. Si él viniese a mí…
—¿Profesor?
La palabra suena forzada. Con todo lo que ha pasado, podría considerarse ridículo
insistir en esa formalidad. Teniendo todo esto en cuenta, no hay forma de evitarlo.
Sólo desearía que escucharlo no me pusiera tan jodidamente enfermo.
—¿Qué pasa?
—¿Está dormido?
Oigo unos pies descalzos dirigiéndose a mi cama y levanto la cabeza para verlo
sentarse a mi lado.
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—No quiero dejar las cosas de este modo.
Touché.
—Y de todos modos no puedo dormir con toda esa mierda que me has hecho tomar.
—Esa mierda te ayudará a seguir vivo las próximas semanas. Por no mencionar que
evitará que conviertas mi habitación y a ti mismo en un desastre.
—¡Severus! Dios, ¿no puedes dejar de ser imposible durante un maldito segundo?
—No.
Los resultados de mi obstinación no podrían estar más alejados del propósito inicial y,
lo que es aún peor, el mocoso suspira con algo que se asemeja a la felicidad. No me
toca, aunque puedo sentir el calor que irradia. Su cabeza está a centímetros de la mía,
y cada vez que inspiro, mi hombro no toca el suyo por poco.
Esto es ridículo.
Trago algo que bien podría ser pánico o furia antes de hablar.
140
—Y yo voy a negarme. Cortésmente.
—Potter.
—Señor Potter, no se qué diablos piensa que está haciendo, pero lo maldeciré dentro
de tres segundos si no saca su terco trasero de mi cama.
—Ah, ¿sí? —dice, con nada del miedo que debería estar sintiendo—. ¿Dónde está tu
varita?
Una imagen de mi varita pasa por mi mente, colocada inútilmente sobre la cómoda, a
su lado. Otra imagen de mí pasando por encima de él para alcanzarla hace su
aparición. Suspiro en señal de derrota e interpongo más distancia entre los dos.
—Nosotros estamos bien. Nosotros estaremos aún mejor tan pronto como tú nos dejes
en paz de una vez.
—¡No estoy aquí para conseguir que te acuestes otra vez conmigo, Severus! —grita,
girándose y mirándome.
Mi boca se cierra ante la idea antes de que tenga la oportunidad de salir. Miro al techo
en un silencio resentido. No puedo hacer más.
—Quiero decir que te echo de menos a ti. Estar contigo. Y creo que tú también.
Porque no puedes estar con una persona todo el puto día y no echarla de menos
cuando dejas de hacerlo.
141
Reviso lo que acabo de decir y me doy cuenta de que puede que tenga razón. Cuando
sea un mago con todo su poder, no habrá nada más que yo pueda hacer por él. Todo
nos ha conducido a este momento. Y después…
—¿Por qué dices eso? —Se levanta sobre los codos y me mira con algo parecido al
miedo.
—Serás un adulto, más o menos. A lo mejor pasarás las fiestas navideñas con Black,
y luego te irás de la escuela. No habrá razón para que estés aquí.
Camino hacia mi almacén de licores y escojo una botella al azar. Para celebrar mí
condenada libertad. Miro hacia la cama de camino a esa silla y lo veo mirándome con
atontado entendimiento.
----------------------------------------------------
—Confío en que todo esté en orden —dice Dumbledore, sonriendo. Por supuesto, él
puede sonreír. No es quien se encargará de limpiar después de ataques aleatorios de
flatulencias mágicas durante una cantidad indeterminada de tiempo.
—Es posible que no conozca los planes de Voldemort, Severus —trata de consolarme
Dumbledore.
Por supuesto que es posible. También es posible que Voldemort haya cambiado de
filosofía, al ver el camino erróneo que ha tomado, y comience una nueva carrera como
representante de un mundo de paz e igualdad para toda la humanidad.
142
—Sólo podemos estar seguros de que está planeando algo —dice.
Planeando algo. Claro, por supuesto que lo está haciendo. Eso es lo que los Señores
Tenebrosos hacen. Planean. Conspiran. Si las fuentes de Dumbledore no pueden
aparecer con algo más que «está planeando algo», a lo mejor deberían abandonar el
camino del espionaje y hacer algo más adecuado con sus facultades mentales. Como
meterse en política.
Bueno, sería asesinado por traición antes de que pudiese decir Expelliarmus.
Me vuelvo para ver lo ridículamente pequeño que parece el crío, metido en mi viejo
camisón, el cual he sacrificado para la ocasión. Lo más seguro es que no lo vuelva a
ver. Imagino que en algún lugar del mundo hay una pila de camisones desvanecidos,
enviados ahí por magia accidental. Nunca sabré por qué la ropa es lo primero en
desaparecer. Debe de tener algo que ver con la inherente necesidad de un chico de
diecisiete años de estar desnudo.
Dumbledore ríe.
—No hay por qué estar nervioso. Estarás bien —le asegura. Con un guiño dirigido a
mí, añade—: Estás en buenas manos. —Dirijo al viejo murciélago una mirada de odio
que se tiene bien merecida, y él ríe de nuevo—. No quiero entreteneros más. Os
dejaré con lo vuestro. Severus, sabes cómo contactar conmigo si es necesario.
Me dispara una mirada profunda por encima de las gafas y me hace un gesto hacia las
habitaciones. Soy consciente del sólido círculo de metal que cuelga de una cadena
contra mi pecho. No es que sospeche que lo vaya a usar. Entre los escudos, los
hechizos de confusión, los hechizos disuasorios y, sin duda, los millares de
precauciones de seguridad de las que no sé nada, mi mazmorra es el lugar más
seguro del planeta. Si Voldemort se las puede arreglar para encontrar este sitio, no
hablemos ya de entrar, me parece que se merece dominar el mundo.
Por otro lado, tener a Dumbledore unido a un traslador instantáneo del cual tengo
absoluto control puede tener sus ventajas. Río inadvertidamente ante el genial
pensamiento de sacarlo del baño para hacer que aparezca, desnudo, asombrado y
goteando, en el piso de piedra.
Bueno, puede que no. Me estremezco ante una imagen que me perseguiría durante el
resto de mi vida.
Paso al lado de Potter para llegar a la habitación. Dumbledore nos desea lo mejor y
luego cierra la puerta. Un fuerte golpe de magia nos deja encerrados.
Me giro para mirar cómo el chico pasa el peso de un pie al otro con nerviosismo. Me
dirige una sonrisa incómoda.
143
—¡Ja, ja! Ahora te tengo atrapado.
—En efecto. Yo tendría cuidado si fuera usted, señor Potter. No me importaría atarle
mientras dure esta pesadilla.
Me sonríe.
—Suena divertido.
Levanto las cejas y abro la boca para responder, pero decido que mejor no. Estoy un
poco irritado por lo fácil que es caer en el mismo comportamiento inapropiado de
antes. Habiendo fracasado en el intento de convencerme para que salga de mi
obstinación, ha cambiado de estrategia. Ahora actúa como si nada hubiese cambiado
entre nosotros.
—Entonces te pido amablemente que te calles de una maldita vez para que yo pueda
descansar.
»¿Has hecho esto antes? —pregunta, interrumpiendo un largo silencio que me había
dado esperanzas de que no habría más conversación.
—¿Cómo funciona? Quiero decir… —Se calla, arrugando la nariz y ofreciéndome una
mirada implorante.
—Estás incoherente unos cuantos días y yo hago lo que puedo para que no nos mates
a ninguno de los dos.
144
—¿Matarme?, supongo que es posible. Pero cualquier hechizo que pudiese matarme
requiere más concentración de la que vas a tener. —Veo cómo la preocupación se
posa en sus facciones y siento que un resquicio de culpa se cuela entre la diversión—.
Todo irá bien, Potter. Aunque fueses tan poderoso como al mundo le gusta pensar,
estoy seguro de que puedo controlar los impulsos de magia que dejes salir. Aún no he
encontrado un estudiante al que no pueda manejar.
Y comienza.
Miro a lo lejos, ignorando los nervios que aparecen en mi estómago, y también la idea
de que parece que se esté corriendo. O más bien intento ignorarlo. Esa misma
expresión ha sido grabada a perpetuidad en mi conciencia desde la primera vez que la
presencié, hace un año.
Hace un año.
Es nuestro aniversario.
Río y niego con la cabeza ante mis estupideces. Comienza a respirar fuertemente y sé
que la primera ola ha pasado.
—Se volverá aún más extraño, te lo puedo asegurar —le digo, sin mirarlo.
—Puedes esperar picos como ése de manera intermitente durante las próximas horas.
Gradualmente se volverán más largos e intensos, hasta que pierdas la conciencia.
Me mira, atontado.
—No creo que pueda hacer esto —dice—. Me explotará el corazón, o me volveré loco.
Por desgracia, no estoy seguro de cómo me las arreglaré para verlo en un éxtasis
febril los próximos días. Tomo un sorbo de té y me pregunto cuál es la probabilidad de
que pase los próximos días sin masturbarme.
145
Después de que la emoción inicial haya pasado, volvemos a un silencio cómodo; lo
escucho tomar aliento y acomodarse en la esquina del sofá, extendiendo sólo un poco
las piernas. Me vuelvo para mirarle cuando siento su mirada sobre mí. Me sonríe.
Se ríe.
—¿Qué?
—Olvídalo.
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Parpadeo hasta deshacerme de la neblina de fiebre y energía de los últimos tres días,
cubierto de sudor y semen y Merlín sabe qué más. Siento el poder, salvaje dentro de
mí, listo para ser usado, corriendo por mis venas y cosquilleando a través de mi piel.
Extático. Eléctrico. Vivo.
—Mamá —digo, con la garganta demasiado seca como para hacer algo más que
exhalar la palabra.
—Estoy aquí, Severus. —Giro los ojos para verla levantarse de su silla en una esquina
de la habitación. Sus ojos cansados brillan con lo que imagino es orgullo. Me escudo
contra ello. Contra ella.
—Creo que estoy listo. Tal vez un bocado de algo, antes —sonrío.
—También querrás lavarte un poco, imagino. —Sonríe con cariño y coge un pedazo
de cabello sucio antes de conjurar con un hechizo una túnica para mí. La cojo,
levantándome. Una ola de poder casi me hace caer. Me siento de nuevo en la cama.
Pero sí que la hay. No sé cuánto tiempo tengo antes de convertirme en algo inútil.
Ella ríe.
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—Me gustaría tener mi varita, por favor —digo de nuevo, con la ira golpeando en mis
sienes.
Se para en seco, ojos muy abiertos y una expresión que parece conmoción antes de
convertirse en miedo. Yo la miro, petrificado, y siento mi ira convertirse en confusión y
luego terror cuando sus manos viajan en dirección a su garganta. Se está ahogando.
—¿Mamá? —doy un paso hacia ella. Eleva una mano para hacerme parar. Se me
ocurre que soy yo quien la está haciendo sufrir, y no sé cómo parar.
—Te quiero, Severus —dice, sin más, antes de volverse hacia la puerta, la cual se
abre a su orden con un suspiro una vez se deshacen las protecciones mágicas.
Sale de la habitación sin mirar atrás. Sabe dónde voy, pero no puedo permitirme
pensar en eso ahora. Arreglo mi túnica un poco más a mi alrededor, consciente del
hedor y suciedad que me cubren. Saco la varita de la manga y me aparezco en la
mansión Malfoy, donde Lucius y su padre me esperan para entregarme al Señor
Tenebroso.
—Severus.
Abro los ojos para verle arrodillado ante mí, desnudo a excepción de una sábana que
cuelga precariamente de sus hombros. Frunzo el ceño. Es imposible que haya
terminado ya.
—¿Potter?
Me dirige una sonrisa que me produce escalofríos, demasiado extraña en su cara. Sus
ojos parecen casi iridiscentes a la luz de la antorcha. Están extrañamente enfocados,
como si pasaran a través de mí.
147
—Severusss —susurra de nuevo, las sibilantes eses deslizándose a través de mí y
activando una instintiva señal de peligro, un recelo cauteloso. Busco la varita en mi
manga.
No está ahí.
Una risa baja resuena en la base de su garganta. Su sonrisa crece aún más ante mi
descubrimiento. Mi respiración huye ante la imagen. Parece malvado. O loco. O
ambas cosas.
—Harry, vuelve a la cama —digo, tocando los alrededores del sofá en busca de mi
varita.
—Dame mi varita —digo sin aliento, levantándome cuando él se aleja. Un haz de luz
plateada golpea el objeto en su otra mano, algo que no puedo ver. Nota mi atención y
esconde la mano detrás de la espalda.
Murmura palabras que no puedo entender. Siento la ola de magia llenar el aire y veo
una tenue luz iluminando al chico. Sus ojos desaparecen detrás de sus parpados,
dándome la esperanza de que perderá la consciencia de nuevo. Deja caer mi varita en
el suelo y cae hacia atrás.
Me muevo rápidamente, intentando recuperar mi varita, sólo para ser repelido por el
choque de lo que parece ser una barrera de electricidad que lo rodea. Parpadeo
estúpidamente mientras mi inteligencia lucha contra mi asombro por el control. Alzo la
cabeza desde el suelo para verlo mirándome.
—Di adiós, Severus. —Levanta lo que parece ser una copa rota, su boca dibujada con
un gesto siniestro.
El poder surge a través del aire y Dumbledore cae a su lado, encorvándose sobre él,
gritando palabras que no puedo entender. Y lo veo a él, en el centro de una mancha
en expansión que casi parece una sombra arrastrándose por el suelo. Su cuerpo
convulsiona y no puedo hacer nada más que mirar. Atontado y mareado. Petrificado.
Lo miro.
148
Lo estoy viendo morir.
Traducción: Loves
149
CAPÍTULO 11 – CULPA
Me quedo sentado en silencio, observando el fuego mientras ola tras ola de una magia
irreconocible azota el aire. Después de un par de horas he dejado de prestarle
atención, hallando esperanza en el hecho de que sigue ocurriendo. Mientras la magia
continúe, puedo estar seguro de que no todo está perdido.
Haber sido negligente con mi varita es lo que me jode. Ese descuido es imperdonable.
Trago saliva para luchar contra el escozor de la bilis en mi garganta y me pongo tenso
cuando oigo el sonido de los polvos flu. Black ha recibido mi mensaje. Si me mata, se
lo agradeceré.
—No lo sé.
150
—¿Está bien?
Mi garganta se cierra y mis ojos arden. Los cierro bruscamente y sacudo la cabeza
nuevamente.
Se precipita entre mi silla y la mesa de té, casi volcándola en su prisa por llegar a la
puerta. Me percato de la quietud en el aire. Una cierta falta de energía cuya ausencia
vacía lo que queda de mí. La puerta de la habitación se abre de golpe.
—¡Dioses! ¡Harry!
—¡Harry! —escucho gritar a Black nuevamente. Mis oídos se aguzan para intentar oír
cuál será la respuesta de Dumbledore. ¿Consuelo? ¿Seguridad?
No oigo nada.
Escucho los pesados pasos de Black detrás de mí, y me vuelvo. El chico cuelga
fláccidamente en sus brazos.
—Albus —digo débilmente, cada hálito de vida en mi cuerpo perdiendo las fuerzas al
mismo tiempo. Caigo al suelo junto a él. Sus ojos se desvían hacia mí, azul vacío y
acuoso. Me aferro desesperadamente al pequeño movimiento y a la esperanza que
ofrece. Mientras lo elevo del suelo, me enferma ligeramente el hecho de que mi túnica
se pega a mis piernas, viscosa.
151
Reparo en mi varita tirada en medio del desastre. Paso por encima de ella y llevo al
anciano al hospital.
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Black se pasea a lo largo de una pared llena de ventanas, esperando cualquier noticia.
Lupin se sienta en silencio con un aire de tal calma y paciencia que me dan ganas de
golpearlo. Yo no debería estar aquí.
No puedo regresar.
—Está vivo, Severus —oigo decir a Lupin. Levanto la mirada para verlo observándome
con lo que parece ser preocupación. Trato de bufar, pero no lo consigo. Desvío la
mirada. No quiero que nadie me consuele.
—El caso es que no debió haber sucedido. ¡Tú estabas ahí para asegurarte de que no
pasara nada así! —me grita Black.
Suprimo cualquier estallido de indignación que surge ante su ataque. Tiene toda la
razón.
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—Se suponía que lo protegería —sisea, su voz quebrándose bajo la presión de una
emoción pobremente suprimida.
Una explosión de risa nace desde la fuente del amargo odio hacia mí mismo.
—No hice nada. Me senté ahí estúpidamente mientras el chico se cortaba la garganta.
Lo vi desangrarse mientas Albus casi se mataba para salvarlo. No hice nada.
Nada. Estaba aturdido por una estúpida defensa que un maldito cuarto año podría
haber superado, y probablemente yo también, de no haber dejado mi jodida varita a
disposición de un crío demente.
—Debería salir de ésta. Lo tengo sedado mientras su cuerpo regenera la sangre que
ha perdido. En circunstancias normales no llevaría mucho tiempo, pero debido a lo que
su cuerpo ha sufrido las últimas veinticuatro horas y a que no ha comido desde hace
días, costará más que la poción haga efecto. —Sacude la cabeza—. Es la persona
con más suerte en el mundo, o la persona con menos suerte. Por mi vida que no lo
puedo decidir. —Se apoya contra el umbral de la puerta y se acomoda un molesto
mechón de cabello.
—Está exhausto. Y es el paciente más imposible que jamás he tenido la mala fortuna
de cuidar. A pesar de lo enfermo que está, tiene suerte de que esto no lo haya
matado.
—Entiendo que Albus sea un actor consumado, pero seguramente ustedes han
notado… —Resopla, impaciente—. Bueno, supuse que no lo demostraría. Él
no cree en la enfermedad, según dice. Por favor. Merlín ayude al espíritu cuyo trabajo
sea convencer al hombre de que está muerto.
153
—Está viejo, señor Black. Lo admita él o no. No le quedan fuerzas para salir corriendo
a salvar el mundo. Aunque debo decir que el señor Potter debe agradecer que Albus
no lo haya aceptado. Ahora está durmiendo, y si lo hiciéramos a mi manera, debería
guardar cama durante el verano. Pero no me creo capaz de lograr ese milagro —
suspira—. De todas formas, no sirve de nada que ustedes se queden aquí sentados.
No voy a dejar que nadie entre a ver a ninguno de los dos esta noche.
—Harry está listo y bajo un sueño reparador. Yo estaré ahí para vigilarlo.
—Sí que es posible, señor Black —insiste Pomfrey—. Harry es ahora oficialmente un
mago adulto... a pesar de sus esfuerzos por no volver a ver el día.
—Pero… no puede...
—El chico acaba de sobrevivir a otro roce con la muerte. Así que por favor, sea feliz
porque está vivo y no albergue ninguna expectativa sobre su poder. Buenas noches,
caballeros —dice, con la cara roja. Se gira bruscamente y se va.
Black mira hacia la puerta con una expresión desconcertada. No puedo decir que yo lo
esté haciendo mejor.
—Supongo que todo esto puede haberlo detenido de alguna manera, ¿no? —dice
quedamente.
—No lo sé —digo. Pero no lo hizo. No puede ser. Incluso Longbottom estuvo fuera de
combate un día y medio.
Por supuesto, no se me ocurre nada para explicar cómo pudo estar lo suficientemente
lúcido para…
—¡Sirius!
—Black, ¿cuántas liberaciones has supervisado? —Me lanza una mirada asesina.
Continúo—: Puedes estar seguro de cuándo ha comenzado. Puedes estar seguro de
cuándo está terminando. Los pasos individuales de liberación e integración son
imposibles de determinar —digo, mi voz inestable con el esfuerzo de elevarla—. Así
que no, no puedo decir si la liberación ha acabado o no. Pero puedo deciros que de
154
alguna manera él estaba lo suficientemente consciente como para ser capaz de coger
una varita, romper una botella y cortarse la puta garganta. Algo que un mago a media
liberación no habría sido capaz de hacer.
—El caso es que cualquier hechizo de control mental requeriría que él estuviese
lúcido, cosa que no habría sido posible mientras se liberaba —digo, refrenando mi ira y
redirigiéndola hacia el objetivo apropiado.
Yo mismo.
»Ahora bien, según lo veo yo —comienza Lupin después de que las cosas se hayan
calmado—, sólo hay dos explicaciones posibles: un hechizo de control mental, o
posesión.
—Ninguna de las dos es factible. No hay hechizo que pueda haber atravesado todo lo
que custodiaba mis habitaciones. ¿Y debo recordarles que la posesión es algo que
sólo los espíritus son capaces de hacer, y Voldemort está bastante vivo?
—¿Hay alguna manera de que haya utilizado su… el…? —Black deja la frase en el
aire, mordiéndose la lengua.
—No lo sé —digo quedamente—. Pero si ése fuera el caso, ¿por qué no lo había
usado anteriormente?
—Tal vez necesitaba que Harry estuviera incoherente —dice Lupin—. Tendría sentido.
Para que una posesión sea posible, la víctima necesita estar en un estado de
disociación. Tal vez éste es el caso. —Me clava la mirada firmemente, retándome a
probar que está equivocado—. Y aunque es cierto que está vivo, Severus, él se las ha
arreglado anteriormente para ir más allá de lo conocido. No creo que haya utilizado
magia que conozcamos.
Suspiro y admito ante mí mismo que no le falta razón. Pero si eso es verdad, entonces
no tenemos esperanza de adivinar qué es lo que ha hecho exactamente. Si la magia
que ha utilizado recae en la falta de disponibilidad del cerebro de Potter, entonces
sería lógico asumir que no sucederá nuevamente. Aunque es una insensatez dar por
hecho que el chico está a salvo.
155
Algo que desearía haber comprendido hace unas cuantas horas.
—Fuera lo que fuera lo que Voldemort estaba haciendo, no quería que lo molestaran.
Todo el lugar estaba repleto de dementores —dice Black, y levanto la mirada para
verlo temblar levemente—. Quiero decir… sabía que estaba planeando algo, pero
esperaba… un ataque o…
Dementores.
—Ya lo sabe. Voldemort tiene unos cuantos entre sus tropas, los usa como guardias.
—Pero ¿cómo…? —Detengo a Lupin con una mirada significativa. Abre mucho los
ojos, y su frente se arruga bajo el peso de cientos de preguntas lógicas. Queda en
silencio.
—Entonces, piensas que tal vez los haya utilizado para conectar de alguna manera
con Harry nuevamente.
—Creo que es bastante posible —suena una voz débil y rasposa desde la puerta.
Todos nos giramos para ver a Dumbledore apoyado contra la pared. Tal vez hubiese
estado tentado de reír ante lo ridículo que está con una bata blanca de hospital, con un
vívido estampado de globos flotando, pero estoy demasiado sorprendido por lo frágil
que parece. Parece que todo su poder está en los incontables pliegues de sus túnicas.
Me pongo de pie rápidamente, queriendo ofrecerle mi ayuda. Black se me adelanta. Le
ofrezco mi silla en su lugar.
—Albus, Poppy nos matará si te encuentra aquí —dice Lupin, con una pizca de
reproche tras su divertida sonrisa.
Dumbledore suspira.
—Es bastante insistente, ¿no es así? Pero la he convencido para que me dé un poco
de tiempo —ríe débilmente entre dientes. Desvío la mirada, incapaz de enfrentarme a
la imagen frente a mí. A pesar de todas las veces que he deseado ver muerto al viejo,
enfrentarme con la perspectiva de que se cumpla mi deseo hace que me ponga
enfermo. Por muy exasperante que sea, el mundo lo necesita.
Mi atención vuelve a él cuando siento la presión de una piel delgada como el papel
contra mi mano. Él la aprieta, mirándome.
—No habrías sido capaz de detenerlo, Severus. Ninguno de nosotros podría haber
previsto esto —dice. Aparto la mano. Se equivoca, por supuesto. Pero nunca he tenido
la energía ni la voluntad de contradecirle—. Antes de que Poppy venga y me obligue a
volver a la cama, hay unas cuantas cosas que me gustaría que hicierais. Sirius, por
favor, ponte en contacto con todos y haz que se reúnan conmigo mañana en mi
despacho. —Alza una mano para detener cualquier protesta de Black—. El chico
156
estará bien hasta que regreses. Creo que Voldemort se verá bastante contrariado al
averiguar que ha perdido esta oportunidad, y le costará algo de tiempo trazar otro plan.
Así que ve. Por favor.
Black inspira profundamente y tensa los labios. Hay que decir a favor de Black que
Dumbledore le ha asegurado la seguridad del chico anteriormente. Escasean las
razones para creerle ahora. Hago una pausa durante un momento para maravillarme
por lo absurdo de que me esté poniendo de parte de Black en algo.
—Remus, me gustaría que recopilaras toda la información que puedas encontrar sobre
posesión y proyección de conciencia. Y te estaría agradecido si pudieras escribir a
Minerva y pedirle que venga a Hogwarts.
Lupin se pone de pie y asiente. Me ofrece una sonrisa antes de reunirse con Black en
la puerta.
No tengo mi varita.
—Ah —dice, asintiendo. Una sombra de desaprobación cae sobre su rostro. Mi labio
se curva con amargo odio hacia mí mismo—. No importa. —Asiente hacia la tetera—.
Ya lo sirvo yo.
Me inclino hacia delante, dejando la tetera vacía y una taza vacía junto a él,
preguntándome vagamente por qué no conjura esa cosa él mismo. Aunque si con
mirarlo consigo alguna indicación, es probable que sea porque simplemente no tiene la
energía para hacerlo.
Se ha relajado visiblemente para cuando llena su taza. Acerca el objeto hasta sus
labios y me mira fijamente por encima de su taza.
157
—Tú tampoco eres exactamente la imagen de la salud perfecta.
Lo dice con la misma gravedad con que diría “no me encuentro muy bien”. No hay una
pizca de reticencia en su voz. Ni un ápice de resignación. Habla como si fuera una
decisión consciente.
Trago saliva con dificultad y tenso los puños hasta que siento las uñas clavarse en mi
piel. Asiento brevemente pero no le miro a los ojos.
—Quiero que sepas que los sucesos del día no tienen nada que ver con ello —dice—.
Lo sé desde hace tiempo. Estoy viejo y ya es hora.
Por supuesto, tenía que pasar. La gente muere. Tan sólo esperaba que él se las
arreglara para sobrevivir. Y ciertamente no esperaba que su muerte fuera tan…
tranquila. Que terminara como un héroe en un último enfrentamiento con Voldemort,
eso sí me lo habría imaginado.
Y aún así, es extrañamente apropiado que se vaya de esta manera, bajo sus propios
términos.
—No puedo… —Me atraganto—. No puedo decírselo, Albus. —En las décadas en que
he servido a este hombre, jamás le he negado nada. Pero decirle al chico que está…
Él sonríe afablemente.
—Por supuesto que no, Severus. Y no te pediría que lo hicieras. Sólo quiero que estés
preparado.
¿Preparado? La mera noción quiebra cualquier aflicción que hubiese tenido y brota
como un increíble bufido. Preparado. Para lo que seguramente será la destrucción de
la vida de un joven. Preparado. Para ver a alguien bajo un tormento mental que no
puedo ni desentrañar. ¿Cómo puedo estar preparado para eso?
»Había esperado retrasar esto un poco más. Permitirle a Harry asentarse con sus
nuevos poderes y daros tiempo para arreglar vuestras diferencias… —Me mira por
encima de sus gafas, deteniendo mi réplica de que no hay nada que arreglar.
Probablemente sea mejor no mentirle a un hombre moribundo, de todas formas—.
Pero parece que nunca hay tiempo suficiente. Y todo lo que tenía que ofrecerle al
chico, ya se lo he dado.
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Baja la mirada hacia el suelo y permanece así durante un largo momento. He vivido
las muertes de todos aquellos que me han importado. La de mi padre vino
inesperadamente, y nadie tuvo tiempo de reflexionar sobre qué significaría su marcha.
Cuando mi madre murió, me sentí casi agradecido de que ya no tuviera que soportar
la vida. Los Potter, James, unos cuantos amigos, ninguno de ellos me llenó con esta
especie de vacío que siento ahora.
»Pretendo decirle a Minerva todo lo que necesite saber con respecto a la situación, y
creo que puedo lograr convencerla de que lo deje a tu cuidado. Eso, si estás
dispuesto.
—Albus, el chico está postrado en esa cama de hospital, casi muerto, debido a
mis cuidados. En el mismo maldito lugar que estaba en este mismo momento hace un
año cuando estaba bajo mis cuidados. Seguramente podrás encontrar a alguien…
—En ambos casos, el resultado no habría sido diferente de haber estado él con otra
persona, Severus —dice con calma—. Y a menos que tú mismo no te sientas con
fuerzas suficientes para hacer el trabajo, no tendría reservas en dejarlo en tus manos.
»Lo único que sé es que si Harry busca a alguien después de enterarse, será a ti. Pero
si estás incómodo…
—Gilipolleces —digo, incapaz de reprimir mi rabia durante más tiempo. He pasado por
mucho esta noche como para dejar que algo tan mínimo como un hombre moribundo
me impida explotar. Gilipolleces, he dicho. Y luego me congelo, sin saber qué es
exactamente lo que le estoy negando. ¿Que estará a salvo conmigo? ¿Que me
buscará? ¿El que mi nivel de comodidad personal signifique algo para el viejo loco?
—Si hubieses pensado en mi comodidad, Albus, nunca habrías puesto al chico en mis
manos para empezar. —Ya está. Lo he dicho. He desgarrado la red de desconfianza
que el hombre ha estado hilando durante años.
Soy un cabrón.
Me mira con paciencia y tristeza. Me gustaría sacarle los ojos. Aprieto los dientes en
su lugar.
—Tú eras el único que podía conseguirlo, Severus —dice quedamente—. Te escogí
para entrenarle porque tú eras el único lo suficientemente cualificado para ello.
Cuando te hablé de su destino, lo hice para darte una oportunidad. Podrías haber
decidido perfectamente que no querías tener nada que ver con el chico. Pero sabía
que fuera lo que fuera lo que decidieras, serías capaz de mantener el secreto —
sonríe—. Un hombre tan viejo como yo no mantiene los secretos importantes para sí.
Es una medida de seguridad. Alguien tenía que saberlo en caso de que algo me
159
sucediera, y tú eras la única persona con quien podía contar. Pero estás muy
equivocado si piensas que nunca tuve en cuenta tus sentimientos.
Suspira antes de mirarme fijamente con una de esas miradas que te atraviesan el
alma. Me gustaría decirle que se largara, pero apenas puedo respirar. Toda mi energía
se enfoca en mantenerme quieto y no dar indicaciones de que me está afectando.
—Discúlpame si te digo que no me podría importar menos el alma del chico. Yo…
Frunzo el ceño, ahora completamente confundido y tal vez sólo un poco irritado de que
un hombre que hace unos momentos había proclamado estar muriendo pueda
arreglárselas para parecer tan malditamente pagado de sí mismo. Bufo.
—Sinceramente, Albus, ¿te parezco la persona adecuada para traer felicidad al alma
de nadie?
Sonríe.
Mi. Alma. Y el hombre tiene la audacia de mirarme así con esos ojos brillantes suyos,
como si estuviera seguro de que tengo alma.
Lo miro fijamente, pasmado, mientras mi cerebro conjura mil y una razones de porqué
este viejo es un completo lunático. Como no puedo decidirme por una sola, bufo
incrédulamente.
—Ridículo —escupo.
Me sigue mirando.
»Albus…
160
»El hecho es que la primera mañana que llegué a tu habitación y os encontré a los dos
allí, lo supe.
—Que tú... que los dos habíais encontrado la paz. —Parece bastante complacido
consigo mismo.
—La cuestión, querido Severus, es que dormisteis. —Alza una ceja—. Los dos
encontrasteis paz en el otro cuando no había nada más. Y estaría mintiendo si dijera
que no me causó gran satisfacción verlo. Te mereces esa paz, Severus.
Lo que está diciendo está mal en tantos sentidos que no sé ni por dónde empezar. La
completamente risible noción de que lo que he experimentado con Potter se vea
comparado con la paz podría ser un buen comienzo. Toda mi vida se ha zarandeado y
desencajado por culpa de ese miserable chiquillo. No me ha causado más que
preocupación que me roe el estómago y rabia desde que fui lo suficientemente
estúpido como para aceptar el trabajo de protegerle. Y aunque es cierto que tal vez
haya compartido unos cuantos momentos de calma junto a él… bueno, no era… yo no
lo llamaría paz. Y ciertamente tampoco felicidad. Más bien era…
Era…
De acuerdo. Pues lo llamaremos paz, a falta de una palabra mejor. Pero no tenía nada
que ver con él. Y lo que es más…
Lo asesino con la mirada para ver cómo me observa con una expresión satisfecha. Su
labio se curva en lo que muy bien podría ser interpretado como una mueca burlona, si
no fuera por el hecho de que nunca he visto a Dumbledore hacer muecas burlonas,
que yo recuerde. Me llega una compresión que me cala hasta los huesos y mi boca se
abre completamente.
Él lo sabe.
Todo.
Una parte lógica de mí toma la comprensión y la aplasta contra el suelo antes de que
encuentre el camino hasta mi boca. No hay razón lógica para sospechar que lo sepa.
Y sería insensato decir algo que sólo provocaría que muriera de un ataque al corazón
después de maldecirme hasta enviarme directo al infierno.
Que yo cometiera ese crimen estuvo mal, para empezar. Pero completamente
comprensible, dadas las circunstancias. Que él lo supiera, y que cerrara los ojos ante
el hecho de que estaba aprovechándome de mi estudiante, de un niño cuyo bienestar
era responsabilidad directa de Dumbledore…
161
Intolerable. Imperdonable.
En algún lugar recóndito de mi cabeza, soy consciente de que la rabia con la que
ahora estoy zumbando muy bien podría ser infundada. Pero cuanto más pienso en
ello, menos me sorprende. Y cuanto más lo pienso, más sentido cobra el hecho de que
él lo haya sabido todo el tiempo. Y no sólo no ha hecho nada para detenerlo, sino que
ha hecho todo lo posible por consagrarlo.
—No, Albus, no estoy bien. —Me tomo un momento para reunir algún fragmento de
calma dentro del torrente de ira que me sacude por dentro. Me froto el rostro con las
manos. No habrá confesiones en el lecho de muerte. Nada de secretos culpables
compartidos. Regresaré al tema que estábamos tratando.
—Hablo de amor.
—Tú lo sabías —digo, antes de lograr cerrar la boca. Y no lo lamento lo más mínimo.
Que me ataque. Puede ser su último gran acto antes de dejar el mundo.
—¿Cómo pudiste...? ¿Por qué...? —Todas las preguntas saltan a la vez, demandando
respuestas. Cierro la boca mientras trato de eliminar una.
—Severus, el chico estaba destinado a tener una vida muy corta en esta tierra. Yo no
iba a privarle del más mínimo bienestar que pudiera encontrar. Ni soñaría con
denegarte a ti la oportunidad de encontrar un poco de luz en la oscuridad con que
insistes en castigarte. No soy un hombre cruel. —Me lanza una mirada testaruda.
162
—No eres un hombre cruel. Me traes a un chico moribundo a mi vida, me permites
enam... —Inspiro profundamente y reordeno mis pensamientos antes de continuar—.
Si realmente crees que Potter ha traído felicidad a mi vida, entonces sólo me has
ofrecido una felicidad que está condenada a terminar. Si eso no es crueldad, Albus,
entonces no sé lo que es. —Me pongo de pie con intención de irme. O eso o matarlo,
pero ya que va a morir de todas maneras, no malgastaré mis energías.
—Severus —dice. Me detengo ante la puerta pero no me giro para mirarle—. Todo lo
bueno llega a su fin. Si te niegas a ti mismo la felicidad sencillamente porque es
temporal, vivirás una vida muy larga, y muy triste. Lo menos que podemos hacer es
disfrutar la paz mientras la tenemos.
----------------------------------------------------
—Adelante —ladro, preparado para defenderme contra quien quiera que entre por esa
puerta, ya sea hombre lobo, necio animago, o un lunático bastardo entrometido
aficionado a hacer de celestina.
—Hola, Severus —suspira, sus ojos suavizándose a pesar de que sus labios
permanezcan testarudamente apretados apenas cierra la boca—. Albus quería que
bajara y buscara unas cuantas cosas para llevarlas al ala del hospital. Parece ser que
el señor Potter se ha despertado. No hubo respuesta en tu habitación, así que pensé
que te encontraría aquí.
163
—Sus gafas. Algo de ropa. Albus planea hablar con él esta tarde —dice, con una
significativa inclinación de cabeza.
—¿Él…? —musito, evitando más discusión sobre el asunto. No quiero hablar de ello.
Ni siquiera quiero pensar en ello. Me pongo de pie y me dirijo al armario, sacando una
de las viejas túnicas del colegio que guardo para el probable caso de que se
desintegre la de un alumno de mi clase. Vuelvo y la dejo en sus manos antes de ir
hacia mi abastecimiento de pociones y coger una para la vista que tenía del verano
pasado. La sirvo en un cáliz y la olfateo para asegurarme de que aún está en
condiciones.
Lo está.
—Esto debería ser suficiente por el momento. —Le ofrezco el cáliz. Aunque es cierto
que tendré que volver algún día, preferiría posponerlo el máximo tiempo posible. Es
algo para lo que alguien debe prepararse mentalmente. Y definitivamente yo no estoy
preparado.
Ella observa la copa con una mirada extraña y luego dirige su incomprensible mirada
hacia mí.
—Severus... Yo… Bueno, seguramente… —Se traba con las preguntas que veo
revoloteando en su cabeza.
Rápidamente trato de inventar una razón que justifique por qué no puedo ir ahora a
mis habitaciones a buscar sus cosas.
—Tengo una poción muy sensible en cocción. Buscaré sus cosas más tarde —digo
tensamente, incapaz de decir si mi actuación ha sido convincente. Tendrá que serlo.
164
—Está… —Hace una larga pausa y levanto la vista. Intento buscar sus ojos, pero ella
los evade—. Es un anciano que pierde la cabeza. —Se ríe, girándose para mirar
fijamente algo en las estanterías que hay a su espalda. Sorbe por la nariz
discretamente—. Me pregunto si alguna vez viviré lo suficiente para entender por
qué… hace lo que hace. Uno pensaría que ya me habría acostumbrado a sus
pequeños secretos. Pero cuando todo sucede justo bajo tus narices…
—Minerva…
—No, Severus —dice ella firmemente, girando bruscamente y clavándome una furiosa
mirada. Estoy leve (y gratamente) sorprendido de encontrarme con sus ojos
perfectamente secos. Y sería grato si no fuera por el hecho de que me siento como si
hubiera sido atrapado deslizando un laxante en el jugo de calabaza de Black—. Estoy
furiosa con vosotros. Tú y Albus… —Inspira profundamente—. Me he pasado toda la
mañana siendo bombardeada con un montón de información que él ha decidido
soltarme antes de… Cualquiera de esas cosas, por sí solas, habrían bastado para
congelarme la sangre. Y… —Respira para calmarse, cuadrando los hombros
nuevamente y tensando los labios un momento antes de hablar—. Bueno, supongo
que todos aquellos con quienes ha planeado una charla saldrán de su oficina
sintiéndose aturdidos, ¿no es así? Ahora, si me disculpas, debo ir y llevar a un chico a
su sentencia de muerte —dice, con voz temblorosa. Se gira abruptamente, ropa y cáliz
en mano, y sale de la habitación.
El estallido de compasión se seca, y una vez más me veo arrastrado por una corriente
de resentimiento.
Traducción: Loves
165
CAPÍTULO 12 – SECRETOS REVELADOS
Después de luchar durante una hora para bloquear la luz irritantemente brillante al otro
lado de mis párpados, se me ocurre preguntarme de dónde viene. Y entonces me doy
cuenta que no hace tanto frío como debería en las mazmorras. Parpadeo cuando mis
ojos se acostumbran a la blancura borrosa de la enfermería.
Busco las gafas con las manos, sin encontrarlas. Es sólo cuando me arrastro hasta el
final de la cama, tratando de mirar al otro lado de la cortina, que noto el vendaje que
me envuelve el cuello. Primero lo toco con cautela y luego con más firmeza, tanteando
en busca de lo que cubre. Hago una mueca de dolor cuando me encuentro con un
punto sensible. Busco en mi memoria cualquier explicación lógica, pero lo último que
recuerdo es a él, quitándome las gafas. Justo antes de que todo se volviese negro.
¿Dónde está?
Una punzada de preocupación me agita por dentro al pensar que pude haberle hecho
algo. Pero como él dijo, debería haber sido capaz de lidiar conmigo. Y supongo que el
único que está en la enfermería soy yo. Y no puede haber sido tan grave si no hay
nadie haciendo vigilia junto a mí, esperando a que me despierte.
¿Verdad?
O eso espero.
Oigo el sonido de unos pasos y veo a la ajetreada Pomfrey aparecer por la cortina.
—Oh, qué bien, estás despierto —canturrea. Me da un vaso de agua que acepto con
agradecimiento.
Por lo que puedo ver, la sonrisa se queda en su sitio, pero ocupa las manos en
ahuecarme las almohadas.
166
—Creo que lo mejor es que deje que te lo explique el profesor Dumbledore. —
Comienza a alejarse.
Que no me lo diga ella nunca es buena señal. Si deja que Dumbledore me lo explique,
probablemente nunca lo voy a saber a ciencia cierta. Un revuelo de temor despierta en
mi estómago.
Se da la vuelta.
—Está bien. Me imagino que estará muy contento de saber que has despertado.
Ahora, descansa un rato más. Voy a encargarme de avisar a todo el mundo.
Asiento con la cabeza. Mi mano se acerca para jugar con el vendaje, tratando una vez
más de recordar lo que ha pasado, sin éxito.
—Deja eso —dice bruscamente con irritación mientras se aleja con rapidez. Me
pregunto cómo sabía lo que estaba haciendo—. Necesito algo de tiempo para curar
los cortes profundos y no voy a permitir que te abras en canal otra vez.
—Señor Potter.
McGonagall. Eso es bastante extraño, me parece. Normalmente, nadie sabe que estoy
aquí.
—Bueno, supongo que es de esperar. —Me da una copa—. Tome, beba esto.
—¿Qué es? —pregunto, llevándome la copa a los labios. Reconozco el olor como el
de la poción para la vista del año pasado. Huele a zanahoria. Bebo hasta que
desaparece—. ¿Dónde están mis gafas? —le pregunto, limpiándome la boca con el
dorso de la mano.
167
Alzo la vista hacia ella. Ya la veo con más claridad. Aprieta los labios, preocupada,
antes de suspirar.
—El profesor Snape dijo que las buscaría más tarde. —Me extiende una túnica. La
cojo, sin comprender por qué Severus iba a tener que buscar mis gafas. Creo que
están junto al sofá.
Su voz es firme y cuanta mayor claridad adquiere mi vista, más obvio me parece que
algo anda horriblemente mal. Salgo de la cama con la agobiante sospecha de que me
arrepentiré de haberlo hecho. McGonagall cierra la cortina y yo me quito la bata del
hospital para ponerme la túnica, que es demasiado grande como para ser mía.
—No tengo zapatos —le digo, levantando el dobladillo de la túnica para mostrar mis
pies descalzos. Ella mira hacia abajo y frunce los labios de nuevo.
----------------------------------------------------
Abro la puerta.
168
El profesor Lupin gira el cuello para mirarme.
Sirius parece haberse tragado algo podrido. Doy unos pasos, con intención de ocupar
el asiento del medio, y me detengo cuando él viene corriendo hacia mí, aplastándome
entre sus brazos. Me quedo de pie, sin poder moverme ni respirar y, ahora más que
nunca, preguntándome qué demonios está pasando. Después de un largo momento,
me temo que no me va a dejar ir. Mirando por encima de su hombro, suplico en
silencio que alguien me ayude.
Él respira hondo antes de suavizar el agarre, y luego se queda mirando hacia abajo,
parpadeando con bastante rapidez. Parece habérsele pasado por la mente que, dado
que no sé qué está pasando, me resulta imposible participar de la emoción que él
siente. Sonríe torpemente y me deja escapar.
Acepto con mucho gusto. Lejos de las oleadas de energía que me dijeron que
esperase, me siento como si la mía se hubiese vaciado. Por supuesto, el temor
ansioso que mi cuerpo se empeña en producir en estos momentos no facilita las
cosas. Miro a Dumbledore, expectante.
—Bien —respondo, sin saber si debo preguntarle lo mismo. No estoy seguro de que
me gustase una respuesta sincera. Tiene un aspecto horrible.
—Debes de estar más que curioso por saber lo que ha sucedido —dice. En sus ojos
no hay rastro del brillo de diversión que he aprendido a esperar. No hay nada allí.
Vacío.
—Sí, señor.
Mis ojos siguen los suyos hacia Sirius, que se entretiene en buscarse padrastros en
las uñas y no mirar a ninguna parte. Se me ocurre que la última vez que estuvimos
todos reunidos aquí, parecía muy incómodo. Me pregunto si esto tiene algo que ver
con el gran secreto que todos intentan evitar decirme.
169
Parpadeo, no muy impresionado. No puedo decir que me sorprenda. Siempre
encuentra una forma, después de todo. La noticia no incita más que un enfado
imparcial, sin objetivo real.
—Es una pregunta justa. Una que requiere una gran cantidad de explicaciones para
que lo entiendas por completo. —Se lleva los dedos a la boca, pensativo.
—Voy a decirte todo lo que sé de la situación. Va a ser difícil de oír para ti, pero
mereces saber la verdad sin importar lo dolorosa que sea —dice con gravedad.
La sorpresa debe de ser visible en mi cara. No puedo hacer más que asentir y
reclinarme todo lo que puedo en el asiento, tratando de prepararme mentalmente
para... lo que sea. Después de una introducción así, ni siquiera estoy seguro de querer
saberlo.
Comienza a servir una taza de té y, una eternidad después, la desliza por encima del
escritorio. Se ofrece a rellenar las tazas de Sirius y Lupin, pero ellos se niegan. Baja la
tetera con un profundo suspiro y mira de nuevo hacia mí.
Abro los ojos como platos y me estremezco al pensar en tener a Voldemort rondando
durante otro milenio. Me pregunto vagamente si se cansaría de ser un malvado hijo de
puta después de un par de siglos. No puedo imaginar por qué nadie iba a querer vivir
tanto tiempo. Pero no creo que pueda llegar a comprender gran cosa de lo que hace
Voldemort.
Dumbledore continúa.
—El ritual consta de tres partes. La primera, sin duda la más difícil, requiere que el
alma del mago sea purgada de su cuerpo; expulsada, pero no separada. Esto es muy
doloroso y requiere de varios años de preparación. La mayoría de los que han jugado
con esto han muerto en el intento. Voldemort tuvo éxito.
170
Más o menos. Me estremezco al pensarlo.
—¿Y la segunda parte?—pregunto, ansioso por llegar a la parte en que algo de esto
tenga que ver conmigo.
—La segunda parte —repite. Asiente con la cabeza durante sus buenos diez
segundos. Puedo ver cómo aprieta la mandíbula, y de repente soy consciente del
tenso silencio que hay a mi alrededor—. El alma del mago permanece conectado a él
con algo a lo que nos referimos como la cadena de plata del alma.
Arrugo la nariz, luchando contra una imagen insistente de Voldemort de pie con su
alma volando en el cielo por encima de él como una cometa. Asiento con la cabeza y
presiono los labios con firmeza. Esto no debería ser divertido y algo me dice que
Dumbledore no estaría contento si me riera por lo bajo.
»Lo que normalmente sucede cuando morimos, Harry, es que la conexión se corta y el
alma pasa a la otra vida, llevándose con ella una huella de la vida que llevó en la
tierra. Mientras el alma no experimente la muerte en este mundo, esta cadena, por así
decirlo, permanece intacta. ¿Todo claro hasta ahora? —pregunta, mirando por encima
de sus gafas.
No, en absoluto.
Sonríe.
—Bien, veamos; un cuerpo puede sobrevivir sin su alma, pero un alma no durará
mucho tiempo en la tierra sin cuerpo. La siguiente parte del ritual, por lo tanto, es
encontrar un cuerpo en el que podría reencarnarse esa alma. Una vez hecho esto,
cuando el niño nace, la tercera parte se puede llevar a cabo. El niño tiene que morir.
Todo el mundo dice que Voldemort es un gran mago, pero esto parece ir más allá de
la lógica. Y en alguna parte ahí fuera, un pobre niño podría albergar el alma de un
monstruo.
Me estremezco al pensarlo.
No...
No.
171
Miro a ambos lados. Sirius entierra la cabeza entre las manos y Lupin se pellizca el
puente de la nariz.
—¿Yo?
No, no, deberían echarse a reír. Eres Harry Potter, El Niño Que Vivió, el heredero de
Gryffindor, el buscador más joven en más de un siglo y futuro capitán de quidditch.
Obviamente, tú no eres la encarnación más reciente de la abandonada alma de
Voldemort.
No, no lo es.
Mi mente corre para intentar procesar todo lo que me ha dicho. Pero es imposible.
Sacudo la cabeza, y me estremezco sólo con la idea de que podría...
No. No es verdad.
—Harry —dice Sirius con la voz ronca, poniéndome una mano en el hombro. Me libro
del contacto con una sacudida. No quiero que me consuele. No necesito consuelo,
puesto que NO ES VERDAD.
No es cierto.
—Pero eso no tiene ningún sentido. Ni siquiera tiene cuerpo, ¿no? Entonces, ¿cómo
podría...? Quiero decir...
—El alma necesita un único organismo para sobrevivir, Harry. Lo único que habría
importado es que una parte de Voldemort sobreviviese. Había hecho tanto para
asegurarse de que nunca moriría, que cuando desviaste la maldición asesina fue
capaz de sobrevivir a ella. Pero lo perdió todo. Todo, a excepción de alguna parte de
su conciencia, que se mantuvo viva, ya fuera por el poder que usurpaba de sus
seguidores o a través de... —se detiene de repente.
—No podemos saberlo con absoluta certeza. Hay tan poca información en relación
con este hechizo, Harry, que no puedo decirte cómo funciona todo. Pero sí sabemos
172
que cuando Voldemort fue devuelto a un cuerpo, volvió a ser vulnerable. Antes no era
más que energía y, como tal, no podía ser destruida. Después de haber sido devuelto
a la carne, ahora se le puede matar —dice, con aspecto casi demasiado
apesadumbrado ante la posibilidad de que Voldemort pueda morir.
—Vale, eso es bueno, ¿no? —le pregunto. Sinceramente, no veo cómo el hecho de
que Voldemort sea capaz de morir pueda ser algo malo. Pero entonces recuerdo que
evitó que Sirius lo matara—. ¿No es bueno?
Sirius maldice en voz baja y se levanta de pronto para pasearse de un lado a otro.
Lupin se mira las manos.
—Pero quiero decir que si Voldemort muere, ¿no pasaría lo mismo conmigo? Quiero
decir... ¿No está esa cosa igual de conectada conmigo? —También es mía, joder.
La expresión de su rostro es tan clarificadora como una sentencia de muerte. Una risa
baja retumba en mi garganta.
—Así que yo podría morir en cualquier momento. Algunos aurores podrían encontrar a
Voldemort y... ¡Avada kedavra! Caigo muerto en la sopa. —Me río de nuevo, pero no
es gracioso. La risa queda aplastada en mi pecho, que parece estar sufriendo
maniobras de excavación. No puedo respirar.
—Entonces, ¿qué hacemos? ¿Tiene que haber algo, ¿verdad? —Baja la vista—.
¿Profesor?
—Lo siento mucho, Harry. He pasado la mayor parte de estas dos décadas... —Niega
con la cabeza—. Lo siento.
De repente lo odio. Los odio a todos. Odio la forma en que me miran. En que NO me
miran. Tengo que salir. Huir a alguna parte, pero yo no sé adónde iría y no parece que
sea posible huir de esto, de Voldemort...
Estoy unido a él por una cadena. Una jodida cadena. Y está dentro de mí y quiero
morirme, pero ni siquiera puedo hacer eso. Porque si yo muero, entonces Voldemort
nunca lo hará. A menos que...
—Harry...
173
—Harry, eso es algo...
Algún lugar donde esto no esté pasando. Donde no sea cierto. Algún lugar donde no
me puedan encontrar.
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No sabría decir cuánto tiempo llevo caminando. Pero creo que he pasado por todos los
malditos pasillos de este castillo y que he llevo andando el tiempo suficiente para que
la poción haya desaparecido hace mucho, y tengo un dolor de cabeza cegador que
acompaña al agujero abismal que solía ser mi estómago.
Ése es el único pensamiento que consigue atraer mi atención, ya que golpea al ritmo
de mis latidos, detrás de mis ojos. No tengo alma de mi propiedad. Pero mi
astigmatismo es enteramente mío.
Así que me dirijo a las mazmorras, a su habitación, que, si existe algún dios, estará
vacía. Porque no quiero verlo.
Es extraño pasar por estos pasillos de nuevo. No he entrado por la puerta de sus
aposentos en años. Y no lo haría ahora, si no fuera porque tengo los polvos flu en el
baúl, y el baúl está en sus habitaciones. Mi corazón late nerviosamente cuando me
acerco a la puerta, y estoy mareado por no poder ver bien y no haber comido en Dios
sabe cuánto tiempo.
¿Qué voy a decirle si está ahí? ¿Acaso sabe siquiera que lo sé?
Recuerdo su cara cuando pensó que Dumbledore iba a contármelo el otro día. Por lo
menos, supongo que éste era el gran secreto. No me puedo imaginar que haya un
secreto aún mayor. Él huiría a la desesperada si fuera mayor.
No puedo decir que le culpe. Preferiría comerme la lengua antes que decirle a alguien
que tiene dentro el alma de la criatura más malvada del mundo.
Toco suavemente al principio, y luego con más fuerza cuando no hay respuesta. Me
sorprende la súbita oleada de decepción. Me sorprende sentir algo real después de
pasar innumerables horas en este estado de insensibilidad.
174
Insensibilidad con dolor de cabeza.
Me dirijo al baño en busca de una poción que me libre de este dolor de cabeza
cegador. Al cruzar la puerta, siento que algo perfora mi pie.
—¡Hostia! —Me apoyo contra la pared y me saco un trozo de cristal de la piel. Mirando
hacia abajo, veo los restos rotos de una botella. Frunzo el ceño y luego paso por
encima con cautela, decidiendo ir a buscar mis zapatos después de esto. Encuentro
una poción para el dolor de cabeza en el botiquín y me la tomo, agradecido. Cuando
cierro la puerta del gabinete noto de nuevo la venda alrededor de mi cuello.
El último intento de Voldemort. No sólo está conectado a mi alma, sino que mi cuerpo
también le pertenece. Si esto no me estuviera pasando a mí, en realidad podría ser
gracioso. Pero no es gracioso.
—Incendio. —Estoy a punto de caer de culo cuando una gran explosión de llamas se
dispara desde la parte superior de esa cosa, abrasando las paredes de piedra. Por un
momento me quedo ahí de pie, aturdido, mirando a la llama que no parece ceder.
Siento el calor en la cara y la habitación está más brillante de lo que la he visto nunca.
Hago nota mental de tener más cuidado cuando utilice magia y empiezo a buscar los
zapatos. Me detengo de nuevo cuando me doy cuenta de que hay una mancha oscura
muy grande en el suelo. En el centro está su varita. Ahí, tirada. Abandonada.
175
Me acerco a la mancha con cautela y me agacho a recoger su varita, que parece estar
cubierta de...
Todo esto salió de mí. Busco a mi alrededor algo que sé que todavía debe estar aquí,
y lo encuentro, irregular y teñido de rojo. La luz brilla a través de ella. A través de la
sangre.
Mi sangre.
No quiero desaparecer.
No quiero morir.
Me mira, horrorizado.
Pero me levanto, porque tengo que salir. Sus ojos miran su varita, que todavía
mantengo en la mano. Resoplo y la levanto, ofreciéndosela.
—La he encontrado ahí tirada —le digo. Doy un paso adelante. Sus ojos se enfocan
en mi otra mano, todavía cerrada herméticamente alrededor del vaso—. También he
encontrado esto. —Le coloco la varita en la mano por la fuerza y me alejo,
limpiándome la cara en la camisa—. Estaba buscando mis zapatos —murmuro.
—Junto al escritorio.
—Gracias —digo, mirando por encima de mi hombro para verle mirando la mancha del
suelo—. Deberías llamar a un elfo doméstico para que limpie eso. Quiero decir... es
bastante asqueroso. —Trato de meter el pie en las zapatillas y no puedo prescindir de
las manos. Se me ocurre que tengo que dejar el vaso en la mesa. Debería tirarlo. No
hay razón lógica para seguir guardándolo. Pero no puedo, y sigo mirándolo como si
176
pudiera salir de él la respuesta a mi dilema. Aun así, sigo siendo incapaz de ponerme
los putos zapatos.
—Lo siento. Puede que sea el sonido de su voz, o tal vez las propias palabras, lo que
se vuelca sobre mí como agua helada, y me estremezco. Abro la boca para hablar y,
después de un par de intentos, lo consigo:
—Aún sigo aquí. —El Niño Que Vivió Otra Vez. Resoplo—. Además, soy yo quien
debería disculparse. Te he puesto el suelo perdido de sangre. —Me inclino a probar
suerte con una mano. Después de una breve lucha, mi pie se desliza al interior. Paso
al siguiente.
—Bueno —digo, ronco, mientras consigo meter el pie—. No creo que tengas que ser
el héroe en todo momento. —Me pongo de pie y obligo a mi rostro a sonreír. Cuando
me doy la vuelta él sigue mirando estúpidamente el suelo con una especie de
fascinación mórbida—. Necesito... irme.
Asiente con la cabeza, cosa que me parece un poco extraña, teniendo en cuenta que
normalmente no se me permite salir de la habitación. Echo otro vistazo a la mancha
que está mirando, irritado y enfermo, tanto por el hecho de que esté ahí como porque
él no pueda dejar de mirarla de una puta vez. Como si yo estuviera tirado ahí, muerto.
Y aún no estoy muerto.
—Eeh... ¿limpiar? —Me sacudo el polvo con una mano y miro al suelo. Un cráter
bastante grande ha sustituido la mancha. Me giro hacia él, arrugando la nariz en una
disculpa—. La sangre se ha ido —musito.
Sus ojos se mueven hacia la antorcha, como si se diera cuenta por primera vez.
Susurro otra disculpa, sintiéndome bastante estúpido de repente. Me mira, y la mirada
muerta en sus ojos es sustituida por la conocida y extrañamente reconfortante
irritación.
Me encojo de hombros.
—A dar un paseo. —Intento cuadrar los hombros con determinación—. Sólo necesito
hacer algo —digo.
177
Sus ojos se enfocan en mi mano de nuevo. Torpemente intento ocultar su contenido
tras mi espalda.
—Tira eso. No vas a ninguna parte —dice, refunfuñando—. Y guarda la varita antes de
que mates a alguien.
Suspirando pesadamente, tiro el vaso a la papelera que está junto al escritorio. Lo oigo
romperse en el fondo. Unos cortes poco profundos me pican lo largo de la palma y los
dedos. Cierro la mano y vuelvo a mirarlo.
—Si tienes que gastar energía nerviosa, te sugiero que limpies este desastre —dice,
señalando con la mano la capa de polvo que se asienta por encima de todo—. Sin
magia —especifica. Levanta una ceja y luego vuelve a salir.
178
CAPÍTULO 13 – PLANTARLE CARA
Me quedo helado cuando lo veo acurrucado en la silla, cubriéndose la cara con las
manos, hecho un ovillo y temblando. Parece que ha asimilado la noticia. Ignoro el
fuerte impulso de darme la vuelta, volver al despacho de Dumbledore y admitir ante
Black que no puedo controlar esto.
»Harry —digo otra vez, más fuerte, y estiro con reticencia una mano para tocarle el
hombro.
Busco en vano algo que decir que pueda mejorar todo esto, o hacer como que no
importa. Pero no va a mejorar, y sí que importa. Sí que cambia quién es él.
179
—¡Cuánto! —exige saber, y después sorbe una tanda de mocos.
Aprieto los dientes y reúno la poca paciencia que me queda. Hay una razón, recuerdo,
por la cual no trato de consolar a la gente. Me pongo muy, muy irritable cuando mis
esfuerzos son desperdiciados. Lo intento de nuevo.
Levanta la cabeza de nuevo con un trazo de sorpresa en los ojos. Lloriquea y ríe
incrédulamente.
Le lanzo una mirada que espero comunique que voy perfectamente en serio, y que si
hay alguien que ha perdido la cabeza aquí, es él. Ofrezco mi mano más
insistentemente. La mira sospechosamente un momento antes de alzar la vista hacia
mí. Se limpia el rostro con la mano. Yo aguanto la respiración. Durante un segundo
casi tengo esperanzas de que haya funcionado. Sólo para ver su curiosidad
derrumbarse en otra mueca dolorosa. Se gira para enterrar la cara en el respaldo del
sillón.
180
»Ahora, si me disculpas, voy a darme una ducha y después me iré a la cama. Los
últimos tres días han sido muy posiblemente los más deprimentes de mi vida y me
gustaría dejarlos atrás para poder continuar con el resto de ella.
Cristales rotos.
Intentaré recordarlo mañana, cuando nos reunamos para discutir el destino de Potter.
Cuando se espere de él que escoja entre irse a ‘casa’ o quedarse aquí conmigo. Si
escogiera irse, mucho mejor para todos. Pero, como bien sabe el viejo, estaré aquí si
decide quedarse.
Abro los ojos cuando oigo la cortina abrirse repentinamente. Combato el impulso
absurdo de cubrirme. Ridículo, realmente, dada la cantidad de tiempo que he pasado
desnudo con este chico que me mira, irradiando odio por sus ojos hinchados.
Con una capa de espuma blanca sobre la cabeza, mi propia mirada irritada resulta
inútil. Da un paso adentro, con zapatos y todo, y se lanza hacia mí, acomodando la
cabeza bajo mi barbilla. Sus manos se afianzan en mis hombros. Doy un paso atrás,
sorprendido, antes de resignarme a esta ridícula escena. Envuelvo los brazos
alrededor de sus hombros.
181
----------------------------------------------------
—Minerva, creo a todos nos vendría bien un poco de té. —Y todos exhalamos
nuestras ilusiones decepcionadas. Si McGonagall considera extraña la petición, no lo
menciona. Apunta con la varita y el servicio de té aparece frente al viejo. Una mirada
de profundo alivio aparece en su rostro mientras comienza a servir el humeante líquido
en cada taza... gota a jodida gota. Para cuando ha terminado con las seis, estoy listo
para saltar sobre el escritorio y estrangularlo. Juro que se vuelve más irritante cuanto
más cerca está de la muerte.
—Considero —dice, una vez todas las tazas está distribuidas— que lo mejor sería que
Harry continuase con el programa regular. —Sonríe.
El chico mira hacia arriba, como sorprendido de que alguien se fije en él, o
decepcionado de que su intento de ser invisible sea infructuoso.
182
Él arruga la frente y saca la varita. Sus ojos giran hacia mí, inseguros, y me cuesta un
gran esfuerzo no esconderme bajo mi silla ante el mero pensamiento. Toma aire y lo
mantiene, concentrándose con fuerza.
—Wingardium Leviosa.
—¿Ajustarse? ¡Albus!
—Señor —dice Potter quedamente—. Quizá… ella esté en lo cierto. Podría hacerle
daño a alguien. —Muerde el interior de su boca.
—Tonterías, Harry. Prometo que con un poco más de tiempo, no habrá ningún
problema. —La seguridad en la voz del hombre me hace sospechar. Si tuviese energía
suficiente para guiñar, lo estaría haciendo. Misteriosamente. Evita mis ojos y se dirige
al resto del grupo—. Por supuesto, él aun podría necesitar entrenamiento
complementario. Me temo que nuestro currículo usual no ofrece todo lo que Harry
podría requerir.
—Yo estaría dispuesto a trabajar con Harry fuera de clase… —dirige la mirada hacia
él—. Es decir, si él quiere.
—Y yo, por supuesto, haré lo que pueda —ofrece McGonagall—. Pero me temo que
entre las clases regulares y el Quidditch, sencillamente no hay tiempo...
—Voy a dejar el equipo —dice él, con voz hueca. Luego vuelve a concentrarse en
apretar los dientes, ignorando el silencio consternado.
—Harry, tú... —Black se detiene cuando una mirada furiosa, verde y afilada, se cierne
sobre él.
183
Comienzo a rechinar mis propios dientes. Existió un tiempo en que le habría aplaudido
por decidir que ese maldito deporte era una triste pérdida de tiempo, pero su decisión
repentina nace más de la resignación a su destino que de su razón. Aun así, no pienso
decir nada. Es decisión suya.
—¡Mire! No importa, ¿de acuerdo? —Se pone en pie—. Nada de esto importa. —Va
rápidamente hacia la puerta y da un portazo al salir. Escucho los pasos enojados de
su retirada.
Dumbledore ahueca los dedos bajo su nariz y mira tristemente su té. El silencio cae
pesadamente sobre la habitación. Después de un momento, saca un trozo de
pergamino de su escritorio y lo mira pensativamente antes de pasar un largo dedo
nudoso sobre él.
Miro al viejo durante un rato, sin saber qué decirle. He estado callado. No tengo nada
que añadir a esto. Me levanto.
—Concuerdo con el chico. Nada de esto importa. Quiere entrenarlo para aceptar una
responsabilidad que no cabe sobre sus hombros. Es demasiado, Albus. —Mi voz sale
sin la furia que reside en mi estómago, aplastando mis entrañas continuamente. Sigo
el ejemplo de Potter y camino hacia la puerta.
Que decidan ellos el destino del chico. Mi trabajo es asegurarme de que su presente
es tolerable.
----------------------------------------------------
Su voz flota fríamente a través de la habitación cuando entro. Sigo el rastro hasta su
origen y lo encuentro acurrucado sobre la cama. Me saco las botas y me acuesto junto
a él.
184
—Supongo que en alguna parte de ese cerebro podrido, Dumbledore tiene la noción
que sólo tú tienes derecho de hacerlo —digo, encontrándome vagamente divertido
ante el hecho de que yo pueda siquiera intentar explicar la lógica del viejo. Estoy
bastante seguro de que no me entiendo a mí mismo.
Tiene la cara mojada. Pero al menos ha quitado esa mueca horrenda. Veo una gota
suspendida en el puente de su nariz, haciéndose más pesada cuando otra llega a
unírsele. Cuelga durante un momento antes de rendirse ante la gravedad y caer en la
creciente mancha húmeda de la almohada. Otra corre a tomar su lugar, se queda
colgando, crece.
Motivado por una extraña fascinación, me estiro y la recojo. Abre los ojos.
Él no.
»¿Qué opinas?
185
Me detengo a considerarlo. Podría coincidir con Dumbledore en la idea de que si
alguien debiera ser el primero en la lista para liberar al mundo del monstruo, él merece
el honor. Después de todo lo que esa bestia ha hecho para hacer su vida un infierno
viviente, Harry merece venganza. Sea como sea, no creo que tengamos derecho a
esperar que él quiera esa posición. Y ciertamente no creo que el chico necesite la
presión que vendría con aceptar la tarea. Si fracasara…
Si triunfara…
Resopla y se acerca más, hasta que su pecho se presiona contra mi brazo con cada
inspiración. Sus labios rozan contra mi hombro, cálidos incluso a través de la tela.
—Gracias —dice.
----------------------------------------------------
Una vez que la emoción de su pesadilla de la mayoría de edad queda relegada a las
profundidades de la memoria reprimida, y la seguridad de que no está muerto aún
ahuyenta cualquier temor inmediato, mi mente puede estar lo suficientemente tranquila
para recordar por qué nuestro (impuesto) confort había cesado, en primer lugar.
Recuerdo por qué se fue y, más importante, recuerdo por qué me prometí no volver a
estar nunca en esta posición.
Esta posición: sentado cómodamente en mi silla, con él acurrucado a mis pies como
un gato gigante, descansando barbilla y manos sobre mi rodilla. Lo acaricio por puro
mal hábito. Parece ridículo ahora incluso alimentar pensamientos respecto a verlo con
ese otro chico. Incluso más ridículo imaginar si ha estado con alguien más. Y es
francamente estúpido conservar los celos. Difícilmente importa.
Al menos, no debería.
—¿Por qué sonríes? —pregunta, sus labios estirándose en busca de compasión, casi
buscando ansiosamente una sola razón para sonreír.
Me encargo de borrarla.
186
—No es una sonrisa, señor Potter. Es un rictus de dolor.
—Eres muy raro —suspira afectuosamente. Mis dedos comienzan otra vez con su
intento fútil de domar su cabello—. Es parte de tu encanto. —Se ríe por lo bajo tras un
instante, antes de levantarse—. Voy a darme un baño. —Se estira. Me pregunto
vagamente si eso es una invitación, y después abofeteo mentalmente la idea hasta
expulsarla de mi cabeza. No la aceptaría si lo fuera. Pese al hecho de que
prácticamente me falta sólo el permiso escrito del director.
El problema con los románticos es que realmente creen que el amor es la fuerza más
poderosa. Que vale la pena vivir y morir por él. Que amar y haber amado distinguen
una vida vacía de una completa.
Joder.
Miro hacia el fuego, entrenando para negarme a mí mismo el hecho que mi vida nunca
será ‘pacífica’ mientras ese chico esté vivo. Ignorando el hecho de que no tengo prisa
por cambiar eso. Me vuelvo consciente de una sospechosa ausencia del sonido de
agua corriendo. La ausencia de cualquier movimiento en absoluto, al parecer. Procuro
alejar la intranquilidad creciente. Puede que sencillamente esté perdiendo el tiempo
mirándose al espejo. Haciendo lo que sea que hagan los chicos de su edad en el
baño; masturbarse, o explotarse granos. Una de las dos imágenes es decididamente
más placentera.
Paz, por supuesto, pienso amargamente mientras voy hacia el baño. Llamo a la
puerta.
187
No hay respuesta.
—¿Potter?
Silencio de nuevo.
»¡¿Harry?!
—¿Qué coño...? —grito, y después me quedo sin habla por la furia y el miedo. Cedo
ante la urgencia de caer al suelo, sosteniendo la cabeza en mis manos. Estoy
demasiado jodidamente viejo para esto.
Al final, él se arrastra por el suelo, con el torso desnudo y los bóxers alrededor de las
rodillas. Se los saca mientras se sienta junto a mí, con apariencia de estar tan
confundido y devastado como yo me siento.
Sacude la cabeza.
—No lo sé. He sentido un… dolor… —Se pone una mano en el pecho—. Y luego ha
sido como si mi corazón explotara y se apagara. —Me mira expectante, como si yo
pudiera tener la respuesta. No la tengo.
—¿Estás bien? —pregunta con una sonrisa de disculpa. Retira el cabello de mi rostro,
rozándome la mejilla.
—Un día de éstos vas a matarme —murmuro, aplastando con éxito el impulso de tirar
de él hacia mí y abrazarlo hasta estar seguro de que está vivo y que permanecerá de
ese modo para siempre.
Ay...
—Ha sido raro. —Se rasca en el centro del pecho hasta que la piel se vuelve roja. Su
mano cae al suelo y yo veo… algo.
—¿Qué es eso? —Me inclino para inspeccionar el contorno de algo que se asoma
entre lo rojo de la irritada piel.
—Una estrella —digo. Del color de su piel, colocado justo en el centro de su pecho.
Una marca que desaparece rápidamente mientras su piel vuelve a la normalidad.
188
—Ahí es donde empezó el dolor. Como si alguien me estuviera pellizcando —dice, su
voz elevándose por el pánico.
—Un poco de hormigueo. —Flexiona los dedos. Y, repentinamente, todo tiene sentido.
Me siento y me acerco las rodillas al pecho—. ¿Deberíamos decírselo a Dumbledore?
El té. Su insistencia de que todo se resolvería por sí mismo. Cómo era posible que
después de sólo veinticuatro horas, el chico pudiera liberar tanta magia.
—¿Severus?
—Severus, deberíamos decírselo al director —insiste él. Yo dejo caer la cabeza sobre
mis rodillas y me río suavemente.
Se ha ido.
Traducción: Velia
189
CAPÍTULO 14 – PODERES
Por supuesto, cuánto durará es una pregunta que nadie sabría responder. En algún
lugar de Inglaterra, Voldemort sonríe malévolamente. Los demás miramos, aturdidos y
adormecidos, tratando de no derrumbarnos ante el aplastante peso de todo lo que
nunca dijimos.
—Voy a ir.
—Voy a ir.
—No es seguro.
—¡Snape! Di algo.
Black suspira, derrotado, antes de ofrecer un último intento de razonar con el niño
testarudo.
190
La esquina de mi boca se yergue de orgullo. Mocoso descarado. Por supuesto, yo
tampoco habría dejado al bastardo entrar aquí, de no ser por la insistencia de
McGonagall.
—Bien. Pero no vas a ir con la multitud. Te quedas donde pueda verte en todo
momento. Y... —titubea—. Dioses, me he convertido en mi madre.
Harry resopla.
—Vamos, mamá —dice, tendiéndole la mano. Se vuelve hacia mí—: ¿Estás seguro de
que no quieres venir?
Los veo partir, aboliendo una preocupación insidiosa. Black está absolutamente en lo
cierto, por mucho que odiaría admitirlo en voz alta. Dejarlo cerca de una multitud tan
grande es correr un riesgo absurdo. Pero no pienso detenerlo. Que haga lo que quiera.
Se ha ganado el derecho.
Y mantenerlo aquí no hace bien a nadie de todos modos. Dondequiera que vaya, no
importa cuántas precauciones tomemos, está en peligro. Siempre.
Por supuesto, enviarlo hacia una multitud de personas que son enemigos potenciales
equivale a colgarlo frente a los ojos de Voldemort con un cartel en el cuello que dice
“Maldíceme”.
Una persona. Sólo es necesaria una persona que saque la varita, diga las palabras y
condene al mundo al miedo eterno. Por no hablar de desperdiciar cualquier sacrificio
que realizara el hombre al que hoy lloramos.
Eso explica el estado en que lo encontré. Me imagino que el dolor sería, como mínimo,
como el de expulsar el alma de uno fuera del cuerpo.
191
Harry Potter, víctima constante de la generosidad. Y hoy lloramos a uno más que
sacrificó su vida para salvarlo. Por supuesto, él no sabe nada de la magnitud de su
deuda de vida. Sólo sabe que su liberación se aceleró para mantenerlo inaccesible a
Voldemort. Él sólo sabe que Dumbledore tenía que unir el poder del chico al suyo
propio, a fin de liberar los poderes en la marca. En otras palabras, sabe sólo lo
suficiente para sentirse medianamente responsable de la muerte del viejo. No seré yo
quien le cargue con el resto de ella.
Aparte del hecho de que creo que el chico tiene ya más que suficiente con lo que
lidiar, Dumbledore tenía buenas razones para no decírselo a nadie. Mientras el propio
Harry no conozca el alcance de sus poderes, Voldemort no tendrá manera de saberlo.
Si llega el momento en que los dos tienen su batalla final, me atrevo a decir que
Voldemort se llevará una sorpresa bastante desagradable.
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192
Eso no ayuda mucho.
—¿Qué?
Todo queda en silencio mientras se forma círculo tras círculo alrededor del árbol.
Mantengo la cabeza baja como todos los demás, sintiéndome un poco ridículo. Creo
que podrían estar rezando, pero no estoy seguro de a quién le reza un mago. Tengo
un vago recuerdo de los Dursley yendo a la iglesia de vez en cuando, pero nunca me
llevaron. No es que me decepcionara perdérmelo. Recuerdo a Dudley apretado en un
incómodo traje y con el pelo alisado a base de saliva de tía Petunia.
El hilo de mis pensamientos se detiene por una extraña descarga eléctrica que recorre
mi cuerpo. El aire vibra con la magia concentrada. Levanto la cabeza ligeramente,
recorriendo con los ojos a la gente a mi alrededor. Algunos de ellos están en silencio,
con los ojos cerrados. Otros mueven sus bocas con palabras susurradas.
Un crujido llena el aire y luego hay un sonido impetuoso, como el viento, aunque el
propio aire está quieto y caliente. Una enorme sombra cae sobre nosotros, como si
una gran nube de tormenta se acabara de posar sobre el sol. Levanto la cabeza con
curiosidad y mis ojos se abren, sorprendidos ante la visión del árbol cerniéndose sobre
la multitud, extendiendo sus ramas a medida que crece más y más. Hojas de un verde
plateado brotan de ramas grises sobre nuestras cabezas, aliviando a la multitud del
calor del sol.
Se me ocurre que pueden haber estado rezando para pedir sombra. Pero
probablemente no.
Poco a poco, pequeños grupos se separan del círculo y se reúnen en los bordes,
susurrando respetuosamente mientras otros siguen haciendo lo que sea que estén
haciendo. Hacer que el árbol crezca, supongo. Lupin me suelta la mano y doy un paso
atrás mientras alguien más toma de la mano a Sirius, cerrando el círculo.
—¿Qué ha sido eso? —pregunto, acercándome a Lupin para no molestar a Sirius, que
parece que no ha terminado.
—¿Y el árbol?
193
—Oh. —Miro hacia arriba y camino hacia atrás para poder verlo en condiciones. Aún
sigue creciendo, aunque más lentamente, conforme los círculos se hacen más
pequeños. Pienso en volver y unirme ahora que sé lo que debería estar haciendo, pero
justo cuando pretendo ir, Sirius se aleja.
Yo vuelvo a mirar hacia la copa del árbol, lamentando no haber sabido que debía darle
las gracias. Deseando que a alguien se le hubiera ocurrido avisarme de antemano. De
todos modos, no creo que haya espacio suficiente en Hogwarts para darle todo el
agradecimiento que le debo. En silencio me disculpo y busco alrededor algún sitio
donde sentarme. Veo otro árbol lejos de la multitud de personas reunidas, pero lo
suficientemente cerca para que Sirius todavía pueda verme. Empiezo a caminar.
—¿Es ése...? —oigo a la mujer exclamar, y luego lanzar otro lamento—: ¡Oh!
Sentado en la fresca sombra, tengo una vista muy buena del árbol de Dumbledore. Ni
siquiera recuerdo haber visto nunca uno tan grande. Supongo que no todos pueden
ser así. No habría espacio para los que aún vivimos.
Debí haberle dado las gracias antes de que muriera. Una ola de culpabilidad me
recorre cuando pienso en que me comporté como un imbécil durante los últimos días
en que lo vi. Estaba enfadado. Pero después de todo lo que hizo por mí, no tenía
derecho a tratarlo tan horriblemente.
Y, sin embargo, hay otra parte de mí que lo culpa por todo. Como si, de alguna
manera, si nunca me hubiera traído aquí, nada de esto habría ocurrido. Yo podría
haber tenido una vida normal. Una vida miserable con los Dursley. Pero normal.
Destrozo la hierba a mis pies, odiándome por pensar siquiera en algo así. Levanto la
vista para ver a Sirius mirar sobre su hombro impotentemente. Tres brujas viejas lo
han rodeado y hacen turnos para sobarlo y sacudirle implorantemente los hombros. Él
me dirige una sonrisa de disculpa y se vuelve hacia ellas.
194
—Señor Potter. —La voz, suave y fría, envía ondas de miedo por mi espina dorsal. Me
pongo de pie para verlo rodear el árbol. Draco pasa caminando, con una expresión de
desprecio. Trato de retirar el miedo de mi expresión. Aprieto la mandíbula y miro a
Lucius Malfoy.
—¿Qué está haciendo aquí? —Me obligo a hablar con voz firme, a pesar de que me
siento como si mi alma pudiera escapar de mi cuerpo en cualquier momento. Miro más
allá de su cabeza, hacia donde Sirius sigue hablando con las mujeres. En unos
segundos volverá a girarse. En unos segundos nos verá. O Lupin. Alguien.
—Oh, cielos —jadea—. ¿Qué ha hecho esta vez, señor Potter? —Una mano
enguantada en cuero negro se estira. Con la punta de los dedos levanta mi barbilla y
la empuja hacia un lado, mientras su otra mano recorre la cicatriz dentada de mi
cuello.
Quiero gritar, pero no puedo separar la mandíbula y no puedo moverme para escapar
y si Sirius se girara de una vez…
Cierro los ojos con fuerza y presiono la cabeza contra la áspera superficie del árbol.
—Si lo tocas otra vez, te mato. —El gruñido profundo de Severus se abre paso a
través del ensordecedor sonido de mi pánico, y mis pulmones se expanden
dolorosamente para inhalar el tan necesitado aire. Mantengo los ojos cerrados. No
quiero verlo. Su pálido rostro y mueca desdeñosa. Sus ojos que se deslizan sobre mí,
recordando…
Recordando...
----------------------------------------------------
Me pongo de pie, odiándome por caminar hacia la puerta, por salir al pasillo. Cada
paso que doy hacia el jardín del oeste, donde la ceremonia del árbol se lleva a cabo,
me irrita más. Pero no es culpa mía. Proteger al miserable chico es mi segunda
naturaleza, por inútil que sea el esfuerzo.
195
Tengo que seguir mi instinto. Me estremezco al pensar en lo que sucedió la última vez
que lo ignoré. Algo no va bien. Y en caso que todo esté bien y que sólo me haya vuelto
altamente paranoico, me aseguraré de realizar una flagelación mental completa.
Mientras tanto, permaneceré alejado y observaré sin ser visto desde una discreta
esquina. Un par de ojos extra no pueden hacer daño a la causa. Nadie sabrá que
estoy ahí. Nadie sabrá lo malditamente absurdo que me he vuelto.
—¡Severus!
Que me jodan.
—Pensaba que no ibas a venir al… oh, ¿cómo lo habías llamado? ¿Festival
comunitario de sollozos?
—¡Snape! —La oigo, pero no me paro—. Severus Xavier Snape, detente ahora
mismo.
¿Qué es lo que tienen los segundos nombres, que hacen al niño interno temblar de
miedo? Me giro, las cejas levantadas irreverentemente. Me cuesta cada gramo de lo
que me resta de dignidad no doblarme bajo su mirada.
—Puede que se te permitiera tratar a Albus como a un tonto, pero yo aún no tengo la
edad para encontrar adorable tu petulancia. Te dirigirás a mí con el respeto que me he
ganado.
—¿Puedo irme? —No consigo disimular mi tono burlón. Sonríe. Tengo el impulso de
echarle una maldición.
Pero sigo andando y me conformo con maldecirla por lo bajo. Y al chico, por colarse
bajo mi piel. Y aún más a Albus Dumbledore, por morir y dejarme lidiar con todo esto
solo.
Llego al jardín y me detengo tras un pilar. Una vocecilla me urge a regresar a los
calabozos mientras miro a los cientos de personas en duelo que secan sus caras
goteantes y sollozan por cómo el mundo no será el mismo sin él. Misericordiosamente,
me he perdido ya la Ceremonia de Agradecimiento y el resultado se cierne sobre ellos.
196
La multitud se ha dispersado en grupos y hablan y lloran incesantemente. Un coro de
lloriqueos.
Es suficiente para hacerme sentir deseos de esconderme para siempre. Pero tengo un
objetivo.
Él no está ahí.
Busco casi frenéticamente. Me fijo en Draco, entre sus dos matones, con el aspecto
disgustado y mal encarado que sólo un Malfoy puede lucir. Está mirando por encima
del hombro, y sigo la dirección de su mirada.
Se me congela la sangre.
—Si lo tocas otra vez, te mato —digo fríamente justo detrás de su cabeza.
—Severus —dice, dando un paso atrás—. Y yo que pensaba que las reuniones
sociales no eran tu fuerte. Una tragedia terrible, la pérdida del director, ¿no crees? —
Una sonrisa siniestra se forma en su boca—. Vaya, ¿quién protegerá al chico ahora?
—Se gira, sus ojos recorriendo de arriba abajo al chico en cuestión, que continúa
pegado al árbol, con los ojos cerrados y la expresión perfectamente serena. Se
estremece como si pudiera sentir la mirada deslizarse sobre él.
Aprieto la mano alrededor de mi varita y mi mirada vuelve a los ojos de Lucius. Una ira
fría que no había sentido en décadas se mezcla con un sentimiento abrasador de
posesividad. Podría matarlo. Podría decir las palabras y terminar la vida del maldito
hijo de puta ahora mismo, sin pestañear. Enseño los dientes en una mueca asesina.
197
—Severus. Señor Potter, siempre un placer. —Camina hacia su hijo, y Lupin lo
adelanta con prisas, gruñéndole algo que no puedo discernir cuando se apresura hacia
donde Harry permanece congelado.
—¿Estás bien? ¿Dónde está Sirius? —dice Lupin, retirando la mano cuando Potter se
encoge, alejándose de ella.
Miro por encima del hombro para ver a Black metido en un concurso unilateral de
gruñidos con un divertido mortífago.
Gryffindor. Nunca parecen darse cuenta que nos gusta verlos furiosos.
Me vuelvo a girar para ver la resolución del chico comenzar a derrumbarse. Sus
rodillas se doblan, y parece soportar su propio peso sólo tenuemente.
Sus ojos se abren de golpe, enfocándose atentamente en mí. Hurga en alguna última
reserva de control. Asintiendo, toma impulso en el árbol para enderezarse.
Se aleja sin mirar atrás. No es que sea testarudo, me percato. Está tratando de
mantenerse de una pieza lo suficiente como para llegar al castillo. Camina como en
trance.
—Deberías hablar con ellos —le murmuro a Lupin antes de ir tras él.
----------------------------------------------------
Vuelvo a levantar las barreras cuando entro a mis aposentos, y reactivo los hechizos
de desviación para que nadie pueda encontrarnos. Me siento en la cama, cerca del
lugar donde está ovillado otra vez. Me da la espalda. Me saco las botas y me recuesto
de lado, frente a él. Pongo con cuidado una mano sobre su hombro.
198
—Pensé que ya habías aprendido a dejar de disculparte por la locura de otros. Tenías
todo el derecho a ir. —Lo tiene. Sólo desearía que no ejerciera ese derecho.
—Sigo teniendo ese sueño —dice quedamente—. Que estoy en la Cámara Secreta y
combato con Voldemort. Y que estoy haciéndolo todo bien, pero entonces me tropiezo
y mi varita sale volando. —Resopla—. Y que me quedo ahí tirado. Indefenso. Me
despierto cuando veo la luz verde.
—No tienes que ser valiente todo el tiempo. —Aprieto los dientes, deseando ahora
haber matado al cabrón. Pienso que Azkaban podría valer la satisfacción que sentiría
al ver el miedo iluminar sus ojos justo cuando la maldición impactara.
—No. Quiero decir cada vez. Cada vez que me enfrento a él, pierdo la varita. O
simplemente no la tengo. ¿Qué hago si no tengo varita? ¿O si me quedo petrificado?
A una parte enferma de mi mente le parece divertido el hecho de que el mago más
poderoso del mundo esté asustado de perder la varita. Él, por sí mismo, ya podría
haber poseído una gran cantidad de poder. Pero el haber sido dotado con el de
Dumbledore también, que era al menos tres veces más poderoso que el mío, lo
convierte en un dios viviente. O lo haría, si no fuera por esa pequeña debilidad que es
su alma.
—¿Qué?
Se la quito y después camino a través del cuarto, colocando el objeto sobre la mesa
junto a la silla. Había esperado no tener que ser yo quien lo entrenara. Esperaba poder
aguantar el resto de su vida en el papel de consolador personal y renuente
199
compañero, en paz. Lo cual sería, por sí mismo, un trabajo a tiempo completo. Dejar
que otros lo entrenaran como guerrero. Yo estaría ahí para dejar que fuera humano.
—¿Qué?
Frunce el ceño.
—Accio...
—No te molestes con palabras mágicas, Potter. La magia viene de ti. No reside en las
palabras ni en la varita, viene de ti.
—No puedo.
Exhalo bruscamente.
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Me llevo el vaso a los labios sólo para ver cómo desaparece antes que pueda beber.
Cierro la mano alrededor de la nada y me giro para verlo riéndose con el vaso.
Muestro mi mejor mirada de esto no es divertido. Él se termina el último trago de
whisky y me devuelve el vaso con una sonrisa.
—No todos los magos son tan infatigables como un superhéroe de diecisiete años —
digo secamente.
—Pero todos podrían arreglárselas sin ella, ¿cierto? Quiero decir, si practicaran.
200
La cantidad de poder a su disposición es lo suficientemente grande que servirse de él
sin un conducto no lo agota. Trato de evitar la envidia.
—Todo el mundo es capaz de hacer un poco de magia sin varita, Potter. No consideré
que lo fueras a encontrar tan fácil. Tampoco me planteé que me fueras a incordiar con
preguntas estúpidas si te enseñaba. —Cruzo las piernas y frunzo el ceño.
—Lo siento. —Se pone los brazos sobre las rodillas y mira al suelo.
—¡Vale! ¡Dios! Sólo he preguntado... está bien. ¡Y deja de llamarme así! —escupe,
enfadado, levantándose de golpe para tirarse a la cama. Mi cama. Su furia sólo dura
unos momentos antes de que suspire—. Lo siento. Gracias por ayudarme. Y por lo de
ahí fuera. En el funeral. Gracias.
—Si vuelves a quitarme el whisky, disolveré los huesos de tus manos —digo.
Él se ríe.
También me la quita.
Sonríe como un niño que acaba de descubrir que ha heredado un fortuna en ranas de
chocolate. Maldigo a Dumbledore con todo mi corazón. Y después maldigo la sonrisa
que trata de curvarse en mis labios. Esto no es gracioso.
Él sonríe.
201
—No.
—Potter.
Levanto una ceja. La mirada en el rostro del chico hace que mi estómago se agite de
emoción. Resoplo con fingida impaciencia y camino hacia la cama.
—Si ésta es tu idea de seducción, debo recordarte que estoy bastante más allá de la
edad en que molestarme con niñerías habría sido efectivo.
Se ríe.
—Eso es altamente irritante —digo. Se ríe con disimulo y después convoca la botella,
sirviéndome un vaso y llenando el suyo.
—¿Qué?
202
—Es sólo... estaba deseando poder sentarme aquí contigo, así, durante el resto de mi
vida. Y entonces me he dado cuenta de que es posible. —Vuelve a resoplar.
Eso no es gracioso.
—Al menos si te digo que te amaré para siempre, tendrás que creer que es verdad —
se ríe.
—¿Severus?
—Vete a la mierda —gruño, y camino hacia el baño, donde tomaré una ducha y me
maldeciré por dejar que me importe. Cierro la puerta con ira. Desde el otro lado puedo
escuchar su disculpa distante.
----------------------------------------------------
Él sonríe.
—Qué...
Me interrumpe la presión de unos labios contra los míos. Suaves y conocidos. Se retira
sólo lo suficiente para mirarme a los ojos y darme la oportunidad de protestar. Cosa
que haría gustosamente, si mi boca hubiera dejado de cosquillear con la memoria de
su ligero toque. Retomo el control sobre ella justo a tiempo de que se me interrumpa
de nuevo, más fuerte. Su lengua roza mis labios y mi boca se subleva por completo,
respondiendo. Sus manos se deslizan por mi torso. Por mi vida que no se me ocurre
una buena razón para parar.
Mi cerebro sigue mareado, y mi cuerpo despierta bajo su toque. Sus manos pelean
con mi camisón y yo levanto las caderas para colaborar en la causa. Mis propias
manos sostienen su cara junto a la mía. Una parte de mí es consciente de que si él se
retira, si me doy tiempo para percatarme de lo que estoy haciendo, pararé.
203
Él también lo sabe. Si quisiera seducirte, no te daría la oportunidad de discutir
conmigo. Sus manos no se detienen demasiado tiempo en ningún sitio, intentando
distraerme con ligeros roces de placer antes de buscar un nuevo objetivo. No se
mueve con urgencia, y tampoco es un toque exploratorio, sino el de alguien que trata
de cifrar cada centímetro. Despacio pero constante, buscando caminos. Recorriendo
senderos ya conocidos.
Me da la vuelta y rompe nuestro beso sólo lo suficiente para quitarse la camisa del
pijama por encima de la cabeza. Tira de mi camisón, urgiéndome a hacer lo mismo.
Nuestros ojos se encuentran durante un momento alarmante, y el presente y todo lo
que contiene se vuelve dolorosamente real. Sostiene mi mirada descaradamente
mientras sus dedos acarician mi pecho. Su otra mano captura una de las mías. Se la
lleva a los labios.
Desvío la mirada.
—Harry... —Esto tiene que detenerse. Esto no puede pasar. Esto no puede pasar otra
vez.
Mis manos se deslizan hacia su cintura; dedos que fluyen sobe su piel y sienten los
bordes de unas cicatrices que están claras en mi memoria. Cierra los ojos y
desaparece de mi visión inmediata cuando entierra la cara en mi cuello. Inhala
profundamente, sus labios tirando gentilmente de la piel en besos secos, que se
convierten en mordiscos, suavizados por la punta de su lengua. Me estremezco y tiro
de su cabeza hacia la mía, besándolo con la intención de redescubrir un ritmo no del
todo olvidado.
204
Algo muere en el fondo de su garganta. Me insta una vez más a ponerme boca arriba
y busca tras de sí, levantando la cadera mientras me monta. Abro los ojos para ver los
suyos hacer lo mismo un segundo después. Sostiene un frasco de lubricante y no
recuerdo haberlo visto hurgar en la mesita de noche para cogerlo. Decido que no
importa cuando le siento usarlo sobre mí. Su rostro se estrecha en una expresión de
dolor cuando se aprieta a mi alrededor. Su carne resiste, y se sienta encima de mí. A
pesar de lo mucho que quisiera aconsejarle que lo tome con calma, me ha dejado
eficientemente mudo la ligeramente dolorosa y completamente exquisita sensación. El
único pensamiento consciente que puedo conseguir es “dioses, te he echado de
menos”.
Envuelvo la mano alrededor de su erección, que se estira entre nosotros sin recibir
atención. Me detiene.
Un miedo inexplicable nace en mí a partir de sus palabras. Abro la boca para insistir,
pero él tira de mí hacia arriba, hasta una posición incorporada, y pone los brazos
alrededor de mi cuello. Nos movemos sólo lo suficiente para sentir. No lo bastante
para dejar salir las emociones. Un sentimiento abrumador y sofocante nace en algún
lugar en la vecindad de mi estómago y se abre paso, ya sea vaciándome o
llenándome; no sabría decir cuál. Simplemente no hay espacio para respirar. Sus
manos acunan nuestros rostros y vuelve a presionar nuestras frentes una contra otra,
bloqueando el mundo de nuestra visión periférica.
Cumplo durante tanto tiempo como puedo, más por una urgencia paralizante que por
el deseo de estar tan cerca. Gradualmente, el lento movimiento circular me enloquece
y algo parecido al pánico amenaza con aplastar mi excitación. Rasgo su piel buscando
escapar, buscando libertad de movimientos. Pero sigo enterrado. Sigo atrapado.
Rompo su abrazo insistente, reclinándome sobre las manos para hacer palanca. Me
empujo en él.
205
Puedo respirar de nuevo, y mis caderas se mueven a mi pesar, a pesar de él y casi
desesperadas por alejarse de todo esto y de él y su maldito sentimentalismo. Me mira
con una sonrisa ligeramente enloquecida en la cara, sus rodillas presionando contra
sus propios hombros. No me detengo a pensar por qué sonríe, pero incremento el
ritmo. Mi aliento sale en explosiones furiosas; de pronto no quiero nada más que
hacerle daño.
Otra ola de miedo que esto evoca me impulsa hacia adelante. Embisto con fuerza.
Cada respiración que no consigue tomar alimenta mi necesidad, y la estrechez
apretada me está aplastando. Me mira con una intensidad que anhelo romper, pero no
sé cómo. Un momento de locura me posee, elevándome y haciéndome superar el
límite, y me corro con un gruñido largo, enterrando la cabeza en la almohada. Me
agarro a él desesperadamente mientras un amargo fluido de éxtasis reclama mi
cuerpo.
Sus piernas se relajan, y yo me sostengo con los codos. Su erección se sacude entre
nosotros. Insatisfecha.
Deslizo mis brazos bajo él y espero que la intensidad de lo que sea que está
acelerándose en mí se pase. Durante un momento me asusta que no lo haga nunca.
Mis brazos se aprietan a su alrededor, ya sea para mantenerlo sujeto contra mí, o a mí
contra él. No sabría decirlo. Supongo que no importa.
Traducción: Velia
206
CAPÍTULO 15 – MÁS DE LO MISMO
—Harry, ya es la hora.
»No puedo —susurra—. Sencillamente no puedo salir ahí fuera y fingir que me importa
una mierda. No puedo rebatirle esto. Siento lo mismo cada maldito año. Por supuesto,
decirle eso no sería en absoluto el método de persuasión más efectivo.
—Es sólo que parece tan jodidamente inútil —le dice al techo, presionándose los ojos
con la base de las manos.
—Es inútil. Pero eso no nos ha permitido pasarlo por alto cada año.
Debería decir que no. Si tiene que acostumbrarse a la idea de volver a la normalidad,
a más de lo mismo de todos los años, debería pasar el inicio del curso poniéndose al
día con sus odiosos amigos. Debería comenzar a representar su papel porque,
aunque todo pueda ser inútil, aún es su vida. Aún esta vivo.
Pero no lo haré.
Lanza los brazos alrededor de mi cuello y presiona la palabra “gracias” sobre la piel de
mi nuca antes de mirarme con los ojos enrojecidos. Me he acostumbrado tanto a verlo
en ese estado que ya apenas lo noto. Ni siquiera es suficiente para estar irritado. En
su favor, trata de esconderlo. Y tiene la decencia de parecer arrepentido cuando las
lágrimas lo pillan por sorpresa.
207
Me inclino para besarlo brevemente.
Para cuando llego a lo alto de las escaleras, he recuperado la irritabilidad agresiva que
me acompañará a lo largo del próximo año. Me detengo en lo alto para dirigir una larga
mirada dramática que aplaste un poco de la energía positiva, reemplazándola con la
adecuada aprensión cuando recuerdan que seré parte de su curso. Complacido con el
resultado de mi presencia, sigo adelante, viendo a la multitud abrirse frente a mí como
por arte de magia.
Mientras paso por la puerta, miro al otro lado del salón, hacia las cabezas de los que
ya están aquí, y lo veo sentado nerviosamente en su mesa. Está pálido como un
fantasma. Cuando me ve, sonríe con disculpa, y sus ojos se dirigen a la mesa
principal. Los míos lo siguen y aterrizan en…
Joder.
Black está sentado junto a Lupin, hablando con él conspiratoriamente. Al otro lado de
Black, McGonagall me detiene con una mirada de advertencia. Suprimo la urgencia de
tirarme al suelo y gemir lastimosamente.
Casi puedo escuchar a las Moiras cacareando con siniestro júbilo. Estoy muerto, me
percato. Y esto es el infierno.
Me doy cuenta de que me he parado en seco, y los alumnos dirigen su mirada hacia
mí, nerviosos por mi proximidad; al menos algunas cosas son como deben ser. Sigo
caminando. Ignoro el saludo de Lupin y me siento junto a McGonagall.
208
—Minerva, si alguna vez he dudado de tu habilidad para seguir los pasos de Albus,
estaba muy equivocado. Serás perfecta para el trabajo —digo con una mueca. La veo
suprimir una sonrisa enfurecedora.
Me desplazo un asiento y evito con éxito golpearme la cabeza contra la mesa. Miro
hacia la masa de críos para ver al pequeño pilluelo, con la boca cubierta y los hombros
sacudiéndose sospechosamente. Esto le parece divertido. Entrecierro los ojos con
odio y él se da por vencido al tratar de reprimir su risa, echando la cabeza hacia atrás.
Su risa resuena fuertemente sobre el murmullo general de los alumnos reunidos.
Muchos se giran para mirarlo de forma extraña, lo cual sólo parece ponerlo peor.
Vector interrumpe su reencuentro al guiar a una bandada con sangre nueva al salón.
Mis ojos examinan la fila por mero hábito, seleccionando a mis nuevos estudiantes. Me
preparo para jugar el juego del Sorteo, la única forma en que consigo sobrellevar las
ceremonias con la cordura intacta. Sin embargo este año, antes de que se oiga el
primer nombre, me distrae la mirada muerta en los ojos de uno de mis prefectos de
séptimo año. Algo parecido a la culpa brilla en su mirada al tiempo que se gira para
encontrarme observándolo. Rápidamente se encuentra fascinado por su plato vacío.
—Estoy bien —digo, tan irritablemente como puedo. Miro de nuevo hacia la multitud
para verlo observándome mientras otro Gryffindor se une a las filas. Sus cejas se
alzan en una interrogación. Asiento casi imperceptiblemente.
Estoy bien.
Él hace lo mismo. Sus ojos viran hacia Minerva, y después de vuelta a la cola que se
dirige al Sombrero.
209
----------------------------------------------------
—¡Snape!
Me alcanza.
—Reactivé las barreras colocadas por el difunto director, las cuales se habían
diseñado para mantener fuera a huéspedes indeseables. Pudiste haber venido tras él
directamente, pero según recuerdo estabas bastante ocupado entreteniendo a Lucius
Malfoy con tu patético intento de intimidación. Parecido a lo que haces ahora conmigo.
—Sonrío ante su expresión furiosa y me vuelvo para seguir caminando.
—¿Cuántas veces hemos tenido que recordarte eso a ti? ¡Al menos no voló la maldita
enfermería!
—No vais a empezar con esto —dice una voz dura desde detrás.
—Muy graciosa —murmuro, con el ceño fruncido. Me vuelvo hacia las escaleras que
guían a las mazmorras.
—No voy a permitir que os paséis a ese chico del uno al otro como una quaffle.
Durante el curso, Sirius, yo soy responsable de él. Haya o no haya padrino.
—Tú, Severus, te comportarás de modo que cumplas con tu posición de modelo para
los estudiantes. No toleraré que vayáis discutiendo como un par de críos de segundo.
No lo provoques. ¿Queda eso claro?
210
Aprieto la mandíbula y asiento brevemente, consiguiendo no negar enfáticamente que
nunca he sido yo el provocador. A algún remanente del niño que una vez fui le
preocupa que ella realmente me ponga un castigo, en cuyo caso me vería obligado a
asesinar a Black. Y no quisiera pudrirme en Azkaban por culpa suya.
Ella respira hondo y nos clava a ambos al suelo con una mirada afilada.
—Y Severus, me gustaría hablar contigo acerca de uno de tus alumnos. —Me dirige
una mirada significativa y yo asiento comprensivamente, de repente preguntándome
cuánto peso descargó Dumbledore sobre la pobre mujer antes de morir—. ¿Por qué
no vienes a mi oficina mañana por la tarde para tomar el té? —dice, incapaz de ocultar
a tiempo una sonrisa divertida. Se da la vuelta y sube las escaleras. La sigo con la
mirada, dividido entre la admiración y el horror.
—Merlín, se le da bien.
Había olvidado que Black estaba ahí. Dirijo una mirada en su dirección antes de
descender las escaleras. Me erizo cuando lanza un “Buenas noches, Severus” con voz
cantarina.
Sigo caminando, satisfecho con la idea de que seguramente será una buena noche.
----------------------------------------------------
Si me fijo bien, la estancia no parece muy distinta. Un poco menos atiborrada, quizás.
Más organizada. Fawkes me grazna desde la esquina. Sobre su percha, un retrato de
211
Dumbledore me guiña el ojo. Me quedo mirando el cuadro con un sentimiento de
intranquilidad.
—Sin problema
Sonríe.
—¿Té?
Cuando me giro hacia McGonagall, ella ya ha servido el té. Sin montar ningún
espectáculo.
Continúa antes que pueda registrar ese ‘aún’ y su significado. Dentro de un rato,
recordaré meditar sobre lo poco que deseo que esta mujer conozca lo que pensaba
Dumbledore sobre mí. Una punzada de curiosidad. Creo que yo mismo quisiera ver
ese archivo.
—Estamos aquí para hablar del señor Malfoy —me recuerda—. Dumbledore parecía
creer que el chico se redimiría milagrosamente por sí mismo. Yo lo encuentro un
pequeño mocoso intolerable. ¿Cuál es tu opinión?
Esto difiere tanto de la conversación normal que suelo tener en esta habitación que la
realidad de todo me golpea como un revés cruzado a la cara. Ella no es Albus
Dumbledore. No es alguien con fe inquebrantable en que todo el mundo tiene un lado
bueno, sin importar cuán enterrado esté. McGonagall purgaría la escuela de la maldad
potencial antes que tratar de encontrar una manera de superarla. Me confunde
encontrarme en la situación poco común de apelar a la compasión de alguien.
212
Por fin, me aclaro la garganta y dejo de mirar estúpidamente a la mujer.
—Es una víctima de su herencia. Pero hay una conciencia enterrada en algún lugar
bajo los siglos de dogmas familiares con que ha sido alimentado toda su vida. Que le
permita o no hablar está por verse.
—Está marcado.
No te metas en esto.
—Sí, lo he leído todo —dice, antes de cerrar el expediente que tiene delante—. Por no
mencionar que he visto la escena en el pensadero de Dumbledore. Otra cosa más que
tuve la poca suerte de heredar. —Se baja las gafas y las deja caer hasta que cuelgan
de la delgada cadena de plata que lleva al cuello—. ¿Estás dispuesto a asumir la
responsabilidad por el chico?
Parpadeo. Aunque estoy seguro de que el chico tiene conciencia, estoy mucho menos
seguro de que alguna vez vaya a escucharla. Dado que no ha hecho esencialmente
nada de lo que se esperaba de él a cambio de permanecer en la escuela, no tengo la
seguridad de poder confiar en él. Conociendo su posición, también sé que no dará
información que pueda incriminarlos a él o a su padre, haciéndolo del todo inútil para
nuestra causa.
Sea como fuere, ahora soy la única persona en esta escuela que entiende y aprecia su
posición. Antes, yo era capaz de colocarme como el guardián implacable en contraste
con la educativa y alegre clemencia de Dumbledore. Ahora, si no me pongo de su
lado, el niño realmente está perdido.
Asiento reticentemente.
—¿A quién debo acudir con cualquier información que pueda reunir?
—Supongo que siempre podrías acudir a Sirius. —Ella levanta las cejas.
Se ríe.
—Muy bien. Puedes hablar conmigo, si eso te hace sentir más cómodo. Supongo que
debería ser la primera en saberlo, en cualquier caso. —Deja escapar un largo suspiro
y se frota los ojos cansados.
213
—Bueno, serías un estúpido si lo hicieras. Aunque debo admitir que es
incansablemente fascinante estar al tanto de los pensamientos íntimos de un loco. —
Mira de nuevo el retrato. Dumbledore ha vuelto y está sentado en su mesa de colores,
acariciando las plumas rojas de un fénix verdaderamente inmortal. El Fawkes real
arrulla, contento—. Perturba la mente ver todo lo que había metido en el cerebro de
ese hombre —le dice a nadie en particular.
Me levanto antes que se proponga ofrecerme datos que prueben esa declaración.
—Estoy seguro que lo resolverás. —No estoy tan seguro, en realidad, pero parece lo
apropiado cuando alguien se lamenta ante una tarea desalentadora. Es también la
forma perfecta de introducir lo que pienso decir a continuación: “que pases un buen
día”.
—Por supuesto, serás igual de implacable con las hazañas de tus amados Gryffindor
—escupo amargamente. Le ofrezco una sonrisa desagradable.
—Mis estudiantes tienden a arriesgar sólo sus propias vidas, Severus. Es estúpido,
cierto, pero generalmente hay buenas intenciones detrás de sus acciones. —Su rostro
se congela en una expresión dura.
Aflojo mis dientes lo suficiente como para permitir que el nombre "Sirius Black" se
filtre. Giro y camino hacia la salida.
—¿Perdón?
----------------------------------------------------
—Señor Malfoy —entono, separándolo de su reunión con las gárgolas cada vez más
grandes que él llama amigos. Me vuelvo para empezar a caminar. Le escucho
disculparse con lo que suena a reticencia y luego seguirme al exterior de la Sala
Común. Le conduzco en silencio hasta mi oficina.
214
—Confío en que sus vacaciones transcurrieran sin complicaciones —digo, sentado
detrás de mi escritorio. Alzo la vista cuando se sienta delante de mí.
—¿Qué incidente? —escupe—. ¿Lo del funeral? Yo ni siquiera sabía que iba a estar
ahí. ¿Ahora también hablar con el precioso Potter va contra las normas? —se mofa
con odio.
—Hablar con Potter no va contra las reglas, aunque ciertamente es poco aconsejable.
Me refería a la muy repugnante sorpresa de cumpleaños que recibió. —En mi voz sólo
hay un atisbo de la ira que siento.
Trato de determinar si dice la verdad. Al final, no importa. Tiene que haber sabido algo,
después de todo.
—Me parecía haber dejado claro, señor Malfoy, que me iba a informar de cualquier
actividad que pueda poner vidas en peligro.
—Ni siquiera sé de qué está hablando. No soy el pensadero del Señor Oscuro,
profesor. Él no me dice nada. —Su voz tiembla con furiosa indignación.
—Es su trabajo conocer sus planes. Aceptó esta posición cuando accedió a quedarse
en la escuela. Y aunque usted no pueda ser confidente de Voldemort, está muy
cercano a la persona que tiene la mala suerte de tener ese triste título. A pesar de que
no puedo esperar que me envíe una lechuza a cada movimiento que hace, cuando
está planeando maldecir al mundo mágico con su odio eterno, ¡quiero saberlo, señor
Malfoy! —Pierdo la paciencia y el precario control sobre mi rabia. La postura defensiva
del niño y la boca testarudamente cerrada me hacen querer golpearlo con una
maldición horriblemente dolorosa e ilegal.
215
Baja la mirada.
—¿Entonces debo creer que no sabía nada de los planes de su señor para la mayoría
de edad de Potter? —me burlo.
—Cuidado con ese tono —le advierto con una voz baja—. El treinta y uno de julio.
Jadea impacientemente y luego levanta los ojos como si tratara de identificar el día.
Veo algo registrarse en su expresión, sus ojos bajan una vez más bajo el peso de la
conciencia. Sacude la cabeza.
—A nadie se le permitió acercarse a él ese día. Mi... mi padre fue convocado para
asistirlo. No habló de ello. —Aprieta la mandíbula, enfadado.
—¿Qué? —Se burla—. ¿Que está planeando algo? Señor, él siempre está tramando
algo. ¡Es lo único que hace! Lo observo un largo rato, escuchando cómo mi voz interior
hace eco a la suya. Respiro profundamente. Es posible que no supiera nada. Al ser la
cuestión tan importante, sólo su círculo íntimo habría sabido algo. Si el chico dice la
verdad, es posible que sólo Lucius haya sido avisado. No creo que tenga mucha
confianza en el grupo restante. Hay pocas personas, incluso entre sus seguidores, que
se sienten cómodos con la idea de un Voldemort eterno. La mayoría lo siguen por
temor. Si supieran que tendrán que temerlo durante el resto de sus vidas, y que sus
hijos sufrirán el mismo destino, la rebelión sería una cuestión de instinto de
conservación.
—¿Que está planeando ahora? —Lo inmovilizo con una mirada penetrante.
—¿Qué? —Su voz está vacía. Finge inocencia y se cruza con mis ojos
momentáneamente. Vuelve a retirarla inmediatamente.
—Como usted acaba de decir, siempre está tramando algo. Está tramando algo ahora
mismo. Me gustaría saber qué es —digo calmadamente.
—Sé que quiere contármelo, así que saltémonos la farsa de inquisidor contra detenido
reticente y dígame qué es lo que sabe. Preferiría que lo hiciera voluntariamente, pero
no estoy en contra de usar ciertas pociones que lo harían escupir todos sus secretos.
—Sonrío desagradablemente y sólo por un momento antes de decir, marcando cada
palabra—: ¿Qué está planeando?
216
Suspira pesadamente y se pasa las manos por la cara. No las deja caer antes de
hablar.
—No lo sé. —Cierra los ojos de nuevo y cuando los abre hay un indicio de súplica
ahí—. Señor, yo no debería saber eso. Y si hace algo, sabrán que se lo he contado. Mi
padre y yo estaremos muertos. —Su voz se quiebra en la última frase, pero mantiene
la máscara.
—¿Quién será asesinado si yo no hago nada? —digo, una vez consigo volver a
respirar.
»Una cosa más: la directora McGonagall me ha pedido que le comunique sus saludos.
—Le dirijo una mirada significativa y veo su mandíbula trabajar sobre un nuevo miedo.
Resoplo ante la amarga idea repentina de que preferiría estar en su lugar, como espía.
Al menos entonces era sólo mi vida lo que estaba en juego. Escoger entre salvarme yo
y salvar a otros había sido difícil, pero nada por lo que perdiera el sueño. Y ahora me
encuentro en la posición de sopesar una vida contra innumerables muertes
potenciales. Por un momento, mi aprecio por el antiguo director se profundiza. Una vez
llegué a imaginar, estúpidamente, que su posición era cómoda.
217
Me levanto de mi silla y regreso al despacho de la directora, con la conciencia cargada
de información no deseada y una vida que cuelga de ella. Fue decisión suya, me
recuerdo a mí mismo. Y se nos juzga por las decisiones que tomamos.
Y de ese modo me condena mi decisión de escoger las vidas de una masa hipotética
antes que la vida real de un chico que nunca tuvo oportunidad de elegir.
Traducción: Velia
218
CAPÍTULO 16 – MEDIOS PARA UN FIN
Ha llegado el momento.
Las asustadas voces de niños confundidos llenan el salón, cada uno especulando
sobre el destino de sus compañeros mayores. Apoyado contra la pared en silencio, en
un rincón, está Harry Potter. Lo miro a los ojos. Sacudo la cabeza. Dirige su mirada
esperanzadamente hacia un grupo de Gryffindor que se congrega.
—Todos ustedes irán a sus salas comunes y esperarán a sus jefes de casa. —Los
prefectos que han tenido la suerte de estar de guardia en el castillo se hacen cargo.
No me sorprende ver a Draco entre ellos. Me adelanta rápidamente, seguido de una
fila de niños de primer y segundo año con ojos desorbitados.
El salón se vacía a un ritmo notable. Los niños son muy obedientes cuando están
asustados. Un fenómeno del que me he aprovechado durante años. Esto, sin
embargo, es sólo cierto con niños que no han vivido su vida entera en el terror.
219
Aquellos que sí han tenido la experiencia permanecen tercamente en los rincones,
esperando a ver qué va a pasar ahora.
»Potter —suspira al verlo, como tratando de decidir qué hacer con él. Finalmente
parece decidirse—: Ayúdale. Los aurores deberán llegar con el primer grupo pronto.
Él permanece en silencio, mirando el suelo frente a él. No puedo decirle que sus
amigos estarán bien. No sé si lo estarán. Y no deseo realmente imaginar cómo le
afectará perderlos.
—Tú encárgate de los que estén histéricos —le digo, en tono firme—. Envíalos con
Pomfrey. El resto debe ir a sus salas comunes. Aquellos que estén esperando a
hermanos o amigos cercanos, dirígelos al Gran Salón.
—Me lo imagino. No hace falta ser un genio en Pociones para saber de qué son
capaces unos pocos ingredientes inestables cuando se ven obligados a sintetizarse.
—Me apoyo contra la pared y miro hacia las puertas.
Giro de golpe la cabeza hacia él con una ceja levantada. Me irrita la pregunta, y aún
más el hecho de que no pregunte. Asustado por mi respuesta, sin duda. O temeroso
de causar otra fisura. Debería dejarlo con la duda.
—No —digo cortante, aunque juro que no entiendo por qué me molesto siquiera en
responder—. Nunca. —Siempre he preferido la sutileza, no lo dramático. Miro
amargamente a la puerta.
—Ya vienen.
Dos magos con el uniforme gris claro de auror abren las puertas de par en par, y las
sujetan permitiendo el paso a un caudal de alumnos temblorosos. Me preparo un
momento antes de comenzar una consigna que se nos enseñó hace muchos años.
220
—A las salas comunes. Mantengan la calma. Si están buscando a alguien, diríjanse al
Gran Salón. —De vez en cuando aparto a un estudiante que parece a punto de
caerse, y uno de los asistentes de Pomfrey se acerca para escoltarlo hacia la
enfermería.
Caras surcadas de lágrimas se elevan hacia mí, buscando alivio. Ajusto mi expresión
en algo menos que desprecio, pero tengo cuidado de no mirar a ninguno a los ojos por
temor a convertirme en la víctima de un ataque al azar de lágrimas y mocos, mucho
tirar de túnicas, y (me estremezco) abrazos.
Como él.
—¡Ginny! —llama él, zafándose del agarre de una Gryffindor de tercer año y
caminando a través de la multitud para alcanzar a una alarmada Weasley con la cara
roja. Ella estira los brazos hacia él y gime en su hombro.
Recuerdo una escena similar que atestigüé hace décadas. Se me ocurre que si el
chico fuera hetero y estuviese lo suficientemente loco para enamorarse de una muy
fértil Weasley, su retrato de familia podría guardar una extraña semejanza con el de
Potter padre. Me estremezco ante el pensamiento.
Se inclina para decirle algo. Ella mueve la cabeza. El cuerpo entero de Harry se hunde
como si le acabaran de colocar un enorme peso sobre los hombros. Le da una
palmadita consoladora en la espalda y se separa de ella, brindándole palabras de
aliento y enviándola al Gran Salón. Organiza al resto de los alumnos como aturdido.
Una vez se retira la primera oleada, se acerca para estar a mi lado, guardando una
distancia razonable.
—Podrían estar aún con los interrogatorios —dice. Está tan pálido como si viese la
explosión en persona—. Los aurores… todavía están interrogando a mucha gente. —
Se queda sin aire antes de llegar al final de su oración.
—¿Estás seguro que no preferirías esperar en el Gran Salón con los otros?
Sacude la cabeza firmemente, los ojos clavados en las puertas. Ambos inhalamos,
preparándonos, cuando se abren de nuevo. Se pone de puntillas para mirar sobre las
cabezas de la multitud.
221
corto, difícilmente puedo perderme el roce de labios contra su mejilla. Él le da una
palmada torpe en la espalda al otro chico y retrocede. Se vuelve a mí y sus mejillas se
colorean con un rubor culpable.
Hago un gesto con la cabeza señalando a sus miserables mejores amigos y gruño
instrucciones generales al resto de los estudiantes.
------------------------------------------------------
No puedo culparlo por no venir a mis habitaciones esta noche. Su corazón aterrado
necesita asegurarse de que aquellos a quienes atesora siguen vivos. Incluso cuando
la evidencia física de eso se lanza hacia ti y solloza agradecida en tu hombro.
Está con sus amigos. Los otros dos tercios del trío de terror. Está con ellos y no
consolando a temblorosos Hufflepoof (1). Hufflepuff. Porque después de los eventos
trágicos deseamos estar con aquellos a quienes amamos.
No puedo culparlo por no estar aquí. No más de lo que puedo culparlo por ofrecer un
hombro a un chico destrozado. Es ridículo por mi parte pensar en ello, o alimentar
cualquier idea pasajera sobre qué pudo haber existido tras esa palmada inocente en la
espalda o el breve roce de labios que habla de una intimidad anterior.
Me golpeo mentalmente cuando me doy cuenta que estoy enseñándole los dientes a
una inocente chimenea. Bebo lo que resta del whisky de fuego, esperando quemar un
poco de esa cosa que me muerde ferozmente las entrañas. Después, me maldigo
cientos de veces por el salto emocionado que hace mi estómago ante el sonido de su
llegada por la chimenea.
—El total no oficial es veintitrés —informo, obligando a mi voz a algo menos que odio.
Está aquí, me recuerdo. Y yo no soy su guardián.
—¿Todo bien?
—Bien —digo, aclarándome mi garganta—. ¿No deberías estar con tus amigos?
—Están durmiendo. ¿Qué ocurre? —pregunta, girándose de modo que puede verme
apropiadamente.
222
—¿Tienes que preguntar? Tres de mis estudiantes podrían estar muertos, Potter. Por
no mencionar a los otros veinte estudiantes lo suficientemente desafortunados de
haber disfrutado de un poco de libertad hoy. Me perdonarás que no esté animado.
Quiero mover las piernas irritablemente, pero su trasero las tiene inmovilizadas.
Me mira de una forma que me hace pensar si, además de la magia, ha heredado la
habilidad de Dumbledore de leer la mente. Desvío la vista hacia la chimenea,
sintiéndome increíblemente estúpido y mezquino.
—No seas ridículo —rezongo—. ¿Qué razón podría tener para estar enfadado
contigo? —No tengo ninguna. Ojalá los celos y el sentimiento de traición enconados
en mi estómago se dieran cuenta.
Después de un momento de fingir que no quiero, me rindo. Hay algo en la cama que
parece poner todo lo demás en perspectiva. Me atrevería a decir que es ligeramente
más efectiva incluso que el contenido de mi almacén de licor. Asiento y se levanta,
llevándome tras de sí.
Deslizándome junto a él, trato de ignorar la idea de que, menos que la cama en sí
misma, es la calidez que la llena lo que ofrece consuelo. Cuando estoy solo, no hay
sino agitación aguardándome aquí. Agitación y deseo de paz. No sabría contar el
número de veces que esta cama me ha ahuyentado a los pasillos, siempre en busca
de la tranquilidad que siento ahora al tiempo que él se tiende a mi lado. La calma de
su respiración soplando contra mi hombro, húmeda y caliente. Él mueve un dedo
ausentemente, al ritmo de mis latidos.
Paz.
------------------------------------------------------
223
—Severus.
Alzo la cabeza para ver a McGonagall con los labios apretados en la entrada de mi
oficina. Tiene un pergamino enrollado en la mano. Avanza airada, haciendo un gesto
de muñeca para cerrar la puerta tras ella. Coloca el pergamino sobre mi escritorio y lo
desdobla para que lo lea.
Hijo,
Considero que será mejor para ti pasar los fines de semana constructivamente en vez
de desperdiciar tu tiempo en Hogsmeade. Si sientes que debes ir, no malgastes el
tiempo en esa tienda de dulces ni desperdicies tu paga en las tonterías que venden en
Zonko.
LM
Me quedo mirando la carta durante un largo rato. Lo primero que se me pasa por la
cabeza es cómo puede Lucius ser tan imprudente como para básicamente gritar sus
planes de ataque en una carta. Lo segundo es plantearme la estupidez del chico por
no haber destruido esa carta de inmediato. Después se me ocurre preguntar:
—Uno de tus prefectos ha venido a verme hoy —dice fríamente—. Maldita sea,
Severus, si esto no prueba que el chico es culp...
—¿Cuál de ellos? —pregunto, con una furia ausente dirigida hacia el niño que fue con
McGonagall antes de traer este asunto a mí. Como Slytherin que es, debería haber
sido más listo.
Por supuesto. Mi pequeño auror en entrenamiento. Callado, sutil, astuto. Todo dirigido
hacia una buena causa.
—¿Cómo la consiguió?
—Dijo que estaba metida en un libro que tomó prestado. ¿Qué demonios importa?
Prestado, claro. Miro la nota durante un largo momento antes de reclinarme de nuevo
en mi silla y mirar a la airada mujer.
224
Se endereza hasta su máxima altura, cuadrando los hombros. Un rubor ligero se
extiende sobre sus mejillas.
—Bueno, es suficiente evidencia para mí. El chico te dijo que habría un ataque.
—Nunca se lo ha nombrado como fuente. —Le doy una mirada que sugiere que no
estoy dispuesto a hacerlo ahora. Ella no lo entiende. No podría entenderlo. Nunca ha
jugado este juego particular. Si Albus estuviera aquí...
Pero no está.
—¿El Ministerio? Y dime, Minerva, ¿qué esperas que haga esa masa de
incompetentes burócratas? Todos están de un modo u otro en el bolsillo de Lucius. ¿O
lo has olvidado? —Suspiro pesadamente. Éste no es mi trabajo. Mi trabajo es de
reunir información y dársela a Albus para que pueda infundir terror en ellos
gentilmente.
------------------------------------------------------
—Señor Malfoy —dice McGonagall, con la voz cargada de desdén—. Por favor,
siéntese.
Levanto una ceja y dejo que se cueza en su aprensión durante un momento antes de
extenderle la nota de su padre. Mira el pergamino con sospecha antes de cogerlo. Sus
ojos se abren apenas perceptiblemente cuando lo reconoce. Es suficiente evidencia de
que no es una falsificación.
Sonrío.
225
—Sí, lo es. Una que prohíbe a su único hijo ir a las dos tiendas que fueron el blanco
del ataque en Hogsmeade. Escrita una semana antes de que se produjera el ataque.
Qué afortunado debe de sentirse usted de haber recibido la nota. —Evita mi mirada. Si
presto bastante atención, me imagino que podré oír su cerebro buscando una excusa
a toda máquina. Continúo—. Podría haber estado en cualquiera de estas tiendas.
Estoy dispuesto a apostar que ni el señor Crabbe ni el señor Goyle se pasaron por
Honeydukes ese día. Un evento curioso, el que renunciaran a esa oportunidad. ¿No
está de acuerdo? —Mi voz es informal pero mi mirada es acusadora. McGonagall se
sienta en silencio en su escritorio, irradiando odio.
—Mi padre no cree que deba gastar mi dinero en frivolidades. —Se endereza
defensivamente—. No sé si Crabble y Goyle fueron a Honeydukes. Yo estaba aquí, de
guardia. —Saca pecho, retándome a probar mis acusaciones. No puedo probarlas.
Pero puedo hacerle pensar que puedo.
—De guardia, sí. Qué suerte para usted. De hecho, si recuerdo correctamente, era el
turno de la señorita Penite, ¿o no?
—Ella quería ir al pueblo a comprar un regalo. Intercambié los turnos con ella. Eso no
significa...
—No significa nada. Es sólo una observación. Una observación interesante, dadas las
circunstancias. Usted sabía que habría un ataque. Recibió una carta de su padre que
le prohibía ir a los sitios marcados. Y usted, egoístamente, se ofreció a perderse un
viaje al pueblo el mismo día que veintitrés de sus compañeros fueron asesinados.
—No sabía lo que iba a pasar, señor —dice. Probablemente no sabía todos los
detalles y aquellos que sabía no los compartió por mera auto-conservación. Conozco
el dilema del chico. Lo comprendo.
—Sabía lo suficiente para ser capaz de salvar vidas, señor Malfoy. —Y ésa es la
cuestión. Sabía lo suficiente—. El hecho que queda es que si entregamos esta carta a
los aurores, tanto usted como su padre serán sometidos a una investigación. Sólo mi
testimonio bastaría para encerrarlo en Azkaban. Y su testimonio forzado bajo
Veritaserum sería suficiente para conseguirle a su padre un pequeño beso. —Se
encoge con cada palabra, estremeciéndose cuando las consecuencias le golpean una
por una.
»Estoy aquí para ofrecerle una opción, señor Malfoy. Entréguese, ofrezca información
voluntariamente, y acepte la protección que la ley puede ofrecerle. O no lo haga, y
sufra las consecuencias. —Mis manos se cierran alrededor de los brazos de la silla.
—¿Puedo tomarme un tiempo para pensarlo? —dice con voz ronca, sin mirarnos ni a
ella ni a mí.
226
—No...
—Profesora McGonagall —digo, dirigiéndole una mirada insistente—, no creo que eso
sea...
—Profesor Snape —dice, estrechando sus ojos—. Démosle al chico algo de tiempo.
Mantengo la boca cerrada y maldigo a esta estúpida. Lo primero que hará será alertar
a su padre. Él se asegurará de que no tenemos nada sustancial con que ejercer una
investigación y entonces el chico nos dirá que nos jodamos.
Ella asiente y él rodea la silla, evitando el contacto visual conmigo. Mantengo mi enojo
a un nivel profesional hasta que escucho el arrastrar del pasadizo cerrándose. Me
pongo de pie y miro con ira a la mujer, tratando de recordar que es mi superior y no
debe ser directamente insultada.
Resoplo.
—Un niño. Un niño que estabas lista para entregar a los dementores hace no más de
una hora. —Mantengo la voz en un controlado ronroneo. Si la levanto un poco,
empezaré a gritar.
Resoplo amargamente.
—¿Qué puede ser más misericordioso que salvar a un niño que no puede salvarse a
sí mismo? Mis métodos pueden parecerle crueles, directora, pero son efectivos. Y en
casos como éste, el fin justifica los medios. El fin es lo único que importa.
Con eso, y antes que decir algo que terminaría lamentando profundamente (algo en
latín, quizás), me giro y camino hacia la puerta, gruñendo un ‘que tenga un buen día’
antes de deslizarme por el pasadizo. Él está de pie en lo más alto de las escaleras
cuando salgo.
227
Traducción: Velia
(1) En inglés, poof significa 'marica', por lo que Severus hace un juego de palabras, algo como
'Huffle-marica'.
228
CAPÍTULO 17 – SORPRESAS DESAGRADABLES
Me alejo sobresaltado del libro cuando algo cae sobre mi regazo, desde arriba. Bajo la
vista y levanto un frasco de lubricante.
—¡Potter!
—No puedes esperar que estudie eso. De verdad, es indecente. —Sus dedos
acarician firmemente ambos lados de mi cuello.
—Sí, entiendo que eso pueda ser un estudio perturbador para mentes impresionables.
—Sonrío. Levanto las manos para deshacer el cuello de mi túnica, sólo para
presenciar cómo ésta cae sin contemplaciones, formando un bulto a mis pies. Dejo
caer las manos con fuerza sobre sus hombros. Me inclino, estrechando los ojos. —La
próxima vez que hagas eso, te maldeciré. —La irritación que fortalece la advertencia
está ausente cuando acuno mis recién desnudas caderas en su estómago.
229
—No he podido evitarlo. —Sonríe contra mi boca, con los ojos medio abiertos—. Estoy
impaciente. Llevo leyendo acerca del ángulo de penetración toda la noche. —Una
mano se enreda en mi cabello, mientras que la otra se presiona estirada en la parte
baja de mi espalda. Su dedo corazón traza círculos cerrados en mi trasero.
—Supongo que podría tomarme algo de tiempo para explicarte el material. —Trato de
profundizar el beso con el que ha estado tentando mis labios, pero se separa con una
media sonrisa. Algo extraño brilla en sus ojos.
—Creo que prefiero enseñarte lo que yo he aprendido. —El ligero sonrojo que colorea
sus mejillas no tiene razón de ser en el contexto de su expresión, oscurecida por la
decisión. Confunde la larga pausa que me lleva recuperar el uso de mi garganta como
un consentimiento, y suavemente me insta a darme la vuelta. Un último intento de
protesta es cortado por un dedo exploratorio que se desliza en la hendidura de mi
trasero. Besa mi columna, raspando con los dientes sobre las vértebras. La mano en
mi hombro se presiona en un ruego silencioso de satisfacción.
Me resisto mentalmente por puro hábito. Pero bajo al suelo, de cualquier modo, y
descanso los brazos sobre el asiento de la silla mientras él continúa incitando a los
estremecimientos a nacer allá donde posa su boca. Mi entrada se aprieta con
hostilidad cuando aparece un dedo intruso.
Retira el dedo y lo reemplaza por algo más sustancial y resbaladizo. Su mano regresa
para presionarse contra mi abdomen. Él ya respira agitadamente y yo siento la
humedad de su anticipación y su pene presionar contra mí. Espera mi permiso.
Exhalo bruscamente.
—Perfecto —gime, ambas manos deslizándose bajo mis brazos para enredarse en
mis hombros. Me sujeta firmemente—. ¿Cómo está mi ángulo? —dice con una risa
sofocada.
Antes que pueda responder (no es que me hubiera dignado a ello), se retira y vuelve a
deslizarse dentro. Su ángulo está un poco errado, irónicamente, pero no obstante
disfrutable. Establece un ritmo suave, con cuidando de cubrirme casi por completo,
manteniéndome contra él, adentrándome en él con manos firmes sobre mis hombros.
Nunca me habían tomado tan íntimamente. Y no es el placer con cada suave empujón
lo que hace a mi cabeza flotar. Son sus brazos, su pecho moviéndose contra mi
espalda, el fluido ritmo de sus caderas, el soplo de aliento que calienta y cosquillea en
mi cuello y oídos.
230
Como si algún peso formado hace tiempo en mi pecho se hubiera disuelto de repente,
mis pulmones se expanden libremente. Respirar nunca había parecido una ardua tares
antes, pero ahora, cuando mi pecho exhala sin obstáculos, me siento más ligero por
todas partes. Mis propias manos se mueven a sus caderas, dedos clavándose no para
urgirlo a ir más rápido ni para hacerlo detenerse, sino por la necesidad de asirme a
algo real.
Dejo caer la cabeza cuando desliza una mano para envolver sus dedos a mi alrededor,
acariciándome con el mismo ritmo gentil con el que me posee.
Me alegra que mi cara esté escondida de él. Tiemblo al pensar lo que mi abandono
puede revelar en mi expresión. La sangre que late en mis oídos es ahogada por los
sonidos de respiración cargada y suaves gemidos que no pueden en modo alguno
proceder de mí.
—¡Mierda!
Golpeteo.
Puerta.
Unas manos me dan la vuelta. Evito sus ojos. Él toma mi cara entre sus manos y me
besa firmemente. Retrocediendo, sonríe, ojos espléndidos y cara aún sonrojada.
231
Se retira con aire travieso cuando una serie de toques furiosos caen una vez más
sobre la puerta. Sólo hay una persona tan idiota para llamar de ese modo. Abro la
puerta de un golpe.
—¡Black!
»¿Luc...?
Y se detiene. Presiono la cara contra la fría piedra del suelo, mi cuerpo retorciéndose.
Me vuelvo consciente de oír unos gritos; trato de separar las palabras y darles
significado. No puedo moverme. No puedo pensar.
Más gritos y reconozco la voz. Harry. Trato de levantar la cabeza y, al fracasar, intento
una vez más concentrarme en las palabras.
—Nunca lo toques...
—Harry —consigo decir con voz ronca. Cualquier pequeño sonido que haya producido
pasa inadvertido.
—Maldito cabrón…
—Harry. Tienes que tranquilizarte. Necesito que vayas y traigas a la directora —le
digo, y después aprieto los dientes antes de añadir—: Y a tu padrino también. —Por
mucho que odie tener que invitar al perro a mis habitaciones nuevamente, es miembro
de la Orden y un testigo más creíble que su compañero licántropo.
232
Sacude la cabeza obstinadamente contra mi pecho.
Asiente.
Dejo caer las manos y él inhala profundamente, entrando en la Red Flu. Se va.
Masajeo mis adoloridos músculos y me acerco para examinar el daño. Guardo la varita
del hombre y me pregunto vagamente en qué demonios estaba pensando Voldemort
para enviar a su sirviente a Hogwarts. Incluso sin Dumbledore, no puedo imaginar que
hubiera planeado un ataque directo. No puede haber pensado que tenía posibilidades.
Un escalofrío me recorre cuando me doy cuenta de que bien podría haber funcionado
si Harry no hubiese estado aquí.
—¿A quién?
El chico podía estar de muchas formas cuando bajó hacia el vestíbulo principal, pero
es seguro que estaba bien vivo.
233
—Merlín, Severus. ¿Qué le has hecho?
Está muerto.
------------------------------------------------------
Mi atención se distrae por el sonido de dientes que chocan desde la silla. Harry se
sienta, temblando como si el invierno hubiera bajado de repente a las mazmorras.
Conjuro una manta para él. Se acurruca bajo ella, agradecido.
—Para matar a Severus Snape. —A esa pregunta también podría haber respondido
yo. Combato la urgencia de espabilar a Black para que continúe.
—¿Quién te envía?
—Nadie.
—Está muerto.
234
—Mi señor —responde Lucius. Sus ojos se encogen.
—¿Por qué ha matado Voldemort a Draco? —sigue Black. Su voz se quiebra como un
pergamino viejo.
—Porque yo no pude hacerlo —dice Lucius. Más extraño que la sangre secándose
alrededor de su nariz y boca son las lágrimas que se acumulan en sus ojos. La vista
es aún más extraña ante la completa falta de emoción en su cara.
—Traición —dice Lucius, vacío de emoción—. Draco vino a la Mansión para tratar de
convencerme de abandonar a mi amo. Severus Snape le advirtió de una investigación.
Draco me suplicó que me entregara a los aurores. Mi amo estaba en la Mansión. Lo
oyó todo.
Soy consciente de un gran peso verde que me taladra el cráneo, pero lo ignoro en
favor de luchar contra la bilis de mi garganta para que regrese a un nivel aceptable.
Mis ojos viajan hacia McGonagall, quien mira a ningún sitio en particular.
—Él quería que probara mi lealtad. Me ordenó matar a Draco. Cuando no saqué la
varita de inmediato, conjuró el cruciatus. Draco gritaba. Me volvió a pedir que lo
matara y saqué la varita. No podía matarlo. Sabía que si no lo hacía yo, lo haría él y
después me mataría a mí también. Me desaparecí cuando le oí comenzar la maldición.
Vine a Hogwarts. Todo esto era culpa de Severus. He venido a Hogwarts a matarlo.
Abrió la puerta y le hice sentir lo que Draco sintió. Después algo me lanzó contra la
pared. Perdí la consciencia…
235
Si me hubiera escuchado, nada de esto habría pasado.
Sacudo la cabeza, atontado por el odio a mí mismo y a todo aquel que ha tenido algo
que ver con esto.
—Harry. —Miro hacia Black, quien parece incómodo por mi proximidad con su ahijado,
pero no inclinado a protestar por una u otra razón—. ¿Todo bien?— pregunta.
Black asiente y después se va, remolcando a un Malfoy flotante tras de sí. La puerta
se cierra y soy atraído hacia unos brazos cálidos que me sostienen firmemente. Es
extrañamente vigorizante y no quiero separarme, aunque una parte de mi cerebro me
impele a hacerlo.
------------------------------------------------------
Pero no de mí.
—Les recuerdo a todos ustedes que nadie puede salir de los terrenos sin permiso
expreso. —Dirijo mis palabras a los únicos que estarían inclinados a hacerlo, o que
son capaces de aparecerse en casa. Crabbe y Goyle parecen perdidos sin su
236
cabecilla. No puedo evitar sentir algo de pena por los desdichados mocosos. A pesar
de sentirme seguro de que pronto encontrarán a otro a quien seguir sin pensar.
Mis ojos caen sobre Zabini, que se sienta en silencio en un rincón, con aspecto más
pálido que de costumbre. No hay duda de que ha llegado a la conclusión que esto es
culpa suya. Y aunque lo sea, en parte, tendré que encontrar algún modo de asegurarle
lo contrario. Y de dejar absolutamente claro que todo hecho ocurrido en mi Casa
deberá llegar a mí, y no a brujas idiotas que no tienen la mínima noción acerca de
cuánto daño puede hacer un poco de piedad.
Me mira a los ojos brevemente antes de levantarse y adelantarme para salir de la Sala
Común. Respiro hondo.
—No voy a darle los detalles de lo que ocurrió. Pero puede estar seguro de que tuvo
poco que ver con la carta, y mucho con algunas decisiones muy estúpidas y peligrosas
que tomó el señor Malfoy. —Mi intención es que ésa sea mi última palabra, pero
detiene mi partida.
—No se lo puede culpar de obedecer a su padre, señor —dice Zabini. Su voz no lleva
nada de la petulancia que sus palabras cargan.
—Sí que se puede, señor Zabini, cuando él sabía que su padre se equivocaba. —
Levanto una ceja, retándolo a replicar. Después de un momento, asiente. Comienzo a
caminar de nuevo, pero me detengo—. Espero que la próxima vez que descubra algo
sobre sus compañeros, traiga el asunto ante mí.
Lo veo apretar los labios contra cualquier respuesta que pueda tener. Posiblemente,
sus razones para acudir a McGonagall en primer lugar. Siento una vaga curiosidad por
saberlo, pero me doy cuenta de que ya ha decidido no contármelo. Asiente
brevemente y se separa de la pared para regresar a la Sala Común.
237
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—Creo que soy el único que puede hacerlo —dice, apenas más alto que un suspiro.
No puedo hacer esto ahora. Después de pasar todo el día llorando la muerte de un
chico que maté inadvertidamente, no quiero pensar en llorar la muerte de otro. Aprieto
la mandíbula y alejo de mí el sentimiento de premonición que se avecina.
—Debería darte algo que te curara eso. —Estoy atrapado entre el deseo de yacer
pacíficamente en mi cama y el de huir de la habitación. De él. De sus sentimientos.
—Sé dónde esta. Quiero decir... no podría ubicarlo en un mapa ni nada, pero puedo
sentirlo si me concentro un poco. —Se sienta.
—Felicidades —murmuro.
—Sev...
—Potter, si no te importa, ¡preferiría no discutir tus planes de hacer que te maten y que
se joda el resto del mundo! —Estoy gritando, me percato, pero no puedo evitarlo.
—Bien —digo en voz baja—. ¿Qué vas a hacer? ¿Tirarte directamente a su regazo?
Bueno, él estará encantado. Haces su trabajo mucho más fácil.
—Entonces, ¿se supone que tengo que quedarme aquí a salvo mientras él asesina a
todo el mundo, sólo porque tengo miedo a morir?
238
—No, dejas que aquellos entrenados para ello se hagan cargo. —No es un concepto
difícil de entender para cualquier ser humano normal. Él, por otro lado, no es normal.
Es un puto Gryffindor.
—Ni siquiera pueden acercarse a él, Severus —dice, como suplicándome que entre en
razón—. Pero yo sí puedo.
Me derrumbo.
—Harry, si se te pasa siquiera por la cabeza ir tras él, ¡te mato yo mismo! —Me invade
una urgencia indomable de lanzarle algo al chico estúpido. Un hechizo. Me tapo la
cara con las manos y respiro profundamente para escapar de este súbito sentimiento
de total impotencia. Presiono la frente contra la pared.
—Potter.
—No voy a hacer nada estúpido —dice—. Es sólo que… es todo este caos. Me ha
afectado. —Hace una mala imitación de una sonrisa inocente. El pequeño imbécil va a
intentarlo. Casi cedo ante el impulso abrumador de rogarle que no lo haga—. Vuelve a
la cama —dice suavemente, estirando los brazos. Lo miro y abro la boca para
defender el caso una vez más—. Por favor, no quiero pelear. Por favor.
Siempre supe que esto pasaría. Me he estado preparando para ello durante mucho
tiempo. Al menos debería haberlo hecho. Estaba destinado a suceder. Como Albus
dijo que sería. Sacudo la cabeza.
—Si fracasas… —Una última apelación a la razón del chico irracional. Un chico
inclinado al martirio. No seré capaz de detenerlo.
—No hablemos más de ello. —Se estira, implorante, y acepto su invitación en medio
de un pavor que enfría el alma. Se tiende a mi lado.
Cierro los ojos, acariciando ausentemente su brazo. Finjo que me escuchará. Y que
aún no está resignado a morir.
Traducción: Velia
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CAPÍTULO 18 – SECRETOS A LA LUZ
Levanto los ojos de una pila de redacciones para presenciar una visión poco frecuente:
Lupin, asomado a la puerta de mi oficina, su rostro atormentado con lo que
sorprendentemente parece pánico. Un matiz de color logra atravesar sus demacradas
mejillas.
—¿Qué pasa? —pregunto con el ceño fruncido, curvando el labio sólo un poco por el
disgusto.
Oigo a Vector intentando explicar la situación con tono tranquilo. Dan la vuelta a la
esquina, y veo a Harry detrás de ellos, mirando al suelo mientras camina
silenciosamente. Vector nos ve a Lupin y a mí parados en el pasillo. Suspira.
—Me temo que la directora está ocupada —dice, envarada—. Le diré que deseáis
verla.
Harry alza la vista, curioso, y se cruza con mis ojos. Un breve despliegue de
desesperación queda absorbido por una mirada inexpresiva, sin esperanza. Dirijo a
Vector una mirada dura antes de girarme hacia Lupin. Algo de la bestia que alberga
dentro de sí se deja ver a través de su normalmente plácido rostro. Me asombra sólo
un poco encontrarme aliviado por ello.
240
—Esto no os incumbe —murmura antes de abrir el paso al despacho de McGonagall.
Black irrumpe primero, seguido de Lupin y Vector. Me detengo para dejar que Harry
me adelante. Harry me mira, y durante un fugaz momento tengo el impulso de cogerlo
y huir con él, pero entonces me doy cuenta que eso es precisamente lo que tratan de
hacer. Esconderlo del mundo. Y él no estaría a salvo conmigo… Por supuesto, sería
feliz. Más feliz que si se fuera con ellos.
Me roza al pasar, y se estira para tocar mi mano antes de subir las escaleras. Lo sigo,
ahogándome en la ira y en un caos de otras emociones indescriptibles.
—Estoy siendo perfectamente razonable, señor Gint. Si voy a permitir que se saque a
uno de mis estudiantes de esta escuela, requeriré de algo más que una petición
educada. A menos que Potter vaya voluntariamente, o a menos que su guardián
consienta su traslado, va a necesitar una orden. —Habla con calma, pero el enfado es
evidente por la forma en que tensa la boca—. Sirius, ¿das tu consentimiento? —Ni
siquiera mira hacia él.
—¿Harry?
—El chico no está a salvo aquí. ¿Se dan cuenta de lo que está en juego? Si Ya-
Saben-Quién...
—Si Voldemort intenta algo, tendrá que pasar por encima de todos nosotros —dice
McGonagall, cuadrando los hombros.
El auror vuelve a resoplar y pasa una mirada por toda la sala, despectivo.
—Ustedes —se burla—. Para proteger al mago más importante del mundo moderno,
han reclutado a un ex-convicto, un ex-mortífago... —dice, torciendo la boca con
disgusto. Mi mueca se torna despectiva cuando avanza hacia Lupin y sus ojos
recorren la apariencia desarrapada.
—Un hombre lobo actualmente habilitado —le ofrece Lupin, con una sonrisa que
normalmente me sacaría de mis casillas, pero que en este momento es bastante
divertida.
—¡Un hombre lobo! —dice el auror, encantado—. Bueno, es mejor de lo que yo creía,
¿no? No sé por qué el Ministerio monta tanto escándalo. Ustedes lo tienen todo bajo
control, evidentemente. —Hace amplios movimientos dramáticos con los brazos y su
cara parece estar a punto de explotar.
241
—Me gusta creerlo —dice McGonagall con una sonrisa de suficiencia. Si no fuera
Minerva, estoy seguro de que podría ver sus ojos brillando. Echo un vistazo al retrato
de Dumbledore, que observa la escena con tristeza. Su bigote se mueve mientras
sorbe otro helado de limón.
—El hecho sigue siendo el mismo, señor Gint: usted no tiene autoridad legal.
Gint resopla antes de gruñir un “Buenos días” y salir a zancadas, pasando entre Harry
y yo. Una vez se ha ido, McGonagall exhala un suspiro cansado y se deja caer en su
silla. Nos barre a todos con la mirada.
—Haré lo que pueda para evitarlo, señor Potter —dice. Dirige una mirada seria en mi
dirección.
Él asiente, y veo cómo su nuez sube y baja cuando se traga sus inútiles ruegos.
Señala algún punto detrás de él.
—Se lo considera una amenaza para la seguridad de nuestro mundo —dice ella—.
Conseguirán la orden.
—¿Qué creen que pueden hacer? Si Albus no pudo... ¡van a robarle la vida! —Grita
Black.
242
Me doy la vuelta y salgo de la habitación, alejándome de las últimas palabras: “están
intentando salvar otras miles”.
Oigo cómo Black sigue discutiendo una causa perdida, pero no escucho lo que dice.
Ya no importa. Me he hartado de todo este melodrama. Un chico debe morir para
salvar al mundo. Hubo un tiempo en que me habría reído ante la idea. Ese tiempo
pasó. Desciendo a los calabozos, donde está indudablemente haciendo planes para
su escape indefinido. No tolerará que lo encierren. Desprecio la idea de que
McGonagall haya comprado un tiempo que, una vez más, sólo servirá para destruir a
alguien. No es la primera vez que estoy dividido entre querer que él acceda a su
libertad y no querer esconderme durante el resto de mi vida. Aunque su fracaso no es
inminente, su éxito no está garantizado. Tiene el poder de destruir a Voldemort, pero el
poder es poco útil sin habilidad ni, por supuesto, coraje.
—¿Crees que tiene razón? —pregunta, en voz baja y seria—. ¿Crees que debo
marcharme? —Para cuando ha terminado la pregunta, ya no le queda energía. Cierro
los ojos con fuerza e inhalo profundamente. Una voz en mi cabeza grita que no, que
ese imbécil no tiene razón. Su lugar está aquí. Conmigo. Otra voz, la voz de la razón,
responde que sí.
—No puedo —exhala. Se cubre los ojos con una mano—. Sé que debería hacerlo.
Pero… yo... —Su voz es pesada y húmeda y sin esperanza. El nudo en mi pecho se
expande, haciéndose más denso y doloroso.
No tengo aire suficiente para hacer que mi “no lo hagas” sea audible. Las palabras
quedan atrapadas entre mis dientes, y lo acerco a mí.
243
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»“La verdad sobre Harry Potter: El secreto mejor guardado de Dumbledore.” ¿Qué es
lo que pasa ahora? —suspira. Dejo caer mi tenedor y le arrebato el diario de entre las
manos. Ella sisea—. ¡Maldita sea, Severus! Podrías habérmelo pedido.
La ignoro para revisar el artículo. El sonido distintivo de otros tres tenedores que caen
sobre sus platos se las apaña para sobrepasar el caos asustado de mi cerebro. Fuente
interna. Una conexión asombrosa. Desplazamiento del alma. Está todo aquí.
Harry se levanta lentamente y camina con paso decidido hacia las puertas. En el
momento en que desaparece de la vista, el silencio estalla en cien conversaciones
asombradas. Me deslizo al exterior por la puerta lateral. Black me sigue. No hablamos
de camino a mis habitaciones. Al entrar somos recibidos por el sonido distante de
arcadas, procedentes de mi baño.
—Dioses. No podrá aguantar esto mucho más —dice Black sombríamente, con la voz
quebrada.
244
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Mi vaso de whisky queda abandonado sobre la mesa, a mi lado. Las llamas azules
murieron hace una hora. Nunca antes había tenido un problema que un vaso de
whisky de fuego no pudiera incinerar. Y ahora no consigo obligarme a tragar nada
debido a una tristeza permanente cuyo peso equivale a la suma de mis órganos
internos.
Está dormido. O finge que lo está, en cualquier caso. Por su bien espero que su
consciencia le conceda este indulto. Es demasiado para una sola vida. Me atreveré a
decir que estará mejor cuando esto termine. Y yo, al menos, podré volver a respirar.
Pero saber eso no hace más llevadera la idea de un mundo sin él.
Sé lo que quiere hacer. Si le quedaban dudas, han sido disipadas por la mera urgencia
del poco tiempo que le queda. Ahora que la verdad es de conocimiento público, no
creo que le vaya a ser permitido siquiera el fin de semana. El Ministerio abrirá mañana,
tan sólo para emitir su sentencia de muerte. Sólo me queda algo por hacer: no
detenerlo.
—¿Y bien? —Digo, cuando ninguno de ellos habla—. ¿Qué ocurre? —Intento
representar mi habitual papel, intimidante y profesional. Me sale bastante mal. Sé por
qué están aquí.
—¿Y por qué, les ruego que me informen, iban ustedes a buscarlo aquí?
—Sabemos que está aquí. Sólo queremos hablar con él —dice. Su voz se eleva con
impertinencia poco característica.
Suspiro y aprieto los labios con irritación. No soy capaz de entender cómo ese hombre
puede siquiera ser considerado lo suficiente de fiar como para ser un guardián de
secretos. Sacudo la cabeza.
245
—Está descansando. Le informaré de que han estado aquí —digo en un gruñido bajo.
—¡Señor! —Dice Weasley con fuerza, evitando que cierre la puerta—. Necesitamos
verlo.
Se revuelve, sentándose.
—Tienes compañía. —No logro mantener la acusación ausente de mi voz. Abre los
ojos con miedo.
—Lo siento —dice, e incluso logra parecer sincero. Para mi desgracia, su disculpa
disuelve mi enfado. No creo que necesite lamentar más cosas de las que ya tiene
encima.
Sonríe suavemente y sale. No lo sigo hasta que oigo la puerta cerrarse. Me siento en
mi silla una vez más y me trago los impotentes contenidos de mi vaso, temblando
violentamente mientras el ácido líquido suprime la energía de mi irritación. No creo que
los secretos guardados importen ya mucho. No ahora que el más importante de ellos
es de dominio público.
246
En Que Vivió, el día que lo convirtió en la más celebrada anomalía de todo el mundo.
Es asquerosamente perfecto que vaya a escoger ese día también para morir.
Esperar que muera. Esperar que haga este último viaje imprudente hacia las manos
de Voldemort. Esperar que arriesgue su vida y la mía y la del mundo sólo para
demostrar que nadie puede detenerlo.
Ni siquiera yo.
Sólo una noche más. No es mucho pedir. He hecho todo lo que se esperaba de mí.
Merezco una jodida última noche de paz antes que todo me sea arrebatado.
Me detengo frente a él y levanto su barbilla. Quiero maldecirlo unas mil veces por
hacerme esto. Por invadir mi vida, crear el caos y después dejarme las ruinas.
Dejarme solo. Pero no lo maldigo, porque no puedo romper a un chico que se está
desmoronando ante mis propios ojos.
Me inclino para besar su tembloroso labio inferior. Desliza sus brazos alrededor de mis
hombros y entierra la cara en mi cuello. Presiono mis labios contra su cabello,
aguantando su peso.
—¿Qué puedo hacer? —pregunto. ¿Qué puedo hacer para ayudarle? ¿Para
mantenerlo a salvo? ¿Para mantenerlo aquí?
—No me sueltes.
Traducción: Velia
247
CAPÍTULO 19 - ACEPTACIÓN
—Le hemos dicho que Sirius nos dijo dónde estabas —dice Hermione a modo de
disculpa cuando salimos al pasillo que da a sus aposentos. Me detengo ahí, dejando
claro que no tengo deseos de salir de las mazmorras. Subir hacia el mundo exterior,
donde susurran y me juzgan. Donde todos lo saben.
Arrugo la nariz.
—Genial. Dadles otra razón para pelear —digo con forzada ligereza, a pesar que
todas la implicaciones, todo lo que nunca les he dicho, se asienta pesadamente en el
espacio entre nosotros.
No se lo conté. Veo la acusación y el dolor en sus expresiones. Quieren saber por qué.
¿Por qué no confié en ellos? Qué puedo decir, aparte de que no quería que lo
supieran. Que nadie lo supiera. Yo no quería saberlo.
Hermione me pasa los brazos por encima y entierra la cabeza en mi hombro. Ron se
desploma contra la pared, apretando la mandíbula.
—¿Hay algo…? —La voz de Hermione tiembla cuando se separa para mirarme—.
Quiero decir que debe haber algo que podamos hacer.
Sacudo la cabeza y veo lágrimas derramarse de sus ojos. Me siento vacío. Ni siquiera
estoy seguro de que pueda llorar más. Le froto el hombro, volviendo la vista hacia
Ron, cuya cara congestionada está roja. Veo cómo su garganta se mueve cuando
traga. Me deslizo por la pared.
Exhalo duramente con una sonrisa tranquila. Lo único que puedo hacer.
—Vas a ir a por él, ¿verdad? —Hermione solloza y se seca los ojos con el dorso de la
mano.
—¡Harry, no puedes! Quiero decir… que si tú… —Ron se calla y mira hacia otro lado.
248
mucho tiempo. —Cierro los ojos, luchando contra el escozor—. El Ministerio vendrá
pronto a por mí. Quizá incluso antes, debido al artículo. Y… —Me froto los ojos con los
dedos. Mi pecho late dolorosamente—. Vosotros… sé que esto suena estúpido, pero,
¿podríais por favor aseguraros de que Sev... el profesor Snape… que él…? —Trato de
respirar, pero mis pulmones no funcionan. Otro pozo sin fondo lleno de lágrimas
estalla en algún lugar. Sé que es ridículo pedirles que cuiden de él. Incluso aunque
estuvieran dispuestos, no puedo imaginar que él lo fuera a permitir. Pero…
»Quiero decir, vosotros dos os tenéis el uno a la otra, ¿verdad? Y Sirius tiene al
profesor Lupin. Snape… él sólo… Si pudierais ir a su despacho e incordiarlo de vez en
cuando... —Toso y me limpio la cara inútilmente antes de colocar la frente entre las
rodillas.
Permanezco de ese modo un largo rato, sin saber qué decirles. Todo lo que quiero
decir suena tan ordinario. Me gustaría darles las gracias por haber sido mis amigos,
incluso cuando actuaba como un completo imbécil. Por guardar mis secretos y
meterse en problemas conmigo. Quiero decirles todo lo que he estado ocultándoles,
pero ni siquiera sé por dónde empezar. Y no creo que ellos realmente quieran oír todo
eso, en cualquier caso.
—¿Cuándo crees que vendrán a por ti? —pregunta Hermione en voz baja.
Me encojo de hombros.
—¿Ahora que todo ha salido a la luz? Pronto. Quizá esta noche —digo con voz
vacía—. Tenían que conseguir alguna orden del Ministerio primero.
Ron se sorbe los mocos a mi lado y me vuelvo hacia él. No le veo la cara, dado que
mira al otro lado. Sus orejas son de un rojo brillante.
¿Asustado? De entre todo lo que he sentido a lo largo de los últimos meses, miedo es
lo último. Pero estoy asustado. Asustado de que Voldemort mate a alguien más. No
tengo miedo de morir. Tengo miedo de que él no lo haga.
249
—No creo que quede mucho que temer después de muerto —digo, tratando de
sonreír. Hermione entierra el rostro entre las manos; Ron hace lo mismo. Me percato
de que soy un cabrón insensible—. Lo siento. Supongo que he tenido demasiado
tiempo para pensar en ello. —Comienzo a darme patadas mentalmente.
Ron se pone de pie y empieza a caminar por el pasillo. Miro cómo se aleja un poco y
después regresa para quedarse mirando al suelo. Agradezco que esté enfadado por
mi causa. Alguien tiene que hacerlo. Yo ya no puedo.
»¿No pueden limitarse a encerrarlo? Quiero decir… ¿hasta que encuentren un hechizo
reversivo?
Suspiro.
Es escalofriante lo poco que siento al decir esto. Frialdad. Completa resignación. Ella
escucha y me mira con una expresión extraña. Parece pensar que debería decir algo,
pero cierra la boca con fuerza para detenerse. Se inclina a besarme en la mejilla,
quedándose ahí un momento antes de separarse y levantarse.
—Tengo que ir a ver cómo está Ron. —Sorbe—. Te despedirás antes de irte,
¿verdad? —Se limpia los ojos y respira hondo.
—Nos vemos.
Se aleja como si quisiera huir. La miro hasta que dobla la esquina, y luego me tomo un
momento para tranquilizarme antes de regresar a él.
Se levanta y se acerca a mí. Me sujeta la barbilla y me mira hasta que siento cómo mi
resolución se derrumba. Me besa en la boca, y se acabó. Mi control se disuelve y
entierro la cara en su cuello. Si no fuera por sus brazos, envueltos firmemente a mi
alrededor, creo que podría romperme.
250
Perdonarme.
------------------------------------------------------
Estira una mano hacia mí mientras duerme. Lo ha hecho cada noche desde mi
cumpleaños. No creo que se percate de ello; y si alguna vez fue así, probablemente
hizo un esfuerzo consciente por detenerse. No querría que yo pensara que me
necesita.
Trato de no imaginarlo aquí, solo. Más allá que cualquier otra cosa —el miedo a
fracasar, el remordimiento de dejar atrás mi vida, más fuerte incluso que el tormento
constante de saber que yo soy Voldemort— está el dolor que siento ante la idea de
dejarlo solo. Él, buscando consuelo a su lado para encontrar sólo unas sábanas frías.
Es esta idea la que me mantiene aquí. Me impide que vaya hacia Voldemort y acabe
con todo.
Y ahora…
Quizá ya hayan venido a por mí. Le convencí de que volviera a levantar las barreras
para que, sólo esta noche, pudiéramos olvidar. Ellos las derribarán mañana. Pero
tenemos esta noche. Ahora.
—Mm-hmm —respondo, sin confiar en mi voz. Sorbo tan discretamente como puedo.
Él exhala pesadamente y se relaja una vez más.
251
para expulsarme de su mente. Se convencerá a sí mismo de que le gusta estar solo. Y
me odiará por haberlo dejado solo.
Pero no tengo opción. De un modo u otro, tengo que irme. Y si me voy por mi cuenta,
al menos sabré que se acaba. La espera. El conocimiento constante de que puedo
morir en cualquier minuto. El miedo de que si cualquier otro sucio mortífago decide
entrar a Hogwarts y matarme mientras voy camino a clase, se acabó. Sin esperanza.
Debo irme.
Debo tener éxito. No tengo opción. Y Voldemort lo sabe. Puedo sentir su miedo. La
desesperación que no puede esconder de mí. No puede esconderse de mí. No más
que yo de él. Lo siento. Una presencia constante sólo un poco más allá de mi
consciencia, justo ahí al borde de esta cama, un poco más lejos de sus brazos,
Voldemort está ahí. Esperándome. Tirando insistentemente de mi alma.
Un poco más. Sólo un último momento de paz. Una noche más abrazado firmemente a
él, con su respiración cayendo suavemente contra mi cuello y su corazón latiendo
contra mi espalda, recordándome que mi cuerpo es mío. Mi cuerpo, mi corazón,
aunque no mi alma prestada, me pertenecen a mí. A Severus.
Abro los ojos de golpe. Me quedo paralizado por la sorpresa, con miedo a mirar atrás.
Miedo a haberlo imaginado. O escuchado mal. Miedo de que sólo esté hablando en
sueños.
252
Era suficiente. Maldito sea.
Se aleja y abre los ojos, mirándome durante un largo momento. Toma aliento como
para decir algo antes de apretar los labios. Cierra los ojos y sacude la cabeza.
»Severus. —Le tiro del pelo, hacia atrás, haciendo que abra las fosas nasales—. Lo
siento —susurro. Mi garganta se cierra y mis pulmones se contraen.
—Deja de sentirlo. —La grieta que hay en su voz destroza la tensión creciente en mi
pecho, que escuece dolorosamente. Un grito furioso se aloja en mi garganta. Sus
labios se estrellan dolorosamente contra los míos, y su lengua libera mi boca del pesar
salado que la cubre.
—Te amo —digo. Y quiero decir más, porque siempre le digo esto pero no consigo
que exprese todo lo que necesito que sepa. Lo he dicho demasiado a menudo y no
tiene el mismo significado que su respuesta. No soy capaz de expresar que esto es mi
vida. Que amarlo es lo único bueno que he hecho nunca.
—Lo sé —dice, presionándose contra mí. Se rodea a sí mismo con los brazos,
levantando mis caderas sobre sus rodillas e introduciéndose lentamente dentro de mí.
Deja caer la cabeza, y nos escuda una cortina de pelo. Cierra los ojos con fuerza
mientras entra hasta el fondo. Se queda ahí, apoyado sobre sus codos y volviendo a
besarme. Sus caderas presionan cada vez más profundo, sin retroceder. Sus manos
se aferran a mis hombros.
Eso me basta.
—¿Qué?
253
Me trago todo lo malo y sonrío.
Resopla. Sube una mano para retirarme el pelo de la frente, y su pulgar se queda un
momento sobre mi cicatriz. Aprieto la mandíbula y le ruego en silencio que no piense.
Que se quede aquí conmigo. Me mira a los ojos y se aclara la garganta.
—Joder. —Me aprovecho del poco movimiento que puedo hacer, casi lloriqueando
mientras uso las piernas como apoyo para presionarme contra él. No tiene piedad. Lo
amo por ello.
Sonríe traviesamente.
Gruño y tiro de él hacia abajo, desesperado por hacer algo. Me tenso a su alrededor,
oyendo su respiración escapar en un siseo.
—Córrete, Harry —gruñe, y mi cuerpo se deja llevar, dejando que salga todo lo que
lleva dentro. Toda la tensión y la ira y la tristeza salen a borbotones en una explosión
larga e interminable. Se aleja, escapando a través de mis ojos y mi piel,
escabuyéndose con un grito. Quedo lleno de él. Habitado. Poseído. Suyo.
254
Se ríe y entierra la cara en la almohada, al lado de mi cabeza. Después de un
momento, alza la cabeza para mirarme. Me acaricia la sien con un pulgar.
—¿Te vas a alguna parte? —pregunta con una ceja alzada. Parpadeo y aprieto la
mandíbula. Niego con la cabeza.
—No.
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Se quedó hasta que me desperté. Tengo que estar agradecido por ello. Conseguí no
ponerme a rogar que dejara las barreras colocadas. Que no dejara que nos
encontraran nunca. Que se quedara aquí en esta habitación, conmigo, para siempre.
Sospecho que conseguirían entrar tarde o temprano, sin embargo. No podemos
escondernos para siempre.
No quiso mirarme cuando se fue a su despacho, diciendo que tenía trabajo aunque
sea Halloween. También le agradezco eso. Es demasiado tentador olvidarme de todo
cuando está aquí. Demasiado difícil reunir el valor necesario para hacer lo que tengo
que hacer, cuando me mira fijamente como si lo supiera todo.
Recojo una pila de cartas que he estado escribiendo las últimas semanas.
Explicaciones. Cosas que nunca podría decirle a nadie a la cara. Ron. Hermione.
Sirius. Disculpas e instrucciones. Los Dursley. El profesor Lupin. Otra carta que ya le
he dado a Hedwig para que la entregue esta noche. Parecía contenta con el encargo.
Me acerco a donde tengo el baúl almacenado en su armario y dejo caer los papeles.
Me imagino que repasarán mi baúl cuando me haya ido, y lo encontrarán todo.
No sé si lo leerá. Pero lo guardará. Aunque sea en una estantería donde no tenga que
verlo. Lo guardará. Y eso es suficiente.
255
Se aclara la garganta y baja los ojos.
—El Ministerio. Han... —Respira hondo y cierra los ojos—. Vamos a recurrir la orden,
Harry, pero ya sabes, con ese jodido artículo... —Encaja la mandíbula.
—¿Cuándo?
—Van a dejar que te quedes hasta la fiesta de Halloween —dice con dificultad—. Pero
deberías hacer las maletas antes de ir.
Sonrío débilmente. No sé qué decirle. Y si abro la boca, sabrá lo que pretendo hacer.
Y me detendría, creo. Tendría que hacerlo. Me lleva un momento aclararme la
garganta.
—Voy a ponerme a hacer maletas, entonces. Iré a buscarte cuando haya terminado —
miento. Consigo que mi cara no desvele nada, pero no puedo evitar que mi
temperatura suba. Estoy ardiendo. Sufriendo.
—Lo siento muchísimo, Harry —dice, y parece que quiere acercarse a mí, pero se
detiene. Se lo agradezco. No me creo capaz de soportarlo.
Se me queda mirando, y durante un momento creo que sabe que ésta será la última
vez que me ve. Asiente como un autómata pero no se mueve, al principio. Todo lo que
quiero decirle se lo he dicho ya en la carta. Es un método cobarde, soy consciente de
eso. Pero no se me ocurre ninguna otra forma de hacerlo. Todos me detendrían.
Estarían locos de no hacerlo.
Me apoyo contra el escritorio un momento, y espero a que todo se tranquilice otra vez.
He estado preparándome para este momento. Sabía que llegaría. Todo el mundo
sabía que llegaría. Podría echarme atrás ahora, si quisiera, pero la realidad de lo que
me espera es insoportable.
Respiro hondo y vuelvo a mi baúl para coger mi capa de invisibilidad. Voy a hacerlo
ahora mismo. La fiesta empieza dentro de una hora o así, de todos modos. Si me
quedo esperando, podría convencerme a mí mismo de no hacerlo. Podría perder los
nervios.
256
siguen en mi escritorio. No pienso en el momento en que las encuentre. No puedo
pensar en eso, ahora no. Nunca.
Aprieto con fuerza la mano alrededor de la capa. Lo miro a los ojos y niego con la
cabeza.
—En realidad, no —digo suavemente. Mi propia voz queda ahogada por el sonido de
mi corazón latiendo en mis orejas. Hay partes de mí que quieren que él me detenga.
Otra parte, más grande, necesita que se vaya y me deje hacer esto.
—Había pensado en venir a ver si necesitabas ayuda —dice, duramente. Sus ojos
bajan al suelo—. Ya veo que tienes todo lo que necesitas. Se gira para irse y busco
algo que decirle, pero no se me ocurre nada. Vuelve a detenerse con la mano en la
puerta para hablar suavemente—: Podría ir contigo.
Quiero correr tras él y gritarle que no puede dejarlo así. Que se suponía que iba a
terminar tranquilamente, no con él odiándome. Apoyo la cabeza en la repisa e intento
alejar el dolor acuciante dentro de mí. Pero es inútil. No se va a ningún sitio.
------------------------------------------------------
Un ligero chorreteo de agua suena en alguna parte, haciendo eco en mitad de lo que
parece un túnel. Parpadeo, intentando mirar alrededor. Si no fuera imposible, diría que
estoy otra vez en la Cámara Secreta. Escucho atentamente cualquier movimiento. No
hay nada.
257
Me levanto temblorosamente y lo busco. No con los ojos; apenas veo nada por el
dolor. Pero intento llegar a él. Y lo siento esperando.
Harry...
Lo oigo, pero no hay ningún sonido en el túnel. Está en mi cabeza, que late con más
fuerza con cada paso que doy.
Después de todos estos años, lo único que he tenido que hacer ha sido esperar que
vinieras a mí. Vaya, qué agradable sorpresa.
—¿Dónde estás? —digo en voz alta. Lo busco mentalmente de nuevo, pero parece
estar moviéndose. Eso, o no puedo concentrarme por el dolor que llena mi cabeza.
Qué impacientes estamos, ¿no? ¿Qué crees que vas a hacer? ¿Matarme? Harry, yo
no puedo morir.
Está mintiendo. Puede morir. Tiene que hacerlo. Los dos tenemos que hacerlo. Y eso
le asusta. Pero a mí no. Distingo el susurro sibilante de una serpiente, y me dirijo a él.
Y aunque pudiera, ¿dónde te dejaría eso a ti, Harry? Tú no existes más que en este
mundo. Un mero recuerdo. No hay vida eterna para ti.
Intento ignorar lo que dice. No importa, me digo a mí mismo. Dumbledore dijo que el
alma lleva la marca de la vida que ha vivido. Eso significa que...
Veo una apertura al final del túnel. Mi cicatriz chilla de agonía, y estoy seguro de que
lo único que me mantiene consciente es la increíble cantidad de adrenalina que me
recorre. Me quedo cerca de la pared, palpando para guiarme. El corazón me late con
fuerza por el miedo. Me preparo para que se abalance sobre mí en cualquier
momento. Tengo la varita preparada. Estoy preparado.
Un frío extraño me recorre, y es sólo cuando oigo las voces en mis oídos y el frío me
llega a la médula que reconozco la sensación: dementores.
—¡Expecto patronum!
Podría haberme sorprendido la inmensidad del ciervo que sale de mi varita y se pone
a galopar con fiereza hacia las criaturas, pero mi varita sale despedida casi
inmediatamente de mi mano. Alguna nueva forma de agonía explota en mi cabeza,
casi haciéndome caer, pero consigo atraer la varita de nuevo a mis manos sin
dedicarle mucha energía. Es fácil.
Entrecierro los ojos para ver a mi patronus desaparecer por otro túnel; y a él, una
sombra oscura en la luz plateada que se desvanece.
258
Levanta la varita, y ésta desaparece al instante de su mano. Me enderezo, sujetando
con fuerza mi propia varita en una mano y la suya en la otra. Él flaquea.
Hay algo que no encaja, me doy cuenta inmediatamente. Me llena la idea repentina de
que la maldición asesina no hará más que empezar todo esto una vez más. Sólo
estaría ganando tiempo. Esperando. Esperando a que él volviera a otro cuerpo.
Mientras tanto, a mí me encerrarían para protegerme de quien quiera que fuera a
desear mi cabeza.
»¿Tan malo sería, Harry? Vivir sólo un poco más. No eres nada si mueres. No eres
nada si yo muero. —Su fría voz envía escalofríos de asco a través de mi cuerpo. A
través de mi alma. Mi alma. Le he dado vida. He amado y he sido amado.
Oigo su risa burlona, en voz alta esta vez, y resuena en mi cabeza, intentando salir por
la grieta que tengo en la frente.
¿Cómo lo mato? ¿Cómo acabo con esto? La maldición asesina no serviría, no sé por
qué lo sé.
Siento un golpe de miedo que no es mío y me doy cuenta de que está preparándose
para desaparecerse.
Me río. Ante la imagen. Ante el hecho de que el Señor Oscuro puede verse vencido
con unos pocos hechizos que aprendí en primer curso.
Podrías vivir una vida larga, Harry. Con tu amante. A Severus no le quedará nada si
mueres.
Siento cómo me suplica. Siento su miedo y el pánico que recorre su cuerpo congelado.
Tiene miedo de morir. Pero no soy tan estúpido como para dejarle vivir. Y Severus
tendrá su libertad, aunque sea lo único que tenga. Y a mí.
No hagas esto.
Reúno lo que queda de mi valor, mi voluntad, mi poder. Todo lo que me ha hecho ser
quien soy. Todo lo que soy. Agito la varita.
259
—¡Incendio totalus!
Las llamas lo envuelven, y el grito que deja escapar me pone enfermo. Retrocedo
hasta un rincón y veo cómo las llamas lo consumen. Lo destruyen.
Dejo caer las dos varitas para taparme los oídos, y observo.
Espero.
No debería ser tan fácil. Después de todos estos años. Todo el tormento que ha
causado en mi vida. En la vida de mis padres. La de Severus. No debería ser tan fácil.
Me encojo en una bola y presiono la cabeza contra la piedra fría. El calor del fuego me
golpea la cara. Quema. Lo siento arder. No es dolor, exactamente, sino una
consciencia del dolor. Ahora siento mi alma, retorciéndose, chillando.
Y espero.
260
CAPÍTULO 20 – EL FINAL
No lo he detenido.
—Snape —sisea Black desde el otro lado de la mesa. Alzo la vista para ver la
pregunta en sus ojos. Me encojo de hombros. No sé donde está. Se ha ido.
Miro a la multitud, al lugar donde debería estar. Mirando a la mesa de los profesores,
tratando de atrapar mi mirada. Tratando de establecer una pequeña conexión y
asegurarse de que estoy aquí.
Estoy aquí.
Él no.
En vez de eso, Weasley ocupa su lugar, mirándome con la misma pregunta de Black
escrita en su cara sombría. Se ha ido, le digo. No va a volver.
No siento nada. Esperaba sentir algo. Algún signo de que lo ha conseguido. De que no
todo está perdido.
Pero todo está perdido, triunfe o no. Y hay nada. No siento nada.
No debí haberlo dejado marchar. Por poderoso que sea, le falta habilidad. No es
suficiente. Sólo hace falta una fracción de segundo para que desaparezca toda
esperanza. Lleva cuarenta y cinco minutos ahí fuera.
Si Voldemort nunca hubiese existido, yo le dirigiría una mirada de odio ahora mismo,
destestándolo por extensión de su padre. Pero eso no es cierto. Yo no estaría aquí,
estaría autocompadeciéndome tranquilamente en la casa de mi familia, con la
conciencia limpia y libre. Tendría sólo una vaga idea de la existencia de Harry Potter, y
no me importaría en lo más mínimo. A lo mejor nunca lo habría visto.
261
No debí haber dejado que fuera solo. Debí haber insistido en ir con él. Sólo intentarías
salvarme, me dijo. Pues claro que lo haría. Es mi jodido trabajo.
Me llevo la copa a los labios y finjo beber para ocultar la extraña expresión que siento
en la cara. Una que no tengo fuerza para hacer desaparecer. Un poco de zumo se
desliza por mis labios y va a mis pulmones en una dolorosa inspiración.
Me ahogo.
Noto la cara caliente y los ojos llenos de agua mientras toso estridentemente. Sprout
me golpea la espalda y yo sigo encontrándome lacerado por las gotas. Por fin
recupero algo de control y me seco los ojos para ver varias miradas fijas en mí. Lanzo
una mirada despectiva a mis compañeros y a los estudiantes que han sido lo bastante
estúpidos como para buscar el contacto visual conmigo. Devuelvo la vista a mi plato
sin estrenar. Prohíbo a mi pecho contraerse de nuevo y me aclaro la garganta.
—¿Severus?
—Si hubieras preferido estar en otro lugar, no te lo echaré en cara —dice en voz baja,
acercándose a mí tras las espaldas de Vector y Sprout.
Otro lugar. Sí. Otro lugar suena increíble. ¿Pero dónde estaría? Solo el pensamiento
de regresar a mis aposentos me hace sentir enfermo. He visto lo que me espera allá.
El vacío. La frialdad que antes me calmaba y que ahora me recuerda su ausencia. No
va a volver. Lo he dejado ir.
Pero McGonagall tiene razón. Preferiría estar en otro lado. Mi despacho, tal vez,
donde hay un recipiente incrustado de joyas lleno con lo más sublime de la magia
muggle. Si me las arreglo para beber lo suficiente, tal vez incluso consiga olvidar quién
me lo regaló.
Se ha ido.
Sintiéndome muy enfermo, me levanto con una disculpa, asintiendo con gratitud a
McGonagall. Me dirijo a la puerta lateral, sólo para pararme en seco ante el dolor que
atraviesa mi brazo izquierdo. Me lo agarro instintivamente con la otra mano, siseando
a través de los dientes, y continúo caminando.
Soy sólo vagamente consciente de una ola repentina que me atraviesa, y mis piernas
flaquean. La habitación se desvanece en sombras que murmuran sordamente
mientras una onda eléctrica se dispara a través de mi cuerpo. Quedo paralizado
durante lo que parecen horas.
262
Finalmente encuentro el camino de regreso, cuando escucho la voz de la directora que
me llama. Parpadeo para ver las caras preocupadas de McGonagall y Lupin sobre mí.
Los alejo y me siento, tratando de entender qué diablos estoy haciendo en el suelo.
—¿Severus?
Y entonces lo recuerdo.
Me subo la manga de la túnica, sin preocuparme por ser discreto. Me quedo mirando
fijamente, sin llegar a creérmelo, la piel suave y sin marcas de mi antebrazo. Mis
dedos se dirigen al punto donde debería estar la Marca.
Lo ha conseguido.
—¡Severus! ¿Me escuchas? Tus estudiantes se están desplomando por todas partes,
¡y me encantaría tener respuestas! —sisea McGonagall frenéticamente.
—Voldemort está muerto —digo secamente, y veo cómo su expresión pasa del pánico
a la confusión. Me río con diversión amarga—. Que empiece la fiesta.
A mi despacho, pienso, pero cuando llego ahí, no me detengo. Sigo por el corredor
que lleva a mis habitaciones, impulsado por un optimismo inexplicable. Alguna traza
de esperanza de que haya logrado lo imposible. No sería la primera vez, después de
todo. Se le ha conocido por desafiar la razón.
Entro a mis habitaciones con una fuerza renovada por esta esperanza ridícula. O por
el terror. A veces es difícil distinguir esas dos emociones. Algo pesado se asienta en
mi estómago cuando encuentro la sala vacía. Pero no ha pasado mucho tiempo. Tal
vez esté viajando por los terrenos, de camino a la choza semiderruida donde usará la
chimenea. Volverá.
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263
No sé cuánto tiempo llevo aquí cuando alguien llama a la puerta, sorprendiéndome
momentáneamente. Me reclino de nuevo en mi silla.
Él no usaría la puerta.
Una parte de mí está lo suficientemente lúcida como para maldecir al resto de mí por
estar aquí sentado, lleno de una estúpida expectación. Me dice que debo responder al
toque en la puerta. Que debería aceptar que no regresará y seguir con mi miserable
existencia.
Esa parte de mí queda eficientemente derrotada por otra parte que insiste en que él
debe regresar. Que con Dumbledore muerto y ahora Voldemort, él es lo único de lo
que puedo quejarme ahora. No puede estar muerto, porque mi vida sería demasiado
fácil si no estuviera él para irritarme. Las Parcas no serían tan benevolentes.
¿Cuánto tiempo llevo aquí? Dos mil, tres mil años. No es la primera vez que me
pregunto si está atrapado y no puede regresar. Puede que esté herido y no sea capaz
de aparecerse. Y yo no sabría dónde encontrarlo. Tal vez esté esperando que alguien
vaya a buscarlo. Después de todo, es imposible que haya salido de su último
encuentro sin un rasguño.
Tal vez lo hayan encontrado ya, y está sumido en un sueño reparador de la mano de
Pomfrey. O tal vez lo han llevado a San Mungo, donde se está recuperando antes de
regresar al castillo. A mí.
Esa voz de nuevo. Me pregunto si Albus Dumbledore no murió, sino que tomó
residencia en mi cabeza. No quiero abrir la puerta. No quiero ver a nadie. No quiero
malas noticias.
Tendré que enfrentarme a ello alguna vez. El lunes, cuando empiecen las clases.
Cuando esté demasiado ocupado como para pensar.
Mi estómago se contrae violentamente cuando considero que tal vez él no esté ahí,
trabajando con su poción, estropeando los ingredientes, echando malas miradas a
Malfoy.
Me doy cuenta de que los golpes han parado. Sospecho que comenzarán de nuevo en
unas pocas horas. Como un reloj. Juego con la idea de alzar las barreras de Albus,
pero la desecho rápidamente.
No va a volver.
264
Tiene que hacerlo.
—Severus.
—Minerva.
Su boca se mueve mientras sus ojos me estudian cuidadosamente. Río y sigo mirando
la chimenea detrás de ella.
—Es mi silla.
—Descarado.
—Idiota.
»¿Severus?
Vuelvo la vista hacia ella para ver cómo sus cejas se mueven para expresar algo que
parece ser compasión. Río con desdén y recuerdo que me ha preguntado algo. No
recuerdo qué era.
La miro.
—No es mi intención. Tengo libres los fines de semana, ¿no? Estaré listo para dar
clases el lunes.
—No seas ridícula —digo. Evidentemente, no llevo tres días aquí sentado. No he
perdido el juicio por completo.
—Las clases se han cancelado, claro. Mañana también. —Respira hondo—. Para el
acto conmemorativo —añade.
265
»Se esperará que asistas, por supuesto. —Su voz suena extraña por el esfuerzo que
hace para conferirle autoridad—. Como un miembro más del profesorado de Hogwarts
—agrega rápidamente.
Rechino los dientes, intentando que se vaya por pura fuerza de voluntad.
—No.
—Todos necesitamos cerrar esta etapa. Vas a venir. Como profesor de esta escuela y
como Jefe de tu Casa.
—¡Yo no era su amigo, estúpida! —grito. Mi voz suaviza sus órdenes y las lleva a un
silencio sumiso—. Era su profesor. Él está muerto, así que ahora no soy nada.
Se levanta.
Miro los periódicos que me ha dejado sobre la mesa. Con resentimiento, cojo uno. Lo
despliego para ver su cara a los once años, y su mano cubierta por un guante que
sostiene la snitch. Me sonríe como si acabara de salvar el puto mundo.
Dejo caer el periódico al suelo y me levanto. Entro a mi cuarto, paso delante del
escritorio. Observo su diario con un sobre encima. Hay un «Severus» escrito con su
letra clara.
Tomo aliento y sigo adelante, rodeando el cráter que su sangre dejó en el suelo,
desnudándome a mi paso. Me deslizo en la cama, desnudo, para enterrar la cabeza
en mi almohada. Inhalo con fuerza para deshacerme del horrible dolor obstructor que
se ha apoderado de mi garganta. Imagino que aún puedo olerlo, todo sol e insolencia.
Me doy la vuelta y cierro los ojos con fuerza. Mi cuerpo tiembla por el frío de las
lágrimas contra mi piel, por la ausencia del calor del peso que estaba sobre mí, y
pongo la mano sobre mi corazón como para asegurarle que estoy vivo.
266
Estoy vivo.
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Al mundo mágico:
Dentro de unas horas, intentaré hacer algo que seguramente muchos de ustedes
pensarán que no debería hacer. Probablemente estén en lo cierto. Pero se me conoce
por hacer cosas que no debería hacer. Cualquier profesor de Hogwarts puede decirles
eso. Uno en particular podría escribir libros sobre el tema.
Me salvó la vida dos veces. Una vez durante el primer partido de quidditch, cuando me
hechizaron la escoba; y otra, después de mi decimosexto cumpleaños, cuando
Voldemort me envenenó. Eso sin contar aquellas veces que creía estar salvándome
de Sirius Black, y todas esas otras en las que me echó la bronca por estar fuera
después del toque de queda, o por romper las reglas impuestas para protegerme.
No sé qué pasará en las próximas horas, pero no creo que yo esté aquí mañana para
ver las consecuencias. No quería morir siendo la única persona que sabía lo increíble
que es Severus Snape. Si hay un héroe en todo este caos, es él.
Sinceramente,
267
Harry Potter
Parpadeo ante lo que bien podría ser mi panegírico. Y probablemente lo será, porque
pretendo suicidarme.
Niñato estúpido.
¿Maldecirlo? No, no haría eso. No quedaría del todo satisfecho hasta rodear su cuello
pequeño y delgado con los dedos.
Y ahora debo unirme a los cientos de magos y brujas lloriqueantes para presentar mis
respetos.
Estrujo el periódico blasfemo entre las manos y lo dejo en el suelo, junto a los otros.
El Gran Salón está lleno de gente para cuando llego. Es evidente que se ha expandido
para acoger a los asistentes. Me quedo un momento en la puerta, recomponiéndome
antes de entrar... sólo para verme obligado a retroceder cuando me deslumbra un
enorme destello de luz blanca. Parpadeo rápidamente, intentando ver a través de la
sombra que ha quedado erosionada en mi retina. Por fin vislumbro una cámara con un
fotógrafo pegado a ella, y voy a por la varita. Mi brazo queda detenido. Miro por
encima del hombro para ver a McGonagall echarme una mirada de advertencia.
—¡Ahí está!
—¡Profesor Snape!
268
Resoplo con desdén, preguntándome cómo reaccionaria él al ver que sus momentos
mas dolorosos son proyectados para que el mundo los vea. El niño muere y se lo
compensamos con humillación. Eso es gratitud.
Resoplo con fuerza. Vaya gilipollez. Estamos aquí para celebrar su muerte. Aprieto los
labios cuando el pie de McGonagall colisiona contra mi espinilla.
»En la superficie, Harry Potter era un chico corriente. Un niño que jugaba al quidditch y
al snap explosivo. Un niño al que se podía ver cualquier día estudiando sus
asignaturas o relajándose con sus amigos con un tablero de ajedrez mágico. Un niño
que tartamudeaba con incomodidad cuando tenía cerca alguna chica guapa…
»… Harry Potter nunca fue ordinario. Era un niño cuyo nombre fue leyenda antes de
que dijese su primera palabra. Un niño cuyo nombre no deberá ser olvidado…
Él odiaría esto. Apretaría los labios y arrugaría la nariz observándolo todo con
obstinación.
—Entierran al muerto.
—Eso ya lo sé.
269
—Algún idiota se levanta y te describe como la mejor persona que ha pisado la faz de
la tierra, mientras todo el mundo lloriquea y asiente con la cabeza aceptando lo que le
dicen.
—Ah, deja ya de reírte así. Mejor que te prepares antes de que llegue tu padrino. No
quiero que se quede rondando por aquí más de lo estrictamente necesario.
—El niño nació para ser un héroe, sus profesores me lo han dicho. Se arriesgaba
constantemente para salvar a otros. La directora McGonagall me cuenta su valor a
menudo superaba su razón. Tal vez el mismo Harry se expresó mejor en su
declaración, hecha desde el corazón y publicada en el diario El Profeta, cuando dijo
que él era famoso por hacer cosas que no debería haber hecho. Hace dieciséis años,
Harry Potter no debió haber vivido. Estaba lejos de nuestra capacidad comprensiva en
esa época que un niño pudiese desafiar las reglas que gobernaban nuestro mundo y
sobrevivir a una maldición que había asesinado trágicamente a sus padres y a muchos
otros. Ahora tiemblo al pensar en lo que habría podido pasar a nuestro mundo si Harry
Potter no hubiese hecho lo que hizo…
Convenientemente, todos ellos han olvidado una vez más que el niño no puso
solamente su vida en peligro, sino a todo el mundo. Todo en nombre del interés
propio. No quería que lo encerrasen. Pero, ¿quién soy yo para arruinarles su ilusoria
gratitud?
Alzo la copa junto con el resto y bebo en honor de la inconfundible habilidad del chico
para ignorar las consecuencias de sus actos.
270
—No, vete a la mierda —gruño, y luego se me arranca de cualquier satisfacción que
pude haber tenido ante la expresión de la chica—. ¿Podrías por favor dejar de tirar de
mí? —gruño por lo bajo.
Se equivoca, por supuesto. Esto no es sobre él. Es sobre un nuevo icono del mundo
mágico por el que celebrar y construir pedestales. No es que él haya dejado de ser
eso nunca. Pero esto no es acerca de él y desafío a cualquiera a que pruebe lo
contrario. Estos idólatras no lo conocían. No les importa su vida. Sólo les importa el
hecho de que haya vivido, y sobrevivido el tiempo suficiente para salvarlos.
Culpo mi repentina falta de aliento a la larga caminata desde el Gran Comedor y al frío
que hace. Escucho a lo lejos los depresivos pasos de la masa que viene a darle las
gracias a un niño por morir.
—¿Severus?
—Maldita sea, Minerva. Déjame solo —me las arreglo para decir a través de mi
constreñida garganta. Ella me mira como si fuese a discutirme ese derecho, pero se
limita a asentir y acercarse al centro del cementerio.
Me apoyo en la columna de piedra, apartado del camino por el que fluyen los
dolientes, y cierro los brazos contra el frío y los vientos indignados que vienen a
castigarlos por su hipocresía.
—Mucho. Cuanto más grande sea el mago, más grande es su árbol. Una idea
encantadora.
—Idiota. Es mejor que lo que hacen los muggles. Ponen tu nombre en un trozo de
cemento y prácticamente te archivan en una fila llena de gente muerta. Prefiero tener
un árbol.
—Y estoy seguro de que tu árbol será más grande que todos los otros árboles.
—Yo también.
271
—Aunque no es del todo justo, ¿no? Quiero decir, si la gente no sabe todas las cosas
grandes que has hecho...
Me sorprende una mano en mi hombro. Vuelvo la cabeza y veo a Lupin. Más allá de
su hombro, con aspecto de ir a romperse en cualquier momento, está Black. No me
mira. Su mirada se dirige a la multitud. Una queda punzada de empatía se añade al
coro de todos los tipos de dolor que me llenan. Al menos habrá alguien entre la
multitud que esté sinceramente en duelo por la muerte del niño.
—Pudréte —contesto, sin conseguir dirigir una mísera traza de amargura hacia él.
Podría haber guardado mi energía y no haber dicho nada. Me da una palmada en el
hombro y los dos se unen a los círculos que se forman alrededor del árbol, alrededor
del chico que está enterrado profundamente en el campo frío y mojado.
Los detesto a todos cuando veo cómo se cogen de las manos. El aire se vuelve
pesado con su engaño. El árbol cruje fuertemente, como si los maldijera mientras se
hincha y crece, alimentado por las mentiras de cuya verdad se han convencido a sí
mismos. Odio que incluso aquellos que lo amaron se hayan unido a la burla en que los
demás han convertido la vida del chico.
Y por todo el mundo mágico, un bosque de árboles de las bendiciones crece para dar
evidencia de su último desafío. Gente que ni siquiera lo ha conocido nunca le
agradece haber hecho algo que él no tenía más remedio que hacer.
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272
Excepto uno. Lucius Malfoy escapa sin rasguños una vez más. El Slytherin que llevo
dentro está impresionado por su capacidad de salirse con la suya. Más que el dinero,
son los secretos guardados los que le dan poder para comprar la inmunidad. La
libertad de Lucius es un recordatorio de que no hay justicia en el mundo. Y
probablemente nunca la habrá.
El bien triunfa sobre el mal y ambos mueren como resultado. Aquellos de nosotros que
no entramos en ninguna categoría pujamos por nuestro tiempo hasta la próxima
batalla, cuando nos veamos obligados a volver a escoger un bando y luchar por una
causa que estamos demasiado cansados como para valorar. Una luz brillante y
resplandeciente emergerá para salvarnos a todos de una sombra que en realidad
nunca será conquistada.
Sufro por el anhelo de saltarme todo eso mientras duermo. Si hay algo con lo que
podemos contar es que la historia se repetirá. Una y otra vez, hasta el infinito. El Señor
Tenebroso no ha muerto. Está dormido. Y el niño héroe nacerá de nuevo para luchar
contra él cuando despierte.
Y así era. Mi dedo se posa sobre la tinta que forma mi nombre en el sobre. El diario, la
prueba de su existencia, reposa en mi regazo, prohibiéndome leer su contenido sin la
llave adecuada. No estoy seguro de tener la fortaleza de leerlo de todas formas,
excepto que siento que se lo debo, por alguna razón que no comprendo.
Me imagino que lo que siento es que merece ser recordado por el crío empalagoso y
sentimental que era, y no por sus logros dramáticos. Y dado que soy la única persona
a la que se permite conocer lo que sospecho serán las contemplaciones de un
adolescente hormonal enamorado, soy el único mago cualificado para guardar sus
secretos.
Tomo un trago de escocés de mi vaso y hago una pausa para recordar el sabor del
alcohol en su aliento. Si hubiese sobrevivido, se habría convertido en un alcohólico.
Rompo el sello del sobre y saco la carta, desdoblándola. Otro trozo de papel cae a mi
regazo. La dejo tal y como cae, y leo.
Querido Severus,
Supongo que ahora ya sabes lo que he hecho. Diría que lo siento, pero me dirías que
no lo hiciera. Y me parece que lamentarlo a estas alturas no importaría demasiado. No
puedo echarme atrás.
Me parece que debería haber más en esta carta, pero no sé qué decir. No me veo
capaz de decir lo suficiente y no creo que mi vocabulario sea lo bastante amplio para
explicarte todo lo que quiero que sepas. Es por eso que te dejo mi diario. No espero
que lo leas todo. La mayoría son estupideces. Pero hay mucho ahí que quise decirte y
no pude, por una razón u otra.
273
De muchas formas, es el mejor regalo que he recibido. No lo sabía cuando me lo diste
y nunca te lo agradecí en condiciones. Aunque la mayoría de eso sea basura
aburridora, soy yo. Es una prueba de que he vivido. ¿Tiene sentido? Probablemente
no. En cualquier caso, sólo tienes que tocar con la varita la espina del libro y decir
“Querido Severus”.
Cuando planeaba todo esto en mi cabeza, pensé que sería inteligente y terminaría con
una cita de los poemas del libro que Hermione me dio. Es el único que tenía sentido
cuando lo leí, y parecía decir todo lo que siento mucho mejor de lo que yo podría. Pero
todo va unido y no podía decidir dónde cortarlo.
Así que en vez de eso te diré que te amo y que espero que entiendas lo que significa
eso. Dejarte es lo más difícil que he hecho nunca. Y más que de joderlo todo hoy, de
lo que tengo miedo es de que lamentes haber hecho todo esto. Conocerme. Amarme.
Porque amarte es lo más grande que yo he hecho jamás.
Hace que toda mi vida parezca un poco menos inútil. ¿Tiene sentido eso?
Voy a terminar esto antes de empezar a sonar como un completo mocoso. Así que
adiós, y gracias.
Te amaré siempre,
Harry.
Me obligo a parar la lectura varias veces para tomar un saludable trago de escocés
que me despeje el pecho. Niño estúpido. Lo más grande que ha hecho es amarme. ¿Y
cómo me lo paga? Con la llave a su angustia adolescente y una lechuza irritable.
Maravilloso. Sigo mirando fijamente la carta un largo rato después de terminarla. Noto
que hay lugares donde la tinta se ha corrido y el pergamino está arrugado. Lágrimas,
probablemente. Parecía tener una reserva sin fin de ellas. Conductos lacrimales
sobreproductores, debo decir, que además parecían actuar en los momentos menos
adecuados. Indeseados e incontrolables. De repente y sin más aviso, empezaba a
gotear. Llegó un momento en que se convirtieron en uno de esos defectos físicos que
todos fingimos no notar. Como unas manos que sudan demasiado.
Repaso con el dedo uno de esos puntos, frunciendo el ceño al ver que la tinta se
extiende por la página. Miro acusadoramente al whisky, que descansa con plácida
inocencia en la mesa. Imagino que debo de haber derramado algunas gotas en mi
último trago. Me limpio de la cara cualquier evidencia potencial de lo contrario.
274
Ahora enfadado, termino lo que me queda de whisky y vuelvo a meter la carta en su
sobre, dejando éste en la mesita que tengo al lado. Miro al diario con miedo. Lo ignoro
a favor del otro papel, que parece ser una página arrancada de un libro. Se me ocurre
lo que puede ser y paso la vista entre él y el diario con igual desdén.
Sólo hay cierta cantidad de emoción que un hombre puede soportar de una sentada,
decido. Tendré el resto de mi vida para visitar sus recuerdos y leer sus pensamientos.
Interpretar el papel de pensadero para un niño muerto. Opto por leer las palabras más
concisas de un jugador neutral. Palabras que no llevarán asociado el recuerdo de su
voz. Y luego me retiraré y me prepararé para mañana, cuando tenga que dar la
bienvenida a un mundo de mocosos odiosos, sin cicatrices, leyendas ni almas
torturadas que los distingan.
Severus, éste es el poema del que hablo en mi carta. Sé que es sentimental, pero esto
es todo lo que quiero decir cuando te digo que te amo. Harry.
Frank O'Hara
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275
—¿No pensabas decir adiós?
Me paro en seco junto a la puerta que lleva a mi huida, y me vuelvo para ver a Lupin,
por una vez sin su perro guardián. He perdido la energía requerida para deshacerme
de su insistencia de sostener buenas relaciones. Al menos Black tiene la decencia de
parecer renuente a tener una conversación civilizada conmigo. Empiezo a sospechar
que Lupin las va buscando.
—Severus.
Respiro hondo para calmarme y dejo salir lentamente el aire antes de girarme hacia él.
—Lupin, llevo tres años esperando estas vacaciones y preferiría que empezasen más
temprano que tarde.
Frunzo el ceño, e inútilmente trato de leer lo que está pasando bajo esa expresión que
no da pista. ¿Que si voy a volver? Por supuesto que voy a volver. Soy adicto al
autocastigo, después de todo, y apenas sabría qué hacer conmigo mismo aparte de
desperdiciar mi aliento tratando de enseñar a apreciar un arte perdido, o someterme a
las preocupantes manías de la directora, o trabajar hasta la extenuación con un
caldero con el objetivo de mantener pasiva a una bestia peligrosa... Ah.
Por supuesto.
—No te preocupes, Lupin. Hay suficiente poción matalobos para mi ausencia. Como te
dije, sólo necesitas agregarle la babosa y dejarla hervir hasta que el humo pierda su
verdor... —Me callo cuando lo veo reír. Entrecierro los ojos—. He dejado las
instrucciones con Poppy —digo rápidamente, e intento escapar una vez más sólo para
verme detenido nuevamente. Pierdo la paciencia—. ¿Te han encomendado
personalmente irritarme de forma incesante?
Su sonrisa se amplía y hay algo sospechoso en la forma en que baja la vista al suelo.
Me quedo perdido un momento, y luego se me ocurre una idea horrible.
—Que pases unas buenas vacaciones de verano —dice, y se gira para irse.
—Olvídalo. Nos vemos en septiembre —digo, y salgo por la puerta. La maldita lechuza
ulula con felicidad mientras la llevo hacia el sol.
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Será la primera vez que vaya a la Mansión desde la segunda llegada de Voldemort.
También será el primer verano que pase solo desde hace la misma cantidad de años,
no puedo evitar recordar. Pero me he acostumbrado a estar solo en todos estos
meses que han pasado sin él. Y aparte de los ataques ocasionales de doliente
estupidez, a duras penas he notado su ausencia.
Mentiroso.
Lo acepto. Pienso en él. Es difícil no hacerlo cuando su club de fans sigue llorando por
los rincones, o con ese maldito hueco en mi suelo que seguramente me matará alguna
noche de ésas en que consigo levantarme de esa silla e ir a la cama. Y también está el
maldito pájaro. El último huérfano que me veo obligado a cuidar.
Lo echas de menos.
Lo echo de menos. Por ridículo que sea regodeare en la idea, no puedo evitarlo. Fue
una parte de mi existencia diaria durante demasiado tiempo como para que sea tan
fácil olvidarlo. Era mi hábito. Mi rutina.
Lo amabas.
Lo amo.
Traducción: Loves
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