IYAP Libro III

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ÍNDICE

Cap. 1 – Todo lo bueno  3

Cap. 2 – Lo que importa  13

Cap. 3 – El paraíso perdido  25

Cap. 4 – Actuaciones  35

Cap. 5 – Progreso  50

Cap. 6 – Sanando  65

Cap. 7 – Marcado  92

Cap. 8 – Ruptura  108

Cap. 9 – Secretos  119

Cap. 10 – Regreso  133

Cap. 11 – Culpa  150

Cap. 12 – Secretos revelados  166

Cap. 13 – Plantarle cara  179

Cap. 14 – Poderes  190

Cap. 15 – Más de lo mismo  207

Cap. 16 – Medios para un fin  219

Cap. 17 – Sorpresas desagradables  229

Cap. 18 – Secretos a la luz  240

Cap. 19 – Aceptación  248

Cap. 20 – El final  261

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CAPÍTULO 1 - TODO LO BUENO

Y caigo más y más, otra vez.

Cada vez que me separo del desorden de la ropa de cama y de las largas
extremidades juveniles, me prometo que será la última vez. Sabiendo siempre que me
rendiré de nuevo ante él. Es nuestro juego. ¿Cuánto tiempo resistiré hasta que ya no
pueda más? Él me sigue el juego. Una sonrisa tímida. Una risa coqueta. Un beso con
tal inocencia simulada que podría estar tentado a pensar que renace cada vez que
viene por mí. Renovado. Perpetuamente.

Pero como todo lo bueno, esto también va a terminar. Mañana, las paredes alrededor
del peculiar nido que hemos construido se derrumbarán. Se convierte en Harry Potter,
alumno de sexto año en la Escuela Hogwarts de Magia y Hechicería. Y yo recuperaré
mi título de profesor Snape, el maestro de Pociones, cabrón odiado por todos. Me digo
que trataré de recordar nuestras posiciones. Ha sido fácil olvidarlas, atrapado dentro
de estas paredes, como si existiesen en un universo alternativo donde el hedonismo
es el código moral y no existe esa bestia llamada Consecuencias. Pero más allá de
esa puerta reina la realidad como única soberana.

—Severus. —Un susurro en la oscuridad. Si respondo, vendrá a mí. Mientras sea él


quien empiece, puedo fingir que la debilidad es mi único pecado.

Cayendo.

—Hm.

Le oigo salir de la cama extra que Dumbledore añadió a mi dormitorio. No es que se


use mucho. Aún así, insisto en por lo menos fingir que tengo un código moral. Él me
sigue el juego, y ya no se queja cuando le obligo a quedarse en ese atroz colchón.
Sabe que no estará ahí mucho tiempo.

Un gemido de los resortes de la cama, que nunca han sido tan vocales. Se desliza
bajo el edredón y se estira a mi lado.

—¿En qué estabas pensando?

—En lo a gusto que estaba antes de que llegaras a mi vida.

—Te aburrías. —Se ríe. Sus dedos juegan alrededor de mi pecho. Su pierna se
desliza entre las mías. Hace mucho tiempo que dejé de sorprenderme por este gesto
familiar. Suspira, satisfecho. Me impido hacer lo mismo—. No sabrás qué hacer
cuando me haya ido —bromea.

Los muchos niveles en que esa declaración es cierta me marean. Estoy casi
agradecido cuando aprieta sus labios con los míos, sujetándome. No sabré qué hacer
cuando se haya ido. Me maldigo a mí mismo por acostumbrarme a su presencia.
Seguramente sentiré su ausencia. El calor de su cuerpo, que consigue oler a sol,
incluso cuando no ha visto el sol en más de un mes. El silencio se extiende entre
nosotros cómodamente. Ocupa el espacio. Física y mentalmente, ocupa todos los
rincones de mi existencia.

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Mis cámaras se han convertido en el presente perpetuo. No hablamos de lo que ha
sucedido. Tampoco pensamos en lo que va a suceder. Tal vez eso es un error. Pero
cuando he intentado mencionárselo me silencia con una mirada suplicante o un beso.

—Sé que no será así cuando comiencen las clases. Mira, no sabemos qué va a
suceder, ¿verdad? Todo es cuestión de... esperar —dijo la última vez que me las
arreglé para encontrar sentido común. Dejé pasar el tema. Cuando uno vive en
constante temor por su vida, uno no puede permitirse el lujo de pensar en el futuro.
Planificar. Soñar. Harry vive en el momento. Me mantiene allí con él.

Su boca se mueve sobre la mía con suavidad, lentamente. No se parece en nada a la


urgencia de nuestra primera vez juntos. Contenido para saborear cada momento, no
tiene ninguna prisa por acelerar las cosas. Me memoriza. Le memorizo. Éste será mi
sustento una vez me vea obligado a recordar mi austeridad. Mi vida como profesor
Snape. Severus desaparecerá.

Su boca se mueve hacia mi cuello y débiles bocanadas de aliento envían escalofríos a


través de mí. El juego de lengua y dientes hablan de talento y habilidad refinada. Me
provoca. Él siempre me ha provocado. Mi cuerpo responde a su tacto –la piel se tensa,
la sangre fluye para seleccionar los lugares que elige asaltar, ola tras ola de placer que
incita una y otra vez–. Ya sea porque está prohibido, o por la imagen estética de la
bella y la bestia contrastadas, no tengo recuerdos de haber disfrutado tanto de
ninguna otra persona. Es una tontería. Es peligroso. Y preocupantemente correcto.

—¿Severus?

—Hm.

Sus manos repasan la delgada tela de mi camisa de noche. Encuentra un pezón y


juguetea con él hasta que responde, antes de presionarlo con suavidad.

—Yo... —Acaricia a mi cuello—. Quiero estar dentro de ti —susurra. Me puedo


imaginar su sonrojo, pero estoy demasiado concentrado en el pánico revoloteando en
mi estómago como para estar satisfecho. No recuerdo la última vez que fui el pasivo.
Bueno, de buena gana, en todo caso. Se da cuenta de mi malestar repentino. Lo nota.
Siempre lo hace.

—Esta podría ser la última vez. Durante un tiempo, de todos modos. Yo sólo... quiero
saber. Quiero sentirte. Por favor. —Levanta la cabeza y me mira fijamente. Siempre es
el mismo argumento, ¿no? Cada vez podría ser nuestra última vez. Hay algunos
tontos que piensan que es aconsejable vivir cada día como si fuera el último. Esos
imbéciles pueden darse el lujo de creer eso. No es verdad para ellos. Algunas
personas no pueden darse el lujo de la dilación.

Aparto con irritación la inquietud de mi mente. Soy demasiado viejo para ponerme
nervioso por la “primera vez” y una parte de mí quiere él lo sepa, quiere que lo
experimente todo, antes de que llegue mañana.

—Para estar arriba, señor Potter, uno debe poseer un mínimo de autocontrol. ¿Estás
completamente seguro de que eres capaz?

Entrecierra los ojos.

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—Creo que tienes miedo a ceder el control. —¿Se han dicho palabras más ciertas
alguna vez?—. Desnúdate. Ahora. —Trata de imitar mi voz. Ni siquiera se acerca. Me
río de él y luego tiro de mi camisa de dormir sobre mi cabeza. Él hace lo mismo—.
¿Sabes?, si durmieras desnudo, ahorraríamos mucho tiempo.

Lo miro, enfurecido.

—Supongo que todavía me aferro a la irracional esperanza de que algún día consigas
dominar tus impulsos.

Hace una mueca.

—Bueno, si tú no lo has conseguido aún, ¿por qué crees que yo podré? —Me impide
responder. Mocoso insolente. Mi sarcasmo es arrastrado por su lengua impaciente. Se
desplaza a cubrirme con su cuerpo, presionando su erección deliberadamente contra
la mía. El cuidado que tuvo antes es olvidado bajo la perspectiva de una nueva
experiencia. Una nueva aventura. Su curiosidad no tiene límites.

Se abre camino bajando por mi torso con rapidez antes de estirar los labios alrededor
de mi polla. Le he enseñado bien. Demasiado bien. Gimo. El refuerzo positivo. Elogios
por un trabajo bien hecho. Espero vagamente que mi locura no llegue a mis clases. Me
las he arreglado para no matar a ninguno de mis alumnos. Sería una verdadera
lástima que murieran de puro ataque de shock.

Cálida y húmeda, su boca se mueve sobre mí, una mano trabajando la longitud
cuando sube a arremolinar la perfecta lengua rosada sobre la cabeza.

Mi respiración se acelera y tengo que cerrar los ojos. La imagen por sí sola es
abrumadora. Me agradaría mucho ver las caras de los miembros del club de fans de
Potter mirándolo ahora –espalda encorvada, boca estirada, al servicio de un ex
mortífago–. La realidad nunca deja de sorprenderme e incluso me mantiene
entretenido. Pero aún más, estoy agradecido. Si alguien nos descubriera, lo pasaría
bastante mal recordando con arrepentimiento estas últimas semanas.

Antes de que me lleve demasiado lejos, le tiro del pelo. Él jadea y me mira, la boca
abierta e hinchada, las mejillas encendidas.

—¿Qué?

—Si vas a follarme, insisto en que se realice correctamente. No permitiré que te corras
el segundo en que me penetres. Échate.

Su estado temporal de vergüenza no le impide obedecer rápidamente. Es


extraordinariamente obediente cuando tiene algo que ganar por ser así. No es que me
sorprenda. Con toda justicia, mi papel como figura de autoridad ha vencido hace
tiempo. Aquí, en esta cama, junto a él, sólo soy Severus. Y me asusta lo contento que
estoy precisamente por eso.

Se tumba boca arriba y me pongo sobre él, deslizándome entre sus muslos pálidos.
Me permito cubrirlo por completo, saboreando el calor suave de su cuerpo. Su pecho
sube y baja al ritmo de mi propia respiración. Lo beso. Sabe a pasta de dientes y a ese
sutil deje dulce que es únicamente suyo. Inocencia, lo llamo. Es un término
equivocado. Él no es más inocente que yo, pero me atrevo a decir que hay una parte

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de él que no será mancillada. La parte que he llegado a entender como la esencia de
Harry Potter.

Trabajo a lo largo de su pecho lentamente. Mi lengua se mueve sobre las


innumerables cicatrices brillantes, de color rosa, que lo marcan, y que por alguna
razón sólo lo hacen más perfecto. Hace tiempo que no se pone tenso ante la atención
que les doy. Está resignado a ella. Aceptadas como una parte de sí mismo. Nunca
sabré qué maldad las ha creado. No me lo dice y no voy a preguntar. Sólo puedo dar
fe de la bondad con que han sido tratadas desde entonces. Ya no son un testimonio
de la tortura. Son parte del tejido del que está hecho.

Murmura con suavidad al contacto de mi aliento en su erección. Le provoco con la


lengua hasta que alza las caderas, suplicante. Lo tomo en mi boca, disfrutando
plenamente los suaves gemidos estimulantes. El parloteo sin sentido en los momentos
de abandono. Succiono con firmeza, deteniendo la inundación de éxtasis de las
palabras que brotan de su boca. Juego con él con habilidad; sé cómo hacerle hablar
en voz alta y la manera de paralizar esa voz. Mis manos acunan sus pelotas
suavemente y su aliento se entrecorta cuando mi pulgar recorre la tierna carne. Mi
dedo medio presiona el espacio de detrás, y se le escapa el aliento. Cada sonido que
provoco alimenta le espiral de excitación en mi abdomen. Las saladas gotas de líquido
preseminal desaparecen en mi lengua y puedo sentir sus pelotas contrayéndose.
Puedo terminar con esto ahora, si quiero. Me ruega que lo haga. Me resisto, eligiendo
alargar el momento. Todo lo bueno debe llegar a su fin, pero en este caso depende de
mí elegir cuándo será.

Le acaricio y le lamo y le chupo estratégicamente. Llevándolo en repetidas ocasiones


hasta el borde sólo para alejarlo del momento en que está a punto de saltar. Sus
tiernas palabras se han convertido en maldiciones. La palabra joder chirría en sus
labios con toda la castidad de la oración de un niño. Miro hacia arriba para ver la boca
abierta, los ojos brillando con apasionada desesperación.

—Por favor...

Muevo la boca sobre él rápidamente, deslizándola hacia arriba y sumergiéndome


hasta que se hincha una vez más con una erupción inminente. Lo tomo en mi garganta
y veo sus ojos ponerse en blanco; su cabeza se echa hacia atrás y se corre con un
grito. Se queda feliz por un momento, espalda arqueada como si lo elevara una fuerza
invisible; los músculos de su estómago sufren espasmos en ondas bajo la piel pálida.
Me deslizo hasta él y se relaja en la cama, jadeando y sosteniendo sus brazos en una
invitación silenciosa. Acepto y cubro su cuerpo una vez más.

—Eres increíble —suspira.

Le quito el cumplido de los labios con un beso antes de apoyar la cabeza en la


almohada, junto a la suya. El brazo que sostiene mi cuello se enrosca y comienza a
jugar distraídamente con mi pelo. Nos tumbamos en silencio. Escucho su respiración
estabilizarse una vez más. Su corazón late más lentamente en mi pecho.

—No quiero que llegue mañana —susurra con voz casi inaudible. Quedo
conmocionado por su confesión. Es un momento excepcional cuando se permite ver
más allá del aquí y ahora. Levanto la cabeza para ver la tristeza en su expresión. Trata
de cubrirla con una sonrisa mal fingida. Giro hacia un lado y miro hacia el techo,
tratando de detener el pavor que llevo manteniendo a raya desde que me di cuenta de
que mañana tiene que llegar realmente.

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—Lo siento. Ha sido una estupidez decir eso. —Se coloca de lado y cruza un brazo y
una pierna por encima de mí—. Vamos a no pensar en ello, ¿de acuerdo?

—No puedes seguir fingiendo que esto no tendrá fin.

—Lo sé. Pero no tiene sentido preocuparse, ¿o sí? Quiero decir... lo que venga,
vendrá. Y ya le plantaremos cara. —Suspira profundamente. Su brazo se estrecha
alrededor de mí y besa mi hombro—. Sólo quiero estar contigo ahora. Y olvidar.

No pregunto qué es lo que quiere olvidar. No necesito preguntarlo. Estoy seguro de


que no hay una respuesta específica. Un olvido general. Durante una última noche,
todo nuestro mundo está atrapado dentro de los límites de estas paredes de piedra.
No pensaremos en lo que ocurrirá cuando ese mundo deba expandirse.

Se desliza sobre mí y me trae hacia el presente. De vuelta a él. Su cuerpo. Su piel. Su


boca cubre la mía, inculcando la conciencia de todo lo que abarca mi mundo actual.
Esta cama. Su boca, lengua, las manos que me recorren, persuadiendo a mi
conciencia a apartarse de sus complicaciones filosóficas y abstractas hacia lo
concreto, a la tangibilidad de los cinco sentidos. Las manos, la boca y el cuerpo se
mueven como si intentaran desesperadamente captar el momento, como si una vez
abandonado se fuera a ir para siempre. Su deseo me alza y el mío propio me arrastra
hacia él. Rindiéndome al placer y la sensación, percibo al chico con todos mis
sentidos. Lo devoro. Lo consumo.

El sonido que hace al buscar a ciegas en la mesilla de noche me devuelve a algún


vago estado de realidad. Encuentra lo que busca y libera mi pezón de entre los dientes
para mirarme, pidiéndome permiso con los ojos mientras se arrodilla entre mis piernas
y toma la parte superior de la botella de lubricante. Vierte un poco en sus dedos y
contengo la respiración, observándole. Esperando con ridícula aprensión. Cuando
siento el ligero roce de los dedos, mi mano va automáticamente a parar la suya. Me
mira, inseguro, pero no hace ningún movimiento para retirar la mano. Sus dedos
empiezan a girar alrededor de mi entrada de forma tentativa. Respiro profundo y dejo ir
su muñeca, murmurando tacos hasta deshacerme de un acceso de pánico.

Un dedo se abre paso en mí y me quedo sin aliento. Se sienta a horcajadas sobre mi


muslo y se tumba a lo largo de mi lado, moviendo su dedo hacia adentro y hacia fuera
con cuidadosos golpes poco profundos. Libero mi ansiedad centrándome en su boca,
disponiéndome a aceptar la intrusión, a someterme a esos dedos inexpertos. Aparta la
boca y me observa. Sus ojos verdes brillan con entusiasmo y curiosidad mientras
estudia mis reacciones. Siento un segundo dedo entrar en mí lentamente y bailar al
unísono con el primero. Un gemido escapa de mi garganta, cuando el ardiente placer
se intensifica.

—Eres hermoso —susurra. Su dulce sonrisa se suaviza por una hambrienta y mojada
lengua—. ¿Te gusta esto? —Mete los dedos hasta el nudillo y luego se retira casi por
completo. Cierro los ojos para evitar enfrentarme a su cara. Me concentro en la
sensación casi olvidada de ser llenado y estirado. Mi respiración se entrecorta y luego
se acelera de nuevo cuando siento un tercer dedo encajarse en mi culo. Su respiración
también es pesada mientras me sigue estirando con cuidado, apoyándose en su
memoria para guiarse. Se mete dentro de mí y un dedo se desliza accidentalmente por
mi próstata enviando una descarga eléctrica violenta a través de mi cuerpo que
escapa en un fuerte gemido de mi garganta. Abro los ojos y veo su expresión
complacida. Sus caderas se mueven contra mi muslo al ritmo con el que los dedos me
follan. La sensación es demasiado. No es suficiente.

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—Ahora.

—¿Ahora qué? —Sonríe ampliamente. Se me ocurre que esto es más que placer para
él. Esto es su venganza. Retira los dedos antes de deslizarlos de nuevo lentamente.
Una vez más contra mi próstata, e intento apretar la mandíbula para no gritar. Él se da
cuenta de la reacción, no obstante, y comienza a acariciarlo repetidamente.

—Maldita sea, hazlo —gruño.

—Dilo —susurra, apoyándose para morder mi cuello con firmeza.

—Fóllame, Harry. O te echo un maleficio.

Se ríe por lo bajo y luego retira los dedos. Me estremezco por la ausencia y la falta de
movimiento. Se arrodilla de nuevo entre mis piernas y comienza a prepararse. Me
pongo una almohada bajo las caderas cuando acude la idea. Me sonríe con
nerviosismo.

—No te rías si lo hago mal.

Bufo.

—Creo que puedo decir con seguridad que si lo haces mal, reírme no será mi reacción
inmediata.

Frunce los labios y sus ojos se estrechan.

—Podrías haber dicho ‘vale’.

Se posiciona y extiendo más las piernas para complacerle. Una posición poco digna,
realmente. Se me ocurre que si voy a someterme prefiero estar boca abajo. La idea se
me escapa cuando le siento presionar contra mí. Mira hacia abajo con una expresión
concentrada y luego levanta los ojos para encontrarse con los míos.

—¿Listo? —Susurra. Ahogo demasiado tarde una risa incrédula. Empuja en mí a


modo de castigo y mi humor se escapa cuando siento mi carne ceder paso
dolorosamente. Le oigo jadear y maldecir.

—Dios... joder... —jadea. Me relajo mientras él se toma un momento para recogerse.

Por fin, comienza a mover las caderas, acuchillando y acariciando la carne apretada a
su alrededor. Casi no puedo respirar. El dolor ardiente armoniza perfectamente con el
placer que pulsa a través de mí. Está siendo demasiado cuidadoso. Envuelvo una
pierna alrededor de sus caderas y lo arrastro a mi interior con fuerza, impulsándome
hacia él al mismo tiempo. Grita cuando de repente se ve enterrado en mí, apoyándose
en sus manos que presionan en mi pecho. Yo mismo estrangulo un gemido haciendo
eco del suyo.

—¡Dios mío...! eso es... maldita...

Respiro profundamente y me adapto a la invasión, que comienza a sentirse menos


como una invasión y más como una conclusión. Todas las ridículas e idílicas
emociones sin sentido que conlleva estar tan apegado a otra persona nublan mi

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cerebro. Lucha por recuperarse, cerrando los ojos y apretando la mandíbula. Siento
una siniestra sonrisa en los labios. Aprieto el culo y sus ojos se abren violentamente.

—Hazlo. Fuerte —le ordeno. Sale un poco y empuja de nuevo obedientemente. El


movimiento provoca chispas de éxtasis y las catapulta a través de mi cuerpo. Mi mano
se mueve hasta mi polla, ya que tengo poca confianza en su capacidad de movimiento
coordinado. Me acaricio al compás de sus embestidas. Su rostro se curva en una
mueca y se muerde con fuerza el labio inferior antes de acelerar el ritmo torpe y
perderse en el placer. Acelero mis propias caricias, sintiéndome cerca del clímax; mis
pulmones trabajan de forma independiente. Estoy mareado por la mezcla de
sensibilidad, el placer y lo que parece ser la hiperventilación. Mi cuerpo entero se
contrae fuerte y exploto en mi mano. Él grita y empuja profundamente en mí; su polla
bombeante me llena de esperma. Se desploma sobre mi pecho y me fundo en la
cama.

—Si muriera ahora mismo, por lo menos sería feliz —dice contra mi piel. Gruño
divertido, incapaz de conjurar la irritación en este momento. No ayuda el hecho de que
siento exactamente lo mismo. Suspiro y estiro la mano para alcanzar la varita. Se
desliza fuera de mí y lanzo un hechizo de limpieza en ambos, agradecido una vez más
que haber nacido mago. Reclama su lugar tendido a mi lado, el brazo y la pierna
envueltos perezosamente sobre mí. La cabeza ocupa el hueco donde mi cuello se une
a mi hombro. Su aliento es cálido en mi piel. Sus labios acarician mi mandíbula.

—Gracias. Eso ha sido increíble. Pero creo que puedo hacerlo mejor. Vamos a tener
que practicar. —Se ríe.

—Si fueras tan entusiasta con los estudios como lo eres con el sexo, me atrevo a decir
que superarías incluso el rendimiento escolar de Granger.

—Si hacer los deberes me hiciera sentir así, sería Premio Anual.

Resoplo de forma inesperada y comienzo a reír.

—Creo que te has ganado el título.

—Qué bien —gruñe—. Supongo que eso te convierte en el director que lo nombra. —
Se ríe—. Oh. Ew. — Hunde la cara en mi hombro y me río más—. Ni siquiera quiero
pensar en Dumbledore en la misma frase que ‘sexo’.

Una aterradora imagen mental aparece ante mis párpados cerrados. Abro los ojos, con
la esperanza de disiparlo.

—Ya está. Has hecho oficialmente imposible que mire a la cara a ese hombre de
nuevo.

—Bien —suspira—. Entonces, simplemente nos quedaremos aquí. Para siempre. —


Se desliza bajo mi brazo. Le acaricio la espalda y trato de contener ese maldito terror
de nuevo.

—Harry.

—Ya lo sé —susurra.

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—Tenemos que discutir esto.

—Lo haremos. Mañana. Sólo... mañana. ¿Está bien?

Una vez más, me entrego a su momento. Me concentro en su respiración y no en el


tic-tac del tiempo que se escapa.

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Abro los ojos para encontrar otros verdes que me miran fijamente. Sonríe y luego me
coloca un dedo sobre los labios.

—Sólo escucha. —Los dedos se retiran y se gira sobre la espalda—. He estado


pensando. —Frunzo mis labios contra un comentario sarcástico. Debería saber iniciar
mejor una conversación como ésta. Sobre todo conmigo. Escucho—. Dumbledore
todavía espera que nuestras sesiones de estudio continúen. Así que... no veo por qué
tenemos que parar. Se puede decir que nuestra... que esto puede confundir nuestras
posiciones, o lo que sea. Pero creo que... bueno, francamente, eso fue hace mucho
tiempo. Ya hemos demostrado que podemos mantener esto en secreto. No veo por
qué tenemos que parar ahora. Quiero decir... eras un espía, ¿no? Has hecho todo el
asunto de la doble vida. Así que... puedes ser un odioso bastardo grasiento en clase.
Y yo te puedo castigar por la noche. —Sonríe y me mira por primera vez desde que
comenzó su discurso.

—No —digo con firmeza. Me aplaudo por mi firmeza y luego mantengo esperanzas de
que no presione el asunto.

—Sev.

—No. Y no me llames así. —Me levanto de la cama y busco de mi bata. Me sigue sin
descanso.

—¿Por qué?

—Porque no es mi nombre.

—Eso no es lo que quería decir y lo sabes. —Me doy la vuelta y le miro fijamente. Me
devuelve la mirada—. ¿Por qué?

—No funcionará.

—Muy bien. ¿Qué sugieres entonces?

—Té. —Invoco una taza de té y voy a la sala de estar. Me siento y espero a que me
acompañe. Después de unos momentos aparece. Vestido, afortunadamente. Se sienta
frente a mí y espera a escuchar mi versión de cómo van las cosas. Yo,
desgraciadamente, no he pensado en nada.

—¿Y bien?

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Bueno. Una cosa es cierta.

—Esto no puede continuar.

—¿Qué no puede continuar exactamente?

Sexo. Afecto. Emoción. Él.

Continúa antes de que pueda decidir sobre una respuesta.

»Muy bien. Puedo vivir sin sexo. Pero... —Frunce la nariz—. Te estás portando como
un idiota. Honestamente. Vamos a ir por ahí fingiendo de todos modos. Y yo... esto te
gusta tanto como a mí. Incluso aunque nunca lo admitas. Siempre me estás diciendo
que no debería sacrificarme. Creo que deberías hacer caso de tu propio consejo.

Así que soy un hipócrita. Eso no es noticia.

Cruza el espacio entre nosotros y se arrodilla a mis pies.

»Mira, siempre haces esto. Siempre tratas de hacer lo que crees que es lo correcto.
Decidimos que no es bueno estar juntos. Pero de alguna manera... lo estamos. Y creo
que... no tenemos elección. Que estamos… atrapados. Juntos.

Sonríe y reconozco mis propias palabras. Las palabras de Trelawney le hacen eco. Y
perderás. No puedo dejar de pensar que tiene razón. Incluso si pudiera emplear toda
mi voluntad para poner fin a esto, de alguna manera terminaría de nuevo aquí. Con él
de rodillas delante de mí. Puede que haya estado metido en esta maldita mazmorra
demasiado tiempo, pero lo que dice tiene sentido.

Sin duda he estado en la mazmorra demasiado tiempo.

—¿Qué tal si... no decidimos nada? Vemos cómo van las cosas una vez que estemos
allí. ¿De acuerdo? —Se levanta y luego se sienta a horcajadas en mi regazo,
apretando las rodillas a ambos lados de mis piernas—. ¿Severus? Di algo.

—Necesito un trago.

—Son... las 6:30 de la mañana. —Sonríe burlonamente.

—Entonces me quedan exactamente diez horas y treinta minutos para prepararme


para el mundo exterior.

—Se me ocurren formas mejores de gastar ese tiempo.

Levanto una ceja.

—No lo dudo. —Se inclina para besarme—. Harry...

Cualquier protesta que pudiese haber tenido se desintegra cuando todo mi cuerpo se
funde en esa maldita silla. Realmente tengo que recordarme a mí mismo que he de
preguntarle cómo cambiar la clave. Su boca cubre la mía y yo trato de alejarlo pero mi
cabeza parece bastante satisfecha de quedarse justo donde está, contra la parte
posterior de la silla, siendo atacado por esa boca caliente que sabe a sueño. La boca

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desaparece y abro los ojos perezosamente para verlo sonriendo hacia mí con aire de
suficiencia. Obligo a mi boca a decir "Harry" una vez más.

—Maldita silla.

Se ríe.

—¿A qué hora viene Dumbledore?

—Las barreras están preparadas para caducar a las cinco.

Un brillo travieso resplandece en sus ojos.

—Creo que deberíamos volver a la cama. Necesitas fuerzas para esta noche.

—Lo cual es precisamente por lo que no estoy en la cama contigo. Suéltame. ¿No
tienes deberes que hacer? —Me maravilla lo absurdo de todas esas oraciones en su
conjunto. Me estoy tirando a alguien que tiene deberes.

—Mm-hmm... —Se inclina para besar a lo largo de mi cuello—. ¿Tal vez puedas
ayudarme? ¿Qué sabe usted acerca de estar arriba? —Se ríe a pesar de que su
lengua recorre el exterior de mi oreja. Mi estómago se sacude con una excitación que
pronto llegará a ser absolutamente evidente a través de mi bata.

—Córrete de aquí, pequeño insecto insaciable.

—Eso pretendo.

Me besa y mi resolución se desvanece en su boca. No es que tuviese mucha para


empezar. No estoy tan irritado como debería estarlo. Sus manos se deslizan bajo la
tela de mi bata para excitar la piel de mis hombros, mi cuello, mi pecho. Sucumbo ante
él. Una y otra vez. Doy la bienvenida a mi caída.

He perdido.

Traducción: Pescadora de Estigia

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CAPÍTULO 2 – LO QUE IMPORTA

—Tú sólo escúchame. He estado pensando...

Oh, realmente debería tener más cabeza que para soltarle eso. Me detengo por un
momento que le permita replicar. Estaría en todo su derecho. Sorprendentemente, no
lo hace. Sigo con el discurso que he estado preparando durante gran parte de la
noche, mientras lo observaba dormir. Podría pasarme la vida haciendo exactamente
eso. Pero hoy tenemos que salir de la mazmorra. Pensar en el mundo exterior me
hace daño. Pero eso no es nada en comparación con la idea de que no voy a poder
permanecer a su lado de nuevo, para verlo dormir, para sentirlo.

»Así que… puedes ser un odioso bastardo grasiento en clase. Y yo te puedo castigar
por la noche. —Sonrío y me giro hacia él. Su expresión es dura. De piedra. Mi
estómago se vuelca. No sé qué esperaba.

—No.

Bueno, si la razón no funciona, tal vez la mendicidad.

—Sev.

—No. Y no me llames así —dice bruscamente. Se levanta de la cama y se pone el


albornoz. Le sigo.

—¿Por qué?

—Porque no es mi nombre.

Ah, ja, ja.

—Eso no es lo que quería decir y lo sabes. —Me mira fijamente. A ese juego pueden
jugar dos—. ¿Por qué? —vuelvo a preguntar.

—No funcionará.

—Muy bien. ¿Qué sugieres entonces?

—Té.

Té. Me mantiene a raya. Sale de la habitación y yo me visto. Trato de prepararme para


mi defensa. Lo único en que consigo pensar es "te necesito. Me muero sin ti. Por
favor, no me rechaces". De alguna manera, creo que eso lo asustaría aún más. Pero
es la verdad. Tal vez no entiende que él es lo único que me mantiene cuerdo. Entre las
pesadillas y los recuerdos, creo que me habría vuelto loco este verano. Pero él estaba
allí. Silencioso y sin imponerse. No pregunta lo que pasó. Después de haber sido un
mortífago, probablemente sabe cómo funcionan estas cosas. De todos modos, estoy
agradecido. No recuerdo mucho de eso y las partes que sí recuerdo son tan horribles
que no podría aguantar hablar de ello. Casi no puedo pensar en ello sin temblar como
un cobarde. Y cuando me pongo a pensar en ello, él siempre está aquí para
recordarme que nada de eso importa.

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Termino de vestirme y camino hasta la sala de estar donde está bebiendo su té. Me
siento en la silla más incómoda del mundo y espero a que diga algo. Espero a que me
destruya. El pánico es sofocante.

—¿Y bien?

—Esto no puede continuar —dice en voz baja.

Me trago un nuevo nudo en la garganta.

—¿Qué es exactamente lo que no puede continuar? —No puedo dejar que haga esto.
No puedo dejarlo ir—. Muy bien. Puedo vivir sin sexo. Pero... —Veo su cara
ligeramente caída. Él tampoco quiere que esto termine—. Estás siendo un idiota.
Honestamente. Vamos a ir por ahí fingiendo de todos modos. Y yo... esto te gusta
tanto como a mí. Incluso aunque nunca lo admitas. Siempre me estás diciendo que no
debería sacrificarme. Creo que deberías hacer caso de tu propio consejo.

No responde. Se queda mirando fijamente el té y me imagino que está tratando de


pensar en una manera de explicar por qué esto no funcionará. Mi pánico me mueve
otra vez. Me caigo a sus pies, preparándome para una pelea.

»Mira, siempre haces esto. Siempre tratas de hacer lo que crees que es lo correcto.
Decidimos que no es bueno estar juntos. Pero de alguna manera... lo estamos. Y creo
que... no tenemos elección. —Recuerdo lo que dijo el primer día que estuvimos aquí.
Si no va a escuchar mis palabras, tal vez escuche las suyas propias—. Que
estamos… atrapados. Juntos. —Sonrío débilmente y se encoge.

Yo sé que no quiere ponerle fin a esto. Me necesita tanto como yo a él. Es toda esa
gente ahí fuera por lo que está preocupado. Nos juzgarán. Romperán todo lo que haya
entre nosotros porque es mayor que yo. Pero sé que, incluso si trata de apartarme,
estaré de nuevo aquí, con el tiempo. Por ridículo que parezca, no puedo dejar de
pensar que es el destino. Al menos, espero que lo sea.

—¿Qué tal si … no decidimos nada? Vemos cómo van las cosas una vez que estemos
allí. ¿De acuerdo? —Sigue sin responder. Me mudo a su regazo y estoy agradecido
cuando protesta. Tengo que recordarle por qué no puede terminar con esto—
.¿Severus? Di algo.

—Necesito un trago.

Eso no era exactamente lo que esperaba. Pero al menos no era un "Me alegra
deshacerme de ti por fin. Ahora, vete a la mierda". Encuentro consuelo en el hecho de
que ha cambiado de tema.

—Son... las 6:30 de la mañana.

—Entonces me quedan exactamente diez horas y treinta minutos para prepararme


para el mundo exterior.

El mundo exterior. Donde voy a tener que acostarme en mi cama noche tras noche y
no ir a él. Donde voy a tener que fingir que no lo amo y que no importa que esté tan
lejos. De repente necesito estar cerca de él. Necesito estar con él. En él. En mí.

14
—Se me ocurren formas mejores de gastar ese tiempo.

Me lanza una mirada.

—No lo dudo. —Decido que voy a hacer que se calle—. Harry...

Su respiración se acelera y me doy cuenta de que ha activado la silla. Puedo sentirla


trabajando bajo mis rodillas, que están a ambos lados de sus piernas. Suspira y sus
ojos cerrados se sacuden. Estoy a punto de reírme de él, pero decido aprovecharme
de su incapacidad para hablar. Es tan poco frecuente. Cubro su boca, lanzando mi
lengua entre los labios, como él me ha enseñado. Suavemente, sin brusquedad. Mi
lengua se desliza brevemente antes de retirarse. Mis labios atrapan su labio inferior
entre ellos; apenas una indirecta de dientes, como a él le gusta. Parece que responde
de forma automática. Satisfecho por dejarse besar. No creo que tenga opción. Decido
separarme antes de que los dedos invisibles le ataquen. Después de eso, nada
quedaría en su sitio. Eso sería una vergüenza.

—Harry —gruñe, frunciendo el ceño—. Maldita silla.

Me río.

—¿A qué hora viene Dumbledore?

—Las barreras están preparadas para caducar a las cinco.

—Creo que deberíamos volver a la cama. Necesitas fuerzas para esta noche. —
Sonrío.

—Por eso precisamente no estoy en la cama contigo. Suéltame. ¿No tienes deberes
que hacer?

Ya que lo menciona, hay algo que necesito estudiar más de cerca.

—Mm-hmm... ¿Tal vez puedas ayudarme? ¿Qué sabes acerca de estar arriba?

—Córrete de aquí, pequeño insecto insaciable.

Bueno, si insiste.

—Eso pretendo.

Lo beso en la boca y se tensa por un segundo. Un momento después, sus manos


encuentran el camino hasta mi camiseta y por mi espalda. Sonrío interiormente ante
mi triunfo. Mi presunción pronto se desvanece ante el deseo cuando el beso se
intensifica. Deshago el nudo de su bata para encontrar que ya está duro. Me desea.
De repente, la cama está demasiado lejos. Lo deseo. Aquí.

Me quita la camiseta y me pongo de pie para quitarme el cinturón. Mis pantalones, aún
un viejo par de Dudley, caen sin necesidad de desabrocharlos. Él se levanta y se
deshace del camisón con un movimiento de hombros. De pie delante de mí, blanco,
liso, desnudo. Hermoso. Sé que nadie estaría de acuerdo. Pero eso sólo lo hace más
hermoso. Y el hecho de que yo sí puedo verlo lo hace mío.

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Me tira contra él y grito ahogado ante la sensación de su piel junto a la mía.
Perfección. Esa es la única palabra que puedo pensar para describirnos juntos. Me
perfecciona. Le perfecciono. Cuando estamos juntos todo lo demás en el mundo
parece remoto e imperfecto. Estamos cálidos y tranquilos y seguros. La cosa más
bella del mundo. Los dos. Nosotros.

Su erección presiona contra mi estómago con insistencia. De repente, todos los


pensamientos de ser el activo se desvanecen. Lo quiero dentro de mí. Quiero que
nunca salga de mi cuerpo. Lo necesito. Hogar.

Sus dedos se deslizan a lo largo de mi columna y la boca me recibe en su interior.


¿Cómo voy a vivir sin esto? ¿Cómo puede él? Esta perfección. No me puedo imaginar
que no lo sienta. Es tan real. Demasiado fuerte para no ser mutuo. Mis brazos
envuelven su cuello y me pongo de puntillas para acercarme a él. Si de verdad
existiera la magia, dejaríamos de ser dos cuerpos separados.

—Te quiero dentro de mí —le digo. No me refiero a su polla. Me refiero a él. En mí.
Conmigo. Siempre.

Imposible.

Alcanza su varita, presumiblemente para invocar el lubricante. Le detengo. No lo


quiero.

—No quiero hacerte daño —susurra. Su mano deja de lado el cuello para descansar
debajo de mi barbilla, inclinando mi cara hacia arriba.

Me encuentro con su mirada.

—No lo harás. Quiero decir... no en el mal sentido... —No puedo explicar lo que quiero
decir. Parece entenderlo. Siempre lo hace. Todo lo que siento. Todo lo que soy.
Simplemente lo sabe.

Asiente y luego gira a mi alrededor, y me cubre la espalda. Pone las manos sobre mis
hombros y me insta a ponerme de rodillas. Estoy inclinado sobre la silla, listo.

El primer toque de su aliento en mi culo me sobresalta, mi mente enfurecida.

—¿Qué...? —No puedo terminar mi pregunta porque su lengua presiona contra mi


agujero y mi cerebro se ve entumecido. Justo cuando pensaba que el sexo no podía
ser mejor...

Gimo y jadeo y no puedo hacer nada más que eso. Su lengua se desliza por la
hendidura de mi culo y entonces ataca mi entrada con avidez. Me penetra,
deslizándose a lo largo de la carne apretada, persuadiéndola para que se relaje;
convenciéndola para que se abra, para aceptar, para necesitar algo más. Algo dentro.
La lengua es acompañada por un dedo y uso todo mi autocontrol para no correrme
inmediatamente. Grito y el dedo se desvanece una vez más y la lengua se hunde aún
más en el interior. Casi estoy llorando del placer. Mantiene mis caderas en su lugar
con las manos mientras hunde la cara entre las mejillas de mi culo. Una mano
serpentea entre mis piernas y comienza a moverse por mi polla. En cuestión de
segundos, todo mi cuerpo parece tener prisa por volverse del revés. Grito una vez más
y me corro, cayendo sobre la silla, preguntándome vagamente si esto es lo que se
siente al morir de placer.

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Sus manos se ahuecan alrededor de la cabeza de mi polla, recogiendo el semen.

—Levántate —ordena. No me muevo de inmediato. Mi corazón late con fuerza y mis


piernas se sienten como la gelatina. No puede pretender que me mueva. Nunca más.
Se ríe e intento en vano ponerme de pie. Me conformo con bajar de nuevo hasta
sentarme sobre las plantas de los pies. Vuelve delante de mí para sentarse en la silla.
Extiende mi semen encima de su polla. La imagen, la idea es jodidamente increíble.

—Bueno, si no puedes con ello, terminaré solo. —Sonríe y levanta una ceja.
Encuentro mis pies—. Date la vuelta. —Obedezco y luego siento sus manos en mis
caderas. Me empuja hacia atrás, y sus piernas obligan a las mías a abrirse. Me guía
con una mano. Me agarro a los brazos de la silla mientras me coloca para sentarme en
su erección. La cabeza entra con facilidad y ya puedo sentir la excitación
encendiéndose en mis pelotas. Aspira entre los dientes y el aire regresa en forma de
gemido. Bajo sobre él lentamente. Mi carne arde mientras cede ante él. Apenas la
suficiente lubricación para facilitar la entrada. No duele, exactamente. No más de lo
que yo quiero que haga.

—¿Todo bien? —pregunta, sin aliento.

No puedo hablar. Ni respirar. Así que asiento. Me levanta un poco y luego me arrastra
hacia abajo con fuerza. Grito según me siento y caigo contra su pecho, poniéndome al
día con la respiración que me había saltado. Sus brazos se deslizan por debajo de los
míos y me besa en el cuello, su propio aliento cayendo sobre mi piel rápidamente.
Suspiro y me acomodo mejor contra él mientras él se asienta aún más dentro de mí.
Una vez más quiero simplemente seguir así, fundido en él de alguna manera. Mis
brazos se cierran en torno a los suyos, apretándolos con fuerza.

Después de un momento, permanecer inmóvil deja de ser una opción. Muevo las
caderas y él muerde mi hombro fuertemente, un gemido atascándose en su garganta.
Extiende las piernas, obligando a las mías a hacerlo. Sus manos me acarician desde
las ingles a las caderas. Me empuja hacia arriba y ligeramente hacia delante y luego
se introduce en mi interior más profundamente de lo que yo habría creído posible. Me
apoyo en los brazos de la silla, manteniéndome ligeramente elevado, mientras
continúa empujando hacia mí lentamente, profundamente, hasta que me siento
bastante seguro de que acaricia mi alma con cada golpe. Una mano en mi hombro tira
de mí hacia abajo sobre él, la otra me rodea y coge rápidamente mi hinchada erección.
Tira de ella lánguidamente al ritmo de sus caderas. Lento y suave. La fricción añadida
por la escasa lubricación me amenaza con prenderle fuego. El calor se extiende en
espirales por todo mi abdomen. Continúa su ritmo mesurado y no puedo hacer nada
para acelerarlo. Mis brazos empiezan a temblar por el esfuerzo de mantenerme en
alto, pero no quiero parar. No quiero parar nunca.

Pero todas las cosas deben acabar y al final...

Me levanta y nos baja a los dos al suelo. Yo, por suerte, todavía tengo suficiente
sentido común como para extender los brazos y no hundir la cara en la alfombra. Me
apoyo en los codos y él asegura mis caderas antes de retirarse casi por completo y
después golpear de nuevo… y hacerme cambiar de opinión sobre el deseo que todo
esto dure para siempre.

—¡Joder! —grito, cuando el impacto envía ondas de placer por todo mi cuerpo. Toma
la exclamación como un estímulo y lo hace una y otra vez hasta que ya no puedo
formar palabras.

17
De alguna manera, él todavía puede.

—Córrete para mi otra vez, Harry... Quiero oír tus gritos...

De repente me siento como si hubiera recibido una puñalada en el estómago. Cierro


los ojos y me digo que se trata de Severus, pero las palabras dan vueltas y cambian
en mi cabeza.

Grita para mí, chico... Quiero oírte gritar... Venga, pequeño cabroncete... grita...

No debió hacerme sentir bien. Fue la poción. No yo. Aprieto los ojos cerrados y trato
de centrarme en él, en sus movimientos. Así es como tiene que ser, como tengo que
sentirme. Dispuesto. Ansioso. Se hunde en mí y puedo sentirle corriéndose en mi
interior. Me caigo al suelo y él me cubre. Tengo la sensación de que, si me suelta
ahora mismo, me romperé. Moriré.

—¿Qué ha pasado? —pregunta, sin aliento.

—¿Qué? —me las arreglo para decir.

—¿Te he hecho daño?

—No.

Rueda, apartándose de encima, y me muerdo los labios para evitar rogarle que no lo
haga. Nos limpia a los dos. Consigo poner mis emociones bajo control antes de
enfrentarme a él. Sonrío.

—¿Estás bien? —Su voz es distante. Cautelosa. Me maldigo por ser un imbécil.

Sigo sonriendo.

—Estoy bien. Creo que me... me refiero a que la primera vez casi me mata. Así que tal
vez estaba agotado. —Me incorporo y le beso. Me mira con escepticismo y me obligo
a cumplir con su mirada escrutadora con valentía, pero mis brazos cruzando el pecho
traicionan mi malestar. Se da cuenta, pero no dice nada.

—Volvamos a la cama —dice en voz baja, y se pone de pie, ofreciéndome una mano.
Acepto con gratitud.

Nunca ha preguntado qué pasó cuando me capturaron. Creo que sospecha al menos
una parte de lo que sucedió. Lo adiviné por la forma en que se comportó la primera
vez que lo hicimos después de eso. No pude explicarle que necesitaba hacerlo. No era
justo que mi último recuerdo de una relación sexual fuese terrible, cuando mi primera
vez con él había sido uno de los momentos más felices de mi vida. El hecho de que el
momento más feliz de mi vida fue seguido inmediatamente por el peor momento de mi
vida era algo confuso, cuanto menos. Hice lo que pude para convencerlo de que no
había pasado nada, sin llegar a decirlo. Creo que todavía mantengo la esperanza de
que uno de estos días se las arreglará para hacer que desaparezca.

Nos arrastramos bajo el edredón. Se recuesta sobre la espalda, un brazo sosteniendo


mi cuello. Me extiendo sobre su costado y alejo todos los malos pensamientos. Son

18
una parte de ese mundo exterior. Aquí, en esta cama, soy libre del mundo. Él es el
mundo. El único hogar que conozco.

—Te quiero, ¿sabes?

Gruñe y me acaricia el brazo.

—No espero que tú también lo digas. Sólo quiero que me creas.

—Intenta dormir.

Me pongo cómodo más cerca de él, tratando de obligarme a convertirme en él. Algún
día, si lo deseo con la fuerza suficiente, podría suceder.

------------------------------------------------------

Fijo la mirada en el suelo, sentado delante de la chimenea entre Dumbledore y


Severus. Me siento extraño por tener a alguien aquí. Resentido. Como si su presencia
de alguna manera estropease la habitación. Nuestro mundo. Trae noticias desde el
exterior. Escucho sólo vagamente y me digo que nada de eso importa. No tiene nada
que ver conmigo. Pertenece a un niño que todavía está encerrado en un armario
debajo de las escaleras del número 4 de Privet Drive. Lo dejé allí aquel día, cuando
Severus llegó a rescatarme.

Pero todavía tengo que interpretar el papel.

Hablan sobre los últimos acontecimientos en el Ministerio. La súbita aparición de


Pettigrew dejó varias preguntas por responder. Un par de chivatazos estratégicos
dados por unos selectos funcionarios del Ministerio han colocado a Cornelius Fudge
bajo sospecha. Las muertes y desapariciones. La indignación pública. Creen que
Voldemort ha regresado. Nada que ver conmigo. No es mi vida.

Me gustaría que dejaran de hablar de eso aquí. Ahí fuera, de acuerdo. Pero aquí... es
como hablar de buen sexo en la iglesia.

—¿Qué hay de Black? —pregunta Severus, llamando mi atención.

—Su caso se ha reabierto. Sirius se encuentra en una celda de detención del


Ministerio. Le han tomado declaración bajo Veritaserum. Las pruebas apoyan su
historia.

De repente se me ocurre que si Sirius es puesto en libertad entonces no habría


ninguna razón para que me quedara aquí con Severus. Sirius no lo toleraría. Y no hay
nada que pueda decir al respecto. De repente me siento enfermo. Quiero vomitar. O
irme a dormir. O desaparecer. Huir.

—No te preocupes, Harry —Dice Dumbledore. Levanto la vista hacia él y me doy


cuenta de que he estado con el ceño fruncido—. Tu papel en esta historia ha sido
borrado de los registros.

19
Oh. Ni siquiera había pensado que podía ser castigado por eso. Supongo que debería
serlo. Pero parece tan absurdo ser castigado por algo que hice en una vida diferente.
Mis ojos se fijan en Severus, que me mira. Y luego en el director. ¿No puede seguir
enfadado por eso, verdad? Eso no tiene nada que ver conmigo. Con nosotros.

Resopla sin alegría.

Dumbledore suspira.

—Bueno, los estudiantes van a llegar pronto. Harry, te sugiero que lleves tus cosas al
dormitorio. He comprado tus libros y suministros para el año. También me he tomado
la libertad de conseguir algo de ropa nueva y un nuevo par de gafas. Son SmartSpecs,
que se ajustan para compensar la debilidad de tus ojos. Un producto nuevo. Incluso te
permite una visión más nítida durante la noche. —Sonríe.

—Gracias, señor —le digo. Pero en realidad, las gafas hacen que besar sea mucho
más difícil. Preferiría vivir sin ellas.

—No hay de qué. Debes regresar por red flu, por supuesto. De hecho, cada vez que te
pasees a solas por la escuela, me gustaría pedirte que viajaras por flu. Se te ha
introducido en la red de la escuela. Te daré un mapa para ayudarte a moverte. Por
supuesto, las oficinas de los profesores y los cuartos privados permanecerán cerrados.
Las habitaciones del profesor Snape estarán abiertas a menos que los dos decidáis
algo distinto.

Levanto la vista hacia Severus de nuevo. Asiente con la cabeza. Libero un aliento que
no sabía que estaba reteniendo.

—Entonces, os veo en el banquete. Sospecho que estaréis contentos de poder salir.


—Sus ojos brillan en mi dirección y luego en la de Severus. Trato de devolverle la
sonrisa. Maldiciéndole en silencio por haber interrumpido mi paraíso privado.

Dumbledore se levanta y camina hacia la puerta. Se va con la promesa de vernos


pronto.

—Viejo imbécil entrometido —murmuro. Severus bufa. Miro hacia arriba—. ¿Qué?

—Señor Potter, esa no es forma de hablar del benevolente Albus Dumbledore. Haría
bien en controlarse, no sea que la gente empiece a preguntarse de dónde viene tu
inesperada vena sarcástica. —Sonríe.

Yo me deslizo hacia él y descanso la cabeza en su regazo. Sus dedos se enroscan en


mi pelo y me relajo una vez más. Tratando de tapar el hecho de que todo esto
terminará en cuestión de minutos. Estoy un poco sorprendido de que no se haya
asustado todavía. Y enormemente aliviado.

—No ha sido tan difícil, ¿verdad? Lo hemos hecho bastante bien.

—Sí. Siempre que evito pensar en lo que hemos hecho en esta silla hace apenas unas
horas. —Suspira—. Entonces, ¿me vas a decir exactamente qué papel jugaste en la
huida de Black?

Mi estómago se tambalea. Miro hacia arriba.

20
—No.

—Le ayudaste, ¿no? Yo tenía razón todo el tiempo, ¿verdad?

—¿Por qué importa ahora? Quiero decir... eso era antes.

—Porque, Potter, esa noche quedó grabada en mi memoria como una de las peores
noches de mi existencia. Y me gustaría saber lo que pasó. Compláceme. No puedo
castigarte muy bien a estas alturas, ¿verdad?

—Sí, le ayudé. Tuve que hacerlo. Era inocente.

Asiente con la cabeza.

—¿Cómo?

Bajo los ojos.

—No puedo decirte eso. No fui sólo yo. Lo siento. ¿Estás enojado?

—Sí. —No parece enojado. Agacho la cabeza en su regazo. Continúa jugando con mi
pelo. Trato de no pensar en lo mucho que voy a echar de menos esto. Estar así con él.
No quiero considerar lo que será la vida allá afuera, alrededor de todas aquellas
personas que todavía piensan que soy Harry Potter.

—Tengo miedo —me oigo decir. Entonces cierro la boca antes de que nada estúpido
pueda salir.

—Tonterías. Eres un Gryffindor, Potter. El miedo no está en tu vocabulario —dice con


sarcasmo.

—¿Y tú? —le pregunto—. ¿Cómo te las arreglas para dar clase a una casa llena de
estudiantes que quieren verte muerto?

Se ríe.

—Una observación muy astuta, señor Potter. Diez puntos para Gryffindor.

—Más te vale no decir eso ahí fuera. La gente sabrá que pasa algo... Pero, en serio...
—Levanto la vista hacia él—. ¿Cómo... quiero decir, vas a estar bien, verdad?

—Y me imagino que tú vendrás a mi rescate en caso de que mis pequeñas serpientes


astutas decidan morder, ¿verdad? —Se burla—. Pensándolo bien, déjame expresarlo
con otras palabras: no te metas, Potter. Soy un hombre adulto que puede hacerse
cargo de sí mismo. Contrariamente a la creencia popular, no todos mis alumnos son
pequeños mortífagos. Y los que sí quieren hacerme daño no son tan tontos como para
intentarlo. Son Slytherin, no Gryffindor. Conocen sus limitaciones.

Sonrío ante el insulto implícito y entrecierro los ojos.

—¿Sabe, profesor? El Sombrero Seleccionador quería ponerme en Slytherin. Pensó


que me haría bien. Pero yo no quería estar en Slytherin. —Saco la lengua.

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—Lo cual demuestra que eres un Gryffindor, incapaz de tomar decisiones sabias.
Ahora sal y vuelve a donde perteneces.

Mi corazón se hunde y mi cabeza vuelve a su regazo.

—Estoy donde pertenezco —murmuro en sus rodillas.

Su mano acaricia mi cabeza antes de levantarla.

—Te veré en el banquete. Y mañana en clase. Vamos a ver lo buenas que son tus
habilidades de actuación. Te puedo garantizar que voy a ser cruel. —Sonríe.

Lo beso, deseando que hubiera alguna manera de que pudiera hacer un líquido con
este hombre –Severus embotellado al vacío–, para ser capaz de sobrevivir un día
entero sin él. Ésa sería una lección de pociones a la que prestaría atención con mucho
gusto. Después de un momento, me aparta.

—Te quiero, Severus.

Me mira fijamente, y luego asiente con la cabeza.

—Lo sé.

------------------------------------------------------

Si estar en mi dormitorio era extraño, estar sentado en el Gran Comedor viendo a los
estudiantes salir a través de las puertas es aterrador. El ruido hace que me duela la
cabeza. Son todos tan ruidosos, riendo y charlando y sonriendo. De repente entiendo
por qué siempre se le ve tan amargado. Me concentro en no encogerme visiblemente
cuando me acosa una tormenta de bienvenida. Nunca me he sentido tan fuera de
lugar en mi vida. Estoy seguro de que los otros pueden sentir cómo mi corazón me
golpea violentamente en el pecho. Me estoy ahogando. Miro hacia él para
tranquilizarme. Nuestras miradas se cruzan y me las arreglo para respirar de nuevo.

—¡Harry! —me llama Hermione en voz alta, antes de correr y echar sus brazos sobre
mí. Trato de parecer entusiasta. Ron me da una palmada en la espalda antes de
sentarse frente a mí. Sufro un momento de pánico al darme cuenta de que no tengo
nada que decirles. Mis mejores amigos. Me siento como si ni siquiera los conociera. Al
mismo tiempo, me siento como si los hubiera traicionado de alguna manera.

—Y bien, ¿has sabido algo de Hocicos? —pregunta Ron.

—Últimamente no. Está detenido hasta el juicio.

—Bueno, eso ya lo sabemos. —Ron pone los ojos en blanco.

Hermione se queda mirando la mesa, con aire preocupado.

—Hermione, no pasa nada. No estamos metidos en problemas. Lo que hicimos quedó


borrado del registro.

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Deja escapar un largo suspiro de alivio y hunde la cabeza entre las manos. Me
imagino que ha estado conteniendo el aliento desde que Sirius se entregó. Como yo
debería haber hecho. Pero no. Estaba preocupado por si me obligarían o no a vivir con
mi padrino. En mi vida pasada, me habría encantado. Pero ahora sólo parece tan...
restrictivo... tener una figura paterna. He vivido toda mi vida sin padres. Es un poco
demasiado tarde para empezar a tenerlos ahora.

Oigo a Hermione contener el aliento de repente. Levanto la vista hacia donde está
saludando con la mano.

—¿Lo han dejado volver? ¿No es eso un poco peligroso?

Miro para ver al profesor Lupin sonriéndonos. No puedo creer que no me hubiese dado
cuenta antes. ¿Dumbledore mencionó que volvería? No recuerdo si lo hizo. Mis ojos
se fijan en Severus, que está hablando con Sprout. Me pregunto cómo se siente
acerca de la vuelta de Lupin. Me pregunto cómo me sentiré yo una vez tenga la
oportunidad de pensar en ello.

—Bueno, probablemente necesiten a alguien que sepan que no está trabajando para
Quien-Tú-Sabes —murmura Ron—. Alguien que sabe qué demonios está haciendo.

—Bueno, ese alguien trató de comerme una vez —dice Hermione. No parece ni de
cerca tan enfadada como podrían sugerir sus palabras.

—¿Harry? ¿Estás bien? —Pregunta Hermione.

Arrugo la frente.

—Sí, ¿por qué?

—Pareces enfadado —Ron sonríe.

Reviso mis rasgos y me doy cuenta de que estoy con el ceño fruncido. Incluso
despreciativo.

—Creí que dijiste que no te ibas a quedar con él este verano —dice Hermione en voz
baja.

—¿Con qué?

—Quién. Snape.

Oh. No tienen ni idea. Todavía creen que estuve con Sirius durante el verano.
¿Cuántas vidas hace de eso?

—¿Por qué crees que estuve con Snape? —le pregunto inocentemente.

—Porque tienes cara de mala leche. Te pareces a él —dice, riendo. Trato de relajar la
cara.

Ron jadea.

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—¡Gah, Harry! Sí que te pareces. Y tu pelo... ¿es un poco más grasiento de lo normal?
—Se ríe.

—¡Vete a la mierda! —Me río y toco mi pelo con timidez. No está grasiento. Y el suyo
tampoco. Se lo he lavado esta tarde. Sonrío en secreto e intento sacarlo de mi
memoria. No voy a ponerme duro justo ahora.

—¿Entonces estuviste con él? —Hermione. La muchacha nunca se da por vencida.

—Un poco. —Miro hacia él de nuevo. Él mira a la mesa de Slytherin. Mis ojos siguen
su línea de visión y aterrizan en Malfoy, quien tiene los ojos puestos en mí. Mi corazón
se congela cuando mis ojos se cruzan con los suyos. Sonríe. Mis ojos vagan con
pánico por el resto de su grupo. Todos están mirándome. Crabbe, Goyle, Nott. Los
niños mortífagos. Todos miran. Lo saben.

Tomo una respiración profunda para tratar de calmarme. Soy vagamente consciente
de que McGonagall está anunciando el inicio de la ceremonia de Selección. Mis
manos agarran el duro banco e intento no temblar. Trato de ignorar los ojos clavados
en la parte superior de mi cabeza.

Me digo que no pueden saberlo todo. El padre de Malfoy no se lo contaría, ¿verdad?


Simplemente no puedo imaginar que un padre quiera que su hijo sepa lo malo que es.
Pero si Malfoy va a ser un mortífago de todos modos, tal vez disfrute sabiéndolo. Si
esa sonrisa sirve de indicador, Malfoy es tan retorcido como su padre.

No puedo respirar y mi corazón late como si hubiera estado corriendo varios


kilómetros. Mi cabeza se nubla y todo suena como si estuviera en un túnel. Cuando
llegan los aplausos, yo me uno a ellos. Sonrío a las caras nuevas que se incorporan a
nuestra mesa, a pesar de que odio en silencio cada una de ellas. Todas estas
personas. Quiero ir de nuevo a las mazmorras. Quiero irme a casa.

Miro de nuevo a Severus y nuestros ojos se encuentran. Gira bruscamente la mirada


hacia la fila de selección en el momento en el que se pronuncia el nombre de "Mercer,
Abri". Me giro para ver a una chica con el pelo rubio y corto abrirse camino hasta el
taburete. Miro de nuevo a Severus que tiene su cabeza entre las manos. Sprout le
toca en el hombro y se sobresalta. Le dice algo y luego encuentra mis ojos una vez
más. Sonrío con incertidumbre. Se pone de pie repentinamente y sale corriendo de la
habitación.

Me agarro al banquillo para contener el impulso de seguirle. Me pregunto qué acaba


de suceder. La chica recorre el camino hacia la mesa de Ravenclaw y se pronuncia
otro nombre. Mi pánico es abrumador. Me ha dejado aquí. Solo.

—¿Estás bien, Harry? —La voz de Ron suena a través de la nube de caos que azota
mi cerebro.

Sonrío y asiento. No, no estoy bien.

Me estoy ahogando.

Traducción: Pescadora de Estigia

24
CAPÍTULO 3 – EL PARAÍSO PERDIDO

Los muggles tienen una magia que les es propia. Se llama destilación. Merlín les
bendiga por ello.

Algunas situaciones requieren una lenta eliminación de los sentimientos, deshacerse


de capa tras capa de complejidad, suavizando y calmando poco a poco la mente
perturbada. El licor muggle es ideal para estos casos. Sin embargo, otras situaciones
se manejan mejor con la temeraria y destructiva velocidad que sólo puede alcanzarse
con las espirituosas mágicas.

He optado por el whisky de fuego esta noche, sin importarme ni un ápice la


perspectiva que pueda ser adquirida en cualquiera de los otros líquidos dulces que
residen en mi gabinete de licor. De hecho, la perspectiva es exactamente lo que estoy
tratando de destruir. Y el whisky de fuego es una cura segura para el entendimiento.

El primer vaso, bebido de inmediato, ayuda a apagar los ecos de la voz de pito de
McGonagall, "Mercer, Abri." El líquido ardiente me deja preguntándome cuándo
diablos llegué a tener edad suficiente para enseñar a una segunda generación. Tengo
edad suficiente para enseñar a una segunda generación y mi amante me dispara
sonrisas secretas desde una mesa llena de juveniles e ignorantes imbéciles con los
que preferiría ser hervido vivo antes de participar en ningún tipo de intimidad. Porque
yo detesto a los niños.

Vacío la mitad de la segunda copa con la esperanza de incinerar la conciencia de que


aquí, en mi despacho, no parecía tan joven como en el Gran Comedor. Me veo
obligado a reconocerlo por lo que es: un niño asustado, un vulnerable niño de dieciséis
años que se pegó a la única persona que estaba disponible. Y esa persona debería
haber sabido que era mejor no tocarlo. Yo lo supe, una vez. Y lo olvidé, una
trasgresión que merece sólo el más estricto castigo. Incluso si la situación fue
totalmente culpa suya. Y de Dumbledore.

Y mía.

Pero sobre todo mía.

Joder.

Me termino el segundo vaso y comienzo el tercero.

Huyo de la realidad que evocó la voz de McGonagall y busco la quietud silenciosa de


mi calabozo, sólo para descubrir que estos muros de piedra resuenan con el silencioso
eco de su terriblemente joven voz gritando ante el placer pecaminoso que yo invocaba.
Esta fría humedad extinguió una vez cualquier llama de emoción que amenazara mi
compostura —ya fuera rabia, dolor o, en circunstancias extraordinariamente raras,
felicidad—. Parece que ahora mi refugio simplemente se ha convertido en algo más de
lo que tengo que escapar.

Maldito Dumbledore.

25
Fue él quien creó este pequeño paraíso y me arrojó a él con el niño. Se mira, pero no
se toca. No comas de ese árbol. Y yo comí de ese árbol.

Repetidamente.

Cierro los ojos para ver los suyos fijos en mí, verdes y suplicantes. Cumplía con su
papel, tratando de convencer a los otros de que era sinceramente feliz de verlos. Sólo
cuando los ojos se volvieron hacia mí los alcanzaba una sonrisa. El verde se hacía
espléndido. Observé, tratando desesperadamente de silenciar mi pesar, diciéndome a
mí mismo que lo que hicimos en nuestro mundo secreto no tenía nada que ver con los
papeles que se interpretaban en el Gran Comedor. Entonces él me necesitaba. Y yo
estaba ahí para él.

Pero aquí fuera, yo también interpreto mi papel. El profesor Snape se sentó a la mesa
principal, vio cómo sus alumnos —un grupo enfurruñado y altivo, en su mayoría—
miraban amenazadoramente a un niño a quien el profesor Snape habría tratado de la
misma manera si no fuera por el hecho de que el sabor del chico en cuestión estaba
todavía fresco en su lengua.

La fruta prohibida.

Los prohibidos labios se curvaron en una sonrisa secreta que brillaba en sus ojos
como la pasión y la confianza y… el amor, recuerdo, intentando ahogar el terror con
otro trago de mi bebida. Él se salió del papel y yo del escenario. Escapé a mi
calabozo, donde debería ser capaz de olvidar, pero el fantasma de su presencia
aparece en cada piedra.

Por ridículo que sea, soy incapaz de decir qué me molesta más: haber manchado y
corrompido a un muchacho de dieciséis años, o saber que lo haré de nuevo. Y la única
manera que podría evitar que me rinda a sus atenciones sería dimitir, para purgar mi
conciencia y aceptar las consecuencias. Y sé que no puedo hacer eso. Porque lo
mataría. Ese muchacho. Mi amante circunstancial.

La bebida no está funcionando lo suficientemente rápido.

Estoy a punto de comenzar a beber directamente de la botella cuando oigo el familiar


susurro de alguien entrando por Red Flu en mi despacho. Mis labios se curvan y sujeto
la varita entre las rodillas para evitar embrujar al estúpido muchacho en el momento en
que cae de mi chimenea. Se las arregla para mantener el equilibrio y sale de manera
bastante equilibrada. Sonríe. Yo no.

—Hola —me saluda con incertidumbre.

—¿Qué haces aquí? Creí haberte dicho que te vería mañana —gruño con rabia
alimentada por el calor del whisky de fuego.

—Pareces... molesto. ¿Estás bien? —Su voz es ahogada. Sus ojos miran a la botella y
luego vuelven a mí. Mi agarre se aprieta en torno al vaso a la defensiva.

—Estoy bien. Vete.

Da un paso hacia mí, atrapándome en mi silla.

26
—Potter, ¿te has vuelto sordo?

—¿Quién era esa chica?

De repente le odio como nunca he odiado a nadie en mi vida. ¿Quién era esa chica?
El hada de la realidad, maldito niño.

—Nadie. La hija de un ex-alumno. —Bebo de nuevo y hago lo que puedo para que se
distancie. No funciona.

—Oh. —Frunce el ceño y luego cae al suelo delante de mí—. Así que... ex-alumno...
Fue... quiero decir, tu... er... ya sabes.

No, no lo sé.

—¿Qué? —Baja la vista y sus mejillas se tornan rosa pálido. Oh—. Dioses, no. —Me
río por lo bajo—. Potter, contrariamente a las conclusiones que se podrían sacar de mi
comportamiento durante el último mes, una vez tuve principios.

Suspira con un sonido sospechosamente parecido al alivio. Mi estómago se agita ante


la comprensión de que se había atrevido a estar celoso.

»Y si hubiera ya sabes, seguiría sin ser asunto tuyo —añado con rencor.

Ahí. Está enfadado. Me siento mucho mejor. Me tomo mi bebida.

—Entonces... pero, ¿por qué te entró el pánico? Quiero decir... que todo empezó con
esa chica. Te asustaste. Y es asunto mío cuando algo o alguien te vuelve contra mí.

Maldita sea la lógica sobria del mocoso.

—No me ha entrado el pánico —replico. No ha pasado. Estoy aquí sentado,


destruyendo tranquilamente todas esas neuronas que hacen posible la existencia de
mi dolorida consciencia del mundo—. Sólo he recordado mi lugar. Y usted haría bien
en recordar el suyo. Hemos tenido nuestro pequeño verano de locura, y ahora se ha
acabado. Si opta por recordar esto, no habrá problemas.

Me pongo de pie de repente y pretendo irme, a cualquier parte donde no esté él. Mi
dormitorio.

Él también se pone de pie. Me persigue. Me atrapa. Maldita sea.

—¿Y si no lo hago? —Se acerca a mí, los ojos encendidos por el desafío. O la
determinación. ¿Realmente hay diferencia con este chico?

Lucho contra el impulso de caer de rodillas y suplicarle que me deje en paz. Como si
existiera algo parecido a la paz a estas alturas. Como si alguna vez hubiese existido.

»Quien seas fuera de esta habitación no importa. Nada de ahí afuera importa. Tu
papel de ahí afuera no tiene nada que ver con nosotros. Y...

—¿Nosotros? —Le dirijo una sonrisa sarcástica, vengativa—. No hay ningún


"nosotros", niño estúpido.

27
El dolor que baña su rostro me obliga a alejarme. Estoy disgustado por su fragilidad,
su transparencia. Dirijo el resto de mi crueldad a un muro de piedra. El muro de piedra,
me doy cuenta, probablemente será un oído más tolerante.

»Y nunca lo hubo. Cuanto antes te des cuenta, antes podrás empezar a buscar a
alguien de tu edad con quien celebrar lo que te queda de adolescencia.

Y, ya que estás, tu vida.

Un largo silencio sigue a mi ruptura sutil y, en contra de mi propio juicio, me vuelvo


hacia él. Los cautelosos ojos me miran a través de su máscara inexpresiva.

—Severus —dice en voz baja.

Me estremezco en su insistencia en mantener la familiaridad.

—No me llames así. —Hay más desesperación en mi voz de lo que me habría


gustado.

No importa, hace caso omiso de todos modos.

—¿De eso se trata? Esto no tiene nada que ver con tu posición como mi profesor,
¿verdad? Te sientes viejo. ¿Es eso? Porque no me importa la edad que tengas.

¡¿Cómo se atreve a ver entre líneas?! Aprieto la mandíbula.

—Potter, estás siendo un ingenuo.

—¡Y tú estás siendo imposible! —dice bruscamente—. Deja de decidir lo que crees
que es mejor para mí. No creo que quieras que esto termine. Estás haciendo esto
porque...

—¡Porque es lo correcto, mocoso obstinado! —Me alejo de él y busco de nuevo una


vía de escape. No hay forma de escapar de él. Su presencia impregna cada
centímetro de este condenado castillo. Cada rincón de mi despacho. Si quiero
escapar, voy a tener que ir mucho más lejos.

Azkaban, tal vez.

—¿Quién lo dice? Porque no tiene sentido. Todo... ahí afuera. Todo está mal. Y... y
sientes lo mismo. Sé que lo haces.

—Oh, por favor, Potter. Eres un buen culo, nada más.

—Para. Sé lo que estás haciendo. No funcionará.

Me doy la vuelta y observo que su máscara ha vuelto. Si voy a deshacerme de él,


tiene que doler. Y mientras mantenga esa máscara, seré capaz de hacerle daño
correctamente. A pesar de mi corazón palpitante, lo miro con frío desprecio.

—¿Crees que me he enamorado de ti, Potter? ¿Verdaderamente eres tan estúpido


como para pensar que me iba a enamorar de un crío de dieciséis años? ¿Por qué
clase de imbécil me tomas?

28
De todas las respuestas a mi crueldad, la sonrisa es la menos apropiada. Cuenta con
Harry Potter para conseguir esa equivocación.

—Eres tan predecible —dice con un deje de ternura.

Quedo momentáneamente descolocado ante su completa indiferencia hacia mis


intentos de alejarlo, y después legítimamente indignado. ¡NO soy predecible!, intento
protestar, pero él me besa antes de que encuentre la voz.

Por primera vez en los veintimuchos años que he estado bebiendo, comprendo
plenamente las etiquetas en las botellas de licor muggle. Advertencia: El consumo de
bebidas alcohólicas puede alterar el juicio y ralentizar los reflejos. Me gustaría añadir
'debilitar la resolución' a esa lista.

Después de mucho tiempo, tengo suficiente presencia de mente como para alejarlo de
un empujón y gritarle que se vaya. Sin embargo, mi esfuerzo se pierde rápidamente
cuando callo una vez más por un pequeño golpe en la puerta. Me mira un momento y
luego se esconde en mi dormitorio. Volvería a decirle que se fuera, pero dudo que me
hiciera caso.

Me dirijo con enojo a la puerta, esperando ver el rostro traicionero y benigno de


Dumbledore, que sería igualmente merecedor de mi ira después de la sorpresa que
injustamente arremetió contra mí en la cena. El viejo cabrón tortuoso sabía que mi
insistencia en la profesionalidad me impediría embrujarlos a él y a su hombre lobo
mascota en público.

La rabia que hierve dentro de mí se enfría rápidamente ante la vista del prefecto de mi
casa, que me contempla con calma desde el otro lado de la puerta.

—Señor Malfoy. —Una aguda sobriedad me recorre como mecanismo de defensa.


Siento que mi columna vertebral se endereza y se tensa por reflejo.

—Buenas noches, señor. ¿Me permite pasar? —Apropiado, bien criado y educado, el
niño es la antítesis de Harry Potter.

No hago movimiento alguno que le permita pasar. Aunque no sería inusual permitir la
entrada a mi despacho a uno de mis estudiantes, y un prefecto nada menos, el
muchacho está entre los que bien querría verme muerto. No tengo ninguna prisa en
extender una invitación. Y luego está la cuestión del otro chico escondido en mi
dormitorio.

Me detengo un momento para considerar la mentira que es mi vida.

—¿Qué puedo hacer por usted, señor Malfoy? —Le digo secamente.

—Tengo que hablar con usted, señor. —La irritación suena en su voz con claridad. No
está acostumbrado a que se le niegue nada.

—¿Y qué podría ser tan importante que no puede esperar hasta mañana?

Sus ojos se contraen en un resplandor momentáneo, pero recuerda sus modales casi
de inmediato. Un poco de arrogancia profundiza su desprecio natural.

29
—Se trata de usted y Harry Potter.

—Harry Potter y yo —repito despacio, colocando la cantidad justa de desdén en cada


sílaba. No me asusto. El niño no puede conocer nada más aparte del hecho de que
estuve cuidando de Potter cuando lo capturaron. Y que disponga de ese conocimiento
es más desastroso para él que para mí. Le ofrezco una sonrisa divertida—. ¿Y qué
podría tener que decir que nos encuadrara a Harry Potter y a mí bajo el mismo titular?

—¿Puedo pasar? —dice con satisfacción. Me aparto a un lado para permitirle el paso.
Se detiene junto a la puerta, esperando una invitación para tomar asiento. Se puede
acusar a los mortífagos de muchas cosas, pero no de mala educación. Saben cómo
fingir respeto. Le hago un gesto hacia la otra silla. Realmente no sería conveniente
que se sentara en esa silla y dijera la palabra ‘Harry’. Y mantenerlo tan incómodo
como sea humanamente posible se adapta a mis propósitos.

El acto y el arte de la intimidación.

Me quedo de pie.

—¿Y bien? —digo bruscamente, con impaciencia.

—Sé lo que pasó este verano, señor. Muchos de nosotros lo sabemos. —Me mira a
los ojos. Un desafío.

—¿Tiene intención de ser más específico, señor Malfoy? ¿O debo intentar adivinar el
suceso en cuestión? —le desafío silenciosamente para que siga adelante con el tema
que pretende blandir en mi contra.

Suspira con impaciencia. Creo que para corregir su insolencia temporal, pero lo ignoro
en favor de un adelanto del juego que estamos a punto de comenzar. Ha pasado
mucho tiempo desde la última vez que jugué. Espero que todo se resuelva lo
suficientemente rápido.

—Sé que el Señor Oscuro encontró a Potter. Y sé que usted estaba con él cuando lo
encontró.

Luzco mi mejor expresión poco impresionada y lo miro con malévolo desdén.

—Parece estar bien informado. ¿Puedo recordarle, señor Malfoy, que el conocimiento
que profesa en materias de las que no tiene sentido que sepa le implica en situaciones
de las cuales haría bien en distanciarse lo más posible? A menos, claro, que haya
venido aquí para revelar la fuente de su información. —Dejo que mi voz baje a un tono
sibilante. Si tiene que agudizar el oído para oírme, deja mucho más poder en mis
manos. El truco está en saber con quién vale la pena gritar y con quién es efectivo
sólo el siseo más bajo y regulado.

Su mirada oscila ligeramente. Me complace.

»No —digo en voz baja. Siento la esquina de mi boca contraerse y levanto la barbilla
para mirarlo por encima de la nariz—. No lo creo. Muy bien, señor Malfoy, con el único
propósito de divertirme, ¿por qué no me dice qué es lo que había planeado ganar con
ese intrascendente conocimiento?

30
—Sólo he venido aquí para advertirle, señor. Habrá rumores.

—¿Rumores? —Resoplo—. No ha venido aquí a amenazarme con chismes, ¿verdad?

—No estoy aquí para amenazar, señor. —Manipula mis trampas con calma admirable.
Ha sido bien entrenado. Dieciséis años de experiencia en astucia—. Simplemente
pensé que le gustaría saber que hay un plan para que sea usted despedido.

No me sorprende la noticia, pero desconfío. Creo que es más exacto decir que ha sido
enviado para asegurarse de que dimito por temor a mi reputación. Lo que mis antiguos
compañeros no saben es que renuncié a mi dignidad hace mucho tiempo.

—Ya veo. ¿He de ser despedido por obedecer las órdenes de Dumbledore? ¿O es
que mis inteligentes alumnos han inventado transgresiones reales?

Una sonrisa siniestra contorsiona su rostro; una copia exacta de la expresión de su


padre. La sonrisa parece mucho más maligna enmarcada por la angulosa cara de
Narcissa. Por un breve momento estoy casi impresionado. Y entonces recuerdo que
es un niño que juega con sus armas infantiles en un juego al que yo empecé a jugar
cuando Malfoy era una mera posibilidad en las pelotas de su padre.

Abre la boca para decir algo, pero se lo piensa mejor. En vez de eso, se encoge de
hombros descaradamente.

»Tal vez pueda decirme qué es lo que me impide expulsarle inmediatamente de esta
escuela.

Su sonrisa se amplía y avanza por la fina línea que divide mi tranquilidad y mis
impulsos violentos.

—No he hecho nada malo. Simplemente he informado a un profesor de una


conspiración contra él. Es mi trabajo como prefecto, ¿no? —La inocencia que pone en
su expresión es casi ridícula.

Y yo me río. Sin alegría, pero río de todos modos.

Pongo las manos en los brazos de su silla. Oigo un suspiro rápido y se inclina hacia
atrás tratando de recuperar la compostura.

—No juegue conmigo, Draco Malfoy —le digo con una voz baja y amenazadora. Me
apoyo a centímetros de su cara—. ¿Por qué me está diciendo esto?

Exhala su aprehensión y cobra fuerza antes de contestar.

—Si fuera yo, querría saberlo.

Estudio su expresión, en busca de una explicación real. Si bien es posible que esté
aquí por su propia voluntad por la única razón de alertarme, es improbable. Y no
puedo estar tranquilo con una ligera posibilidad. Es mejor errar por el lado de la
precaución.

Me separo de él.

31
—Entonces parece que debo darle las gracias. Puede regresar a su dormitorio, ahora.

Se pone de pie y camina hacia la puerta antes de darse la vuelta para mirarme de
nuevo.

—¿Puedo hacerle una pregunta, señor? —Levanto una ceja—. ¿Por qué no volvió?

La pregunta no me sorprende tanto como el brillo de sincera curiosidad en sus ojos.


Me tomo un momento para componer una respuesta cuidadosa. Por supuesto, había
abandonado mucho tiempo antes de que el Señor Oscuro cayese. Mi traición, aunque
no es de dominio público, era lo suficientemente conocida como para conseguir
tenerme muerto incluso si hubiese contestado a la primera llamada del Señor Oscuro
en trece años. Por no hablar de mi breve batalla con él en la forma de Quirrel hace
cinco años. Pero no voy a decirle todo esto.

Así que, ¿por qué me fui en primer lugar?

—¿Ha besado el dobladillo del Señor Oscuro, señor Malfoy? —Su expresión cae. Eso
es respuesta suficiente—. ¿Lo hizo por respeto o por miedo?

Parpadea.

»No se espera de mí que bese la túnica de Dumbledore. —Bueno, no literalmente.


Pero es una mentira lo suficientemente buena para apelar a la preciosa arrogancia del
muchacho.

Asiente con mirada sombría. Veo cómo valora mi respuesta. Sólo puedo esperar que
siga pensando en ello más tarde.

Se vuelve hacia la puerta antes de mirar por encima del hombro.

—Le agradecería que no le dijera a nadie que he estado aquí. Mi padre me mataría si
se enterara. —Ofrece una irónica sonrisa antes de abrir la puerta. Me encuentro
deseando cogerle y darle una bofetada para meterle un poco de sentido común en la
cabeza. No se dará cuenta de lo que cuesta jugar a este juego hasta que sea
demasiado tarde—. Buenas noches, profesor Snape.

—Buenas noches, señor Malfoy. —Mi respuesta cae al suelo de piedra y permanece
ahí sin ser escuchada. Me estremezco en medio del torrente de amargo afecto que he
tenido siempre hacia los estudiantes de mi casa.

Que planeen tratar de arruinarme no me asusta. Dumbledore no se dejará engañar por


los rumores que corran. Aunque sean ciertos. Nada que no sean mis propias palabras
lo convencerá de que he sido algo menos que virtuoso.

No es cobardía lo que me impide ir directamente ante el director y derramarle toda la


verdad sobre mis relaciones con su niño héroe. Es orgullo. No voy a dejar que ganen.
No voy a darles lo que quieren. Lo que esperan. Pienso luchar contra ellos a cada
paso del camino, y golpearles donde más les duele: su preciosa progenie, que está
bajo mi cuidado. Mi dirección. Y que, si tengo algo que ver con ello, encontrará la
voluntad de desafiar a sus padres.

Creo que tendré que dar la bienvenida a mis Slytherin.

32
Hago nota mental de decirle a Malfoy que reúna a la casa mañana por la tarde para un
pequeño discurso. Cojo mi vaso de whisky de fuego y trago lo que queda. Estoy a
punto de hundirme de nuevo en esa silla cuando recuerdo que todavía hay una pieza
de asuntos pendientes escondida en mi alcoba. Camino hacia la sala en silencio y
rezo para que al niño no se le haya metido en la cabeza desnudarse. No me
sorprendería en lo más mínimo.

Lo que es una sorpresa, sin embargo, es encontrarle sentado detrás de la puerta con
sus rodillas dobladas contra su pecho, temblando. Al parecer, está preocupado por su
reputación. Sí, los rumores de que él ha estado haciendo cosas indecibles con el
odiado Jefe de la casa Slytherin serían mucho más perjudiciales para él que para mí.
Mis compañeros son lo suficientemente maduros como para no escuchar el parloteo
de los niños. Y me atrevo a decir que ninguno de ellos se entretendría en la idea de
que estuviera follándome a un estudiante —por no mencionar que es un estudiante
hacia el que tengo una reputación de aversión— ni por un segundo. Para ellos, la
perspectiva sería poco menos que absurda.

Pero a un niño tan célebre como mi joven amante, el chisme lo arruinaría. Por
supuesto que lo perturba la perspectiva de que todo el mundo sepa que lo ha enculado
el feo y grasiento imbécil que habita en las mazmorras. Aparto a un lado mi ego
herido.

—Yo no me preocuparía si fuera usted. Me aseguraré de no dejar dudas acerca de


mis verdaderos sentimientos por usted. —Sonrío.

Gruñe y mira hacia arriba, ojos rojos con emociones ya secas. Momentáneamente me
sorprendo por su reacción ante la situación. Por perjudicial que pudiera ser la
situación, sin duda es insuficiente para llorar. Se me ocurre que el temblor y los ojos
enrojecidos no tienen nada que ver con la advertencia de Malfoy.

—¿Qué pasa?

—Nada —miente.

—Evidentemente. —Me doy la vuelta y vuelvo a la sala de estar.

Me sigue momentos más tarde y me adelanta para llegar a la Red Flu.

—Debería irme ya —murmura con rapidez, apenas girando el rostro hacia mí antes de
tomar el bote de polvos flu de su túnica.

Estoy aturdido por su repentina urgencia de marcharse. Hace sólo un momento


sostenía tenazmente la idea de permanecer hasta incitarme de nuevo a nuestro
universo inmoral. Más bien, amoral, diría yo. Pues la moral social que rige el mundo
fuera de estas paredes parece ajeno a lo que hicimos aquí. No éramos más parte del
mundo de lo que el mundo era consciente de nuestra existencia.

Maldita sea.

Debo dejar ese hilo de pensamiento antes de que me convenza de que es verdad.

33
—Nos vemos mañana, entonces. —Sonríe débilmente. Detecto algo de pánico en su
expresión que incita un acceso de terror. Me pregunto qué es exactamente lo que le
ha puesto tan nervioso. Sucumbo a la súbita necesidad de ofrecerle consuelo.

—Potter... —Lo veo rígido bajo la formalidad de mi voz. Suspiro con impaciencia—.
Harry, todo irá bien.

—Eso espero —susurra, y lanza el polvo sobre el fuego antes de entrar en las llamas.
Tiene los ojos cerrados cuando me da la cara. Murmura su destino y desaparece,
dejándome perplejo y nadando a través de un repentino flujo de aprensión.

Traducción: Pescadora de Estigia

34
CAPÍTULO 4 – ACTUACIONES

—Vamos a empezar la unidad sobre bálsamos tópicos. Aquellos de ustedes que no


creyeron necesario abrir sus libros de texto durante el verano demostrarán sin duda su
ignorancia de maneras brillantes. Como los resultados de sus errores no serán fatales,
no tendré antídotos preparados. Trabajarán solos, señorita Granger, y probarán sus
bálsamos en ustedes mismos. Comenzaremos con un simple bálsamo para el
desvanecimiento de cicatrices, descrito en la página 439 de sus libros. Aquellos de
ustedes que consigan no fallar miserablemente verán que la imperfección tratada se
desvanecerá completamente entre cinco y diez minutos. Observen que esto sólo se
aplica a imperfecciones superficiales. Lo siento, señor Potter, no hay nada que
podamos hacer por su desafortunada desfiguración.

Lo miro por primera vez desde que lo sentí entrar a la clase. Me quedo
momentáneamente aturdido por lo pálido que está el chico; el único color de su cara
es el púrpura profundo de las sombras que acunan sus ojos cristalinos, que me miran
fijamente tras las gafas. Los estudiantes se giran a observarlo. Él mira hacia el grupo
de sonrientes Slytherin mientras el color combate el blanco de su piel y logra
extenderse victoriosamente a lo largo de sus pómulos. Baja los ojos.

Yo retiro la vista.

—Aquellos de ustedes que fracasen en seguir las instrucciones cuidadosamente


encontrarán que la piel tratada seguramente cambiará a un impresionante tono fucsia.
Se les requerirá encontrar su propio remedio para esto, y luego me entregarán cuatro
pulgadas explicando qué, exactamente, salió mal, y cómo escogieron corregir el
problema. Comiencen.

Un revoloteo de bolsas escolares y esporádicos golpeteos de libros llena el aire. Yo


me entretengo preparando un antídoto para mi lección sobre la poción de hipo para
quinto curso. Y no pensando en cómo en un solo día el muchacho ha cambiado lo
suficiente como para hacerlo casi irreconocible. Sólo puedo adivinar la causa de su
repentina enfermedad. Las sombras bajo los ojos hablan de una noche sin dormir. Su
mirada nerviosa a los Slytherins demuestra que se preocupa por mi conversación con
Malfoy.

Recuerdo su salida urgente de mi habitación, el rojo enmarcando sus ojos y


traicionando sus mal escondidos sentimientos. Comienzo a imaginar qué le molesta
más: el hecho de que habrá rumores sobre la naturaleza de nuestra relación, o que yo
podría ser despedido y obligado a abandonar el colegio. Abandonarlo a él.
Llevándome su refugio conmigo.

Es probablemente una delicada mezcla de ambos.

Una vez que he puesto el antídoto a hervir, echo una ojeada a los alumnos,
deteniéndome sólo tentativamente en su rostro inclinado que, una vez más, ha
palidecido atípicamente. Sus ojos se giran hacia mí y después hacia Malfoy, quien se
ha sentado pocas mesas frente a Potter. Potter se ruboriza una vez más. Siento el
impulso de maldecirlo por ser tan malditamente transparente. Si éste es el modo en
que debe ser, podría entregarme a la Junta de Gobernadores inmediatamente y
ahorrarme la tediosa investigación que muy probablemente llegará una vez que la
gente empiece a notar el extraño comportamiento del chico y lo asocie a los rumores
que los Slytherin están extendiendo.

35
Dirijo mi mirada hacia el chico que es responsable de la aparente angustia de Potter.
Reservo un momento imparcial para maravillarme del cuidado de Malfoy con la
preparación de su poción. Sus ingredientes están medidos cuidadosamente y
pulcramente organizados frente a él en el orden en que los necesitará. Realmente muy
impresionante para un muchacho que no piensa trabajar ni un día de su vida. Es una
lástima que nada de su genio haya pasado a esos dos lacayos retrasados que le
siguen. Crabbe es como su padre, incapaz de actuar sin alguien que vaya dándole
órdenes. Sin talento para nada que no incluya músculo. Goyle... bueno, no entiendo
cómo ha conseguido ser tan estúpido. Los dos están en mi casa simplemente porque
son demasiado aburridos, perezosos y crueles para ser puestos en cualquier otro
lugar. Slytherin siempre ha sido un grupo variado, lleno de gente que simplemente no
encaja en el sistema aceptable de la sociedad. No son todos ambiciosos y astutos.
Esos son sólo los mejores de ellos; y de los que encajan en esa descripción, Malfoy es
probablemente el líder. Zabini es demasiado tranquilo. Parkinson es demasiado
escandalosa. Malfoy es lo suficiente hábil para determinar cuándo hablar y cuándo
callar.

Goyle se inclina y susurra algo a Malfoy, quien se vuelve a mirar a Potter. Como si
fuera capaz de sentir el acero de esa fría mirada gris, Potter levanta la vista. No puedo
ver la expresión de Malfoy, pero la cara de Potter se ruboriza una vez más. Sus ojos
regresan al cuchillo mondador en su mano, el cual tiembla tanto que me planteo
detenerlo antes de que se corte un dedo. Baja el cuchillo y le masculla algo a Weasley
antes de levantarse. Su cara pasa del rojo al blanco en una fracción de segundo y
cae… sobre la mesa de atrás. Oigo el sonido seco de su cabeza contra el suelo de
piedra.

—¡Harry! —Granger ahoga un grito. Se abre paso sobre la mesa hasta llegar a su
lado. Lucho contra el impulso de mostrar la misma preocupación asustada. Me
levanto, momentáneamente congelado, al tiempo que trato de encontrar la mejor
manera de reaccionar. Intento determinar cómo habría reaccionado ante la misma
situación cuando aún odiaba al chico. Encajo la mandíbula y camino hasta el fondo del
salón. Miro hostilmente a un inconsciente Potter expandido sobre el piso, sus piernas
aún enganchadas sobre el banco de trabajo.

Saco mi varita.

—Vuelvan al trabajo. No fomentemos este pequeño acto dramático convirtiéndolo en


el centro de atención.

—Señor, está enfermo —dice, rabioso, Weasley—. Estaba a punto de pedir permiso
para ir a la enfermería cuando se ha caído.

—Cinco puntos menos para Gryffindor, Weasley. He dicho que os pongáis a trabajar.

Apunto con la varita y murmuro "Enervate". Sus ojos parpadean y se abren. Después
de un momento se enfocan en mí y veo un destello de reconocimiento pasar por ellos.
Los cierra herméticamente y mueve la mano hacia la parte de atrás de su cabeza, el
rostro contrayéndose en una mueca.

—Ah, joder... —gime.

Reprimo una sonrisa divertida.

36
—Parece que el golpe en la cabeza ha podrido ese cerebro suyo. Voy a quitarle un
punto a Gryffindor, Potter, por su lenguaje.

—¿Qué? —Mira hacia arriba.

—¿Su audición se ha visto afectada también? ¿Puede levantarse, o están sus


habilidades motoras también dañadas? —Risas ahogadas y maldiciones llenan la sala,
alentando mi actuación. Por ello puedo estar seguro que he interpretado mi papel
convincentemente. A pesar del peso de la preocupación instalado en mi pecho.

Desliza las piernas del banco y se incorpora hasta estar sentado sobre el suelo,
agarrándose la cabeza.

—Creo que necesito ver a la señora Pomfrey, señor —masculla, pero no hace amago
de levantarse.

—¿En serio? —Me giro para dirigirme a la clase—. Confío en que todos ustedes sean
lo suficiente mayores para quedarse solos cinco minutos mientras escolto a su
desmayado compañero al hospital.

—Señor, usted no tiene que…

—Tonterías, señor Potter. No estoy interesado en tener que explicarle al director por
qué deben recoger su cuerpo roto de las escaleras. Señor Malfoy, voy a pedirle que
vigile mientras estoy fuera. Asegúrese de que sigue habiendo un calabozo al que
pueda regresar cuando termine.

Encaro la mirada insolente. Una sonrisa autosuficiente se asoma por la esquina de su


boca. Los matones a sus lados lo miran inquietos, mientras los Gryffindor rumian sus
quejas. Lucho contra el impuso de hacer una reverencia y me giro hacia Potter,
extendiendo una mano para ayudarle a levantarse. Lamento haberlo hecho una
fracción de segundo antes de que su mano toque la mía. El contacto de su piel
recuerda a mi mente la sensación de esas manos en mi carne, acariciando la longitud
de mi torso, acariciando mi...

Tiro de él repentinamente y retiro la mano, escondiéndola dentro de la manga de mi


túnica. Él se tambalea brevemente antes de encontrar el equilibrio.

—Bueno, adelante —ordeno, señalando la puerta. Obedece y yo lo sigo, saliendo de


escena. Subimos las escaleras de las mazmorras en silencio—. ¿Qué ocurre? —
pregunto, una vez nos encontramos en un corredor tranquilo que lleva al hospital.

—Me he mareado —masculla, su mano aún acunando la parte posterior de su cabeza.

—¿Por qué?

—¿Cómo diablos iba a saberlo?

—Señor Potter, ¿debo recordarle dónde está?

—No, señor —refunfuña.

37
Sus niñerías me irritan, y tiro de él repentinamente hacia un aula no utilizada, cerrando
y asegurando la puerta tras nosotros. Girando hacia él, le miro enfadado.

—Si eres incapaz de manejar la situación, tienes que decírmelo ahora.

Algo parecido a confusión ilumina sus ojos y, a continuación, se instala en sus


profundidades apagadas. Frunce los labios desafiantemente antes de hablar.

—¿Por qué? ¿Qué vas a hacer?

Abro la boca para regañarle, pero no se me ocurre qué debería decir. La opción de
dimitir está siempre presente frente a mí, como una trampilla, pero no puedo
convencerme de ello. Aprieto la mandíbula y estrecho los ojos.

Su expresión se suaviza y sacude la cabeza.

—Es... no es por ti. En serio. Es… No... Me siento. Bien. —Se frota la cara con las
manos y se aleja de mí.

—Escúchame —empiezo—. Si no puedes aguantar mi clase sin, como tú dijiste, tener


un ataque de pánico, es mi deber ético…

—¡Te he dicho que no tiene nada que ver con eso!

—Entonces, ¿qué es? —digo entre dientes.

Abre la boca y cierra los ojos, pero no dice nada. Después de un momento pone la
cara entre las manos otra vez.

—Por favor. Simplemente... no es por ti. ¿De acuerdo?

—Bien, independientemente de si su comportamiento es debido a nuestras actividades


durante el verano o no, probablemente será interpretado como tal una vez que los
rumores comiencen a extenderse. Si sigue con esta actitud, nuestras posibilidades de
negar estos rumores disminuirán considerablemente. Así que sea cual sea el
problema, Potter, si usted no desea verme despedido, le sugiero que se ocupe de ello.

Espero ver ira en su expresión, pero encuentro cansancio. Un dolor agudo se dispara
a través de mi pecho a la vez que combato la urgencia de confortarlo. Él asiente
débilmente. Respiro hondo y me giro para abrir la puerta, parándome en seco al sentir
una mano sobre mi hombro. Me vuelvo hacia él y me encuentro envuelto en un abrazo
apretado. Mis propios brazos traicioneros se cierran en tormo a su cintura y lo atraen.
Se disculpa contra mi cuello antes de separarse.

Le miro un momento, observando no sin cierto miedo que el color ha regresado a su


rostro y que su semblante no es tan desolador como antes. Sonríe, y yo dejo escapar
un suspiro de alivio. Alivio de qué, exactamente, no puedo estar seguro.

—¿Puedes llegar a la enfermería tú solo?

Asiente.

38
—Puedes hacer la poción durante tu sesión de estudio esta noche. —Su sonrisa se
torna abierta y, maldición, se propaga e infecta mis propios labios, los cuales se
curvan a mi pesar. Abro la puerta y me asomo a la mazmorra una vez más. No miro
para asegurarme de si realmente va al hospital o no. Mi cuello todavía siente el
cosquilleo de la calidez de sus palabras pronunciadas a través de la tela de mi túnica.
El fantasma de su cuerpo cubre la parte frontal del mío.

Combato la añoranza de estar a salvo en mis habitaciones.

Solo.

Con él.

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Salgo del corredor que lleva a la oficina de Dumbledore, donde acabo de relatarle una
supuesta conspiración. Me ha sorprendido la facilidad con la que soy capaz de mirar a
la cara de ese hombre benevolente y fingir inocencia. O bien he enterrado finalmente
con éxito hasta el último de mis principios, o me he convencido de que mi sórdido
romance con el chico en realidad es completamente culpa del viejo. O tal vez, después
de ver en lo que se ha convertido Potter cuando estaba fuera del seguro mundo de mis
habitaciones, mi conciencia ha concluido que lo que sea que hiciéramos fue una
progresión lógica de mutuo acuerdo y, por tanto, yo ya no puedo ser culpado.

Naturalmente, la culpa podría conseguir colarse entre mis defensas en cualquier


momento.

El director estaba, por supuesto, impasible ante la noticia de que mis alumnos quieren
que se me despida, y me reafirma con un centelleo de los ojos que se diga lo que se
diga sobre mí, mi virtud, hasta donde ésta llegue, seguirá siendo incuestionable. Una
suerte, dado que dudo que a Dumbledore le gustara la respuesta si decidiera
cuestionarla.

Estoy a punto de bajar las escaleras al vestíbulo cuando soy detenido por una voz
graznando exageradamente:

—¡Oh, profesor Snape! —miro hacia abajo para ver a Malfoy fingiendo un desmayo en
los brazos de un sonriente Goyle.

Potter y sus dos subalternos se detienen y giran hacia el espectáculo. Granger tira de
los dos chicos, mascullando algo que no puedo oír.

—¿Qué te pasa, Potter? —Se mofa Malfoy, cuando están a punto de irse—. ¿Mal de
amor, ahora que tu romance ha terminado? ¿O acaso no ha terminado?

—Malfoy, ¿de qué diablos estás hablando? —dice, con una expresión de confusión.

Malfoy se endereza y lo mira, burlón.

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—Dime, Potter, ¿te permitió llamarlo Severus? ¿O te hacia llamarlo "señor"?
¿Prometió ponerte un castigo si eras un niño malo?

—Mira, Malfoy, no deberías hacer públicas tus fantasías enfermas acerca de tu Jefe
de Casa. La gente podría comenzar a imaginar cosas de ti —dice Potter, despectivo, y
una vez más se gira para irse.

—O tal vez te deje llamarlo “papá”. ¿Es eso, Potter? ¿Buscabas una figura paterna?

Se para en seco. Puedo ver tensarse los músculos de su espalda. Gira en redondo,
sus ojos brillando de forma extraña. Su cara se contorsiona en una extraña sonrisa. He
visto sonrisas como ésa... justo antes de que alguien estalle. Tiemblo y saco la varita,
preparándome para intervenir si es necesario.

—Hablando de padres, Malfoy. ¿Cómo esta el tuyo? La próxima vez que lo veas dale
un beso de mi parte, ¿quieres? Nunca le agradecí apropiadamente el polvo de mi
cumpleaños.

Me quedo con la boca abierta. La de Malfoy se cierra en una mueca.

—Que te jodan, Potter —dice, entrecerrando los ojos—. Cabrón pervertido.

—¿Pervertido? Hm. Quizás. Pero a tu padre le gustó bastante. —Su voz tiene un aire
que sólo puede calificarse como procedente de otro mundo. Si ese otro mundo fuera el
infierno. Me planteo detener el intercambio, pero no puedo hacerme salir de mi propio
mutismo asombrado lo suficiente como para encontrar mi voz. Él continúa,
suavemente, fríamente—. ¿Te habló de ello? Cómo me follaba. ¿Va en los genes,
Draco? ¿Quieres escucharme gritar tú también? A él le gustaba que gritara. Se corrió
tan jodidamente fuerte…

El público mira con expresión atónita cómo continúa con su enfurecido contraataque. A
pesar de que mantiene la voz en un volumen notablemente controlado, el odio puro
que recubre sus acusaciones habla de un chico que hace malabarismos al borde de la
violencia. Me encuentro impresionado por el poder puro que irradia de él, y enfermo
por su declaración, que apuñala mi estómago, confirmando algo que he estado
negándome a mí mismo, a pesar de la evidencia, durante todo el verano.

La cara de Malfoy se torna rosa y se tuerce en fea indignación.

—Monstruo retorcido. Mi padre no te tocaría.

Potter resopla sin diversión.

—¿Estás celoso, Draco? ¿Papá no te da a ti? —Malfoy saca su varita y la apunta


hacia Potter, pero no hace ningún movimiento para atacar. La sonrisa maniaca con la
que Potter recibe a la amenaza me golpea al darme cuenta de lo insensible que se ha
hecho el chico con los años. Supongo que combatir contra el Señor Oscuro de modo
frecuente hace maravillas para regular el umbral del miedo—. Hazlo, Draco. Termina
lo que ellos empezaron. Imagina lo orgulloso que estará Voldemort. Tal vez hasta te
deje lamerle el culo.

—Estas jodidamente chalado.

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—Sí. Lo estoy.

Observo un tic preventivo en los músculos de la mano de Malfoy que sostiene la varita.
Su boca se abre para lanzar una maldición. Lo detengo.

—¡Señor Malfoy! —Un mar de expresiones asustadas me sigue mientras bajo


rápidamente las escaleras. La mirada desquiciada en el rostro de Potter se convierte
en una de remordimiento aterrorizado. Baja los ojos para evitar los míos.

—A mi oficina, ya. Potter, quédese donde está. El resto de ustedes, a sus asuntos. —
La multitud se dispersa obedientemente y Malfoy me mira a través de lágrimas de
rabia, antes de girarse hacia las mazmorras. Granger y Weasley permanecen donde
están, idénticas expresiones atónitas fijas en el suelo—. Ustedes dos. Vuelvan a su
sala común.

Granger se gira para irse, pero Weasley me mira desafiante.

—Vete, Ron —refunfuña Potter. A regañadientes, el grotesco pelirrojo se retira. Tomo


a Potter del brazo y lo empujo al aula más cercana. Una vez la puerta está cerrada, se
desliza por la pared y entierra la cabeza en las manos. Puedo ver cómo tiembla.

—¿Estás intentando que te maten?

Apoya la frente sobre sus rodillas y se cubre la cabeza con los brazos. No responde.

—Eso ha sido indescriptiblemente estúpido por tu parte.

Mira hacia arriba, la cara enrojecida de furia.

—¿Se supone que voy a dejar que me torture, entonces? ¿Que te torture? —
Inhalando profundamente, baja la cabeza hasta las rodillas una vez más—. Me dijiste
que me ocupara del problema. Eso he hecho.

La súbita tensión que se asienta entre nosotros hace el aire irrespirable. Durante un
momento no puedo hablar, mientras lo que quedó sin decir durante todo el verano
ahora grita pidiendo atención. Mi estómago se revuelve con el pavor y con esa culpa
que ha regresado, buscando venganza.

—Deberías habérmelo dicho —le digo suavemente.

Aprieta con más fuerza los brazos alrededor de sus piernas. Tratando de hacerse lo
más pequeño posible. No puedo decir que lo culpe. Yo mismo daría cualquier cosa por
desaparecer.

—No importa —dice, apenas audible. Se me ocurre que probablemente no se dirige a


mí. Se levanta y trata de controlarse, negándose a mirarme.

—Por el contrario, creo que tu comportamiento de hoy ha demostrado que sí que


importa. Y me importa a mí. Sabías que lo haría, ¡y ésa es precisamente la razón por
la que no me lo contaste! —Lo que empieza como un tono consolador se convierte en
una acusación enfurecida. No podría decir si estoy más enfadado por el hecho de que
lo violaran, o porque el estúpido crío no se molestó en relatar este detalle antes de
permitirme reabrir sus heridas no cicatrizadas.

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Y sin embargo, yo lo sabía. Lo sabía y usé su silencio para fingir que no había
ocurrido.

—No. No… no importa con nosotros. Nada de eso imp…

Arrastrado por un impulso pongo fin a su estupidez, empujándolo con fuerza contra la
pared.

—¿No importa? —siseo en su oído. Mis dedos se entierran en sus hombros. Si lo


suelto, podría golpearlo—. Grita para mí, Harry. Vamos. Quiero oírte gritar.

—Que te follen —se ahoga, la cabeza cayendo sobre mi hombro.

—Sólo porque te niegues a reconocerlo no va a desaparecer. —Lo suelto y me aparto


rápidamente—. Te veré esta noche. Puede que llegue tarde. Puedes empezar sin mí
—murmuro, abriendo la puerta.

—Lo siento —dice, con voz ronca.

No miro atrás para comprobar si lo dice en serio.

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Irrumpo en mi oficina intentando tomar por sorpresa al bastardo que espera dentro. La
gente es mucho más fácil de intimidar cuando se enfrentan a lo inesperado. Y si esta
reunión va a ser eficaz, Malfoy debe salir de aquí en un estado de duda inusual.

—Eso ha sido increíblemente estúpido, señor Malfoy —le digo secamente, sin
tomarme la molestia de mirarlo mientras paso ante él, dirigiéndome directamente a mi
escritorio.

—¿Va a empezar a defenderlo también?

Me vuelvo y lo miro directamente. Sus ojos están entrecerrados de indignación y... lo


que parece ser una acusación de traición. Entiendo el sentimiento. Lo entiendo, pero
no me importa en este momento. Ignoro su pregunta y comienzo mi discurso.

—Es usted el hijo de un conocido mortífago. Apuntar con una varita a Harry Potter es
equivalente a una petición de expulsión. ¿Es eso lo que quiere?

—Usted no me expulsaría —dice con calmada resolución.

Resoplo.

—¿Y qué le hace estar tan seguro de eso?

—El hecho de que usted sabe que si soy expulsado, me presentaré directamente ante
el Señor Oscuro. Y usted no permitirá que eso ocurra.

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Rio fríamente.

—Está equivocado, señor Malfoy. En lo que a mí respecta, ya está en su puerta. Lo


único que falta es la Marca Oscura. Y apostaría a que su ceremonia ya ha sido
planeada. —Puedo deducir por un ligero tic en sus ojos que estoy en lo cierto. Ofrezco
una sonrisa burlona—. ¿Cuándo cumpla diecisiete? Febrero, ¿no? No esperaré
invitación.

Aprieta la mandíbula.

—Sabe que no tengo otra opción.

—Algo extraño, las opciones. Parecen aparecer únicamente cuando queremos verlas.
—Mi sutil acusación le escuece. Su expresión despectiva cae en lo que parece ser
abatimiento aturdido. Una punzada de algo no identificado latiguea a través de mí. Me
la sacudo de encima y continúo—. En cuanto a su comportamiento, señor Malfoy,
podría recordarle que es un prefecto de su casa. Como tal, se le exige que se
comporte de un modo adecuado a dicha posición. Los duelos improvisados en el
vestíbulo de entrada no están incluidos en la lista de lo que se considera conducta
aceptable de un modelo para los estudiantes. Si no puede recordar que debe
representar las mejores cualidades de Slytherin, me veré forzado a otorgar el honor a
alguien más capaz. ¿Está claro?

—Mi padre…

—Su padre tiene muy poco que decir en lo que pasa aquí. A pesar de la influencia que
todavía pueda tener con los otros intransigentes del Ministerio de Magia, hace mucho
que se ganó la antipatía de la Junta de Gobernadores. La gente no se toma a bien las
amenazas, señor Malfoy. —Me mira enfadado mientras desecho su respuesta para
todo. De repente me inspira a trabajar un poco mi propia magia sutil. Una magia
llamada engaño—. Y me atrevería a decir que si quiere presionar en el asunto, una
muestra de fluido que fue tomado del señor Potter sería suficiente para deshacernos
de su padre durante mucho tiempo.

Queda boquiabierto. Con una negación de cabeza, se recupera.

—Miente.

—¿Lo hago?

Lo hago. Pero la luz del temor brilla a través de la practicada actitud impasible,
revelando que no está seguro.

—Usted… usted perdería su trabajo.

—¿Por qué, señor Malfoy? ¿No me diga que se cree sus propios rumores? Las
muestras han sido analizadas ya. Sabemos quiénes son los implicados. La única
razón por la cual su padre no está en la cárcel es porque Dumbledore desea mantener
en secreto el secuestro de Potter. Pero usted parece querer cavar la tumba de su
padre.

—Yo no lo empecé, señor. —Su voz está ahogada con pánico. Casi siento lástima por
él. Casi.

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—No. Pero lo terminará, ¿o no?

—Sabe que se esperará de mí que haga algo. No puedo limitarme a dejarlo estar. Él
ha acusado a mi padre delante de todos.

—Hará lo que tiene que hacer. Un consejo, sin embargo: antes de atacar, será
jodidamente mejor que se asegure de que la varita de Potter está fuera. Porque si no
es así, señor Malfoy, puede empezar a practicar sus lloriqueos ante los pies del Señor
Oscuro. Me encargaré personalmente de mandarlo de vuelta a la Mansión Malfoy con
una maldición. —Me devuelve la mirada con acerada indignación—. Retírese.

Me mira duramente durante un momento antes de levantarse y caminar hasta la


puerta. Lo detengo, recordando repentinamente otro pequeño asunto que necesita ser
atendido.

—Señor Malfoy. Reúna a la casa después de la cena. Me gustaría saludar a nuestros


nuevos estudiantes.

Mi verdadera intención matiza mis palabras. Lo entiende lo suficientemente bien.


Asiente y sale de la habitación. Me quedo en mi quietud oscura, una atmósfera
acogedora para rememorar las escenas que han suscitado temor y pesar.

Maldigo el drama en que se ha convertido mi vida y vivo con temor del día en que
finalmente termine.

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Entro en la sala común de Slytherin, silenciando eficazmente a más de doscientos


estudiantes parlanchines con mi presencia. Me complace momentáneamente. En el
caos en que mi vida se ha sumergido de repente, momentos como éstos me sirven
para recordar que no he perdido completamente la capacidad de controlar mi entorno.
Es un hecho tranquilizador. Me cuadro y bajo la mirada hacia las caras de mi
audiencia. Los ojos de los nuevos estudiantes se abren de admiración. Aprieto los
labios para evitar que mi diversión sea confundida con bondad.

Por supuesto, están aquellos estudiantes que están poco impresionados y centran sus
expresiones enfurruñadas en manchas al azar de la alfombra. Ésos son los
estudiantes para los que he preparado mi discurso.

—Confío en que a estas alturas todos ustedes sepan que soy el Jefe de Casa de
Slytherin. He venido para saludar apropiadamente a nuestras últimas adquisiciones.
Han sido seleccionados en Slytherin. Contrariamente a las tonterías que el Sombrero
Seleccionador haya farfullado, todas las casas no son iguales en esta escuela. La
insignia en su túnica es un estigma por el que se los juzgará los siete años que estén
aquí. No esperen que sus profesores les traten justamente. Sospecharán de ustedes,
les vigilarán, y les robarán puntos si se atreven a estornudar sin permiso. Sin embargo,
como Slytherin, todos ustedes son lo suficientemente fuertes e inteligentes para
soportarlo. Ésta es su nueva familia. Las personas que se encuentran en esta sala son
los únicos en los que pueden buscar comprensión. Su comportamiento se refleja en
todas ellas. Aléjenlos, y estarán solos.

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Los distintos grados de asombro en los rostros separan a los estudiantes según sus
respectivos años. Los ojos de los más jóvenes brillan de emoción, como si estuvieran
siendo admitidos en una sociedad exclusiva. Los estudiantes de más edad han
escuchado versiones similares de este discurso cada año. Sus mandíbulas se aprietan
con una mezcla de satisfacción y aburrimiento. El discurso de este año es un poco
diferente. Continúo.

—Dicho esto, también me gustaría dejar claro que la intimidación, la coacción o


cualquier otro método de reclutamiento a la causa Oscura debe traerse a mi atención
de inmediato. Los estudiantes responsables serán tratados adecuadamente. —Las
mandíbulas se aflojan y las miradas desafiantes se suavizan por la sorpresa. Sonrío—.
La filosofía general de Hogwarts ha sido la de ignorar el hecho de que Slytherin es
famoso por crear magos oscuros. Les gusta fingir que es una coincidencia. Yo no creo
en las coincidencias. Aquellos de ustedes que ya han sido tentados, permítanme que
les recuerde lo que significa ser Slytherin. Somos ambiciosos, astutos, inteligentes y
dignos. Por lo tanto, antes de ir a postrarse a los pies de otro hombre, o antes de
permitirse a sí mismos convertirse en un peón del juego de ajedrez de otro, tal vez
deseen considerar si es o no una posición adecuada para un Slytherin. Se lo aseguro:
no lo es.

Movimientos incómodos y susurros aturdidos corren entre la gente.

»Algunos de ustedes sin duda tienen conocimiento de primera mano al respecto. No


voy a pedirles que se presenten. Me limitaré a emitir algunas advertencias. Escuchen
cuidadosamente, porque no tengo la intención de repetirme. Cualquiera de ustedes
que sea atrapado haciendo el trabajo sucio de sus padres en esta escuela no sólo
será expulsado, sino que será entregado a los aurores más rápido de lo que podrían
decir “Ojoloco Moody”. Las paredes de esta escuela tienen oídos. No lo olviden.
También es un buen consejo mantenerse al margen de ciertos célebres Gryffindor. Un
ataque a Harry Potter equivale a un ataque a Albus Dumbledore… y ni siquiera
Voldemort tiene pelotas para enfrentarse a Dumbledore. Cualquier hostilidad que vaya
más allá del habitual conflicto entre casas será interpretada como una amenaza para
la seguridad del chico. El mundo en general lo mima de una manera repulsiva, y el
mundo en general no permitirá que su pequeño héroe sea amenazado. Considérense
advertidos.

»Y con esto, les deseo a todos unas buenas noches y les pido que por favor se
aseguren de que saben lo que hacen. Me gustaría que Slytherin recuperara la Copa
de la Casa al menos una vez más en mi vida. Todo ese rojo y oro plagando la escuela
me da una migraña permanente.

Me deslizo por el agujero del retrato, satisfecho con el silencio sorprendido que dejo
atrás. No albergo esperanzas de haber influido a cualquiera de los que ya están
lamiendo el reconstruido culo de Voldemort. Hacer eso costaría mucho más que una
apelación a la razón como la que acabo de ofrecer. Mi motivación para dar el discurso
es simplemente hacerles saber que no voy a jugar al ciego tonto. También puedo
contar con que los astutos mocosos vayan directamente con sus mamás y papás
mortífagos y transmitan mi mensaje sutil: sé lo que estáis pensando, y no vais a
intimidarme ni a engañarme.

Saliendo de la Sala Común, me giro para dirigirme hacia el aula de Pociones,


aferrándome a los últimos jirones de mi fugaz confianza y deseando de repente haber
dedicado un poco más de tiempo a componer este discurso.

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Entro al aula abierta para verlo observando su propia mano. Me aclaro la garganta y
se gira hacia mí, su boca curvándose en una sonrisa suave.

—Ha funcionado. —Me muestra la mano y asumo que ahí hubo alguna vez una
cicatriz o algo así. De cualquier modo, la piel no parece estar tomando ninguna
coloración antinatural, por lo que deduzco que ha superado la tarea. Pero…

Miro mi reloj de bolsillo. El bálsamo debería haberle llevado unas dos horas completas.

—¿No has ido a cenar? —pregunto, acercándome a inspeccionar su trabajo.

Se mira de nuevo la mano.

—No. Yo… necesitaba escapar. Hermione y Ron tenían... preguntas. Así que he
venido aquí. —Levanta la vista antes de volver a inspeccionar su mano—. Sí que he
fastidiado las cosas, ¿no?

Quiero estar de acuerdo con él, pero no puedo hacerlo debido a la apariencia
desanimada que se denota en su rostro. Respiro hondo.

—El bálsamo hará desaparecer la mayoría de las cicatrices de tu torso. —Me detengo
un momento para considerar la intimidad traicionada por esa declaración. Cancela
completamente la sequedad con que trataba de pronunciarla.

Me mira a los ojos antes de que tenga oportunidad de apartar la vista. Sacude la
cabeza.

—Creo que las conservaré.

No tengo ni motivo ni derecho de alegrarme por eso. Me castigo a mí mismo por la


corriente de alivio que inunda mi pecho. Y no pienso en las horas invertidas
memorizando hasta la última de esas cicatrices. Tampoco pienso en el modo en que él
se arqueaba ante mis atenciones. Y el no pensar en estas cosas me lleva a concluir
que quiere quedarse las cicatrices solamente por la atención que yo les di.

Mierda. Esto no va a funcionar.

—Recoge tus cosas. Usa la red flu en mi oficina para ir a mi mazmorra. Te veré allí.

Lo hace obedientemente. Le dejo entrar a mi oficina antes de cerrar y asegurar la


puerta una vez está dentro. Camino hacia mis habitaciones y trato una vez más de
decidir qué diablos se supone que debo hacer con él.

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—Lo siento —dice, en el momento en que la puerta se cierra. Se queda de pie cerca
de la chimenea, como para asegurarse un escape rápido—. Sé que debí decírtelo.
Pero no sabía cómo, y… no quería que lo supieras —se ríe sin entusiasmo—. Aún no

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quiero que lo sepas. Pero ya lo sabes… supongo. —Agacha la cabeza, como
esperando ser enjuiciado.

No puedo juzgarlo.

—Siéntate.

No se mueve. Mira hacia sus pies durante un largo momento y después sacude la
cabeza.

—Creo… Es sólo… Debería irme. ¿No es cierto? Quiero decir…

—Oh, deja de tartamudear y siéntate. No vas a ir a ningún lado. —Camino, irritable,


hacia mi armario de licor y saco una botella de whisky y dos vasos. Me imagino que
dado que él y yo ya hemos hecho todo aquello de lo que posiblemente podría
arrepentirme, no hay mayor daño en emborracharlo. Y Merlín sabe que me merezco
una copa.

Le coloco un vaso en la mano y me siento en mi silla, antes de beber el contenido de


mi propio vaso. El whisky desciende suavemente, proveyendo a mis entrañas de una
cubierta protectora contra la angustia que amenaza con convertir mi estómago en
queso suizo. Suspiro y después miro para comprobar que ha vaciado el contenido de
su propio vaso.

Mi pequeño protegido. Por supuesto, debía coger el peor de mis hábitos.

El silencio se hace más pesado con cada momento que pasa. Se me ocurre que no
quiero discutir esto. Decido posponer el tema hasta que tenga suficiente alcohol en el
sistema para lidiar con él sin las barreras del sentimiento. Comienzo la discusión con
un tema mucho menos desgarrador.

—Has humillado al señor Malfoy esta tarde —le digo a mi vaso. No tengo que levantar
la vista para conocer su expresión. Sorpresa ante el súbito cambio de tema, y después
ira porque me importe siquiera que el chico fuera humillado—. Lo digo sólo para
advertirte. Te ajustará las cuentas. Más te vale estar alerta.

—Cabrón mezquino —murmura, y luego alcanza la botella sobre la mesa, entre


nosotros.

—No es mezquino. Desempeña un papel. Igual que tú. Solo que él no se sale de su
papel donde todos puedan verlo.

—¿Qué se supone que significa eso? —dice bruscamente.

—Oh, cálmate. Sólo significa que lo que tú aprendiste a hacer durante el año pasado,
él lo ha estado aprendiendo desde que nació. Es Draco Malfoy, único heredero del
patrimonio Malfoy y todo lo que ello implica. Nunca ha tenido el lujo de poder ser algo
distinto en público.

—Sigue siendo un jodido imbécil —masculla infantilmente.

No encuentro la fuerza para discutir con él. No estoy siquiera completamente seguro
de que esté equivocado. Y ésa no es la cuestión.

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—No obstante, se espera que defienda el honor de su familia. Limítate a tener
cuidado.

—No le tengo miedo.

Observo al muchacho con incredulidad. Cómo he podido sentirme atraído por alguien
tan inmaduro está más allá de mi comprensión. Me sirvo otro vaso y lo bebo
rápidamente. Es verdad que me he estado follando a un crío de dieciséis años.

Temblando bajo la súbita oleada de repulsión mezclada con el cálido amargor del
whisky, me fuerzo a hablar.

—Le tengas o no le tengas miedo, espero que la próxima vez tengas la presencia
mental de sacar tu maldita varita cuando te amenace.

—No habría hecho nada.

—Podría haberlo hecho.

—No lo hizo —discute.

—¡Lo habría hecho si yo no hubiese intervenido! Eres el imbécil más obstinado que he
conocido. ¿Podrías por favor doblegar tu orgullo imprudente el tiempo suficiente para
escuchar lo que tengo que decir? Resulta que me importa que sigas vivo, Potter. Y no
quiero enterrar a mi imprudente amante porque dejó que unos pequeños mocosos lo
irritaran. ¿De qué demonios te ríes?

—Es sólo… nunca te había oído decir eso.

—¿Decir qué? ¿Que no te quiero muerto? Pensaba que era obvio por el número de
veces que te he salvado el pellejo.

Niega con la cabeza, su sonrisa ampliándose.

—Me has llamado tu amante.

Maldición.

—Lo cual sólo prueba que me has vuelto completamente loco —me recupero, más o
menos. Una vez más, jugueteo con la idea de dejar de beber. Me deshago del
pensamiento igual de rápido, decidiendo que es más fácil culpar al chico.

Cruza el espacio entre nosotros y se arrodilla a mis pies. Como lo ha hecho un millón
de veces antes. La vista es tan familiar que casi olvido que estoy molesto. Coloca su
barbilla sobre mi rodilla y yo detengo el movimiento de mi mano antes de que mis
dedos puedan entretejerse en ese cabello desastroso.

Suspira y pone los ojos en blanco.

—Ha sido un día horrible. Y no creo que vaya a mejorar pronto, pero… —Arruga la
nariz y frunce el ceño, concentrándose. Inhala profundamente antes de hablar—. No
puedo hacer esto… Sin. Ti. —Pone expresión de disculpa al tiempo que alza la mirada
para evaluar mi respuesta a su admisión.

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No estoy seguro de si debería estar horrorizado o aliviado por la completa falta de
sentimiento ligado a esa declaración. Un hecho objetivo. Las miles de cosas que
podría responder dan vueltas en mi cabeza como pelotas de plástico en una urna de
lotería.

El “estoy aquí” que escapa de mis labios debería ser más sorprendente de lo que lo
es. Sonríe, y después besa mi rodilla antes de descansar la mejilla contra ella. Mi
mano se mueve para comenzar a acariciar su cabeza y me percato de la medida en
que esas dos palabras me han atado. Y el sabor de la sinceridad que aún acosa mi
lengua me recuerda que el sentimiento estaba ahí mucho antes de que se pronunciara
la frase.

Me sirvo otro vaso y tomo un sorbo, que casi escupo tan pronto como las palabras
‘hasta que la muerte nos separe’ cruzan por mi mente. Toso y luego me echo a reír
con el humor negro que sólo el mejor whisky puede brindar.

—¿Por qué te ríes? —pregunta.

Sacudo la cabeza desdeñosamente.

Porque llorar sería salirse del personaje, añado silenciosamente, y bebo hasta borrar
la idea de mi mente.

Traducción: Pescadora de Estigia

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CAPÍTULO 5 – PROGRESO

Merlín bendiga la patética memoria a corto plazo de las masas.

En dos semanas, el que llegó a denominarse "Incidente Potter/Malfoy" entró en el


molino de rumores para verse triturado hasta cambiar por completo y escupido en
forma de habladurías. Las últimas murmuraciones que he oído sugerían que Malfoy
había descubierto a Harry Potter y a su padre haciendo cosas innombrables en la
mansión Malfoy. Es tan ridículo que ni siquiera las mentes ociosas de los adolescentes
memos se lo creerían.

El único signo de que el altercado ha ocurrido es la tensión entre los dos chicos; pero
eso difícilmente se sale de lo ordinario. Debo admitir que estoy preocupado de que
Malfoy no le hiciera pagar. No soy tan estúpido como para pensar que Malfoy podría
permitir que las palabras de Potter se olvidaran, y me pregunto cuánto le ha dicho a su
padre. Y si se lo ha dicho a su padre, me pregunto si el silencio conspicuo del Slytherin
es orden de Lucius.

Habrá que esperar.

En cuanto a nuestra victima estrella, finalmente se las ha arreglado para salir de su


silencio avergonzado y regresar a su papel de Gryffindor ideal, combatiendo
valerosamente las miradas de odio y los murmullos conspiradores que lo siguen en su
vida diaria. No pretendo pensar que no lo nota o que no le importa, sino que ha
aceptado esa parte de su mundo, y sigue empeñado en creer que no tiene nada que
ver con quien es realmente. No estoy inclinado a desengañarlo de sus delirios.

Lo que me preocupa, sin embargo, no es el drama de Slytherin/Gryffindor, ni la


información que ha sido revelada; después de la distancia misericordiosa del tiempo,
tengo que admitir que su revelación fue menos impactante que el modo en que la llevó
a cabo. No. Lo que sigue atormentándome es su declaración a medias en la clase de
Pociones, su explicación de por qué no había ido a cenar.

Hermione y Ron tenían preguntas.

Enojado y aprensivo como estaba en ese momento, su declaración pasó de largo sin
que yo la percibiera. No fue hasta después, durante uno de los ocho millones de veces
que repetí la escena en mi cabeza, que me di cuenta. Y el dato ya no se fue de ahí.

Por supuesto que sus amigos tenían preguntas. ¿Quién no las tendría después de esa
escena? No le he preguntado si les ha respondido. No creo que quiera saber la
respuesta, sea cual sea. Si ha cedido y respondido a su curiosidad, entonces me
habrá traicionado, habrá traicionado a Dumbledore y a sí mismo. Si no lo ha hecho,
entonces ha estado cargando con todo el peso él solo.

Asumo que no ha dicho nada. Sólo puedo imaginar lo rápido que se esparcirían los
secretos que se le ha pedido guardar en caso de que los contara a sus dos curiosos
amigos. Pero, extrañamente, no estoy seguro de que pudiera enfadarme si
compartiera esos secretos. Es demasiado pedir a una persona de su edad que guarde
tales cosas. Es demasiado pedir para cualquiera.

50
Con estas ideas llego al despacho del director. Tengo que ir a Hogsmeade esta tarde
a comprar algo que espero que le ayude, al menos en parte. Dumbledore no estará
muy complacido con que vaya al pueblo solo, y a mí tampoco me entusiasma
excesivamente tener que pedirle permiso.

No le estoy pidiendo permiso. Le estoy informando.

—Severus. —Me saluda con una sonrisa, apartando a un lado una pila de
pergaminos—. ¿Qué te ha sacado de las mazmorras?

Me detengo en mitad de su oficina y me yergo rígidamente, esperando demostrar mi


determinación. Deseando que sea efectiva. Si tomo asiento, como me indica, seré
demasiado vulnerable a su influencia. Algunas veces me pregunto si no ha hechizado
las malditas sillas para que debiliten la resolución de sus ocupantes.

Tomo aire.

—Voy a Hogsmeade —le digo en tono tranquilo—. He pensado que sería conveniente
informarte.

Su cara se descompone sólo un poco. Echo atrás los hombros y me preparo para la
batalla.

Voy a ir. No puedes detenerme.

—¿Solo? —Sus cejas se alzan con preocupación.

Asiento secamente.

—Tengo unas cuantas cosas por recoger. Puedes esperar mi regreso después de las
siete. —Aprieto los puños a cada lado y me obligo a mí mismo a enfrentarme a su
mirada inquisitiva.

Voy a ir.

—Severus, yo…

—Albus, no soy un niño. Soy totalmente capaz de cuidarme durante las pocas horas
que requiero para el viaje. Voy a ir —digo firmemente, notando cómo se rompe mi
calma. No puedes detenerme.

Él asiente, y sus ojos brillan con indulgencia.

—Nunca dije que no pudieras ir, Severus. Simplemente quería pedirte que llevaras a
alguien contigo.

Pedirme, por supuesto. Aprieto los dientes.

—Estoy bastante seguro de que no necesito una carabina —siseo.

—Pienso en él más bien como un acompañante —dice, alzándose del asiento y yendo
a la chimenea. Mi estómago se encoge al reconocer la intención detrás de su
expresión benigna.

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—Albus…

Me hace guardar silencio con una mano y echa polvo a las llamas.

—¿Quién…?

—Remus, ¿podrías…?

—No.

—Ven a mi oficina, por favor.

—Me voy. —Me pongo en pie y me giro para irme.

—Siéntate —me ordena.

Me quedo obstinadamente quieto y cruzo los brazos sobre el pecho. Lanzo al director
una mirada hostil, y me doy cuenta sólo cuando Lupin sale del fuego de que mi mente
ha comenzado a recitar un hechizo que haría que su cabeza se hinchara hasta dos
veces su tamaño. Rápidamente vuelvo la mirada hacia el hombre que se sacude las
cenizas de su túnica desgastada. Me ve y deja surgir una sonrisa amable.

—Hola, Severus.

Combato la urgencia de gruñir. Puede que lo confunda con un coqueteo.

—Lupin —murmuro, solamente una pizca de apatía deslizándose a través de mis


dientes apretados.

—Remus, mencionaste que necesitabas ir al pueblo. He pensado que tal vez te


gustaría acompañar a Severus esta tarde.

—No será necesario, Albus —insisto, mirándolo de un modo que espero comunique
que no me he dejado engañar por su sutileza.

—Severus, silencio —suspira el director impacientemente. Cierro la boca y lo miro con


más odio aún. Él continua—: Ésta será la oportunidad perfecta para que los dos
arregléis vuestras diferencias. No tengo deseos de buscar un nuevo Profesor de
Defensa el próximo año. Por favor. —Me mira, y después lo mira a él. Me siento como
un niño reprendido.

Lanzo una mirada a Lupin, y sus ojos encuentran los míos. Una suave sonrisa aparece
en sus labios. Sus ojos no sonríen.

—Muy bien —dice—. Tengo un rato libre ahora. ¿Tú?

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Maldito viejo cabrón y maldita su manía de que todo el mundo se lleve bien.

Me reúno con el licántropo en el vestíbulo de entrada, después de preparar una lista


de las cosas que tengo que recoger cuando esté allí. Si éste es el precio que tengo
que pagar cada vez que decida salir de los terrenos, decidiré no salir. Y poder
revolcarme en mis diversas animosidades en paz.

Caminamos en silencio, y de pronto él se queda atrás, aparentemente renunciando a


tratar de seguirme el paso. Llego a las puertas y me giro para verlo caminar
lánguidamente. Rechino los dientes y me pregunto si debería molestarme en
esperarlo. Alguna ridícula parte de mi mente se preocupa de que si voy a Hogsmeade
sin él, se lo dirá a Dumbledore.

He sido oficialmente reducido a un niño de nuevo.

Me vuelvo a girar una vez más y comienzo a caminar, mientras él se aproxima a


velocidad de caracol. Me pregunto si lo hace para irritarme.

—Muy amable por tu parte el esperar —le escucho decir. Definitivamente, lo está
haciendo para irritarme. Me doy la vuelta sobre mis talones para verlo reír como el
insufrible idiota que siempre ha sido. Sus extraños ojos brillan con diversión.

—Vete a tomar por culo, Lupin —gruño, y comienzo a caminar de nuevo.

—Dumbledore está en lo cierto, Severus. No me gustas mucho más de lo que yo te


gusto a ti. Pero ello no cambia el hecho de que trabajamos juntos. Creo que al menos
podemos intentar ser civilizados. Te respeto como profesional. Dependo de ti para mi
poción de matalobos. Y estoy agradecido por lo que has hecho por Harry.

Me quedo helado y me doy la vuelta para ver que ya se ha desaparecido. Lo sigo al


centro del pueblo. Está esperándome.

—Así que Dumbledore te lo ha contado —rezongo.

—No. Fue Sirius.

—Jodidamente genial. —Camino, sin esperar a ver si me sigue. Sin importarme si lo


hace. Prefería que no lo hiciera.

Me sigue, y acelera hasta caminar a mi lado.

—No te preocupes, Severus. Yo sé guardar un secreto.

Giro la cabeza bruscamente para ver la acusación velada en sus ojos.

—Si esperas una disculpa por mi parte, Lupin, te verás extremadamente


decepcionado. Resulta que me importa seriamente la seguridad de mis estudiantes,
incluso aunque Dumbledore esté dispuesto a pasarlo por alto. —Casi puedo oír cómo
las palabras laceran su orgullo. Me burlo con prepotencia y reduzco un poco la
velocidad de mis pasos. Si me presionaran, tendría que admitir que mi ego herido
influyó tanto como el hecho de que el monstruo hubiera tenido oportunidad de matar,
dos veces.

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Y aquí está otra vez. Intentándolo de nuevo. A la tercera va la vencida.

Camina silenciosamente a mi lado durante un momento intolerable. Por fin me detengo


y me doy la vuelta.

—De verdad que no necesito un guardaespaldas, Lupin. ¿Por qué no haces lo que
quiera que hayas venido a hacer, y yo haré lo mismo?

Me mira y respira hondo antes de negar con la cabeza. Aprieto los labios.

»Lupin…

—Olvídalo, Severus —dice firmemente antes de sonreír—. Resulta que me preocupo


por la seguridad de mis compañeros.

Entrecierro los ojos y me permito un momento para preguntarme cómo podría


explicarle a Dumbledore que he roto accidentalmente a su lobito. Por alguna razón, no
imagino al anciano tan condescendiente conmigo como lo ha sido con Lupin. Tal vez si
fuese una bestia peligrosa o un psicópata trastornado. Decidiendo que no hay forma
posible de hechizar al hombre y salir impune, comienzo a caminar de nuevo,
determinadamente.

Me sigue.

—¿Cómo está Harry, Severus?

Ralentizo el paso momentáneamente, mientras mi mente asimila el abrupto cambio de


tema. Echo un vistazo para verlo mirar hacia adelante.

—Perfectamente bien, para un chico que ha pasado toda su adolescencia temiendo


por su vida.

—¿Por qué acude a ti? Además, por supuesto, de tu encanto avasallador —pregunta.
No tengo que mirarlo para ver la expresión de burla en su cara. Él siempre ha sido así;
capaz de llevar el “asesinato con amabilidad” a un nuevo nivel.

—Debe de ser el sexo salvaje —le respondo, cubriendo la verdad con sarcasmo. Me
sorprende riéndose—. ¿Cómo diablos se supone que voy a saberlo, Lupin? ¿Por qué
no le preguntas a él?

—¿Por qué le dejas? —Su voz mantiene el mismo tono casual y curioso.

Le dedico una mirada de reojo. Soy honestamente incapaz de saber si sospecha algo
o es simple curiosidad acerca de por qué he dejado de lado mi odio a las nuevas
generaciones en pro de ayudar al chico.

—Fue una tarea que me concedió el director.

—¿Por qué a ti?

Escucho quebrarse lo último que queda de mi poca paciencia.

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—Eso, Lupin, es algo entre Dumbledore y yo y te pediré que trates de mantener el
hocico fuera de mis asuntos.

Se ríe, divertido.

—Bueno, ya que lo has pedido educadamente —responde, y luego se queda en


silencio un largo momento antes de preguntarme—: ¿Entonces los rumores son
ciertos? ¿Lo violaron? —La voz es baja y ha perdido su tranquilidad característica.
Creo que incluso podría haber captado un poco de ira en ella, pero está bien
escondida.

—No habla de lo que pasó —respondo vagamente—. Aunque no sería inusual —


añado quedamente. No me siento con fuerzas para decirle lo que sé y no estoy seguro
de si es por lealtad a Potter o por una persistente sensación de negación. No quiero
hablar de ello. Prefería no pensar en ello. Desearía tener la situación encerrada y
guardada tan lejos como pudiera de la inmediatez de mi parte consciente.

—Pobre niño —murmura Lupin vanamente—. Y yo creía que mi adolescencia era


jodida. —Resoplo para mostrar mi acuerdo. Y luego me maldigo por darle la razón.
Continúa—: Parece estar llevándolo bien. Al menos por lo que he visto. Muestra una
fachada valiente. —Puedo ver sus ojos girarse hacia mí, buscando confirmación.

Cierro la boca firmemente y le permito engañarse a sí mismo, pensar que la falta de


perturbación visible por parte de Potter significa algo. Honestamente, el hombre lleva
una bestia dentro de él, ¿y lo engaña una fachada tan obvia? Aunque Gryffindor nunca
ha sido una casa observadora, Lupin siempre me ha parecido uno de los más atentos.

»En fin. Sospecho que Sirius será capaz de ayudarlo. Están bastante encariñados el
uno con el otro.

Se me ocurre, por la ausencia de malicia alguna en su expresión, que la frase anterior


era parte de la conversación y que la ira que provoca está mal direccionada. Pero la
rabia no es menos real por ello. Me digo a mí mismo que es la misma que acude a mí
cuando el nombre de ese imbécil se menciona en mi presencia, pero hay una voz en
mi subconsciente que gruñe “mío” con una insistencia sorprendente.

—¿Severus? —Me mira con expresión de intriga, y me doy cuenta de que he dejado
de caminar.

Miro a mi alrededor y encuentro que he parado en frente de ‘Espíritus Malvados’. La


coincidencia es demasiado conveniente como para dejarla pasar.

—Tengo unas cuantas cosas que recoger —murmuro, y entro a la tienda en búsqueda
de la calma líquida de su interior.

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Miro el reloj por quinta vez en el mismo número de minutos. Llega tarde.

Cuando van diez minutos tarde, me siento levemente irritado por la demora. Imagino
que está en algún lugar con sus amigos y ha perdido la noción del tiempo. Cuando
lleva treinta minutos de tardanza empieza a enfurecerme que sea tan descuidado. Su
tendencia a encontrar problemas lo ha despojado del lujo de llegar tarde. Uno podría
fácilmente empezar a preocuparse de que esté muerto en algún rincón.

Después de una hora decido que, si no está muerto, voy a matarlo yo.

Comienzo a preguntarme si debería notificar al director. Pero si encuentro a la


pequeña rata y está bien, es probable que Dumbledore me impida que lo asesine.
Decido ir primero al lugar donde se supone que ha estado por última vez. La cabaña
de Hagrid. Tal vez se ha quedado dormido esperando que lleguen las ocho. O tal vez
ha sido capturado ahí y tendré más pruebas de que hay, efectivamente, motivos de
alarma.

Lanzo polvos flu a las llamas, doy un paso al interior e indico que voy a la miserable
cabaña. Lo veo en cuanto salgo. Me dedica una sonrisa de disculpa.

—Ah, bien —digo sin expresión—. No estás muerto.

Miro a un lado para ver al padrino del chico mirarme con resentimiento. Estoy a punto
de dar la vuelta y regresar a mi habitación para maldecir al mocoso en paz, cuando el
susodicho mocoso habla.

—Lo siento, profesor Snape. Yo…

—No tienes que disculparte, Harry —murmura Black.

—Me veo obligado a disentir. Esperaba al chico en mis aposentos hace una hora.

—Vale —dice Potter, parándose y levantando las manos en señal de paz—. Está bien,
Sirius. Me tengo que ir. Yo…

Black se levanta.

—No, Harry, no tienes que irte. No te he visto en meses. No creo que sea grave perder
una sesión de estudio por la visita de tu padrino. —Se gira hacia mí, desafiante.

Yo resoplo.

—Padrino o no, Black, él es mi estudiante. Creo que soy yo quien tiene la autoridad
para decidir si las sesiones de estudio del señor Potter son necesarias. Si deseas
visitar a tu ahijado, tendrás que hacerlo en su tiempo libre. Si quieres discutir el
asunto, diríjete a Dumbledore.

—De acuerdo entonces, lo haré —responde—. Harry, coge tus cosas.

—No, de verdad, Sirius…

Mis barreras se rompen.

56
—Te has pasado de la raya, Black. Mientras el chico esté en el colegio, permanece
bajo mi cuidado y autoridad. Cuando desees verlo, tendrás que hacer lo que hace el
resto de padres y venir en el maldito fin de semana… —No me escucha, pero aun así
me grita. No puedo molestarme en escuchar lo que dice, porque yo también estoy
gritando. La sección madura de mi mente me observa desde una esquina, tapándose
la cara con las manos, maldiciéndome por bajarme al nivel de un indignante
adolescente cada vez que este bastardo hace acto de presencia. Le permito influir
tanto en mí que me irritará cuando después recuerde la escena. Sólo que ahora
mismo me preocupa más evitar convertirlo en una babosa.

—¡Parad! —Grita Potter—. Dios, ¡los dos sois ridículos! Mirad, cuando hayáis decidido
cuál de los dos tiene el derecho de controlarme, estaré estudiando. Sirius, te veo
mañana, ¿vale? —Lleva sus encolerizados ojos desde mí a Black, entra en la
chimenea y desaparece.

Lo veo irse y uso el silencio que su explosión ha traído para recomponer mi calma
antes de girarme una vez más hacia Black.

—Siempre un placer —bufo, y me dispongo a irme.

—¿A qué diablos estás jugando, Snape?

Suspiro con irritación y lo miro por encima del hombro.

»No te dejaré usar a Harry para irritarme —dice a través de los dientes apretados.

Mi risa de incredulidad es sincera.

—Ah, maldición. Me has descubierto. Sí, porque el torturarte hace que merezca la
pena el tormento de dedicar todo mi tiempo libre del último año a asegurarme de que
el crío no se tira desde la Torre de Astronomía. Buenas noches, idiota egocéntrico.

—Oh, venga ya, Snape. Sabías que me iban a soltar hoy. No hace falta un maldito
aritmántico para saber que Harry querría pasar tiempo conmigo. Ya puedes dejar el
papel de profesor preocupado. No te pega.

Me vuelvo y lo miro duramente.

—En primer lugar, Black, no me importas lo suficiente como para seguir tu caso, y por
ende no tenía la menor idea de que serias liberado. Si hubiese sido por mí, seguirías
en Azkaban. Segundo, no pretendo aparentar que estoy preocupado por el chico. Es
mi culo por lo que estoy preocupado. No tengo deseos de pasarme la vida evadiendo
dedos que me señalan. Dada la energía que he dedicado a proteger a ese ingrato, me
irritaría sobremanera ser acusado de estar urdiendo una conspiración para destruirlo.

Abre y cierra la boca sin decir palabra. Bufo triunfalmente y me doy la vuelta para irme.

—Ya no te necesita, Snape.

Sus palabras se arrastran por mi espina dorsal y se asientan como la leche agria en mi
estómago. Respiro hondo.

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—Gracias a Merlín por los pequeños favores —me las arreglo para murmurar, antes
de dar un paso hacia las llamas y regresar a mis aposentos.

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—Lo siento —dice en el mismo momento en que salgo de la chimenea.

Me enderezo y sacudo la ceniza de mi túnica.

—No me importan tus disculpas, Potter —digo en voz baja, sin mirarlo.

—¿Estabas preocupado? —Lo miro y veo una pequeña sonrisa jugueteando en sus
labios. Siento el impulso de hechizarlo.

—No te atrevas a sonreír como si mi ansiedad te pareciera adorable, idiota insufrible


—gruño, y le paso de largo cuando voy a mi escritorio, más por alejarme de él que por
necesidad. Se me ocurre que no tengo nada que hacer en mi escritorio. Empiezo a
mover papeles con irritación.

—¿Severus?

—Yo no me hablaría, si fuera tú —digo quedamente usando hasta la última onza del
autocontrol que me queda para no empezar a gritarle.

—Él estaba ahí cuando llegué. No lo había visto desde que lo eché de la enfermería.
Teníamos algunas cosas que discutir —me explica. Se me ocurre preguntar qué
“cosas” se discutieron. Pero estoy furioso y no puedo hacer que me importe en este
momento.

—Teníais algunas cosas que discutir —repito, mirándolo—. Una hora, Potter. ¡¿Sabes
cuántas veces puedes morir en una hora!? —grito. El corazón me late en la cabeza y
me doy cuenta que estoy temblando. Me mira con aprensión en los ojos, pero su boca
se arruga, indignada.

—He dicho que lo siento. ¿Qué más quieres que diga? —Respira profundamente y
añade—: No pasará de nuevo. Lo prometo.

—Más vale que no pase, o tus sesiones de estudio se acabarán.

—¿Qué demonios significa eso? —grita, indignado.

—Significa que me niego a organizar mi vida alrededor de un idiota descerebrado y


desagradecido. Si tus sesiones de estudio invaden demasiado tu vida privada, Potter,
entonces déjame hacer mejor uso de mi tiempo que sentarme a esperar por si te
decides a aparecer.

—Sólo estás enfadado porque estaba hablando con Sirius. Si hubiera sido cualquier
otro…

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—No, estaba enfadado porque llegabas tarde. Me puse furioso cuando me di cuenta
que llegabas tarde y estabas perfectamente bien. Cuando le vi a él decidí que no
valías la energía que me llevaría maldecirte —digo, odiosamente.

Su boca se abre.

—Eso… tú… —barbotea.

—Cállate. Vete.

Parpadea, y luego niega con la cabeza.

—No.

—Potter, no te lo estoy preguntando, te estoy ordenando que salgas de mi habitación.

—¡No hagas eso! Dios, ¡siempre haces esta mierda! —grita. Su cara se sonroja y lo
veo luchar con las palabras—. Tú… —exhala rápidamente—. ¿De verdad significo tan
poco para ti que puedes echarme a patadas?

No, significas tanto que tengo que hacerlo, pequeño idiota.

La idea me pilla por sorpresa y por un momento sólo puedo mirarlo fijamente. Soy
capaz de tragar la bola sólida que tengo en mi garganta, lo suficiente para hablar.

—Lo que significas para mí, Potter, es irrelevante. Estoy hablando como tu profesor, y
como tu profesor te estoy diciendo que salgas de una maldita vez de mi habitación.
Clase terminada. Fuera. —Golpeo lo que sea que esté sosteniendo contra mi
escritorio. Desafortunadamente, sólo estaba sosteniendo pergaminos. Se aplastan
contra la madera impotentemente.

Se calla un momento pero no se mueve. ¿Por qué me molesto?

—Si hubieses estado hablando como mi profesor, me pondrías un castigo por llegar
tarde. No me echarías de clase —dice, tranquilo.

¡Que os den por culo a ti y a tu lógica!

—Potter —le advierto.

—Esto… esto es estúpido. ¡Tú no estabas en la cena! Pero no me ves perder la


calma. —Se sienta pesadamente en la otra silla, dándome a entender perfectamente
que no pretende hacer honor a la petición de que me deje solo de una maldita vez.

—No es que sea asunto tuyo, pero no me esperaban en esa cena. Dejé aviso a la
única persona a la que estoy obligado a responder. Si alguien sintiese curiosidad por
mi paradero, sólo necesitaría haber preguntado al director.

—Dumbledore también sabía dónde encontrarme a mí —dice insolentemente—.


Estaba en la cabaña cuando llegué. —Puedo escuchar la sonrisa en su voz.

—Fuera.

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—Severus. —Se levanta de nuevo.

—Potter…

—De verdad lo lamento. La próxima vez te mandaré un mensaje, ¿vale? —Se mueve
alrededor de la silla y camina con cuidado hacia mí—. ¿Vale? —dice de nuevo. Se
detiene a mi lado y pone la mano en mi hombro.

Aprieto los dientes y lo miro. No voy a dejar que se salga con la suya así de fácil.
Estoy enfadado. Tengo derecho a estarlo. Me sacudo su mano del hombro.

—Si insiste en quedarse, estudie. —Me abro paso con un empujón y voy a mi
habitación. No me sigue. Afortunadamente para mí. Me he vuelto vergonzosamente
vulnerable a su maldita presencia.

Una vez estoy en la seguridad que me da mi habitación con una botella de escocés,
me siento en el sofá e intento calmar el torrente de sentimientos que lacera mi interior.
Todo este día me ha servido para confirmar mis creencias de que la casa de Gryffindor
y todos sus productos existen simplemente para mandarme temprano a la tumba.
Dumbledore: Gryffindor. La miserable pareja de caninos: Gryffindor. El chico:
Gryffindor. Todo un cruce generacional atentando contra mi cordura. Cuando lo veo
desde esta perspectiva, la respuesta a todos mis problemas parece bastante obvia:
eliminar a todos los Gryffindor y librar a las futuras generaciones de la maldita especie.

Ahí está. La clave para mi felicidad.

Mas fácil de decir que de hacer. Una mirada a la familia Weasley atestigua que los
Gryffindor se reproducen más que cualquier otra casa. Tendría algunas dificultadas
deteniendo la línea de sucesión. Tal vez si pudiera deslizar un poco de poción
esterilizadora en el jugo de calabaza.

Pero me estoy yendo por las ramas. Prevenir las futuras generaciones de Weasley a
duras penas me ayudará con las aborrecibles generacionales actuales de Gryffindor. Y
es improbable que ésos a quienes está dirigido mi odio lleguen a procrear, de todos
modos.

Excepto, tal vez, Black.

Siento un escalofrío ante la idea de la progenie del hombre. Y me doy cuenta de que
esencialmente ya tiene su segunda generación. Su ahijado. Mi amante.

Me río amargamente. Ya pasó el tiempo en que sentía una macabra satisfacción ante
la idea de arruinar la progenie política del hombre. Mi satisfacción, por así decirlo, ha
sido reemplazada por un vago sentimiento de pérdida.

Ya no te necesita.

Alguna parte de mí trata de razonar que soy la única persona que queda con la que
Potter se siente cómodo. Que su insistencia continua en pasar las tardes en mis
habitaciones prueba que Black está errado. Él me necesita. Le doy…

¿Qué, exactamente?

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Aparte de la respuesta obvia. E incluso eso terminó después de comenzar el curso;
después de su acalorada admisión en un momento de locura inducida por la rabia, no
ha tratado de besarme. Lo único que nos queda de intimidad son los momentos que
compartimos en silencio cuando él se sienta a mis pies con la barbilla en mi rodilla,
satisfecho sólo con ser acariciado. Trato de decirme que estoy agradecido. Al fin el
niño está obrando según mis deseos.

Cuidado con lo que deseas…

Efectivamente.

Tal vez Black tiene razón. Me he vuelto obsoleto. El escape que ofrece mi habitación
puede encontrarlo en cualquier parte de este castillo cambiante y absurdamente
grande. Lo más seguro es que pueda hallar otro escondrijo en el que aislarse del
mundo. Le di un lugar silencioso para estudiar pero, con los hechizos de concentración
que le he enseñado, podría tener ese lugar en medio del Gran Comedor.

No le ofrezco apoyo emocional. No le cedo una oreja amiga; la sola idea es ridícula.
Incluso aunque estuviese dispuesto a escucharlo, dudo que él fuera a hablar conmigo.
Porque ése no es mi papel. Nunca lo ha sido. De hecho, va contra la misma razón por
la que buscó mi compañía. Le permito su negación. Le dejo fingir que no tiene
problemas.

Ya no me necesita. No puedo comprender por qué la frase me molesta tanto. No


quiero que me necesite.

Me digo que el hecho de que el chico de repente tenga guardián no significa nada.
Dumbledore lo dejó conmigo para mantenerlo a salvo. Por supuesto, en ese momento,
Black no era una opción. Y ahora que está libre, por fin es apto para el puesto y me
atrevo a decir que insistirá en asumir una responsabilidad hacia el chico.

Sirius podrá ayudarlo.

Black lo alejará de mi lado.

La historia repetida. Que se pudra en el infierno.

Me maldigo mil veces por permitirme siquiera acercarme tanto al chico. Debí haberlo
sabido. Lo sabía. Toda la culpa es de Potter y la forma en que se metió en mi vida. Y
de Dumbledore, por insistir en complacerlo a pesar de mi propia voluntad. Estaba
perfectamente contento de estar solo. Incluso feliz. Y ahora…

Decido dejar de pensar antes de que empiece a quejarme de que mi vida no es justa o
suelte cualquier otro lamento inútil por el estilo. En vez de eso, redirijo mi atención a lo
único que todavía tengo que dar al chico. Me levanto y camino hacia el final de mi
cama para coger el diario, sin marcar y forrado en cuero, que compré para el niño que
tiene demasiados malditos secretos. Lo he dejado deliberadamente sin envolver, para
que resulte un regalo menos obvio. Si todo va bien, lo aceptará sin más que una
muestra mínima de gratitud.

Camino de nuevo hasta la puerta de mi dormitorio, endurezco mentalmente mis


facciones y abro la puerta de un solo tirón, buscando impresionarlo. Está sentado en
su escritorio, justo frente a mí, totalmente concentrado en el libro que tiene delante.

61
Suspiro fuertemente y me relajo antes de dejar caer el diario junto a su libro de
pociones.

Camino hasta sentarme en mi propio escritorio frente a él. Sacando el paquete de


ensayos de primer año. Sé que no tendrán mi atención, que está totalmente fija en
Potter. Cuando me paro a considerarlo, siempre me sorprendo de lo rápido que crecen
los niños. Sus facciones van de redondas y llenas a angulosas y afiladas. Año tras año
los veo adoptar la forma que finalmente los llevará a ser adultos. Harry Potter, aunque
todavía es demasiado pequeño, demasiado desgarbado, se ha transformado en un
joven hermoso. Pero hay algo en él que es tan extraordinario como el nombre de Harry
Potter. Va más allá de su celebridad accidental. Es más fuerte que esa miserable
cicatriz en su frente.

Aunque, claro, puede ser simplemente el hecho de que me lo he follado.

Mis ojos se enfocan en su boca, que forma palabras silenciosas a medida que sus ojos
se mueven por la página. Rosada y perfectamente formada. Un labio inferior lleno
colabora con uno superior delgado para dar forma a las letras. De vez en cuando su
boca para y sus ojos se vuelven atrás. El labio inferior es lamido mientras él sopesa
este punto o aquél. Su nariz se arruga y sus cejas se fruncen durante un momento
antes de relajarse y seguir.

El arrepentimiento se mezcla con la sensación extraña que lleva habitando en mi


pecho toda la tarde. Arrepentimiento de qué, exactamente, no lo sé decir. Y tal vez no
es arrepentimiento en absoluto, sino pérdida; las dos son de repente indistinguibles.
Sólo han pasado dos semanas. Dos semanas desde que besé esa boca. Dos
semanas desde que vi su cara transformarse por la pasión.

¿Quién iba a saber que dos semanas podían ser tan jodidamente largas?

Mi primera entrada al celibato no fue una decisión consciente. Atrapado en esta


escuela, la falta de sexo era lo último en mi mente. A duras penas percibía su falta.
Cuando el tiempo fue pasando, pensé menos y menos en ello, hasta que el sexo se
convirtió en una de esas cosas que hacía en mi vida pasada.

Como matar.

Regresar a mi austeridad, por así decirlo, ha sido cuanto menos difícil. Particularmente
cuando el objeto de mis fantasías nocturnas está sentado frente a mí en toda su
gloriosamente seductora inocencia. No me sorprende que no haya tratado de iniciar
contacto. Sospecho que, ahora que su secreto ha salido a la luz, se siente
avergonzado y se ha metido en la cabeza que no lo querré después de haber sido
degradado. Niño estúpido. Si yo fuese un hombre mejor, encontraría la forma de
asegurarle que el haber sido violado no lo hace menos deseable.

Si fuese un hombre mejor, intentaría dejar de encontrar deseable a un niño.

—¿Sigues enfadado conmigo?

Su voz me sorprende y me doy cuenta que me ha estado observando durante Merlín


sabe cuánto tiempo. Mis ojos se posan con culpabilidad en el montón de ensayos
frente a mí.

62
—Sí —murmuro, sin arreglármelas para sonar enfadado, sin arreglármelas para sonar
a algo más que no sea falto de aliento. Aprieto mi mandíbula.

—¿Qué puedo hacer? —pregunta en voz baja.

Bueno, hay una cosa…

—No seas ridículo —digo rápidamente y tomo una pluma para fingir que corrijo.

—¿Qué es esto?

No miro, y puedo sentir mi corazón empezar a latir mas rápido con ese poco de pánico
que siempre siento cuando me vuelvo estúpidamente generoso.

—Es un diario, tal vez puedas encontrarle uso.

—Ah. —Hay algo de confusión en su voz y mis ojos se dirigen a él en contra de mi


voluntad. Ha abierto el regalo y acaricia sus páginas con un dedo, cuidadosamente.

—No te preocupes. Voldemort no está escondido dentro —bromeo.

Ríe y me mira.

—Ni siquiera estaba pensando en eso. Idiota. Pero… —frunce el ceño—. ¿Es ésta la
razón por la que fuiste a Hogsmeade hoy?

—Por supuesto que no. ¿Por qué iba a arriesgar mi vida para comprar un maldito
diario? —miento sin vergüenza y lo miro duramente antes de volver a ver mi paquete
de pergamino. Y ahí se me ocurre…

—¿Cómo sabias que he estado en Hogsmeade?

Aprieta los labios.

—Me preocupé cuando no apareciste en la cena. Y no estabas en tu salón ni en tu


oficina ni aquí, así que le pregunté a Dumbledore. —Sus ojos se empequeñecen
momentáneamente y sonríe—. Gracias por el diario.

Abro la boca para castigarlo por su absurda preocupación por mí. Pero ni siquiera yo
puedo ser tan hipócrita. Asiento reconociendo su agradecimiento y miro a otro lado.

—¿Severus?

—Mhm.

—¿Podemos tumbarnos un rato? —pregunta. Lo miro para ver cómo una expresión en
blanco oculta otra preocupada. No sé qué decir. Hay algo que no me está diciendo.
Algo de lo que no quiere hablar. Algo acerca del diario, decido—. Sólo tumbarnos —
clarifica, adivinando la razón de mi silencio—. Por favor.

Asiento y me levanto, caminando alrededor de los escritorios para llegar a mi


habitación. Me para con una mano en el hombro antes de llevar los brazos alrededor

63
de mi cuello y enterrar la frente en mi hombro. Victoriosamente evito lanzar un suspiro
de alivio mientras cierro los brazos alrededor de él.

—Lo siento —murmura. Lo sostengo un poco más antes de empujarlo lejos de mí.
Entramos a mi habitación y se quita la túnica, metiéndose bajo las sábanas en
vaqueros y camiseta. Me quito los zapatos y me deslizo a su lado.

—Nox —murmura, y se acerca más, llevando un brazo sobre mi pecho—. Te he


echado de menos. Y esto.

Mi pecho se hincha con alguna emoción innombrable y soy transportado de repente a


un mundo del que me había convencido ya no existía. Acaricio su brazo y cierro los
ojos para saborear la sensación de tenerlo tan cerca de mí. Olvido maldecirme por ser
tan idiota. Olvido preocuparme de las implicaciones que tiene el que yo disfrute tanto
esto. Olvido el día y la revelación de que él no me necesita.

Su pierna se mueve tentativamente para quedar entre las mías. Mantiene una
distancia casta, siendo fiel a su palabra de que sólo quiere recostarse. Me irrita por su
renuencia hacia mí y, sin pensarlo, me acerco. Antes de que mi mente tenga tiempo
de registrar su erección presionando contra mi cadera, mueve las caderas hacia atrás
con culpa.

—Lo siento —murmura, y gira sobre su espalda.

Cierro la boca firmemente para no jurar en voz alta. Siento deseos de llamarlo idiota y
forzarlo a salir de su vergonzosa autoprivación. Me esfuerzo para alejar la irritación de
mi voz al hablar.

—Harry.

—¿Qué?

—Deja de decir que lo sientes.

Trato de no esperar que algún día, pronto, llegue a hacerme caso.

Traducción: Loves

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6 – SANANDO

Querido Harry:

Ya está todo preparado. Me muero por que lo veas. Tienes mi antigua habitación. No
es nada espectacular, pero me imagino que cualquier cosa es mejor que esa
mazmorra en la que Dumbledore te ha tenido encerrado. He encontrado unas cuantas
cajas con cosas de tus padres. Creo que las mandaron para acá cuando yo no estaba.
Mis padres no debieron de saber qué hacer con ellas.

Dumbledore ya ha terminado con todos los hechizos de protección y las barreras. Casi
me da miedo no ser capaz de encontrar el camino si me da por salir. Así que, como
verás, no tienes de qué preocuparte.

Estoy deseando pasar la Navidad contigo. Dime si necesitas algo. ¿Qué te gusta
comer? Tal vez Ron y Hermione se quieran quedar unos cuantos días. Hay espacio de
sobra. Demasiado, si te soy sincero. Creo que necesitaré un elfo domestico para
mantenerlo todo. Si quieren venir, tendrás que decírmelo para que pueda permitirles la
entrada.

Bueno, lo dejo ya. Estudia mucho, pero no dejes que Snape te presione. Mantente
lejos de los problemas y, como siempre, acude a Dumbledore si pasa algo.

¡Nos vemos la semana que viene!

Sirius

Dejo que el rollo se deslice entre mis manos y le ofrezco a la lechuza de Sirius, Liberty,
un pedazo de tostada. Las palabras “nos vemos la semana que viene” giran sin fin en
mi cabeza. Debería estar feliz; debería sentirme agradecido de que mi padrino y yo
podamos pasar las fiestas juntos, como una verdadera familia. No debería sentirme
como si todo mi mundo me hubiese sido arrancado cruelmente.

—Oh, Harry. Esto es… —La voz de Hermione se quiebra—. Por fin tienes un hogar de
verdad. Quiero decir… te lo mereces tanto. —Se seca las esquinas de los ojos con
una servilleta y se disculpa por ser tan tonta.

Fuerzo una sonrisa en mi cara. Un hogar de verdad. No creo haber asimilado el


concepto en su totalidad. Dejé de pensar en cualquier lugar como un hogar hace
mucho tiempo. Y en el último año he asociado la palabra a una persona.

Él no estará ahí.

—¡Va a ser genial! —dice Ron emocionado—. Tal vez podamos pasar la Nochevieja
allí, creo que mamá me dejará ir ahora que sabe que Sirius no es un asesino en serie.

—Harry, ¿estás bien? —pregunta Hermione con el ceño fruncido.

Sonrío.

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—Sí. Es sólo que todo es… increíble, supongo.

—No estás preocupado por Quien-Tú-Sabes, ¿verdad? —Ella sí está preocupada por
eso—. Quiero decir, Dumbledore no te dejaría ir si no estuviese seguro, ¿no?

—No, no estoy preocupado. —No lo estoy. No en serio. No de Voldemort, al menos—.


Tú tampoco deberías preocuparte.

Hermione ofrece una media sonrisa y Ron se calla, como siempre lo hace cuando este
tema es mencionado. Imagino que lo hace sentir incómodo, pero más que eso, está
enfadado. Aunque no di los detalles de lo que pasó, lo que quedó revelado con Mi
Gran Cagada fue suficiente para hacerlos casi obsesivamente sobreprotectores. Si a
Malfoy se le ocurre siquiera mirarme, Ron ya está sacando la varita. Hermione, por su
parte, es un poco más sutil. Después de satisfacer su curiosidad —“sí, me capturaron
otra vez. No, Snape no es responsable. Sí, estoy bien”—, se ha contentado con sólo
vigilarme.

Y yo estoy bien. Mayormente.

Ninguno de ellos pregunta qué le dije a Malfoy. Ninguno duda que lo que dije es
verdad. Hermione me ofreció una invitación abierta para llorar en su hombro. Ron hizo
de su misión personal el no dejar que nadie me vuelva a hacer daño.

Tengo suerte de tenerlos. Lo sé. No me presionan. No me obligan a hablar y no hacen


muchas preguntas que, por una razón u otra, no puedo responder. Sé que se
preguntan por la relación entre Snape y yo. A veces pienso que Hermione lo ha
descubierto todo, a pesar del hecho de que no le he dado la más mínima pista de lo
que pasa entre nosotros.

No es que no confíe en ellos para guardar el secreto. Sé que lo harían. Ni siquiera es


que esté preocupado de cómo se tomarían la noticia. Creo que Ron quedaría
aterrorizado, pero al final lo aceptaría. El problema es que lo que pasa entre Severus y
yo pasa en un mundo que no tiene nada que ver con éste. Un mundo donde Ron y
Hermione no existen. Y contárselo a mis amigos sería unir los dos mundos.

Lo arruinaría todo.

Lo que se ha convertido en algo difícil es tratar de no ver a todos los de este mundo
como mis enemigos. Como Sirius. Se supone que tengo que sentirme agradecido de
que esté libre. Se supone que debo estar feliz de tener un verdadero hogar al que ir
con el equipo de figura paternal para quien soy poco más que una mosca cojonera que
se le ha impuesto. Quiere estar conmigo. Seguramente me quiere. Pero no me
conoce. Y no me entiende. No estoy seguro de si quiero que lo haga. Parece ser que
mi opinión no interesa demasiado. Me voy “a casa”. Para bien o para mal.

Saco un pergamino y una pluma.

Querido Sirius:

Todo suena genial. Ron y Hermione tendrán que preguntarles a sus padres si pueden
venir a visitarme. Como prácticamente de todo, excepto judías verdes. Estoy
deseando ver la casa y estoy seguro de que mi habitación estará bien. Cualquier cosa
es mejor que estar con los Dursley.

66
Hasta la semana que viene,

Harry

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Parpadeo ante mi texto cuando la magia de la concentración se acaba. Es una


sensación extraña, como haber pasado bastantes horas caminando por un túnel y
finalmente alcanzar el otro lado, donde todo es grande y brillante. Incluso si el otro
lado está en las mazmorras.

No tengo que alzar la vista para saber que me está mirando, otra vez. No me hace
sentir incómodo, como lo haría si fuese otra persona. Sólo me pregunto en qué piensa.
Tal vez no piensa en nada. Dios sabe que yo me he quedado mirándolo fijamente sin
razón alguna un montón de veces. Sonrío y le devuelvo la mirada. Vuelve los ojos al
libro en su regazo y cruza las piernas. Me río.

—Ah, cállate —murmulla.

Me río de nuevo y vuelvo a meter el libro de Historia de la Magia en la maleta. La


verdad es que no necesitaba estudiar esta noche, sabiendo que mañana empiezan las
vacaciones de Navidad. Pero el libro me daba una excusa para venir aquí. Y puede
que sólo quisiera que me miraran un rato.

Sé que sabe que pasaré las vacaciones con Sirius. No ha dicho nada al respecto. Y yo
no lo he traído a colación, prefiero no pensar en ello. Son sólo tres semanas, me
repito. Seguro que puedo pasar tres semanas sin verlo. Sin estar con él. Sin paz.

Suspiro y me arrastro, salvando el espacio que nos separa para arrodillarme a sus
pies y apoyar la barbilla en su rodilla. Sus dedos acarician automáticamente mi
cabello. Adoro esto. Este momento en el que todo se desvanece y nosotros somos
todo lo que importa. Al menos así es, normalmente. Pero, esta noche, el mañana pesa
demasiado y da como resultado un silencio incómodo.

Me aclaro la garganta de la angustia que la aprisiona.

—Me voy por la mañana —digo. Ya lo sabe, por supuesto, pero siento que al menos
deberíamos reconocer el hecho.

—Eso he oído.

Lo miro y sonrío.

—Sé que te resulta difícil estar lejos de mí, Severus. Pero serán sólo tres semanas.
Estarás bien. —Río y espero a que diga algo terrible y sarcástico, algo que disminuya
un poco la tensión.

Me mira, su expresión completamente en blanco. No dice nada. El nudo regresa a mi


garganta, más denso que antes. No puedo tragarlo de nuevo y tampoco puedo hablar

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con él ahí. Apoyo la mejilla contra su rodilla y trato de olvidarlo todo acerca de
mañana. El aire se vuelve más denso y a duras penas puedo respirar.

—Supongo que debería encontrar algún imbécil que reemplace tu invasión de mi


privacidad mientras estás lejos —dice, después de una larga espera. Un cuchillo
afilado de celos corta a través de mi pecho. Sé que no lo dice en serio. Pero aun así.
Levanto la cabeza y le lanzo una mirada asesina. Está sonriendo.

—Ni de coña —digo—, nadie puede invadirte tan bien como yo. —Le saco la lengua.

—De eso, Potter, no tengo ninguna duda —suspira. Sonrío y vuelvo a dejar caer la
barbilla en su rodilla, a pesar de los deseos desesperantes de sentarme en su regazo.
O de ir a la cama. A besarlo.

Aparto esos pensamientos de mi mente.

—¿Qué vas a hacer? —pregunto—. En las vacaciones, quiero decir.

—Imagino que haré lo que siempre hacía, antes de que te convirtieras en mi


responsabilidad. Beberé y trataré de no hechizar a mi jefe cuando escoja torturarme
con esos estúpidos sombreros sorpresa.

Me río ante la referencia y la repentina imagen del boggart de Neville. Me mira,


haciéndome reír aun más fuerte.

—Puedes irte ya —me dice cortantemente. No lo dice en serio. Y yo no me iría aunque


lo hiciera.

—Te tomas demasiado en serio a ti mismo. Las cosas con volantes te quedan bien —
digo.

—Sal —empuja mi cabeza y se levanta. Por un momento pienso que de verdad está
enfadado. Dejo de reír.

—¿Dónde vas? —pregunto cuando pasa por encima de mí.

—Me voy a la cama. Me has dado dolor de cabeza.

Mi estómago se hunde cuando lo veo caminar alrededor de las sillas hacia su


habitación. No estoy seguro de si lo puedo seguir o no. No me ha invitado, pero…
bueno, él no lo haría. Después de la última vez que fuimos a la cama juntos, me
encuentro reacio a acercarme sin invitación. Pero no había planeado regresar a la
Sala Común tan temprano. Quería pasar el poco tiempo que tenía con él, antes de que
me obliguen a irme.

»Puedes acompañarme, si así lo deseas. Pero a la primera mención de boggarts te


verás silenciado indefinidamente.

No puedo evitar que una sonrisa aparezca en mi cara, al igual que no puedo evitar que
la esperanza entre en escena en mi pecho. Para cuando me levanto, él ya ha
desaparecido hacia su habitación. Cruzo la estancia casi con nerviosismo. Han pasado
siglos desde la última vez que he estado acostado a su lado y trato de olvidar por qué
es así. Deja de lamentarte. Lo he intentado. Dejarlo. Dejar de querer más. Dejar de

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esperar que algún día él se las arregle para olvidar lo que sabe, para que las cosas
regresen a como eran antes, cuando yo no era el niño que fue violado.

Pero incluso aunque él pudiese olvidar, no estoy seguro de que yo pudiera hacerlo.
Creo que parte de mí se siente culpable por haberle mentido. No tanto el mentirle
como el defraudarlo. Publicidad falsa. Sé que lo que pasó no fue culpa mía. Pero lo
que hice después sí lo fue. No decírselo. Fingir que nada había pasado, y que nadie
más que él me había tocado.

No me habría tocado de nuevo, de haberlo sabido. Y parte de mí sabía que no lo


haría. Es por eso que no se lo dije. Bueno, una de las razones, de todos modos.
Quería sentirme normal. Ser normal.

Hago lo que puedo para dejar de pensar en ello y entro a la habitación. Me quito la
túnica y los zapatos y me meto debajo de las mantas. Está en el baño. Oigo el sonido
del agua correr y trato de concentrarme en el latido de mi corazón. No puedo decir si
estoy asustado o expectante. Cualquiera de los dos sería ridículo. No va a hacer nada.
Nunca lo ha hecho. Cada vez que ha pasado algo es porque lo he empezado yo. A
veces deseo que sea él quien lo haga. Algo. Besarme. Tocarme.

El agua cesa y después de un momento la puerta se abre. Alzo la mirada para verlo en
su camisón. La cama se hunde y él se acuesta. Parece extraño estar en la cama con
él, con tanto espacio entre nosotros. Hace que sea absurdo todo el objetivo de venir a
la cama. Me muevo hasta que puedo sentir el calor de su cuerpo. Sin tocarlo, pero lo
suficientemente cerca como para no sentirme solo.

Después de un momento suspira con lo que parece irritación, y rueda para quedarse
mirándome. Giro la cabeza y lo miro. Él abre la boca, y luego la cierra.

—¿Qué pasa? —pregunto.

Me mira un momento y cierra los ojos.

—Espero que encuentres tiempo para hacer tus tareas en vacaciones —dice. Eso no
es lo que quería decir.

—¿Severus? —Me doy la vuelta y quedo frente a él. No abre los ojos. Levanto una
mano y llevo su cabello hacia atrás, que se ha esparcido por su cara—. Tal vez
puedas trabajar finalmente sin que yo te distraiga con mi belleza arrolladora —
murmuro.

Gruñe y me mira.

—Limítate a intentar volver de una pieza.

Su expresión carece de sentimiento, pero la forma en que lo dice lo traiciona y muestra


su preocupación.

—No tienes por qué preocuparte, lo sabes. Estaré a salvo. Dumbledore se ha


encargado de ello.

Gruñe de nuevo y cierra los ojos. Sus cejas se unen en una expresión de enojo y se
quedan así.

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Ruedo de nuevo sobre mi espalda y miro al techo.

—Te echaré de menos —digo, quedamente. No pregunto si él lo hará. Creo que sí,
aunque nunca lo diga.

Me tenso cuando siento su mano acariciar mi pecho. Se desliza y queda en mi


estómago, tentativamente. No la deja recostarse, exactamente. Más bien la suspende
ahí, como tratando de decidir si tocarme está bien.

Durante un segundo, no puedo respirar. Me bombardean la felicidad, la tranquilidad y


el miedo, y un montón de emociones combinadas, provocadas por un simple toque. Mi
propia mano encuentra su camino bajo la suya. Me vuelvo hacia un costado y llevo su
brazo alrededor de mí, mi espalda presionada contra su pecho. Una irregular
bocanada de aire se me escapa. Su propio suspiro cae en mi cuello, mandando
escalofríos por toda mi columna. Tiemblo levemente y me aprieto más contra él,
cerrando los ojos cuando comienzan a picar.

Ninguno de los dos se mueve ni habla. Cada respiración suya cae sobre mi piel.
Puedo sentir su calor golpear contra mi espalda y mi propio corazón haciendo eco del
suyo. Me doy cuenta de pronto de que probablemente estoy aplastando su mano, de
lo fuerte que la he estado cogiendo. La libero y él desliga sus dedos de los míos,
moviendo la mano hasta mi hombro y después deslizándola a lo largo de mi brazo. Sin
el peso de su brazo alrededor de mí, comienzo a temblar de nuevo. No sé por qué,
pero de verdad deseo dejar de hacerlo. Porque si no, él parará.

Su brazo vuelve a estar alrededor de mí una vez más, y sus labios presionan contra mi
nuca. Me arqueo ante el toque, mis caderas tocando lo que mi cerebro registra como
su erección. Me quedo quieto y mi respiración pica. Durante un exquisito instante
puedo sentirlo, caliente y pulsante contra mi culo. Él también se ha quedado quieto, y
después de bastante tiempo se me ocurre alejarme. Su mano vuela a mi cadera para
mantenerla en su lugar.

—Harry. —Levanta la cabeza—. Mírame.

Fuerzo a mis ojos a abrirse y giro la cabeza para mirarlo. Al principio espero que diga
algo, pero no lo hace. Parece estar tratando de ver en mi interior y después de un
minuto tengo que apartar la mirada. Mueve la cabeza lentamente; su mano abandona
mi cadera y presiona mi mejilla a la vez que besa brevemente mi boca, quedándose
ahí, justo fuera del alcance de mis labios, hasta que casi enloquezco de expectación.
Levanto una mano para atraer su cabeza firmemente. Abro la boca, mi lengua y
dientes moviéndose torpemente en un intento de probarlo de nuevo. Ha pasado
demasiado tiempo y me he convencido de que no necesito esto, que estar cerca de él
es suficiente. El más leve recordatorio ha servido para destruir mi resolución.

Se aleja sólo lo suficiente para inhalar y alzarse para permitirme rodar sobre mi
espalda, antes de besarme una vez más, moderando mis ansias con su lenta
exploración. Se apoya sobre un codo, su torso medio cubriendo el mío.

—No te obligaré a hacer nada que no desees hacer, pero tampoco te dejaré seguir
hundiéndote en cualquier equívoco sentimiento de culpa que puedas tener —dice, con
voz firme y suave. Lleva su cabeza hacia atrás para ver mi reacción.

Puedo sentir cómo el sonrojo se va expandiendo por mis mejillas y no soy capaz de
mirarlo a los ojos. Parte de mí quiere echar a correr, regresar a mi Sala Común,

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retroceder en el tiempo. Y otra parte quiere que él se calle, para que me siga besando
y tocando, y fingir que nunca se detuvo.

—Harry.

Cierro los ojos con fuerza y trato de hacerlo callar.

—Por favor —murmuro, alzando la cabeza y presionándola contra la suya. No quiero


que piense en lo que pasó. Eso lo arruina todo. No quiero que sea cuidadoso ni que se
preocupe por lo que puede recordarme o lo que no. No quiero que lo que ha pasado
esté presente en la cama. Lo quiero a él. Como solía ser. Como yo solía ser—. No
pienses —ruego contra sus labios.

Se queda tenso otro momento antes de exhalar fuertemente y separar mis labios con
su lengua. Mi cabeza regresa a la almohada. Deslizo mi brazo debajo de él y lo atraigo
hacia mí, separando las piernas para que pueda acomodarse entre ellas. Su peso
contra la parte interna de mis muslos me fuerza a contener un gemido. ¿Cómo he
podido vivir sin esto?

Se arrodilla entre mis piernas y desabrocha mis vaqueros, mirándome como


esperando la confirmación de si está bien retirarlos. Sonrío y levanto el borde de mi
camiseta, alzándola hasta los hombros y sacándola por mi cabeza antes de lanzarla a
un lado de la cama. Levanto las piernas para que él pueda sacar los pantalones. Me
deja la ropa interior y se quita la camiseta. Su erección lucha contra la delgada tela de
sus bóxers. Mi estomago da una voltereta de nerviosa excitación.

Me desea. Antes de ahora, no lo había admitido. Y aunque no creo que lo hubiese


dicho en voz alta, el hecho de que me haya tocado primero, besado primero, lo
prueba. Casi estoy esperando que se dé cuenta en cualquier momento de lo que está
haciendo y tenga un ataque de pánico. Si eso pasa, creo que me moriré.

Me siento de repente y estiro una mano para tocarlo. No quiero darle tiempo para
pensar demasiado en lo que está haciendo. Tampoco quiero que piense demasiado en
esto. Beso su estómago mientras mis pulgares se deslizan firmemente por su
erección. Sisea a través de los dientes y deja las manos sobre mis hombros. Su sabor,
su olor casi me marea. Mi mano baja sus calzoncillos más allá de su culo mientras lo
tomo en mi boca. Su agarre se endurece más en mis hombros, los dedos clavándose
en mi carne. Le oigo exhalar cuando mi mano se coloca alrededor de su pene. Deslizo
la lengua alrededor de la cabeza, probando el salado líquido preseminal.

—Harry —su voz está entrecortada por el deseo. Gimo felizmente y deslizo la boca por
su pene. Él coge mi cabeza con ambas manos y la lleva hacia arriba. Alza mi mentón.
Alzo la mirada para verlo acercarse a besarme, pero se detiene a unos pocos
centímetros de mi cara. Me mira con ojos penetrantes que me hacen temblar de
felicidad y temor a la vez. Otra vez está tratando de ver algo y no quiero pensar qué
será. Bajo los ojos.

»Para —dice, con una voz tan firme que me desencaja.

—¿Qué? —Mi corazón late con un pánico ya conocido. Maldigo y me alejo hacia la
cabecera de la cama, y me dejo caer una vez más, medio escondiendo la cara en la
almohada. He arruinado esto, de alguna manera. La primera vez que él ha iniciado
contacto conmigo, la primera vez que me ha tocado así en meses y lo he arruinado.

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Le oigo suspirar fuertemente y después lo siento a mi lado. Siento que debería decir
algo. Disculparme. Aunque no estoy seguro del porqué. Por no ser capaz de mirarlo a
los ojos. Por estar tan ansioso de tocarlo. Por querer olvidar.

—Lo siento —murmuro, rodando sobre mi espalda y mirando las sombras del techo.
No es así como debería pasar. No aquí, no en esta cama. Y ahora ya no hay ningún
lugar seguro.

—¿Por qué?

Debí haberlo visto venir. Por arruinarlo todo. El nudo de mi garganta comienza a
crecer, y mis ojos arden de odio hacia mí mismo. Los cierro, pero no puedo responder
a su pregunta; no sabría por donde empezar, incluso si pudiera hablar ahora mismo.

»¿Cuánto tiempo planeas torturarte con esto?

Hasta que el sentimiento se vaya. ¿Qué clase de pregunta es ésa? No es como si lo


hiciera a propósito. No es como si me gustara ser el niño que fue violado y que disfrutó
con ello. No digo nada. No sé qué decir y preferiría que se limitara a olvidar todo este
asunto. Que me dejara olvidarlo.

»Creo que necesitas encontrar un amante.

Por un momento creo que lo he escuchado mal. Y luego, cuando estoy seguro de que
sí he escuchado bien, casi me ahogo de la rabia.

—¿Qué? —toso.

—Necesitas superar esto, Potter. Te sugeriría que encontraras a alguien que no esté
tan involucrado. Con tu acceso ilimitado a esa miserable cabaña estás en mejor
posición que la mayoría para tener un affaire.

Ruedo a un costado y lo miro con incredulidad. No puede decirlo en serio. Me está


llamando “Potter” como cuando está enfadado o trata de distanciarse de mí. No lo dice
en serio. Y aunque sepa eso desde la lógica, el saberlo no me sirve para mantener mi
corazón intacto y evitar que se rompa en pedazos.

—No lo dices en serio. —Me mira directamente a los ojos y se me ocurre que de
verdad lo hace. Abro la boca de golpe. Siento como si fuera a enfermar—. He dicho
que lo siento. —No puedo respirar.

—No estoy diciéndolo para castigarte, Potter…

—Deja de llamarme así.

Cierra los ojos y habla de nuevo.

—No es un castigo. Es una sugerencia. No te estoy echando. Estaré aquí, como


siempre. Solamente pienso…

—Bueno, ¡pues deja de pensar de una puta vez! ¿Cómo…? ¡Dios! ¿No te molesta?
Que yo pudiera… —Me callo. No puedo siquiera empezar a explicar todo lo que está
mal en esa idea. Cómo puede siquiera plantearse...

72
Me enderezo y subo las rodillas hasta mi pecho, abrazándolas con fuerza para evitar
temblar. Comienzo a preguntarme si no es él quien quiere encontrar otro amante.
Porque yo no he estado aquí para él. O tal vez simplemente porque ya no me desea.

—Lo que me molesta es verte atormentado por algo que no puedes cambiar. Lo que
me molesta es saber que tu apego hacia mí sólo está haciéndolo todo peor. Lo que me
molesta es que estás desperdiciando tu vida ahogándote en vergüenza y
autocompasión cuando deberías estar aprovechando lo mejor que puedas el poco
tiempo…

Deja de gritar de repente, y lo miro para comprobar tiene los ojos cerrados fuertemente
y la mandíbula apretada.

—Que te jodan —gruño y caigo sobre la cama, lejos de él.

Toma una profunda inspiración y la deja salir lentamente.

—Si crees que eso ayudará —dice quedamente.

Me toma un momento darme cuenta de que acaba de hacer una broma. Una broma
bastante inapropiada en un momento bastante inapropiado. Ha destrozado mi corazón
y lo ha pisoteado, ¿y ahora trata de ser gracioso?

—Te odio.

—Yo también te odio —dice, demasiado suave como para decirlo en serio. Este
hombre debe de ser el humano más confuso sobre la faz de la tierra. Por mucho que
dependa de él para mi paz mental, ciertamente trata de salirse de ese papel tanto
como puede.

Suspiro antes de hablar.

—¿De verdad quieres que me busque otro amante? —Contengo la respiración


esperando su respuesta. No puede decirlo en serio. Solamente está siendo
complicado y sacrificándose, como siempre. No puedo soportar pensar qué significaría
si realmente lo quisiera así.

—De verdad quiero que estés bien —dice después de una pausa larga.

Me río sin humor.

—¿Y ésa es tu solución?

—Funcionó conmigo.

Su voz está ausente de sentimiento y es un fuerte golpe en mi estómago. Me giro y él


me mira a los ojos significativamente antes de apartar la vista.

—Tú…

—Hace ya varias vidas. No me apetece revivirlo ahora —dice rápidamente, cortando


cualquier intento de pregunta que tenga.

73
Y tengo montones.

Ruedo hacia él, completamente impresionado.

—¿Por qué no me lo dijiste? —pregunto, e inmediatamente me doy cuenta de lo


malditamente estúpida que es la pregunta. Gira su cabeza y me dedica una mirada,
sólo en caso de que no haya llegado a la conclusión por mi cuenta. Yo tampoco se lo
habría dicho. Y no lo hice. Pero de todos modos, podría haber ayudado en algo si yo
hubiese sabido que al menos él entendía por lo que pasé. Debería haber supuesto que
lo entendería, de todas formas. Siempre lo hace.

Su consejo es estúpido, de cualquier modo. No puedes follar con la persona que


amas, así que ve y encuentra a alguien más. Funcionó para él.

—No funcionará conmigo —digo tercamente. Hace un sonido irritado—. No quiero


estar con nadie más —insisto. Y no quiero.

—Harry, tienes dieciséis años.

—¿Y qué coño tiene eso que ver? Soy bastante feliz contigo, ¿sabías? —grito.

—Sí, ya veo que casi estás a punto de explotar de alegría —responde


sarcásticamente—. Sea como sea, no dejaré que desperdicies tu juventud porque te
sientes obligado conmigo.

Quiero maldecirlo. Pero mi varita está en el suelo.

—No me siento obligado contigo —espeto.

Cierra los ojos y los labios como tratando de mantener el control.

—El problema es que no estás sanando. Dependes de mí para que te ayude, pero en
esta situación mi presencia no hace más que empeorar el asunto. Si quieres superar
esto alguna vez…

—¡Para! No lo empeoras.

—¿No? —Rueda y se sostiene sobre un codo a centímetros de mi cara. Llevo mi cara


hacia atrás por reflejo y trato de enfocarlo—. Mírame.

Mi corazón se acelera y lo miro a los ojos. Son tan oscuros y profundos que siento
como si me fuesen a tragar. Mi instinto es apartar la vista antes de ser aplastado por
su intensidad. Pero no lo hago. Le devuelvo la mirada desafiantemente hasta que
parece que el tiempo ha parado y algo se rompe. No sé qué exactamente, pero la
tensión entre nosotros desaparece en ese momento. Inspiro y sonrío. Él se ríe
irritablemente y se deja caer en la almohada, boca arriba.

—¿Satisfecho? —digo con un tinte de niño mimado. Me relajo contra la cama y llevo
un brazo alrededor de él, besando su hombro. Lo escucho tomar aire largamente,
como para comenzar un discurso. Cubro su boca con una mano antes de que tenga
oportunidad. Levanto la cabeza sobre la suya—. Si alguna vez me vuelves a decir que
me busque un amante, te hechizaré el pelo para que se vuelva rosa. No te desharás
de mí, así que deja de intentarlo. —Aunque mi tono es de broma, lo miro firmemente

74
para que sepa que voy en serio. Destapo su boca y sonrío—. Además, no habrías
sabido qué hacer contigo mismo si hubiese estado de acuerdo.

Por un momento estoy asustado de que no deje escapar el tema. Creo que mi alivio es
visible cuando su boca forma una mueca de arrogancia.

—Tonterías. Simplemente habría esperado a que regresaras. —Lleva una mano a mi


cabeza y me acerca a él para besarme.

Me alejo lo suficiente como para hablar.

—¿Ah, sí? ¿Y si no regresara?

—Lo harías —dice, con una seguridad molesta.

—¿Cómo… —…puedes estar tan seguro? quiero decir, pero él estrella su boca contra
la mía. El resto de mi frase se pierde en un gruñido y repentinamente olvido de qué
estábamos hablando. Su propia garganta vibra en respuesta y su boca se mueve
insistentemente contra la mía, chupando mis labios entre los suyos, persiguiendo mi
lengua ansiosamente. Desliza su brazo bajo mí, colocándome encima de él. Me
muevo para cubrir su cuerpo, canturreando suavemente mientras mi piel cubre la
suya. Justo así, estamos de nuevo donde siempre deberíamos estar. Física y
mentalmente. Estamos juntos.

Aparto la boca, arañando su labio inferior con los dientes, y abro los ojos para ver los
suyos también abiertos.

—No vas a parar de nuevo, ¿verdad? —murmuro.

Sus manos se deslizan por mi espalda hasta llegar a mi cabeza.

—¿Es esto lo que quieres?

Río y empujo mis caderas contra las suyas.

—Creía que era obvio.

—Dímelo —dice, llevando mi cabeza hacia él y delineando mi boca con sus labios.

Suspiro y momentáneamente me rindo al poder de su lengua.

—Quiero esto. A ti. Dentro de mí —grabo a besos las palabras en sus labios antes de
moverme y enterrar la cabeza en el hueco de su cuello—. ¿Lo quieres tú?

—Quítate los pantalones —ordena, sin aliento. Río. Si alguna vez me da una
respuesta honesta, una respuesta totalmente directa, no sabré cómo actuar. Me aparto
de él y me quito los bóxers, tirándolos a un lado de la cama. Él hace lo propio. Me
tomo un momento sólo para mirarlo, recorriendo con los dedos el centro de su pecho.
Está tan pálido. Me pregunto cuándo vio su cuerpo el sol por última vez. Si alguna vez
lo ha visto. Su estómago se hunde, dejando ver sus costillas.

—Has perdido peso —digo, llevando los dedos por debajo de su ombligo, y sonrío
cuando su estómago se contrae bajo mi toque.

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—Tú también —dice él, sentándose y moviéndose para arrodillarse detrás de mí, sus
brazos debajo de los míos, las manos viajando por todo mi pecho. Mi cabeza cae
sobre su hombro y él besa mi cuello, toma el lóbulo de mi oreja entre sus dientes—.
Me dirás si algo te hace sentir incómodo —murmura, una mano deslizándose para
tomar firmemente mi polla—. Y me dirás cuando haga algo que te guste. Tenemos
toda la noche, Harry. Y pretendo mandarte con tu padrino absolutamente corrompido.

—Hostia puta —respiro, ahora que finalmente puedo respirar. Por supuesto, toda mi
capacidad de pensamiento coherente se ha esfumado al escuchar su intención. Trato
de no pensar en cómo voy a enfrentarme a Sirius mañana, después de haber pasado
toda la noche follando con su peor enemigo. Supongo que ahora no importa. Sólo
puedo pensar en la mano que se está moviendo por mi erección y esa polla
presionando contra mi culo. Pensar no es una actividad que disfrute estos días, y
estoy feliz de renunciar a ella para concentrarme en las sensaciones que él me
proporciona, el placer que sé que puede desatar.

Está totalmente en lo cierto. Regresaría.

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—Y ésta será tu habitación —dice Sirius, abriendo la puerta y moviendo el brazo como
para barrerme hacia el interior. Sonríe y yo le devuelvo la sonrisa, pasando a una
habitación gigante que debe de ser del tamaño de los aposentos de Snape. Blancos y
amplios, no forman tanto una habitación como un maldito piso.

—Demonios, Sirius, creía que habías dicho que no era gran cosa —digo, con los ojos
totalmente abiertos para asimilar el lugar que debo considerar mi hogar.

—Puede que lo haya subestimado un poco —dice, saliendo de detrás de mí y


palmeándome la espalda.

—¿Es aquí donde creciste?

Se ríe.

—Define “crecer”. Pero, sí, ésta era mi habitación. —Suspira como si recordara algo—.
Por supuesto, ha cambiado un poco desde entonces. Más limpio, en cualquier caso.
Nuestra elfina solía sufrir ataques de nervios cada vez que se planteaba limpiarlo.
Casualmente mis padres sintieron lastima de la pobre criatura y me condenaron a mi
propia suciedad. Lo que me recuerda que, cuando mi madre venga en verano, le dirás
lo buen guardián de la casa que soy. Está un poco preocupada de que vaya a
cargarme este sitio.

Pongo una mueca inadvertidamente ante la idea de pasar todo el verano aquí. Pero no
voy a pensar en eso ahora. Ahora, sólo tengo que pasar aquí las próximas tres
semanas. Puede que me limite a concentrarme en superar el día de hoy.

Estoy… sobrecogido, ésa parece la palabra correcta. Por todo. Toda la casa es
extravagantemente grande. Creo que toda la casa de Gryffindor podría venir a

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visitarme, y dejar espacio suficiente para permitir un número selecto de Slytherin. Un
Slytherin. El Jefe de Casa de Slytherin.

Mis ojos se mueven hacia el otro lado de la habitación, a la cama de cuatro postes en
una esquina lejana. Unas cortinas blancas la rodean, enmarcadas por más cortinas
pesadas y de color marrón. Es aproximadamente del tamaño de la cama de Severus.
Una cama de la que se me echó cruelmente a primera hora de la mañana para que
pudiera venir aquí. Y estar solo. Sin él.

—Entonces, ¿qué opinas? No está mal para una prisión, ¿no?

—¿Prisión? —Me río—, me siento como en uno de esos hoteles elegantes que
cuestan 300 libras la noche. Es… gigante —expuesto—. No sé qué más decir. Es… —
No son las mazmorras.

—Es tu hogar, Harry.

Bloqueo mi expresión en lo que espero que sea una sonrisa, a pesar del pánico que
me llena. No es. Hogar. No se siente, parece o huele como un hogar. Es
endemoniadamente grande, malditamente brillante y jodidamente caliente.

—Vamos. Te enseñaré dónde están mis habitaciones y luego iremos a comer algo. Me
temo que no hay con qué cocinar, pero Lunático… ése sería el profesor Lunático para
ti, ha prometido venir a ayudar más tarde.

Lo sigo por toda la casa, con los ojos muy abiertos y en silencio. Todo, desde el
recipiente de polvos flu hasta los numerosos baños, es indeciblemente grande. Es
absurdo, especialmente considerando que Sirius estará aquí solo la mayoría del año,
con sus padres viviendo en América y yo en Hogwarts. No puedo imaginarme por qué
alguien iba a querer tanto espacio vacío. Trato de imaginar cómo debe de parecer la
casa desde fuera, pero reconozco que probablemente parece una casa normal. Para
cuando llegamos a la cocina, siento que he caminado diez millas y visitado cuarenta
países.

Me siento en una pequeña mesa redonda, contento de enfrentarme por fin a algo de
tamaño humano. Me trae un plato de sándwiches a la mesa y se sienta a mi lado.
Saca su varita y atrae dos botellas de cerveza de mantequilla de la despensa. Me
tomo un momento para salir de mi malhumor privado y darme cuenta de lo feliz que
debe de estar por ser capaz de sentarse, beber y comer como una persona normal.
Tener una varita para usar con libertad. Estar aquí es extraño para mí, pero no puedo
imaginar cómo se siente él.

—¿Estás bien? —pregunta.

Asiento y tomo un trago de mi cerveza de mantequilla. Había olvidado lo bien que


sabe esta cosa. Cómo se esparce a través de ti y te calienta hasta que sientes que
has bebido la llama suave de un fuego en invierno. Se me ocurre que a Severus le
vendrían bien en las mazmorras. Me pregunto si suele beber.

—Debe de ser agradable, tener tu varita de vuelta y todo —digo, redirigiendo


conscientemente mis pensamientos.

—Sienta un poco extraño al principio, pero la mayoría ha regresado a mí. —Sonríe,


pero sus ojos adquieren el mismo brillo que tenían cuando todavía huía—. Era

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frustrante, no poder recordar los hechizos más simples. Recordaba los más
complicados, pero… Lumos —dice con pesar antes de negar con la cabeza y reír—.
De todos modos, los huecos en mi memoria se van llenando lentamente. —Sus ojos
todavía están vacíos a pesar del optimismo.

Siento la urgencia de cambiar de tema.

—Dijiste en tu carta que tenías algo de mis padres.

Asiente, hablando con la boca llena.

—Hay un par de cajas en tu habitación. No las he mirado todavía, pensé que te daría
la oportunidad de descubrirlas primero.

Sonrío y muerdo un pedazo de sándwich mientras todo vuelve al silencio. No es el tipo


de silencio que tengo con Severus. Es del tipo que necesita llenarse con algo, y no se
dé que hablar. Y él tampoco.

—Remus me dijo que eres de los mejores en clase de defensa.

—Sí, bueno, supongo que he tenido un poco más de práctica que los otros —digo con
ligereza. Después de decirlo se me ocurre cómo podría tomarse eso, y Voldemort,
ciertamente, no es un tema que uno trae a un almuerzo agradable—. Quiero decir…
con todas las lecciones extra que he tomado con… —Otro tema que es mejor no
discutir.

—Snape —termina y dice la palabra con amargura y un largo suspiro.

—Sí.

Silencio. Desastroso, incómodo silencio. Sólo he estado aquí dos horas y ya no


tenemos nada que decirnos el uno al otro.

—¿Sabes, Harry? Estaba pensando en eso, y ahora que Lunático ha vuelto a ser
profesor no hay razón para que sigas pasando tiempo con Snape. Quiero decir…
Remus estaría más que feliz de dejarte estudiar con él.

Trago el bocado que he dejado de masticar cuando me he dado cuenta de la dirección


que estaba tomando esto. Casi me atraganto. Tomo un trago y trato de calmar mi
repentina furia, lo suficiente para que no afecte a mi tono casual.

—No, está bien. A decir verdad no está tan mal —digo, esperando que eso sea
suficiente—. Además, fue Dumbledore quien lo organizó todo —digo, como un
pensamiento aleatorio. No es mentira. Y no tengo nada en contra de mentir a estas
alturas, de todos modos.

—Bueno —comienza, tomando un gran aliento. Clavo mis uñas en mis manos debajo
de la mesa—. Ya hablé con Dumbledore sobre ello. Y dijo que es tu decisión.

Maravilloso.

—De verdad que no me importa —digo quedamente—. Estoy… acostumbrado a él.

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Ríe desdeñosamente.

—Bueno, yo estaba acostumbrado a Azkaban, pero eso no lo convierte en un buen


lugar para quedarse. He visto la manera en que te trata, Harry. No le debes nada. No
le importa una pizca lo que te concierne a ti y…

Me levanto rápidamente. Puedo sentir la ira quemando mis mejillas.

—Mira, no importa, ¿vale? Él me ayuda. Voy… a acostarme. —Doy la vuelta y


abandono la cocina. No miro atrás cuando me llama y agradezco que no me siga.

Encuentro mi habitación fácilmente y hechizo la puerta. El corazón me resuena en los


oídos con una mezcla de pánico e ira. ¿Cómo se atreve a entrar en mi vida y tratar de
cambiarlo todo? No sabe una maldita cosa acerca de mi o Severus. Y lo que
realmente, realmente me molesta es que él puede cambiarlo. Tiene el derecho de
entrar en mi vida después de dieciséis años y joderlo todo. Al menos los Dursley no se
entrometían.

Miro alrededor para ver mi baúl en la puerta. Voy allá y busco algo para confortarme.
Algo más personal que el espacio estéril y vacío que me rodea. Saco mi texto de
pociones y lo acerco a mi nariz, preguntándome vagamente por lo absurdo que es
encontrar comodidad en olores de brebajes viles, pero me calma un poco. Me
recuerda a él. Mi única fuente de paz.

Y Sirius podría alejarlo de mí.

Llevo el libro a mi pecho y busco a través del baúl el diario que él me dio. Lo encuentro
y llevo ambas cosas a la cama, donde corro las pesadas cortinas. Está oscuro y
cerrado, y finjo que estoy en su cama, en las mazmorras. Y él llegará en cualquier
momento. Pronto estaré en casa.

------------------------------------------------------

No sé cuánto tiempo he estado acostado aquí cuando escucho el toque en la puerta.


Siento como si me hubiese dormido en algún momento, pero no estoy seguro. No
respondo. A duras penas le oigo decir algo sobre comer. Deja de golpear, de pronto.

Comienzo a sentirme culpable después de un rato. No tiene forma de saber lo


importante que es Severus para mí. No puedo decírselo, y hasta donde él sabe yo
detesto a ese hombre. Cree que está intentando ayudarme. Y realmente lo ha
intentado. Venir aquí, poner todos los escudos y hechizos para arreglarlo todo, para
mí. Renunciar a su recién adquirida libertad durante las tres semanas que estaré aquí.
Todo lo que ha hecho desde que fue liberado ha sido por mí.

Soy un malnacido desagradecido.

Gruño, disgustado conmigo mismo, y me deslizo de la cama para encontrar mi


habitación en la más completa oscuridad, a excepción del fuego de la chimenea. Lo

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que significa que he estado aquí toda la tarde. Y él probablemente está enfermo de
preocupación.

Decido arrastrarme y pedir perdón, pero no sin antes explicar que prefiero que mi vida
escolar se quede como está. Que aunque Snape sea un cabrón, al menos es un
cabrón constante, que me ayuda precisamente por ser un cabrón. Y eso no tendrá
sentido alguno para Sirius, pero lo tiene perfectamente para mí.

Me abro camino hacia el piso principal, repasando lo que voy a decir en mi cabeza, y
decido buscarlo en la cocina, ya que es el único lugar que sé cómo encontrar. Paso
por la sala de estar y escucho voces. Me paro cerca de la puerta y echo un vistazo.

—Mira, yo no lo entiendo más que tú. Simplemente no creo que Harry lo quiera cerca
si no hay algo más que lo que nosotros vemos. Y estoy seguro de que Snape no
mantendría a Harry cerca a no ser que le importara al menos un poco. —Vuelvo a
deslizarme fuera de su vista. Debería sentirme culpable por escuchar a hurtadillas,
pero están hablando de mí.

—Me lo dijo él, Lunático. Sólo cuida a Harry para proteger su propio culo. —Sonrío con
cariño. Por supuesto que dijo eso. Si hubiera dicho algo más, me preguntaría si esta
cuerdo.

—Y a mí me dijo que lo está haciendo como un favor a Dumbledore. El hecho es que


lo está haciendo. Y si Harry no se queja, no veo por qué las cosas deberían cambiar.
—Decido que me gusta el Profesor Lupin. Siempre me ha gustado, pero ahora aún
más.

—Es un monstruo, Remus. ¿Qué otra razón necesito? Siempre lo ha sido. Un rastrero,
grasiento, narizón monstruo acosador que está obsesionado con las Artes Oscuras.

—Oh, vamos. Snape no está obsesionado con las Artes Oscuras. No más que yo —ríe
Lupin.

—Sí, sí lo está. Sabía más maldiciones en primer año que la mayoría de los de
séptimo.

Escucho a Lupin reír fuertemente.

—¡Sirius! Eso te lo inventaste tú.

Hay una pausa y Sirius responde:

—No, no lo hice.

—Sí, lo hiciste. Comenzaste el rumor en segundo año, cuando te venció en el club de


duelo. —Ahogo una sonrisa y lucho contra la necesidad de mirar hacia la habitación
para ver qué imagen acompaña al silencio incómodo.

—¿Lo hice? —Se oye una taza de té contra un plato—. Bueno, eso no cambia el
hecho de que ese tipo fue un acosador trastornado, y estar tanto tiempo a su alrededor
no puede ser bueno para Harry.

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—Pareces estar bajo la errada impresión de que tu ahijado es fácilmente influenciable.
Es tan terco y cabezota como lo era James. Y, lo admitas o no, Snape está tratando
de ayudarlo. El diario, por ejemplo.

—¿El qué?

—Le compró un diario. El día que te liberaron, ¿te acuerdas? Fui con Severus a
Hogsmade. Te dije que compró un diario. Unas semanas después, vi que Harry lo
tenía. Fue un buen regalo, Sirius. Creo que mandó poner al menos seis o siete
hechizos a esa cosa.

—Entonces le está dando libros malditos. ¡Harry no me ha contado nada de eso!

—No, supongo que no te lo iba a contar, ¿cierto? Y eran hechizos, idiota. Hechizos de
curación en su mayoría, y también de seguridad. Muy intrincados y muy caros. No es
la clase de cosa que le das a alguien a quien odias.

Sonrío ampliamente ante el pensamiento de que fuera a meterse en tantos problemas


por mí. Claro que se le olvidó mencionarme todo esto. Casi me siento mal por no
haber escrito en él.

—Si toca a Harry, lo mataré —dice Sirius sin sentimiento. Casi gruño.

—Dios, eres el tipo más terco que…

—¿Y por qué no? Sabes que la tenía tomada con James. Harry se parece a él. Y es
un mortífago. —Me encojo ante la mención de mi padre y Snape y me pregunto qué
pasó exactamente entre ellos.

—Era un mortífago —clarifica Lupin.

—Oh, vamos, Remus, la cabra tira al monte. La gente no cambia tanto.

—Tú intentaste matarlo una vez —dice Lupin directamente.

—Ouch.

—La gente hace cosas realmente estúpidas cuando es joven, ¿no? —Hay una pausa
larga antes de que Lupin diga—: Nadie va a obligar a Harry a hacer algo que él no
quiera hacer.

—Bueno, y también está eso, ¿cierto? —suspira Sirius exasperado.

—¿Has hablado con él de esto?

Me tenso al darme cuenta de lo que están hablando. Cierro los ojos y me deslizo por la
pared.

—Ni siquiera sé cómo sacar el tema. “Oye, chico, ¿te ha violado alguien últimamente?”

—No le ha dicho nada a Snape, ¿cierto?

—Snape dijo que no habla de lo que sucedió.

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—¿Actúa… no sé… de modo extraño?

—No diría que actúa extraño. Para un niño que ha ido al infierno y regresado, es
bastante normal.

—¿Has hablado con Ron y Hermione?

—Lo he intentado. Alegan ignorancia.

Avanzo, enojado, y empujo la puerta.

—Alguien podría haberme preguntado a mí. —Ambos me miran. Remus deja la taza
en la mesa. Sirius se levanta—. ¿Queréis saber por qué recurro a Snape? Porque él
no hace esto. No se sienta y habla de mí como si yo fuese un problema. Y no trata de
arreglarme. —Tomo aliento y hablo de nuevo, antes de que Sirius pueda—. Sí. Lo fui,
respondiendo a tu pregunta. Media escuela lo sabe, así que doy por hecho que no es
un secreto. Y me alegra que Snape no os lo dijera. Esto demuestra que puedo confiar
en él. —Examino ambas caras. Lupin aprieta las manos en su regazo y baja la vista.
Sirius frunce los labios. Encuentro su mirada—. Me gusta Snape, Sirius. Es gracioso e
inteligente, y… y me hace sentir normal. Me compró un diario, aunque no sabía lo de
los hechizos. Se limitó a lanzármelo. Le pasa una cosa con… lo que sea, pero ahora
que lo sé me gusta aún más. Aunque sea un cabrón. No espero que lo entiendas, pero
vas a tener que aceptarlo… y… —Tomo otra respiración antes de decir—: soy gay. He
pensado que debíais oírlo de mí. Y antes de que digas algo estúpido, no es culpa de
Snape.

Paro de hablar y lanzo una mirada de odio, apretando la mandíbula y esperando a que
alguno reaccione. El profesor Lupin comienza a reírse. Decididamente no es ésa la
reacción que estaba esperando.

—Lo siento —tose Lupin—. Es sólo… que ésa sería exactamente la clase de
estupidez que diría Sirius a continuación.

Sonrío débilmente hacia Sirius.

—Bueno, no es culpa suya. Él no tenía mucha mejor pinta que tú cuando se lo dije —
digo. Mi padrino parece atontado. Tanto como Severus lo estuvo. Atontado y
estupefacto hasta el extremo. Mi sonrisa se amplía un poco.

Sirius finalmente habla.

—¿Se lo contaste a él?

Asiento. Feliz cumpleaños, profesor. Soy gay. Me parece que fue hace casi un año.
Parece más tiempo.

Lupin se tapa la boca.

—Imagino que no fue del todo bien.

—Se recuperó. Después de beber un poco. —Lupin pierde la pelea contra el impulso
de reír y yo sonrío.

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Sirius se sienta y hunde la cabeza entre sus manos.

—Así que… aquella charla que te di el verano pasado… dioses, Harry. ¿Por qué no
me lo dijiste?

Ah. La charla. Creo que fue cuando finalmente decidí que no me gustaban las chicas.
En absoluto. Experimento un escalofrío ante el recuerdo.

—Quería contártelo, pero… bueno —divago. No quiero hacerlo sentir culpable.

—Mierda —maldice, aparentemente recordando—, soy un imbécil. —Baja la cabeza


una vez más.

—Sirius, ¿qué has hecho?

—Le dije lo de Snape y James.

—Para ser más preciso: “Snape era un pervertido que estaba enamorado de tu padre”
—corrijo yo.

Lupin se encoge.

—Eres un imbécil.

—No era de extrañar que estuvieras tan enfadado —gime Sirius desde sus manos.

Casi, pienso. Él no conoce la razón exacta de mi ira. Ya he compartido suficientes


datos para compensar por una vida de silencio.

—Mira, ya no importa. Sólo… si quieres saber algo, pregúntame. Tal vez no te lo diga,
pero al menos no iréis por ahí tratando de sacar información de mis amigos. Ninguno
de ellos os contaría nada de todos modos, así que…

—Lo siento, Harry —dice Lupin—. Tienes razón.

—Lo sé —sonrío—. Gracias.

Sirius alza la mirada.

—¿Hay algo más que quieras decirnos?

Estoy enamorado de Severus Snape.

—No por el momento.

—Vale. ¿Puedo decir yo algo?

Lo miro con incertidumbre.

—¿Tal vez?

Levanta la cara y luego habla.

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—Primero, preferiría que tú vinieras a hablar conmigo para que yo no tenga que ir a
buscar información. Puede que sea un imbécil —mira en dirección a Lupin—, pero me
importas mucho. Y segundo, deja de dejarme fuera por culpa de ese idiota. Lo odio. Y
tercero, aceptaré que… no odies a ese cabrón si tú puedes aceptar que yo sí lo hago,
siempre lo he hecho y siempre lo haré. Y creo que el sentimiento es mutuo.

Asiente para indicar que ha terminado. Le devuelvo el asentimiento.

—Vaaale —digo tentativamente.

—Y, Harry… Si alguna vez te toca, lo mataré —sonríe.

—Si alguna vez me toca, me aseguraré de no decírtelo. —Le devuelvo la sonrisa y la


boca de Sirius se abre.

—Bien hecho, Harry.

—¿De qué lado estás tú? —gruñe Sirius, levantando una ceja en dirección a Lupin.

Lupin se levanta de la silla.

—Del lado de la razón, naturalmente. ¿Comemos?

------------------------------------------------------

Sirius entra a la habitación con una caja de cerveza.

—El profesor Lunático ha sido bondadoso y nos ha provisto de entretenimiento para


esta noche —anuncia, destapando una botella demostrativamente. Lupin viene detrás
de él con una botella de escocés y una expresión de largo sufrimiento.

—No he hecho tal cosa. Va contra toda ética profesional el contribuir a la delincuencia
de mis estudiantes —dice, sentándose. Sonrío y miro a Hermione, que nunca ha
tenido aspecto de estar tan incómoda en los cinco años y medio que la conozco. Le
acaricio el hombro tratando de confortarla.

Sirius me ofrece una botella.

Niego con la cabeza.

—Si al Profesor Lupin le parece bien, creo que preferiría un poco de escocés.

Sirius levanta la ceja y lleva la botella hacia la mano extendida de Ron.

—¿Has oído eso, Lunático? el señor Harry James Potter preferiría un poco de
escocés.

Lupin sonríe y conjura un vaso.

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—¿Y donde adquirió el señor Potter su gusto por el escocés?

Abro la boca tontamente.

—Bueno, bueno, profesor —dice Sirius colocando una botella frente a Hermione—. Es
injusto preguntar al mago los secretos de su magia. —Trato de no soltar un suspiro de
alivio demasiado obvio. Sirius y yo nos las hemos arreglado para evitar el tema de
Snape en toda la semana. Incluso evitó hacer comentarios odiosos cuando estuve
estudiando pociones la otra noche. Sería una lástima romper el silencio ahora.

Lupin me pasa un vaso. Miro a Hermione de nuevo; ha comenzado a jugar con la


marca de la botella. Me pregunto si se las arreglará para relajarse esta noche. Durante
esta semana pasada me he acostumbrado a ver a Lupin en un ambiente informal. Es
difícil pensar en él como “profesor” aquí, en la casa. Es como si fuese una persona
completamente diferente. Por supuesto, para Hermione él es todavía alguien a quien
debe impresionar.

Ron sonríe. Ha estado feliz desde que él y Hermione llegaron esta tarde. Imagino que
la perspectiva de pasar la semana en un lugar donde tiene su propio cuarto y cama lo
ha sobrexcitado.

Estoy contento de que los dos estén aquí. Es extraño poder verlos fuera del colegio.
Sirius lo tuvo difícil convenciendo a Dumbledore para dejarlos visitarme, y éste sólo
accedió a dejar que se quedaran si todos íbamos directamente a Hogwarts el día en
que terminaran las vacaciones.

Seis días más. Aunque las vacaciones han demostrado ser divertidas, echo de menos
Hogwarts. Las mazmorras. A él. No pienso demasiado en ello durante el día, cuando
estoy con Sirius. Solamente cuando estoy acostado en la cama tratando de dormir me
pregunto qué está haciendo, cómo le irá, y si piensa en mí.

Sirius ocupa el centro del escenario en la pequeña salita de estar dentro de mi


habitación, donde nos hemos reunido para las festividades de Año Nuevo. Se aclara la
garganta exageradamente y comienza:

—Ya que estamos todos virtualmente atrapados aquí, profesor ‘voy-y-vengo-como-me-


da-la-gana’ Lunático excluido, celebraremos el fin de 1996 emborrachándonos
adecuadamente.

—Elogio la maravillosa influencia que supones para tu ahijado, Sirius —lo interrumpe
Lupin.

Sirius le lanza una mirada sardónica antes de volverse hacia Ron, Hermione y yo.

—El profesor Lunático será llamado de ahora en adelante profesor Hipócrita. Como iba
diciendo, comenzaremos las festividades con un juego llamado Face-off (1). El
profesor Hipócrita se levantará para ser mi compañero en la demostración.

—Papá Canuto dejará de referirse a mí como un hipócrita, si no quiere que muestre


unas cuantas nuevas maldiciones que literalmente le borrarán la cara —Lupin sonríe y
se enfrenta a Sirius, que ríe.

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Esta ha sido mi parte favorita de las vacaciones. Mirar a estos dos, escucharlos pelear
o contar historias del colegio. Conspiran constantemente el uno contra el otro, e
incluso me han entrometido en sus disputas. Es como acceder a una pequeña imagen
de lo que debió ser cuando eran estudiantes con mi padre, e incluso Colagusano.
Antes de que todo se fuese al infierno.

—El Profesor Hipó… ¡Ow! ¡Mierda!... Lunático, usará sus habilidades profesionales
superiores para explicar las reglas. —Sirius levanta sus pies asaltados para ver el
daño, mientras Lupin se vuelve hacia nosotros.

—El objetivo del juego es desafiar a vuestro oponente hasta que "pierda la cara". Es
un juego de ingenio y fuerza de carácter, y os daréis cuenta de que soy un inútil en
ambos. La primera persona que pierda el juego debe beber de su copa. Yo, por mi
parte, trataré de evitar el incumplimiento de las reglas, pero no puedo hacer promesas
por el Señor Sin-clase.

—Lunático, me hiere que tengas tan baja opinión de mí. —Sirius le dirige una mirada
de dolor antes de reír con picardía—. ¿Empezamos?

Ambas caras se vuelven inexpresivas cuando se miran el uno al otro. Se me ocurre


que ya he jugado a este juego. Eras atrás. Saco el pensamiento de mi cabeza y tomo
un trago de escocés.

—Bueno, Lunático. ¿Cuándo te diste cuenta de que eras una lesbiana atrapada en el
cuerpo de un hombre-lobo?

Lupin no parece alterado por la pregunta ni las risas de la audiencia.

—No estoy seguro, pero creo que fue la primera vez que vi tu trasero peludo. —Ron y
yo nos reímos con fuerza. Hermione tiene un tinte peligroso de rojo y ríe bajito, con
nerviosismo. Es posible que termine un poquito borracha esta noche. Lupin continúa—
. Hablando de traseros peludos, ¿qué estabas haciendo en el zoológico anoche?

—¿Eso era el zoo? Y yo que pensaba que era un club con noche para solteros.
Explicaría el pelaje en mi cama. ¿O eso era tuyo?

Lupin se queda quieto por un momento largo antes de que su expresión colapse con
disgusto. Se cubre la cara. Sirius ríe maniáticamente cuando la cara de su amigo se
vuelve completamente roja. Lupin se gira y menea la cabeza.

—Nunca se me ha dado bien esto —murmura antes de tragar el contenido de su vaso.


Contorsiona levemente la cara, antes de decir—: Y ahora uno de estos jóvenes tendrá
que retar al maestro.

Sirius me mira directamente y Ron me empuja, aplaudiendo para infundirme valor.


Dejo mi bebida en la mesa y tomo una profunda inspiración, llevando a mi cara la
expresión practicada. Sirius me mira, sombrío.

—¿Comenzamos?

Asiento y me preparo.

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—Bueno, Harry. ¿Alguna vez te han atrapado masturbándote en las duchas? —Todo
el mundo gime bien alto. Debo admitir que es más duro mantener la expresión
impasible cuando hay comentarios desde el gallinero. Pero me las arreglo.

—Aún no, pero dicen que la constancia tiene su recompensa. —Una pequeña luz de
sorpresa aparece en los ojos de Sirius, seguida por un brillo de victoria en los míos,
estoy seguro. Ya me han preguntado sobre masturbaciones en la ducha. Llevará algo
más que eso. Continúo—. ¿Qué encontraste bajo la túnica de Dumbledore?

—¡Harry! —gime Hermione. Lucho contra una sonrisa de diversión.

—El porqué del brillo en los ojos del viejo: varita trasero arriba. Lumos. —Me remuevo
imperceptiblemente mientras la audiencia expresa su disgusto en voz alta. Mi
expresión se mantiene inalterada. Continúa—: Así que dime, Harry... ¿Qué fue lo
primero que te atrajo de Snape?

Miro atentamente, y peleo contra el rubor que se alza por mis mejillas imaginando que
algún brebaje desagradable sale de mi caldero. Inspiro profundamente.

—Bueno, ya sabes lo que dicen de los hombres de nariz grande. Varitas muy grandes.

Sirius inhala rápidamente y puedo ver cómo se va desmoronando pieza por pieza
hasta que su cara se contorsiona completamente.

—¡Dioses, Harry! —Se gira y entierra su cara en la mano. Sonrío victoriosamente.


Lupin ríe y Hermione entierra la cara entre las manos, sus hombros sacudiéndose.
Ron no ha salido de ésta mejor que Sirius.

Sirius coge su botella y toma un largo trago, llevando su brazo alrededor de mis
hombros.

—Eres un niño enfermo —ríe—. Y sin duda hijo de tu padre.

Sirius asiente humildemente y toma asiento. Espero mi próximo desafío.

------------------------------------------------------

Me siento extrañamente vacío cuando busco en las dos cajas que me recuerdan la
vida de mis padres. Papeles y agendas están esparcidos por el sofá y la mesa de café.
Un álbum de fotos de mi primer año de vida, que no recuerdo. Hermione está en la
silla a mi izquierda, leyendo rollos de poesía.

No sabía que mi madre escribía poesía.

Voy a por un lote de fotos muggles de mi madre cuando era niña. Incluso la tía Petunia
parece haber empezado como una persona normal. Abuelos que nunca conocí me
devuelven la mirada con sonrisas congeladas.

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Esto es todo lo que hay de ellos. Recuerdos capturados e inexplicados. Sin
significado. Enterrados. Esto parece una fiesta de cumpleaños. Mi madre lleva un
vestido de verano amarillo y medias blancas hasta los talones. No tiene más de siete u
ocho años. Sonríe ampliamente, su lengua saliendo por el hueco donde sus dos
dientes deberían estar. ¿Sabía que era una bruja por aquel entonces?

—¿Harry? —la voz de Ron es baja. Me mira y luego al álbum que ha estado viendo.
Pongo el montón de fotos a un lado y retiro varios papeles que he estado mirando. Me
acerco más a la silla.

—¿Es… ése? —dice y me ofrece el álbum.

Miro la foto de mi padre y otro chico sosteniendo sus cartas de entrada a Hogwarts.
Dos adultos están de pie detrás de ellos. Asumo que uno de ellos es mi abuelo. Sonríe
orgulloso y palmea el hombro de mi padre, de vez en cuando alcanzando la espalda
del otro hombre.

—Wow —trago. Debió haber sido así para mí. Yo sonriendo felizmente y sosteniendo
la carta de entrada, en vez de tener que pelear para recibirla. Empujo el libro hacia
Ron—. Voy a por algo de beber —digo, levantándome.

—Harry, ¿has llegado a mirarla?

—Sí, es bonita. ¿Queréis algo? —Me giro para ver a Hermione que ha emergido de su
lectura para mirar, curiosa.

—Harry —dice Ron de nuevo. Lo miro impaciente —. Es Snape.

—¿Qué? —Cojo de nuevo el libro de sus manos y me hundo en el sofá. Miro de cerca
la foto. El otro chico sonríe casi con éxtasis, sus ojos son brillantes y alegres. La nariz
no luce bien en unas mejillas redondeadas. El cabello está cortado sobre las orejas. El
brazo de mi padre está alrededor de los hombros del chico. La mano libre del chico se
abre y se cierra nerviosamente a su lado.

Miro con detenimiento y estudio la cara del padre del chico. El corte de la mandíbula
es similar, pero a pesar de eso no hay parecido. Me encojo de hombros.

—Puede ser Snape. Puede ser cualquiera.

—Sigue avanzando —me dice Ron.

Vuelvo la hoja para ver lo que parece la misma fotografía tomada un año después. Mi
padre parece el mismo con su amplia sonrisa. Sostiene una escoba en vez de una
carta y la insignia de Gryffindor brilla orgullosamente en su pecho. Mi abuelo palmea
su hombro, su otra mano estirada para tocar el hombro del otro chico donde solía estar
el brazo de mi padre. El cabello del chico llega hasta los lóbulos de sus orejas. Sonríe
con la boca cerrada y sus ojos se mueven incesantemente hacia mi padre, que no lo
nota. Un escudo de Slytherin que casi es tragado por la túnica.

Mi corazón late violentamente y mis ojos se mueven a la otra página. El padre del
chico ha sido reemplazado por la madre, una mujer con cara rígida y cabello negro
largo atado en la parte de atrás. Sus ojos brillan tristemente y la delgada boca parece
tener problemas para sonreír, haciéndolo con esfuerzo. Está de pie al lado de…

88
Snape. La mueca es inconfundible. Su cabello negro ha tomado su característica
grasienta. Su nariz resalta en la ahora delgada cara. Ha crecido bastante y ahora es
unos ocho centímetros mas alto que mi padre, que mira al chico, casi disculpándose.
Snape mira directamente a la cámara, sus brazos cruzados debajo de la insignia de
Slytherin. Mi abuelo no sonríe. Una mano se mantiene en el brazo de su hijo, la otra
sobre la madre de Snape, consoladoramente.

Vuelvo la página para encontrar una foto de mi padre con Sirius, Lupin y Peter. Sirius y
mi padre parecen estar peleando por estar en el centro de la foto y Lupin se ríe de
ellos a un lado. Peter se queda detrás de Lupin sonriendo nerviosamente.

—Ahí esta —dice Hermione. No me había dado cuenta de que está sentada a mi lado.
Apunta a un niño en el fondo, la cara cubierta por una cortina de cabello mientras lee
un libro, con las piernas cruzadas en una pose que conozco bien. Junto a él, su madre
habla con otra mujer que puede ser mi abuela.

Miro a través del libro, buscando en varias fotos cualquier signo de él, pero no está.
Regreso a la primera foto y miro al irreconocible y sonriente chico.

—¿Qué le hiciste? —murmuro a la imagen de mi padre. Mi padre me mira.

—Pensé que siempre se habían odiado —dice Hermione quedamente.

Cierro el libro y lo dejo a un lado. El extraño vacío que sentía antes ha sido
reemplazado por náuseas. Severus me dijo lo que había pasado. Al menos en parte.
Sabía que no estaba mintiendo, así que no tiene sentido que me enfade. Y no puedo
decir si estoy enojado con Severus, o con mi padre por hacerle daño.

Me levanto, y decido que los odio a los dos de ahora en adelante.

—Necesito acostarme —digo rápidamente antes de que se cierre mi garganta. Voy


hasta mi cama y echo las pesadas cortinas. Escucho la puerta cerrarse.

------------------------------------------------------

Querido Severus,

No sé por qué estoy escribiéndote, ya que esto es un diario y nunca lo leerás, pero
eres el único con el que de verdad deseo hablar. Y me siento un poco idiota al escribir
sin una buena razón. Es como hablar sólo por oírte hablar. Sin sentido. Ayer fue tu
cumpleaños. Me pregunto si te has sorprendido al encontrar tu regalo. Sorprendido de
que lo recordara. Dios, te echo de menos.

Encontré montones de fotos tuyas y de mi padre juntos y creo que me he asustado un


poco. Hay tantas cosas que quiero saber y nunca te preguntaré. Como ¿qué diablos
pasó? Y ¿cuándo follasteis exactamente tú y mi padre? Y, ¡Dios!, ¿piensas en él
cuando me follas? ¿Qué paso entre tu segundo y tercer año que te hizo cambiar
tanto? ¿Por qué no me dijiste que tu padre y mi abuelo se conocían? tu padre murió,
¿cuándo murieron mis abuelos? Y ¿por qué diablos nunca me dices nada?

89
¿Qué te hizo, Severus?

No importa, ¿verdad? Todo está en el pasado. No quiero odiar la memoria de mi


padre. ¿Sabes que no tengo ninguna? Ni un solo recuerdo de mi padre mientras vivía.
Tengo uno de mi madre, muriendo para protegerme. Puedo agradecérselo a los
dementores. Y casi quiero hacerlo. Porque al menos es un recuerdo.

¿Por qué te hiciste mortífago? Siempre imaginé que tenías una familia oscura y
malvada como los Malfoy. Pero tus padres parecen decentes. Tu madre parece triste.
Te das un aire a ella. ¿Estará viva?

No sé nada de ti. Nada. Quiero saber. Quiero saberlo todo, pero no preguntaré y tú no
me lo contarás de todos modos. Y no importa, en realidad. Te amo por ser quien eres
ahora. Supongo que no necesito saber cuánto te costó convertirte en lo que eres.

¿Me amas?

Bueno, esto es estúpido, así que voy a dejar de escribir. Te veo mañana. Y tal vez
esas preguntas se desvanezcan.

Con amor,

Harry

------------------------------------------------------

Debería llegar por red flu muy pronto. Un día antes de tiempo. Dándonos una noche
para discutir sobre los supuestos hechos que ese cabrón le ha contado sobre mí. No
es que vaya a discutir. Pero estoy totalmente preparado para aclarar las preguntas.

Y luego lo regañaré por el regalo que encontré suspendido sobre mi escritorio. Esto no
es un regalo de cumpleaños. Mi mano se dirige a la mesa y recorro con los dedos la
esmeralda incrustada en el frente del vaso de plata. El irremediable mocoso
romanticón de dieciséis años ha puesto algo sin sentido en el fondo del vaso:

Nada más importa.

Una frase bonita al final de un contenedor de licor. Aunque estoy inclinado a compartir
la opinión. Siempre y cuando esté lleno con un líquido color ámbar, nada más importa.

Llevo el vaso a mis labios y tomo el whisky que hay dentro. Calienta mi garganta, y
nace a través de mi pecho en un dulce recuerdo de que sólo él es mi constante
compañía. No se coge días de descanso. No tiene padrino que lo corrompa y lo ponga
en mi contra. No causa dilemas éticos si yo inicio el contacto. No tiene némesis que
destruir y no tiene cicatrices psicológicas.

El alcohol. Mi único y verdadero amor. Nada más importa.

El suave sonido llega hasta mi corazón y acompaña una llama verde brillante en el
fuego. Da un paso adelante y se endereza, limpiando la ceniza de sus vaqueros.

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—Uola —sonríe.

—Potter —digo ásperamente.

Se acerca.

—¿Me has echado de menos?

—Tanto como la rata echa de menos el arsénico.

—Lo sabía. —Sonríe y se acerca aún más, poniendo las manos en los brazos de la
silla. Se inclina y me besa suavemente—. Vamos a la cama, Severus —murmura.

—¿No has descansado lo suficiente en tus vacaciones?

Asiente, su cabeza presionada contra la mía.

—No tengo intención de descansar —dice con suavidad, y me besa brevemente una
vez más antes de enderezarse y caminar hacia mi dormitorio.

Me levanto y lo sigo, dejando el vaso para que caliente mi asiento. Trataré de recordar
que he de regañarlo por eso más tarde.

Traducción: Loves

(1) Face-Off: Un juego competitivo con bebidas alcohólicas, en el cual dos oponentes
toman simultáneamente un trago del alcohol más fuerte del momento, mientras se
miran a los ojos. Se elige un árbitro para examinar a las personas que han tomado el
trago y determinara quién tiene la cara menos contorsionada.
(Fuente: UrbanDictionary). El face-off que se juega en la historia es una forma
modificada del juego, que los mismos personajes explicarán.

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CAPÍTULO 7 – MARCADO

Director Dumbledore,

Le escribo esta carta para darle a conocer que mi hijo, Draco Malfoy, estará ausente
desde el 4 al 9 de Febrero. Le pido que cualquier lección y trabajo en ese periodo sea
preparado antes de su salida. Llegará un traslador el 3 de febrero, listo para
transportarlo después de que las clases del día hayan terminado.

Saludos,

Lucius Malfoy.

S,

Por favor, reúnete conmigo esta tarde para tomar el té.

La sensación de presentimiento y desesperanza hace que mi estómago se retuerza


mientras dejo caer el pergamino. Por no hablar de la marea de emociones que me
asaltan ante la petición de Lucius. Él sabe lo que significa. Yo sé lo que significa. Y
Lucius sabe lo que significa. Sonreía mientras lo firmaba, eso lo puedo asegurar.

Miro el reloj y exhalo desdeñosamente, como si pudiese intimidar sus manecillas lo


suficiente como para que empiecen a retroceder. Siguen su camino hacia adelante,
cargados de burla. Salgo de mi oficina, y lanzo un hechizo para cerrar la puerta por
encima del hombro mientras camino, los dientes apretados en un gruñido, saliendo del
corredor y subiendo por las escaleras. Y después más malditas escaleras. Me paro
frente a la gárgola que me mira grotescamente. Le devuelvo la mirada.

—Azufaifos (1)—gruño. La maldita bestia me mira con malicia mientras se aparta de


mi camino.

—Hola, Severus —dice Dumbledore, como si esto fuese una visita social. Como si
fuésemos a hablar de los patrones de sombras de las lámparas y no del amargo futuro
del chico—. ¿Sorbete…?

—Albus —le suelto, impaciente.

—Siéntate. —Deja un tarro de cristal lleno de dulces frente a mí, y sirve dos tazas de
té tan ruidosa y lentamente como es humanamente posible. El platillo se arrastra por
toda la superficie de madera mientras él lo empuja—. ¿Qué propones? —pregunta con
voz grave mientras lleva la bebida a sus labios.

Estoy ligeramente estupefacto por lo rápido que ha ido al grano; había anticipado una
charla sobre postres y bromas al menos durante los siguientes cinco minutos.
Abandono mi estado de estupefacción y decido estar agradecido.

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Agradecido y sin ideas de lo que podemos hacer.

—Supongo que no podemos mantenerlo aquí, basándonos en la probabilidad.

—Lucius Malfoy revocaría esa decisión en cuestión de segundos. A menos que Draco
exprese el deseo, no sé qué podemos hacer. —Levanta los ojos para estudiarme
sobre su taza.

Se me ocurre que es mi deber convencer al chico. ¿Puede decirme alguien por qué
me he convertido en el salvador personal de cada estudiante de sexto año de
Hogwarts en peligro? Severus Snape versus Voldemort. Segunda parte.

—Hablaré con él —digo seriamente, manteniendo la frustración lejos de mi tono—.


Pero no espero tener mucha influencia. —Ninguna influencia, a decir verdad—. En el
hipotético caso de que sea capaz de convencer al señor Malfoy de darle la espalda a
su padre, ¿puedo confiar en que la escuela estará dispuesta a acomodarlo?

—Por supuesto —asiente él.

—¿Y en el caso de que él decida que no está nervioso en absoluto? —No quiero
escuchar la respuesta. Ya la sé. Ya la viví, hace veinte años, hace cientos de
experiencias cercanas a la muerte.

Dumbledore baja los ojos y toma aliento.

—Dejaremos ese tema aparte hasta que llegue el momento de discutirlo.

Miro mi bebida. Tengo tantas posibilidades de convencer a Draco Malfoy para que
contradiga los deseos de su padre que de convencer a Voldemort de ponerse flores en
la cabeza y luchar por la paz y el amor libre. Río ante la imagen mental y encuentro a
Dumbledore mirándome. Parece cansado. A pesar de su inherente optimismo y
esperanza, ha perdido la batalla contra la gravedad y ahora está regresando de nuevo
a la tierra.

—¿Cómo estás, Albus? —pregunto antes de tener la oportunidad de pasar revista a


mis pensamientos. Las palabras se sienten extrañas en mi lengua y haría cualquier
cosa por no haber hecho esa pregunta.

Sus ojos se iluminan brevemente y veo las esquinas de su boca hacer un mohín de
desdén. Encuentra sorprendente que haya preguntado por su salud. Recuerdo la
razón por la que nunca he hecho esa pregunta: me importa una mierda.

—Ha sido un año difícil —dice, sonriendo.

Eso es quedarse corto. Para mí el año ha sido desafiante, con los frecuentes dolores
que atraviesan mi brazo izquierdo, la batalla perdida entre sentido y libido por controlar
mi cuerpo, y mi papel de hombre atrapado entre los lados de luz y oscuridad de
Hogwarts. Pero no importa cuánto haya sufrido yo; Dumbledore ha soportado al
menos diez veces ese peso. Sus esfuerzos con la Orden del Fénix, su constante lucha
en la batalla contra el mal, su pelea continua con el Ministerio. Por no mencionar las
tareas absurdamente tediosas que conlleva el ser director de la escuela. El peso del
mundo mágico descansa en sus hombros ancianos y su espalda comienza a
encorvarse.

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Pongo mi taza y plato otra vez en el escritorio y me levanto, huyendo de la idea que
clama por ser reconocida: Dumbledore no estará aquí durante mucho más tiempo.

—Hablaré con él —repito.

—Infórmame si puedo hacer algo para ayudar —dice. Su boca se curva en una sonrisa
triste y me mira con lo que parece ser esperanza. Lo lamentaré cuando fracase.

Asiento levemente y me voy. El fantasma de su esperanza revolotea a mi alrededor


mientras regreso a las mazmorras.

------------------------------------------------------

—Clase terminada. Señor Malfoy, venga a mi despacho un momento —digo, y alzo la


mirada para ver la expresión fugaz de aprensión que aparece en su mirada. Sabe lo
que quiero discutir con él. Asiente mecánicamente y continúa recogiendo sus cosas.
Salgo antes que él, alcanzo mi oficina y dejo la puerta medio abierta. Me siento en el
escritorio y espero.

Cuidadosas pisadas suenan a través de los pasillos. Asoma la cabeza primero y luego
entra, sin tocar la puerta.

—Cierre la puerta y tome asiento —digo, sin apartar los ojos de él.

Se gira ante la orden; duda un momento tras cerrarla con suavidad antes de regresar a
donde yo estoy, atravesando la habitación. Se sienta y toma la postura adecuada,
expresión imperturbable aparte de su desdén característico.

—Su padre ha mandado una carta pidiendo su compañía durante cinco días en
febrero.

—Sí, señor —dice, y aprieta la mandíbula.

—¿Le importaría decirme por qué? —Mi voz es baja e informal, pero sabe qué estoy
preguntando. Sospecho que Lucius ya lo ha preparado para este interrogatorio. Me
mira con toda la confianza de alguien que tiene escritas las respuestas en la palma de
su mano.

—Es mi cumpleaños, señor. No es inusual que los estudiantes vuelvan a casa cuando
cumplen la mayoría de edad, ¿no?

Asiento lentamente.

—Debo preguntarle si es lo que quiere de verdad.

Su mirada de acero se quiebra levemente. Exhala con lo que parece ser frustración.

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—Cumplo la mayoría de edad, señor. Debo ir a casa. Tradición Malfoy —dice
fríamente. Le ofrezco mi mirada sin impresionarme—. No tengo elección —dice a
través de los dientes.

Me levanto de mi escritorio y camino alrededor de éste para alzarme ante él. Me


recuesto contra la madera y cruzo los brazos frente al pecho.

—No le será permitido quedarse en la escuela si sigue con esto —le digo—. Será
examinado en el momento en que regrese, y si el director encuentra algo irreparable,
será expulsado. Su varita se romperá y a usted se lo enviará con los aurores. Es
demasiado que sacrificar en nombre de la tradición.

Sus mejillas se enrojecen de ira.

—No puedo creerlo, usted de entre toda la gente… —dice—. ¿Me hará usted el
examen, profesor? ¿Finalmente se ha puesto en contra de los de su propia casa?

Río con malicia.

—No, al contrario. Estoy sacando de mi casa toda la pestilencia que tiene, señor
Malfoy. Y si eso significa examinar hasta lo último de usted, entonces puede estar
seguro de que lo haré. —Lo miro con dureza hasta que baja la cabeza
defensivamente—. Lo que debe decidir es si está dispuesto a tirar toda su vida por la
borda a cambio de la oportunidad de arrodillarse a los pies del Señor Tenebroso.

Toma aliento profundamente y niega con la cabeza.

—No es por él. Me está preguntado si debo elegir entre mi padre y…

—Y usted mismo. Sí, grandísimo dilema —espeto.

Sus ojos brillan con indignación.

—Usted no lo entiende.

—¿No?

—No tengo otra opción —insiste.

—Le estoy ofreciendo una opción, señor Malfoy. Estará seguro aquí.

Ríe sin alegría.

—Perfecto, ¿me van a encerrar como a Potter?

—Su situación no es similar a la del señor Potter. El Señor Tenebroso no


desperdiciará tiempo persiguiéndolo a usted. Tiene las manos llenas con otro niñato
obstinado.

—Mi padre me desheredará.

Le dirijo una mirada larga y puedo ver que mis esfuerzos son fútiles. Ése, después de
todo, es el problema. El amor de un hijo por su padre. El amor de un Malfoy por su

95
linaje. Siento que mi pecho se llena de desesperanza, y respiro para hacer sitio y darle
poder a mis palabras finales.

—Tal vez deba considerar si desea mantener lazos con un hombre que lo fuerza a la
esclavitud. —Veo que mis palabras le duelen, y me doy la vuelta para sentarme—.
Pero ése es otro tema. Por el momento, señor Malfoy, le ofrezco la oportunidad que se
me ofreció a mí hace décadas. Le sugiero que escoja sabiamente. Pues si tiene una
oportunidad de que lo escuchen después de que el acto termine, las condiciones que
acompañarán la oferta se habrán multiplicado hasta donde no imagina. Hágame saber
qué decide para poder cambiar mi curso de acción si es necesario.

Su intención de refutar se ve enfrentada por una mirada de finalidad. Me mira


fijamente durante un momento antes de asentir rápidamente y levantarse. Cuando
está en la puerta se vuelve a mirarme, y mi estómago se cierra ante la falta de
esperanza en su mirada.

—¿Puede obligarme a quedarme?

Tomo aliento profundamente y deseo con cada fibra de mi ser tener ese poder.

—Me temo que esa decisión es sólo suya.

Lo veo volverse rápidamente e irse. La puerta se cierra detrás de él.

------------------------------------------------------

—¿Quería verme, Profesor Dumbledore?

—Entra, Severus, ¿quieres algo de té?

—Sí, señor. Gracias. —Me siento en la silla azul en frente de él y deslizo unas manos
sudorosas por mis rodillas. Mi corazón se acelera ante la posibilidad de tomar té y
recuerdo con amargura la última vez que estuve en este despacho. El secreto que se
me obligó a mantener me acosa en mis pesadillas.

—Cumples diecisiete años dentro de unos días, ¿no es cierto? —Sonríe


afectuosamente, pero puedo sentir cómo sus ojos examinan cada reacción mía. Me
enfoco en redactar mentalmente mi propio testamento para mantener mi expresión,
exactamente como Lucius me enseñó.

—Sí, señor.

Asiente.

—Recuerdo cuando cumplí la mayoría de edad. Mi padre tuvo que reparar treinta
veces todas las ventanas de casa antes de que todo terminase. Estuve encerrado
ocho días. —Sus ojos se pierden por un instante en los recuerdos. A pesar de que no
me interese, no puedo dejar de sentirme impresionado ante su historia. Al mago
promedio sólo le lleva dos días controlar sus poderes.

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Me muevo impaciente en mi silla. Casi tengo la certeza de que sabe lo que intento
hacer. No debería sorprenderme. Dumbledore lo sabe todo.

Sus ojos se ciernen sobre mí una vez más.

—He hablado con tu madre, Severus. Dice que está todo preparado. Por supuesto,
tengo la sensación de que no regresarás para el inicio del semestre. —Sus ojos
centellean y mi estómago se encoge con una mezcla de aversión y culpa. Al igual que
orgullo por la confianza en mi poder. Desecho el último pensamiento. No me importa lo
que este bastardo amante de los muggles piense de mí.

—Tu madre me ha dicho que deseas cumplir la mayoría de edad en la Mansión


Malfoy, ¿estoy en lo correcto? —Su tono es casual pero el brillo en sus ojos es
acusatorio.

—Sí, eso quería. Pero ella no lo permitió —digo, mi mandíbula cerrándose con enojo.
¿Qué le importa? Maldigo a mi madre por conspirar con el viejo murciélago.

—Bueno, estoy convencido de que ella tiene tu propio beneficio en mente. Es una
época de mucha vulnerabilidad para un mago. —Sonríe. Trato de mantener alejada la
expresión sardónica de mi cara. Honestamente, no soy idiota. Y tampoco soy una de
sus mascotas muggles que necesitan que se les explique todo—. Lo que me preocupa
es el rumor de que Lord Voldemort ha demostrado un interés particular por los magos
y brujas que están cerca de la edad adulta.

Me recorre un escalofrío. Esta es la conversación que esperaba cuando entré. Me


preparo para el interrogatorio al estilo Dumbledore. Pongo la requerida expresión de
sorpresa que todo el mundo tiene ante la mención informal del nombre del Señor
Tenebroso.

—Hay indicios que muestran que ha descubierto la forma de contener y encauzar los
poderes de un mago adulto, usándolos para unirse al mago en cuestión y hacerse aun
más poderoso. —Se recuesta en su silla y tamborilea con los dedos, tocando la punta
de la torcida nariz pensativamente. Mi expresión cambia a una de horror. Sonríe ante
mi esfuerzo y continúa—: Así que entenderás por qué debemos ser prudentes,
Severus.

Asiento lacónicamente y me las arreglo para mantener la sonrisa lejos de mis labios.
Prudencia. El hombre ha dejado que la escuela sea invadida por sangre-sucias y
hombres-lobo y me está dando una lección de prudencia. La ira me llena una vez más.
Es contra hombres como éste contra los que luchamos. Hombres como Dumbledore
que acusan al Señor Tenebroso de atrocidades y luego dejan que sus preciosos
Gryffindor maquinen complots para asesinar sin ser siquiera suspendidos del colegio.

Me estudia de cerca y vuelve a sonreír.

—No te entretendré más, mi niño. Sólo quería desearte un feliz cumpleaños y felices
fiestas. Y buena suerte.

Lo miro un momento, permitiendo que mi máscara caiga sólo lo suficiente para que
pueda ver el odio en mis ojos; y luego me levanto y sonrío.

—Gracias, profesor Dumbledore. Felices fiestas a usted también. —Camino hacia la


puerta.

97
—¿Severus?

Levanto la cabeza de mi mano y veo que ha terminado con sus estudios. Frunce el
ceño.

—¿Qué? —pregunto rápidamente.

—¿Estás bien? —pregunta. Una pregunta que ha salido con irritante frecuencia de su
boca, demasiado en los últimos días. Suspiro.

—¿Has terminado?

Asiente y pone el libro a un lado antes de recorrer el espacio entre nosotros. Asume su
usual posición post estudio y me mira desde donde su barbilla se clava en mi rodilla.

—¿Quieres hablar de ello? —pregunta en voz baja. Frunzo los labios.

—¿Hablar de qué, exactamente?

Se encoge de hombros.

—Lo que sea que te ha estado molestando las últimas semanas.

—Estoy perfectamente bien —miento. No está convencido. Lleva su boca a una


expresión de frustración. Pongo mi mirada amenazante. No mantengo mucha
esperanza de que eso impida que siga preguntando.

—¿Te gustaría tumbarte?

—Ya te he dicho que estoy bien, Potter. No molestes.

—No he preguntado si estaba bien o no, profesor Idiota, he preguntado si quería venir
a la cama conmigo.

—Descarado.

—Imposible —sonríe.

—Vete.

—Ven conmigo. —Se levanta frente a mí y me extiende la mano. Como el hombre de


poca voluntad y que piensa con la polla en que me he convertido, acepto su invitación
casi con arrepentimiento, y dejo que me lleve a la cama. A ese mundo de tinieblas
donde Draco Malfoy no existe y no va a ser marcado mientras me desvisto.

Se desliza en la cama a mi lado, tibio, carne fresca presionándose a mi lado. Exhalo


un suspiro de tranquilidad. Su brazo se posiciona sobre mi pecho y me abraza, dedos
yendo a través de mi cabello. Me besa el hombro.

—Es Malfoy, ¿no?

—Potter —digo con un tono de advertencia.

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—No me llames así. Es sólo que he notado que estás… raro, desde que él se ha ido.

—Voy a pedirte que te metas en tus propios asuntos. Mis estudiantes no son tu
preocupación.

—Estás en lo cierto —dice, y se pone sobre mí—, pero tú sí lo eres.

—Qué bonito. —Hablo cansinamente y trato de lanzarle una mirada asesina, una tarea
en verdad dificultosa ya que ambos estamos desnudos. Cierro los ojos—. Pero no
necesito tu preocupación.

—No la puedes devolver. Tendrás que vivir con ella, ¿no?

Abro la boca para refutarlo, porque lo cierto es que no tengo que vivir con eso, pero
me corta.

»Cállate. Me preocuparé aunque me eches. —Abro los ojos para verlo sonriendo.

—¿Por qué te aguanto?

Sonríe más ampliamente.

—Debe de ser porque me amas —suspira dramáticamente, y luego se acerca y me


besa.

Me tenso como siempre que esa odiosa palabra es pronunciada. Pone los ojos en
blanco.

—Sólo es una broma.

Recorro su pelo con los dedos.

—Ya me imagino. ¿Cómo se puede amar a un niño que insiste en ser una fuente
incesante de irritación? —digo con una sonrisa y una ceja levantada.

Empequeñece sus ojos juguetonamente.

—Porque soy un encantador, inteligente y solícito joven que es además un amante


increíble. —Sonríe, y mueve sus caderas contra las mías, demostrándolo.

—¿Ah? ¿Un amante increíble? Dígame, señor Potter, ¿quién le ha dicho que era un
amante increíble?

—No he escuchado quejas.

—Trato de incentivar a mis estudiantes —murmuro y cierro los ojos. Él se ríe.

—Sí. Si nos incentivara un poco más, tal vez todos tendríamos ataques de nervios.

—Ah, cállate.

—Oblígame —murmura con una sonrisa retadora.

99
Y lo hago.

------------------------------------------------------

Estoy despierto, tratando de concentrarme en el calor del peso a mi lado, en la


respiración tranquila de un poco frecuente sueño sin pesadillas. Inútil. Mi mente se
pregunta por el otro niño que esta sacrificándose a una causa oscura en estos
momentos. He fracasado. He fracasado ante Dumbledore. Y de algún modo también
ante mí. Ésta era una de las razones por las que acepté este trabajo infernal. Estaba
claro que mientras el mundo mágico celebraba la victoria de un niño misterioso sobre
Voldemort, el monstruo existía en algún lado. Aunque la Marca Oscura se había
desvanecido a poco más que una leve decoloración en la piel, el poder en su interior
todavía no se había alejado. Los seguidores de Voldemort sabían que era cuestión de
tiempo. Se me colocó aquí para observar y ser observado.

La mascota-mortífago de Albus.

La Marca estuvo dormida hasta el incidente con Quirrel. Un leve cosquilleo de magia
comenzó a darse debajo de mi piel. El Señor Oscuro estaba débil, pero se volvía cada
vez más fuerte. Traté de contarle a Albus acerca de mis sospechas y el tonto no me
escuchó. Todavía creo que sabía que yo estaba en lo correcto. Y cuando el niño
venció a Voldemort de nuevo, la marca se silenció.

No se me puede tachar de total responsable de mi falta de habilidad para sacar al


joven Malfoy de la oscuridad. Él ha sido condicionado para esto desde la noche en que
nació, hace diecisiete años. La mayoría de los estudiantes potenciales lo han sido. Me
pregunto vagamente cómo voy a salvar a alguno de ellos. Si es que hay posibilidad.

Mis reflexiones son interrumpidas por la tensión que siento a mi lado, seguida por un
gemido. Estoy bastante seguro que no necesito preguntar por el asunto de este sueño.
Una leve agitación de magia se da debajo de mi piel y me rasco ausentemente
mientras me vuelvo para ver la cara de Harry contorsionarse con la repentina subida
del poder de Voldemort. Grita y se sienta, tapándose la cicatriz con la mano. Sigo
acostado en silencio y espero a que pase. Rueda y entierra la cara en mi pecho,
mientras mis manos cubren la parte de atrás de su cabeza y tiran de su cabello.
Acaricio su espalda más por hábito que por deseo de confortarlo. No hay forma de
hacerlo.

Después de un largo rato, su cuerpo tiembla en un intento por relajarse. Respira


fuertemente y se seca los ojos en mi pecho. Me mira, pero sus ojos no paran de
aguarse. No puedo distinguir si siente dolor o algo más. Lloriquea y cae de nuevo
sobre su espalda, con las manos cubriendo su cara. Se me ocurre que tal vez está
llorando. Lo dejo seguir sin comentarios.

Después de lo que parece una hora, pero que no es más que unos minutos, se sienta
y se seca la cara mojada con la camisa. Se gira para encontrarme mirándolo. Sus ojos
se mueven en dirección a mi brazo izquierdo, que escondo bajo las sábanas por acto
reflejo. Ríe disgustado y niega con la cabeza, mirando al frente.

—Dejaste que tomara tu magia —dice.

100
—No exactamente —respondo, sólo un poco más que un murmullo. La amargura se
desliza lo suficiente.

—Lo he visto… Lo he sentido. Ha tomado la magia de Malfoy —insiste de nuevo. Sus


ojos brillan con rabia.

—No la toma. A duras penas la contiene en la marca y la une a sus propios poderes.
Puede acceder al poder, pero nunca puede tomarlo —trato de explicarle. La expresión
de asco en su cara hace que mi estómago se contraiga. Aparto la vista.

Él presiona la frente contra sus rodillas.

—Duele, ¿no? Él… no dejaba de gritar —murmura. Asiento, mi garganta demasiado


cerrada para decirle que se calle. No puede verme, así que mi falta de respuesta no
tiene sentido. Se mueve y me mira antes de volver a acostarse. Su mano se desliza
debajo de las mantas y sostiene mi muñeca—. ¿Puedo verla?

Nunca le había prestado atención, igual que yo tiendo a ignorar la horrible cicatriz en
su frente. El hecho de que quiera verla ahora me molesta más de lo que sería
razonable. Me debería sorprender más que sólo ahora le haya entrado curiosidad.

Suspirando con irritación, le permito sacar mi brazo. Aunque muchas veces he estado
desnudo delante de él, nunca me he sentido tan expuesto. Es mi estigma. Mi única
fuente de vergüenza sin fin. Y aunque muchas veces he deseado que desaparezca,
ahora no quiero ver el día en que su magia sea liberada. Esta marca está tan
vinculada con el chico que la mira con tanto asombro y terror como si fuera el bastardo
que la grabó en mi piel. Desear la muerte de uno es esperar la muerte del otro.

No permito que mi risa irónica salga a la superficie.

No la toca, pero la mira, sus ojos brillando espléndidamente y su boca en una mueca
de disgusto. Tiene un nudo en la garganta, juzgando por su expresión. Imagino que se
está tragando todas las preguntas lógicas que aparecen en su mente. Una llega a sus
labios.

—¿Por qué? —dice, sus ojos brillan de nuevo. Parpadea y me mira.

Trato de recuperar mi brazo, pero él aprieta su agarre y se disculpa.

—Lo siento —dice rápidamente—. No debería… no importa. Es sólo… —Exhala


frustración y mira un poco más la fea mancha que se ha convertido en color sangre
seca desde que Voldemort nos ha convocado, hace una hora. Su pulgar acaricia el
interior de mi muñeca—. ¿Puedo… tocarla? —Sus ojos se encuentran con los míos.

Hago una pausa de un momento para liberar la irritación entre mis dientes.

—Si sientes que debes hacerlo —murmuro. Pone cara de concentración e inspira
antes de acercarse lentamente—. Ah, por todos los demonios —gruño, irritado, y
alcanzo su mano llevándola a la marca. Se muerde el labio y presiona el índice en mi
piel.

101
Por un momento ambos contenemos la respiración. Casi espero que algo suceda,
alguna reacción por parte de la marca. Pero no pasa nada. Él también parece esperar
algo más. Su dedo se mueve lentamente y luego aparta la mano.

—¿Qué le va a pasar? —pregunta, y se limpia la mano ausentemente en la colcha.

—¿A quién? —pregunto, aunque sé a quién se refiere.

—Malfoy, ¿lo expulsaréis?

Me siento y salgo de la cama.

—Eso es un asunto entre el señor Malfoy el director, y te pediré que mantengas la


boca cerrada. —Saco mi bata y me giro para verlo recogiendo sus cosas.

—No podéis dejar que se quede —discute mientras se viste. No me mira, y no ve mi


mirada de advertencia. No voy a dignificar su estupidez con una respuesta, así que me
alejo rápidamente hacia la sala de estar. Después de un momento, me sigue.

—¿Y si Voldemort le ordena matarte? —Su voz se oye desde el otro lado de la
habitación.

Río y respondo a la pregunta que realmente quiere hacer.

—No estás metido en más peligro que ayer. Si piensas que la marca impone una
diferencia en su lealtad eres más ingenuo de lo que imaginaba. El señor Malfoy no
asesinará a nadie. —En Hogwarts, añado en silencio. Sospecho que el matar lo hará
antes de que regrese. Los pasos finales del rito de unión e iniciación. Me pregunto
vagamente cuánto le llevará. A mí me llevó un día y medio el manejar lo
suficientemente bien mis poderes de adulto para que el hechizo funcionara. Malfoy
tiene cuatro días más para poder hacerlo.

Camina hasta donde estoy sentado y se detiene frente a mí.

—¿Vais a dejar que se quede, entonces? —Me mira con acusación, y yo respondo
con ira e indignación. ¿Quién diablos se cree?

—Espero que no se te haya metido en la cabeza que el hecho de que meta la polla en
tu culo te da derecho a decirme cómo hacer mi trabajo. Contrario a lo que crees,
Potter, esto tiene muy poco que ver contigo. Estás simplificando una situación
extremadamente delicada. Es un infortunio que debas presenciar lo que ha sucedido.
Pero ser un espectador no te involucra automáticamente en el problema. Te pediré
que te quedes fuera de esto.

Su cara se sonroja y su boca palidece.

—¿Cómo puedes defenderlo? Sabiendo lo que ha hecho, como puedes… —Sus ojos
viajan hasta mi brazo.

—Buenas noches, señor Potter.

—No es lo mismo. Al menos tú vienes de una familia normal, él…

102
Mis cejas se levantan en señal de pregunta. Él aparta la vista.

—Mira, haz lo que quieras. Lo harás de todos modos. —Se agacha para recoger un
libro de su maleta y saca su bolsa de polvos flu. Todavía estoy intrigado por la
mención de mi familia y aun más por el aire de seguridad con que ha hablado de ellos.
Me pregunto si tal vez ha aprendido algo en casa de Black, pero dudo que éste sepa
mucho. Sólo estuvo con mi madre una vez, pero no hizo más que saludarla. Decido
que probablemente no quiero saber qué ha descubierto, y sacar el tema solo traerá
como consecuencia preguntas que no quiero responder.

—Nos vemos —dice, y sale por la Red Flu.

Suprimo el impulso de lanzarle algo e ignoro el hecho de que esto se parece


sospechosamente a una disputa entre amantes. Vuelvo a tragarme la bilis y me
levanto de la silla. Regreso a la cama, donde planeo preocuparme hasta enfermar por
otra alma maldita, y tratar de no pensar en la mía.

------------------------------------------------------

Han pasado veinte años desde mi propia iniciación en las Fuerzas Oscuras. Ahora,
ante la cara fantasmal de Draco Malfoy, los recuerdos atraviesan en estampida la
barrera que había levantado para evitar recordar. Hechizos de curación y pociones
analgésicas hacen poco para evitar la agonía de las pruebas a las que se es sometido.
El vacío en los ojos grises del chico habla de los efectos en el alma de la Maldición
Asesina.

En alguna parte allá afuera, el cuerpo de un Muggle yace, y su cara muestra el


descanso de la muerte después de ser el blanco de práctica del nuevo favorito del
Lord. Diecisiete años y toda la magia que posee a su disposición. Ahora unido
completamente a la oscuridad.

La campana suena y siseo mi despido.

—Señor Malfoy, un momento, por favor —murmuro cuando paso al lado de su mesa.
No lo miro para ver el color del que se tiñen sus mejillas al saber de qué quiero hablar.
En vez de eso, me centro en el camino a mi oficina, escuchando el sonido de sus
pasos cerca de mí —. Cierre la puerta —digo al cruzar el umbral. No lo miro hasta que
escucho el suave sonido de la puerta al cerrarse. Me giro y extiendo la mano—. Su
varita.

Un flash de miedo ilumina sus facciones antes de que se enfríen con ira. Me da la
varita obedientemente. No espero encontrar nada, sintiendo la certeza de que Lucius
ha cubierto las pistas y limpiado la varita del chico antes de mandarlo de vuelta a
Hogwarts. Pero la aprensión que siento en el aire hace que ir por estos menesteres
sea algo menos que fútil. Está asustado. Tiene razón para estarlo.

—Priori Incatatem. —El eco plateado de una transformación sale de su varita. Repito
el hechizo varias veces: hechizos de atracción, de levitación, unas pequeñas
maldiciones, pero nada incriminatorio. Se la devuelvo y camino a mi escritorio—. Eso
es todo.

103
—¿No quiere revisar mi brazo? —dice, insolente.

—Le dejaré eso al director. Sospecho que recibirá una invitación para tomar el té. —
Me giro hacia él y sonrío maliciosamente.

Me mira obstinado.

—No encontrará nada.

Gruño con asombro y me apoyo contra mi escritorio, cruzando los brazos en mi pecho.
Me enfrento a su mirada desafiante y la sostengo hasta que él la baja.

—La Marca Oscura no es la única señal de transgresión, señor Malfoy. Sospecho que
Dumbledore lo supo en el momento en que usted regresó al colegio. Yo lo he sabido
con sólo mirarlo, sin importar el hecho de que su ceremonia de iniciación tuvo un
testigo que no deseaba estar ahí.

Sus ojos se abren y me mira, desconcertado. Le dirijo una sonrisa desagradable.

—Será más fácil para usted si no alega inocencia. Puede ir a su próxima clase.
Sospecho que lo veré mas tarde.

Cierra la boca firmemente y tengo que apartar la vista del velo de desesperación que
detecto en su mirada. Me vuelvo para coger mis apuntes para la próxima clase y
escucho la puerta abrirse.

—No tenía opción, profesor —dice suavemente.

—Bueno —le digo a la madera de mi escritorio—, nada ha cambiado.

------------------------------------------------------

—¿Quería verme, director? —Trato de sonreír. Sin éxito. Supongo que no sonreiré
más.

—Si, entra, Severus. —Su voz es más grave de lo que puedo imaginar. Sus ojos me
siguen hasta la silla situada frente a su escritorio y su decepción me llena, parece
pesar más a cada paso que doy hasta que a duras penas me puedo mover. Me dejo
caer en la silla y rechazo la invitación a un dulce. No creo que mi estómago pueda
retener algo tan agradable.

—¿Cómo estás, Severus? —Sus ojos me retan a mentirle. Estúpidamente acepto.

—Estoy bien, señor. Un poco cansado. —Trato de quitarle importancia con los
hombros, sin suerte. Sé que él sabe lo que he hecho. Puedo sentirlo leyéndome,
invadiendo la privacidad de mi mente y estudiando lo bajo que he caído. Sacudo la
culpa que trata de sobrecogerme. He hecho lo correcto, me digo.

104
Se recuesta en su silla y no habla durante un momento. Me muevo en mi silla,
incómodo, consciente de la forma que ahora marca mi piel y que estará
permanentemente quemada en el interior de mis párpados. La veo cada vez que
parpadeo. Me recuerda nuestra causa. Me recuerda que no le debo nada a este
hombre. Que este hombre me haría caer en sus filas, conformadas por las rígidas
leyes impuestas en el mundo mágico por la masa de muggles a pesar del hecho de
que somos más poderosos. Estamos separados y en un impuesto auto exilio del
mundo debido a los sanguinarios bastardos que no pueden aceptar lo que no
entienden. Y este hombre, por su naturaleza, complacería sus prejuicios. Me obligaría
a hacer lo mismo.

Levanto la barbilla y me obligo a encontrar sus ojos. Cuando lo hago, sonríe


tristemente. Ignoro la aguda punzada de culpa que se desliza por mis ideologías.

—Me temo que has hecho algo muy estúpido, Severus. —Levanta una mano,
deteniendo mi intento de habla—. Lo que quiero saber es si deseas seguir en este
colegio.

Levanto una ceja y asiento con sospecha.

—Entonces estamos de acuerdo —dice, y alcanza la jarra de té. Sirve una taza para él
y una para mí. Lo observo, completamente desconcertado y preguntándome a qué he
accedido exactamente. El platillo es arrastrado por toda la superficie de madera
mientras él lo empuja. Lleva la taza a sus labios y me observa. No bebo.

—Sólo es un poco de té negro, Severus. Es seguro —dice, guiñándome el ojo por


primera vez desde que me he sentado. No puedo decir si estoy agradecido por el
gesto o si odiar al viejo por ello. Tomo un sorbo del té caliente, observando al hombre
por encima de la taza. Casi espero el estado de vulnerabilidad en el que uno se
sumerge cuando toma Verisaterum. Resulta que sólo es té. Trago con amargura y
llevo la taza a mi plato. Cierro las manos con nerviosismo en mi regazo.

—¿Cuáles son las expectativas de Lord Voldemort en lo que te queda de escuela? —


me pregunta.

Mi primer impuso es hacerme el tonto, como se me indicó que lo hiciera. Pero estoy
seguro que Dumbledore no estaría impresionado. Bajo los ojos.

—No espera nada. No mientras esté aquí. —No es mentira. Voldemort no es lo


suficientemente tonto como para creer que un mortífago activo pasaría inadvertido en
Hogwarts. Aquellos que se han unido a sus filas tienen órdenes de mantener la
discreción y reportarse en vacaciones.

Veo algo como un brillo de entendimiento en sus ojos, y asiente. Me pregunto qué ha
leído exactamente en mi respuesta. La reviso en busca de vacíos.

Después de un momento, habla de nuevo.

—Muy bien. ¿Has hablado con él? ¿Parecía particularmente interesado en algo?

Aprieto la mandíbula y niego. Honestamente, cuando hablé con él, no parecía estar
interesado en nada aparte de mí. Pero algo evita que comparta eso con Dumbledore.
Casi tengo miedo de que este hombre averigüe algo que yo desconozco. Me niego a
que me haga parecer un tonto. Otra vez no.

105
Me estudia durante un momento y asiente de nuevo.

—Debería, por supuesto, entregarte a los aurores, Severus. Pero sospecho que eso
no hará ningún bien a nadie. Estoy preparado para permitir que te quedes, con la
condición de que compartas conmigo la información pertinente que se comparta
contigo. Permitiré que decidas qué contarme. Tengo fe en que no me decepcionarás.
—El “otra vez” que debería seguir a esa afirmación queda sólo en nuestras mentes.
Me mira a través de sus gafas y después de un momento se me ocurre asentir. Espero
que continúe con más condiciones para mi indulto. Cuando el silencio se extiende
entre nosotros, mi inquietud crece.

»Eso será todo —dice, y se levanta. Camina hasta la puerta y la abre para mí. Me
pongo en pie vacilantemente. Seguro que hay más que eso. He matado a alguien. Y
aunque sea posible que él no conozca esa parte del entrenamiento de mortífago, el
convertirse en uno seguramente merece algo más que el castigo que me está dando.

Camino inseguro hacia la puerta, esperando que en cualquier momento pronuncie el


resto de su sentencia. Me giro una vez he alcanzado el umbral.

—Señor, ¿va a decírselo a mi madre?

Toma aliento profundamente.

—Severus, tu madre ha sufrido lo suficiente. Puesto que has tomado esta decisión
como un mago adulto, no siento la necesidad de advertírselo.

La gratitud choca con la culpa y el resentimiento mientras camino hacia el Gran


Comedor para cenar. Cuando estoy llegando a la entrada me encuentro con James, la
niña muggle y el hombre lobo. Me detengo y les lanzo una mirada fija, mi resolución
solidificándose y la culpa evaporándose.

—Uola, Sev. Feliz cumpleaños —dice James, con una sonrisa extraña. Su mano
alcanza la de la chica.

Me río y los empujo para llegar al Comedor. Lucius me ha guardado un asiento.

—¿Señor? Dumbledore ha dicho que quería verme.

Abro los ojos para ver a Malfoy, sus facciones con menos inquietud y miedo. Sonrío
amargamente. Piensa que ha terminado todo.

—Confío que entiende las condiciones que el director le ha expuesto. —Asiente y trata
de borrar el alivio de su cara. Casi triunfa—. Se presentará ante mí cuando tenga
información que considere importante —digo con tono cínico, para demostrarle que no
estoy convencido en lo mas mínimo.

—Sí, señor.

—¿Tiene algo que decirme?

—No, señor.

Permito que una sonrisa de diversión aparezca en mi cara. Su confianza flaquea.

106
—Puede unirse a su casa para cenar, señor Malfoy.

Me dirige una mirada aturdida y sale. Lo sigo después de unos momentos. Tomo
asiento en la Mesa Principal, lo veo reír y hablar con sus amigos. Puedo sentir un par
de ojos verdes taladrarme, con una clara acusación de traición. Dumbledore entra y
me da una palmada en el hombro cuando camina hacia su asiento.

Miro a Harry, y él niega con la cabeza antes de devolver la atención a sus amigos. De
algún modo le explicaré que todo está bajo control. Puede que algún día incluso yo me
lo crea.

Traducción: Loves

(1) Árbol con frutos carnosos y brillantes, de coloración rojiza y blanco amarillento en
el interior. De sabor dulce, aunque ligeramente ácido. Se consumen como fruta de
mesa, frescos o desecados.

107
CAPÍTULO 8 – RUPTURA

—Para.

—¿Que pare qué?

Alzo la vista para mirarlo por encima de mi escritorio. Él baja los ojos.

Ha cruzado la raya de la irritación. Sus miradas que me buscan, su mal humor


constante. Pasa más tiempo estudiándome del que se toma en sus clases. Nunca
formulará los interrogantes que lo rondan y yo no estoy seguro de si sería peor tener
que responder sus preguntas acerca de mi pasado o ser acosado por la presencia
constante de éstas entre nosotros. Hemos llegado al punto en que lo confesaría todo,
sin importar las consecuencias, sólo por que deje de mirarme.

Me escruta, debo decir. Siempre me ha observado; es la pregunta sin fin que veo en
sus ojos lo que me enoja. No me gusta que me estudien. Y si no para, lo mataré. O
puede que sólo le arranque los ojos.

—Maldita sea, te he dicho que pares.

—No estoy haciendo nada.

—La última vez que lo comprobé, yo no era parte del temario en ninguna asignatura.
Si tienes algo que decir, dímelo. Pero si me miras durante otro minuto más, te lanzaré
un maleficio. —Puntualizo mi frase con una mirada firme. Estrecha los ojos con enojo,
pero no dice nada. Tampoco deja de observarme.

Suspiro, exasperado.

»¿Qué? —gruño.

—De todos modos, no me responderás.

Agarro los brazos de mi silla para evitar coger mi varita. El puchero que detecto en su
voz rompe con fuerza ese último pedazo de paciencia que ha estado en grave peligro
las últimas semanas.

—¿Qué es? —repito en un siseo bajo.

—¿Has…? —exhala fuertemente y aparta la mirada.

—¿He…?

—¿Matado a alguien? —finaliza a duras penas por encima de un suspiro. Ha dejado


de mirarme, obviamente asustado de mi respuesta.

—No seas ridículo. —Me trago la bilis que quema mi garganta y devuelvo mi atención
a la pila de exámenes que estoy calificando.

—¿Ves? Te dije que no responderías. —Suspira desolado, y ruego por que esto sea el
final del tema. Debería saber que no sería así—. ¿Cómo es?

108
—Harry.

—Sólo quiero saberlo.

—¿Por qué?

—¿Lo lamentas?

Aprieto los dientes y lo miro. Se supone que debo hacerlo, ¿no? Supongo que
sencillamente uno deja de pensar en ello después de un tiempo. Pero a este niño le
gustaría verme romantizar la vida y verla como la más preciosa de las posesiones. Me
haría sentir como una basura por haberme atrevido a robársela a alguien, y fingiría
que mi pecado todavía me persigue. No entenderá que ya ni pienso en él. Que tengo
cosas más grandes que lamentar que la muerte de muggles anónimos.

—No —digo amargamente—. No lo hago. No los conocía y sus vidas no significaron


nada para mí. —Sonrío sádicamente ante la expresión de asombro en su cara.

Niega con la cabeza.

—No te creo —dice débilmente.

Río sin alegría.

»Tú… tú no eres tan…

—¿Cruel? No, nunca se me ha acusado de ser cruel. —Le ofrezco una sonrisa
irónica—. En el futuro, Potter, no me pregunte cosas cuya respuesta no está dispuesto
a escuchar.

Una sensación de maldad estática casi olvidada me atraviesa. Ese tipo de emoción
que sólo viene cuando destruyo completamente lo que la otra persona espera. No
puedo recordar la última vez en que permití deliberadamente que mis impulsos
sádicos cayeran sobre él, y casi me dejo llevar por la alegría de verlos funcionar. No
recuerdo la última vez que me dejó hacerle daño.

—¿Cuántos? —dice.

—Directamente, uno.

—¿Indirectamente?

—No lo sé.

—¿No sabes en plan de que no te acuerdas, o en plan de que hay tantos que no los
puedes contar?

Río maliciosamente.

—¿Qué tal si es un no sé en plan de que no es de tu incumbencia y me niego a


contestar cosas que pasaron antes de que tú nacieras? Ahora, si has terminado con tu
interrogatorio, te pediré que…

109
—No te molestes —espeta, levantándose de la silla y casi tirándola por el camino—.
Me voy.

Me quedo observándolo, atontado durante un momento. Él me devuelve la mirada


como si esperase que dijera algo. Que le pida que se quede, tal vez. Sus ojos me
ruegan que retire lo dicho. Hay un silencio de pura sorpresa en la habitación, como el
que hay al instante de escucharse un vidrio rompiéndose. Por supuesto, si fuese
solamente un vidrio roto lo podría arreglar con un movimiento de mi varita. Lo que se
acaba de romper no podrá ser arreglado fácilmente y, lo que es peor, no estoy seguro
de que lo fuera a arreglar aunque pudiese.

Si yo fuese un hombre mejor, trataría de explicar que con todas las cosas que tengo
que lamentar, se me exige arreglar las más cercanas a mí, para así no hundirme bajo
el peso de mi propia culpa. Resulta, sin embargo, que no soy un buen hombre, y antes
mearía sobre las cenizas de mi querida madre que rescatar crímenes de hace veinte
años por los cuales he hecho bastante más que arrepentirme. No voy a darle
explicaciones. No tengo por qué hacerlo.

Empieza a recoger sus cosas y me vuelvo a mis exámenes, mirando las respuestas
garabateadas como si pudieran de alguna forma transformarse en instrucciones de
qué hacer ahora. Una vez ha recogido sus cosas, se pasa la mochila por los hombros
y me da la espalda.

—Deberías decir algo.

Las palabras «Lo siento» hacen eco débilmente en mi mente desde algún absurdo
rincón de mi persona. Por fortuna, mueren en el viaje hacia mi boca. Una calma fría se
expande a través de mí como no la he sentido en años. Se parece a volver a casa.

—Buenas noches, señor Potter.

------------------------------------------------------

—Hola —dice cuando entra en mi oficina, pero se queda cerca de la puerta como si
estuviese anticipándose a una salida rápida.

—Potter —respondo en voz baja, dirigiéndole una breve mirada de reconocimiento.

Lo escucho suspirar.

—Mira, anoche…

—Preferiría que discutiésemos esto más tarde, si no te importa.

—No estaré aquí mas tarde —dice malévolamente. La puerta se cierra. Lo miro de
nuevo con una expresión de vaga curiosidad—. Es sólo que… no creo que pueda…

—¿Qué?, ¿hablar? Tal vez te dé una pluma y un pergamino para que pongas ahí lo
que viniste a decir antes de que envejezcamos.

110
—No voy a venir más aquí —dice fríamente, sus ojos fijos en mí, tratando de detectar
alguna reacción.

El repentino peso en mi estómago es más sorprendente que las noticias que me ha


dado. Levanto una ceja y lo miro durante un momento con lo que espero sea una
expresión de aburrimiento.

—Muy bien —digo, una vez me las arreglo para respirar de nuevo—, informaré al
director. Que tenga un buen día.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —Su voz vacila levemente, y veo cómo lucha
por mantener su expresión bajo control.

La esquina de mi boca se curva.

—¿Qué?, ¿creías que me tendrías a tus pies pidiéndote que me perdones? Crece,
niño estúpido. Y sal de aquí.

No puedo decir qué es lo que me enoja más: que él no se altere ante mi abuso, o que
casi lo hago yo. Mantengo su mirada con obstinación, y contemplo la rebeldía que se
disipa en sus ojos para no dejar nada en su lugar… Vacío.

—Yo se lo diré a Dumbledore —dice—. Será mucho mejor si viene de mí. —Se da la
vuelta y abre la puerta. Murmura algo que ha podido ser un «nos vemos» antes de
irse.

Lanzo un suspiro que no me había dado cuenta de estar sosteniendo y me quedo


mirando la puerta un largo rato, como si esperase que volviera. Pero no lo hace.

Después de un momento, la sólida bola que está en mi estomago se disuelve. Cojo el


vaso de plata de mi escritorio, ignorando el hecho de que ha sido él quien me lo ha
dado. Bebo hasta el fondo, hasta que el dulce sabor del brandy lava las palabras que
debí haberle dicho. Debería sentir algo, algo más que ese intrigante vacio y el vago
asombro que danzan en mí.

Realmente piensa que esto ha terminado.

Río con incredulidad y tomo otro trago.

No caerá esa breva.

------------------------------------------------------

Salgo del Gran Comedor con paso decidido. Sé que me sigue. Puedo sentir la marca
de las malditas gafas de media luna en la parte de atrás de mi cabeza. Casi he llegado
a las escaleras que me llevarán a la seguridad de las mazmorras cuando alza la voz.

—Severus.

111
Maldita sea.

No me detengo, pero disminuyo la velocidad. Después de dos semanas de evitar al


hombre, negándome de manera educada a sus invitaciones a la hora del té y
esquivando confrontaciones en el pasillo, empiezo a cansarme de huir. Esta
conversación es inevitable.

—Albus —digo, en el tono de voz de una persona que no tiene tiempo para hablar.
Pero con mis nuevas tardes de libertad, no tengo más que tiempo. Él lo sabe.

—¿Cómo estás? —me pregunta.

—Estoy bien, ¿por qué lo preguntas?

Se ríe por lo bajo.

—Siempre lo hago.

—Sí, ¿pero por qué?

Se ríe más fuerte esta vez, y me pone una mano en el hombro. Exhalo irritado y me
volteo hacia él.

—Albus…

—¿Cómo estás? —Me mira por encima de sus gafas.

Consigo no poner los ojos en blancos insolentemente. Me contento con la insolencia


que imprimo en el tono de mi respuesta.

—Estoy bien, gracias. ¿Cómo estás tú?

Me marchito bajo su mirada interrogante como un niño al que le echan un buen


sermón.

—¿Qué ha pasado? —me pregunta con una voz que casi suena acusadora. Pienso en
jugar a hacerme el tonto, pero supongo que no se lo creerá.

—No ha pasado nada. Ya no necesita mis sesiones de estudio —digo llanamente.

—Eso es exactamente lo que él me dijo, y no me lo creo. ¿Qué ha pasado? —


pregunta de nuevo.

Sonrío.

—Una discusión entre amantes. —Comienzo a caminar de nuevo. Él me sigue de


cerca.

—Nada demasiado serio, espero.

Le lanzo una mirada asesina. Me devuelve una sonrisa.

112
—Es un crío de dieciséis años que finalmente ha decidido dejar de pasar su
adolescencia encerrado en una mazmorra con un hombre que lo detesta. Deberíamos
aplaudirlo por tomar posiblemente la única decisión sabia de su vida. Bien podría ser
la última.

Frunce el ceño y suspira ante la pronta realización de que esto posiblemente signifique
el final de mi declaración.

Sí, soy un insensible. Maldecidme si os atrevéis.

Camina silenciosamente a mi lado y el aire vibra de expectación, a través de mi


obstinación.

—Fue decisión suya —repito de nuevo—. Y fue una decisión que venía esperándose.
Él no me necesita y yo estoy feliz de recuperar mi privacidad.

Aunque esté vacía.

Detente.

—Tal vez estés en lo cierto —dice, después de un momento de silencio


contemplativo—. Ya le has dado mucho más de lo que esperaba que le dieras,
Severus. Y si Harry sintió que era suficiente, supongo que deberíamos tomar esto
como un progreso. Parece estar arreglándoselas bien.

Demasiado bien, pienso. No sé si debería estar ofendido o no de que nuestra pequeña


ruptura no parezca estar afectándolo. Estoy dividido entre querer golpear en la cabeza
al pequeño idiota y el sentir un extraño, lejano orgullo por su calma. Come bastante
bien. No parece estar más cansado de lo normal. Incluso se ríe con sus inútiles
amiguitos como si nada hubiese cambiado. Como si toda su vida no se hubiese
derrumbado a su alrededor. Si no fuese por el hecho de que no me puede mirar a los
ojos, parecería como si el último año y medio nunca hubiese existido.

Le odio.

—Bastante bien. Y ahora, Albus, si no hay nada más, tengo estudiantes a los que
suspender. —Sonrío, y él se ríe por lo bajo.

Me da unas palmadas en la espalda y gira para subir las escaleras.

—El chico siempre ha sido un buen mentiroso —dice, a modo de despedida.

Me doy la vuelta, con el ceño fruncido, y lo miro marchar. Se me ocurre que está
tratando de hacerme sentir mejor, como si pensase que yo lamento que el chico se
haya ido. El niño estaba a mi cuidado porque no se las podía arreglar por sí solo. Y
aunque sea verdad que nos acercamos más de lo que Dumbledore esperaba, mi
apego al niño no era más fuerte que mi apego a mi trabajo. Ambos ayudan un poco a
llevarme a un entierro temprano y volver mas delgada la mucosa de mi estomago. No
necesito consolación por perder a alguien, debo celebrar.

Después de todo, uno no se lamenta por la pérdida de un tumor.

113
Con eso en mente, regreso a mi oficina, donde prenderé el fuego y beberé otro trago
por mi liberación. Y luego otro. Y continuaré hasta estar totalmente convencido.

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—¿Profesor Snape?

Su voz es como agua helada bajando por mi columna vertebral. Trato de no gruñir
cuando lo miro.

—Su castigo es con el Señor Filch.

—Él ha dicho que no sabía nada del tema —dice, casi con el mismo tono de voz
despectivo que yo acabo de usar.

—Bobadas, he… —olvidado por completo enviar la notificación, me doy cuenta de


repente.

—Estás enfadado —dice, entrando en la habitación—. Y tienes un aspecto horrible.

—Veinte puntos menos para Gryffindor, señor Potter. Recuerde quién soy.

—Volvemos a eso, ¿no? Estás siendo un imbécil. —Cierra la puerta y camina hasta
sentarse en la silla frente a mi escritorio.

Soy totalmente consciente de que renuncié hace mucho tiempo a cualquier poder que
pude haber tenido sobre el mocoso, pero estoy dispuesto a interpretar mi papel de su
superior hasta donde él siga el juego. Me hago ilusiones.

—¿Ha venido a insultarme y asegurarse de que su casa pierda todos los puntos? ¿O
hay alguna razón para que todavía esté aquí?

—Tengo un castigo. —dice, su cara una perfecta máscara de inocencia.

—Lo absuelvo de él. Váyase.

—Creo que no se lo has dicho a Filch a propósito. Porque me echas de menos. —Una
pequeña sonrisa se posa en sus labios en el tiempo que me lleva enfurecerme por su
descaro. O su intento de ser encantador; no me importa realmente cuál de los dos.

—Cincuenta puntos, señor Potter. Si tengo que decirle una vez más que salga tendrá
castigo todas las noches hasta el final del semestre —digo en voz baja—. Y puedo
asegurarle que esta vez no me olvidaré. —Estoy bastante satisfecho por mi capacidad
de evitar que mis palabras se arrastren a pesar del hecho de que a duras penas puedo
mantener la vista enfocada en su cara. Entrecierro los ojos, esperando que eso ayude.
Después de un momento me doy cuenta de que no se ha ido y que, por lo que parece
ser, no tiene intención de hacerlo.

114
—Maldita sea, Harry, ¿qué quieres? —suspiro, dejando a un lado todo mi fingido
control y recostándome en la silla. Cierro los ojos y me paso una mano por la cara.
Que me maldigan por mi debilidad, pero a estas alturas no me importa. Cuando no
dice nada, abro los ojos para encontrarlo mirándome con una expresión peculiar.

—Ya no estoy enfadado contigo —dice suavemente.

Sus palabras invocan una risa de incredulidad.

—Oh, bien. Entonces ya puedo seguir con mi vida —digo secamente.

—Yo sólo… No me lo pones fácil, ¿lo sabías? Sé que no te gusta hablar de lo que
pasó, pero… bueno, Voldemort me jodió la vida. Y… —Toma aire profundamente,
como si estuviese tratando de retomar un discurso que obviamente ya había
preparado antes de venir aquí. Me mira y luego mira a lo lejos cuando sus ojos se
encuentran con los míos. Comienza de nuevo, un tono de voz más suave esta vez—.
Necesito entenderlo. Quiero saber por qué te convertiste en uno de ellos y por qué los
dejaste. Tal vez no debería importar, pero lo hace. Para mí.

Coge una pelusa imaginaria de su túnica y de repente está tan abatido como pensé
que debería haber parecido todo este tiempo. Como si la máscara que ha estado
usando durante el último mes se desvaneciera, dejando un niño roto en vez de al
imbécil alegre y petulante que he aprendido a detestar ávidamente. Por un momento
quiero decir algo para hacerlo sentir mejor.

Y luego recuerdo que me trae sin cuidado lo que a él le importe. No quiero hablar de
ese tema. Abro la boca para decirle justamente eso cuando me interrumpe.

—¿Sabías que él iba a intentar matar a mis padres? —grazna.

Antes de que se me pase por la cabeza mandarlo a la mierda, se levanta y niega con
la cabeza.

»Lo siento, yo… olvídalo. Buenas noches, Sev… profesor Snape.

Me siento mareado ante la velocidad con la que cambia de idea. O tal vez es la copa
llena de brandy que me he tomado. No importa la razón, cierro los ojos para detener el
mundo y no parezco ser capaz de entender lo que me dice desde la puerta a través de
los golpeteos que hay en mis oídos. Abro los ojos para encontrarlo mirándome
fijamente.

Mi mente obstinada se queda en silencio mientras busca en ella el eco de lo que me


ha dicho. Claramente está esperando una respuesta. Me acomodo.

—Buenas noches, señor Potter.

Aprieta los labios, enojado. Aparentemente era la respuesta errónea.

—Eran mis padres. Si no lo niegas, voy a pensar que lo sabías. O algo peor. —Su voz
se ahoga y aunque no puedo ver claramente su expresión, sí oigo la súplica en su voz.

115
Tal vez me maldeciré un millón de veces por permitirle obligarme a hacerlo, pero le
respondo. No puedo decir por qué, exactamente, excepto que preferiría ser odiado por
las cosas que he hecho que por las que no. Hablo sin mirarlo a la cara.

—Lo sabía. Traté de evitarlo. Tu padre no… —quiso escuchar, estoy a punto de decir.
Se me ocurre que sí escuchó. Y que no debió haberlo hecho.

Mi estómago se hunde ante la idea, y me tapo la boca para evitar perder la comida
que me he forzado a ingerir hoy. Algo de mi instinto de conservación razona que no
podría haber sabido que había sido Pettigrew y no Black. Pero fui yo quien fue a él.
Quien lo convenció de no confiar en Black. Le mostré la marca. Nunca olvidaré la
mirada de disgusto en su cara. Traición. Falta de creencia. Arrogancia.

—¿Severus?

—Hm —consigo emitir. Luego me doy cuenta que me he detenido a mitad de frase.

—¿Estás bien? —Se abre paso hacia el otro lado de la habitación, y me alcanza para
retirarme el cabello de la cara que cae de nuevo obstinadamente.

—Vete. —Me levanto, obligándolo a dar un paso atrás. Alcanzo a sostenerme contra el
escritorio.

—Severus, ¿estás…?

—Estoy bien, Potter. Sal de una puta vez —gruño, empujándolo con una firmeza que
debería agradarme más de lo que lo hace.

El dolor que veo en sus ojos mientras me vuelvo hacia él me enfurece. No tiene
derecho a estar lastimado. Fue él quien decidió terminar con esto. Y seré maldecido
antes de permitirle que me haga sentir culpable por eso.

Respira profundamente y camina hacia la puerta, abriéndola de par en par y


cerrándola después de un portazo. En el silencio que sigue, trato de recordar que no
me importa lo que él piense. Trato de no pensar en los días en que nunca me
escuchaba cuando le decía que se fuera. El aire pesa por su ira y mi odio a mí mismo.

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Me ha llevado dos meses reconstruir la vida que llevaba antes de que el la invadiera.
Uno podría olvidar que ha estado aquí, si no fuese por la silla y la copa que se han
convertido en una parte de mi existencia diaria tan importante como mi varita, y que a
duras penas lo traen a mi mente ahora. El escritorio se ha ido, la otra silla está vacía y
las sábanas están ya libres de nuestras transgresiones. Él mismo se ha fundido entre
la multitud de tontos detestables que pululan en esta escuela.

Yo estoy… bueno, nunca he sido feliz, pero la amargura general que había teñido mi
vida durante más años de los que él ha estado vivo se ha restablecido, y me recuerda
que de todos modos prefiero estar solo.

116
Los pasillos del castillo casi vibran de quietud después de medianoche. En las raras
ocasiones en que encuentro una criatura, viva o muerta, es fácil mandarlo
arrastrándose al lugar de donde vino. Hay algo de poder que uno consigue cuando
hace que sus pasos resuenen contra las piedras. Las sombras escuchan, los retratos
abren los ojos perezosamente, los ecos resuenan para hacerlo sentir a uno más
grande que la vida.

O simplemente muy solo.

He dejado de esperar encontrármelo en los pasillos, tropezarme con una figura tapada
por una capa. Deliberadamente me he rehusado a usar mi mapa, porque no me
importa lo que él haga por las noches. Y si está en los pasillos después del toque de
queda, dejaré que alguien más lo atrape. Él ya no es mi preocupación. Ya no es mi
problema.

Ya no es mío.

Gracias a Merlín y buen viaje.

Vigilo deliberadamente lejos de la torre de Gryffindor y me dirijo a Ravenclaw.


Encuentro que el pensativo silencio que habita esta parte de la escuela está mejor
equipada para aburrirme lo suficiente conseguir unas horas de sueño antes del ocaso.
No hay nada como una buena dosis de intelectualismo pretencioso para atontar mi
mente. La torre de Ravenclaw apesta a él.

Cuanto más camino, menos cansado estoy. Me pregunto, tal vez, si una poción para
dormir sea más útil esta noche, por mucho que deteste utilizarlas. Pero algo suave.
Dormir sin sueños, tal vez.

Estoy listo para descender cuando noto un zumbido eléctrico que identifico como un
hechizo silenciador… que, por lo general, sólo puede significar una cosa. Sonrío con
siniestra satisfacción y doy un paso hacia la puerta cerrada. La magia lame mi piel
cuando mi mano alcanza el pomo. Silenciosamente, lo giro y abro la puerta para
revelar una especie de almacén. Respirando hondo, llego al borde del hechizo para
encontrarme con los sonidos trabajosos y acalorados de una respiración. Un armario
grande bloquea mi vista de la escena. Le doy la vuelta.

A primera instancia, la imagen no queda registrada: piel pálida, cabello oscuro rebelde,
una cicatriz rosada que atraviesa la mitad derecha de su espalda, pálida ahora por la
luz azul que llega de una ventana cubierta de polvo. No es hasta que su voz penetra el
aire rancio, despejando el pesado silencio, que mi mente vuelve al presente. Mis
pulmones se expanden dolorosamente, empujando al interior un aire que me gustaría
ignorar.

Doy un paso, y mis botas raspan sonoramente la piedra. Ambos niños saltan y se
giran, uno de ellos escurriéndose casi cómicamente a una esquina. El otro se queda
quieto, estúpido. Sonrojándose visiblemente incluso con esta luz.

—¡Profesor!, nosotros…

El otro chico pierde el hilo. A Potter no se le ha ocurrido cubrirse. A mí no se me ocurre


hablar. Me invade la casi inevitable urgencia de huir de la escena, regresar a las
mazmorras y tomar vastas cantidades de licor hasta que me las arregle para olvidar o
para estar tan borracho que no me importe.

117
Pero se supone que debo decir algo.

—A las Salas Comunes. Ya —digo, con una voz demasiado ronca para ser mía.

—Sí, señor —susurra el chico de Ravenclaw. Le disparo una mirada compulsivamente


dura antes de salir. Camino rápidamente hasta el borde del hechizo silenciador y tomo
una profunda bocanada de aire.

—Ni siquiera nos ha quitado puntos —escucho susurrar al otro chico—. Creo que se
ha ablandado.

—Tú cállate —murmura Potter.

Salgo del límite del hechizo y de alguna manera regreso a mi habitación, sin saber qué
camino he tomado.

Traducción: Loves

118
CAPÍTULO 9 – SECRETOS

Casi me siento enfermo mientras subo las escaleras hacia el despacho de


Dumbledore. No sé exactamente por qué me ha llamado, pero tengo un
presentimiento. Uno muy malo.

Uno que se confirma cuando entro por la puerta para ver tres sillas frente al escritorio.
La cabeza de Sirius aparece tras un alto respaldo. Se levanta y hace como si fuese a
dar un paso hacia mí, pero se detiene. Ni siquiera necesito ver quién se sienta en la
silla de la izquierda. Noto su presencia. No se gira.

—Buenas tardes, Harry —me saluda Dumbledore, con una sonrisa que no parece
alcanzar sus ojos. Mi propia mirada cambia para observar bien a Sirius. Sus ojos están
inyectados de sangre y la esquina de su boca se curva difícilmente, por lo que le
cuesta mantener la sonrisa. No tengo que mirarlo a él. Ya sé qué aspecto tendrá.
Imagino su expresión como la misma que ha tenido en las últimas semanas. Fría.
Muerta.

Aunque me hubiese gritado, creo que no me habría sentido tan enfermo. Casi quiero
estar enfadado con él. Celoso. Incluso resentido. Puedo soportar su odio. Su apatía,
no. La forma en que me mira como si no estuviese en su presencia. Preferiría que las
cosas regresaran a la forma en que eran antes. Antes de todo, cuando él me
detestaba y yo estaba convencido de que estaba intentando matarme. Al menos eso
era algo.

No como esto.

—Hola, Sirius, Profesor Dumbledore —digo, y camino al otro lado de la habitación


para tomar la silla del medio. Sólo cuando aparece ante mi vista, asiento—. Profesor.

—Señor Potter —dice, sin mirarme realmente. Sus ojos se posan sobre mí, pero no
están enfocados. Se gira de nuevo para mirar al director. Me siento.

Debería haber ido detrás de él después de que me encontrara. Después de que


abriera la puerta y viese…

Debería haber ido tras él. Tal vez habría cambiado todo si pudiera haberle explicado
que no fui yo a quien vio esa noche, sino a alguien que estaba intentando ser. Que
Jeremy, y Eric, y Thaddeus, y todos, no eran mis amantes. Eran chicos que estaban
tocando a otro chico que ni siquiera yo conozco.

Uno que ni siquiera me gusta especialmente.

Rechazo su oferta de té y espero a que diga lo que en el fondo sé que va a decir.

—Harry, hemos estado discutiendo los planes para el verano, y nos sentiríamos más
tranquilos si pudieras pasar la primera parte de tus vacaciones aquí, en Hogwarts.

Y ahí está. Esto se ha convertido en algo casi ridículo. Me pregunto si él también lo ve


así.

119
Lo miro a él, y después a Sirius. Ninguno de ellos me mira. No directamente. Respiro
profundamente y mis ojos se encuentran con los de Dumbledore.

—¿Por qué? —pregunto, sabiendo muy bien que no conseguiré respuesta. No una
sincera.

Sirius se aclara la garganta y me giro. Sonríe como pidiendo disculpas.

—Es sólo hasta después de tu cumpleaños —dice. Su voz está extrañamente rota,
noto—, sólo para estar seguros. Si te pasara cualquier cosa, nunca me lo perdonaría.
Mi magia todavía no es lo que debería ser. No quiero correr ningún riesgo. —Mira a
través de mí, para luego dirigir la vista a Snape y a Dumbledore y de nuevo a sus
manos.

Me está mintiendo cara a cara.

Cierro la boca y asiento.

—Así que no estarás conmigo en mi cumpleaños —digo, resignado. Un peso se forma


en mi pecho. No me había dado cuenta de cuánto había estado deseando ese
momento. Hacer algo como un mago normal. Con una familia más o menos normal.

—Lo siento —dice quedamente.

Me pongo una sonrisa valiente, como quien se pone una máscara. No hay motivo para
que los dos nos sintamos como una mierda.

—Está bien. Lo celebraremos después —digo, con más alegría que la que en verdad
siento. Hago una mueca ante mis pobres habilidades para actuar. Por fortuna,
Dumbledore se aclara la garganta para salvarme.

—Bueno, Harry, si no tienes objeciones, creo que seguiremos el mismo procedimiento


del último año. —Sonríe, mirándome por encima de las gafas. Está estudiando mi
reacción, pero yo tengo cuidado de no proyectar ninguna. Le devuelvo la sonrisa y
asiento. Mis ojos se mueven automáticamente hacia él. Asiente de forma cortante y se
levanta.

—Si eso es todo —dice, y no espera respuesta antes de caminar hacia la puerta. Yo
también me levanto, seguido por Sirius.

—Sólo un momento, Severus. Harry, puedes ir a cenar. Hablaremos de nuevo antes


de que comiencen las vacaciones.

Sal, queremos hablar de ti.

—¿Te veré después? —pregunto a Sirius.

—Claro —dice, y me da una torpe palmada en la espalda.

Me doy la vuelta y salgo del despacho. Me obligo a mirarlo a los ojos cuando paso a
su lado. Le ofrezco una pequeña sonrisa.

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Creo haber visto la esquina de su boca moverse un poco hacia arriba. Paso el resto de
la noche fingiendo que no han sido imaginaciones mías.

------------------------------------------------------

Salgo del pasillo de la oficina de Dumbledore pesando trescientos kilos más que
cuando he entrado esta tarde. Oigo los pasos asimétricos de Black detrás de mí. Casi
he llegado a la entrada al Gran Comedor cuando sus pasos se detienen. Deja salir un
suspiro ahogado. El sonido rechina por mi odio inherente a este hombre, enterrando
algo que se parece sospechosamente a la compasión. Contra mi propio juicio, vuelvo
la vista. Él observa el vacío.

—¿Estás bien? —pregunto, maldiciéndome cuando las palabras abandonan mis


labios. Recuerdo vagamente cómo es conocer la fatídica verdad sobre el chico. Sólo
puedo imaginar cómo habría sido si el mocoso me hubiese importado en ese
momento.

Asiente estúpidamente, pero no estoy seguro de si ha entendido la pregunta.

No importa.

Sigo mi camino hacia la mazmorra, sosteniendo su vaga afirmación como un escudo


frente a la culpa nacida de la compasión que está esperando para atacarme.

—¿Cuánto hace que lo sabes?

Por muchas veces que haya querido ver a Sirius Black humillado y desgraciado, no
estoy preparado para el vacío que hay en su voz. Como tampoco lo estoy para la
miseria en su cara cuando me vuelvo a mirarlo.

—Lo suficiente como para haber aprendido a ignorarlo —respondo. Asiente de nuevo
y yo intento escapar una vez más. Mi pie, posicionado para descender, se resiste a
caer. Suspirando suavemente, me giro de nuevo.

Quiero asegurarle que su ahijado todavía es su ahijado a pesar de cualquier otra cosa
que también sea. El niño, como tal, no ha cambiado. Todavía sigue siendo el
condenado Harry Potter, el eterno cabeza hueca, el idiota valiente, el maldito niñato
encantador que siempre ha sido. Pero las palabras no salen. En vez de eso le
devuelvo la misma expresión atontada que él me dirige.

—¿Por eso le ayudaste? —pregunta después de un momento.

—Le ayudé porque es mi trabajo. Es mi estudiante —respondo sin pensar. No podría


asegurar si es mentira o no. Aunque empecé a hacerlo antes de ser maldecido con el
conocimiento que ahora guardo, no sé si habría continuado de no ser por éste. Su
aflicción ciertamente lo hace más interesante.

Cuando no dice nada más, me doy la vuelta y sigo andando. Voy a medio camino por
las escaleras cuando escucho sus pasos inseguros detrás de mí. Entro al Gran

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Comedor y tomo las escaleras que llevan a las mazmorras. Es cuando bajo al pasillo
que me doy cuenta de que aún me sigue. Me vuelvo hacia él con una ceja levantada.

Se detiene, y veo la comprensión llegar a su rostro. Mira de un lado a otro para


confirmar que está realmente siguiéndome. Mira atrás con la patética expresión de un
cachorro perdido.

—¿Te puedo ayudar en algo? —gruño. El desdén que he tratado de poner en la


pregunta queda restringido por la irritable sensación de lástima hacia el hombre.

—Yo… —dice estúpidamente, y luego niega con la cabeza. Mira por encima del
hombro como si las respuestas a un acertijo que le ha estado quebrando la cabeza
estuvieran ahí. Estúpido. La respuesta yace en el fondo de una botella de licor.

—Sígueme —suspiro antes de retomar mi camino. No sé qué me fuerza a ayudar al


bastardo, pero sea lo que sea, recodaré matarlo más tarde. Para cuando llegamos a
mi cuarto, mi estómago nada en mitad de un pánico enfermizo y cada golpeteo de sus
botas contra las piedras manda temblores de náuseas a través de mí. Odio a este
hombre. Lo he odiado desde el primer momento en que vi su sonriente y soberbio
rostro de once años en la mesa de Gryffindor.

Tomo aliento profundamente mientras abro la puerta y miro por encima del hombro
para verlo venir detrás de mí, moviéndose como un sonámbulo. Me hago a un lado y
aparto la vista cuando cruza la entrada hacia mi sala de estar. Cierro la puerta detrás
de nosotros y me dirijo inmediatamente a mi licorería personal.

—Toma. —Le paso una copa de escocés. La acepta con ambas manos y luego mira el
líquido. Después de un momento, me da las gracias. No puedo evitar notar que su
agradecimiento va más allá que lo que merece un vaso de escocés.

Se sienta en esa silla. Aprieto los labios y no digo nada; me siento en la otra silla. Con
éxito evito deslizarme al suelo con igual rapidez. Probablemente sería más cómodo.

Ninguno de los dos habla. Sospecho que no se ha dado cuenta realmente de donde
está. Yo estoy tratando de ignorar esa idea… sin mucha suerte. Comienzo a
preguntarme qué demonios me ha poseído para invitarlo aquí. No seré capaz de
ofrecerle consuelo. Ni siquiera tengo el interés que eso requiere. Silenciosamente
hago juramento de no volver nunca a actuar por compasión. Hubo un tiempo en el que
no habría tenido que hacer esa promesa.

Maldigo al chico unas mil veces por arruinar mi vida.

—Dioses, ese pobre niño. —Por supuesto, cuando finalmente habla, dice algo
estúpido. Supongo que no debí haber esperado más. Hago una mueca, pero me
muerdo la lengua.

Para ser justos, escuchar el destino de ese niño de nuevo ha logrado recordarme lo
precariamente que se agarra a la vida. Black acaba de oír la noticia por primera vez.
Imagino que debo permitirle estar petrificado.

»Quiero decir… joder. —Se restriega la cara con una mano mientras traga el
contenido de su vaso. Parece haber olvidado mi presencia por completo. Prefiero que
se quede de esa forma. Cuanto menos tenga que hablar, mejor. Él niega lentamente,
mirando al fuego—. ¿Y ahora qué se supone que hago?

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Suspiro, irritado. Inmediatamente lamento haberlo hecho, ya que el sonido llama su
atención. Me mira y se tensa defensivamente. Casi puedo oír cómo trata de encontrar
alguna forma de que esto sea culpa mía. Entrecierro los ojos y me preparo para
desbaratar sus acusaciones.

Sorprendentemente, no dice una palabra, pero suelta otro suspiro de desconsuelo. No


sé que es más perturbador: su estupidez o su desesperación. De todos modos, decido
que me contendré de maldecirlo, así necesite todo el autocontrol que pueda recabar.
Dejo la bebida en la mesa de té y pongo las manos sobre mi regazo.

—Supongo que harás lo que yo he hecho. Olvidar todo el asunto hasta que sea
necesario pensar en ello —digo, aplaudiendo mi reserva de tranquilidad. Milagrosa,
realmente, dadas las circunstancias.

Me mira hasta que me doy cuenta de que se ha vuelto catatónico. Casi estoy listo para
empujarlo con algo cuando asiente.

—Odio que hayas sabido esto antes que yo.

—No sabía que esto fuese una competición. Si te sirve de consuelo, habría preferido
no saberlo nunca.

—¿Por qué tú? Quiero decir… ¿Por qué te lo dijo? —pregunta. Parece como si
estuviese tratando de dilucidar la lógica de Dumbledore. Como si el hombre alguna
vez actuase con lógica. Resoplo.

—Si alguna vez lo averiguas, asegúrate de contármelo. Aunque sospecho que tiene
algo que ver con el hecho de que tú anduvieras jugando al fugitivo —espeto. Estoy
más que decepcionado ante la falta de respuesta por su parte hacia mis ataques.

—Ni siquiera te cae bien —dice a sus rodillas, tratando al parecer de encontrar
solución al problema.

Aprieto los labios y tomo aliento calmadamente antes de hablar.

—No necesitaba caerle bien a nadie. La gente a la que caía bien era la que lo estaba
matando. Yo lo entendía. Eso era suficiente.

—¡Tú no lo entiendes! —grita. Momentáneamente me quedo estupefacto al ver cómo


una chispa de verdadera ira enciende sus ojos. Me doy cuenta, no sin algo de
asombro, de que no tengo deseos de discutir eso con él. En absoluto.

—Muy bien —digo, tragándome mi autodesprecio. Así que esto es volverse viejo.

—Él no es como tú —continúa Black.

Suspiro y recojo mi bebida. Que se joda el autocontrol.

—Estás absolutamente en lo cierto. —Bebo el contenido de mi vaso. El escocés baja


amargamente, con un marcado sabor a derrota. Veo cómo me mira con sospecha,
aparentemente esperando la oración que trae el golpe.

—No lo es —insiste, y bebe su vaso antes de dejarlo en la mesa.

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Río y sacudo la cabeza.

—El caso es que cuando le sea dado el conocimiento de lo grave que es su condición,
no recurrirá a ti —digo finalmente, complacido de escuchar al menos un poco de
malicia en mi voz. Casi suspiro, aliviado de no haber perdido mi capacidad para ser
cruel.

—Supongo que piensas que acudirá a ti en busca de apoyo —espeta. Una parte de mí
se pregunta si él también está aliviado de que hayamos vuelto a nuestros papeles
usuales.

—No, acudirá a mí buscando olvidar. —Sonrío, mostrando una expresión de confianza


en mi cara. A decir verdad, probablemente no lo hará. Acudir a mí. En busca de nada.

Y yo tampoco quiero que lo haga.

—No deberías ser tú —se queja.

Como si hubiera necesidad de expresar eso en voz alta. Pues claro que no debería ser
yo. No pedí el trabajo, y estaría mejor si nunca hubiese caído en mi regazo. Podría
lloriquear felizmente por rencores de hace tiempo, en vez de pasar cada jodida noche
lloriqueando ante los recuerdos sensuales de su presencia.

O huyendo de ellos, más bien. Mi estómago se revuelve cuando se me ocurre que


tendré que volver a pasar por todo el proceso de nuevo. Que regresará, listo para otra
ronda del juego favorito de todos, ¿Cuánto Puede Aguantar?, con Albus Dumbledore
como presentador.

Me sirvo otro vaso y me tomo todo su contenido de un trago.

—Bueno, ha sido una charla verdaderamente agradable, pero me temo que debo
pedirte que te vayas. Parece ser que voy a dedicar otras vacaciones que me he
ganado con el sudor de mi frente haciendo algo que no debería hacer, y me gustaría
pasar solo el poco tiempo que me queda.

—Lo abandonaste. No mereces la lealtad que te tiene.

Una risa explota en mi boca antes de que tenga la oportunidad de atraparla.


¿Lealtad?, ¿abandonarlo yo?

—¿De qué mierda estás hablando?

—¿Por qué terminaron las sesiones de estudio, Snape? Qué pasa, ¿ocupaba
demasiado del tiempo que empleas en beber?, ¿es eso?

Convierto mis ojos en pequeñas rendijas.

—Sí, eso debe de ser. O tal vez fue él quien las terminó para tener más tiempo para
su acuciante vida sexual, pero creerás lo que desees creer. Ahora, si no te importa…
—Abro la puerta y hago un gesto para que salga.

Se detiene, mirándome como si estuviese tratando de determinar si le estoy diciendo


la verdad o no. Sacude la cabeza; aparentemente ha llegado a una decisión.

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—No me ha dicho nada de estar…

—¿Harry Potter tiene secretos? ¿Dejará de sorprendernos alguna vez?

—¿Qué le has hecho?

Qué no le he hecho, quisiera responder. Sería una forma segura de escapar a la


última tarea que se me ha asignado. Y a todas las demás. Sospecho que al final se me
daría una cura para esa horrible enfermedad llamada vida. Mi parte masoquista, ésa
que algunos podrían llamar instinto de supervivencia, pone otra respuesta en mi
lengua.

—No seas imbécil. Se fue porque se sentía lo suficientemente bien como para irse.
Deberías estar celebrándolo. Ya no me necesita.

Me mira, escéptico, suspirando profundamente.

—Necesito hablar con Remus.

—Bueno, pues no vas a encontrarlo aquí. Tal vez deberías probar en su habitación —
espeto, señalando una vez más al pasillo.

Por fortuna, esta vez funciona. Casi guardo esperanzas de que se vaya sin decir una
palabra más, hasta que se detiene frente a mí.

—Él confía en ti, Snape. Merlín sabe por qué, pero no confía en mucha gente. Sólo…
no dejes que le pase nada. Por favor.

Qué enternecedor. Como si yo tuviese el poder de salvarlo. Como si alguien lo tuviese.


No. No dejaré que la responsabilidad de esta alma maldecida caiga sobre mis
hombros. Otra vez no.

Lo miro salir de la estancia y cierro la puerta. Mirando alrededor, decido que lo primero
y más urgente que tengo que hacer es organizar los muebles. Y luego montones de
licor.

Tal vez el licor deba ir primero.

------------------------------------------------------

—Me alegro de que estén muertos.

—¿Quiénes?

—Lily y James. ¿Te imaginas…?

—Eso no es justo, Sirius.

—Esto los habría matado.

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Me detengo frente a la puerta de Lupin. Venía sin intenciones de espiar, pero… lo
hago.

—Tal vez ya lo sabían —dice Lupin quedamente.

—James me lo habría dicho.

—Tal vez es por eso que se escondieron. Sabían que Voldemort estaba tras ellos.
Tras Harry.

—Ellos no sabían esto. No podían saberlo. —La voz de Sirius se rompe y lo escucho
suspirar—. Soy su maldito padrino, Remus. Tenía derecho a saberlo.

—No sabían si podían confiar en ti, Sirius. No sabían en quién confiar.

—Ellos no. Dumbledore debería habérmelo dicho. Ciertamente tengo más derecho
que Snape.

—No empieces otra vez. Honestamente, el único de nosotros que tiene derecho a
saberlo es Harry.

Como si fuese una señal, salgo de la esquina.

—¿Derecho a saber qué? —Ambos se quedan mirándome estupefactos. Busco los


ojos de Lupin y él me retira la mirada, negando con la cabeza—. ¿Qué? —Insisto de
nuevo—. ¿Sirius? —Sirius también se resiste a mirarme—. ¿Profesor?

—Lo siento, Harry, esto no lo puedo hacer yo —dice Lupin.

—Ya —digo con fuerza—. ¿Entonces quién puede hacerlo?

Espero que alguien diga algo. Que me digan que me largue o me digan la verdad,
llegados a este punto no me importa. Cualquiera que sea el secreto, es la razón por la
que Sirius estaba actuando de forma tan extraña ayer. Es la verdadera razón por la
que no iré a casa este verano.

Después de un largo e irritante momento en el que queda muy claro que nadie me va
a decir nada, salgo, sin dirigirme a ningún lugar en particular. Oigo a alguno de ellos
decir mi nombre, pero estoy demasiado enfadado como para que me importe.

Casi seis años después de que hiciera mi gran aparición en el mundo mágico, todo el
mundo sigue sabiendo mucho más de mí que yo. Y, después de seis años, se ha
convertido en algo tedioso. Para poder aprender cualquier cosa, debo enfrentarme
literalmente con la muerte. Si la gente se limitara a decirme la verdad, nos ahorraría a
todos grandes cantidades de dolor y energía.

Obedeciendo un impulso, me encamino hacia las mazmorras, a su oficina. Hacia la


única persona a quien no le importa inflingirme dolor. A este hombre tampoco le gusta
dar información, pero espero que su vena sádica supere su tendencia a la privacidad.
Demonios, pasó la última vez.

El problema con las caminatas largas es que te dan tiempo para pensar adónde vas. Y
lo último que necesito cuando voy a verlo es pensar en lo que el ir a verlo puede

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significar. Para cuando mis pies pisan el último pasillo que me lleva a su oficina, estoy
menos seguro, y sólo la curiosidad me hace seguir caminando. Mi estúpido coraje me
abandonó en algún momento cerca del Gran Comedor.

De pie cerca de su puerta, repaso mi estrategia. Entraré gritando. Exigiendo


respuestas, sin darle tiempo alguno a la incomodidad. Y tendremos que superarla de
todos modos, ¿no? La incomodidad. El vacío.

Voy a entrar preguntando. Preguntas que él no responderá.

Voy a entrar…

Mierda.

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Normalmente, el último día del periodo académico estoy de muy buen humor,
sabiendo que mañana a estas horas el castillo estará limpio de toda esa putrefacta
plaga que sufre diez meses al año. Los pasillos quedarán en silencio y yo en paz.
Incluso cuando en los dos últimos años he tenido que lidiar con él cuando el verano ha
avanzado; al menos tengo paz durante un tiempo, para prepararme.

No recuerdo temer que llegue un día tanto como temo el de mañana.

Por supuesto que debí haberlo visto venir. Mi vida se ha desarrollado bien durante
demasiado tiempo. Y justo cuando pienso que me he deshecho del niñato, todas mis
esperanzas de relajarme durante un solitario verano caen en pedazos frente a mí.
Maldito sea Dumbledore. Maldito sea Voldemort.

Y que jodan a Harry Potter.

O no.

Mejor que no.

Bloqueando la maldita realidad de que mañana sólo está a unas horas de distancia,
me concentro en calificar los últimos EXTASIS de este año. Mi concentración se ve
rápidamente interrumpida por la puerta de mi oficina siendo abierta. Levanto la vista,
para verlo con la cara roja y sin aliento. Antes de que pueda decir nada, sus ojos se
estrechan en un gesto inquisitivo.

—¿Qué sabes que yo no sepa?

Levanto una ceja y no me molesto en alejar la sonrisa de suficiencia de mis labios.

—¿Le importaría ser mas especifico, señor Potter? ¿O debo tomar esto como una
sugerencia para lo que estaremos discutiendo a lo largo de las próximas tres
semanas?

127
A pesar del sonrojo que veo aparecer a través de las facciones de su cara, ésta
permanece como una perfecta mascara de indignación.

—El secreto. Ése que todo el mundo sabe excepto yo. Tengo derecho a saberlo.

Me lleva un momento adivinar de qué demonios está hablando. El único secreto que
viene a mi mente es el que él no tiene por qué saber. Ciertamente yo no he dicho
nada. Dumbledore tampoco lo haría.

—Tu padrino es idiota.

—Sev…

Llevo mis ojos hacia él, y se interrumpe. Exhala fuertemente y mira a lo lejos.

»Sólo dímelo —ruega.

—No.

—¿Por qué?

—Por muchas razones. Una de ellas es que no quiero —digo firmemente, redirigiendo
mi atención a los exámenes en mi escritorio. No, no quiero. No puedo pensar en
ninguna otra cosa que sienta menos deseos de decir.

—No es justo. Tengo todo el jodido derecho a saberlo.

—Estás absolutamente en lo cierto. —La voz me sorprende, y alzo la vista para ver al
anciano en la puerta. Imagino que la cara de sorpresa de Potter no debe de tener
precio, pero está vuelto hacia el director, así que no puedo verla. Casi me río en voz
alta.

Pero no lo hago.

—Profesor Dumbledore, yo…

Dumbledore silencia su disculpa con un gesto de la mano. Supongo que no debería


estar decepcionado. Aunque si yo hubiese usado la palabra «joder», al menos me
habría ganado una mirada dura por parte del viejo hipócrita.

—Siéntate, Harry —dice. Potter me mira y yo miro, no sin pánico, al director.

Me levanto repentinamente.

—Los dejaré solos —murmuro, recogiendo los EXTASIS en un intento por irme tan
lejos de aquí como sea posible de lo que imagino será una escena extremadamente
dolorosa y enfermizamente emocional.

—Puedes quedarte, Severus —dice Dumbledore, cerrando la puerta tras de sí.

—No, Albus. Preferiría no hacerlo.

—Siéntate.

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Dejo caer los papeles en el escritorio mirando con odio al viejo idiota antes de volver a
sentarme. Decido olvidar todas mis pretensiones y hundo la cara entre mis manos
directamente. Aunque soy totalmente consciente de que es imposible desaparecerse
en los terrenos de Hogwarts, planeo pasar todo el tiempo que dure esta conversación
tratando de hacer justamente eso.

—El profesor Lupin me dijo que escuchaste cierta conversación entre él y Sirius. Algo
bastante sorprendente, puesto que el profesor Lupin no debería saber nada sobre ese
tema —rechino los dientes. Puedo escuchar la sonrisa en su voz. Él debería estar
furioso—. Te hará feliz saber, Harry, que el profesor Lupin tenía mucho que decir en
cuanto a tu derecho a la transparencia total.

Lupin es gilipollas. Potter tiene derecho a vivir en bendita ignorancia. Y ahora, gracias
a esos a quienes les importa tanto, no lo tendrá más.

¿Y quién estará ahí para recoger sus pedazos durante las próximas semanas?

Mentalmente pongo el suicido en la lista de “tareas pendientes” para hoy.

—Algunos secretos, Harry, están ahí para protegerte, porque simplemente no estás
listo para procesar esa información. El conocimiento es una gran carga si no estamos
adecuadamente equipados para manejarla de manera correcta.

—Con todo respeto, señor, que haya secretos sobre mí es lo que generalmente me
mete en problemas —dice Potter, con lo que suena a irritación cuidadosamente
controlada. Levanto la vista, no sin diversión.

Dumbledore sonríe.

—Tal vez estés en lo cierto. Pero aún mantengo la idea de que algunos secretos están
mejor si no se revelan hasta que sea absolutamente necesario.

—Se lo ha contado a Sirius.

—Lo hice para evitar que cometiera un gran error.

—¿Qué error?

—No te lo puedo decir —dice Dumbledore suavemente. Potter resopla.

Yo, por otro lado, me estoy sintiendo mucho mejor ahora que veo que Dumbledore no
le dará información alguna. Y cuanto mas tiempo deje pasar sin decírselo al chico,
mayores serán las posibilidades de que yo no tenga que lidiar con lo que venga
después.

—No puedo decírtelo, porque no hay manera de que entiendas por qué es un error.

Potter se deja caer en la silla, haciendo un puchero. No puedo decir que lo culpe. Yo
mismo he sentido la necesidad de hacer eso en las numerosas conversaciones que he
mantenido con el viejo. Mis ojos se mueven en dirección a Dumbledore, que se ha
quedado en uno de sus silencios contemplativos.

Potter rompe el silencio.

129
—Entonces, ¿cuándo estaré listo para saberlo?

Dumbledore lleva su mirada al chico y lo observa hasta que incluso yo me revuelvo,


incómodo. Después respira hondo.

—Una vez me preguntaste por qué Voldemort te quiere muerto.

Potter asiente y se endereza en la silla. Mi estómago comienza a retorcerse preso del


pánico una vez más.

Se lo va a decir.

—Entonces te dije que te respondería cuando sintiera que estás listo. La verdad es,
Harry, que esa pregunta tiene un rango de respuestas que van desde la simple
explicación de que Voldemort es un hombre siniestro, hasta otras muy complejas que
requerirían gráficas y cuadrantes para poder ser explicadas.

Potter junta las cejas. Yo levanto una. Mientras viva, no podré entender a este hombre.
Y nunca podré terminar de asombrarme de su habilidad para hablar de algo y a la vez
no decir nada. Suspiro fuertemente y me acomodo en mi silla. Esto podría llevar algo
de tiempo.

»La razón por la que tu familia fue su blanco, Harry, es que tu padre y tú sois los
últimos descendientes de la línea de Godric Gryffindor.

Una pausa sigue a la gran declaración de Dumbledore. Me lleva hasta el último gramo
de mi poder el evitar reírme histéricamente. Muevo las manos por mi cara para borrar
la insistente sonrisa.

—¿Ésa es la razón? Pero eso es tan…

—Ridículo —termino yo, e inmediatamente lo lamento cuando veo cómo los ojos de
Dumbledore me asesinan.

—Bueno, sí —Potter confirma, mirando al vacío con incredulidad—. Mató a mis padres
porque… Dios. —Veo como su asombro se transforma en ira—. Quiero decir, sabía
que estaba loco, pero eso es…

—No diría que está loco, Harry. Malvado, sí. Pero no es un loco. —Dumbledore se
levanta y me mira, guiñándome el ojo a través de las malditas gafas. Se ha salido con
la suya de nuevo. Llevo la mirada hacia Potter para ver cómo su cara se contorsiona
en preguntas sin fin mientras trata de buscar la lógica en la información que se le
acaba de dar.

—Me temo que debo regresar a mi oficina. He dejado una importante visita para la
hora del té esperando —dice, caminando hacia la puerta y abriéndola—. Sospecho
que a tus amigos les gustaría pasar algo de tiempo contigo antes de las vacaciones,
Harry. Severus. —Asiente de nuevo y luego desaparece, dejándonos al chico y a mí
solos con la tensión que según sospecho estallará de un momento a otro.

En cuanto él termine de digerir la última cucharada de mierda que le han dado para
comer.

130
—Habrían muerto —dice, después de un momento.

—¿Perdón?

—Eso es lo que ha dicho Sirius. El gran secreto no es que yo sea el heredero de


Gryffindor, ¿cierto?

La sonrisa que se posiciona en la esquina de mi boca es más fuerte que yo. Un


sentimiento de orgullo hincha mi pecho. No puedo responsabilizarme totalmente por el
creciente cinismo en el chico, pero pasar un año y medio conmigo lo ha acrecentado.

—¿Me dirás cuál era el gran error que Sirius iba a cometer?

—Potter.

—Por favor.

Tomo aliento. Bueno, si insiste en estar más confundido, no haré nada por evitarlo.

—Iba a matar a Voldemort.

—¿Por qué…?

Detengo su pregunta con una ceja levantada. Frunce los labios.

»No me lo vas a decir, ¿cierto?

—Antes me comería mi propia lengua.

Pone los ojos en blanco y sonríe.

—Podrías haber dicho ‘no’.

Durante un segundo casi podría haber dicho que el ambiente era agradable. Y luego,
como si la comodidad en sí molestara a algún monstruo, el ambiente se vuelve denso
con el peso del pasado y de todas las cosas que nadie ha dicho durante demasiado
tiempo, sin explicación ni atención.

—Buenos días, señor Potter —digo rápidamente, sin molestarme en dirigirme


directamente a él.

Le oigo levantarse y caminar lentamente hacia la puerta. Hay un largo silencio en el


cual podría haber pensado que se ha ido, si no fuese por el hecho de que todo mi
cuerpo siente su presencia. Alzo la vista para encontrarlo mirándome.

—¿Sabías que soy el heredero de Gryffindor? —pregunta.

—Yo y las otras miles de personas que conocían a tu padre y a tu abuela —respondo.

Asiente.

—¿Por qué nadie me lo dijo?

131
—Ya eras El Niño Que Vivió —sonrío.

Toma aliento y se recuesta contra el marco de la puerta. Lo miro un segundo más de


lo que debo. Parece un poco más alto de lo que recuerdo, pero eso es ridículo. Lo veo
todos los días. Su cara también ha perdido la redondez de la niñez, y la línea de su
mandíbula esta más delineada que antes. A primera vista, no ha cambiado mucho. Los
cambios son pequeños e insignificantes. Como si recientemente hubiese crecido hasta
caber en el cuerpo que ha estado llevando los últimos diecisiete años.

Mis ojos se encuentran con los suyos durante un breve pero maldito momento, y luego
regresan a mis exámenes. Mi corazón late furiosamente.

—Hasta mañana —dice quedamente. La puerta se cierra tras él.

Me deja preguntándome cómo conseguiré sobrevivir a esta noche.

Traducción: Loves

132
CAPÍTULO 10 - REGRESO

—Hola.

—Señor Potter —dice, sin molestarse siquiera en mirar. Echo un vistazo alrededor de
la habitación para ver cómo ha cambiado todo. La cama está en la esquina del fondo,
junto a su escritorio, que ahora está cara a la pared. Unas cuantas mesas y estantes
que solían estar ahí se han movido. Mi escritorio, por supuesto, ha desaparecido. Las
sillas aún siguen ahí.

Deja en su regazo el libro que estaba leyendo y me mira. Su expresión es dura e


ilegible. Siento que mi pecho se llena de algo.

Culpa.

Supongo que después de lo de ayer tenía alguna esperanza de que…

Tenía esperanzas.

—Puede poner sus cosas ahí —dice, señalando la que una vez fue su habitación y
ahora, al parecer, es mía.

Asiento, pero no me muevo. No puedo moverme. Siento náuseas y nervios, como los
que solía sentir cuando venías. Todo es diferente. Como si todo lo pasado se hubiese
borrado y ahora fuésemos completos desconocidos.

Pero eso no es verdad. Si fuésemos desconocidos no habría este lío entre nosotros.
Esto es culpa mía. Supongo que me lo merezco.

Vuelvo a coger mi baúl y camino rápidamente a través de la sala de estar, hacia su


habitación. Hay una cama pequeña para mí. La misma cama en la que solía decir todo
lo que sentía. Mi escritorio está en el mismo lugar donde yo solía pasar horas
acostado, escuchándole dormir. El sofá está donde siempre ha estado, frente al fuego.

Dejo caer el baúl con un golpe seco. Creo oírle suspirar en la otra habitación.

Preferiría morir antes que pasar por esto.

Diría que lo siento, si creyera que eso ayudaría. Sí que lo siento. La mayoría de las
veces. No tanto el haber hecho lo que hice; lamento que él lo haya visto. Creo que la
diferencia no importa para él. Así que decirle que lo lamento sería como mentir. Y él lo
sabría.

Me dirijo a la cama y me acuesto, con el estómago lleno de ira, dolor, vergüenza y una
mezcla de otras emociones que he sentido durante meses. Casi deseo que nosotros
nunca…

No, no deseo eso. Lo que deseo es que se abra un poco más a mí. Que le importe lo
suficiente como para pedirme que me quede. Haber sido lo bastante inteligente como
para no haberme ido en primer lugar.

133
Lo que más deseo es regresar a como era todo antes, cuando este lugar era mi cielo y
él, lo único que importaba. Cuando sólo tenerlo conmigo era suficiente para hacerme
olvidar todo lo demás. Siento como si hubiese estado huyendo desde que me fui.
Supongo que llevo huyendo mucho tiempo. Pero antes, al menos, sabía hacia dónde
huía.

Oigo un golpe en la puerta y alzo la vista para encontrarlo mirándome, con esa
expresión más dura que la piedra que lo rodea. Me enderezo y sonrío débilmente, y mi
corazón late desbocado en mi pecho.

Después de lo que parece una eternidad, se adelanta a grandes zancadas.

—Me temo que el baño tendrá que ser compartido.

Desaparece detrás de la puerta. Algo dentro de mí se desgarra dolorosamente.

Preferiría estar muerto.

----------------------------------------------------

Miro las sombras naranjas y negras que bailan en el techo. Me ha ensordecido el


sonido del tenso silencio. Casi me he vuelto loco y no han pasado ni veinticuatro
horas. Mi lado racional argumenta que no es posible que podamos existir así. Que
debe haber algún tipo de tregua si al menos uno de los dos desea llegar a su
cumpleaños con la cordura, o lo que quede de ella, intacta.

Por alguna razón, tener cuartos separados parecía buena idea hace dos días. La parte
de mí que formó esa pequeña estrategia todavía insiste en que mantenga la distancia
y haga todo lo que esté en mi poder para olvidar que el chico existe. No es una tarea
sencilla, ya que lo tendré que ver cada vez que tenga que orinar.

Esto no puede continuar. Es estúpido incluso intentarlo. Él, viviendo en un silencio


avergonzado. Yo, lamentándome en el seno de una obstinación estúpida. Ya ni estoy
tan seguro de por qué lo estoy castigando.

Al menos eso no ha cambiado.

Salgo de la cama, decidiendo que si estoy condenado a ser un insomne, al menos


puedo aprovechar para emborracharme y leer. Miro instintivamente a la puerta
mientras camino a través de la habitación. La luz de una antorcha ilumina la rendija
entre la puerta y el suelo. O el chico se ha quedado dormido con la luz encendida, o él
también está despierto.

Una opción es infinitamente más probable que la otra, pero no quiero pensar en eso.

Enciendo una lámpara y saco mi sedante habitual: un libro de Transformaciones y una


botella de escocés. Cura segura para la mente atormentada. Me siento en mi silla con
el libro entre las rodillas y un vaso en la mano. Estaré perfectamente bien en cuanto
pueda ignorar mi vejiga.

134
Como si el mero pensamiento fuese un reclamo, mi vejiga se hace notar al instante.
Aprieto los dientes y bajo el vaso de escocés, invocando pensamientos secos. Abro el
libro por la sección de teoría de la animación. No hay tema más seco que éste, decido.
Cada palabra que mis ojos leen se convierte en líquido. Prácticamente las oigo gotear.

Esto es totalmente ridículo. Son mis malditos aposentos. Mi baño. Mi intimidad.

Me levanto, lanzando el libro con furia contra la silla, antes de caminar en dirección a
la puerta. Me tomo un momento para lamentar no haberle puesto a él en la habitación
principal antes de llamar suavemente. No hay respuesta. Pongo la mano
cautelosamente sobre el pomo y lo giro lentamente. Si está realmente dormido, lo
odiaré. Lo odiaré con la más profunda gratitud.

Abro la puerta y me deslizo al interior. Echo un vistazo y le veo de costado, con la vista
apartada de mí. No sé qué sentir. Lanzo una mirada despectiva hacia su nuca y me
doy prisa. Ya casi he llegado cuando le oigo reír.

—No me puedo creer que hayas llamado a la puerta.

Una vez me he recobrado del aire frío que es su voz vacía, me las apaño para
conseguir la amargura que inyecto en mi respuesta.

—¿Debo disculparme por respetar su privacidad?

—¿Y qué pasa si yo no quiero que respeten mi privacidad? —escupe odiosamente.


Me planteo contestar que, por desgracia, ha dejado eso bastante claro, pero él
continúa—: Esto es tan estúpido. No pienso fingir que no te conozco. —Se gira hacia
mí, los ojos llenos de ira y de algo demasiado parecido al dolor.

Como si cualquiera de los dos pudiera ablandarme.

Frunzo el ceño ante su muestra de sentimientos, pero no respondo. No estoy seguro


de poder hacerlo. Lo que hago es ir al baño y aliviar mi dolorida vejiga, aferrándome a
la esperanza de que haciendo eso voy a adquirir el control necesario para enfrentarme
a él de nuevo. Si eso, orinar sólo libera mi atención lo suficiente para notar la extraña
sensación de retortijón que tengo en el estómago, y que identifico como un mal
presagio.

Es inevitable. Tendremos que hacer esto algún día, me digo, y luego me pateo mil
veces por haberme involucrado con un estudiante. Con él. Una vez tuve más cabeza.

Me echo agua en la cara y miro mi reflejo. Tengo una pinta lo bastante aterradora. Sin
duda, yo no querría hablar conmigo.

Suspirando, miro hacia la puerta y reticentemente camino hacia ella, aferrándome a la


esperanza de que milagrosamente se haya quedado dormido. No es que alguna vez
haya creído en milagros. Está sentado en la cama, las rodillas contra el pecho.

—Nunca he dicho que tenga que quedarse aquí —le digo secamente. Y no lo he
hecho. Sólo esperaba que él quisiera hacerlo.

—No quiero salir si vas a ignorarme. —Responde a mi dura mirada con la suya propia.
Hasta ahora, todo bien, me atrevería a decir.

135
—Hazlo a tu modo, entonces —digo después de un momento, e intento escapar. La
puerta se va acercando, y casi me creo que va a funcionar.

—Lo siento.

Me detengo y me giro rápidamente, sus palabras destruyendo cualquier compasión


que pude haber sentido hacia él.

—¿Qué sientes? —le suelto, con un gruñido controlado.

Se lleva las manos a la cabeza.

—Que… —Toma aliento profundamente—. No quería que me vieras. Siento que lo


hayas visto. Y siento haberme enfadado contigo en primer lugar. Creo que… no lo sé,
Severus, pero no puedo manejar esto.

—Antes que nada, ya me sospechaba que no querría que lo viera, señor Potter,
aunque me permito sugerir que la próxima vez haga usted uso de un hechizo sellador,
el cual tiende a ser mucho más efectivo que uno de silencio para evitar a los que
pasan por ahí. Segundo, su disculpa no es aceptada porque no tiene razón de ser. No
es el primer niño de dieciséis años que ha hecho uso de las habitaciones del conserje
para sus aventuras nocturnas. Y por último...

—¡Para! —Grita—. Deja de una puta vez de fingir que no te importo. ¿Crees que soy
estúpido?

Me estiro hasta alcanzar la totalidad de mi altura y tomo aliento antes de sonreír


maliciosamente.

—Mis disculpas. ¿Qué le gustaría que dijera? ¿Tal vez que he pasado cada noche
lamentándome en soledad y autocompasión, llorando hasta quedar dormido?

Se ríe. El pequeño cabrón.

—No, sé exactamente lo que has hecho. Te has cogido unas cuantas borracheras y te
has convencido a ti mismo de que estás mejor solo. A duras penas has dormido; has
pasado las noches dando vueltas por los pasillos y los días en tu oficina, siempre que
no estabas dando clases o fingiendo que yo no existía.

A gran escala, no es un mal resumen. Maldito niño mimado.

—En otras palabras, he regresado a la vida que tenía antes de que usted se
convirtiera en mi problema. —Veo cómo mis palabras le hacen daño, y no me siento
tan complacido como pensé que estaría. De todos modos, le ofrezco una última
sonrisa llena de odio antes de dar la vuelta.

—Sólo que antes sabías que yo existía —dice quedamente.

Como si alguna vez me las pudiese arreglar para olvidarlo.

Río amargamente y salgo de la habitación.

136
----------------------------------------------------

—Días.

—¿Té?

—Sí, por favor.

Paso a su lado y me siento en la otra silla, el corazón latiéndome con fuerza y la


cabeza extrañamente ligera. De todos modos, estoy decidido a arreglar todo esto. A
hacer lo que pueda para que todo mejore.

Ojalá él lo intentara.

Tomo el té que me ofrece y me siento, para recordar inmediatamente por qué nunca
me siento en esta silla. Me deslizo hasta el suelo rápidamente, y lo veo mirar a otro
lado. Estiro las piernas para calentarme los pies frente al fuego. Había olvidado lo
jodidamente frías que son las mazmorras aquí. Sobre todo cuando uno duerme solo.

—¿Has dormido bien? —pregunto. Estúpidamente. Alza una ceja—. Claro —murmuro,
y me llevo el té a los labios.

Por muchas veces que haya estado en silencio junto a él, nunca ha sido tan doloroso.
Nunca tan… silencioso. Me cuesta cada milésima de la energía que tengo quedarme
donde estoy y no apoyar la cabeza en su rodilla. Después de tanto tiempo, parece
extraño que tenga los mismos impulsos. Como si nada hubiese cambiado. Me
pregunto cómo reaccionaría. Un maleficio. O tal vez ni siquiera me dejara llegar tan
cerca. Tal vez me pararía en cuanto viese que me acerco.

Suspiro fuertemente y tomo otro trago. Mi cumpleaños parece estar a años-luz de


distancia. Mañana parece estar a años-luz.

Trato de recordar cómo pasábamos el tiempo la última vez. Pero antes no había
deseos de hacer que el tiempo pasara más rápido y en momentos de inquietud…
bueno…

Tengo la urgencia repentina de lamentarme, lloriquear y quejarme. Fuertemente. De


nada en particular. De todo.

Las cosas serían mucho más sencillas si estuviésemos desnudos. Nunca se le ha


dado bien hacerse el difícil sin la túnica puesta. Lo miro para ver cómo aparta la
mirada. Sonrío ante lo frecuente de la situación. Vuelve a mirarme y hace un intento de
asesinato visual.

Me río.

—Está empezando a ser ridículo, ¿no? Quiero decir, no importa lo que pase… cuánto
nos esforcemos… bueno, aquí estamos.

Me mira durante el tiempo suficiente para que mi sonrisa desaparezca.

137
—Esto es ridículo desde hace ya mucho tiempo —espeta.

—¿Me odias? —La pregunta sale de mi boca antes de que la pueda parar. Espero con
terror su respuesta. Sin saber qué haré si dice que no. Se me ocurre lo extraño que es
desear que alguien te diga que te odia.

—Te detesto —dice.

Sonrío suavemente.

—Bueno, supongo que eso no ha cambiado, ¿verdad?

Algo que parece una sonrisa se posa en sus labios brevemente, antes de
desaparecer.

—¿No tienes nada que hacer? —dice, irritado.

—¿Quieres decir aparte de irritarte sin descanso durante las próximas semanas? No lo
creo.

—Podría encerrarte en tu habitación.

—¿Y orinar en una copa?

—No me tientes.

—Pero se me da tan bien... —digo, sonriendo.

Me mira.

—¿Crees que eres encantador?

—¿Tú no?

—Tan encantador como un elfo doméstico colocado de poción pimentónica —dice,


con la boca metida en su taza.

—Eso es… —una idea horrorosa—… bastante encantador. —Sonrío.

—Bastante.

Me río, y el sonido de la emoción detrás de eso rompe algo que ha estado entre los
dos estos meses pasados. Durante un horripilante instante. Creo que voy a llorar.

Me mira un momento y me pregunto si él también lo siente. Creo que sí.

—Aquello no va a volver a pasar, Ha... —Respira hondo—. Potter.

—Aquello —repito quedamente. Levanto la taza de té hacia mis labios y trato de


ignorar la idea repentina de que me pasé dos años derrumbando con un cincel una
barrera que ha resurgido en el mismo número de segundos. Soy un puto imbécil.

138
—No volverá a pasar. —Las resquebrajaduras se han sellado, y la pared entre
nosotros vuelve a ser sólida. El silencio es pesado, absorbe los sonidos de la
respiración, mi corazón y mi mortecina esperanza.

—Lo sé —digo—. Lo siento.

Gruñe y se levanta para ir hacia el dormitorio. Oigo la puerta del baño cerrarse. Miro el
fuego y me pregunto dónde ha ido a parar todo el calor.

----------------------------------------------------

Coexistimos pacíficamente en un silencio educado.

O más bien existimos miserablemente en una quietud opresiva y sepulcral. Él pasa la


mayor parte del tiempo en su cuarto, escribiendo en ese maldito cuaderno, siempre
sorprendiéndose cuando cruzo su pequeño mundo. Sin dejar nunca de dirigirme una
sonrisa triste.

Las noches son lo peor cuando, acostado en mi cama, me imagino que le oigo
respirar. Creo que lo siento despierto, escuchándome. Sé que si voy hacia él, me
aceptaría. Si él viniese a mí…

Bueno, no voy a pensar en eso, ya que no constituye diferencia alguna. Él no va a


venir, me he asegurado de eso. Y todo acabará dentro de dos días, de todas formas.
Su cumpleaños. A unos cuantos días de distancia. Pero durante su cumpleaños, al
menos, seré capaz de sucumbir ante el absurdo impulso de mirarlo sin que él sea
consciente de ello. De mí. De nada, en realidad.

—¿Profesor?

La palabra suena forzada. Con todo lo que ha pasado, podría considerarse ridículo
insistir en esa formalidad. Teniendo todo esto en cuenta, no hay forma de evitarlo.
Sólo desearía que escucharlo no me pusiera tan jodidamente enfermo.

—¿Qué pasa?

—¿Está dormido?

—No sea estúpido.

—¿Puedo hablar con usted?

—¿El hecho de que estés hablando en este momento es indicativo de tu capacidad


para hacerlo?

Oigo unos pies descalzos dirigiéndose a mi cama y levanto la cabeza para verlo
sentarse a mi lado.

—¿Qué está haciendo? —pregunto, incorporándome sobre los codos.

139
—No quiero dejar las cosas de este modo.

—Potter —suspiro, mientras me vuelvo a dejar caer en la almohada—. No voy a tener


esta conversación otra vez.

—Tú tampoco eres feliz —insiste.

—¿Feliz? —Resoplo—. ¿Alguna vez me has visto feliz?

—Sí —dice firmemente. Más que su respuesta, lo que me sorprende es su convicción.


Se equivoca. Y tan pronto como el nudo en mi garganta se disuelva, se lo diré—.
Aunque nunca lo admitirías. ¿Sabes?, de verdad eres idiota —dice, girándose para
insultarme como es debido.

—Vete a la cama —digo firmemente.

—Eso no mejorará nada.

—¿Y acosarme sí?

—Ha funcionado antes —dice suavemente. Detecto un deje de diversión en su voz.

Touché.

—Y de todos modos no puedo dormir con toda esa mierda que me has hecho tomar.

—Esa mierda te ayudará a seguir vivo las próximas semanas. Por no mencionar que
evitará que conviertas mi habitación y a ti mismo en un desastre.

—Quiero volver a estar bien contigo —dice quedamente—. Sé que valoras tu


intimidad. Y lo entiendo, de verdad que sí. Pero también sé que no eres una mala
persona y que quieres hacerme pensar que lo eres. Y no voy a creerme eso. No
puedo.

—Qué conmovedor. ¿Has terminado?

—¡Severus! Dios, ¿no puedes dejar de ser imposible durante un maldito segundo?

—No.

Se ríe. No es exactamente la tormenta de ira que estaba esperando. Se ríe. Luego


gruñe, exasperado, antes de acostarse a mi lado.

Los resultados de mi obstinación no podrían estar más alejados del propósito inicial y,
lo que es aún peor, el mocoso suspira con algo que se asemeja a la felicidad. No me
toca, aunque puedo sentir el calor que irradia. Su cabeza está a centímetros de la mía,
y cada vez que inspiro, mi hombro no toca el suyo por poco.

Esto es ridículo.

Trago algo que bien podría ser pánico o furia antes de hablar.

—Voy a pedirte cortésmente que salgas de mi cama.

140
—Y yo voy a negarme. Cortésmente.

—Potter.

—No me llames así.

—Señor Potter, no se qué diablos piensa que está haciendo, pero lo maldeciré dentro
de tres segundos si no saca su terco trasero de mi cama.

—Ah, ¿sí? —dice, con nada del miedo que debería estar sintiendo—. ¿Dónde está tu
varita?

Una imagen de mi varita pasa por mi mente, colocada inútilmente sobre la cómoda, a
su lado. Otra imagen de mí pasando por encima de él para alcanzarla hace su
aparición. Suspiro en señal de derrota e interpongo más distancia entre los dos.

—No me voy a ir hasta que nosotros estemos bien —dice tercamente.

—Nosotros estamos bien. Nosotros estaremos aún mejor tan pronto como tú nos dejes
en paz de una vez.

—¿Me has echado de menos siquiera un poco?

Me cuesta un minuto el procesar la pregunta. ¿Si lo he echado de menos? ¿Cómo


podría hacerlo si ha estado a unos cuantos metros durante las últimas tres semanas?
Maldigo por lo bajo.

—He estado tratando de ignorar la desesperación. Estoy perdido sin ti —digo


secamente—. Vete a la cama.

—Yo también te he echado de menos.

—Encantador, ¿has terminado?

—¡No estoy aquí para conseguir que te acuestes otra vez conmigo, Severus! —grita,
girándose y mirándome.

¡Y por qué diablos no!

Mi boca se cierra ante la idea antes de que tenga la oportunidad de salir. Miro al techo
en un silencio resentido. No puedo hacer más.

Suspira y se deja caer de nuevo sobre la almohada.

—Quiero decir que te echo de menos a ti. Estar contigo. Y creo que tú también.
Porque no puedes estar con una persona todo el puto día y no echarla de menos
cuando dejas de hacerlo.

—Los humanos somos criaturas adaptables, Potter. He sobrevivido. Igual que tú —


digo quedamente, incapaz de alzar la voz por la ira enfermiza en mi garganta—. Sólo
tenemos que superar los próximos días, y luego espero que no tengamos que hacer
esto de nuevo.

141
Reviso lo que acabo de decir y me doy cuenta de que puede que tenga razón. Cuando
sea un mago con todo su poder, no habrá nada más que yo pueda hacer por él. Todo
nos ha conducido a este momento. Y después…

—¿Por qué dices eso? —Se levanta sobre los codos y me mira con algo parecido al
miedo.

Me siento y bajo las piernas por el otro lado de la cama.

—Serás un adulto, más o menos. A lo mejor pasarás las fiestas navideñas con Black,
y luego te irás de la escuela. No habrá razón para que estés aquí.

O se va de Hogwarts, o muere en el proceso.

En cualquier caso, se habrá ido.

Camino hacia mi almacén de licores y escojo una botella al azar. Para celebrar mí
condenada libertad. Miro hacia la cama de camino a esa silla y lo veo mirándome con
atontado entendimiento.

—No quiero eso —deja escapar.

Me siento pesadamente y me sirvo el primero de lo que sospecho serán varios vasos.


Tengo una nueva epifanía que ahogar.

----------------------------------------------------

—Confío en que todo esté en orden —dice Dumbledore, sonriendo. Por supuesto, él
puede sonreír. No es quien se encargará de limpiar después de ataques aleatorios de
flatulencias mágicas durante una cantidad indeterminada de tiempo.

Tomo aliento profundamente y asiento.

—¿Has oído algo?

Niega gravemente y me da una palmada en el hombro. Maldigo por lo bajo. Esperaba


sin razón aparente que el aprecio que se tiene Draco a sí mismo superara su sentido
del deber hacia las estupideces de su familia.

—Es posible que no conozca los planes de Voldemort, Severus —trata de consolarme
Dumbledore.

Por supuesto que es posible. También es posible que Voldemort haya cambiado de
filosofía, al ver el camino erróneo que ha tomado, y comience una nueva carrera como
representante de un mundo de paz e igualdad para toda la humanidad.

Pero no es jodidamente probable.

—¿Y todavía no sabemos qué esperar?

142
—Sólo podemos estar seguros de que está planeando algo —dice.

Planeando algo. Claro, por supuesto que lo está haciendo. Eso es lo que los Señores
Tenebrosos hacen. Planean. Conspiran. Si las fuentes de Dumbledore no pueden
aparecer con algo más que «está planeando algo», a lo mejor deberían abandonar el
camino del espionaje y hacer algo más adecuado con sus facultades mentales. Como
meterse en política.

Si yo todavía estuviese ahí…

Bueno, sería asesinado por traición antes de que pudiese decir Expelliarmus.

—Uola, profesor Dumbledore.

Me vuelvo para ver lo ridículamente pequeño que parece el crío, metido en mi viejo
camisón, el cual he sacrificado para la ocasión. Lo más seguro es que no lo vuelva a
ver. Imagino que en algún lugar del mundo hay una pila de camisones desvanecidos,
enviados ahí por magia accidental. Nunca sabré por qué la ropa es lo primero en
desaparecer. Debe de tener algo que ver con la inherente necesidad de un chico de
diecisiete años de estar desnudo.

—Hola, Harry. ¿Cómo estás?

—Estoy bien —sonríe, jugueteando con el tejido—. Un poco nervioso, supongo.

Dumbledore ríe.

—No hay por qué estar nervioso. Estarás bien —le asegura. Con un guiño dirigido a
mí, añade—: Estás en buenas manos. —Dirijo al viejo murciélago una mirada de odio
que se tiene bien merecida, y él ríe de nuevo—. No quiero entreteneros más. Os
dejaré con lo vuestro. Severus, sabes cómo contactar conmigo si es necesario.

Me dispara una mirada profunda por encima de las gafas y me hace un gesto hacia las
habitaciones. Soy consciente del sólido círculo de metal que cuelga de una cadena
contra mi pecho. No es que sospeche que lo vaya a usar. Entre los escudos, los
hechizos de confusión, los hechizos disuasorios y, sin duda, los millares de
precauciones de seguridad de las que no sé nada, mi mazmorra es el lugar más
seguro del planeta. Si Voldemort se las puede arreglar para encontrar este sitio, no
hablemos ya de entrar, me parece que se merece dominar el mundo.

Por otro lado, tener a Dumbledore unido a un traslador instantáneo del cual tengo
absoluto control puede tener sus ventajas. Río inadvertidamente ante el genial
pensamiento de sacarlo del baño para hacer que aparezca, desnudo, asombrado y
goteando, en el piso de piedra.

Bueno, puede que no. Me estremezco ante una imagen que me perseguiría durante el
resto de mi vida.

Paso al lado de Potter para llegar a la habitación. Dumbledore nos desea lo mejor y
luego cierra la puerta. Un fuerte golpe de magia nos deja encerrados.

Me giro para mirar cómo el chico pasa el peso de un pie al otro con nerviosismo. Me
dirige una sonrisa incómoda.

143
—¡Ja, ja! Ahora te tengo atrapado.

Me arranca una sonrisa, para mi sorpresa. La suprimo inmediatamente.

—En efecto. Yo tendría cuidado si fuera usted, señor Potter. No me importaría atarle
mientras dure esta pesadilla.

Me sonríe.

—Suena divertido.

Levanto las cejas y abro la boca para responder, pero decido que mejor no. Estoy un
poco irritado por lo fácil que es caer en el mismo comportamiento inapropiado de
antes. Habiendo fracasado en el intento de convencerme para que salga de mi
obstinación, ha cambiado de estrategia. Ahora actúa como si nada hubiese cambiado
entre nosotros.

Y maldita sea, es efectivo. Niñato ingenioso.

—Deberías intentar descansar —digo, caminando hacia el sofá.

Me sigue, sentándose a mi lado, aunque mantiene una distancia física respetable.

—No estoy cansado.

—Entonces te pido amablemente que te calles de una maldita vez para que yo pueda
descansar.

—Tú tampoco estás cansado —dice. Lo miro y ríe de nuevo.

»¿Has hecho esto antes? —pregunta, interrumpiendo un largo silencio que me había
dado esperanzas de que no habría más conversación.

—Unas cuantas veces.

Afortunadamente, me las he arreglado para evitar esta responsabilidad en particular,


algo no sorprendente dado que los estudiantes que se quedan en Hogwarts en su
cumpleaños pueden elegir al profesor con el que se sienten más cómodos. Ni siquiera
mis propios estudiantes se sienten cómodos cerca de mí. Y dado que la mayoría de
los estudiantes que pasan su mayoría de edad aquí son de familia muggle, rara vez se
me solicita.

—¿Cómo funciona? Quiero decir… —Se calla, arrugando la nariz y ofreciéndome una
mirada implorante.

—Estás incoherente unos cuantos días y yo hago lo que puedo para que no nos mates
a ninguno de los dos.

Abre los ojos como platos.

—Yo no haría… no podría… ¿Podría?

Me río ante su horrorizada expresión.

144
—¿Matarme?, supongo que es posible. Pero cualquier hechizo que pudiese matarme
requiere más concentración de la que vas a tener. —Veo cómo la preocupación se
posa en sus facciones y siento que un resquicio de culpa se cuela entre la diversión—.
Todo irá bien, Potter. Aunque fueses tan poderoso como al mundo le gusta pensar,
estoy seguro de que puedo controlar los impulsos de magia que dejes salir. Aún no he
encontrado un estudiante al que no pueda manejar.

Bueno, estaba la bruja que persistente y reiterativamente me desnudaba. Era una


chica extraña. Aunque fue bastante satisfactorio ver cómo su cara se contorsionaba
por el shock cuando volvió en sí. Creo que nunca me volvió a mirar a los ojos.

Sonrío maliciosamente ante el recuerdo. Escuchando una inhalación repentina, le


echo un vistazo. Ojos abiertos y desenfocados, boca abierta, manos apretadas sobre
el sofá.

Y comienza.

Miro a lo lejos, ignorando los nervios que aparecen en mi estómago, y también la idea
de que parece que se esté corriendo. O más bien intento ignorarlo. Esa misma
expresión ha sido grabada a perpetuidad en mi conciencia desde la primera vez que la
presencié, hace un año.

Hace un año.

Es nuestro aniversario.

Río y niego con la cabeza ante mis estupideces. Comienza a respirar fuertemente y sé
que la primera ola ha pasado.

—Oh, Dios —dice—. Eso ha sido… extraño.

Cruzo las piernas, esperando poder cortar el repentino flujo de sangre.

—Se volverá aún más extraño, te lo puedo asegurar —le digo, sin mirarlo.

—Mierda. Me siento como… bueno… ¿Es así todo el tiempo?

—Puedes esperar picos como ése de manera intermitente durante las próximas horas.
Gradualmente se volverán más largos e intensos, hasta que pierdas la conciencia.

Me mira, atontado.

Conjuro un poco de té.

—No creo que pueda hacer esto —dice—. Me explotará el corazón, o me volveré loco.

—Estarás bien. Has sobrevivido a cosas mucho peores.

Por desgracia, no estoy seguro de cómo me las arreglaré para verlo en un éxtasis
febril los próximos días. Tomo un sorbo de té y me pregunto cuál es la probabilidad de
que pase los próximos días sin masturbarme.

145
Después de que la emoción inicial haya pasado, volvemos a un silencio cómodo; lo
escucho tomar aliento y acomodarse en la esquina del sofá, extendiendo sólo un poco
las piernas. Me vuelvo para mirarle cuando siento su mirada sobre mí. Me sonríe.

—¿En que estás pensando?

—Bolas de nieve en el infierno —digo.

Se ríe.

—¿Qué?

—Olvídalo.

----------------------------------------------------

Parpadeo hasta deshacerme de la neblina de fiebre y energía de los últimos tres días,
cubierto de sudor y semen y Merlín sabe qué más. Siento el poder, salvaje dentro de
mí, listo para ser usado, corriendo por mis venas y cosquilleando a través de mi piel.
Extático. Eléctrico. Vivo.

Tengo que irme. Me estarán esperando.

—Mamá —digo, con la garganta demasiado seca como para hacer algo más que
exhalar la palabra.

—Estoy aquí, Severus. —Giro los ojos para verla levantarse de su silla en una esquina
de la habitación. Sus ojos cansados brillan con lo que imagino es orgullo. Me escudo
contra ello. Contra ella.

—Creo que estoy listo. Tal vez un bocado de algo, antes —sonrío.

—También querrás lavarte un poco, imagino. —Sonríe con cariño y coge un pedazo
de cabello sucio antes de conjurar con un hechizo una túnica para mí. La cojo,
levantándome. Una ola de poder casi me hace caer. Me siento de nuevo en la cama.

—Despacio, Severus, no hay necesidad de apresurarse.

Pero sí que la hay. No sé cuánto tiempo tengo antes de convertirme en algo inútil.

—¿Me das mi varita?

Ella ríe.

—Hay tiempo suficiente. Límpiate y haré el almuerzo. Podemos entrenar cuando


recuperes las fuerzas.

Aprieto los dientes e intento ponerme en pie de nuevo.

146
—Me gustaría tener mi varita, por favor —digo de nuevo, con la ira golpeando en mis
sienes.

—Severus, no seas tonto. ¿Para qué demonios ibas a necesitar...?

Se para en seco, ojos muy abiertos y una expresión que parece conmoción antes de
convertirse en miedo. Yo la miro, petrificado, y siento mi ira convertirse en confusión y
luego terror cuando sus manos viajan en dirección a su garganta. Se está ahogando.

—¿Mamá? —doy un paso hacia ella. Eleva una mano para hacerme parar. Se me
ocurre que soy yo quien la está haciendo sufrir, y no sé cómo parar.

Saca su varita de la manga y gesticula las palabras de un contrahechizo. Me quedo


paralizado por un momento cuando ella se dobla, tosiendo y tratando de tomar aire.

—Lo siento. Yo...

Ríe suavemente y me mira con lo que parece ser asombro.

—Tienes el genio de tu padre —dice.

Me quedo mirándola un momento, a pesar de que todo mi ser está centrado


únicamente en la idea de huir, escapar. Me acerco más y pongo una mano sobre su
pequeño hombro.

—Necesito mi varita —digo suavemente. Su sonrisa desaparece y sus ojos se


endurecen. Ella alcanza su túnica y la saca, pasándomela. Su expresión es
completamente ilegible. A pesar de que tiene que levantar la cabeza para mirarme, me
siento más pequeño que ella.

—Te quiero, Severus —dice, sin más, antes de volverse hacia la puerta, la cual se
abre a su orden con un suspiro una vez se deshacen las protecciones mágicas.

Sale de la habitación sin mirar atrás. Sabe dónde voy, pero no puedo permitirme
pensar en eso ahora. Arreglo mi túnica un poco más a mi alrededor, consciente del
hedor y suciedad que me cubren. Saco la varita de la manga y me aparezco en la
mansión Malfoy, donde Lucius y su padre me esperan para entregarme al Señor
Tenebroso.

Siento mi brazo cosquillear de anticipación.

—Severus.

Abro los ojos para verle arrodillado ante mí, desnudo a excepción de una sábana que
cuelga precariamente de sus hombros. Frunzo el ceño. Es imposible que haya
terminado ya.

—¿Potter?

Me dirige una sonrisa que me produce escalofríos, demasiado extraña en su cara. Sus
ojos parecen casi iridiscentes a la luz de la antorcha. Están extrañamente enfocados,
como si pasaran a través de mí.

147
—Severusss —susurra de nuevo, las sibilantes eses deslizándose a través de mí y
activando una instintiva señal de peligro, un recelo cauteloso. Busco la varita en mi
manga.

No está ahí.

Una risa baja resuena en la base de su garganta. Su sonrisa crece aún más ante mi
descubrimiento. Mi respiración huye ante la imagen. Parece malvado. O loco. O
ambas cosas.

—Harry, vuelve a la cama —digo, tocando los alrededores del sofá en busca de mi
varita.

Se levanta, las sábanas cayendo de su delgada figura. Se aleja de manera extraña,


como si sus piernas fuesen a ceder en cualquier momento. Está temblando y en su
mano veo el brillo de la superficie suave de mi varita.

Mis pulmones se contraen con lo que identifico como miedo real.

—Dame mi varita —digo sin aliento, levantándome cuando él se aleja. Un haz de luz
plateada golpea el objeto en su otra mano, algo que no puedo ver. Nota mi atención y
esconde la mano detrás de la espalda.

Me muevo hacia él rápidamente, congelándome cuando alza la varita. Me aparto de la


trayectoria, y mis manos pelean con el maldito cuello de mi camisa para poder dar con
el amuleto bajo ella. Por mucho que odie convocar a Dumbledore porque he sido lo
suficientemente descuidado como para dejar que coja mi varita, lo haré si debo
hacerlo.

Murmura palabras que no puedo entender. Siento la ola de magia llenar el aire y veo
una tenue luz iluminando al chico. Sus ojos desaparecen detrás de sus parpados,
dándome la esperanza de que perderá la consciencia de nuevo. Deja caer mi varita en
el suelo y cae hacia atrás.

Me muevo rápidamente, intentando recuperar mi varita, sólo para ser repelido por el
choque de lo que parece ser una barrera de electricidad que lo rodea. Parpadeo
estúpidamente mientras mi inteligencia lucha contra mi asombro por el control. Alzo la
cabeza desde el suelo para verlo mirándome.

—Harry —murmuro, atontado.

—Di adiós, Severus. —Levanta lo que parece ser una copa rota, su boca dibujada con
un gesto siniestro.

Soy sólo vagamente consciente de activar el traslador cuando lo veo apuñalar su


propio cuello, cortando a través de su piel, antes de que su cuerpo colapse en el suelo
como una marioneta abandonada. Y sangre. Dumbledore gritando.

El poder surge a través del aire y Dumbledore cae a su lado, encorvándose sobre él,
gritando palabras que no puedo entender. Y lo veo a él, en el centro de una mancha
en expansión que casi parece una sombra arrastrándose por el suelo. Su cuerpo
convulsiona y no puedo hacer nada más que mirar. Atontado y mareado. Petrificado.
Lo miro.

148
Lo estoy viendo morir.

Traducción: Loves

149
CAPÍTULO 11 – CULPA

Me quedo sentado en silencio, observando el fuego mientras ola tras ola de una magia
irreconocible azota el aire. Después de un par de horas he dejado de prestarle
atención, hallando esperanza en el hecho de que sigue ocurriendo. Mientras la magia
continúe, puedo estar seguro de que no todo está perdido.

Intento comprender lo que ha pasado. Infructuosamente. Lo que más se acerca a una


respuesta es que de alguna manera, Voldemort ha sido capaz de invocar una
maldición imperius. Pero eso sencillamente no es posible. Incluso si fuera posible
realizar el hechizo a distancia, no habría sido capaz de hacerlo con las barreras
colocadas. Y Potter no habría sido susceptible a ella de todos modos. La liberación de
magia habría sido demasiado fuerte. Para que un imperius funcione, la víctima debe
tener una mente capaz de ser controlada. Ya que la mente de Potter había sido
atrincherada por la liberación, habría sido inaccesible.

Y ésa no es la cuestión, de todas maneras. El hecho es que yo debería haber estado


listo. Haberme distraído, en sí mismo, no es un crimen. Era normal, especialmente
después de dieciocho horas de luchar contra golpes de magia accidental, de hacer
desaparecer snitches conjuradas, apagar el ocasional fuego, limpiar escupitajos y
semen. Recogerlo cada vez que tenía un ataque y se caía de la cama.

Una siesta era de esperar.

Haber sido negligente con mi varita es lo que me jode. Ese descuido es imperdonable.

Al igual que mi estupidez. Debí haber invocado a Dumbledore inmediatamente, seguir


mi instinto de que algo no iba bien. Lo sabía. Lo sabía, en algún rincón de mi mente,
pero no lo podía creer. No podía entender cómo era posible. Pero lo supe en el
momento en que lo vi. Cuando dijo mi nombre. Él no debería haber sido capaz de
reconocerme. No debería haber sido capaz de mantenerse en pie. Debí haber
activado el traslador en el momento en que lo vi. Pero no pensé…

No pensé. Ahí recae mi crimen.

Me siento como si fuera a vomitar. Otra vez.

Trago saliva para luchar contra el escozor de la bilis en mi garganta y me pongo tenso
cuando oigo el sonido de los polvos flu. Black ha recibido mi mensaje. Si me mata, se
lo agradeceré.

No es que yo merezca tal piedad.

Desvío la mirada cuando él sale.

—¿Qué ha pasado? —Su voz está llena de pánico.

Niego con la cabeza tontamente.

—No lo sé.

150
—¿Está bien?

Mi garganta se cierra y mis ojos arden. Los cierro bruscamente y sacudo la cabeza
nuevamente.

Se precipita entre mi silla y la mesa de té, casi volcándola en su prisa por llegar a la
puerta. Me percato de la quietud en el aire. Una cierta falta de energía cuya ausencia
vacía lo que queda de mí. La puerta de la habitación se abre de golpe.

—¡Dioses! ¡Harry!

Me encojo ante la imagen que le recibe. Es la misma imagen de la que he tratado de


escapar durante dos horas. El chico yace desnudo en una piscina de su propia sangre,
que se ha secado hasta convertirse en un marrón opaco sobre su piel, y se ha
coagulado en su cabello. Albus sigue encorvado sobre él, recitando inútilmente, sin
percatarse de la pegajosa humedad de sus rodillas.

No había nada que yo pudiera hacer.

Un hombre puede tardar noventa segundos en morir desangrado, si se corta en el


lugar apropiado. Noventa segundos antes de que toda esperanza se pierda. No
recuerdo cómo he adquirido ese conocimiento.

Él estaba vagamente vivo cuando Dumbledore hizo que me retirara. Y he estado


esperando que muriera. Y ahí fuera, en algún lado, Voldemort está esperando
también. O tal vez la espera finalmente ha acabado. Mucho mejor para el chico.

—¡Harry! —escucho gritar a Black nuevamente. Mis oídos se aguzan para intentar oír
cuál será la respuesta de Dumbledore. ¿Consuelo? ¿Seguridad?

No oigo nada.

—¡Snape! ¡Ayúdame, joder!

Escucho los pesados pasos de Black detrás de mí, y me vuelvo. El chico cuelga
fláccidamente en sus brazos.

»Coge a Albus, rápido.

Me pongo de pie mientras él atraviesa la puerta y se dirige a la habitación. No se me


había ocurrido preocuparme por Dumbledore. Una parte cínica de mí ríe gustosa ante
la idea de que probablemente sea responsable de la muerte de los dos magos más
importantes del mundo mágico. Entro al cuarto y lo encuentro de espaldas, ojos
abiertos y mirando fijamente, desenfocado, hacia el techo.

—Albus —digo débilmente, cada hálito de vida en mi cuerpo perdiendo las fuerzas al
mismo tiempo. Caigo al suelo junto a él. Sus ojos se desvían hacia mí, azul vacío y
acuoso. Me aferro desesperadamente al pequeño movimiento y a la esperanza que
ofrece. Mientras lo elevo del suelo, me enferma ligeramente el hecho de que mi túnica
se pega a mis piernas, viscosa.

Es más ligero de lo que podría haber imaginado.

151
Reparo en mi varita tirada en medio del desastre. Paso por encima de ella y llevo al
anciano al hospital.

----------------------------------------------------

Me tiembla la mano cuando cojo la taza de té que se me obliga a tomar. Acuno el


objeto entre mis palmas, concentrándome en el calor contra mi piel. No busco los ojos
de Lupin, pero musito un débil ‘gracias’ que resuena con culpa.

Yo no debería estar aquí.

Black se pasea a lo largo de una pared llena de ventanas, esperando cualquier noticia.
Lupin se sienta en silencio con un aire de tal calma y paciencia que me dan ganas de
golpearlo. Yo no debería estar aquí.

No puedo regresar.

La mera idea me retuerce el estómago. La idea de la sangre, probablemente


filtrándose por la piedra como se ha filtrado por mi ropa, que cuelga ahora rígidamente
de mis rodillas. La imagen que las débiles, danzantes sombras conjurarán, su sonrisa
demente mientras apuñala su propio cuello, los ojos encendidos con un placer sádico.
Ojos que de alguna manera sabían cómo esa demostración destrozaría a su
audiencia. El delgado y desnudo cuerpo, desplomándose sobre el suelo como ropa
desechada.

No. Puedo. Regresar.

—Está vivo, Severus —oigo decir a Lupin. Levanto la mirada para verlo observándome
con lo que parece ser preocupación. Trato de bufar, pero no lo consigo. Desvío la
mirada. No quiero que nadie me consuele.

Sin pretenderlo, atrapo la mirada de Black. Él deja de pasearse un momento para


mirarme fijamente. Le he dicho todo lo que sé. Le he dicho lo que hice. Lo que no hice.
Lo que debería haber hecho. La acusación en sus ojos lo atestigua.

Desvío la mirada y él comienza a pasearse nuevamente. Y las imágenes vuelven a


empezar el bucle.

—¿Cómo lo hizo? —musita Lupin para sí mismo—. ¿Cómo…? simplemente no


entiendo cómo puede ser posible.

—El caso es que no debió haber sucedido. ¡Tú estabas ahí para asegurarte de que no
pasara nada así! —me grita Black.

Suprimo cualquier estallido de indignación que surge ante su ataque. Tiene toda la
razón.

—Sirius —dice Lupin con un tinte de advertencia.

152
—Se suponía que lo protegería —sisea, su voz quebrándose bajo la presión de una
emoción pobremente suprimida.

—Estoy seguro de que hizo lo que pudo —insiste Lupin.

Una explosión de risa nace desde la fuente del amargo odio hacia mí mismo.

—No hice nada. Me senté ahí estúpidamente mientras el chico se cortaba la garganta.
Lo vi desangrarse mientas Albus casi se mataba para salvarlo. No hice nada.

Nada. Estaba aturdido por una estúpida defensa que un maldito cuarto año podría
haber superado, y probablemente yo también, de no haber dejado mi jodida varita a
disposición de un crío demente.

—Está vivo. Los dos están vivos —dice firmemente Lupin.

Levanto la mirada ante el sorprendido silencio que he creado con mi estallido. No


puedo identificar la expresión con que me observa Black. Se apoya contra el alféizar
de una ventana y cruza los brazos. Tras él, el último rayo de sol se extingue en el
último día de julio. Me viene a la cabeza que hace un año, a esta hora, estábamos
todos haciendo lo mismo: esperando a ver si sobreviviría otra vez. Me pregunto si el
año que viene tendremos tanta suerte como para preguntárnoslo.

Mis pensamientos se ven interrumpidos por la puerta abriéndose y Pomfrey entrando,


con aspecto de estar agotada. Deja salir un profundo suspiro.

—Debería salir de ésta. Lo tengo sedado mientras su cuerpo regenera la sangre que
ha perdido. En circunstancias normales no llevaría mucho tiempo, pero debido a lo que
su cuerpo ha sufrido las últimas veinticuatro horas y a que no ha comido desde hace
días, costará más que la poción haga efecto. —Sacude la cabeza—. Es la persona
con más suerte en el mundo, o la persona con menos suerte. Por mi vida que no lo
puedo decidir. —Se apoya contra el umbral de la puerta y se acomoda un molesto
mechón de cabello.

—¿Y Albus? —pregunto ausentemente.

Ella aprieta los labios.

—Está exhausto. Y es el paciente más imposible que jamás he tenido la mala fortuna
de cuidar. A pesar de lo enfermo que está, tiene suerte de que esto no lo haya
matado.

—¿Enfermo? —dice Lupin, hablando por todos nosotros.

Pomfrey nos dirige una mirada perpleja y mira alrededor.

—Entiendo que Albus sea un actor consumado, pero seguramente ustedes han
notado… —Resopla, impaciente—. Bueno, supuse que no lo demostraría. Él
no cree en la enfermedad, según dice. Por favor. Merlín ayude al espíritu cuyo trabajo
sea convencer al hombre de que está muerto.

—¿Está bien? —pregunta Black.

153
—Está viejo, señor Black. Lo admita él o no. No le quedan fuerzas para salir corriendo
a salvar el mundo. Aunque debo decir que el señor Potter debe agradecer que Albus
no lo haya aceptado. Ahora está durmiendo, y si lo hiciéramos a mi manera, debería
guardar cama durante el verano. Pero no me creo capaz de lograr ese milagro —
suspira—. De todas formas, no sirve de nada que ustedes se queden aquí sentados.
No voy a dejar que nadie entre a ver a ninguno de los dos esta noche.

—Alguien debe quedarse con Harry durante su liberación —insiste Black,


adelantándose.

—Harry está listo y bajo un sueño reparador. Yo estaré ahí para vigilarlo.

Black sonríe incrédulamente.

—Pero eso no es posible. Ni siquiera ha pasado un día completo.

—Sí que es posible, señor Black —insiste Pomfrey—. Harry es ahora oficialmente un
mago adulto... a pesar de sus esfuerzos por no volver a ver el día.

—Pero… no puede...

—El chico acaba de sobrevivir a otro roce con la muerte. Así que por favor, sea feliz
porque está vivo y no albergue ninguna expectativa sobre su poder. Buenas noches,
caballeros —dice, con la cara roja. Se gira bruscamente y se va.

Black mira hacia la puerta con una expresión desconcertada. No puedo decir que yo lo
esté haciendo mejor.

—Supongo que todo esto puede haberlo detenido de alguna manera, ¿no? —dice
quedamente.

—No lo creo —responde cautelosamente Lupin—. Severus, ¿terminó siquiera de


liberarse?

—No lo sé —digo. Pero no lo hizo. No puede ser. Incluso Longbottom estuvo fuera de
combate un día y medio.

Por supuesto, no se me ocurre nada para explicar cómo pudo estar lo suficientemente
lúcido para…

No. No quiero pensar en eso.

Black bufa disgustado.

—¿No lo sabes? ¿Estuviste dormido todo el tiempo, Snape?

—¡Sirius!

—Black, ¿cuántas liberaciones has supervisado? —Me lanza una mirada asesina.
Continúo—: Puedes estar seguro de cuándo ha comenzado. Puedes estar seguro de
cuándo está terminando. Los pasos individuales de liberación e integración son
imposibles de determinar —digo, mi voz inestable con el esfuerzo de elevarla—. Así
que no, no puedo decir si la liberación ha acabado o no. Pero puedo deciros que de

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alguna manera él estaba lo suficientemente consciente como para ser capaz de coger
una varita, romper una botella y cortarse la puta garganta. Algo que un mago a media
liberación no habría sido capaz de hacer.

—¡Ése no era él! Él no… jodido imbécil, él no habría hecho eso.

Se vuelve para mirar por la ventana.

—El caso es que cualquier hechizo de control mental requeriría que él estuviese
lúcido, cosa que no habría sido posible mientras se liberaba —digo, refrenando mi ira y
redirigiéndola hacia el objetivo apropiado.

Yo mismo.

—Mirad, es un punto discutible —interrumpe Lupin—. Sirius, no es como si Harry fuera


squib. Pero es completamente posible que hayamos sobreestimado sus poderes. En
lugar de discutir sobre algo que ni siquiera tiene importancia, deberíamos estar
tratando de averiguar lo que sucedió y asegurarnos de que no vuelva a pasar.

Me viene a la cabeza, observándolo, que nunca he visto a Lupin enfadado. Ni siquiera


abiertamente irritado. Lo he visto como una bestia feroz, con espuma en la boca y
ansias de carne. Pero nunca enfurecido.

No estoy seguro de qué es más impresionante.

»Ahora bien, según lo veo yo —comienza Lupin después de que las cosas se hayan
calmado—, sólo hay dos explicaciones posibles: un hechizo de control mental, o
posesión.

—Ninguna de las dos es factible. No hay hechizo que pueda haber atravesado todo lo
que custodiaba mis habitaciones. ¿Y debo recordarles que la posesión es algo que
sólo los espíritus son capaces de hacer, y Voldemort está bastante vivo?

Como si alguno de nosotros pudiera olvidarlo.

—¿Hay alguna manera de que haya utilizado su… el…? —Black deja la frase en el
aire, mordiéndose la lengua.

—No lo sé —digo quedamente—. Pero si ése fuera el caso, ¿por qué no lo había
usado anteriormente?

—Tal vez necesitaba que Harry estuviera incoherente —dice Lupin—. Tendría sentido.
Para que una posesión sea posible, la víctima necesita estar en un estado de
disociación. Tal vez éste es el caso. —Me clava la mirada firmemente, retándome a
probar que está equivocado—. Y aunque es cierto que está vivo, Severus, él se las ha
arreglado anteriormente para ir más allá de lo conocido. No creo que haya utilizado
magia que conozcamos.

Suspiro y admito ante mí mismo que no le falta razón. Pero si eso es verdad, entonces
no tenemos esperanza de adivinar qué es lo que ha hecho exactamente. Si la magia
que ha utilizado recae en la falta de disponibilidad del cerebro de Potter, entonces
sería lógico asumir que no sucederá nuevamente. Aunque es una insensatez dar por
hecho que el chico está a salvo.

155
Algo que desearía haber comprendido hace unas cuantas horas.

—Fuera lo que fuera lo que Voldemort estaba haciendo, no quería que lo molestaran.
Todo el lugar estaba repleto de dementores —dice Black, y levanto la mirada para
verlo temblar levemente—. Quiero decir… sabía que estaba planeando algo, pero
esperaba… un ataque o…

Dementores.

—¿Le hablaste a Albus de los dementores?

Alza la mirada con expresión perpleja.

—Ya lo sabe. Voldemort tiene unos cuantos entre sus tropas, los usa como guardias.

—También los utilizó para localizar a Potter el verano pasado.

—Pero ¿cómo…? —Detengo a Lupin con una mirada significativa. Abre mucho los
ojos, y su frente se arruga bajo el peso de cientos de preguntas lógicas. Queda en
silencio.

—Entonces, piensas que tal vez los haya utilizado para conectar de alguna manera
con Harry nuevamente.

—Creo que es bastante posible —suena una voz débil y rasposa desde la puerta.

Todos nos giramos para ver a Dumbledore apoyado contra la pared. Tal vez hubiese
estado tentado de reír ante lo ridículo que está con una bata blanca de hospital, con un
vívido estampado de globos flotando, pero estoy demasiado sorprendido por lo frágil
que parece. Parece que todo su poder está en los incontables pliegues de sus túnicas.
Me pongo de pie rápidamente, queriendo ofrecerle mi ayuda. Black se me adelanta. Le
ofrezco mi silla en su lugar.

—Albus, Poppy nos matará si te encuentra aquí —dice Lupin, con una pizca de
reproche tras su divertida sonrisa.

Dumbledore suspira.

—Es bastante insistente, ¿no es así? Pero la he convencido para que me dé un poco
de tiempo —ríe débilmente entre dientes. Desvío la mirada, incapaz de enfrentarme a
la imagen frente a mí. A pesar de todas las veces que he deseado ver muerto al viejo,
enfrentarme con la perspectiva de que se cumpla mi deseo hace que me ponga
enfermo. Por muy exasperante que sea, el mundo lo necesita.

Mi atención vuelve a él cuando siento la presión de una piel delgada como el papel
contra mi mano. Él la aprieta, mirándome.

—No habrías sido capaz de detenerlo, Severus. Ninguno de nosotros podría haber
previsto esto —dice. Aparto la mano. Se equivoca, por supuesto. Pero nunca he tenido
la energía ni la voluntad de contradecirle—. Antes de que Poppy venga y me obligue a
volver a la cama, hay unas cuantas cosas que me gustaría que hicierais. Sirius, por
favor, ponte en contacto con todos y haz que se reúnan conmigo mañana en mi
despacho. —Alza una mano para detener cualquier protesta de Black—. El chico

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estará bien hasta que regreses. Creo que Voldemort se verá bastante contrariado al
averiguar que ha perdido esta oportunidad, y le costará algo de tiempo trazar otro plan.
Así que ve. Por favor.

Black inspira profundamente y tensa los labios. Hay que decir a favor de Black que
Dumbledore le ha asegurado la seguridad del chico anteriormente. Escasean las
razones para creerle ahora. Hago una pausa durante un momento para maravillarme
por lo absurdo de que me esté poniendo de parte de Black en algo.

La culpa la tiene mi reducida cordura.

—Remus, me gustaría que recopilaras toda la información que puedas encontrar sobre
posesión y proyección de conciencia. Y te estaría agradecido si pudieras escribir a
Minerva y pedirle que venga a Hogwarts.

Lupin se pone de pie y asiente. Me ofrece una sonrisa antes de reunirse con Black en
la puerta.

—Severus —dice suavemente Dumbledore, girando la cabeza para mirarme fijamente.


Después de un segundo sonríe tristemente—. Me gustaría que te sentaras y bebieras
una taza de té conmigo.

Mi mandíbula se tensa, mi estómago se retuerce de miedo. No quiero discutir esto. No


quiero que me asegure que lo que sucedió no fue culpa mía. Yo estaba ahí. Sé lo que
pasó. Probablemente nunca lo olvidaré.

Pero tomo asiento de todas maneras porque todavía es Dumbledore, y aún es


imposible decirle que no. Comienzo a servirle una taza del té disponible y me detiene.

—Preferiría un agradable Earl Grey —dice, sonriendo. Da una palmada a la mesa


junto a la silla y yo alzo una ceja antes de buscar la varita.

No tengo mi varita.

Descanso mis inútiles manos sobre mis rodillas.

—Me he dejado la varita… —no termino la frase.

—Ah —dice, asintiendo. Una sombra de desaprobación cae sobre su rostro. Mi labio
se curva con amargo odio hacia mí mismo—. No importa. —Asiente hacia la tetera—.
Ya lo sirvo yo.

Me inclino hacia delante, dejando la tetera vacía y una taza vacía junto a él,
preguntándome vagamente por qué no conjura esa cosa él mismo. Aunque si con
mirarlo consigo alguna indicación, es probable que sea porque simplemente no tiene la
energía para hacerlo.

El largo, salpicante sonido del té interrumpe otra inundación de culpa.

Se ha relajado visiblemente para cuando llena su taza. Acerca el objeto hasta sus
labios y me mira fijamente por encima de su taza.

—Tienes un aspecto horrible —comenta antes de beber.

157
—Tú tampoco eres exactamente la imagen de la salud perfecta.

—Bueno, yo me estoy muriendo.

Lo dice con la misma gravedad con que diría “no me encuentro muy bien”. No hay una
pizca de reticencia en su voz. Ni un ápice de resignación. Habla como si fuera una
decisión consciente.

Me inclino a creer que lo es.

Trago saliva con dificultad y tenso los puños hasta que siento las uñas clavarse en mi
piel. Asiento brevemente pero no le miro a los ojos.

—Quiero que sepas que los sucesos del día no tienen nada que ver con ello —dice—.
Lo sé desde hace tiempo. Estoy viejo y ya es hora.

Por supuesto, tenía que pasar. La gente muere. Tan sólo esperaba que él se las
arreglara para sobrevivir. Y ciertamente no esperaba que su muerte fuera tan…
tranquila. Que terminara como un héroe en un último enfrentamiento con Voldemort,
eso sí me lo habría imaginado.

Pero “me estoy muriendo”…

Y aún así, es extrañamente apropiado que se vaya de esta manera, bajo sus propios
términos.

—Es hora de que él lo entienda.

Me cuesta un momento pasar de un tema a otro hasta discernir de quién me está


hablando. Un gran bulto de algo se solidifica en mi garganta en cuanto mi mente capta
el concepto. Que él. Lo entienda.

—No puedo… —Me atraganto—. No puedo decírselo, Albus. —En las décadas en que
he servido a este hombre, jamás le he negado nada. Pero decirle al chico que está…

Mi sangre se congela ante la idea.

Él sonríe afablemente.

—Por supuesto que no, Severus. Y no te pediría que lo hicieras. Sólo quiero que estés
preparado.

¿Preparado? La mera noción quiebra cualquier aflicción que hubiese tenido y brota
como un increíble bufido. Preparado. Para lo que seguramente será la destrucción de
la vida de un joven. Preparado. Para ver a alguien bajo un tormento mental que no
puedo ni desentrañar. ¿Cómo puedo estar preparado para eso?

»Había esperado retrasar esto un poco más. Permitirle a Harry asentarse con sus
nuevos poderes y daros tiempo para arreglar vuestras diferencias… —Me mira por
encima de sus gafas, deteniendo mi réplica de que no hay nada que arreglar.
Probablemente sea mejor no mentirle a un hombre moribundo, de todas formas—.
Pero parece que nunca hay tiempo suficiente. Y todo lo que tenía que ofrecerle al
chico, ya se lo he dado.

158
Baja la mirada hacia el suelo y permanece así durante un largo momento. He vivido
las muertes de todos aquellos que me han importado. La de mi padre vino
inesperadamente, y nadie tuvo tiempo de reflexionar sobre qué significaría su marcha.
Cuando mi madre murió, me sentí casi agradecido de que ya no tuviera que soportar
la vida. Los Potter, James, unos cuantos amigos, ninguno de ellos me llenó con esta
especie de vacío que siento ahora.

El anciano se aclara la garganta y vuelve a encontrar mi mirada.

»Pretendo decirle a Minerva todo lo que necesite saber con respecto a la situación, y
creo que puedo lograr convencerla de que lo deje a tu cuidado. Eso, si estás
dispuesto.

¿A mi cuidado? ¿Otra vez?

—Albus, el chico está postrado en esa cama de hospital, casi muerto, debido a
mis cuidados. En el mismo maldito lugar que estaba en este mismo momento hace un
año cuando estaba bajo mis cuidados. Seguramente podrás encontrar a alguien…

—En ambos casos, el resultado no habría sido diferente de haber estado él con otra
persona, Severus —dice con calma—. Y a menos que tú mismo no te sientas con
fuerzas suficientes para hacer el trabajo, no tendría reservas en dejarlo en tus manos.

Abro la boca para responder, pero él me interrumpe.

»Lo único que sé es que si Harry busca a alguien después de enterarse, será a ti. Pero
si estás incómodo…

La enorme estupidez que me está contando me lleva al límite de mi ya escasa


paciencia.

—Gilipolleces —digo, incapaz de reprimir mi rabia durante más tiempo. He pasado por
mucho esta noche como para dejar que algo tan mínimo como un hombre moribundo
me impida explotar. Gilipolleces, he dicho. Y luego me congelo, sin saber qué es
exactamente lo que le estoy negando. ¿Que estará a salvo conmigo? ¿Que me
buscará? ¿El que mi nivel de comodidad personal signifique algo para el viejo loco?

—Si hubieses pensado en mi comodidad, Albus, nunca habrías puesto al chico en mis
manos para empezar. —Ya está. Lo he dicho. He desgarrado la red de desconfianza
que el hombre ha estado hilando durante años.

Soy un cabrón.

Me mira con paciencia y tristeza. Me gustaría sacarle los ojos. Aprieto los dientes en
su lugar.

—Tú eras el único que podía conseguirlo, Severus —dice quedamente—. Te escogí
para entrenarle porque tú eras el único lo suficientemente cualificado para ello.
Cuando te hablé de su destino, lo hice para darte una oportunidad. Podrías haber
decidido perfectamente que no querías tener nada que ver con el chico. Pero sabía
que fuera lo que fuera lo que decidieras, serías capaz de mantener el secreto —
sonríe—. Un hombre tan viejo como yo no mantiene los secretos importantes para sí.
Es una medida de seguridad. Alguien tenía que saberlo en caso de que algo me

159
sucediera, y tú eras la única persona con quien podía contar. Pero estás muy
equivocado si piensas que nunca tuve en cuenta tus sentimientos.

Suspira antes de mirarme fijamente con una de esas miradas que te atraviesan el
alma. Me gustaría decirle que se largara, pero apenas puedo respirar. Toda mi energía
se enfoca en mantenerme quieto y no dar indicaciones de que me está afectando.

»Y por último, Severus —dice quedamente—, y lo más importante... Te escogí a ti


porque esa alma necesita disfrutar de algo de felicidad aquí si alguna vez espera hallar
paz en la muerte.

Pongo los ojos en blanco.

—Discúlpame si te digo que no me podría importar menos el alma del chico. Yo…

—Exacto —dice, sonriendo.

Frunzo el ceño, ahora completamente confundido y tal vez sólo un poco irritado de que
un hombre que hace unos momentos había proclamado estar muriendo pueda
arreglárselas para parecer tan malditamente pagado de sí mismo. Bufo.

—Sinceramente, Albus, ¿te parezco la persona adecuada para traer felicidad al alma
de nadie?

Sonríe.

—Creo que te subestimas. Y me has entendido mal. Me estaba refiriendo a tu alma.

Mi. Alma. Y el hombre tiene la audacia de mirarme así con esos ojos brillantes suyos,
como si estuviera seguro de que tengo alma.

Lo miro fijamente, pasmado, mientras mi cerebro conjura mil y una razones de porqué
este viejo es un completo lunático. Como no puedo decidirme por una sola, bufo
incrédulamente.

—Ridículo —escupo.

Mi elocuencia no parece convencerlo en lo más mínimo. Y, seamos francos, si este


hombre está lo suficientemente loco como para pensar que he sido feliz durante un
solo momento en medio de este completo desastre, probablemente ya esté más allá
de razones. Después de todo, uno debe estar cuerdo para apreciar la lógica, y
Dumbledore, por brillante que sea, está claramente demente.

Me sigue mirando.

»Albus…

—Dudas de mi cordura. —Pestañeo—. Está bien. Mucha gente lo hace —sonríe.


Frunzo el ceño y abro la boca para decir algo. Cualquier cosa.

Pero no tengo nada que decir.

160
»El hecho es que la primera mañana que llegué a tu habitación y os encontré a los dos
allí, lo supe.

—Supiste… —repito—. Qué. Exactamente.

Tenso los labios.

—Que tú... que los dos habíais encontrado la paz. —Parece bastante complacido
consigo mismo.

Sólo quiero maldecir esa mirada.

—Nos habíamos quedado dormidos, Albus. Difícilmente pienso…

—La cuestión, querido Severus, es que dormisteis. —Alza una ceja—. Los dos
encontrasteis paz en el otro cuando no había nada más. Y estaría mintiendo si dijera
que no me causó gran satisfacción verlo. Te mereces esa paz, Severus.

Lo que está diciendo está mal en tantos sentidos que no sé ni por dónde empezar. La
completamente risible noción de que lo que he experimentado con Potter se vea
comparado con la paz podría ser un buen comienzo. Toda mi vida se ha zarandeado y
desencajado por culpa de ese miserable chiquillo. No me ha causado más que
preocupación que me roe el estómago y rabia desde que fui lo suficientemente
estúpido como para aceptar el trabajo de protegerle. Y aunque es cierto que tal vez
haya compartido unos cuantos momentos de calma junto a él… bueno, no era… yo no
lo llamaría paz. Y ciertamente tampoco felicidad. Más bien era…

Era…

De acuerdo. Pues lo llamaremos paz, a falta de una palabra mejor. Pero no tenía nada
que ver con él. Y lo que es más…

Lo asesino con la mirada para ver cómo me observa con una expresión satisfecha. Su
labio se curva en lo que muy bien podría ser interpretado como una mueca burlona, si
no fuera por el hecho de que nunca he visto a Dumbledore hacer muecas burlonas,
que yo recuerde. Me llega una compresión que me cala hasta los huesos y mi boca se
abre completamente.

Él lo sabe.

Todo.

Una parte lógica de mí toma la comprensión y la aplasta contra el suelo antes de que
encuentre el camino hasta mi boca. No hay razón lógica para sospechar que lo sepa.
Y sería insensato decir algo que sólo provocaría que muriera de un ataque al corazón
después de maldecirme hasta enviarme directo al infierno.

Pero el pensamiento es persistente. ¿Y si efectivamente lo sabía? ¿Y lo aceptaba?

Que yo cometiera ese crimen estuvo mal, para empezar. Pero completamente
comprensible, dadas las circunstancias. Que él lo supiera, y que cerrara los ojos ante
el hecho de que estaba aprovechándome de mi estudiante, de un niño cuyo bienestar
era responsabilidad directa de Dumbledore…

161
Intolerable. Imperdonable.

En algún lugar recóndito de mi cabeza, soy consciente de que la rabia con la que
ahora estoy zumbando muy bien podría ser infundada. Pero cuanto más pienso en
ello, menos me sorprende. Y cuanto más lo pienso, más sentido cobra el hecho de que
él lo haya sabido todo el tiempo. Y no sólo no ha hecho nada para detenerlo, sino que
ha hecho todo lo posible por consagrarlo.

—Severus, ¿estás bien?

Dirijo mi mirada hacia él.

—No, Albus, no estoy bien. —Me tomo un momento para reunir algún fragmento de
calma dentro del torrente de ira que me sacude por dentro. Me froto el rostro con las
manos. No habrá confesiones en el lecho de muerte. Nada de secretos culpables
compartidos. Regresaré al tema que estábamos tratando.

¿Qué tema estábamos tratando?

—Siento que debo disculparme contigo —dice, cortando mi desesperada búsqueda


del tema de esta conversación—. Cuando uno llega a tener mi edad, ciertas cosas
parecen ser tan perfectamente simples. A menudo olvido cuán complicado parecía
todo cuando era joven.

Me reprimo de poner los ojos en blanco insolentemente, tratando desesperadamente


de recordar que ésta será probablemente una de las últimas veces que hable con él.

—Albus, ¿de qué estás hablando?

—Hablo de amor.

—¿Disculpa? —La ira asciende nuevamente.

Ríe entre dientes y gira su resplandeciente mirada hacia la ventana.

—Tú lo sabías —digo, antes de lograr cerrar la boca. Y no lo lamento lo más mínimo.
Que me ataque. Puede ser su último gran acto antes de dejar el mundo.

—¿Saber? —Dice, alzando las cejas—. Yo no sé nada, Severus. Ni deseo saberlo.


Pero no soy tan ingenuo como para imaginar que dos jóvenes puedan pasar tanto
tiempo juntos como vosotros lo habéis hecho, sin que haya algo más sustancial que
sesiones de estudio como base de su relación.

—¿Cómo pudiste...? ¿Por qué...? —Todas las preguntas saltan a la vez, demandando
respuestas. Cierro la boca mientras trato de eliminar una.

—Severus, el chico estaba destinado a tener una vida muy corta en esta tierra. Yo no
iba a privarle del más mínimo bienestar que pudiera encontrar. Ni soñaría con
denegarte a ti la oportunidad de encontrar un poco de luz en la oscuridad con que
insistes en castigarte. No soy un hombre cruel. —Me lanza una mirada testaruda.

Le devuelvo la mía propia.

162
—No eres un hombre cruel. Me traes a un chico moribundo a mi vida, me permites
enam... —Inspiro profundamente y reordeno mis pensamientos antes de continuar—.
Si realmente crees que Potter ha traído felicidad a mi vida, entonces sólo me has
ofrecido una felicidad que está condenada a terminar. Si eso no es crueldad, Albus,
entonces no sé lo que es. —Me pongo de pie con intención de irme. O eso o matarlo,
pero ya que va a morir de todas maneras, no malgastaré mis energías.

—Severus —dice. Me detengo ante la puerta pero no me giro para mirarle—. Todo lo
bueno llega a su fin. Si te niegas a ti mismo la felicidad sencillamente porque es
temporal, vivirás una vida muy larga, y muy triste. Lo menos que podemos hacer es
disfrutar la paz mientras la tenemos.

Y con ese encantador y trillado soliloquio, me retiro.

Que el viejo se pudra con sus recuerdos de felicidad.

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Un toque en la puerta de mi oficina me saca de un sinfín de pensamientos que


comenzaron como un mero planteamiento acerca de cómo podría cambiar la
planificación de este año para que los bobos descuidados que tengo por alumnos no
hagan estallar los calderos cada dos por tres, y se convirtieron en una visión bizarra de
Potter, armado con un vidrio quebrado, pinchando todos los globos flotantes de los
pijamas de Dumbledore.

Me enderezo sobre la silla, encogiéndome levemente mientras mi espalada me


recuerda que soy demasiado viejo como para dormir en butacas.

—Adelante —ladro, preparado para defenderme contra quien quiera que entre por esa
puerta, ya sea hombre lobo, necio animago, o un lunático bastardo entrometido
aficionado a hacer de celestina.

No estoy preparado para ver la rígida y estricta figura de McGonagall adelantándose a


través de la puerta, con los labios tensos y la nariz roja. No quiero pensar en por qué
la subdirectora ha decidido hacerme una visita. Alzo las cejas con expectación y
asiento.

»Minerva —mi voz suena seca y gastada.

—Hola, Severus —suspira, sus ojos suavizándose a pesar de que sus labios
permanezcan testarudamente apretados apenas cierra la boca—. Albus quería que
bajara y buscara unas cuantas cosas para llevarlas al ala del hospital. Parece ser que
el señor Potter se ha despertado. No hubo respuesta en tu habitación, así que pensé
que te encontraría aquí.

Mi estómago se sacude y debo tomarme un momento para obligarlo a regresar a su


lugar.

—¿Qué tipo de cosas?

163
—Sus gafas. Algo de ropa. Albus planea hablar con él esta tarde —dice, con una
significativa inclinación de cabeza.

Trago saliva con esfuerzo.

—¿Él…? —musito, evitando más discusión sobre el asunto. No quiero hablar de ello.
Ni siquiera quiero pensar en ello. Me pongo de pie y me dirijo al armario, sacando una
de las viejas túnicas del colegio que guardo para el probable caso de que se
desintegre la de un alumno de mi clase. Vuelvo y la dejo en sus manos antes de ir
hacia mi abastecimiento de pociones y coger una para la vista que tenía del verano
pasado. La sirvo en un cáliz y la olfateo para asegurarme de que aún está en
condiciones.

Lo está.

—Esto debería ser suficiente por el momento. —Le ofrezco el cáliz. Aunque es cierto
que tendré que volver algún día, preferiría posponerlo el máximo tiempo posible. Es
algo para lo que alguien debe prepararse mentalmente. Y definitivamente yo no estoy
preparado.

Ella observa la copa con una mirada extraña y luego dirige su incomprensible mirada
hacia mí.

—Severus... Yo… Bueno, seguramente… —Se traba con las preguntas que veo
revoloteando en su cabeza.

Rápidamente trato de inventar una razón que justifique por qué no puedo ir ahora a
mis habitaciones a buscar sus cosas.

—Tengo una poción muy sensible en cocción. Buscaré sus cosas más tarde —digo
tensamente, incapaz de decir si mi actuación ha sido convincente. Tendrá que serlo.

—Si dieras tu permiso, yo podría ir…

—No doy mi permiso.

—Severus, estás siendo irracional —dice, exasperada.

—¡Minerva, por favor! —grito, sorprendiéndome incluso a mí mismo. Observo su


expresión sobresaltada y me pregunto si parezco tan ridículo. Inspiro y decido que no
me importa lo suficiente como para disculparme. Camino hacia mi escritorio y tomo
asiento, apretándome el puente de la nariz.

—Podría mandar a alguien para limpiarlo —dice quedamente.

Me tenso, sintiéndome absolutamente estúpido y sin querer hacer nada para


redimirme. Sacudo la cabeza. No quiero a nadie en mi habitación. Es una actitud
irracional, me digo. No hay razón posible para querer mantenerla como está. Aún así,
no me interesa en lo más mínimo.

—¿Cómo está Albus? —pregunto, alejando la conversación de mi cuestionable


cordura.

164
—Está… —Hace una larga pausa y levanto la vista. Intento buscar sus ojos, pero ella
los evade—. Es un anciano que pierde la cabeza. —Se ríe, girándose para mirar
fijamente algo en las estanterías que hay a su espalda. Sorbe por la nariz
discretamente—. Me pregunto si alguna vez viviré lo suficiente para entender por
qué… hace lo que hace. Uno pensaría que ya me habría acostumbrado a sus
pequeños secretos. Pero cuando todo sucede justo bajo tus narices…

—Minerva…

—No, Severus —dice ella firmemente, girando bruscamente y clavándome una furiosa
mirada. Estoy leve (y gratamente) sorprendido de encontrarme con sus ojos
perfectamente secos. Y sería grato si no fuera por el hecho de que me siento como si
hubiera sido atrapado deslizando un laxante en el jugo de calabaza de Black—. Estoy
furiosa con vosotros. Tú y Albus… —Inspira profundamente—. Me he pasado toda la
mañana siendo bombardeada con un montón de información que él ha decidido
soltarme antes de… Cualquiera de esas cosas, por sí solas, habrían bastado para
congelarme la sangre. Y… —Respira para calmarse, cuadrando los hombros
nuevamente y tensando los labios un momento antes de hablar—. Bueno, supongo
que todos aquellos con quienes ha planeado una charla saldrán de su oficina
sintiéndose aturdidos, ¿no es así? Ahora, si me disculpas, debo ir y llevar a un chico a
su sentencia de muerte —dice, con voz temblorosa. Se gira abruptamente, ropa y cáliz
en mano, y sale de la habitación.

Salgo durante unos minutos de mi interminable catarata de autocompasión para


agradecer a algún piadoso aspecto del destino el no haber sido maldecido con su
trabajo. Ser el confidente de Dumbledore ha sido lo suficientemente engorroso. Ser su
mano derecha sería insoportable.

Por supuesto, ser su buena obra debe ser lo peor de todo.

El estallido de compasión se seca, y una vez más me veo arrastrado por una corriente
de resentimiento.

Maldito sea el viejo y malditas sus buenas intenciones.

Traducción: Loves

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CAPÍTULO 12 – SECRETOS REVELADOS

Después de luchar durante una hora para bloquear la luz irritantemente brillante al otro
lado de mis párpados, se me ocurre preguntarme de dónde viene. Y entonces me doy
cuenta que no hace tanto frío como debería en las mazmorras. Parpadeo cuando mis
ojos se acostumbran a la blancura borrosa de la enfermería.

Maldita sea. ¿Qué ha pasado esta vez?

Aparte de sentir el cuerpo como si me hubiera pasado una semana corriendo, no me


siento especialmente mal. Muevo los dedos y pies con cuidado, y luego me siento. No
hay dolores agudos. Nada parece ir mal.

Aparte del hecho de que estoy solo en el hospital.

Busco las gafas con las manos, sin encontrarlas. Es sólo cuando me arrastro hasta el
final de la cama, tratando de mirar al otro lado de la cortina, que noto el vendaje que
me envuelve el cuello. Primero lo toco con cautela y luego con más firmeza, tanteando
en busca de lo que cubre. Hago una mueca de dolor cuando me encuentro con un
punto sensible. Busco en mi memoria cualquier explicación lógica, pero lo último que
recuerdo es a él, quitándome las gafas. Justo antes de que todo se volviese negro.

¿Dónde está?

Una punzada de preocupación me agita por dentro al pensar que pude haberle hecho
algo. Pero como él dijo, debería haber sido capaz de lidiar conmigo. Y supongo que el
único que está en la enfermería soy yo. Y no puede haber sido tan grave si no hay
nadie haciendo vigilia junto a mí, esperando a que me despierte.

¿Verdad?

—¿Severus? —digo en voz baja, preguntándome si podría estar al acecho en algún


rincón, invisible. Después de un momento resoplo, sintiéndome un poco ridículo.
Suspiro con pesadez y trato de no pensar en el hecho de que al menos una vez al año
me despierto aquí sin saber qué ha pasado ni cómo he llegado. Esperaba poder
romper la maldición este año.

Al menos esta vez no ha sido Voldemort.

O eso espero.

Oigo el sonido de unos pasos y veo a la ajetreada Pomfrey aparecer por la cortina.

—Oh, qué bien, estás despierto —canturrea. Me da un vaso de agua que acepto con
agradecimiento.

Me lo tomo poco a poco, tragando con fuerza, antes de hablar.

—¿Qué ha pasado esta vez?

Por lo que puedo ver, la sonrisa se queda en su sitio, pero ocupa las manos en
ahuecarme las almohadas.

166
—Creo que lo mejor es que deje que te lo explique el profesor Dumbledore. —
Comienza a alejarse.

Que no me lo diga ella nunca es buena señal. Si deja que Dumbledore me lo explique,
probablemente nunca lo voy a saber a ciencia cierta. Un revuelo de temor despierta en
mi estómago.

—El profesor Snape está bien, ¿no? —pregunto.

Se da la vuelta.

—Está bien. Me imagino que estará muy contento de saber que has despertado.
Ahora, descansa un rato más. Voy a encargarme de avisar a todo el mundo.

Asiento con la cabeza. Mi mano se acerca para jugar con el vendaje, tratando una vez
más de recordar lo que ha pasado, sin éxito.

—Deja eso —dice bruscamente con irritación mientras se aleja con rapidez. Me
pregunto cómo sabía lo que estaba haciendo—. Necesito algo de tiempo para curar
los cortes profundos y no voy a permitir que te abras en canal otra vez.

Sólo después de que el sonido de sus pies se apague, se me ocurre preguntarme


cuánto tiempo llevo inconsciente. Ron pasó aquí dos días y medio, en su momento.
Hermione, tres y cuarto. Ron dijo que Fred y George hicieron apuestas sobre cuánto
tiempo estaría yo en la cama. Sin embargo, sinceramente, me conformaría con igualar
a Ron. Me preocupa un poco que, aparte de que estoy hecho polvo, no me siento
diferente. No hay alteraciones de poder como dijeron Ron y Hermione. Nada de
hormigueo. Ni siquiera me siento más viejo. Puede que me haya perdido los efectos
secundarios por estar aquí dormido. Puede que no sea tan poderoso como ellos, dice
alguna parte de mí con baja autoestima. La gente piensa que soy poderoso porque he
sobrevivido a Voldemort más veces de lo que es sano. Pero, en realidad, es sólo una
inesperada casualidad que no haya logrado matarme aún.

El sonido de unos pasos diferentes que se acercan a la habitación del hospital me


salva de mis propios pensamientos. Me arrastro hasta el final de la cama y veo una
figura alta, delgada y con atuendo formal entrar por la puerta y caminar hacia mí.

—Señor Potter.

McGonagall. Eso es bastante extraño, me parece. Normalmente, nadie sabe que estoy
aquí.

—Hola —le saludo con incertidumbre.

—¿Cómo se siente? —pregunta.

—Un poco cansado.

—Bueno, supongo que es de esperar. —Me da una copa—. Tome, beba esto.

—¿Qué es? —pregunto, llevándome la copa a los labios. Reconozco el olor como el
de la poción para la vista del año pasado. Huele a zanahoria. Bebo hasta que
desaparece—. ¿Dónde están mis gafas? —le pregunto, limpiándome la boca con el
dorso de la mano.

167
Alzo la vista hacia ella. Ya la veo con más claridad. Aprieta los labios, preocupada,
antes de suspirar.

—El profesor Snape dijo que las buscaría más tarde. —Me extiende una túnica. La
cojo, sin comprender por qué Severus iba a tener que buscar mis gafas. Creo que
están junto al sofá.

—¿Por qué estoy aquí? Quiero decir...

—Póngaselo. El director se lo explicará todo.

Su voz es firme y cuanta mayor claridad adquiere mi vista, más obvio me parece que
algo anda horriblemente mal. Salgo de la cama con la agobiante sospecha de que me
arrepentiré de haberlo hecho. McGonagall cierra la cortina y yo me quito la bata del
hospital para ponerme la túnica, que es demasiado grande como para ser mía.

La miro cuando salgo.

—No tengo zapatos —le digo, levantando el dobladillo de la túnica para mostrar mis
pies descalzos. Ella mira hacia abajo y frunce los labios de nuevo.

—Bueno, no creo que vaya a necesitarlos en el futuro inmediato. Vamos. —Se da la


vuelta bruscamente y comienza a caminar. Los tacones de sus zapatos resuenan con
fuerza contra la piedra.

La sigo en silencio, sintiéndome extrañamente como un hipogrifo condenado.

----------------------------------------------------

Para cuando llego a la oficina de Dumbledore, estoy convencido de que de alguna


manera me las he apañado para destruir por completo las mazmorras. Tal vez lo
incendié todo. Y es por eso que estoy usando ropa de otra persona, sin zapatos ni
pantalones. Y es por eso que Severus no encuentra mis gafas.

McGonagall me deja solo cuando el paso a la oficina de Dumbledore se abre. Estoy


sin aliento por intentar seguir su ritmo, pensando cuál podría ser el castigo por destruir
involuntariamente toda una parte de la escuela. McGonagall me dirige una mirada
extraña —no llega a ser compasión, y tampoco disculpa— antes de girarse y caminar
en dirección a su despacho. Empiezo a subir las escaleras, con el estómago girando
velozmente por el temor, que sólo se hace más profundo mientras me aproximo a un
silencio sepulcral.

Abro la puerta.

Dumbledore está sentado detrás de su escritorio y, si no estuviera sonriendo, tendría


la certeza de que está muerto. No recuerdo haber visto nunca a alguien tan... bueno,
viejo. Ha debido de envejecer como mínimo cincuenta años desde mi cumpleaños, y
no puedo dejar de sentir que de alguna manera esto es culpa mía. Sirius se levanta de
una de las sillas. Miro a la otra silla, expectante.

168
El profesor Lupin gira el cuello para mirarme.

—Bienvenido al mundo de los conscientes.

La decepción me sorprende antes de que tenga la oportunidad de obligarla a salir de


mi expresión.

Sirius parece haberse tragado algo podrido. Doy unos pasos, con intención de ocupar
el asiento del medio, y me detengo cuando él viene corriendo hacia mí, aplastándome
entre sus brazos. Me quedo de pie, sin poder moverme ni respirar y, ahora más que
nunca, preguntándome qué demonios está pasando. Después de un largo momento,
me temo que no me va a dejar ir. Mirando por encima de su hombro, suplico en
silencio que alguien me ayude.

Nadie me está mirando.

—Sirius —resuello con impotencia.

Él respira hondo antes de suavizar el agarre, y luego se queda mirando hacia abajo,
parpadeando con bastante rapidez. Parece habérsele pasado por la mente que, dado
que no sé qué está pasando, me resulta imposible participar de la emoción que él
siente. Sonríe torpemente y me deja escapar.

Esto es muy confuso.

Miro a Dumbledore en busca de respuestas, a pesar de que a estas alturas debería


ser más listo.

—Toma asiento, Harry —dice con voz grave.

Acepto con mucho gusto. Lejos de las oleadas de energía que me dijeron que
esperase, me siento como si la mía se hubiese vaciado. Por supuesto, el temor
ansioso que mi cuerpo se empeña en producir en estos momentos no facilita las
cosas. Miro a Dumbledore, expectante.

—¿Cómo te sientes? —pregunta.

—Bien —respondo, sin saber si debo preguntarle lo mismo. No estoy seguro de que
me gustase una respuesta sincera. Tiene un aspecto horrible.

—Debes de estar más que curioso por saber lo que ha sucedido —dice. En sus ojos
no hay rastro del brillo de diversión que he aprendido a esperar. No hay nada allí.
Vacío.

—Sí, señor.

Mis ojos siguen los suyos hacia Sirius, que se entretiene en buscarse padrastros en
las uñas y no mirar a ninguna parte. Se me ocurre que la última vez que estuvimos
todos reunidos aquí, parecía muy incómodo. Me pregunto si esto tiene algo que ver
con el gran secreto que todos intentan evitar decirme.

—Al parecer —suspira Dumbledore—, a pesar de todos nuestros esfuerzos, Voldemort


ha encontrado la manera de llegar hasta ti.

169
Parpadeo, no muy impresionado. No puedo decir que me sorprenda. Siempre
encuentra una forma, después de todo. La noticia no incita más que un enfado
imparcial, sin objetivo real.

—Entonces, ¿qué ha pasado? — ...esta vez, se me ocurre añadir, pero decido


guardarme esa parte para mí. Parece suficientemente presente en la sala, de todos
modos.

—Es una pregunta justa. Una que requiere una gran cantidad de explicaciones para
que lo entiendas por completo. —Se lleva los dedos a la boca, pensativo.

Suena a preludio de un nuevo rechazo a dar información, me parece. Me muevo con


impaciencia en mi asiento y espero a que me diga que no estoy en condiciones de
comprenderlo todavía.

—Voy a decirte todo lo que sé de la situación. Va a ser difícil de oír para ti, pero
mereces saber la verdad sin importar lo dolorosa que sea —dice con gravedad.

La sorpresa debe de ser visible en mi cara. No puedo hacer más que asentir y
reclinarme todo lo que puedo en el asiento, tratando de prepararme mentalmente
para... lo que sea. Después de una introducción así, ni siquiera estoy seguro de querer
saberlo.

Comienza a servir una taza de té y, una eternidad después, la desliza por encima del
escritorio. Se ofrece a rellenar las tazas de Sirius y Lupin, pero ellos se niegan. Baja la
tetera con un profundo suspiro y mira de nuevo hacia mí.

—Creo que ya estás informado de que Voldemort busca la inmortalidad. —Inclina la


cabeza hacia mí, y yo asiento con brusquedad—. Intentó una serie de hechizos y pasó
por muy graves y dolorosas transformaciones, todas ellas con efectos poco
satisfactorios. Finalmente, se decidió por un hechizo del que sólo se conoce a una
persona que lo haya realizado con éxito. Este mago desapareció del registro público
en el siglo XIX... mil doscientos años después de su nacimiento.

Abro los ojos como platos y me estremezco al pensar en tener a Voldemort rondando
durante otro milenio. Me pregunto vagamente si se cansaría de ser un malvado hijo de
puta después de un par de siglos. No puedo imaginar por qué nadie iba a querer vivir
tanto tiempo. Pero no creo que pueda llegar a comprender gran cosa de lo que hace
Voldemort.

Dumbledore continúa.

—El ritual consta de tres partes. La primera, sin duda la más difícil, requiere que el
alma del mago sea purgada de su cuerpo; expulsada, pero no separada. Esto es muy
doloroso y requiere de varios años de preparación. La mayoría de los que han jugado
con esto han muerto en el intento. Voldemort tuvo éxito.

Siento que mi cara se contorsiona en una mezcla de horror y repugnancia. No es de


extrañar que Voldemort no tenga alma, pero no puedo imaginar por qué diablos la
habría sacado deliberadamente de su cuerpo. Recuerdo a Lupin hablándome del beso
del dementor, y cómo la gente está peor que muerta después de él. Tal vez no es tan
malo si quieres que tu alma sea absorbida. De pronto, tiene más sentido que
Voldemort se quiera morrear con dementores.

170
Más o menos. Me estremezco al pensarlo.

—¿Y la segunda parte?—pregunto, ansioso por llegar a la parte en que algo de esto
tenga que ver conmigo.

—La segunda parte —repite. Asiente con la cabeza durante sus buenos diez
segundos. Puedo ver cómo aprieta la mandíbula, y de repente soy consciente del
tenso silencio que hay a mi alrededor—. El alma del mago permanece conectado a él
con algo a lo que nos referimos como la cadena de plata del alma.

Arrugo la nariz, luchando contra una imagen insistente de Voldemort de pie con su
alma volando en el cielo por encima de él como una cometa. Asiento con la cabeza y
presiono los labios con firmeza. Esto no debería ser divertido y algo me dice que
Dumbledore no estaría contento si me riera por lo bajo.

»Lo que normalmente sucede cuando morimos, Harry, es que la conexión se corta y el
alma pasa a la otra vida, llevándose con ella una huella de la vida que llevó en la
tierra. Mientras el alma no experimente la muerte en este mundo, esta cadena, por así
decirlo, permanece intacta. ¿Todo claro hasta ahora? —pregunta, mirando por encima
de sus gafas.

No, en absoluto.

—Creo que sí.

Sonríe.

—Bien, veamos; un cuerpo puede sobrevivir sin su alma, pero un alma no durará
mucho tiempo en la tierra sin cuerpo. La siguiente parte del ritual, por lo tanto, es
encontrar un cuerpo en el que podría reencarnarse esa alma. Una vez hecho esto,
cuando el niño nace, la tercera parte se puede llevar a cabo. El niño tiene que morir.

Todo el mundo dice que Voldemort es un gran mago, pero esto parece ir más allá de
la lógica. Y en alguna parte ahí fuera, un pobre niño podría albergar el alma de un
monstruo.

Me estremezco al pensarlo.

Me doy cuenta de la pesada tensión que bordea la expectación. Miro a mi alrededor


para ver que todos los ojos están puestos en mí. Sonrío nerviosamente, sin saber muy
bien qué decir sobre todo lo que ha dicho.

—¿Aún no ha...? —Me voy apagando poco a poco, y un escalofrío me recorre. Si


Voldemort es inmortal, entonces tengo que pasar el resto de mi vida asegurándome de
que no me... mata...

La nauseabunda comprensión me invade. La aparto, de mal humor.

No...

—Harry —dice Dumbledore, inclinándose hacia adelante.

No.

171
Miro a ambos lados. Sirius entierra la cabeza entre las manos y Lupin se pellizca el
puente de la nariz.

—¿Yo?

No, no, deberían echarse a reír. Eres Harry Potter, El Niño Que Vivió, el heredero de
Gryffindor, el buscador más joven en más de un siglo y futuro capitán de quidditch.
Obviamente, tú no eres la encarnación más reciente de la abandonada alma de
Voldemort.

Pero no se ríen. ¿Por qué no se ríen? Me río yo por ellos. Nervioso.

—Así es como fue capaz de llegar a ti —dice Dumbledore en voz baja.

No, no lo es.

»Encontró una manera de manipular la conexión mientras tu conciencia estaba


ocupada con tu liberación. Poseyó tu cuerpo, e intentó matarte.

—Poseyó mi cuerpo —repito monótonamente.

Mi mente corre para intentar procesar todo lo que me ha dicho. Pero es imposible.
Sacudo la cabeza, y me estremezco sólo con la idea de que podría...

No. No es verdad.

—Harry —dice Sirius con la voz ronca, poniéndome una mano en el hombro. Me libro
del contacto con una sacudida. No quiero que me consuele. No necesito consuelo,
puesto que NO ES VERDAD.

Me alegro de que estén muertos.

No es cierto.

Esto los habría matado.

No. Es. Cierto.

Algunos secretos es mejor dejarlos enterrados...

—Pero eso no tiene ningún sentido. Ni siquiera tiene cuerpo, ¿no? Entonces, ¿cómo
podría...? Quiero decir...

—El alma necesita un único organismo para sobrevivir, Harry. Lo único que habría
importado es que una parte de Voldemort sobreviviese. Había hecho tanto para
asegurarse de que nunca moriría, que cuando desviaste la maldición asesina fue
capaz de sobrevivir a ella. Pero lo perdió todo. Todo, a excepción de alguna parte de
su conciencia, que se mantuvo viva, ya fuera por el poder que usurpaba de sus
seguidores o a través de... —se detiene de repente.

—... mí —termino. El soporte vital de Voldemort. Creo que me estoy poniendo


enfermo. Asiente con la cabeza.

—No podemos saberlo con absoluta certeza. Hay tan poca información en relación
con este hechizo, Harry, que no puedo decirte cómo funciona todo. Pero sí sabemos

172
que cuando Voldemort fue devuelto a un cuerpo, volvió a ser vulnerable. Antes no era
más que energía y, como tal, no podía ser destruida. Después de haber sido devuelto
a la carne, ahora se le puede matar —dice, con aspecto casi demasiado
apesadumbrado ante la posibilidad de que Voldemort pueda morir.

—Vale, eso es bueno, ¿no? —le pregunto. Sinceramente, no veo cómo el hecho de
que Voldemort sea capaz de morir pueda ser algo malo. Pero entonces recuerdo que
evitó que Sirius lo matara—. ¿No es bueno?

Sirius maldice en voz baja y se levanta de pronto para pasearse de un lado a otro.
Lupin se mira las manos.

—No es bueno —digo.

—Si Voldemort muere, tú también morirás.

Me quedo mirándolo en un silencio atónito. Me preguntaba cómo matar a Voldemort


podría ser considerado un grave error. Supongo que ahora ya lo sé.

—Y si Voldemort me mata... —Las palabras apenas se escapan de mi garganta. —El


alma experimentaría la muerte que necesita para salir de este mundo, pero seguiría
conectada a Voldemort. Voldemort se volvería tan inmortal como el alma.

—Pero quiero decir que si Voldemort muere, ¿no pasaría lo mismo conmigo? Quiero
decir... ¿No está esa cosa igual de conectada conmigo? —También es mía, joder.
La expresión de su rostro es tan clarificadora como una sentencia de muerte. Una risa
baja retumba en mi garganta.

—Así que yo podría morir en cualquier momento. Algunos aurores podrían encontrar a
Voldemort y... ¡Avada kedavra! Caigo muerto en la sopa. —Me río de nuevo, pero no
es gracioso. La risa queda aplastada en mi pecho, que parece estar sufriendo
maniobras de excavación. No puedo respirar.

—Entonces, ¿qué hacemos? ¿Tiene que haber algo, ¿verdad? —Baja la vista—.
¿Profesor?

—Lo siento mucho, Harry. He pasado la mayor parte de estas dos décadas... —Niega
con la cabeza—. Lo siento.

De repente lo odio. Los odio a todos. Odio la forma en que me miran. En que NO me
miran. Tengo que salir. Huir a alguna parte, pero yo no sé adónde iría y no parece que
sea posible huir de esto, de Voldemort...

Estoy unido a él por una cadena. Una jodida cadena. Y está dentro de mí y quiero
morirme, pero ni siquiera puedo hacer eso. Porque si yo muero, entonces Voldemort
nunca lo hará. A menos que...

—Entonces, matémoslo. —La única solución lógica.

—Harry...

—Me voy a morir de todos modos, ¿no? Asegurémonos de que él va primero.

Dumbledore respira hondo.

173
—Harry, eso es algo...

—¡Mátelo! —grito, y me levanto con rapidez, sacudiéndome el brazo del agarre de


Sirius. Tengo que irme. A cualquier otra parte.

Algún lugar donde esto no esté pasando. Donde no sea cierto. Algún lugar donde no
me puedan encontrar.

----------------------------------------------------

No sabría decir cuánto tiempo llevo caminando. Pero creo que he pasado por todos los
malditos pasillos de este castillo y que he llevo andando el tiempo suficiente para que
la poción haya desaparecido hace mucho, y tengo un dolor de cabeza cegador que
acompaña al agujero abismal que solía ser mi estómago.

Necesito mis gafas. La realidad es hilarante. Que la estúpida debilidad de mi cuerpo


pueda ser suficiente para distraerme del hecho de que llevo dentro el alma de un
monstruo. Que donde quiera que vaya, lo llevo conmigo. No importa adónde me dirija,
él estará ahí. Respirando en mi cuello, siseando con su voz fría y aguda. Mirándome...

Y necesito mis gafas.

Ése es el único pensamiento que consigue atraer mi atención, ya que golpea al ritmo
de mis latidos, detrás de mis ojos. No tengo alma de mi propiedad. Pero mi
astigmatismo es enteramente mío.

Así que me dirijo a las mazmorras, a su habitación, que, si existe algún dios, estará
vacía. Porque no quiero verlo.

Ni con gafas ni sin ellas.

Es extraño pasar por estos pasillos de nuevo. No he entrado por la puerta de sus
aposentos en años. Y no lo haría ahora, si no fuera porque tengo los polvos flu en el
baúl, y el baúl está en sus habitaciones. Mi corazón late nerviosamente cuando me
acerco a la puerta, y estoy mareado por no poder ver bien y no haber comido en Dios
sabe cuánto tiempo.

¿Qué voy a decirle si está ahí? ¿Acaso sabe siquiera que lo sé?

Recuerdo su cara cuando pensó que Dumbledore iba a contármelo el otro día. Por lo
menos, supongo que éste era el gran secreto. No me puedo imaginar que haya un
secreto aún mayor. Él huiría a la desesperada si fuera mayor.

No puedo decir que le culpe. Preferiría comerme la lengua antes que decirle a alguien
que tiene dentro el alma de la criatura más malvada del mundo.

Toco suavemente al principio, y luego con más fuerza cuando no hay respuesta. Me
sorprende la súbita oleada de decepción. Me sorprende sentir algo real después de
pasar innumerables horas en este estado de insensibilidad.

174
Insensibilidad con dolor de cabeza.

Palpo el picaporte de la puerta y me la encuentro abierta. Hay un fuego ardiendo en la


chimenea, pero la habitación tiene una calma que parece indicar que hace días que
nadie respira aquí. Exhalo con fuerza para remover el aire. Me dirijo al dormitorio, y
luego al sofá, donde, efectivamente, mis gafas descansan sobre una mesita. Parpadeo
cuando me las pongo, admirado ante la diferencia que puede marcar un trocito de
vidrio.

Me dirijo al baño en busca de una poción que me libre de este dolor de cabeza
cegador. Al cruzar la puerta, siento que algo perfora mi pie.

—¡Hostia! —Me apoyo contra la pared y me saco un trozo de cristal de la piel. Mirando
hacia abajo, veo los restos rotos de una botella. Frunzo el ceño y luego paso por
encima con cautela, decidiendo ir a buscar mis zapatos después de esto. Encuentro
una poción para el dolor de cabeza en el botiquín y me la tomo, agradecido. Cuando
cierro la puerta del gabinete noto de nuevo la venda alrededor de mi cuello.

El último intento de Voldemort. No sólo está conectado a mi alma, sino que mi cuerpo
también le pertenece. Si esto no me estuviera pasando a mí, en realidad podría ser
gracioso. Pero no es gracioso.

Con mucho cuidado quito el esparadrapo y desenrollo la gasa, dejándola caer en el


lavabo para ponerme a trabajar con el vendaje que se me ha quedado pegado a la
piel. Me tomo un momento para agradecer el hecho de que, por muchas cosas que
sea, velludo no es una de ellas. Miro fijamente, horrorizado, a la cicatriz que atraviesa
mi cuello, con el aspecto de un pergamino descuidadamente cortado en pedacitos que
luego alguien ha intentado arreglar con celo. El pus amarillo-anaranjado que supura
del corte no mejora su aspecto.

Yo he hecho esto. Mi mente da vueltas mientras trata de asimilar la idea. Me aparto


del espejo con disgusto y me detengo de repente, mirando el vaso en el suelo y una
toalla arrugada junto al desastre. Intento por un momento imaginarme haciéndolo.
Viniendo aquí y rompiendo deliberadamente una botella con la intención de cortarme
el cuello. ¿Y dónde demonios estaba él cuando lo hice? ¿Por qué no me detuvo?

El pánico asfixiante que sentía en la oficina de Dumbledore regresa, y paso por


encima del desorden hacia el armario donde tengo mi baúl. Lo abro para buscar un par
de pantalones vaqueros y una camiseta. Tengo que irme. No sé adónde. Guardo la
varita en el bolsillo y me pongo unos calcetines, sin preocuparme por las gotas de
sangre que se derraman de la pequeña incisión en mi pie. Necesito unos zapatos.

No recuerdo dónde dejé los zapatos.

Apunto con la varita a una de las antorchas en la pared.

—Incendio. —Estoy a punto de caer de culo cuando una gran explosión de llamas se
dispara desde la parte superior de esa cosa, abrasando las paredes de piedra. Por un
momento me quedo ahí de pie, aturdido, mirando a la llama que no parece ceder.
Siento el calor en la cara y la habitación está más brillante de lo que la he visto nunca.

Hago nota mental de tener más cuidado cuando utilice magia y empiezo a buscar los
zapatos. Me detengo de nuevo cuando me doy cuenta de que hay una mancha oscura
muy grande en el suelo. En el centro está su varita. Ahí, tirada. Abandonada.

175
Me acerco a la mancha con cautela y me agacho a recoger su varita, que parece estar
cubierta de...

Sangre, reconozco. Mi sangre. Me siento de un golpe.

Todo esto salió de mí. Busco a mi alrededor algo que sé que todavía debe estar aquí,
y lo encuentro, irregular y teñido de rojo. La luz brilla a través de ella. A través de la
sangre.

Mi sangre.

Debería estar muerto.

Bajo la mirada hacia el vaso en mi mano, tratando de encontrar un destello de


memoria, algo que pruebe que yo he vivido esto. No recuerdo nada. Una parte de mí
grita que nunca debería haber dejado que esto sucediera. Que por encima de todo,
debería haber sido capaz de luchar contra Voldemort, no permitir que entrara en mí
con tanta facilidad. ¿Cómo ha podido pasar toda esta mierda? Debería estar muerto.
Toda esta sangre. Debería estar muerto y no lo estoy. Me han salvado de nuevo. Me
salvaron para que pueda morir algún otro día.

Mi estómago da un tirón y me encojo, levantando las rodillas, agarrando su varita


mágica con una mano y el vaso con la otra. Me hace un corte en la palma, pero no
consigo soltarlo. El mundo se estrecha a mi alrededor. Mi cuerpo se encoge más y
más. Quiero desaparecer.

No quiero desaparecer.

No quiero morir.

—Harry. —Una voz seca y agrietada.

Miro hacia arriba, vagamente consciente de la humedad en mi cara.

Me mira, horrorizado.

No le gusta la emoción, recuerdo. Ahora mismo, me importa una mierda.

Pero me levanto, porque tengo que salir. Sus ojos miran su varita, que todavía
mantengo en la mano. Resoplo y la levanto, ofreciéndosela.

Da un paso atrás, retrocediendo, como si fuera a maldecirle.

—La he encontrado ahí tirada —le digo. Doy un paso adelante. Sus ojos se enfocan
en mi otra mano, todavía cerrada herméticamente alrededor del vaso—. También he
encontrado esto. —Le coloco la varita en la mano por la fuerza y me alejo,
limpiándome la cara en la camisa—. Estaba buscando mis zapatos —murmuro.

—Junto al escritorio.

—Gracias —digo, mirando por encima de mi hombro para verle mirando la mancha del
suelo—. Deberías llamar a un elfo doméstico para que limpie eso. Quiero decir... es
bastante asqueroso. —Trato de meter el pie en las zapatillas y no puedo prescindir de
las manos. Se me ocurre que tengo que dejar el vaso en la mesa. Debería tirarlo. No
hay razón lógica para seguir guardándolo. Pero no puedo, y sigo mirándolo como si

176
pudiera salir de él la respuesta a mi dilema. Aun así, sigo siendo incapaz de ponerme
los putos zapatos.

—Lo siento. Puede que sea el sonido de su voz, o tal vez las propias palabras, lo que
se vuelca sobre mí como agua helada, y me estremezco. Abro la boca para hablar y,
después de un par de intentos, lo consigo:

—Aún sigo aquí. —El Niño Que Vivió Otra Vez. Resoplo—. Además, soy yo quien
debería disculparse. Te he puesto el suelo perdido de sangre. —Me inclino a probar
suerte con una mano. Después de una breve lucha, mi pie se desliza al interior. Paso
al siguiente.

—No pude... no lo conseguí —exhala fuertemente—. Fue Dumbledore quien te salvó.


Estoy a punto de gritar de frustración. Necesito un puto calzador.

—Bueno —digo, ronco, mientras consigo meter el pie—. No creo que tengas que ser
el héroe en todo momento. —Me pongo de pie y obligo a mi rostro a sonreír. Cuando
me doy la vuelta él sigue mirando estúpidamente el suelo con una especie de
fascinación mórbida—. Necesito... irme.

Asiente con la cabeza, cosa que me parece un poco extraña, teniendo en cuenta que
normalmente no se me permite salir de la habitación. Echo otro vistazo a la mancha
que está mirando, irritado y enfermo, tanto por el hecho de que esté ahí como porque
él no pueda dejar de mirarla de una puta vez. Como si yo estuviera tirado ahí, muerto.
Y aún no estoy muerto.

Saco la varita de mi bolsillo y apunto con ella, murmurando un hechizo rápido de


limpieza. Una luz brillante brota de mi varita y choca contra el suelo en una fuerte
explosión. Me cubro con los brazos instintivamente. A través del humo y las partículas
suspendidas en el aire le veo en una pose similar.

—Lo siento —digo muy rápidamente.

—¿Qué demonios intentas hacer? —grita.

—Eeh... ¿limpiar? —Me sacudo el polvo con una mano y miro al suelo. Un cráter
bastante grande ha sustituido la mancha. Me giro hacia él, arrugando la nariz en una
disculpa—. La sangre se ha ido —musito.

Me mira con incredulidad.

—Lo siento —digo de nuevo.

Sus ojos se mueven hacia la antorcha, como si se diera cuenta por primera vez.
Susurro otra disculpa, sintiéndome bastante estúpido de repente. Me mira, y la mirada
muerta en sus ojos es sustituida por la conocida y extrañamente reconfortante
irritación.

—¿Adónde crees que vas?

Me encojo de hombros.

—A dar un paseo. —Intento cuadrar los hombros con determinación—. Sólo necesito
hacer algo —digo.

177
Sus ojos se enfocan en mi mano de nuevo. Torpemente intento ocultar su contenido
tras mi espalda.

—Tira eso. No vas a ninguna parte —dice, refunfuñando—. Y guarda la varita antes de
que mates a alguien.

Me meto la varita en el bolsillo, y él me mira con expectación.

Suspirando pesadamente, tiro el vaso a la papelera que está junto al escritorio. Lo oigo
romperse en el fondo. Unos cortes poco profundos me pican lo largo de la palma y los
dedos. Cierro la mano y vuelvo a mirarlo.

—Si tienes que gastar energía nerviosa, te sugiero que limpies este desastre —dice,
señalando con la mano la capa de polvo que se asienta por encima de todo—. Sin
magia —especifica. Levanta una ceja y luego vuelve a salir.

—¿A dónde vas? —pregunto en voz baja.

—A maldecir a un moribundo. Intenta no hacer nada estúpido mientras estoy fuera —


dice mientras sale. Oigo la puerta de su despacho cerrarse.

Creo que va a ver a Dumbledore y me pregunto si estaba de broma respecto a eso de


“moribundo”. No parece ser algo sobre lo que bromear.
La muerte.

Yo debería saberlo. De una forma u otra, es de lo que ha tratado toda mi vida.

Traducción: Pescadora de Estigia

178
CAPÍTULO 13 – PLANTARLE CARA

Entro a mis habitaciones después de dos horas intentando demostrarle a mi peor


enemigo que soy completamente capaz de cuidar de su ahijado. Por supuesto, tengo
el respaldo del viejo elegido por el mundo mágico para hacerle la competencia a
Cupido y, más sorprendente, al ganador del premio al Hombre Lobo Más Agradable
del Año. Por reacio que sea a darle crédito por nada, hay que reconocer que Lupin
bien puede ser el más razonable de todos nosotros.

Sólo una razón más para resentir su existencia, decido.

Me quedo helado cuando lo veo acurrucado en la silla, cubriéndose la cara con las
manos, hecho un ovillo y temblando. Parece que ha asimilado la noticia. Ignoro el
fuerte impulso de darme la vuelta, volver al despacho de Dumbledore y admitir ante
Black que no puedo controlar esto.

—Harry —digo torpemente.

Inhala de manera forzada y deja salir un sollozo estrangulado. Me acerco, el estómago


retorciéndose por la compasión y el pesar, y me arrodillo frente a la silla. Entre todas
las varias disciplinas humanas que he llegado a dominar con los años —manipulación,
coerción, terrorismo—, me asusta pensar que la habilidad para el consuelo está
ausente.

»Harry —digo otra vez, más fuerte, y estiro con reticencia una mano para tocarle el
hombro.

Él se quita mi mano de encima y se acurruca, alejándose.

Busco en vano algo que decir que pueda mejorar todo esto, o hacer como que no
importa. Pero no va a mejorar, y sí que importa. Sí que cambia quién es él.

Al menos, desde su perspectiva.

Me siento en el borde de la silla. Como se ha enroscado formando una bola pequeña,


ha dejado un amplio espacio. De mala gana, trato de retirarle las manos de la cara,
pero lo dejo cuando se pone a gritar.

—¡Para! ¡No me toques, coño! ¿Cómo...?

Se deshace en otra ronda de lloriqueos y me pongo de pie, viéndolo tratar de


agazaparse en el respaldo de la silla. Levanta la mirada hacia mí, con los ojos
hinchados, la cara roja y húmeda y contorsionada en una fea mueca.

»¿Cuánto hace que lo sabías? —Se ahoga.

Cuadro los hombros ante la mirada de acusación en sus ojos.

—Lo suficiente como para ignorarlo —respondo, sintiéndome notablemente como si ya


hubiera tenido esta conversación antes.

179
—¡Cuánto! —exige saber, y después sorbe una tanda de mocos.

—Desde justo antes de tu entrenamiento de Aparición.

Se encoge visiblemente y expulsa un sonido impío.

—Y tú… ¿Como pudiste tocarme? Sabiendo… Cómo... —Tiembla violentamente.

Lo miro, asombrado ante la profundidad de su odio hacia sí mismo. Se supone que


tengo que decir algo. Se supone que debo comunicarle de algún modo que nunca me
ha importado de quién es el alma que habita su cuerpo. Necesito reafirmarlo.
Calmarlo.

—Vamos —digo, finalmente, estirando mi mano en un ofrecimiento. Mira hacia arriba


desde entre sus manos y observa con enfado mi generosidad. Su risa sin alegría se
atasca en un sollozo cuando baja la cabeza hasta sus rodillas.

Aprieto los dientes y reúno la poca paciencia que me queda. Hay una razón, recuerdo,
por la cual no trato de consolar a la gente. Me pongo muy, muy irritable cuando mis
esfuerzos son desperdiciados. Lo intento de nuevo.

»Mira, puedes sentarte ahí cociéndote en la autocompasión, o puedes venir a


acostarte conmigo —digo firmemente.

Levanta la cabeza de nuevo con un trazo de sorpresa en los ojos. Lloriquea y ríe
incrédulamente.

—¿Estás fuera de tus malditos cabales?

Le lanzo una mirada que espero comunique que voy perfectamente en serio, y que si
hay alguien que ha perdido la cabeza aquí, es él. Ofrezco mi mano más
insistentemente. La mira sospechosamente un momento antes de alzar la vista hacia
mí. Se limpia el rostro con la mano. Yo aguanto la respiración. Durante un segundo
casi tengo esperanzas de que haya funcionado. Sólo para ver su curiosidad
derrumbarse en otra mueca dolorosa. Se gira para enterrar la cara en el respaldo del
sillón.

Dejo escapar un suspiro derrotado.

Lo he intentado con amabilidad. Lo he intentado con persistencia. Ahora debo hacer


las cosas a mi manera.

—Muy bien. Pasa el resto de tu vida revolcándote en la autocompasión. Si esperas


que me una al coro de “oh, pobre chico”, te verás tristemente decepcionado. Es algo
terrible lo que tienes que aceptar, te lo concedo. Pero tienes poca elección, ¿verdad?
Acéptalo o suicídate. Es elección tuya. Y aunque tu muerte pueda ser causa de
molestias imperecederas para todos nosotros, ése no es tu problema. No le debes
nada al mundo mágico. —Eso es cierto. Sin embargo, espero que no lo vea de ese
modo. No levanta la vista, pero parece haber dejado de lloriquear lo suficiente para
escuchar. Es alentador. Cuando todo lo demás falla, reemplaza la desesperanza
llorosa con justa indignación. Saldrá pronto de su pozo de autocompasión.

180
»Ahora, si me disculpas, voy a darme una ducha y después me iré a la cama. Los
últimos tres días han sido muy posiblemente los más deprimentes de mi vida y me
gustaría dejarlos atrás para poder continuar con el resto de ella.

Me detengo un momento, anticipando alguna reacción. Furia, indignación. Algo.


Cuando no recibo nada por el estilo, me voy caminando hacia mi habitación. Me doy
cuenta de que no ha limpiado nada y agito la varita, recordando fruncir el ceño ante el
nuevo y atractivo cráter del suelo. Aún no asimilo cómo alguien puede liberar tanta
energía en una sola noche. Un razonable surgimiento de poder es de esperar después
de una liberación, pero nada como eso. Supongo que Dumbledore tuvo algo que ver,
pero cuando se lo pregunté sonrió fútilmente como siempre y me ofreció té. Sigo hacia
el baño. Algo cruje bajo mis pies.

Cristales rotos.

Ojalá Voldemort muera de miles de agonizantes muertes.

O quizá no, supongo. Limpio el desastre y después me desvisto. El agua cae


golpeando, caliente y dura contra mis músculos, los cuales intentan recordarme que
envejezco por segundos. Me inclino contra la pared y dejo que el agua saque la
mugre. Trato inútilmente de recordar cómo ha conseguido Dumbledore distraerme del
tema de los poderes de Potter otra vez. Tiene el más notable modo de hacerlo sin que
me dé cuenta hasta que pienso en el asunto otra vez y me percato de que ni me
enteré. Una habilidad útil. Una que no tengo la paciencia de aprender. Preferiría
decirle a alguien que se perdiera y se metiera en sus propios asuntos. Ni mucho
menos tan elocuente, pero efectivo. Mayormente.

Intentaré recordarlo mañana, cuando nos reunamos para discutir el destino de Potter.
Cuando se espere de él que escoja entre irse a ‘casa’ o quedarse aquí conmigo. Si
escogiera irse, mucho mejor para todos. Pero, como bien sabe el viejo, estaré aquí si
decide quedarse.

Me vierto un poco de poción-champú en la mano y comienzo a sacarme la grasa de la


cabeza. Mantenimiento del cuerpo. Una tarea tediosa. El mundo entero podría estar
llegando a su fin y aún tendríamos tiempo de lavarnos.

Abro los ojos cuando oigo la cortina abrirse repentinamente. Combato el impulso
absurdo de cubrirme. Ridículo, realmente, dada la cantidad de tiempo que he pasado
desnudo con este chico que me mira, irradiando odio por sus ojos hinchados.

Con una capa de espuma blanca sobre la cabeza, mi propia mirada irritada resulta
inútil. Da un paso adentro, con zapatos y todo, y se lanza hacia mí, acomodando la
cabeza bajo mi barbilla. Sus manos se afianzan en mis hombros. Doy un paso atrás,
sorprendido, antes de resignarme a esta ridícula escena. Envuelvo los brazos
alrededor de sus hombros.

—Eres un cabrón insensible —dice.

—Es parte de mi encanto. —Suspiro y entierro la nariz en su cabello húmedo.

181
----------------------------------------------------

Los seis nos sentamos en el despacho de Dumbledore, escuchando el suave silbar de


los pulmones del viejo mientras mira a lo lejos pensativamente. Por qué tiene Lupin
que estar aquí es algo que nunca sabré. Como si conocer el secreto del chico lo
hubiera hecho parte de una oscura comunidad.

Potter se sienta a mi derecha, sin mirar a nadie y deshilachando la tela de sus


vaqueros. McGonagall se sienta tensa y dignamente a mi izquierda, separándome del
hombre que sin duda alguna quiere mi cabeza por haber sido escogido como la
compañía veraniega del chico.

Todos miramos a Dumbledore expectantemente cuando respira hondo y profundo,


preparándose para hablar.

—Minerva, creo a todos nos vendría bien un poco de té. —Y todos exhalamos
nuestras ilusiones decepcionadas. Si McGonagall considera extraña la petición, no lo
menciona. Apunta con la varita y el servicio de té aparece frente al viejo. Una mirada
de profundo alivio aparece en su rostro mientras comienza a servir el humeante líquido
en cada taza... gota a jodida gota. Para cuando ha terminado con las seis, estoy listo
para saltar sobre el escritorio y estrangularlo. Juro que se vuelve más irritante cuanto
más cerca está de la muerte.

—Considero —dice, una vez todas las tazas está distribuidas— que lo mejor sería que
Harry continuase con el programa regular. —Sonríe.

McGonagall se crispa irritablemente.

—Albus, teniendo en cuenta las circunstancias, yo no...

—¿Qué opinas, Harry? —dice Dumbledore, cortando en seco a la iracunda mujer.

El chico mira hacia arriba, como sorprendido de que alguien se fije en él, o
decepcionado de que su intento de ser invisible sea infructuoso.

—Supongo que no me importa. —Se enfurruña, y después se encoge de hombros


como para enfatizar su apatía. Regresa al intento de descoser sus pantalones, hilo a
hilo.

No me decido entre la irritación y la diversión.

McGonagall se levanta y mira a Dumbledore, molesta, antes de poner una expresión


suave en consideración a Potter. Coloca su taza de té en el centro de nuestro
semicírculo.

—Señor Potter, ¿podría, por favor, hacer levitar esta taza?

182
Él arruga la frente y saca la varita. Sus ojos giran hacia mí, inseguros, y me cuesta un
gran esfuerzo no esconderme bajo mi silla ante el mero pensamiento. Toma aire y lo
mantiene, concentrándose con fuerza.

—Wingardium Leviosa.

A pesar de que apenas ha dedicado respiración al hechizo, la taza de té sale


disparada hacia el alto techo abovedado y se hace añicos. McGonagall está
preparada, e inmoviliza los fragmentos antes de que puedan caer. El resto de nosotros
salimos cautamente de debajo del amparo de nuestros brazos.

Dumbledore se ríe alegremente. Verdaderamente, este hombre ha perdido el juicio.

Después de hacer desaparecer los fragmentos cuidadosamente, McGonagall se sienta


con expresión satisfecha. Potter desliza la varita en su bolsillo, sonrojándose
furiosamente. Exhala una disculpa avergonzada.

—Quizá unos cuantos cursos complementarios —concede Dumbledore—. Todos los


estudiantes necesitan un tiempo para ajustarse al incremento de poder.

—¿Ajustarse? ¡Albus!

—Dale unos días, Minerva. Todo se resolverá por sí solo.

—Señor —dice Potter quedamente—. Quizá… ella esté en lo cierto. Podría hacerle
daño a alguien. —Muerde el interior de su boca.

—Tonterías, Harry. Prometo que con un poco más de tiempo, no habrá ningún
problema. —La seguridad en la voz del hombre me hace sospechar. Si tuviese energía
suficiente para guiñar, lo estaría haciendo. Misteriosamente. Evita mis ojos y se dirige
al resto del grupo—. Por supuesto, él aun podría necesitar entrenamiento
complementario. Me temo que nuestro currículo usual no ofrece todo lo que Harry
podría requerir.

Oigo un rechinar de dientes a mi derecha. Su rostro, sin embargo, está perfectamente


pasivo. Hosco, pero pasivo.

Lupin se aclara la garganta.

—Yo estaría dispuesto a trabajar con Harry fuera de clase… —dirige la mirada hacia
él—. Es decir, si él quiere.

No da señales de reconocimiento. Su mandíbula trabaja diligentemente.

—Y yo, por supuesto, haré lo que pueda —ofrece McGonagall—. Pero me temo que
entre las clases regulares y el Quidditch, sencillamente no hay tiempo...

—Voy a dejar el equipo —dice él, con voz hueca. Luego vuelve a concentrarse en
apretar los dientes, ignorando el silencio consternado.

—Harry, tú... —Black se detiene cuando una mirada furiosa, verde y afilada, se cierne
sobre él.

183
Comienzo a rechinar mis propios dientes. Existió un tiempo en que le habría aplaudido
por decidir que ese maldito deporte era una triste pérdida de tiempo, pero su decisión
repentina nace más de la resignación a su destino que de su razón. Aun así, no pienso
decir nada. Es decisión suya.

McGonagall respira hondo.

—Por supuesto, señor Potter —dice débilmente—, no podemos obligarlo a quedarse


en el equipo, pero no veo razón...

—¡Mire! No importa, ¿de acuerdo? —Se pone en pie—. Nada de esto importa. —Va
rápidamente hacia la puerta y da un portazo al salir. Escucho los pasos enojados de
su retirada.

Dumbledore ahueca los dedos bajo su nariz y mira tristemente su té. El silencio cae
pesadamente sobre la habitación. Después de un momento, saca un trozo de
pergamino de su escritorio y lo mira pensativamente antes de pasar un largo dedo
nudoso sobre él.

—Ha regresado a las mazmorras —dice.

—Nunca debimos decírselo —murmura Black, inclinándose hacia delante y


descansando los codos sobre sus rodillas. Sus dedos corren por su cabello.

—Has estado terriblemente callado, Severus.

Miro al viejo durante un rato, sin saber qué decirle. He estado callado. No tengo nada
que añadir a esto. Me levanto.

—Concuerdo con el chico. Nada de esto importa. Quiere entrenarlo para aceptar una
responsabilidad que no cabe sobre sus hombros. Es demasiado, Albus. —Mi voz sale
sin la furia que reside en mi estómago, aplastando mis entrañas continuamente. Sigo
el ejemplo de Potter y camino hacia la puerta.

Que decidan ellos el destino del chico. Mi trabajo es asegurarme de que su presente
es tolerable.

----------------------------------------------------

—Esperan que lo mate, ¿verdad?

Su voz flota fríamente a través de la habitación cuando entro. Sigo el rastro hasta su
origen y lo encuentro acurrucado sobre la cama. Me saco las botas y me acuesto junto
a él.

—No importa lo que ellos esperen.

—Pero ¿cómo pueden esperar que yo…?

184
—Supongo que en alguna parte de ese cerebro podrido, Dumbledore tiene la noción
que sólo tú tienes derecho de hacerlo —digo, encontrándome vagamente divertido
ante el hecho de que yo pueda siquiera intentar explicar la lógica del viejo. Estoy
bastante seguro de que no me entiendo a mí mismo.

Oigo un suspiro tembloroso y me vuelvo hacia él.

Tiene la cara mojada. Pero al menos ha quitado esa mueca horrenda. Veo una gota
suspendida en el puente de su nariz, haciéndose más pesada cuando otra llega a
unírsele. Cuelga durante un momento antes de rendirse ante la gravedad y caer en la
creciente mancha húmeda de la almohada. Otra corre a tomar su lugar, se queda
colgando, crece.

Motivado por una extraña fascinación, me estiro y la recojo. Abre los ojos.

Me siento increíblemente estúpido.

—No quiero morir —susurra.

Me giro para mirar hacia el techo en un intento de detener el sentimiento aplastante de


mi pecho. Estoy sin respiración, incapaz de hablar en este momento. Todo mi torso
está rígido con la ira tensa de miles de injusticias. No quiere morir. Y no debería tener
que hacerlo. Ni siquiera debería tener que considerar la cuestión. Debería ser joven e
ignorante de que exista algo que pueda herirlo. Y no es justo que tenga que estar
enroscado en posición fetal, pensando en nada más serio que lo que sea que piense
un chico normal de diecisiete años.

¿En qué piensa un chico normal de diecisiete años?

Fornicar y quidditch, supongo, aunque no puedo estar seguro. Nunca me familiaricé


realmente con los chicos normales de diecisiete años.

A los diecisiete, andaba pensando en mi propia desaparición. Yo quería morir.

Él no.

—Entonces no lo hagas. —Suspiro y cierro los ojos.

Resopla suavemente y después de un momento se estira y se mueve más cerca de


mí. Extiende lentamente una mano y la deja reposar sobre mi pecho. Gradualmente la
siento establecerse, y poco a poco mi corazón va latiendo más fuerte bajo ella.

—¿Esto está bien?

Asumo que se refiere a tocarme, y la sola pregunta se me antoja estúpida. Deslizo mi


propia mano de su posición sobre mi estómago y cubro la suya. Difícilmente recuerdo
por qué esto no estuvo bien alguna vez.

»¿Qué opinas?

—¿Sobre qué? —pregunto.

—¿Crees que debería ser yo?

185
Me detengo a considerarlo. Podría coincidir con Dumbledore en la idea de que si
alguien debiera ser el primero en la lista para liberar al mundo del monstruo, él merece
el honor. Después de todo lo que esa bestia ha hecho para hacer su vida un infierno
viviente, Harry merece venganza. Sea como sea, no creo que tengamos derecho a
esperar que él quiera esa posición. Y ciertamente no creo que el chico necesite la
presión que vendría con aceptar la tarea. Si fracasara…

Si triunfara…

—Estemos agradecidos de que no tengas que tomar la decisión ahora mismo —


respondo, con la voz rota. Esperemos que nunca lo haga, hace eco una voz pequeña
y estúpidamente optimista.

Resopla y se acerca más, hasta que su pecho se presiona contra mi brazo con cada
inspiración. Sus labios rozan contra mi hombro, cálidos incluso a través de la tela.

—Gracias —dice.

Se me olvida preguntar qué es lo que me agradece.

----------------------------------------------------

Una vez que la emoción de su pesadilla de la mayoría de edad queda relegada a las
profundidades de la memoria reprimida, y la seguridad de que no está muerto aún
ahuyenta cualquier temor inmediato, mi mente puede estar lo suficientemente tranquila
para recordar por qué nuestro (impuesto) confort había cesado, en primer lugar.
Recuerdo por qué se fue y, más importante, recuerdo por qué me prometí no volver a
estar nunca en esta posición.

Esta posición: sentado cómodamente en mi silla, con él acurrucado a mis pies como
un gato gigante, descansando barbilla y manos sobre mi rodilla. Lo acaricio por puro
mal hábito. Parece ridículo ahora incluso alimentar pensamientos respecto a verlo con
ese otro chico. Incluso más ridículo imaginar si ha estado con alguien más. Y es
francamente estúpido conservar los celos. Difícilmente importa.

Al menos, no debería.

No importa, al menos, en el sentido normal. No me molesta tanto el hecho de que


pueda haber salido y sembrado sus salvajes semillas, por decirlo así, como el que
pueda haber llegado a sentir algo por ese pequeño imbécil irritante; eso es con lo que
encuentro más difícil vivir.

Sonrío ante mi propia estupidez y sacudo la cabeza.

—¿Por qué sonríes? —pregunta, sus labios estirándose en busca de compasión, casi
buscando ansiosamente una sola razón para sonreír.

Me encargo de borrarla.

186
—No es una sonrisa, señor Potter. Es un rictus de dolor.

Resopla y devuelve la cabeza a su posición anterior.

—Eres muy raro —suspira afectuosamente. Mis dedos comienzan otra vez con su
intento fútil de domar su cabello—. Es parte de tu encanto. —Se ríe por lo bajo tras un
instante, antes de levantarse—. Voy a darme un baño. —Se estira. Me pregunto
vagamente si eso es una invitación, y después abofeteo mentalmente la idea hasta
expulsarla de mi cabeza. No la aceptaría si lo fuera. Pese al hecho de que
prácticamente me falta sólo el permiso escrito del director.

El actual director, me recuerdo a mí mismo. Una pequeña punzada de culpa se recrea


en uno de los nuevos agujeros de mi estómago. Viejo imbécil entrometido. ¿Quien le
pidió que se preocupara por mi alma?

El problema con los románticos es que realmente creen que el amor es la fuerza más
poderosa. Que vale la pena vivir y morir por él. Que amar y haber amado distinguen
una vida vacía de una completa.

Tonterías. Lo que no recuerdan, lo que convenientemente olvidan, es que la gente


enloquece por amor. Viven para el sentimentalismo retorcido y, cuando han perdido
esta única cosa que para empezar sólo imaginaban tener, se marchitan y mueren
miserablemente. Sufriendo. Vacíos.

Es un apego. Un parásito peligroso a otro ser. Y al permitirse a sí mismo el apego a


otra persona, uno inconscientemente entrega su independencia. Cedemos a otro el
poder de destruir cualquier mundo disfuncional que hayamos creado a su alrededor. Y
una vez que el centro de ese mundo se va, el total de nuestra realidad cae en espiral
al caos.

Construir paz alrededor de un sentimiento pasajero es simplemente pedir problemas.


Yo me contento con la amargura fría y general. La miseria, confiable y constante. La
soledad y el aislamiento son fáciles de mantener, siempre y cuando no haya cerca
idiotas entrometidos con buenas intenciones para destruirlas.

Ni chicos necesitados con alma de monstruos.

Joder.

Miro hacia el fuego, entrenando para negarme a mí mismo el hecho que mi vida nunca
será ‘pacífica’ mientras ese chico esté vivo. Ignorando el hecho de que no tengo prisa
por cambiar eso. Me vuelvo consciente de una sospechosa ausencia del sonido de
agua corriendo. La ausencia de cualquier movimiento en absoluto, al parecer. Procuro
alejar la intranquilidad creciente. Puede que sencillamente esté perdiendo el tiempo
mirándose al espejo. Haciendo lo que sea que hagan los chicos de su edad en el
baño; masturbarse, o explotarse granos. Una de las dos imágenes es decididamente
más placentera.

Trato de olvidar la intranquilidad, pero con cada segundo de quietud el sentimiento


crece hasta que siento las entrañas llenas de gusarajos. Me pongo de pie.

Paz, por supuesto, pienso amargamente mientras voy hacia el baño. Llamo a la
puerta.

187
No hay respuesta.

Cuando trato de empujarla para abrirla, me encuentro que hay… un cuerpo.

—¿Potter?

Silencio de nuevo.

»¡¿Harry?!

—Joder. —Un gemido.

Casi colapso, ya sea de alivio o del súbito incremente de pánico y adrenalina.

—¿Qué coño...? —grito, y después me quedo sin habla por la furia y el miedo. Cedo
ante la urgencia de caer al suelo, sosteniendo la cabeza en mis manos. Estoy
demasiado jodidamente viejo para esto.

Al final, él se arrastra por el suelo, con el torso desnudo y los bóxers alrededor de las
rodillas. Se los saca mientras se sienta junto a mí, con apariencia de estar tan
confundido y devastado como yo me siento.

—¿Qué ha pasado? —digo cuando consigo volver a tragarme el estómago.

Sacude la cabeza.

—No lo sé. He sentido un… dolor… —Se pone una mano en el pecho—. Y luego ha
sido como si mi corazón explotara y se apagara. —Me mira expectante, como si yo
pudiera tener la respuesta. No la tengo.

—¿Estás bien? —pregunta con una sonrisa de disculpa. Retira el cabello de mi rostro,
rozándome la mejilla.

—Un día de éstos vas a matarme —murmuro, aplastando con éxito el impulso de tirar
de él hacia mí y abrazarlo hasta estar seguro de que está vivo y que permanecerá de
ese modo para siempre.

Ay...

—¿Tú estás bien? —pregunto. Él asiente.

—Ha sido raro. —Se rasca en el centro del pecho hasta que la piel se vuelve roja. Su
mano cae al suelo y yo veo… algo.

—¿Qué es eso? —Me inclino para inspeccionar el contorno de algo que se asoma
entre lo rojo de la irritada piel.

—¿El qué? —Mira hacia abajo.

—Una estrella —digo. Del color de su piel, colocado justo en el centro de su pecho.
Una marca que desaparece rápidamente mientras su piel vuelve a la normalidad.

188
—Ahí es donde empezó el dolor. Como si alguien me estuviera pellizcando —dice, su
voz elevándose por el pánico.

Mi cuerpo se vuelve insensible.

—¿Sientes algo ahora?

—Un poco de hormigueo. —Flexiona los dedos. Y, repentinamente, todo tiene sentido.
Me siento y me acerco las rodillas al pecho—. ¿Deberíamos decírselo a Dumbledore?

El té. Su insistencia de que todo se resolvería por sí mismo. Cómo era posible que
después de sólo veinticuatro horas, el chico pudiera liberar tanta magia.

—¿Severus?

Todo lo que tenía que ofrecerle al chico, se lo he dado.

Cabrón. Loco, viejo, entrometido…

—Severus, deberíamos decírselo al director —insiste él. Yo dejo caer la cabeza sobre
mis rodillas y me río suavemente.

Se ha ido.

—El director ya lo sabe.

Traducción: Velia

189
CAPÍTULO 14 – PODERES

Dumbledore está muerto, y el mundo sigue girando.

¿No se detendrán nunca las maravillas?

Por supuesto, cuánto durará es una pregunta que nadie sabría responder. En algún
lugar de Inglaterra, Voldemort sonríe malévolamente. Los demás miramos, aturdidos y
adormecidos, tratando de no derrumbarnos ante el aplastante peso de todo lo que
nunca dijimos.

O quizá soy sólo yo.

El resto de ellos se prepara para ir a un funeral. El evento de toda una vida. La


celebración de uno de los más grandes magos que han vivido. Que el hombre muriese
como un verdadero squib no es ni remotamente tan divertido como debiera ser.

—Voy a ir.

—Harry, se cuánto deseas esto y lo entiendo, de verdad. Pero no es...

—Voy a ir.

—No es seguro.

Escucho pasivamente la batalla de voluntades entre el padrino y el doliente


adolescente. Doy gracias a quienquiera que sea responsable de hacerme gay y no
propenso a reproducirme.

—Sirius, me importa una mierda si es seguro o no. Voy a ir al maldito funeral.

—¡Snape! Di algo.

Giro los ojos hacia él.

—No. —Vuelvo a mirar el fuego.

—Gracias —escupe Black amargamente.

Asiento en reconocimiento, deseando sólo que los dos me dejen en mi dolor


miserable. Prefiriendo que Black se fuera. El chico ha llegado formar parte de estas
salas, tanto como la chimenea que estoy mirando. Apenas noto el alboroto que causa.

Black suspira, derrotado, antes de ofrecer un último intento de razonar con el niño
testarudo.

—Dumbledore nunca habría estado de acuerdo con esto.

—Dumbledore nunca te habría dejado entrar aquí.

190
La esquina de mi boca se yergue de orgullo. Mocoso descarado. Por supuesto, yo
tampoco habría dejado al bastardo entrar aquí, de no ser por la insistencia de
McGonagall.

—Bien. Pero no vas a ir con la multitud. Te quedas donde pueda verte en todo
momento. Y... —titubea—. Dioses, me he convertido en mi madre.

Harry resopla.

—Vamos, mamá —dice, tendiéndole la mano. Se vuelve hacia mí—: ¿Estás seguro de
que no quieres venir?

Contesto con un gruñido irritado. Él sonríe con tristeza antes de alejarse.

Los veo partir, aboliendo una preocupación insidiosa. Black está absolutamente en lo
cierto, por mucho que odiaría admitirlo en voz alta. Dejarlo cerca de una multitud tan
grande es correr un riesgo absurdo. Pero no pienso detenerlo. Que haga lo que quiera.
Se ha ganado el derecho.

Y mantenerlo aquí no hace bien a nadie de todos modos. Dondequiera que vaya, no
importa cuántas precauciones tomemos, está en peligro. Siempre.

Por supuesto, enviarlo hacia una multitud de personas que son enemigos potenciales
equivale a colgarlo frente a los ojos de Voldemort con un cartel en el cuello que dice
“Maldíceme”.

Una persona. Sólo es necesaria una persona que saque la varita, diga las palabras y
condene al mundo al miedo eterno. Por no hablar de desperdiciar cualquier sacrificio
que realizara el hombre al que hoy lloramos.

No es de extrañar, McGonagall sabía lo que Dumbledore había hecho. Eso explica su


fuerte insistencia de que el chico se entrenase por separado. Que se lo enseñara a
utilizar la gran cantidad de poder a su disposición. Como Dumbledore predijo, todo se
ha ordenado por sí mismo. Ahora puede realizar hechizos sencillos con una cantidad
mínima de catástrofes. Y con un poco de práctica, eso también pasará.

Me pregunto si el viejo lo planeó. Si lo había estado planeando todo el tiempo.


Supongo que tendría que investigar el hechizo. O crearlo. Se me ocurre que la magia
tendría que ser muy similar a la utilizada para crear la Marca Tenebrosa. Aunque, bien
pensado, no podría ser más diferente.

Con la Marca Tenebrosa, no hay transferencia de poder. El poder de los magos


marcados es accesible a Voldemort, pero realmente nunca puede tomarlos.
Afortunadamente para nosotros. Su poder tampoco está a nuestro alcance. Me
imagino que el proceso por el cual Dumbledore aceleró la liberación del chico fue
similar a la forma en que lo hace Voldemort, dibujando la magia en un trozo de piel.
Me estremezco al recordar el dolor que acompaña a ese proceso. Pero, ¿cómo fue
Dumbledore capaz de extraer su propio poder? Dudo que alguna vez llegue a saberlo.

Eso explica el estado en que lo encontré. Me imagino que el dolor sería, como mínimo,
como el de expulsar el alma de uno fuera del cuerpo.

Y Harry tampoco pidió este regalo.

191
Harry Potter, víctima constante de la generosidad. Y hoy lloramos a uno más que
sacrificó su vida para salvarlo. Por supuesto, él no sabe nada de la magnitud de su
deuda de vida. Sólo sabe que su liberación se aceleró para mantenerlo inaccesible a
Voldemort. Él sólo sabe que Dumbledore tenía que unir el poder del chico al suyo
propio, a fin de liberar los poderes en la marca. En otras palabras, sabe sólo lo
suficiente para sentirse medianamente responsable de la muerte del viejo. No seré yo
quien le cargue con el resto de ella.

Aparte del hecho de que creo que el chico tiene ya más que suficiente con lo que
lidiar, Dumbledore tenía buenas razones para no decírselo a nadie. Mientras el propio
Harry no conozca el alcance de sus poderes, Voldemort no tendrá manera de saberlo.
Si llega el momento en que los dos tienen su batalla final, me atrevo a decir que
Voldemort se llevará una sorpresa bastante desagradable.

Es decir, si no pilla a Harry desprevenido antes de eso.

Mi estómago se retuerce una vez más por el miedo.

Está con Black y Lupin, me digo con firmeza.

No me quedo demasiado tranquilo.

----------------------------------------------------

Estamos al borde de la multitud. Lupin a mi izquierda, Sirius a mi derecha. Ninguno de


los dos escucha lo que dice el viejo mago en el centro de la multitud.

Nunca he ido a un funeral, pero me lo imaginaba un poco diferente. En un cementerio,


para empezar, con un cuerpo real bajando a la tierra. Y una lápida que dijera “Albus
Dumbledore, creación del mundo - 12 de agosto de 1997; Descanse en paz”. En lugar
de plantar un cuerpo, han plantado un árbol, lo cual es decididamente menos mórbido.
La multitud se agita con la gente que cambia el peso de un pie al otro, dedicando sus
mejores esfuerzos a permanecer pacientes mientras el hombre continúa con algo que
dejé de escuchar hace una media hora. El sol de mediodía golpea un mar de magos y
brujas vestidos de luto.

Cuando muera, decido, no quiero un funeral. No quiero que un tío cualquiera de la


Confederación Internacional de Comosellame reduzca mi vida a una serie de
logros. Fue el niño que vivió. Después fue el chico que murió. Y también fue el
buscador más joven en más de un siglo y el guardián del alma de Quien-Vosotros-
Sabéis.

Me parece que no.

La multitud se separa de forma inesperada hacia el exterior y tropiezo hacia atrás.


Tanto Sirius como Remus me cogen de la mano que les pilla más cerca.

—¿Qué está pasando? —susurro.

—Ceremonia de Agradecimiento —sisea Sirius.

192
Eso no ayuda mucho.

—¿Qué?

Todo queda en silencio mientras se forma círculo tras círculo alrededor del árbol.
Mantengo la cabeza baja como todos los demás, sintiéndome un poco ridículo. Creo
que podrían estar rezando, pero no estoy seguro de a quién le reza un mago. Tengo
un vago recuerdo de los Dursley yendo a la iglesia de vez en cuando, pero nunca me
llevaron. No es que me decepcionara perdérmelo. Recuerdo a Dudley apretado en un
incómodo traje y con el pelo alisado a base de saliva de tía Petunia.

El hilo de mis pensamientos se detiene por una extraña descarga eléctrica que recorre
mi cuerpo. El aire vibra con la magia concentrada. Levanto la cabeza ligeramente,
recorriendo con los ojos a la gente a mi alrededor. Algunos de ellos están en silencio,
con los ojos cerrados. Otros mueven sus bocas con palabras susurradas.

Un crujido llena el aire y luego hay un sonido impetuoso, como el viento, aunque el
propio aire está quieto y caliente. Una enorme sombra cae sobre nosotros, como si
una gran nube de tormenta se acabara de posar sobre el sol. Levanto la cabeza con
curiosidad y mis ojos se abren, sorprendidos ante la visión del árbol cerniéndose sobre
la multitud, extendiendo sus ramas a medida que crece más y más. Hojas de un verde
plateado brotan de ramas grises sobre nuestras cabezas, aliviando a la multitud del
calor del sol.

Se me ocurre que pueden haber estado rezando para pedir sombra. Pero
probablemente no.

Poco a poco, pequeños grupos se separan del círculo y se reúnen en los bordes,
susurrando respetuosamente mientras otros siguen haciendo lo que sea que estén
haciendo. Hacer que el árbol crezca, supongo. Lupin me suelta la mano y doy un paso
atrás mientras alguien más toma de la mano a Sirius, cerrando el círculo.

—¿Qué ha sido eso? —pregunto, acercándome a Lupin para no molestar a Sirius, que
parece que no ha terminado.

—La Ceremonia de Agradecimiento.

—Sí, pero... ¿Qué estaban haciendo? —Arrugo la nariz, sintiéndome bastante


ignorante. Esto es algo que supuestamente debería saber. La mirada de sorpresa en
su rostro lo confirma.

—Oh. —Suspira rápidamente y frunce el ceño—. Bueno, supongo que... piensas en


todo lo que la persona que ha muerto significa para ti. Todo lo que él ha hecho para
ayudarte, y las cosas buenas que ha traído a tu vida. Y luego le damos las gracias por
ello.

—¿Y el árbol?

—Crece. Sí, se llama Árbol de las Bendiciones. Es una especie de monumento a la


persona. Una prueba de todo lo bueno que hizo en su vida. Y lo bendecidos que todos
nos sentimos por haberlo conocido. —Sus ojos se desplazan hacia arriba y suspira,
algo triste.

193
—Oh. —Miro hacia arriba y camino hacia atrás para poder verlo en condiciones. Aún
sigue creciendo, aunque más lentamente, conforme los círculos se hacen más
pequeños. Pienso en volver y unirme ahora que sé lo que debería estar haciendo, pero
justo cuando pretendo ir, Sirius se aleja.

Lupin me da una palmada en el hombro.

—Vuelvo en un momento —dice, haciéndole un gesto a Sirius con la cabeza, antes de


ir a hablar con un grupo pequeño de personas. Sirius empieza a venir hacia mí, pero
una bruja anciana y rechoncha grita por encima del cortés silencio “¡Sirius Black!”. Él
se da la vuelta a tiempo de ser atraído en un gran abrazo.

—Hola, señora Bartleby —le oigo decir.

—¡Oh, Sirius! —Ella le da una palmadita en la mejilla. Su rostro se arruga—. ¡Oh! —


Vuelve a tirar de él hacia abajo, provocando que tropiece ligeramente.

Yo vuelvo a mirar hacia la copa del árbol, lamentando no haber sabido que debía darle
las gracias. Deseando que a alguien se le hubiera ocurrido avisarme de antemano. De
todos modos, no creo que haya espacio suficiente en Hogwarts para darle todo el
agradecimiento que le debo. En silencio me disculpo y busco alrededor algún sitio
donde sentarme. Veo otro árbol lejos de la multitud de personas reunidas, pero lo
suficientemente cerca para que Sirius todavía pueda verme. Empiezo a caminar.

—¿Harry? —dice Sirius.

—Estaré por ahí —digo, señalando, y él asiente.

—¿Es ése...? —oigo a la mujer exclamar, y luego lanzar otro lamento—: ¡Oh!

Sentado en la fresca sombra, tengo una vista muy buena del árbol de Dumbledore. Ni
siquiera recuerdo haber visto nunca uno tan grande. Supongo que no todos pueden
ser así. No habría espacio para los que aún vivimos.

Debí haberle dado las gracias antes de que muriera. Una ola de culpabilidad me
recorre cuando pienso en que me comporté como un imbécil durante los últimos días
en que lo vi. Estaba enfadado. Pero después de todo lo que hizo por mí, no tenía
derecho a tratarlo tan horriblemente.

Y, sin embargo, hay otra parte de mí que lo culpa por todo. Como si, de alguna
manera, si nunca me hubiera traído aquí, nada de esto habría ocurrido. Yo podría
haber tenido una vida normal. Una vida miserable con los Dursley. Pero normal.

Pero tampoco es justo. Seguiría teniendo el alma de Voldemort. Voldemort incluso


podría haberme matado hace mucho tiempo. Y una desgraciada parte de mí se
pregunta si eso habría sido necesariamente malo.

Destrozo la hierba a mis pies, odiándome por pensar siquiera en algo así. Levanto la
vista para ver a Sirius mirar sobre su hombro impotentemente. Tres brujas viejas lo
han rodeado y hacen turnos para sobarlo y sacudirle implorantemente los hombros. Él
me dirige una sonrisa de disculpa y se vuelve hacia ellas.

Escucho el roce de pies tras de mí.

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—Señor Potter. —La voz, suave y fría, envía ondas de miedo por mi espina dorsal. Me
pongo de pie para verlo rodear el árbol. Draco pasa caminando, con una expresión de
desprecio. Trato de retirar el miedo de mi expresión. Aprieto la mandíbula y miro a
Lucius Malfoy.

—¿Qué está haciendo aquí? —Me obligo a hablar con voz firme, a pesar de que me
siento como si mi alma pudiera escapar de mi cuerpo en cualquier momento. Miro más
allá de su cabeza, hacia donde Sirius sigue hablando con las mujeres. En unos
segundos volverá a girarse. En unos segundos nos verá. O Lupin. Alguien.

—Por supuesto, no podía dejar pasar la oportunidad de presentar mis respetos al


difunto, el gran Albus Dumbledore. —Sonríe estúpidamente.

Su voz se arrastra sobre mi piel, clavándose en cicatrices que me obligué a olvidar


hace mucho tiempo. De repente puedo sentirlo de nuevo, respirando caliente y
enfermizamente contra mi cuello, siseando en mi oído. Trato de dar un paso atrás,
pero ya estoy tan lejos de él como el árbol me lo permite. Mis manos se aferran
inútilmente a la corteza.

Se girará en unos pocos segundos. Lo verá.

—Oh, cielos —jadea—. ¿Qué ha hecho esta vez, señor Potter? —Una mano
enguantada en cuero negro se estira. Con la punta de los dedos levanta mi barbilla y
la empuja hacia un lado, mientras su otra mano recorre la cicatriz dentada de mi
cuello.

Quiero gritar, pero no puedo separar la mandíbula y no puedo moverme para escapar
y si Sirius se girara de una vez…

Cierro los ojos con fuerza y presiono la cabeza contra la áspera superficie del árbol.

—Tiende a hacerse cicatrices en los lugares más desafortunados —sisea Lucius.

—Si lo tocas otra vez, te mato. —El gruñido profundo de Severus se abre paso a
través del ensordecedor sonido de mi pánico, y mis pulmones se expanden
dolorosamente para inhalar el tan necesitado aire. Mantengo los ojos cerrados. No
quiero verlo. Su pálido rostro y mueca desdeñosa. Sus ojos que se deslizan sobre mí,
recordando…

Recordando...

Quiero ir a casa. Quiero que Severus me lleve a casa.

----------------------------------------------------

Me pongo de pie, odiándome por caminar hacia la puerta, por salir al pasillo. Cada
paso que doy hacia el jardín del oeste, donde la ceremonia del árbol se lleva a cabo,
me irrita más. Pero no es culpa mía. Proteger al miserable chico es mi segunda
naturaleza, por inútil que sea el esfuerzo.

195
Tengo que seguir mi instinto. Me estremezco al pensar en lo que sucedió la última vez
que lo ignoré. Algo no va bien. Y en caso que todo esté bien y que sólo me haya vuelto
altamente paranoico, me aseguraré de realizar una flagelación mental completa.

Mientras tanto, permaneceré alejado y observaré sin ser visto desde una discreta
esquina. Un par de ojos extra no pueden hacer daño a la causa. Nadie sabrá que
estoy ahí. Nadie sabrá lo malditamente absurdo que me he vuelto.

—¡Severus!

Que me jodan.

—Minerva —gruño, y sigo caminando. Ella me iguala el paso.

—Pensaba que no ibas a venir al… oh, ¿cómo lo habías llamado? ¿Festival
comunitario de sollozos?

—Minerva, soy consciente de que, como directora, es tu deber asumir las


responsabilidades de Albus. Pero, ¿es necesario que asumas también la posición de
entrometido del castillo y dolor permanente en mi trasero? —No dejo de caminar
cuando ella lo hace, y no me molesto en mirar atrás para ver cómo la ha afectado mi
comentario.

—¡Snape! —La oigo, pero no me paro—. Severus Xavier Snape, detente ahora
mismo.

¿Qué es lo que tienen los segundos nombres, que hacen al niño interno temblar de
miedo? Me giro, las cejas levantadas irreverentemente. Me cuesta cada gramo de lo
que me resta de dignidad no doblarme bajo su mirada.

—Puede que se te permitiera tratar a Albus como a un tonto, pero yo aún no tengo la
edad para encontrar adorable tu petulancia. Te dirigirás a mí con el respeto que me he
ganado.

La miro duramente por un momento, echando dolorosamente de menos a


Dumbledore. Por irritante que fuera, al menos él sabía distinguir entre impertinencia y
urgencia. Al final, suspiro pesadamente.

—Potter insistió en ir al funeral —explico, resentido. Su mirada se mantiene firme y


desdeñosa, pero algo parecido a la diversión brilla en ella. Asiente.

—¿Puedo irme? —No consigo disimular mi tono burlón. Sonríe. Tengo el impulso de
echarle una maldición.

Pero sigo andando y me conformo con maldecirla por lo bajo. Y al chico, por colarse
bajo mi piel. Y aún más a Albus Dumbledore, por morir y dejarme lidiar con todo esto
solo.

Llego al jardín y me detengo tras un pilar. Una vocecilla me urge a regresar a los
calabozos mientras miro a los cientos de personas en duelo que secan sus caras
goteantes y sollozan por cómo el mundo no será el mismo sin él. Misericordiosamente,
me he perdido ya la Ceremonia de Agradecimiento y el resultado se cierne sobre ellos.

196
La multitud se ha dispersado en grupos y hablan y lloran incesantemente. Un coro de
lloriqueos.

Es suficiente para hacerme sentir deseos de esconderme para siempre. Pero tengo un
objetivo.

Escaneo el perímetro de la multitud y no veo ni a Potter ni a Black. Veo a Lupin en una


esquina, hablando con Sinistra. Al final veo a Black, que parece engarzado de mala
gana en una discusión con varias brujas gimientes que no reconozco.

Él no está ahí.

Busco casi frenéticamente. Me fijo en Draco, entre sus dos matones, con el aspecto
disgustado y mal encarado que sólo un Malfoy puede lucir. Está mirando por encima
del hombro, y sigo la dirección de su mirada.

Se me congela la sangre.

Está de pie, el rostro contorsionado en una expresión obstinada, incluso cuando su


cuerpo entero comunica el fuerte deseo de escurrirse del árbol al que está clavado.
Frente a él, a una distancia prudente, está Lucius. Levanta una mano enguantada, y
los ojos de Harry se cierran con fuerza.

—Tiende a hacerse cicatrices en los lugares más desafortunados —lo escucho


ronronear maliciosamente justo cuando llego a su espalda, la varita ya en mi mano.
Miles de maldiciones aguardan en la punta de mi lengua.

—Si lo tocas otra vez, te mato —digo fríamente justo detrás de su cabeza.

Se sobresalta ante el sonido de mi voz, dándose la vuelta. Ya está sereno para el


momento en que he terminado mi amenaza. Una sonrisa desagradable tuerce sus
rasgos angulosos.

—Severus —dice, dando un paso atrás—. Y yo que pensaba que las reuniones
sociales no eran tu fuerte. Una tragedia terrible, la pérdida del director, ¿no crees? —
Una sonrisa siniestra se forma en su boca—. Vaya, ¿quién protegerá al chico ahora?
—Se gira, sus ojos recorriendo de arriba abajo al chico en cuestión, que continúa
pegado al árbol, con los ojos cerrados y la expresión perfectamente serena. Se
estremece como si pudiera sentir la mirada deslizarse sobre él.

Aprieto la mano alrededor de mi varita y mi mirada vuelve a los ojos de Lucius. Una ira
fría que no había sentido en décadas se mezcla con un sentimiento abrasador de
posesividad. Podría matarlo. Podría decir las palabras y terminar la vida del maldito
hijo de puta ahora mismo, sin pestañear. Enseño los dientes en una mueca asesina.

—¡Harry! —El grito preocupado de un lobo inútil.

—¡Mierda! —El ladrido arrepentido de un indigno perro guardián.

Lucius inclina ligeramente la cabeza.

197
—Severus. Señor Potter, siempre un placer. —Camina hacia su hijo, y Lupin lo
adelanta con prisas, gruñéndole algo que no puedo discernir cuando se apresura hacia
donde Harry permanece congelado.

Me giro para mirarlo.

—¿Estás bien? ¿Dónde está Sirius? —dice Lupin, retirando la mano cuando Potter se
encoge, alejándose de ella.

Miro por encima del hombro para ver a Black metido en un concurso unilateral de
gruñidos con un divertido mortífago.

Gryffindor. Nunca parecen darse cuenta que nos gusta verlos furiosos.

Me vuelvo a girar para ver la resolución del chico comenzar a derrumbarse. Sus
rodillas se doblan, y parece soportar su propio peso sólo tenuemente.

—Potter —digo firmemente, sacándolo de cualquier pesadilla en que esté metido

Sus ojos se abren de golpe, enfocándose atentamente en mí. Hurga en alguna última
reserva de control. Asintiendo, toma impulso en el árbol para enderezarse.

—Lo siento, Harry. Yo...

Se aleja sin mirar atrás. No es que sea testarudo, me percato. Está tratando de
mantenerse de una pieza lo suficiente como para llegar al castillo. Camina como en
trance.

—¡Harry! —Las voces agudas de dos mocosos revoltosos.

Potter se tambalea hacia ambos lados, deteniéndose un momento para recuperar su


posición antes de echar a correr hacia la entrada. Sus amigos se detienen en seco y lo
miran irse, con idénticas expresiones aturdidas.

—Deberías hablar con ellos —le murmuro a Lupin antes de ir tras él.

----------------------------------------------------

Vuelvo a levantar las barreras cuando entro a mis aposentos, y reactivo los hechizos
de desviación para que nadie pueda encontrarnos. Me siento en la cama, cerca del
lugar donde está ovillado otra vez. Me da la espalda. Me saco las botas y me recuesto
de lado, frente a él. Pongo con cuidado una mano sobre su hombro.

—Sirius vendrá a buscarme —dice, sorbiendo.

—Te encontrará el uno de septiembre —murmuro, irritado.

—No debí haber ido. Lo siento.

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—Pensé que ya habías aprendido a dejar de disculparte por la locura de otros. Tenías
todo el derecho a ir. —Lo tiene. Sólo desearía que no ejerciera ese derecho.

—Pudo haberme matado. He sido un egoísta...

—Oh, para ya —gruño, poniéndome boca arriba—. Tú ya estás condenado a


convertirte en mártir por el resto de nosotros. Nadie espera que malgastes la vida que
te queda estando atemorizado. —Dejo salir un largo y frustrado suspiro—. Joder —
maldigo por lo bajo, tratando de controlar una ira mal dirigida.

—Sigo teniendo ese sueño —dice quedamente—. Que estoy en la Cámara Secreta y
combato con Voldemort. Y que estoy haciéndolo todo bien, pero entonces me tropiezo
y mi varita sale volando. —Resopla—. Y que me quedo ahí tirado. Indefenso. Me
despierto cuando veo la luz verde.

Trago saliva con esfuerzo.

—Es perfectamente normal...

—No. No, no lo es. Me he quedado helado, Severus. Ni siquiera se me


ha ocurrido coger la varita. Me he quedado ahí de pie como un jodido niño asustado
y...

—No tienes que ser valiente todo el tiempo. —Aprieto los dientes, deseando ahora
haber matado al cabrón. Pienso que Azkaban podría valer la satisfacción que sentiría
al ver el miedo iluminar sus ojos justo cuando la maldición impactara.

—Siempre pierdo la varita —dice apagadamente.

—Es sólo un sueño. —No consigo extraer la irritación de mi voz.

—No. Quiero decir cada vez. Cada vez que me enfrento a él, pierdo la varita. O
simplemente no la tengo. ¿Qué hago si no tengo varita? ¿O si me quedo petrificado?

A una parte enferma de mi mente le parece divertido el hecho de que el mago más
poderoso del mundo esté asustado de perder la varita. Él, por sí mismo, ya podría
haber poseído una gran cantidad de poder. Pero el haber sido dotado con el de
Dumbledore también, que era al menos tres veces más poderoso que el mío, lo
convierte en un dios viviente. O lo haría, si no fuera por esa pequeña debilidad que es
su alma.

—¿Dónde está tu varita?

—¿Qué?

—Tu varita. ¿Dónde está? —me incorporo.

—Se me está clavando en la cadera —dice, moviéndose con incomodidad. La saca.

Se la quito y después camino a través del cuarto, colocando el objeto sobre la mesa
junto a la silla. Había esperado no tener que ser yo quien lo entrenara. Esperaba poder
aguantar el resto de su vida en el papel de consolador personal y renuente

199
compañero, en paz. Lo cual sería, por sí mismo, un trabajo a tiempo completo. Dejar
que otros lo entrenaran como guerrero. Yo estaría ahí para dejar que fuera humano.

—Cógela —digo brevemente.

—¿Qué?

—Cógela. Concéntrate y atráela hacia ti —le digo.

Frunce el ceño.

—Accio...

—No te molestes con palabras mágicas, Potter. La magia viene de ti. No reside en las
palabras ni en la varita, viene de ti.

Me mira escépticamente antes de concentrarse. Contengo el aliento, preguntándome


si funcionará. Debería tener el poder suficiente para hacerlo.

Después de un largo momento, se deja caer en la cama.

—No puedo.

Exhalo bruscamente.

—Bueno, no vas a conseguirlo a la primera, ¿no? Sigue intentándolo.

Y mientras tanto, yo me quedaré aquí sentado, intentando no pensar en el hecho de


que lo estoy entrenando para que se suicide.

----------------------------------------------------

Me llevo el vaso a los labios sólo para ver cómo desaparece antes que pueda beber.
Cierro la mano alrededor de la nada y me giro para verlo riéndose con el vaso.
Muestro mi mejor mirada de esto no es divertido. Él se termina el último trago de
whisky y me devuelve el vaso con una sonrisa.

—¿Por qué usa varita la gente, entonces?

—No todos los magos son tan infatigables como un superhéroe de diecisiete años —
digo secamente.

—Pero todos podrían arreglárselas sin ella, ¿cierto? Quiero decir, si practicaran.

—No —digo, pero no ofrezco ninguna explicación. Lo máximo a lo que el resto de


nosotros puede aspirar es a abrir y cerrar puertas para impresionar. E incluso eso lleva
años de práctica. A mí me los llevó.

200
La cantidad de poder a su disposición es lo suficientemente grande que servirse de él
sin un conducto no lo agota. Trato de evitar la envidia.

—¿Y me vas a explicar eso?

—Preferiría no hacerlo —respondo, y vuelvo a llenarme el vaso.

—¿Por qué? —pregunta.

—Porque no sé cómo funciona —miento.

—Pero ¿cómo sabías...?

—Todo el mundo es capaz de hacer un poco de magia sin varita, Potter. No consideré
que lo fueras a encontrar tan fácil. Tampoco me planteé que me fueras a incordiar con
preguntas estúpidas si te enseñaba. —Cruzo las piernas y frunzo el ceño.

—Lo siento. —Se pone los brazos sobre las rodillas y mira al suelo.

—Y me parece que sería buena idea no ir alardeando.

—¡No estoy alardeando!

—Es un arma, Potter. Y un secreto que está mejor guardado.

—¡Vale! ¡Dios! Sólo he preguntado... está bien. ¡Y deja de llamarme así! —escupe,
enfadado, levantándose de golpe para tirarse a la cama. Mi cama. Su furia sólo dura
unos momentos antes de que suspire—. Lo siento. Gracias por ayudarme. Y por lo de
ahí fuera. En el funeral. Gracias.

—Si vuelves a quitarme el whisky, disolveré los huesos de tus manos —digo.

Él se ríe.

—Bueno, si me ofrecieras un vaso, no tendría que quitártelo.

—¿Desde cuándo has esperado invitación? Ya te sientes como en casa en mi cama,


supongo que mi bebida sería una extensión lógica. —Sonrío. Levanto el vaso de
nuevo para beber... Y ha desaparecido. Otra vez.

Lo escucho reír desde mi cama. Me pongo de pie, varita en alto.

También me la quita.

—No tienes nada de adorable —rabio.

Sonríe como un niño que acaba de descubrir que ha heredado un fortuna en ranas de
chocolate. Maldigo a Dumbledore con todo mi corazón. Y después maldigo la sonrisa
que trata de curvarse en mis labios. Esto no es gracioso.

—Devuélveme mi varita, maldito chiquillo.

Él sonríe.

201
—No.

—Potter.

—No me llames así.

Lo miro y aprieto los labios con frustración.

—Muy bien, eres un mago grande y poderoso. Devuélveme la estúpida varita.

—Ven y coge tu estúpida varita.

Levanto una ceja. La mirada en el rostro del chico hace que mi estómago se agite de
emoción. Resoplo con fingida impaciencia y camino hacia la cama.

—Si ésta es tu idea de seducción, debo recordarte que estoy bastante más allá de la
edad en que molestarme con niñerías habría sido efectivo.

Se ríe.

—Quizá sólo quiero que te tumbes a mi lado. Además, si quisiera seducirte, no te


daría la oportunidad de discutir conmigo. —Se mueve hacia la cabecera de la cama y
da una palmadita al espacio junto a él, dirigiéndome una mirada implorante—. Es más
cómodo —dice.

—Estaba perfectamente cómodo donde estaba —refunfuño, pero me deslizo junto a él


de todos modos, acomodando las almohadas. Me da mi varita y frunzo el ceño antes
de ponerla sobre la mesita que tengo al lado. Extiendo una mano, esperando mi vaso.
Aparece uno vacío.

—Eso es altamente irritante —digo. Se ríe con disimulo y después convoca la botella,
sirviéndome un vaso y llenando el suyo.

—Es divertido —dice.

Debería estar exhausto. Debería llevarle una cantidad desmesurada de concentración


hacer cualquiera de esas cosas. Esperaba que hubiera estado lo suficientemente
conectado con su varita para que llegara el momento en que pudiera convocarla sin
pensarlo. Pero después de sólo unas pocas horas, ha conseguido perfeccionar un arte
en que pocos magos siquiera se molestan en chapotear. No puedo evitar sentirme
celoso de sus habilidades. De su poder. Y compadecerlo por la misma razón, cuando
pienso en el propósito para el cual se espera que lo use.

Al no ser capaz de protegerlo, la estrategia de Dumbledore ha sido asegurarse casi al


cien por cien de que pueda ganar en una batalla contra Voldemort. Una parte de mí
aún espera que nunca tenga que poner a prueba sus habilidades. Admito que
preferiría que otra persona derrotara a Voldemort, que el chico muriese
repentinamente y sin terror. Otra parte de mí sabe que no sucederá de ese modo.

Descansa la cabeza en mi hombro y tararea, contento. Después de un momento,


resopla.

—¿Qué?

202
—Es sólo... estaba deseando poder sentarme aquí contigo, así, durante el resto de mi
vida. Y entonces me he dado cuenta de que es posible. —Vuelve a resoplar.

Eso no es gracioso.

No digo nada; me dedico a tragarme el resto de la bebida. He pasado años tratando


de mantener ese dato alejado de mi mente consciente, y en general he tenido éxito. Y
helo aquí, insistiendo en mantener la idea viva en el presente, donde se enconará y
causará estragos en la escasa calma que he logrado construir.

—Al menos si te digo que te amaré para siempre, tendrás que creer que es verdad —
se ríe.

—Para. —Me pongo de pie y dejo el vaso sobre la mesita de noche.

—¿Severus?

—Vete a la mierda —gruño, y camino hacia el baño, donde tomaré una ducha y me
maldeciré por dejar que me importe. Cierro la puerta con ira. Desde el otro lado puedo
escuchar su disculpa distante.

----------------------------------------------------

Me despierto con la tranquilizadora sensación de ser acariciado, y sólo después de


que la consciencia se abra paso a través de la bruma del sueño se me ocurre
encontrarlo extraño.

Abro los ojos.

Él sonríe.

Por culpa de la inconsciencia remanente, le devuelvo la sonrisa. Después de un


momento se me ocurre que debería estar irritado.

—Qué...

Me interrumpe la presión de unos labios contra los míos. Suaves y conocidos. Se retira
sólo lo suficiente para mirarme a los ojos y darme la oportunidad de protestar. Cosa
que haría gustosamente, si mi boca hubiera dejado de cosquillear con la memoria de
su ligero toque. Retomo el control sobre ella justo a tiempo de que se me interrumpa
de nuevo, más fuerte. Su lengua roza mis labios y mi boca se subleva por completo,
respondiendo. Sus manos se deslizan por mi torso. Por mi vida que no se me ocurre
una buena razón para parar.

Mi cerebro sigue mareado, y mi cuerpo despierta bajo su toque. Sus manos pelean
con mi camisón y yo levanto las caderas para colaborar en la causa. Mis propias
manos sostienen su cara junto a la mía. Una parte de mí es consciente de que si él se
retira, si me doy tiempo para percatarme de lo que estoy haciendo, pararé.

203
Él también lo sabe. Si quisiera seducirte, no te daría la oportunidad de discutir
conmigo. Sus manos no se detienen demasiado tiempo en ningún sitio, intentando
distraerme con ligeros roces de placer antes de buscar un nuevo objetivo. No se
mueve con urgencia, y tampoco es un toque exploratorio, sino el de alguien que trata
de cifrar cada centímetro. Despacio pero constante, buscando caminos. Recorriendo
senderos ya conocidos.

Me da la vuelta y rompe nuestro beso sólo lo suficiente para quitarse la camisa del
pijama por encima de la cabeza. Tira de mi camisón, urgiéndome a hacer lo mismo.
Nuestros ojos se encuentran durante un momento alarmante, y el presente y todo lo
que contiene se vuelve dolorosamente real. Sostiene mi mirada descaradamente
mientras sus dedos acarician mi pecho. Su otra mano captura una de las mías. Se la
lleva a los labios.

Desvío la mirada.

—Harry... —Esto tiene que detenerse. Esto no puede pasar. Esto no puede pasar otra
vez.

—Severus —exhala. Se inclina, descansando sus manos a cada lado de mi cabeza—.


Sólo quédate conmigo. —Suspira y mantiene los ojos abiertos mientras succiona mi
labio inferior entre los suyos—. Por favor.

En cuanto lo miro, sé que mi rendición es inevitable. Incluso aunque tuviera la voluntad


de continuar combatiéndolo, no tengo el deseo suficiente de hacerlo. Una pequeña
bestia fastidiosa tira de mi interior, recordándome que es peligroso tomarle demasiado
cariño. Una abrumadora voz interior señala que ya es demasiado tarde. Y, más
importante, que él no tiene tiempo para mi reticencia.

Carpe Diem, revisitado.

Mis manos se deslizan hacia su cintura; dedos que fluyen sobe su piel y sienten los
bordes de unas cicatrices que están claras en mi memoria. Cierra los ojos y
desaparece de mi visión inmediata cuando entierra la cara en mi cuello. Inhala
profundamente, sus labios tirando gentilmente de la piel en besos secos, que se
convierten en mordiscos, suavizados por la punta de su lengua. Me estremezco y tiro
de su cabeza hacia la mía, besándolo con la intención de redescubrir un ritmo no del
todo olvidado.

Hago que gire tirando de la banda elástica de su pijama. Él maniobra estratégicamente


con las caderas, sus propias manos trabajando para quitarme los pantalones. Sólo a
regañadientes me separo para terminar el trabajo. Sacándome los pantalones, junto
con la colcha, hacia el borde de la cama, me relajo sobre la almohada y le veo hacer lo
mismo.

Adelanta ligeramente la cabeza, presionando su frente contra la mía. El peso de su


muslo cae sobre mi cadera. Inhalo cada aliento que exhala hasta sentirme mareado,
como si me sofocara. No siento deseos de rehuirlo.

—Te amaré para siempre, ¿sabes? —insiste.

—No digas eso —ruego quedamente, ignorando el desgarramiento en mi estómago en


favor de borrar a besos la promesa de sus labios.

204
Algo muere en el fondo de su garganta. Me insta una vez más a ponerme boca arriba
y busca tras de sí, levantando la cadera mientras me monta. Abro los ojos para ver los
suyos hacer lo mismo un segundo después. Sostiene un frasco de lubricante y no
recuerdo haberlo visto hurgar en la mesita de noche para cogerlo. Decido que no
importa cuando le siento usarlo sobre mí. Su rostro se estrecha en una expresión de
dolor cuando se aprieta a mi alrededor. Su carne resiste, y se sienta encima de mí. A
pesar de lo mucho que quisiera aconsejarle que lo tome con calma, me ha dejado
eficientemente mudo la ligeramente dolorosa y completamente exquisita sensación. El
único pensamiento consciente que puedo conseguir es “dioses, te he echado de
menos”.

Afortunadamente, mi boca está abierta y ni siquiera puede formar las palabras.

—Te he echado de menos —jadea él en mi lugar, inclinándose y besándome con


fuerza. Mi opinión al respecto resuena en mi garganta. Mece las caderas suavemente,
obligándome a llegar más hondo dentro de él hasta que me domina la absurda idea de
que podría desaparecer en él.

Su respiración es entrecortada y temblorosa, y lo noto estremecerse. Abro los ojos


casi con temor. Simplemente no hay suficiente movimiento para afectarlo tan
poderosamente. Pero está sobre mí, el labio atrapado entre los dientes, los ojos
cerrados con fuerza. Sus palmas descansan abiertas sobre mi pecho, presionando
mientras se levanta sólo un poco. Es hermoso. Y aún demasiado joven para parecer
tan perfectamente extático. Se desliza más fácilmente, y yo me precipito dentro de él,
succionado con cada inspiración y liberado de nuevo.

Envuelvo la mano alrededor de su erección, que se estira entre nosotros sin recibir
atención. Me detiene.

—Sólo quiero sentirte.

Un miedo inexplicable nace en mí a partir de sus palabras. Abro la boca para insistir,
pero él tira de mí hacia arriba, hasta una posición incorporada, y pone los brazos
alrededor de mi cuello. Nos movemos sólo lo suficiente para sentir. No lo bastante
para dejar salir las emociones. Un sentimiento abrumador y sofocante nace en algún
lugar en la vecindad de mi estómago y se abre paso, ya sea vaciándome o
llenándome; no sabría decir cuál. Simplemente no hay espacio para respirar. Sus
manos acunan nuestros rostros y vuelve a presionar nuestras frentes una contra otra,
bloqueando el mundo de nuestra visión periférica.

—Quédate aquí —dice, sin aliento—. Justo aquí.

Cumplo durante tanto tiempo como puedo, más por una urgencia paralizante que por
el deseo de estar tan cerca. Gradualmente, el lento movimiento circular me enloquece
y algo parecido al pánico amenaza con aplastar mi excitación. Rasgo su piel buscando
escapar, buscando libertad de movimientos. Pero sigo enterrado. Sigo atrapado.

Rompo su abrazo insistente, reclinándome sobre las manos para hacer palanca. Me
empujo en él.

Sus manos presionan contra mi pecho. Se incorpora, con aspecto confundido.


Después de un momento su rostro se relaja. Baja la cabeza, acercando mi cara para
un último beso antes de caer hacia un lado y rodar sobre su espalda. Me lleva consigo.
Levanto sus piernas sobre mis hombros.

205
Puedo respirar de nuevo, y mis caderas se mueven a mi pesar, a pesar de él y casi
desesperadas por alejarse de todo esto y de él y su maldito sentimentalismo. Me mira
con una sonrisa ligeramente enloquecida en la cara, sus rodillas presionando contra
sus propios hombros. No me detengo a pensar por qué sonríe, pero incremento el
ritmo. Mi aliento sale en explosiones furiosas; de pronto no quiero nada más que
hacerle daño.

Otra ola de miedo que esto evoca me impulsa hacia adelante. Embisto con fuerza.
Cada respiración que no consigue tomar alimenta mi necesidad, y la estrechez
apretada me está aplastando. Me mira con una intensidad que anhelo romper, pero no
sé cómo. Un momento de locura me posee, elevándome y haciéndome superar el
límite, y me corro con un gruñido largo, enterrando la cabeza en la almohada. Me
agarro a él desesperadamente mientras un amargo fluido de éxtasis reclama mi
cuerpo.

Sus piernas se relajan, y yo me sostengo con los codos. Su erección se sacude entre
nosotros. Insatisfecha.

—Gracias —susurra, besándome el hombro. Le odio. Por vivir. Por morir.

Deslizo mis brazos bajo él y espero que la intensidad de lo que sea que está
acelerándose en mí se pase. Durante un momento me asusta que no lo haga nunca.
Mis brazos se aprietan a su alrededor, ya sea para mantenerlo sujeto contra mí, o a mí
contra él. No sabría decirlo. Supongo que no importa.

Tarde o temprano, tendré que dejarlo marchar.

Traducción: Velia

206
CAPÍTULO 15 – MÁS DE LO MISMO

—Harry, ya es la hora.

Le sacudo el hombro ligeramente. Un sonido de húmedo lloriqueo delata su sueño


fingido. Le aprieto el hombro por reflejo en lo que sólo puede ser considerado como un
gesto reconfortante. Si no tengo cuidado, esto puede convertirse en un hábito.

—Harry —lo intento de nuevo.

»No puedo —susurra—. Sencillamente no puedo salir ahí fuera y fingir que me importa
una mierda. No puedo rebatirle esto. Siento lo mismo cada maldito año. Por supuesto,
decirle eso no sería en absoluto el método de persuasión más efectivo.

—Tonterías. Se te da muy bien fingir. Te ha enseñado el mejor, me atrevería a decir.

Resopla y rueda sobre su espalda con un gruñido bajo.

—Es sólo que parece tan jodidamente inútil —le dice al techo, presionándose los ojos
con la base de las manos.

—Es inútil. Pero eso no nos ha permitido pasarlo por alto cada año.

Sonríe, girando los ojos hacia mí.

—¿Cómo lo haces? —pregunta.

—Bebo. —Me pongo de pie y me dirijo a lo que queda de mi bebida. Se desliza de la


cama, poniéndose las gafas y siguiéndome. Descansa la cabeza contra mi pecho, sus
manos colgando de mis caderas.

—¿Puedo volver esta noche?

Debería decir que no. Si tiene que acostumbrarse a la idea de volver a la normalidad,
a más de lo mismo de todos los años, debería pasar el inicio del curso poniéndose al
día con sus odiosos amigos. Debería comenzar a representar su papel porque,
aunque todo pueda ser inútil, aún es su vida. Aún esta vivo.

Debería decir que no.

Pero no lo haré.

—No creo que nadie pueda detenerte.

Lanza los brazos alrededor de mi cuello y presiona la palabra “gracias” sobre la piel de
mi nuca antes de mirarme con los ojos enrojecidos. Me he acostumbrado tanto a verlo
en ese estado que ya apenas lo noto. Ni siquiera es suficiente para estar irritado. En
su favor, trata de esconderlo. Y tiene la decencia de parecer arrepentido cuando las
lágrimas lo pillan por sorpresa.

Yo, a mi vez, finjo no darme cuenta de su presencia.

207
Me inclino para besarlo brevemente.

—Vas a hacerme llegar tarde —murmuro, y lo aparto. Va hacia la Red Flu.

—Te veo allí.

Inspirando profundamente para prepararme, y cambiando mi expresión a una mueca


fría, salgo de mis habitaciones, cubriéndome con capas de calma y melancolía general
con cada zancada que doy hacia el Gran Comedor. Justo encima de mí oigo el fuerte
cotorreo del vestíbulo llenándose de estudiantes que vuelven, vibrando con el
optimismo que todos los alumnos parecen tener al principio del nuevo año.

Para cuando llego a lo alto de las escaleras, he recuperado la irritabilidad agresiva que
me acompañará a lo largo del próximo año. Me detengo en lo alto para dirigir una larga
mirada dramática que aplaste un poco de la energía positiva, reemplazándola con la
adecuada aprensión cuando recuerdan que seré parte de su curso. Complacido con el
resultado de mi presencia, sigo adelante, viendo a la multitud abrirse frente a mí como
por arte de magia.

Mientras paso por la puerta, miro al otro lado del salón, hacia las cabezas de los que
ya están aquí, y lo veo sentado nerviosamente en su mesa. Está pálido como un
fantasma. Cuando me ve, sonríe con disculpa, y sus ojos se dirigen a la mesa
principal. Los míos lo siguen y aterrizan en…

Joder.

Tengo el impulso de regresar a las mazmorras y hacer las maletas.

Black está sentado junto a Lupin, hablando con él conspiratoriamente. Al otro lado de
Black, McGonagall me detiene con una mirada de advertencia. Suprimo la urgencia de
tirarme al suelo y gemir lastimosamente.

He sido un buen hombre. Me he portado bien con el hombre lobo y he compartido mi


hogar con ese chico durante años. ¿Por qué se me castiga? ¿No he pagado diez
veces todo lo malo que he hecho? ¿No sería más fácil matarme?

Casi puedo escuchar a las Moiras cacareando con siniestro júbilo. Estoy muerto, me
percato. Y esto es el infierno.

Me doy cuenta de que me he parado en seco, y los alumnos dirigen su mirada hacia
mí, nerviosos por mi proximidad; al menos algunas cosas son como deben ser. Sigo
caminando. Ignoro el saludo de Lupin y me siento junto a McGonagall.

—Necesitábamos un profesor de Transformaciones, Severus —murmura en un


suspiro antes que pueda decir nada—. Lo contraté por recomendación de Albus. Es un
animago. Uno no puede estar más cualificado que eso. Es también el único que
solicitó el puesto.

—Tendrás mi dimisión en la mesa por la mañana —gruño.

—Oh, no seas melodramático. Y levántate. Estás en el sitio de Catherine.

208
—Minerva, si alguna vez he dudado de tu habilidad para seguir los pasos de Albus,
estaba muy equivocado. Serás perfecta para el trabajo —digo con una mueca. La veo
suprimir una sonrisa enfurecedora.

Me desplazo un asiento y evito con éxito golpearme la cabeza contra la mesa. Miro
hacia la masa de críos para ver al pequeño pilluelo, con la boca cubierta y los hombros
sacudiéndose sospechosamente. Esto le parece divertido. Entrecierro los ojos con
odio y él se da por vencido al tratar de reprimir su risa, echando la cabeza hacia atrás.
Su risa resuena fuertemente sobre el murmullo general de los alumnos reunidos.
Muchos se giran para mirarlo de forma extraña, lo cual sólo parece ponerlo peor.

Su risa muere rápidamente, sin embargo, con el sonido de su nombre. Me complacería


la asombrada expresión de su rostro cuando sus amigos se apresuran a acercarse a
él, si no fuera por la irritante preocupación que nace en mí al verlo prácticamente
encogerse sobre sí mismo.

Vector interrumpe su reencuentro al guiar a una bandada con sangre nueva al salón.
Mis ojos examinan la fila por mero hábito, seleccionando a mis nuevos estudiantes. Me
preparo para jugar el juego del Sorteo, la única forma en que consigo sobrellevar las
ceremonias con la cordura intacta. Sin embargo este año, antes de que se oiga el
primer nombre, me distrae la mirada muerta en los ojos de uno de mis prefectos de
séptimo año. Algo parecido a la culpa brilla en su mirada al tiempo que se gira para
encontrarme observándolo. Rápidamente se encuentra fascinado por su plato vacío.

Es una expresión cargada de conocimiento que ahora mismo no le gustaría tener.


Tendré una charla con él.

Se me ocurre en cuanto he decidido eso que ya no conozco a nadie a quien recurrir, y


al momento el Gran Salón parece repentinamente muy vacío. La única persona que
sabía algo en absoluto está muerta.

—¿Otro dolor de cabeza, Severus? —Sprout me pone una mano en el brazo. Me


vuelvo hacia ella y me percato de que llevo un rato hundiendo la cabeza entre mis
manos.

—Estoy bien —digo, tan irritablemente como puedo. Miro de nuevo hacia la multitud
para verlo observándome mientras otro Gryffindor se une a las filas. Sus cejas se
alzan en una interrogación. Asiento casi imperceptiblemente.

Estoy bien.

Él hace lo mismo. Sus ojos viran hacia Minerva, y después de vuelta a la cola que se
dirige al Sombrero.

Después de que el último estudiante se una a la mesa de Hufflepuff, Vector viene a


ocupar su lugar como subdirectora. Hace sonar su copa para atraer la atención del
público. McGonagall se levanta para dar su primer discurso como directora. Aprieto las
manos para evitar maldecir cada uno de los rostros satisfechos de mis sonrientes
Slytherin.

209
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—¡Snape!

—No estoy realmente de humor, Black —gruño, y acelero el paso.

Me alcanza.

—Me cerraste la puerta en las narices, joder.

—¿De qué te quejas ahora?

—Reactivaste las barreras. Lo escondiste de mí —gruñe.

Sonrío al recuerdo de mi revancha y me giro para encararlo.

—Reactivé las barreras colocadas por el difunto director, las cuales se habían
diseñado para mantener fuera a huéspedes indeseables. Pudiste haber venido tras él
directamente, pero según recuerdo estabas bastante ocupado entreteniendo a Lucius
Malfoy con tu patético intento de intimidación. Parecido a lo que haces ahora conmigo.
—Sonrío ante su expresión furiosa y me vuelvo para seguir caminando.

—No tienes derecho...

—¡Se suponía que ibas a vigilarlo! —grito.

—¿Cuántas veces hemos tenido que recordarte eso a ti? ¡Al menos no voló la maldita
enfermería!

—No vais a empezar con esto —dice una voz dura desde detrás.

Me giro para ver a McGonagall en medio del pasillo, en tensión. Me sacudo


ligeramente antes de recordar que ya no soy su estudiante. Black se mueve
nerviosamente a mi lado.

—No descarto poneros un castigo a ambos —dice, la comisura de su boca subiendo.

—Muy graciosa —murmuro, con el ceño fruncido. Me vuelvo hacia las escaleras que
guían a las mazmorras.

—No he acabado, Severus. Suspiro, impaciente, y me doy la vuelta

—No voy a permitir que os paséis a ese chico del uno al otro como una quaffle.
Durante el curso, Sirius, yo soy responsable de él. Haya o no haya padrino.

Sonrío, satisfecho. Mi sonrisa se desvanece cuando vuelve los ojos entrecerrados


hacia mí.

—Tú, Severus, te comportarás de modo que cumplas con tu posición de modelo para
los estudiantes. No toleraré que vayáis discutiendo como un par de críos de segundo.
No lo provoques. ¿Queda eso claro?

210
Aprieto la mandíbula y asiento brevemente, consiguiendo no negar enfáticamente que
nunca he sido yo el provocador. A algún remanente del niño que una vez fui le
preocupa que ella realmente me ponga un castigo, en cuyo caso me vería obligado a
asesinar a Black. Y no quisiera pudrirme en Azkaban por culpa suya.

Debí haberlo hecho cuando su muerte me habría convertido en un maldito héroe.

Ella respira hondo y nos clava a ambos al suelo con una mirada afilada.

—Respecto a Potter, Albus me hizo prometer que le permitiría la misma libertad de


movimientos que aparentemente disfrutó en el pasado. Dado que parece haber
funcionado bien antes, no estoy dispuesta a cambiar nada. Espero que los dos
mostréis al chico el mismo respeto. Él ya tiene suficientes cosas de que preocuparse
sin tener que escoger un bando en vuestras ridículas batallas.

Una sorprendente punzada de gratitud corre a través de mí. Razono que es en su


beneficio. Se ha acostumbrado tanto al frío silencio de las mazmorras como yo. Me
atrevería a decir que necesita la paz que esas piedras pueden proveer.

Una voz extraña en la parte posterior de mi cabeza me pregunta a quién intento


engañar. Me desconcierta durante un momento; se me ocurre que se parece
demasiado a la voz de mi antiguo jefe, antes de ser consciente de esos duros ojos
color avellana dirigiéndose en mi dirección de nuevo.

—Y Severus, me gustaría hablar contigo acerca de uno de tus alumnos. —Me dirige
una mirada significativa y yo asiento comprensivamente, de repente preguntándome
cuánto peso descargó Dumbledore sobre la pobre mujer antes de morir—. ¿Por qué
no vienes a mi oficina mañana por la tarde para tomar el té? —dice, incapaz de ocultar
a tiempo una sonrisa divertida. Se da la vuelta y sube las escaleras. La sigo con la
mirada, dividido entre la admiración y el horror.

—Merlín, se le da bien.

Había olvidado que Black estaba ahí. Dirijo una mirada en su dirección antes de
descender las escaleras. Me erizo cuando lanza un “Buenas noches, Severus” con voz
cantarina.

Sigo caminando, satisfecho con la idea de que seguramente será una buena noche.

Voy a sodomizar a su ahijado.

----------------------------------------------------

—Adelante, Severus —dice McGonagall, sin levantar la mirada de la pila de papeles


sobre su escritorio.

Si me fijo bien, la estancia no parece muy distinta. Un poco menos atiborrada, quizás.
Más organizada. Fawkes me grazna desde la esquina. Sobre su percha, un retrato de

211
Dumbledore me guiña el ojo. Me quedo mirando el cuadro con un sentimiento de
intranquilidad.

—Maldito pájaro —masculla McGonagall. Fawkes deja escapar un sonido de idéntico


desdén. Una incontrolable risa sofocada retumba en mi garganta. Tomo asiento en mi
silla habitual—. Tendrás que disculpar el desorden. No sé por donde empezar a limpiar
—dice, tratando de enderezar la pila de pergaminos frente a ella.

—Sin problema

Sonríe.

—¿Té?

—¿No hay caramelos de limón?

Entorna una mirada suave.

—Si no tienes cuidado, acabaré echándote encima el suministro completo. No te


haces idea de la provisión de dulces que dejó ese hombre. —Su risa muere en una
sonrisa cariñosa. Dirige una mirada reprobatoria al retrato para ver al viejo meterse un
dulce amarillo en la boca. El Dumbledore pintado sale de su marco sólo para aparecer
en el retrato vecino de Indigus O’Flattery y ofrecerle una de las golosinas.

Tan chiflado en lienzo como en vida. De alguna manera, es reconfortante.

Cuando me giro hacia McGonagall, ella ya ha servido el té. Sin montar ningún
espectáculo.

—Bien —suspira, sacando un expediente grueso y abriéndolo para revelar varios


recortes de pergamino con notas escritas en el trazo elaborado de Dumbledore.
Levanto una ceja interrogante—. Dejó guardados archivos de ciertos estudiantes —
dice ella, sin mirarme a los ojos—. Juro que aunque llegue a ser tan vieja como él,
nunca terminaré de revisarlos todos. —Me quedo mirándola fijamente, sintiendo un
vago terror ante la idea de lo que podría haber en mi archivo—. Nada de qué
preocuparse, Severus. No he encontrado el tuyo. —Entrecierra los ojos—. Aún.

Continúa antes que pueda registrar ese ‘aún’ y su significado. Dentro de un rato,
recordaré meditar sobre lo poco que deseo que esta mujer conozca lo que pensaba
Dumbledore sobre mí. Una punzada de curiosidad. Creo que yo mismo quisiera ver
ese archivo.

—Estamos aquí para hablar del señor Malfoy —me recuerda—. Dumbledore parecía
creer que el chico se redimiría milagrosamente por sí mismo. Yo lo encuentro un
pequeño mocoso intolerable. ¿Cuál es tu opinión?

Esto difiere tanto de la conversación normal que suelo tener en esta habitación que la
realidad de todo me golpea como un revés cruzado a la cara. Ella no es Albus
Dumbledore. No es alguien con fe inquebrantable en que todo el mundo tiene un lado
bueno, sin importar cuán enterrado esté. McGonagall purgaría la escuela de la maldad
potencial antes que tratar de encontrar una manera de superarla. Me confunde
encontrarme en la situación poco común de apelar a la compasión de alguien.

212
Por fin, me aclaro la garganta y dejo de mirar estúpidamente a la mujer.

—Es una víctima de su herencia. Pero hay una conciencia enterrada en algún lugar
bajo los siglos de dogmas familiares con que ha sido alimentado toda su vida. Que le
permita o no hablar está por verse.

—Está marcado.

—Difícilmente se le dio una opción —digo. Mi voz suena a obstinación—. Albus y yo


hemos hablado con él. Sabe lo que se espera de él.

No te metas en esto.

—Sí, lo he leído todo —dice, antes de cerrar el expediente que tiene delante—. Por no
mencionar que he visto la escena en el pensadero de Dumbledore. Otra cosa más que
tuve la poca suerte de heredar. —Se baja las gafas y las deja caer hasta que cuelgan
de la delgada cadena de plata que lleva al cuello—. ¿Estás dispuesto a asumir la
responsabilidad por el chico?

Parpadeo. Aunque estoy seguro de que el chico tiene conciencia, estoy mucho menos
seguro de que alguna vez vaya a escucharla. Dado que no ha hecho esencialmente
nada de lo que se esperaba de él a cambio de permanecer en la escuela, no tengo la
seguridad de poder confiar en él. Conociendo su posición, también sé que no dará
información que pueda incriminarlos a él o a su padre, haciéndolo del todo inútil para
nuestra causa.

Sea como fuere, ahora soy la única persona en esta escuela que entiende y aprecia su
posición. Antes, yo era capaz de colocarme como el guardián implacable en contraste
con la educativa y alegre clemencia de Dumbledore. Ahora, si no me pongo de su
lado, el niño realmente está perdido.

Asiento reticentemente.

—¿A quién debo acudir con cualquier información que pueda reunir?

—Mi contacto es Figg. Podrías ir directamente a ella.

Hago una mueca de disgusto.

—Huele a gato —digo, lamentándolo inmediatamente, cuando me dirige una mirada


que podría congelar el tiempo. Sonrío, no del todo compungido.

—Supongo que siempre podrías acudir a Sirius. —Ella levanta las cejas.

—Preferiría castrarlo con mis propias manos.

Se ríe.

—Muy bien. Puedes hablar conmigo, si eso te hace sentir más cómodo. Supongo que
debería ser la primera en saberlo, en cualquier caso. —Deja escapar un largo suspiro
y se frota los ojos cansados.

—No te envidio, Minerva.

213
—Bueno, serías un estúpido si lo hicieras. Aunque debo admitir que es
incansablemente fascinante estar al tanto de los pensamientos íntimos de un loco. —
Mira de nuevo el retrato. Dumbledore ha vuelto y está sentado en su mesa de colores,
acariciando las plumas rojas de un fénix verdaderamente inmortal. El Fawkes real
arrulla, contento—. Perturba la mente ver todo lo que había metido en el cerebro de
ese hombre —le dice a nadie en particular.

Me levanto antes que se proponga ofrecerme datos que prueben esa declaración.

—Estoy seguro que lo resolverás. —No estoy tan seguro, en realidad, pero parece lo
apropiado cuando alguien se lamenta ante una tarea desalentadora. Es también la
forma perfecta de introducir lo que pienso decir a continuación: “que pases un buen
día”.

Pero ella me detiene.

—Yo no tengo fe en la gente, Severus —dice, repentinamente severa—. Si ese chico


pone siquiera un pie en terreno remotamente gris, está fuera. Lo mismo va para
cualquiera de los otros estudiantes. No pondré en peligro al resto de la escuela para
poder darle a ese chico otra oportunidad. —Levanta las cejas como si esperase una
protesta por mi parte.

El calor de la indignación hierve en mi estómago.

—Por supuesto, serás igual de implacable con las hazañas de tus amados Gryffindor
—escupo amargamente. Le ofrezco una sonrisa desagradable.

—Mis estudiantes tienden a arriesgar sólo sus propias vidas, Severus. Es estúpido,
cierto, pero generalmente hay buenas intenciones detrás de sus acciones. —Su rostro
se congela en una expresión dura.

Aflojo mis dientes lo suficiente como para permitir que el nombre "Sirius Black" se
filtre. Giro y camino hacia la salida.

—¿Perdón?

—Revisa su expediente. O quizá el pensadero. —Sonrío, insolente, y luego la dejo con


su investigación.

Voy en busca de mi pequeña serpiente voluntariosa.

----------------------------------------------------

—Señor Malfoy —entono, separándolo de su reunión con las gárgolas cada vez más
grandes que él llama amigos. Me vuelvo para empezar a caminar. Le escucho
disculparse con lo que suena a reticencia y luego seguirme al exterior de la Sala
Común. Le conduzco en silencio hasta mi oficina.

214
—Confío en que sus vacaciones transcurrieran sin complicaciones —digo, sentado
detrás de mi escritorio. Alzo la vista cuando se sienta delante de mí.

—Más o menos —encoge los hombros. No me mira a los ojos.

—Debo admitir que me encuentro decepcionado de que no haya tenido tiempo de


escribirme —le digo despreocupadamente. Me reclino en la silla y junto las manos
frente a mi estómago.

—¿En cuanto a qué, señor?

Le sostengo la mirada en silencio hasta que desvía los ojos.

—Ciertos acontecimientos recientes que han acaparado mi atención. Tal vez no


estaba al tanto de los numerosos ataques contra los muggles que han dejado
perplejos a sus policías. O un evento muy peculiar sucedido en el Londres muggle: un
símbolo extraño flotando sobre un bar en el que dos muggles recién nacidos se
encontraron muertos. El tabernero, por supuesto, no podía recordar qué había pasado.
Yo podría haber quedado satisfecho con un intercambio de correspondencia sobre
cualquiera de estos eventos. —Un suave rosa se posa sobre sus mejillas. Aprieta la
boca firmemente un momento, antes de abrirla para alegar inocencia. Lo interrumpo—:
Y luego, por supuesto, sucedió el incidente que involucró a nuestro propio señor
Potter.

Frunce el ceño con terquedad.

—¿Qué incidente? —escupe—. ¿Lo del funeral? Yo ni siquiera sabía que iba a estar
ahí. ¿Ahora también hablar con el precioso Potter va contra las normas? —se mofa
con odio.

—Hablar con Potter no va contra las reglas, aunque ciertamente es poco aconsejable.
Me refería a la muy repugnante sorpresa de cumpleaños que recibió. —En mi voz sólo
hay un atisbo de la ira que siento.

—Ni siquiera sé cuándo es su cumpleaños —murmura con resentimiento.

Trato de determinar si dice la verdad. Al final, no importa. Tiene que haber sabido algo,
después de todo.

—Me parecía haber dejado claro, señor Malfoy, que me iba a informar de cualquier
actividad que pueda poner vidas en peligro.

—Ni siquiera sé de qué está hablando. No soy el pensadero del Señor Oscuro,
profesor. Él no me dice nada. —Su voz tiembla con furiosa indignación.

—Es su trabajo conocer sus planes. Aceptó esta posición cuando accedió a quedarse
en la escuela. Y aunque usted no pueda ser confidente de Voldemort, está muy
cercano a la persona que tiene la mala suerte de tener ese triste título. A pesar de que
no puedo esperar que me envíe una lechuza a cada movimiento que hace, cuando
está planeando maldecir al mundo mágico con su odio eterno, ¡quiero saberlo, señor
Malfoy! —Pierdo la paciencia y el precario control sobre mi rabia. La postura defensiva
del niño y la boca testarudamente cerrada me hacen querer golpearlo con una
maldición horriblemente dolorosa e ilegal.

215
Baja la mirada.

—Yo no sé nada —gruñe entre dientes.

—¿Entonces debo creer que no sabía nada de los planes de su señor para la mayoría
de edad de Potter? —me burlo.

—¡Ya le he dicho que ni siquiera sé cuando fue su cumpleaños!

—Cuidado con ese tono —le advierto con una voz baja—. El treinta y uno de julio.
Jadea impacientemente y luego levanta los ojos como si tratara de identificar el día.
Veo algo registrarse en su expresión, sus ojos bajan una vez más bajo el peso de la
conciencia. Sacude la cabeza.

—A nadie se le permitió acercarse a él ese día. Mi... mi padre fue convocado para
asistirlo. No habló de ello. —Aprieta la mandíbula, enfadado.

—Ése es el tipo de detalles que son útiles, señor Malfoy —gruño.

Resopla y me mira con incredulidad.

—¿Qué? —Se burla—. ¿Que está planeando algo? Señor, él siempre está tramando
algo. ¡Es lo único que hace! Lo observo un largo rato, escuchando cómo mi voz interior
hace eco a la suya. Respiro profundamente. Es posible que no supiera nada. Al ser la
cuestión tan importante, sólo su círculo íntimo habría sabido algo. Si el chico dice la
verdad, es posible que sólo Lucius haya sido avisado. No creo que tenga mucha
confianza en el grupo restante. Hay pocas personas, incluso entre sus seguidores, que
se sienten cómodos con la idea de un Voldemort eterno. La mayoría lo siguen por
temor. Si supieran que tendrán que temerlo durante el resto de sus vidas, y que sus
hijos sufrirán el mismo destino, la rebelión sería una cuestión de instinto de
conservación.

Decido no presionar con el asunto.

—¿Que está planeando ahora? —Lo inmovilizo con una mirada penetrante.

—¿Qué? —Su voz está vacía. Finge inocencia y se cruza con mis ojos
momentáneamente. Vuelve a retirarla inmediatamente.

—Como usted acaba de decir, siempre está tramando algo. Está tramando algo ahora
mismo. Me gustaría saber qué es —digo calmadamente.

Se encoge de hombros, aunque veo flaquear su compostura.

Me pongo de pie y me inclino hacia adelante sobre mi escritorio.

—Sé que quiere contármelo, así que saltémonos la farsa de inquisidor contra detenido
reticente y dígame qué es lo que sabe. Preferiría que lo hiciera voluntariamente, pero
no estoy en contra de usar ciertas pociones que lo harían escupir todos sus secretos.
—Sonrío desagradablemente y sólo por un momento antes de decir, marcando cada
palabra—: ¿Qué está planeando?

216
Suspira pesadamente y se pasa las manos por la cara. No las deja caer antes de
hablar.

—Va a haber un ataque a Hogsmeade.

La información crea un agujero en mi actuación. Permito que el silencio se extienda,


esperando más información.

—¿Cuándo? —pregunto, cuando ésta no llega.

Sacude la cabeza sombríamente.

—No lo sé. —Cierra los ojos de nuevo y cuando los abre hay un indicio de súplica
ahí—. Señor, yo no debería saber eso. Y si hace algo, sabrán que se lo he contado. Mi
padre y yo estaremos muertos. —Su voz se quiebra en la última frase, pero mantiene
la máscara.

Una punzada de compasión se abre paso a través de mí. Es aceptablemente difícil


hacer pasar al chico por eso, conociendo de primera mano el terror de la posición de
espía doble. Pero se le advirtió.

—¿Quién será asesinado si yo no hago nada? —digo, una vez consigo volver a
respirar.

Su reserva se tambalea momentáneamente y desvía una mirada abatida en dirección


al borde de mi escritorio.

Me siento pesadamente en mi silla.

—Eso es todo, señor Malfoy.

Se envara un momento antes de asentir y levantarse. Camina hacia la puerta, pero lo


detengo.

»Una cosa más: la directora McGonagall me ha pedido que le comunique sus saludos.
—Le dirijo una mirada significativa y veo su mandíbula trabajar sobre un nuevo miedo.

—Sí, señor —dice, aturdido.

Se va, dejando atrás una tenue esencia de terror.

Resoplo ante la amarga idea repentina de que preferiría estar en su lugar, como espía.
Al menos entonces era sólo mi vida lo que estaba en juego. Escoger entre salvarme yo
y salvar a otros había sido difícil, pero nada por lo que perdiera el sueño. Y ahora me
encuentro en la posición de sopesar una vida contra innumerables muertes
potenciales. Por un momento, mi aprecio por el antiguo director se profundiza. Una vez
llegué a imaginar, estúpidamente, que su posición era cómoda.

Después recuerdo mi propósito de odiar al hombre igual de profundamente por


atreverse a morir, dejándome con todo esto sin resolver.

217
Me levanto de mi silla y regreso al despacho de la directora, con la conciencia cargada
de información no deseada y una vida que cuelga de ella. Fue decisión suya, me
recuerdo a mí mismo. Y se nos juzga por las decisiones que tomamos.

Y de ese modo me condena mi decisión de escoger las vidas de una masa hipotética
antes que la vida real de un chico que nunca tuvo oportunidad de elegir.

Traducción: Velia

218
CAPÍTULO 16 – MEDIOS PARA UN FIN

Las explosiones hacen temblar las ventanas en la biblioteca.

No me pregunto qué es, ni de dónde vienen los sonidos. Entregué diplomáticamente la


información reunida, sabiendo muy bien que Draco me había dicho sólo la mitad de lo
que sabía, lo cual era, a su vez, la mitad de lo que había por saber. La Orden ya tenía
información que iba a pasar algo. Su deducción era que ocurriría un fin de semana en
que pudieran conseguir el mayor impacto. Un fin de semana de Hogsmeade.

McGonagall optó por no mantener a los estudiantes seguros en la escuela.


Dumbledore habría hecho lo mismo.

Estúpidos, todos ellos.

Cierro el tomo que he estudiado minuciosamente y salgo de la biblioteca, caminando


hacia el pasillo donde espero encontrar una aterrorizada masa en estampida. Jóvenes
estudiantes que querrán una explicación. Estoy tan tranquilo como sólo alguien que ya
ha experimentado esto antes puede estarlo. Calmado y asqueado por saber que todo
empieza de nuevo. El terror. Cuando eran sólo muggles muriendo misteriosamente,
uno podía descartarlo como coincidencia. Cuando la Marca Tenebrosa aparecía unas
cuantas veces, podrían haber sido adolescentes tonteando con hechizos de los que no
saben nada. O quizá antiguos mortífagos tratando de revivir sus tiempos mozos. La
gente puede desechar cualquier cosa que amenace interrumpir su cómoda existencia.
Pero cuando las cosas empiezan a suceder cerca de casa, cuando los niños están en
peligro, rápidamente exigen que se haga algo.

Este ataque significa que Voldemort no está ya contento de aguardar su momento.


Con Dumbledore fuera de juego, se ve a sí mismo como el mago más poderoso que
existe. No tiene más motivos para esperar.

Ha llegado el momento.

Las asustadas voces de niños confundidos llenan el salón, cada uno especulando
sobre el destino de sus compañeros mayores. Apoyado contra la pared en silencio, en
un rincón, está Harry Potter. Lo miro a los ojos. Sacudo la cabeza. Dirige su mirada
esperanzadamente hacia un grupo de Gryffindor que se congrega.

Sus amigos no están entre ellos.

La voz de McGonagall llena el salón desde arriba.

—Todos ustedes irán a sus salas comunes y esperarán a sus jefes de casa. —Los
prefectos que han tenido la suerte de estar de guardia en el castillo se hacen cargo.
No me sorprende ver a Draco entre ellos. Me adelanta rápidamente, seguido de una
fila de niños de primer y segundo año con ojos desorbitados.

El salón se vacía a un ritmo notable. Los niños son muy obedientes cuando están
asustados. Un fenómeno del que me he aprovechado durante años. Esto, sin
embargo, es sólo cierto con niños que no han vivido su vida entera en el terror.

219
Aquellos que sí han tenido la experiencia permanecen tercamente en los rincones,
esperando a ver qué va a pasar ahora.

—Severus. —La voz de McGonagall me saca de mi meditación—. Por favor, quédate y


espera hasta que lleguen los demás. Yo tengo que lidiar con el Ministerio.

La miro y asiento secamente.

»Potter —suspira al verlo, como tratando de decidir qué hacer con él. Finalmente
parece decidirse—: Ayúdale. Los aurores deberán llegar con el primer grupo pronto.

Luego, McGonagall desaparece de la barandilla.

Él permanece en silencio, mirando el suelo frente a él. No puedo decirle que sus
amigos estarán bien. No sé si lo estarán. Y no deseo realmente imaginar cómo le
afectará perderlos.

—Tú encárgate de los que estén histéricos —le digo, en tono firme—. Envíalos con
Pomfrey. El resto debe ir a sus salas comunes. Aquellos que estén esperando a
hermanos o amigos cercanos, dirígelos al Gran Salón.

Se vuelve para mirarme.

—Suena como si hubieras hecho esto antes —dice en voz baja.

—No como profesor.

—¿Sabes qué ha pasado?

—Me lo imagino. No hace falta ser un genio en Pociones para saber de qué son
capaces unos pocos ingredientes inestables cuando se ven obligados a sintetizarse.
—Me apoyo contra la pared y miro hacia las puertas.

—Tú... tú nunca has... —Se queda callado—. Olvídalo.

Giro de golpe la cabeza hacia él con una ceja levantada. Me irrita la pregunta, y aún
más el hecho de que no pregunte. Asustado por mi respuesta, sin duda. O temeroso
de causar otra fisura. Debería dejarlo con la duda.

—No —digo cortante, aunque juro que no entiendo por qué me molesto siquiera en
responder—. Nunca. —Siempre he preferido la sutileza, no lo dramático. Miro
amargamente a la puerta.

—Gracias —dice. No me giro a ver la gratitud en su expresión. Es lo suficientemente


clara en su voz, y durante un segundo, lo odio.

—Ya vienen.

Dos magos con el uniforme gris claro de auror abren las puertas de par en par, y las
sujetan permitiendo el paso a un caudal de alumnos temblorosos. Me preparo un
momento antes de comenzar una consigna que se nos enseñó hace muchos años.

220
—A las salas comunes. Mantengan la calma. Si están buscando a alguien, diríjanse al
Gran Salón. —De vez en cuando aparto a un estudiante que parece a punto de
caerse, y uno de los asistentes de Pomfrey se acerca para escoltarlo hacia la
enfermería.

Caras surcadas de lágrimas se elevan hacia mí, buscando alivio. Ajusto mi expresión
en algo menos que desprecio, pero tengo cuidado de no mirar a ninguno a los ojos por
temor a convertirme en la víctima de un ataque al azar de lágrimas y mocos, mucho
tirar de túnicas, y (me estremezco) abrazos.

Como él.

Si fuera cualquier otra situación, podría divertirme la visión de su mirada desesperada


en mi dirección mientras varios estudiantes parecen hacer fila sólo para que él los
consuele. Es una idea cínica, pero lo cierto es que ni siquiera una tragedia puede
obstaculizar las hormonas adolescentes desbocadas. Es un hecho bien conocido,
después de todo, que las tasas de nacimientos fluctúan después de grandes tragedias.
No hay nada como la muerte y la destrucción para hacer cambiar a alguien de opinión
sobre ‘reservarse para la persona correcta’ y ese tipo de estupideces.

—¡Ginny! —llama él, zafándose del agarre de una Gryffindor de tercer año y
caminando a través de la multitud para alcanzar a una alarmada Weasley con la cara
roja. Ella estira los brazos hacia él y gime en su hombro.

Recuerdo una escena similar que atestigüé hace décadas. Se me ocurre que si el
chico fuera hetero y estuviese lo suficientemente loco para enamorarse de una muy
fértil Weasley, su retrato de familia podría guardar una extraña semejanza con el de
Potter padre. Me estremezco ante el pensamiento.

Se inclina para decirle algo. Ella mueve la cabeza. El cuerpo entero de Harry se hunde
como si le acabaran de colocar un enorme peso sobre los hombros. Le da una
palmadita consoladora en la espalda y se separa de ella, brindándole palabras de
aliento y enviándola al Gran Salón. Organiza al resto de los alumnos como aturdido.

Una vez se retira la primera oleada, se acerca para estar a mi lado, guardando una
distancia razonable.

—Podrían estar aún con los interrogatorios —dice. Está tan pálido como si viese la
explosión en persona—. Los aurores… todavía están interrogando a mucha gente. —
Se queda sin aire antes de llegar al final de su oración.

—¿Estás seguro que no preferirías esperar en el Gran Salón con los otros?

Sacude la cabeza firmemente, los ojos clavados en las puertas. Ambos inhalamos,
preparándonos, cuando se abren de nuevo. Se pone de puntillas para mirar sobre las
cabezas de la multitud.

Me encuentro buscando tan ansiosamente como él. Y rezando silenciosamente por


que el destino sea misericordioso con el chico, sólo esta vez. Después de todo lo que
ha sufrido, no estoy seguro de que pueda sobrevivir a la muerte de esos dos imbéciles
aborrecibles. Algo parecido al júbilo estalla en mí ante la visión de una cabeza que
sólo puede pertenecer a Weasley. Tratando de no pensar demasiado en la realidad de
sentir algo que no sea náuseas ante ese pelo, me giro para alertarlo a tiempo de verlo
arrastrado en el abrazo de un muy esquelético Hufflepuff de sexto año. Aunque es

221
corto, difícilmente puedo perderme el roce de labios contra su mejilla. Él le da una
palmada torpe en la espalda al otro chico y retrocede. Se vuelve a mí y sus mejillas se
colorean con un rubor culpable.

Hago un gesto con la cabeza señalando a sus miserables mejores amigos y gruño
instrucciones generales al resto de los estudiantes.

------------------------------------------------------

No puedo culparlo por no venir a mis habitaciones esta noche. Su corazón aterrado
necesita asegurarse de que aquellos a quienes atesora siguen vivos. Incluso cuando
la evidencia física de eso se lanza hacia ti y solloza agradecida en tu hombro.

Está con sus amigos. Los otros dos tercios del trío de terror. Está con ellos y no
consolando a temblorosos Hufflepoof (1). Hufflepuff. Porque después de los eventos
trágicos deseamos estar con aquellos a quienes amamos.

Pero no está aquí.

No puedo culparlo por no estar aquí. No más de lo que puedo culparlo por ofrecer un
hombro a un chico destrozado. Es ridículo por mi parte pensar en ello, o alimentar
cualquier idea pasajera sobre qué pudo haber existido tras esa palmada inocente en la
espalda o el breve roce de labios que habla de una intimidad anterior.

Me golpeo mentalmente cuando me doy cuenta que estoy enseñándole los dientes a
una inocente chimenea. Bebo lo que resta del whisky de fuego, esperando quemar un
poco de esa cosa que me muerde ferozmente las entrañas. Después, me maldigo
cientos de veces por el salto emocionado que hace mi estómago ante el sonido de su
llegada por la chimenea.

Da unos pocos pasos y, eludiendo la opción de hincarse a mis pies, se arrastra a mi


regazo. Se reclina con un suspiro cargado.

—¿Se sabe cuántos han desaparecido?

—El total no oficial es veintitrés —informo, obligando a mi voz a algo menos que odio.
Está aquí, me recuerdo. Y yo no soy su guardián.

Bueno, lo soy. Pero…

—¿Todo bien?

—Bien —digo, aclarándome mi garganta—. ¿No deberías estar con tus amigos?

—Están durmiendo. ¿Qué ocurre? —pregunta, girándose de modo que puede verme
apropiadamente.

Aprieto los labios y endurezco la mirada.

222
—¿Tienes que preguntar? Tres de mis estudiantes podrían estar muertos, Potter. Por
no mencionar a los otros veinte estudiantes lo suficientemente desafortunados de
haber disfrutado de un poco de libertad hoy. Me perdonarás que no esté animado.

Quiero mover las piernas irritablemente, pero su trasero las tiene inmovilizadas.

Me mira de una forma que me hace pensar si, además de la magia, ha heredado la
habilidad de Dumbledore de leer la mente. Desvío la vista hacia la chimenea,
sintiéndome increíblemente estúpido y mezquino.

—Lo sé —dice con tristeza—. Lo siento. —Vuelve a relajarse contra mi pecho,


acomodando su cabeza en la curva de mi cuello—. He pensado que podías estar
enfadado conmigo. —Se estira y enrosca los dedos en el cabello detrás de mi cabeza.

—No seas ridículo —rezongo—. ¿Qué razón podría tener para estar enfadado
contigo? —No tengo ninguna. Ojalá los celos y el sentimiento de traición enconados
en mi estómago se dieran cuenta.

—¿Quieres echarte? —pregunta suavemente.

Después de un momento de fingir que no quiero, me rindo. Hay algo en la cama que
parece poner todo lo demás en perspectiva. Me atrevería a decir que es ligeramente
más efectiva incluso que el contenido de mi almacén de licor. Asiento y se levanta,
llevándome tras de sí.

Lo sigo a la habitación, donde todo ha sido restaurado a su estado anterior. Excepto


esa inútil cama, arrinconada en la esquina para guardar las apariencias. Rodeo el
largo tramo de piso que falta, ya por costumbre, y me dirijo hacia mi lado de la cama.
Él pasa de un salto por encima del agujero y empieza a desvestirse.

Deslizándome junto a él, trato de ignorar la idea de que, menos que la cama en sí
misma, es la calidez que la llena lo que ofrece consuelo. Cuando estoy solo, no hay
sino agitación aguardándome aquí. Agitación y deseo de paz. No sabría contar el
número de veces que esta cama me ha ahuyentado a los pasillos, siempre en busca
de la tranquilidad que siento ahora al tiempo que él se tiende a mi lado. La calma de
su respiración soplando contra mi hombro, húmeda y caliente. Él mueve un dedo
ausentemente, al ritmo de mis latidos.

Paz.

Que te jodan, Albus Dumbledore.

Cierro los ojos y detengo su dedo con una mano.

—Te amo —susurra.

Claro que lo haces, respondo en silencio. Para eso estás aquí.

------------------------------------------------------

223
—Severus.

Alzo la cabeza para ver a McGonagall con los labios apretados en la entrada de mi
oficina. Tiene un pergamino enrollado en la mano. Avanza airada, haciendo un gesto
de muñeca para cerrar la puerta tras ella. Coloca el pergamino sobre mi escritorio y lo
desdobla para que lo lea.

Hijo,

Considero que será mejor para ti pasar los fines de semana constructivamente en vez
de desperdiciar tu tiempo en Hogsmeade. Si sientes que debes ir, no malgastes el
tiempo en esa tienda de dulces ni desperdicies tu paga en las tonterías que venden en
Zonko.

Pronto te enviaré los materiales extra necesarios para tu bodega de pociones.

Da mis saludos a Vincent, Gregory y Thomas.

LM

Me quedo mirando la carta durante un largo rato. Lo primero que se me pasa por la
cabeza es cómo puede Lucius ser tan imprudente como para básicamente gritar sus
planes de ataque en una carta. Lo segundo es plantearme la estupidez del chico por
no haber destruido esa carta de inmediato. Después se me ocurre preguntar:

—¿De dónde has sacado esto?

—Uno de tus prefectos ha venido a verme hoy —dice fríamente—. Maldita sea,
Severus, si esto no prueba que el chico es culp...

—¿Cuál de ellos? —pregunto, con una furia ausente dirigida hacia el niño que fue con
McGonagall antes de traer este asunto a mí. Como Slytherin que es, debería haber
sido más listo.

—Zabini —dice despectivamente—. ¿Qué vas a hacer al respecto?

Por supuesto. Mi pequeño auror en entrenamiento. Callado, sutil, astuto. Todo dirigido
hacia una buena causa.

—¿Cómo la consiguió?

Aprieta los labios impacientemente.

—Dijo que estaba metida en un libro que tomó prestado. ¿Qué demonios importa?

Prestado, claro. Miro la nota durante un largo momento antes de reclinarme de nuevo
en mi silla y mirar a la airada mujer.

—Es circunstancial, Minerva. Ciertamente no suficiente para condenar a un hombre


tan poderoso como Lucius. —Mi expresión es plácida.

224
Se endereza hasta su máxima altura, cuadrando los hombros. Un rubor ligero se
extiende sobre sus mejillas.

—Bueno, es suficiente evidencia para mí. El chico te dijo que habría un ataque.

—Nunca se lo ha nombrado como fuente. —Le doy una mirada que sugiere que no
estoy dispuesto a hacerlo ahora. Ella no lo entiende. No podría entenderlo. Nunca ha
jugado este juego particular. Si Albus estuviera aquí...

Pero no está.

—He venido aquí esperando conseguir tu apoyo. Si no lo tengo, no tengo reparos en


llamar al Ministerio yo misma. —Se da la vuelta.

—¿El Ministerio? Y dime, Minerva, ¿qué esperas que haga esa masa de
incompetentes burócratas? Todos están de un modo u otro en el bolsillo de Lucius. ¿O
lo has olvidado? —Suspiro pesadamente. Éste no es mi trabajo. Mi trabajo es de
reunir información y dársela a Albus para que pueda infundir terror en ellos
gentilmente.

Albus está muerto.

—Llámalo a tu despacho. Y por la gracia de Merlín, déjame hablar a mi —gruño,


levantándome para seguirla. Se vuelve a mirarme como si se preparase para
protestar. La empujo al pasar antes que pueda decir nada.

------------------------------------------------------

—Señor Malfoy —dice McGonagall, con la voz cargada de desdén—. Por favor,
siéntese.

Lo escucho adelantarse. Se congela al rodear la silla y verme sentando en ella. Su


cara pierde cualquier color que hubieran podido alcanzar sus mejillas por el ascenso
desde las mazmorras.

—Profesor —asiente, retrocediendo a la silla de al lado.

Levanto una ceja y dejo que se cueza en su aprensión durante un momento antes de
extenderle la nota de su padre. Mira el pergamino con sospecha antes de cogerlo. Sus
ojos se abren apenas perceptiblemente cuando lo reconoce. Es suficiente evidencia de
que no es una falsificación.

Alza la cabeza con expresión ausente y lo devuelve.

—Es una carta de mi padre.

Sonrío.

225
—Sí, lo es. Una que prohíbe a su único hijo ir a las dos tiendas que fueron el blanco
del ataque en Hogsmeade. Escrita una semana antes de que se produjera el ataque.
Qué afortunado debe de sentirse usted de haber recibido la nota. —Evita mi mirada. Si
presto bastante atención, me imagino que podré oír su cerebro buscando una excusa
a toda máquina. Continúo—. Podría haber estado en cualquiera de estas tiendas.
Estoy dispuesto a apostar que ni el señor Crabbe ni el señor Goyle se pasaron por
Honeydukes ese día. Un evento curioso, el que renunciaran a esa oportunidad. ¿No
está de acuerdo? —Mi voz es informal pero mi mirada es acusadora. McGonagall se
sienta en silencio en su escritorio, irradiando odio.

El chico dirige la mirada hacia ella.

—Mi padre no cree que deba gastar mi dinero en frivolidades. —Se endereza
defensivamente—. No sé si Crabble y Goyle fueron a Honeydukes. Yo estaba aquí, de
guardia. —Saca pecho, retándome a probar mis acusaciones. No puedo probarlas.
Pero puedo hacerle pensar que puedo.

—De guardia, sí. Qué suerte para usted. De hecho, si recuerdo correctamente, era el
turno de la señorita Penite, ¿o no?

—Ella quería ir al pueblo a comprar un regalo. Intercambié los turnos con ella. Eso no
significa...

—No significa nada. Es sólo una observación. Una observación interesante, dadas las
circunstancias. Usted sabía que habría un ataque. Recibió una carta de su padre que
le prohibía ir a los sitios marcados. Y usted, egoístamente, se ofreció a perderse un
viaje al pueblo el mismo día que veintitrés de sus compañeros fueron asesinados.

Se desinfla visiblemente y se mira las manos.

—No sabía lo que iba a pasar, señor —dice. Probablemente no sabía todos los
detalles y aquellos que sabía no los compartió por mera auto-conservación. Conozco
el dilema del chico. Lo comprendo.

—Sabía lo suficiente para ser capaz de salvar vidas, señor Malfoy. —Y ésa es la
cuestión. Sabía lo suficiente—. El hecho que queda es que si entregamos esta carta a
los aurores, tanto usted como su padre serán sometidos a una investigación. Sólo mi
testimonio bastaría para encerrarlo en Azkaban. Y su testimonio forzado bajo
Veritaserum sería suficiente para conseguirle a su padre un pequeño beso. —Se
encoge con cada palabra, estremeciéndose cuando las consecuencias le golpean una
por una.

Reprimo una náusea ascendente.

»Estoy aquí para ofrecerle una opción, señor Malfoy. Entréguese, ofrezca información
voluntariamente, y acepte la protección que la ley puede ofrecerle. O no lo haga, y
sufra las consecuencias. —Mis manos se cierran alrededor de los brazos de la silla.

—Señor Malfoy, le pido que medite su decisión cuidadosamente —interrumpe


McGonagall con voz débil. Está sonrojada y se esfuerza en mantener sus emociones
controladas—. Es usted demasiado joven para desperdiciar su vida.

—¿Puedo tomarme un tiempo para pensarlo? —dice con voz ronca, sin mirarnos ni a
ella ni a mí.

226
—No...

—Por supuesto. Esperaremos su respuesta mañana por la mañana.

—Profesora McGonagall —digo, dirigiéndole una mirada insistente—, no creo que eso
sea...

—Profesor Snape —dice, estrechando sus ojos—. Démosle al chico algo de tiempo.

Mantengo la boca cerrada y maldigo a esta estúpida. Lo primero que hará será alertar
a su padre. Él se asegurará de que no tenemos nada sustancial con que ejercer una
investigación y entonces el chico nos dirá que nos jodamos.

—Gracias, señora. —Se pone en pie—. ¿Puedo marcharme?

Ella asiente y él rodea la silla, evitando el contacto visual conmigo. Mantengo mi enojo
a un nivel profesional hasta que escucho el arrastrar del pasadizo cerrándose. Me
pongo de pie y miro con ira a la mujer, tratando de recordar que es mi superior y no
debe ser directamente insultada.

Siendo así, tengo muy poco que decir.

—Aún es un niño, Severus —dice, inconmovible por mi mirada.

Resoplo.

—Un niño. Un niño que estabas lista para entregar a los dementores hace no más de
una hora. —Mantengo la voz en un controlado ronroneo. Si la levanto un poco,
empezaré a gritar.

—Uno de los dos debe ser compasivo —sisea.

Resoplo amargamente.

—¿Qué puede ser más misericordioso que salvar a un niño que no puede salvarse a
sí mismo? Mis métodos pueden parecerle crueles, directora, pero son efectivos. Y en
casos como éste, el fin justifica los medios. El fin es lo único que importa.

Con eso, y antes que decir algo que terminaría lamentando profundamente (algo en
latín, quizás), me giro y camino hacia la puerta, gruñendo un ‘que tenga un buen día’
antes de deslizarme por el pasadizo. Él está de pie en lo más alto de las escaleras
cuando salgo.

—Señor Malfoy —lo llamo. Se sobresalta y se gira rápidamente—. Dadas las


circunstancias, debo pedirle que no haga visitas a la lechucería esta tarde. —Mi
estómago se hunde cuando veo sus ojos llenarse de lágrimas. Me dirige una mueca
de odio enfurecido antes de girarse rápidamente y correr hacia la entrada.

Me desplomo contra la pared, repitiéndome que el fin justifica los medios.

El fin es lo único que importa.

227
Traducción: Velia

(1) En inglés, poof significa 'marica', por lo que Severus hace un juego de palabras, algo como
'Huffle-marica'.

228
CAPÍTULO 17 – SORPRESAS DESAGRADABLES

Me alejo sobresaltado del libro cuando algo cae sobre mi regazo, desde arriba. Bajo la
vista y levanto un frasco de lubricante.

—Creía que estabas estudiando. —Coloco el frasco sobre la mesa de té y vuelvo a


dirigir mi atención al libro. Ya he jodido a uno de mis estudiantes hoy. Difícilmente
estoy de humor para hacerlo de nuevo.

El libro desaparece de mis manos.

—¡Potter!

Sus manos descienden para masajear mis hombros, ahuyentando mi irritación.

—No puedes esperar que estudie eso. De verdad, es indecente. —Sus dedos
acarician firmemente ambos lados de mi cuello.

Permito que mi cabeza se relaje en el respaldo de la silla. No tengo energía para


discutir. Por una vez, él es lo único por lo que no estoy enfermo de preocupación.
Suspiro pesadamente.

—¿Tu libro de Pociones es indecente? —digo suavemente.

—Mmm-hmmm —murmura, pasando a la base de mi cabeza y presionando en suaves


círculos a ambos lados de mi espina dorsal. A duras penas evito expresar mi
aprobación con un gemido satisfecho—. Todo eso de los caminos separados, el
angulo de penetración… —Sus manos se retiran y se coloca frente a mi,
completamente desnudo. No importa cuántas veces lo vea, aún me quedo
momentáneamente sin habla. Mi respiración se entrecorta cuando comienza a
acariciarse. Su erección brilla, lubricada.

Levanto una ceja interesada.

—Termino distrayéndome. —Sonríe zalameramente y mi estómago da un vuelco—.


No creo que sea material de lectura adecuado, profesor Snape. —Camina hacia mí,
extendiendo una mano lubricada.

Y maldición, la tomo, levantándome de la silla. Merezco un descanso de la angustia


imparable en que se ha convertido mi vida.

—Sí, entiendo que eso pueda ser un estudio perturbador para mentes impresionables.
—Sonrío. Levanto las manos para deshacer el cuello de mi túnica, sólo para
presenciar cómo ésta cae sin contemplaciones, formando un bulto a mis pies. Dejo
caer las manos con fuerza sobre sus hombros. Me inclino, estrechando los ojos. —La
próxima vez que hagas eso, te maldeciré. —La irritación que fortalece la advertencia
está ausente cuando acuno mis recién desnudas caderas en su estómago.

Arquea el cuello hacia arriba para besarme.

229
—No he podido evitarlo. —Sonríe contra mi boca, con los ojos medio abiertos—. Estoy
impaciente. Llevo leyendo acerca del ángulo de penetración toda la noche. —Una
mano se enreda en mi cabello, mientras que la otra se presiona estirada en la parte
baja de mi espalda. Su dedo corazón traza círculos cerrados en mi trasero.

—Supongo que podría tomarme algo de tiempo para explicarte el material. —Trato de
profundizar el beso con el que ha estado tentando mis labios, pero se separa con una
media sonrisa. Algo extraño brilla en sus ojos.

—Creo que prefiero enseñarte lo que yo he aprendido. —El ligero sonrojo que colorea
sus mejillas no tiene razón de ser en el contexto de su expresión, oscurecida por la
decisión. Confunde la larga pausa que me lleva recuperar el uso de mi garganta como
un consentimiento, y suavemente me insta a darme la vuelta. Un último intento de
protesta es cortado por un dedo exploratorio que se desliza en la hendidura de mi
trasero. Besa mi columna, raspando con los dientes sobre las vértebras. La mano en
mi hombro se presiona en un ruego silencioso de satisfacción.

Me resisto mentalmente por puro hábito. Pero bajo al suelo, de cualquier modo, y
descanso los brazos sobre el asiento de la silla mientras él continúa incitando a los
estremecimientos a nacer allá donde posa su boca. Mi entrada se aprieta con
hostilidad cuando aparece un dedo intruso.

—¿Está bien esto? —susurra, y sus labios me rozan la oreja.

Retira el dedo y lo reemplaza por algo más sustancial y resbaladizo. Su mano regresa
para presionarse contra mi abdomen. Él ya respira agitadamente y yo siento la
humedad de su anticipación y su pene presionar contra mí. Espera mi permiso.

Exhalo bruscamente.

—Hazlo —susurro, inclinándome ligeramente hacia delante y ajustando las rodillas


para compensar la diferencia de estatura.

Él empuja persistentemente contra la resistencia, penetrando rápidamente, clavándose


contra la carne, dolorosa, exquisitamente. Con elegancia, me doy cuenta; y después
reprimo la idea cuando amenaza con recordarme la razón de que haya mejorado tanto
desde su primera y torpe oportunidad como activo.

Suspira cuando está completamente dentro, su frente presionando entre mis


omóplatos.

—Perfecto —gime, ambas manos deslizándose bajo mis brazos para enredarse en
mis hombros. Me sujeta firmemente—. ¿Cómo está mi ángulo? —dice con una risa
sofocada.

Antes que pueda responder (no es que me hubiera dignado a ello), se retira y vuelve a
deslizarse dentro. Su ángulo está un poco errado, irónicamente, pero no obstante
disfrutable. Establece un ritmo suave, con cuidando de cubrirme casi por completo,
manteniéndome contra él, adentrándome en él con manos firmes sobre mis hombros.
Nunca me habían tomado tan íntimamente. Y no es el placer con cada suave empujón
lo que hace a mi cabeza flotar. Son sus brazos, su pecho moviéndose contra mi
espalda, el fluido ritmo de sus caderas, el soplo de aliento que calienta y cosquillea en
mi cuello y oídos.

230
Como si algún peso formado hace tiempo en mi pecho se hubiera disuelto de repente,
mis pulmones se expanden libremente. Respirar nunca había parecido una ardua tares
antes, pero ahora, cuando mi pecho exhala sin obstáculos, me siento más ligero por
todas partes. Mis propias manos se mueven a sus caderas, dedos clavándose no para
urgirlo a ir más rápido ni para hacerlo detenerse, sino por la necesidad de asirme a
algo real.

Dejo caer la cabeza cuando desliza una mano para envolver sus dedos a mi alrededor,
acariciándome con el mismo ritmo gentil con el que me posee.

Me alegra que mi cara esté escondida de él. Tiemblo al pensar lo que mi abandono
puede revelar en mi expresión. La sangre que late en mis oídos es ahogada por los
sonidos de respiración cargada y suaves gemidos que no pueden en modo alguno
proceder de mí.

Ya casi estoy. La lenta edificación crece, y la tensión golpea abruptamente mi anterior


ligereza. Un gruñido sale de mi garganta y el golpeteo se oye más insistentemente,
pero él no se mueve más rápido. No quiero que se mueva más rápido. No quiero que
esto...

—¡Mierda!

Sale abruptamente y se pone de pie de forma torpe.

Mi cerebro está inundado con expectativas decepcionadas y un mareo residual cuya


dimensión nunca he sentido. No despejado, de cualquier modo. Busco
desesperadamente las palabras para preguntar por qué demonios ha parado.

El golpeteo viene otra vez.

Tiemblo cuando el aire fresco enfría mi piel.

—Hay alguien en la puerta —jadea, ofreciendo una mano para levantarme.

Golpeteo.

Puerta.

Quienquiera que sea recibirá la punta de mi varita si la situación no es de vida o


muerte. Me estiro buscando mi túnica y me la pongo a toda prisa. Mis dedos trabajan
frenéticamente con botones con los que soy demasiado orgulloso para pedir ayuda.
Me mantengo de espaldas a él. Una vergüenza abrasadora calcina lo que queda de mi
excitación.

Unas manos me dan la vuelta. Evito sus ojos. Él toma mi cara entre sus manos y me
besa firmemente. Retrocediendo, sonríe, ojos espléndidos y cara aún sonrojada.

—Te amo —susurra.

—Entra al dormitorio —digo en voz baja cuando termino de abrocharme la túnica.

231
Se retira con aire travieso cuando una serie de toques furiosos caen una vez más
sobre la puerta. Sólo hay una persona tan idiota para llamar de ese modo. Abro la
puerta de un golpe.

—¡Black!

Pero no es Black. Es una varita.

»¿Luc...?

Ni siquiera escucho la maldición cuando una agonía demasiado conocida desgarra


violentamente a través de mis músculos. Soy consciente de recibir algunas patadas, y
el hecho de que sea consciente de algo es sobresaliente por sí solo. Dolor. Y un rayo
de luz, blanca y abrasadora, detrás de mis ojos. El infierno, ni más ni menos. Siento mi
alma tratando de evadirse.

Y se detiene. Presiono la cara contra la fría piedra del suelo, mi cuerpo retorciéndose.
Me vuelvo consciente de oír unos gritos; trato de separar las palabras y darles
significado. No puedo moverme. No puedo pensar.

Más gritos y reconozco la voz. Harry. Trato de levantar la cabeza y, al fracasar, intento
una vez más concentrarme en las palabras.

—Nunca lo toques...

Ruedo sobre mi costado y me obligo a abrir los ojos.

—Harry —consigo decir con voz ronca. Cualquier pequeño sonido que haya producido
pasa inadvertido.

—Maldito cabrón…

Enfoco la mirada para verlo inmovilizando a un inconsciente Lucius Malfoy. El rojo se


vierte desde su boca y su larga nariz delgada. —Harry —digo, más alto. No me oye.
Respiro hondo y me levanto sobre mis manos y rodillas, trato de alcanzarlo antes de
que mate al bastardo. Me pongo de rodillas y envuelvo mis brazos a su alrededor,
tratando de compensar con mi peso lo que me falta de fuerza. Después de un
momento, cede y cae al suelo. Miro por encima de su hombro para ver violentas
marcas rojas alrededor del cuello de Lucius.

Pero respira, me digo a mí mismo.

También respira el chico entre mis brazos. Demasiado.

—Harry —digo en voz baja, gesticulando de dolor cuando me desenredo de mis


propias piernas.

—Él... él... —Está hiperventilando—. Tú... tú estabas gri... tando...

—Harry. Tienes que tranquilizarte. Necesito que vayas y traigas a la directora —le
digo, y después aprieto los dientes antes de añadir—: Y a tu padrino también. —Por
mucho que odie tener que invitar al perro a mis habitaciones nuevamente, es miembro
de la Orden y un testigo más creíble que su compañero licántropo.

232
Sacude la cabeza obstinadamente contra mi pecho.

—No voy... a...

—Yo estaré bien —insisto, empujándolo lejos de mí e incorporándome dolorosamente.


Le ofrezco una mano y la toma, encarándome ahora. Tiene la cara roja y húmeda y
aún no puede respirar adecuadamente. Me estremezco cuando me rodea con los
brazos. Mis músculos y mi piel protestan con el contacto. Le doy una palmada en la
espalda y le obligo a ir hacia la chimenea. Me detengo un momento para preguntarme
si es sabio enviarlo a cualquier lado en su condición. Tomo su rostro en mis manos y
lo obligo a mirarme—. ¿Estás bien? —Si no se calma, puede terminar explotando en
cualquier lugar del castillo. Su respiración está formada por rápidos jadeos agudos.
Inhala y lo veo recomponerse.

Asiente.

Dejo caer las manos y él inhala profundamente, entrando en la Red Flu. Se va.

Incluso en el caos del momento, encuentro la imagen de un derrotado Lucius Malfoy


extrañamente divertida. Me siento bastante seguro de que nunca se ha encontrado al
otro lado de un puño furioso antes. Los puños le parecerían algo indigno, muy por
debajo de su nivel. Una varita es mucho más efectiva y limpia.

Masajeo mis adoloridos músculos y me acerco para examinar el daño. Guardo la varita
del hombre y me pregunto vagamente en qué demonios estaba pensando Voldemort
para enviar a su sirviente a Hogwarts. Incluso sin Dumbledore, no puedo imaginar que
hubiera planeado un ataque directo. No puede haber pensado que tenía posibilidades.

Un escalofrío me recorre cuando me doy cuenta de que bien podría haber funcionado
si Harry no hubiese estado aquí.

Lo apunto con la varita y lo ato, reviviéndolo inmediatamente después. Sus ojos


parpadean para enfocarse. Los entrecierra cuando se posan sobre mí. Su mirada es
aguda y dura, llena de un odio poco característico.

—Lo has matado —gruñe.

Levanto una ceja despreocupadamente, ignorando el hecho de que incluso mi maldita


cara duele. Recuerdo haber tenido un tiempo de recuperación más rápido en mi
juventud.

—¿A quién?

—Has matado a mi hijo —dice furioso.

El chico podía estar de muchas formas cuando bajó hacia el vestíbulo principal, pero
es seguro que estaba bien vivo.

—Yo no he tocado a tu hijo —digo, mi garganta apretándose con un miedo


indescriptible.

La chimenea anuncia la llegada de McGonagall, que sale y después retrocede


ligeramente a la vista de Malfoy.

233
—Merlín, Severus. ¿Qué le has hecho?

No tengo la presencia mental para burlarme incrédulamente ante lo absurdo de su


pregunta.

—Lucius, ¿dónde está Draco? —pregunto en lugar de eso.

El retumbar amargo de su garganta me provoca náuseas.

Está muerto.

------------------------------------------------------

Administro las tres gotas requeridas.

Dado que se niega a hablar y posiblemente haya alguien muerto, el uso de


Veritaserum es admisible. Retrocedo y permito que Black se acerque. Los ojos de
Lucius se desenfocan, y su rostro se relaja.

Me detengo un momento en lo extraña que es la ausencia de arrogancia y desprecio


general en su rostro. De repente recuerdo al encantador chico que conocí una vez.
Lucius ha sido siempre un cabrón presumido. Pero no se notaba tanto cuando no tenia
que probarle a todo el mundo que era mejor que ellos. Simplemente lo era.

Mi atención se distrae por el sonido de dientes que chocan desde la silla. Harry se
sienta, temblando como si el invierno hubiera bajado de repente a las mazmorras.
Conjuro una manta para él. Se acurruca bajo ella, agradecido.

McGonagall se sienta con delicadeza en otra silla. Yo me apoyo contra la chimenea.

—¿Cómo te llamas? —comienza Black, agachándose frente al hombre drogado.


Lucius responde con voz vacía—. ¿Por qué has venido a Hogwarts?

—Para matar a Severus Snape. —A esa pregunta también podría haber respondido
yo. Combato la urgencia de espabilar a Black para que continúe.

—¿Quién te envía?

—Nadie.

Black se vuelve hacia mí, arrugando el ceño. Se aclara la garganta.

—¿Dónde está Draco?

—Está muerto.

—¿Quién ha matado a Draco?

234
—Mi señor —responde Lucius. Sus ojos se encogen.

—¿Por qué ha matado Voldemort a Draco? —sigue Black. Su voz se quiebra como un
pergamino viejo.

—Porque yo no pude hacerlo —dice Lucius. Más extraño que la sangre secándose
alrededor de su nariz y boca son las lágrimas que se acumulan en sus ojos. La vista
es aún más extraña ante la completa falta de emoción en su cara.

Cruzo los brazos sobre el pecho, de repente pasando frío yo también.

—¿Por qué quería Voldemort muerto a Draco?

—Traición —dice Lucius, vacío de emoción—. Draco vino a la Mansión para tratar de
convencerme de abandonar a mi amo. Severus Snape le advirtió de una investigación.
Draco me suplicó que me entregara a los aurores. Mi amo estaba en la Mansión. Lo
oyó todo.

Soy consciente de un gran peso verde que me taladra el cráneo, pero lo ignoro en
favor de luchar contra la bilis de mi garganta para que regrese a un nivel aceptable.
Mis ojos viajan hacia McGonagall, quien mira a ningún sitio en particular.

—¿Qué pasó entonces? —acucia Black.

—Él quería que probara mi lealtad. Me ordenó matar a Draco. Cuando no saqué la
varita de inmediato, conjuró el cruciatus. Draco gritaba. Me volvió a pedir que lo
matara y saqué la varita. No podía matarlo. Sabía que si no lo hacía yo, lo haría él y
después me mataría a mí también. Me desaparecí cuando le oí comenzar la maldición.
Vine a Hogwarts. Todo esto era culpa de Severus. He venido a Hogwarts a matarlo.
Abrió la puerta y le hice sentir lo que Draco sintió. Después algo me lanzó contra la
pared. Perdí la consciencia…

Para cuando ha llegado a la parte donde me maldecía, yo ya había desconectado.


Ausentemente, me siento al borde de la silla de Potter. Se me olvida preocuparme
porque me vean tan cerca de él. Tampoco se me ocurre sacudir la mano que me frota
la espalda. Esa mano se convierte en lo único real en mi existencia.

—Tendremos que llevarlo al Ministerio —oigo decir a Black—. Minerva, ¿puedes


mandarles una lechuza y darles a conocer la situación? Yo lo llevaré por traslador.

Se levanta, atándose mágicamente al cuerpo de Lucius.

—¿Severus? —dice McGonagall quedamente. Me alejo de su mano cuando va a


tocarme la cabeza—. Lucius es el único culpable. —Su voz cruje bajo el peso de su
mentira. Resoplo cuando se saca un pañuelo de la manga y lo frota contra su nariz—.
Creo que, dadas las circunstancias, las clases se cancelarán mañana. Intenta
descansar.

Me maravillo ante su habilidad de permanecer tranquila a pesar del hecho de que su


estupidez ha matado al chico. Me horroriza que ella pueda desechar la culpa que es
por derecho suya. Yo acepto mi parte dignamente y planeo volverme loco de
arrepentimiento. Ella ya ha olvidado convenientemente su papel.

235
Si me hubiera escuchado, nada de esto habría pasado.

Si Zabini hubiese acudido a mí, nada de esto habría pasado.

Si no le hubiera prohibido el acceso a la lechucería, él seguiría con vida y durmiendo


pacíficamente en su cama. O quizá no pacíficamente, pero a salvo sin duda.

Sacudo la cabeza, atontado por el odio a mí mismo y a todo aquel que ha tenido algo
que ver con esto.

—Cuida de él —oigo decir a McGonagall, y siento la mano deslizarse sobre mi espalda


y apretar mi hombro. Giro la cabeza e intento una mirada en su dirección. Él no parece
notarlo. Comienza a frotar de nuevo y McGonagall se va por la chimenea.

—Harry. —Miro hacia Black, quien parece incómodo por mi proximidad con su ahijado,
pero no inclinado a protestar por una u otra razón—. ¿Todo bien?— pregunta.

—Estoy bien —dice, apenas más que susurrando.

Black asiente y después se va, remolcando a un Malfoy flotante tras de sí. La puerta
se cierra y soy atraído hacia unos brazos cálidos que me sostienen firmemente. Es
extrañamente vigorizante y no quiero separarme, aunque una parte de mi cerebro me
impele a hacerlo.

—Lo siento —susurra. Su pierna se desliza a mi alrededor de modo que pueda


tenerme más cerca. Sencillamente no tengo fuerzas para combatirlo. Mi cabeza
descansa bajo su barbilla y miro al frente. No pienso en nada en particular;
simplemente observo cómo las imágenes que Lucius ha evocado cruzan mi mente.

Enfoco la mirada casi desesperadamente en un objeto que reposa sobre mi mesa de


té. Lentamente ese objeto se registra como el frasco de lubricante. Lo alcanzo,
resoplando.

—Mierda —dice al darse cuenta, aturdido.

Me río sin alegría y me acomodo aún más cerca de él

------------------------------------------------------

Mis ojos repasan la congregación de Slytherin aturdidos. Todos tienen la misma


pregunta en los ojos, pero ninguno preguntará por qué. Unos pocos probablemente
descubrirán la historia pronto.

Pero no de mí.

—Les recuerdo a todos ustedes que nadie puede salir de los terrenos sin permiso
expreso. —Dirijo mis palabras a los únicos que estarían inclinados a hacerlo, o que
son capaces de aparecerse en casa. Crabbe y Goyle parecen perdidos sin su

236
cabecilla. No puedo evitar sentir algo de pena por los desdichados mocosos. A pesar
de sentirme seguro de que pronto encontrarán a otro a quien seguir sin pensar.

Mis ojos caen sobre Zabini, que se sienta en silencio en un rincón, con aspecto más
pálido que de costumbre. No hay duda de que ha llegado a la conclusión que esto es
culpa suya. Y aunque lo sea, en parte, tendré que encontrar algún modo de asegurarle
lo contrario. Y de dejar absolutamente claro que todo hecho ocurrido en mi Casa
deberá llegar a mí, y no a brujas idiotas que no tienen la mínima noción acerca de
cuánto daño puede hacer un poco de piedad.

Me mira a los ojos brevemente antes de levantarse y adelantarme para salir de la Sala
Común. Respiro hondo.

—Los prefectos mantendrán una política de puertas abiertas y estarán disponibles si


alguien desea discutir el hecho. Yo también estaré disponible en mi oficina. Pero no
les daré más información que la que se ha dado.

Me doy la vuelta y me voy, sintiéndome vagamente agradecido de que mis alumnos


tiendan a embotellar sus emociones. Sospecho que no habrá una larga fila de
estudiantes llorosos que necesite mimos y ocupe mi tiempo de sumergirme en otra
ronda más de auto-tormento, culpa y otras delicias de la vida. Me detengo cuando veo
a Zabini en el pasillo, esperándome. Deteniéndome sólo lo suficiente para enfrentarme
a su mirada, comienzo a caminar de nuevo.

—Sé lo que está pensando, y se equivoca —digo cuando paso frente a él

—Sí, señor —dice una voz queda cuando paso.

Me detengo abruptamente y me giro a verlo, presionado contra la pared.

—No voy a darle los detalles de lo que ocurrió. Pero puede estar seguro de que tuvo
poco que ver con la carta, y mucho con algunas decisiones muy estúpidas y peligrosas
que tomó el señor Malfoy. —Mi intención es que ésa sea mi última palabra, pero
detiene mi partida.

—No se lo puede culpar de obedecer a su padre, señor —dice Zabini. Su voz no lleva
nada de la petulancia que sus palabras cargan.

—Sí que se puede, señor Zabini, cuando él sabía que su padre se equivocaba. —
Levanto una ceja, retándolo a replicar. Después de un momento, asiente. Comienzo a
caminar de nuevo, pero me detengo—. Espero que la próxima vez que descubra algo
sobre sus compañeros, traiga el asunto ante mí.

Lo veo apretar los labios contra cualquier respuesta que pueda tener. Posiblemente,
sus razones para acudir a McGonagall en primer lugar. Siento una vaga curiosidad por
saberlo, pero me doy cuenta de que ya ha decidido no contármelo. Asiente
brevemente y se separa de la pared para regresar a la Sala Común.

Decido no pensar más en eso y me dirijo a mi oficina, donde si todo va bien me


torturaré sin interrupciones hasta que me sea permitido salir de mi luto.

237
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—Hay que detenerlo.

Su voz resuena cuando entro en mi habitación. No pregunto de quién habla.

—¿Se te acaba de ocurrir a ti solito? —digo amargamente, sentándome en la cama y


quitándome las botas.

—Creo que soy el único que puede hacerlo —dice, apenas más alto que un suspiro.

No puedo hacer esto ahora. Después de pasar todo el día llorando la muerte de un
chico que maté inadvertidamente, no quiero pensar en llorar la muerte de otro. Aprieto
la mandíbula y alejo de mí el sentimiento de premonición que se avecina.

—Piensas demasiado en ti mismo —murmuro, acunando mi cabeza entre las manos.

—Es sólo una intuición que tengo.

—Debería darte algo que te curara eso. —Estoy atrapado entre el deseo de yacer
pacíficamente en mi cama y el de huir de la habitación. De él. De sus sentimientos.

—Hablo en serio —insiste.

—Yo también —giro para verlo.

—Sé dónde esta. Quiero decir... no podría ubicarlo en un mapa ni nada, pero puedo
sentirlo si me concentro un poco. —Se sienta.

Me decanto por la huida.

—Felicidades —murmuro.

—Sev...

Me detengo en la entrada que lleva a la sala.

—Potter, si no te importa, ¡preferiría no discutir tus planes de hacer que te maten y que
se joda el resto del mundo! —Estoy gritando, me percato, pero no puedo evitarlo.

—¡Algún día teníamos que enfrentarnos a esto! —me devuelve el grito.

Un momento de calma me permite recuperar un poco del control perdido.

—Bien —digo en voz baja—. ¿Qué vas a hacer? ¿Tirarte directamente a su regazo?
Bueno, él estará encantado. Haces su trabajo mucho más fácil.

—Entonces, ¿se supone que tengo que quedarme aquí a salvo mientras él asesina a
todo el mundo, sólo porque tengo miedo a morir?

238
—No, dejas que aquellos entrenados para ello se hagan cargo. —No es un concepto
difícil de entender para cualquier ser humano normal. Él, por otro lado, no es normal.
Es un puto Gryffindor.

—Ni siquiera pueden acercarse a él, Severus —dice, como suplicándome que entre en
razón—. Pero yo sí puedo.

Me derrumbo.

—Harry, si se te pasa siquiera por la cabeza ir tras él, ¡te mato yo mismo! —Me invade
una urgencia indomable de lanzarle algo al chico estúpido. Un hechizo. Me tapo la
cara con las manos y respiro profundamente para escapar de este súbito sentimiento
de total impotencia. Presiono la frente contra la pared.

—Está bien —dice calmadamente, después de un momento—. Tienes razón. Era…


sólo una idea.

Lo miro, estrechando los ojos con sospecha.

—Potter.

—No voy a hacer nada estúpido —dice—. Es sólo que… es todo este caos. Me ha
afectado. —Hace una mala imitación de una sonrisa inocente. El pequeño imbécil va a
intentarlo. Casi cedo ante el impulso abrumador de rogarle que no lo haga—. Vuelve a
la cama —dice suavemente, estirando los brazos. Lo miro y abro la boca para
defender el caso una vez más—. Por favor, no quiero pelear. Por favor.

Siempre supe que esto pasaría. Me he estado preparando para ello durante mucho
tiempo. Al menos debería haberlo hecho. Estaba destinado a suceder. Como Albus
dijo que sería. Sacudo la cabeza.

—Si fracasas… —Una última apelación a la razón del chico irracional. Un chico
inclinado al martirio. No seré capaz de detenerlo.

—No hablemos más de ello. —Se estira, implorante, y acepto su invitación en medio
de un pavor que enfría el alma. Se tiende a mi lado.

Cierro los ojos, acariciando ausentemente su brazo. Finjo que me escuchará. Y que
aún no está resignado a morir.

Traducción: Velia

239
CAPÍTULO 18 – SECRETOS A LA LUZ

Levanto los ojos de una pila de redacciones para presenciar una visión poco frecuente:
Lupin, asomado a la puerta de mi oficina, su rostro atormentado con lo que
sorprendentemente parece pánico. Un matiz de color logra atravesar sus demacradas
mejillas.

—¿Qué pasa? —pregunto con el ceño fruncido, curvando el labio sólo un poco por el
disgusto.

—Harry. Será mejor que vengas.

—¿Está...? —Mi garganta se cierra ante la idea. Él niega con la cabeza.

—Es el Ministerio. Malfoy se lo ha dicho todo. Quieren llevárselo.

No sé que demonios supone que vaya a hacer yo al respecto, exactamente. Y


realmente no me lo planteo. En vez de eso, me concentro en aferrarme
obstinadamente a mi seguridad de que lo van a alejar de mí. De nosotros. De
Hogwarts.

—Estaba en el despacho de Minerva cuando llegaron. Han ido a recogerlo a su clase


—explica Lupin mientras subimos las escaleras. Me quedo callado—. Quieren
llevarlo a un lugar seguro —dice desdeñosamente.

Quieren encerrarlo hasta que puedan matar a Voldemort. Quieren enterrarlo, de un


modo u otro.

—¿Dónde está Black?

—La clase de Harry es con él. Me imagino que lo traerán también.

Como si estuviera esperando el momento, oigo un bramido desde la sala de abajo.

—¡Y una mierda! No va a ir a ningún sitio.

Oigo a Vector intentando explicar la situación con tono tranquilo. Dan la vuelta a la
esquina, y veo a Harry detrás de ellos, mirando al suelo mientras camina
silenciosamente. Vector nos ve a Lupin y a mí parados en el pasillo. Suspira.

—Me temo que la directora está ocupada —dice, envarada—. Le diré que deseáis
verla.

Harry alza la vista, curioso, y se cruza con mis ojos. Un breve despliegue de
desesperación queda absorbido por una mirada inexpresiva, sin esperanza. Dirijo a
Vector una mirada dura antes de girarme hacia Lupin. Algo de la bestia que alberga
dentro de sí se deja ver a través de su normalmente plácido rostro. Me asombra sólo
un poco encontrarme aliviado por ello.

Vector sacude la cabeza.

240
—Esto no os incumbe —murmura antes de abrir el paso al despacho de McGonagall.
Black irrumpe primero, seguido de Lupin y Vector. Me detengo para dejar que Harry
me adelante. Harry me mira, y durante un fugaz momento tengo el impulso de cogerlo
y huir con él, pero entonces me doy cuenta que eso es precisamente lo que tratan de
hacer. Esconderlo del mundo. Y él no estaría a salvo conmigo… Por supuesto, sería
feliz. Más feliz que si se fuera con ellos.

Me roza al pasar, y se estira para tocar mi mano antes de subir las escaleras. Lo sigo,
ahogándome en la ira y en un caos de otras emociones indescriptibles.

—Minerva, tienes que ser razonable. Sencillamente, no es seguro que...

—Estoy siendo perfectamente razonable, señor Gint. Si voy a permitir que se saque a
uno de mis estudiantes de esta escuela, requeriré de algo más que una petición
educada. A menos que Potter vaya voluntariamente, o a menos que su guardián
consienta su traslado, va a necesitar una orden. —Habla con calma, pero el enfado es
evidente por la forma en que tensa la boca—. Sirius, ¿das tu consentimiento? —Ni
siquiera mira hacia él.

—No lo doy —dice Black, furioso.

—¿Harry?

McGonagall gira la cabeza hacia él, ladeándola suavemente en algo parecido a un


reflejo de compasión. Él sacude la cabeza.

El auror resopla, indignado.

—El chico no está a salvo aquí. ¿Se dan cuenta de lo que está en juego? Si Ya-
Saben-Quién...

—Si Voldemort intenta algo, tendrá que pasar por encima de todos nosotros —dice
McGonagall, cuadrando los hombros.

El auror vuelve a resoplar y pasa una mirada por toda la sala, despectivo.

—Ustedes —se burla—. Para proteger al mago más importante del mundo moderno,
han reclutado a un ex-convicto, un ex-mortífago... —dice, torciendo la boca con
disgusto. Mi mueca se torna despectiva cuando avanza hacia Lupin y sus ojos
recorren la apariencia desarrapada.

—Un hombre lobo actualmente habilitado —le ofrece Lupin, con una sonrisa que
normalmente me sacaría de mis casillas, pero que en este momento es bastante
divertida.

No puedo reprimir mi propia sonrisa, al mismo tiempo. Recordaré molestarme más


tarde por mis extraños aliados.

—¡Un hombre lobo! —dice el auror, encantado—. Bueno, es mejor de lo que yo creía,
¿no? No sé por qué el Ministerio monta tanto escándalo. Ustedes lo tienen todo bajo
control, evidentemente. —Hace amplios movimientos dramáticos con los brazos y su
cara parece estar a punto de explotar.

241
—Me gusta creerlo —dice McGonagall con una sonrisa de suficiencia. Si no fuera
Minerva, estoy seguro de que podría ver sus ojos brillando. Echo un vistazo al retrato
de Dumbledore, que observa la escena con tristeza. Su bigote se mueve mientras
sorbe otro helado de limón.

—El hecho sigue siendo el mismo, señor Gint: usted no tiene autoridad legal.

El hombre parece desalentarse mientras intenta un último ruego.

—Sabe que conseguiré la orden. El chico es propenso a meterse en problemas, y si se


las arreglara para hacerlo una vez más… Bueno, no hay esperanza para el resto de
nosotros. —Dirige una última mirada suplicante a la poco comprensiva multitud. Sólo
Harry parece conmovido por la fatuidad del idiota. Mira hoscamente al piso—. Bueno
—dice el auror, recuperando el autocontrol—. Les veré mañana, entonces.

—A menos que esté muy equivocada, el Ministerio estará cerrado. Mañana es


Halloween, señor Gint. Nos veremos tras el fin de semana, quizá. —McGonagall le
ofrece la mano cordialmente.

Gint resopla antes de gruñir un “Buenos días” y salir a zancadas, pasando entre Harry
y yo. Una vez se ha ido, McGonagall exhala un suspiro cansado y se deja caer en su
silla. Nos barre a todos con la mirada.

—No esperaba tener público para esta conversación.

Harry levanta la cabeza.

—Profesora McGonagall, ellos no pueden, realmente… quiero decir… —Se muerde la


mejilla. McGonagall baja los ojos.

—Haré lo que pueda para evitarlo, señor Potter —dice. Dirige una mirada seria en mi
dirección.

Él asiente, y veo cómo su nuez sube y baja cuando se traga sus inútiles ruegos.
Señala algún punto detrás de él.

—Estaré… —no termina la frase, pero se da la vuelta y se va. Me acerco a la puerta,


preparándome para seguirlo.

—Minerva... —Black suplica.

—Si consiguen la orden, Sirius, podemos apelar. Pero lo trasladarán mientras la


apelación esté pendiente —explica.

—Debe haber algo que yo pueda hacer para detener esto.

—Se lo considera una amenaza para la seguridad de nuestro mundo —dice ella—.
Conseguirán la orden.

—¿Qué creen que pueden hacer? Si Albus no pudo... ¡van a robarle la vida! —Grita
Black.

242
Me doy la vuelta y salgo de la habitación, alejándome de las últimas palabras: “están
intentando salvar otras miles”.

Oigo cómo Black sigue discutiendo una causa perdida, pero no escucho lo que dice.
Ya no importa. Me he hartado de todo este melodrama. Un chico debe morir para
salvar al mundo. Hubo un tiempo en que me habría reído ante la idea. Ese tiempo
pasó. Desciendo a los calabozos, donde está indudablemente haciendo planes para
su escape indefinido. No tolerará que lo encierren. Desprecio la idea de que
McGonagall haya comprado un tiempo que, una vez más, sólo servirá para destruir a
alguien. No es la primera vez que estoy dividido entre querer que él acceda a su
libertad y no querer esconderme durante el resto de mi vida. Aunque su fracaso no es
inminente, su éxito no está garantizado. Tiene el poder de destruir a Voldemort, pero el
poder es poco útil sin habilidad ni, por supuesto, coraje.

De eso sí que tiene. Muchacho estúpido.

No me sorprende encontrarlo en mis habitaciones, cuando entro. Está sentado,


esperándome en mi silla, sin mirar nada en especial. Voy directamente a por mi
bebida, intentando distraerme para no obsesionarme con la resignación que estos días
está presente en su expresión demasiado a menudo. Daría casi cualquier cosa para
ver un poco de su anterior rebeldía. Algo que pudiera reafirmarme en la idea de que
aún no está muerto.

Le ofrezco un vaso y se levanta para permitir que me siente antes de acomodarse


entre mis rodillas, relajándose contra mi pecho. Entierro la nariz en su cabello y nos
sentamos, sumidos en un silencio reflexivo durante un largo rato.

El whisky no hace nada para calmar el sentimiento opresivo en mi pecho, para mi


completa decepción. Temo haberme vuelto inmune a sus efectos curativos.

—¿Crees que tiene razón? —pregunta, en voz baja y seria—. ¿Crees que debo
marcharme? —Para cuando ha terminado la pregunta, ya no le queda energía. Cierro
los ojos con fuerza e inhalo profundamente. Una voz en mi cabeza grita que no, que
ese imbécil no tiene razón. Su lugar está aquí. Conmigo. Otra voz, la voz de la razón,
responde que sí.

Esa voz es rápida y eficientemente asesinada por el resto de mi ser.

No respondo. En su lugar, paso un brazo a su alrededor y lo sostengo posesivamente.


Odiando violentamente a todo aquel que quiera robarme esto. A él. Odiándolo porque
su ausencia es inevitable.

—No puedo —exhala. Se cubre los ojos con una mano—. Sé que debería hacerlo.
Pero… yo... —Su voz es pesada y húmeda y sin esperanza. El nudo en mi pecho se
expande, haciéndose más denso y doloroso.

No tengo aire suficiente para hacer que mi “no lo hagas” sea audible. Las palabras
quedan atrapadas entre mis dientes, y lo acerco a mí.

Por favor, no lo hagas.

243
------------------------------------------------------

La emoción se ha convertido en un dolor apagado y constante para cuando llega la


hora de la cena. Personalmente, no tengo una sola razón para asistir, pero él insiste.
No se por qué le hago caso, pero lo hago.

Me siento en la mesa principal al lado de Hooch, quien introduce un revoltijo de


comida en su boca y mastica ruidosamente. Desecho El Profeta cuando un grupo de
lechuzas entra en bandada para entregar la edición vespertina. Hooch atrapa el diario.
Habiendo dejado de ser parte del mundo en cualquier sentido propio, apenas me
preocupan los eventos actuales. Rara vez cambian, después de todo, y cualquier cosa
importante estará zumbando en el aire en segundos.

Hooch desenrolla el diario y resopla.

—Por todos los hipogrifos —gruñe en voz baja.

La misma sarta de tonterías viejas, presumo. El ministro es gilipollas. Alguien muerto.


Los muggles sufren un borrado de memoria después de que una manada de hidrantes
de fuego errantes atacara a sus perros. Podría abrir el diario una vez al año y nunca
me perdería nada.

Hooch lee el titular en voz alta:

»“La verdad sobre Harry Potter: El secreto mejor guardado de Dumbledore.” ¿Qué es
lo que pasa ahora? —suspira. Dejo caer mi tenedor y le arrebato el diario de entre las
manos. Ella sisea—. ¡Maldita sea, Severus! Podrías habérmelo pedido.

La ignoro para revisar el artículo. El sonido distintivo de otros tres tenedores que caen
sobre sus platos se las apaña para sobrepasar el caos asustado de mi cerebro. Fuente
interna. Una conexión asombrosa. Desplazamiento del alma. Está todo aquí.

Me percato del tenso silencio en el comedor. Me giro para verlo, inmutable en el


momento de llenarse la boca de puré de patatas mientras los alumnos lanzan miradas
recelosas sobre sus hombros y hacia las mesas, murmurando tras sus manos
ahuecadas. Granger le toca nerviosamente, deslizando el periódico frente a él. Su cara
pierde todo el color cuando repasa las palabras, y después enrojece cuando levanta la
vista y se percata de la atención dirigida hacia él.

Escucho a Black escupir un suave “mierda”.

Harry se levanta lentamente y camina con paso decidido hacia las puertas. En el
momento en que desaparece de la vista, el silencio estalla en cien conversaciones
asombradas. Me deslizo al exterior por la puerta lateral. Black me sigue. No hablamos
de camino a mis habitaciones. Al entrar somos recibidos por el sonido distante de
arcadas, procedentes de mi baño.

—Dioses. No podrá aguantar esto mucho más —dice Black sombríamente, con la voz
quebrada.

Y no creo que lo haga.

244
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Mi vaso de whisky queda abandonado sobre la mesa, a mi lado. Las llamas azules
murieron hace una hora. Nunca antes había tenido un problema que un vaso de
whisky de fuego no pudiera incinerar. Y ahora no consigo obligarme a tragar nada
debido a una tristeza permanente cuyo peso equivale a la suma de mis órganos
internos.

Está dormido. O finge que lo está, en cualquier caso. Por su bien espero que su
consciencia le conceda este indulto. Es demasiado para una sola vida. Me atreveré a
decir que estará mejor cuando esto termine. Y yo, al menos, podré volver a respirar.
Pero saber eso no hace más llevadera la idea de un mundo sin él.

Soy una criatura de hábitos. Él es mi hábito.

Sé lo que quiere hacer. Si le quedaban dudas, han sido disipadas por la mera urgencia
del poco tiempo que le queda. Ahora que la verdad es de conocimiento público, no
creo que le vaya a ser permitido siquiera el fin de semana. El Ministerio abrirá mañana,
tan sólo para emitir su sentencia de muerte. Sólo me queda algo por hacer: no
detenerlo.

Un toque quedo en la puerta altera la pesada quietud. Me levanto de mi silla y abro a


una vista inesperada. Granger y Weasley se mueven nerviosamente y miran hacia mí,
con un evidente miedo mantenido a raya mediante una máscara de valentía
persistente.

—¿Y bien? —Digo, cuando ninguno de ellos habla—. ¿Qué ocurre? —Intento
representar mi habitual papel, intimidante y profesional. Me sale bastante mal. Sé por
qué están aquí.

—Nosotros... esto... —comienza Granger, con la cara roja.

—Buscamos a Harry, señor —ayuda Weasley.

Levanto una ceja serenamente.

—¿Y por qué, les ruego que me informen, iban ustedes a buscarlo aquí?

Granger dirige una mirada de soslayo a Weasley y respira hondo.

—Sabemos que está aquí. Sólo queremos hablar con él —dice. Su voz se eleva con
impertinencia poco característica.

Muestro una mueca desdeñosa, aferrándome a mi máscara. Estoy a punto de hablar,


cuando Weasley me interrumpe.

—El profesor Black nos lo ha dicho —dice rápidamente.

Suspiro y aprieto los labios con irritación. No soy capaz de entender cómo ese hombre
puede siquiera ser considerado lo suficiente de fiar como para ser un guardián de
secretos. Sacudo la cabeza.

245
—Está descansando. Le informaré de que han estado aquí —digo en un gruñido bajo.

—¡Señor! —Dice Weasley con fuerza, evitando que cierre la puerta—. Necesitamos
verlo.

—Por favor —añade Granger, implorante.

Debo aplaudir su coraje, aunque maldiga su audacidad. Muy pocos estudiantes se


atreven a acercarse a mis habitaciones. Ni se les ocurriría exigir la entrada. Alguna
parte insistente de mí sugiere que podrían ser una influencia positiva para él. Culpo a
esta pequeña voz loca de que mis pies retrocedan y mi mano mantenga la puerta
abierta, invitándolos. Experimento un escalofrío, cuando pasan.

—Esperen aquí —gruño—. No toquen nada. —Me dirijo a mi habitación y cierro la


puerta firmemente a mi espalda. No me conviene que esos dos pequeños imbéciles
sepan dónde descansa exactamente.

—¡Potter! —ladro, por costumbre.

Se revuelve, sentándose.

—¿Qué pasa? —Se estira buscando sus gafas.

Respiro hondo y me compongo lo necesario para hablar.

—Tienes compañía. —No logro mantener la acusación ausente de mi voz. Abre los
ojos con miedo.

—¿Quién es? —pregunta, saliendo de la cama y poniéndose los vaqueros.

—Dos pequeños golfos que no deberían estar en mis habitaciones —rezongo.


Ciertamente, planeo hablar con esa patética excusa de tutor suyo. Le diré,
concretamente, dos palabras. Palabras imperdonables.

Parece confundido mientras me adelanta, abriendo la puerta y asomándose al exterior.


Me mira por encima del hombro.

—Lo siento —dice, e incluso logra parecer sincero. Para mi desgracia, su disculpa
disuelve mi enfado. No creo que necesite lamentar más cosas de las que ya tiene
encima.

—No pasa nada —murmuro—. Tú asegúrate de que se vayan.

Sonríe suavemente y sale. No lo sigo hasta que oigo la puerta cerrarse. Me siento en
mi silla una vez más y me trago los impotentes contenidos de mi vaso, temblando
violentamente mientras el ácido líquido suprime la energía de mi irritación. No creo que
los secretos guardados importen ya mucho. No ahora que el más importante de ellos
es de dominio público.

No podrá aguantar esto mucho más.

No aguantará más. Si presto atención, casi se oye el tictac de su tiempo, que se


acaba. Se me ocurre que mañana es Halloween, y el decimosexto aniversario del Día

246
En Que Vivió, el día que lo convirtió en la más celebrada anomalía de todo el mundo.
Es asquerosamente perfecto que vaya a escoger ese día también para morir.

A menos que lo haga esta noche. ¿Vendrán a por él esta noche?

Reprimo un presentimiento funesto. No albergaré la esperanza de otra noche con él.


Es mejor que el dolor llegue rápida y violentamente, que no aguarde al borde del
presente, cerniéndose como una amenaza. Sé lo que pasará. Deseo que termine, para
que pueda seguir con mi miserable existencia en lugar de esperar...

Esperar que muera. Esperar que haga este último viaje imprudente hacia las manos
de Voldemort. Esperar que arriesgue su vida y la mía y la del mundo sólo para
demostrar que nadie puede detenerlo.

Ni siquiera yo.

Oigo la puerta abrirse, y después el sonido de su pies descalzos golpeando contra la


piedra. Mi mirada está fija en el fuego. Me concentro en el baile emocionalmente
neutral de las llamas.

—¿Estás bien? —pregunto. Mi voz está extrañamente calmada y suave. No logro


sentirme complacido por ello. No responde. Puedo sentirlo observándome y miro hacia
él. Sus ojos están muy abiertos, y su postura es rígida. Aprieta los puños a sus
costados y parece que lo que sea que aprieta es lo único que lo mantiene en pie.

Acaba de despedirse, caigo en la cuenta.

La idea me hace levantarme y me guía hacia él. No va a despedirse de mí. No lo


permitiré. Si intenta siquiera…

Sólo una noche más. No es mucho pedir. He hecho todo lo que se esperaba de mí.
Merezco una jodida última noche de paz antes que todo me sea arrebatado.

Me detengo frente a él y levanto su barbilla. Quiero maldecirlo unas mil veces por
hacerme esto. Por invadir mi vida, crear el caos y después dejarme las ruinas.
Dejarme solo. Pero no lo maldigo, porque no puedo romper a un chico que se está
desmoronando ante mis propios ojos.

Me inclino para besar su tembloroso labio inferior. Desliza sus brazos alrededor de mis
hombros y entierra la cara en mi cuello. Presiono mis labios contra su cabello,
aguantando su peso.

—¿Qué puedo hacer? —pregunto. ¿Qué puedo hacer para ayudarle? ¿Para
mantenerlo a salvo? ¿Para mantenerlo aquí?

—No me sueltes.

Como si eso fuese siquiera una opción.

Traducción: Velia

247
CAPÍTULO 19 - ACEPTACIÓN

—Le hemos dicho que Sirius nos dijo dónde estabas —dice Hermione a modo de
disculpa cuando salimos al pasillo que da a sus aposentos. Me detengo ahí, dejando
claro que no tengo deseos de salir de las mazmorras. Subir hacia el mundo exterior,
donde susurran y me juzgan. Donde todos lo saben.

Arrugo la nariz.

—Genial. Dadles otra razón para pelear —digo con forzada ligereza, a pesar que
todas la implicaciones, todo lo que nunca les he dicho, se asienta pesadamente en el
espacio entre nosotros.

No se lo conté. Veo la acusación y el dolor en sus expresiones. Quieren saber por qué.
¿Por qué no confié en ellos? Qué puedo decir, aparte de que no quería que lo
supieran. Que nadie lo supiera. Yo no quería saberlo.

»Lo siento —digo quedamente, y algo de la tensión se desvanece.

Hermione me pasa los brazos por encima y entierra la cabeza en mi hombro. Ron se
desploma contra la pared, apretando la mandíbula.

—¿Hay algo…? —La voz de Hermione tiembla cuando se separa para mirarme—.
Quiero decir que debe haber algo que podamos hacer.

Sacudo la cabeza y veo lágrimas derramarse de sus ojos. Me siento vacío. Ni siquiera
estoy seguro de que pueda llorar más. Le froto el hombro, volviendo la vista hacia
Ron, cuya cara congestionada está roja. Veo cómo su garganta se mueve cuando
traga. Me deslizo por la pared.

—El Ministerio va a intentar sacarme de aquí. Protegerme, supongo, hasta… hasta


que puedan matarlo. —Mi garganta se hace un doloroso nudo ante la idea. La idea de
irme. Alejarme de ellos. De él. De todo lo que hace que mi vida valga la pena.

Se sientan, cada uno a mi lado.

—¿Qué vas a hacer? —pregunta Ron ásperamente.

Exhalo duramente con una sonrisa tranquila. Lo único que puedo hacer.

—No lo sé. Lo que sea que tenga que hacer, supongo.

—Vas a ir a por él, ¿verdad? —Hermione solloza y se seca los ojos con el dorso de la
mano.

—¡Harry, no puedes! Quiero decir… que si tú… —Ron se calla y mira hacia otro lado.

Aprieto las rodillas contra mi pecho y apoyo la cabeza en la pared.

—No os preocupéis. No voy a hacer nada estúpido —digo. Y no lo haré. No


realmente—. Mirad —suspiro—, de un modo u otro, no voy a quedarme en Hogwarts

248
mucho tiempo. —Cierro los ojos, luchando contra el escozor—. El Ministerio vendrá
pronto a por mí. Quizá incluso antes, debido al artículo. Y… —Me froto los ojos con los
dedos. Mi pecho late dolorosamente—. Vosotros… sé que esto suena estúpido, pero,
¿podríais por favor aseguraros de que Sev... el profesor Snape… que él…? —Trato de
respirar, pero mis pulmones no funcionan. Otro pozo sin fondo lleno de lágrimas
estalla en algún lugar. Sé que es ridículo pedirles que cuiden de él. Incluso aunque
estuvieran dispuestos, no puedo imaginar que él lo fuera a permitir. Pero…

»Quiero decir, vosotros dos os tenéis el uno a la otra, ¿verdad? Y Sirius tiene al
profesor Lupin. Snape… él sólo… Si pudierais ir a su despacho e incordiarlo de vez en
cuando... —Toso y me limpio la cara inútilmente antes de colocar la frente entre las
rodillas.

Permanezco de ese modo un largo rato, sin saber qué decirles. Todo lo que quiero
decir suena tan ordinario. Me gustaría darles las gracias por haber sido mis amigos,
incluso cuando actuaba como un completo imbécil. Por guardar mis secretos y
meterse en problemas conmigo. Quiero decirles todo lo que he estado ocultándoles,
pero ni siquiera sé por dónde empezar. Y no creo que ellos realmente quieran oír todo
eso, en cualquier caso.

—Mamá quiere saber si necesitas algo —dice Ron densamente.

¿Tiene un alma de sobra por ahí guardada?, pienso amargamente. En lugar de


decirlo, niego con la cabeza. Algo me dice que no apreciarían la broma. Levanto la
cabeza, inhalando pesadamente.

—Estoy bien —digo con voz rasposa.

Nos quedamos ahí sentados, en silencio. No pienso en nada en particular. En todo. El


tiempo que he pasado aquí. La felicidad perfecta que tuve en aquellos primeros años.
Incluso aunque siempre existiera la inminente amenaza de muerte. Supongo que no lo
notaba tanto entonces. No hasta el Torneo de los Tres Magos. Fue entonces cuando
todo comenzó a ir mal. Fue cuando yo comencé a estar mal. Pero ellos estuvieron ahí.
Siempre.

Siguen aquí, me recuerdo amargamente. Y yo también, de momento.

—¿Cuándo crees que vendrán a por ti? —pregunta Hermione en voz baja.

Me encojo de hombros.

—¿Ahora que todo ha salido a la luz? Pronto. Quizá esta noche —digo con voz
vacía—. Tenían que conseguir alguna orden del Ministerio primero.

Ron se sorbe los mocos a mi lado y me vuelvo hacia él. No le veo la cara, dado que
mira al otro lado. Sus orejas son de un rojo brillante.

—¿No estás asustado? —pregunta Hermione.

¿Asustado? De entre todo lo que he sentido a lo largo de los últimos meses, miedo es
lo último. Pero estoy asustado. Asustado de que Voldemort mate a alguien más. No
tengo miedo de morir. Tengo miedo de que él no lo haga.

249
—No creo que quede mucho que temer después de muerto —digo, tratando de
sonreír. Hermione entierra el rostro entre las manos; Ron hace lo mismo. Me percato
de que soy un cabrón insensible—. Lo siento. Supongo que he tenido demasiado
tiempo para pensar en ello. —Comienzo a darme patadas mentalmente.

—¡No pueden quedarse esperando a que mueras! Debe haber algo…

Ron se pone de pie y empieza a caminar por el pasillo. Miro cómo se aleja un poco y
después regresa para quedarse mirando al suelo. Agradezco que esté enfadado por
mi causa. Alguien tiene que hacerlo. Yo ya no puedo.

»¿No pueden limitarse a encerrarlo? Quiero decir… ¿hasta que encuentren un hechizo
reversivo?

Suspiro.

—Incluso aunque pudiesen atraparlo, nunca lo podrían retener. Y aunque lo


consiguieran, nunca serían capaces de revertir el hechizo. No sin llevarse mi alma. No
quiero vivir sin alma. —No quiero vivir con su alma—. No pueden arriesgarse a que me
pase algo. Voldemort tiene que morir. —Y yo también.

Es escalofriante lo poco que siento al decir esto. Frialdad. Completa resignación. Ella
escucha y me mira con una expresión extraña. Parece pensar que debería decir algo,
pero cierra la boca con fuerza para detenerse. Se inclina a besarme en la mejilla,
quedándose ahí un momento antes de separarse y levantarse.

—Tengo que ir a ver cómo está Ron. —Sorbe—. Te despedirás antes de irte,
¿verdad? —Se limpia los ojos y respira hondo.

Asiento, sabiendo que no lo haré.

—Nos vemos —miento.

—Nos vemos.

Se aleja como si quisiera huir. La miro hasta que dobla la esquina, y luego me tomo un
momento para tranquilizarme antes de regresar a él.

—¿Estás bien? —pregunta él sin mirarme.

Sacudo la cabeza, incapaz de hablar sin riesgo a derrumbarme. Se vuelve hacia mí


cuando no respondo. No puedo mirarlo a los ojos. Lo estoy traicionando. Dejándolo
solo.

No tengo otra opción.

Se levanta y se acerca a mí. Me sujeta la barbilla y me mira hasta que siento cómo mi
resolución se derrumba. Me besa en la boca, y se acabó. Mi control se disuelve y
entierro la cara en su cuello. Si no fuera por sus brazos, envueltos firmemente a mi
alrededor, creo que podría romperme.

—¿Qué puedo hacer? —dice, con una voz extraña.

250
Perdonarme.

—No me sueltes —digo.

Él aprieta más fuerte.

------------------------------------------------------

Estira una mano hacia mí mientras duerme. Lo ha hecho cada noche desde mi
cumpleaños. No creo que se percate de ello; y si alguna vez fue así, probablemente
hizo un esfuerzo consciente por detenerse. No querría que yo pensara que me
necesita.

Trato de no imaginarlo aquí, solo. Más allá que cualquier otra cosa —el miedo a
fracasar, el remordimiento de dejar atrás mi vida, más fuerte incluso que el tormento
constante de saber que yo soy Voldemort— está el dolor que siento ante la idea de
dejarlo solo. Él, buscando consuelo a su lado para encontrar sólo unas sábanas frías.
Es esta idea la que me mantiene aquí. Me impide que vaya hacia Voldemort y acabe
con todo.

Y ahora…

Ahora, no me queda otra opción. Me llevarán. Me obligarán a alejarme de él y me


mantendrán encerrado. Si debo dejarlo solo, prefiero hacerlo en mis propios términos.
No quiero vivir pensando que en algún lugar del mundo él yace en una fría cama en
los fríos calabozos, tratando de olvidarme. No quiero vivir sabiendo que debería estar
aquí, junto a él. Éste es mi lugar. Si no puedo estar aquí, no me queda nada sino
morir.

Quizá ya hayan venido a por mí. Le convencí de que volviera a levantar las barreras
para que, sólo esta noche, pudiéramos olvidar. Ellos las derribarán mañana. Pero
tenemos esta noche. Ahora.

Exhalo un aliento tembloroso y me acomodo más cerca de él. El suave ritmo de su


respiración se interrumpe. Se agita.

—¿Todo bien? —pregunta, adormilado y con voz ronca.

Sujeto su brazo para evitar que lo aparte.

—Mm-hmm —respondo, sin confiar en mi voz. Sorbo tan discretamente como puedo.
Él exhala pesadamente y se relaja una vez más.

Cierro los ojos con fuerza.

No sé cómo dejarlo. No sé como podré alejarme nunca, sabiendo que lo estoy


traicionando de alguna manera. Él sobrevivirá, me diría. Pero no quiero que sobreviva.
Sé lo que eso significa para él. Será desgraciado, trabajará hasta consumirse, sin
pararse nunca a pensar. O a recordar. Escapando constantemente de mí y bebiendo

251
para expulsarme de su mente. Se convencerá a sí mismo de que le gusta estar solo. Y
me odiará por haberlo dejado solo.

Pero no tengo opción. De un modo u otro, tengo que irme. Y si me voy por mi cuenta,
al menos sabré que se acaba. La espera. El conocimiento constante de que puedo
morir en cualquier minuto. El miedo de que si cualquier otro sucio mortífago decide
entrar a Hogwarts y matarme mientras voy camino a clase, se acabó. Sin esperanza.

Debo irme.

¿Y si fracaso? Alterno entre momentos de confianza firme y duda terrible. Si fracaso,


habré condenado al mundo y puesto en peligro a todos los que amo. Si fracaso, él
tendrá que esconderse durante el resto de su vida, porque Voldemort no descansará
hasta que esté muerto.

Y si gano, los libero a todos.

Debo tener éxito. No tengo opción. Y Voldemort lo sabe. Puedo sentir su miedo. La
desesperación que no puede esconder de mí. No puede esconderse de mí. No más
que yo de él. Lo siento. Una presencia constante sólo un poco más allá de mi
consciencia, justo ahí al borde de esta cama, un poco más lejos de sus brazos,
Voldemort está ahí. Esperándome. Tirando insistentemente de mi alma.

Y esperará para siempre, si tiene que hacerlo.

Un poco más. Sólo un último momento de paz. Una noche más abrazado firmemente a
él, con su respiración cayendo suavemente contra mi cuello y su corazón latiendo
contra mi espalda, recordándome que mi cuerpo es mío. Mi cuerpo, mi corazón,
aunque no mi alma prestada, me pertenecen a mí. A Severus.

Respiro hondo y acaricio el brazo que me mantiene a salvo.

—Te amo —susurro, desvaneciendo esa presencia maldita, manteniéndola lejos


durante un último momento—. Te amo —repito, más suavemente, mientras siento su
calidez envolverme.

—Yo también te amo —responde una voz baja.

Abro los ojos de golpe. Me quedo paralizado por la sorpresa, con miedo a mirar atrás.
Miedo a haberlo imaginado. O escuchado mal. Miedo de que sólo esté hablando en
sueños.

Miedo de que no sea verdad.

Finalmente consigo girarme para verlo cerrar los ojos.

»Cállate y vuelve a dormir —gruñe, irritado.

No puedo respirar y mi corazón golpea salvajemente en mi pecho. El suyo ruge contra


mi espalda. No tengo voz para maldecirlo. Me bastaba con saberlo. Me bastará saber
que aunque nunca lo dijera, él me ama. A su modo. Era suficiente. El saber que,
aunque no lo admitiese nunca, me buscaba inconscientemente, me mantenía cerca
como si yo importara.

252
Era suficiente. Maldito sea.

—Maldito seas —digo, y me giro para enterrar la cabeza en su pecho. Me acaricia la


cabeza y la espalda mientras me calmo. Me parece que me lleva más tiempo del que
debiera. Por fin levanto la cabeza y atraigo la suya hacia mí—. Cabrón. No vas a
ponérmelo fácil, ¿verdad?

Se aleja y abre los ojos, mirándome durante un largo momento. Toma aliento como
para decir algo antes de apretar los labios. Cierra los ojos y sacude la cabeza.

»Severus. —Le tiro del pelo, hacia atrás, haciendo que abra las fosas nasales—. Lo
siento —susurro. Mi garganta se cierra y mis pulmones se contraen.

—Deja de sentirlo. —La grieta que hay en su voz destroza la tensión creciente en mi
pecho, que escuece dolorosamente. Un grito furioso se aloja en mi garganta. Sus
labios se estrellan dolorosamente contra los míos, y su lengua libera mi boca del pesar
salado que la cubre.

Un momento de desesperanza queda de lado cuando su cuerpo cubre el mio,


anclándome al momento, a él, a su cuerpo. Mi cuerpo. Gimo, mis manos acunando su
cara, mis caderas levantándose contra él. Envuelvo las piernas a su alrededor,
sosteniéndolo contra mí. Está duro, pero no se mueve para aliviarse. Me besa
suavemente hasta que estoy casi convencido de que puede durar para siempre. Su
cuerpo es pesado y cálido y envolvente. Se amolda perfectamente al mío. Me siento
seguro, y completamente suyo. Siempre seré suyo. Mientras me recuerde, mientras
nunca lo olvide, estaré aquí. Con él. Bajo él. A salvo.

Se separa al fin, respirando ásperamente. Busca en la mesita de noche antes de


alzarse sobre sus rodillas. No habla mientras se prepara a sí mismo; su expresión está
perfectamente controlada, pero sus ojos brillan de forma extraña. Solían recordarme a
túneles, vastos y fríos. No sabría decir si han sido ellos los que han cambiado o he
sido yo, pero ya no me hacen pensar en túneles, sino en algún lugar cerrado y a salvo.
La clase de oscuridad que deja fuera al mundo y te envuelve. Segura. Protectora.
Tranquila.

—Te amo —digo. Y quiero decir más, porque siempre le digo esto pero no consigo
que exprese todo lo que necesito que sepa. Lo he dicho demasiado a menudo y no
tiene el mismo significado que su respuesta. No soy capaz de expresar que esto es mi
vida. Que amarlo es lo único bueno que he hecho nunca.

—Lo sé —dice, presionándose contra mí. Se rodea a sí mismo con los brazos,
levantando mis caderas sobre sus rodillas e introduciéndose lentamente dentro de mí.
Deja caer la cabeza, y nos escuda una cortina de pelo. Cierra los ojos con fuerza
mientras entra hasta el fondo. Se queda ahí, apoyado sobre sus codos y volviendo a
besarme. Sus caderas presionan cada vez más profundo, sin retroceder. Sus manos
se aferran a mis hombros.

Lo sabe. Lo entiende. Todo.

Eso me basta.

—Dilo —susurro contra su boca. Él se separa para mirarme.

—¿Qué?

253
Me trago todo lo malo y sonrío.

—Severus, quiero que me folles. —Mi sonrisa crece—. Ahora tú.

Resopla. Sube una mano para retirarme el pelo de la frente, y su pulgar se queda un
momento sobre mi cicatriz. Aprieto la mandíbula y le ruego en silencio que no piense.
Que se quede aquí conmigo. Me mira a los ojos y se aclara la garganta.

—Quiero follarte, Harry.

Dejo escapar un suspiro ansioso cuando me besa. Se retira lentamente. Gimo e


intento hacer que vaya más rápido, besándolo con urgencia. Vuelve a entrar, igual de
lentamente, estirando cada segundo hasta que lo único que puedo hacer es temblar.
Para cuando vuelve a estar enterrado en mí, casi estoy llorando de la necesidad,
jadeando en su boca.

—Joder. —Me aprovecho del poco movimiento que puedo hacer, casi lloriqueando
mientras uso las piernas como apoyo para presionarme contra él. No tiene piedad. Lo
amo por ello.

Sonríe traviesamente.

—Paciencia, señor Potter.

Gruño y tiro de él hacia abajo, desesperado por hacer algo. Me tenso a su alrededor,
oyendo su respiración escapar en un siseo.

—Fóllame —insisto. Gruñe en voz baja mientras se retira y vuelve a embestir.


Esperando a que los temblores extáticos terminen antes de hacerlo otra vez. Dura
pero lentamente, me folla. Me mira con el labio inferior atrapado entre los dientes,
apretando la mandíbula con cada embestida. No aparto la mirada. Le clavo los dedos
en los hombros mientras levanto las caderas para contrarrestar sus movimientos. Él
pone una mano entre nosotros y la envuelve alrededor de mí. Me acaricia con el
mismo ritmo lento—. Severus —me ahogo, y la desesperación domina lo que fuera
que hubiera ahí antes—. Por favor —susurro, incapaz de respirar en condiciones por
la tensión que me domina.

Acelera el ritmo, entrando sólo superficialmente ahora, buscando el ángulo para


golpearme de forma más perfecta. Cierro los ojos con fuerza y gimo. Levanto las
piernas y él las abraza, incorporándose un poco para llegar a mis caderas. Tira de mí
hacia sí, embiste contra mí, rápido y fuerte ahora. Yo me masturbo, y pronto el límite
está justo ahí y me acerco a la carrera. No puedo respirar. Mi boca se mueve
alrededor de su nombre, pero no sale ningún sonido.

—Córrete, Harry —gruñe, y mi cuerpo se deja llevar, dejando que salga todo lo que
lleva dentro. Toda la tensión y la ira y la tristeza salen a borbotones en una explosión
larga e interminable. Se aleja, escapando a través de mis ojos y mi piel,
escabuyéndose con un grito. Quedo lleno de él. Habitado. Poseído. Suyo.

Respiramos juntos. Él se traga mi respiración y mis sollozos, me besa las mejillas. Me


aferro a él. No puedo soltarlo.

—Por favor, no me olvides.

254
Se ríe y entierra la cara en la almohada, al lado de mi cabeza. Después de un
momento, alza la cabeza para mirarme. Me acaricia la sien con un pulgar.

—¿Te vas a alguna parte? —pregunta con una ceja alzada. Parpadeo y aprieto la
mandíbula. Niego con la cabeza.

—No.

No me voy a ninguna parte.

------------------------------------------------------

Se quedó hasta que me desperté. Tengo que estar agradecido por ello. Conseguí no
ponerme a rogar que dejara las barreras colocadas. Que no dejara que nos
encontraran nunca. Que se quedara aquí en esta habitación, conmigo, para siempre.
Sospecho que conseguirían entrar tarde o temprano, sin embargo. No podemos
escondernos para siempre.

No quiso mirarme cuando se fue a su despacho, diciendo que tenía trabajo aunque
sea Halloween. También le agradezco eso. Es demasiado tentador olvidarme de todo
cuando está aquí. Demasiado difícil reunir el valor necesario para hacer lo que tengo
que hacer, cuando me mira fijamente como si lo supiera todo.

Mejor que se haya ido.

Recojo una pila de cartas que he estado escribiendo las últimas semanas.
Explicaciones. Cosas que nunca podría decirle a nadie a la cara. Ron. Hermione.
Sirius. Disculpas e instrucciones. Los Dursley. El profesor Lupin. Otra carta que ya le
he dado a Hedwig para que la entregue esta noche. Parecía contenta con el encargo.

Me acerco a donde tengo el baúl almacenado en su armario y dejo caer los papeles.
Me imagino que repasarán mi baúl cuando me haya ido, y lo encontrarán todo.

Pero no su carta. Su carta y mi diario están en mi escritorio. Seguramente arrugaría la


nariz y se burlaría de mí por ser tan sentimental. Pero voy a morir, y tendrá que
superarlo. Un último ataque emotivo. Uno bastante largo, por cierto. Un diario entero
dirigido a él. Todo lo que jamás quise decirle. Todo lo que he sentido. Mi mente y mi
corazón están ahí. Protegidos. Y suyos.

No sé si lo leerá. Pero lo guardará. Aunque sea en una estantería donde no tenga que
verlo. Lo guardará. Y eso es suficiente.

Me sobresalto con el sonido de la puerta principal abriéndose, y cierro el baúl de


golpe. Oigo a Sirius llamarme. Voy a la habitación contigua, congelándome cuando
veo su expresión. Desesperanza. Se me hunde el estómago.

—Snape me ha dicho que podía entrar —dice suavemente.

—¿Qué ocurre? —pregunto, aunque me imagino que ya sé la respuesta.

255
Se aclara la garganta y baja los ojos.

—El Ministerio. Han... —Respira hondo y cierra los ojos—. Vamos a recurrir la orden,
Harry, pero ya sabes, con ese jodido artículo... —Encaja la mandíbula.

Exhalo con fuerza.

—¿Cuándo?

—Van a dejar que te quedes hasta la fiesta de Halloween —dice con dificultad—. Pero
deberías hacer las maletas antes de ir.

Trago saliva y asiento. Me lo esperaba, me recuerdo a mí mismo. Sabía que pasaría.


Intento decirle eso al dolor que invade mi pecho. El nudo que se hincha y me ahoga.
No hay tiempo. No hay posibilidad de echarse atrás.

»Te sacaré de allí —me promete.

Sonrío débilmente. No sé qué decirle. Y si abro la boca, sabrá lo que pretendo hacer.
Y me detendría, creo. Tendría que hacerlo. Me lleva un momento aclararme la
garganta.

—Voy a ponerme a hacer maletas, entonces. Iré a buscarte cuando haya terminado —
miento. Consigo que mi cara no desvele nada, pero no puedo evitar que mi
temperatura suba. Estoy ardiendo. Sufriendo.

—Lo siento muchísimo, Harry —dice, y parece que quiere acercarse a mí, pero se
detiene. Se lo agradezco. No me creo capaz de soportarlo.

—Nos vemos en un rato —susurro.

Se me queda mirando, y durante un momento creo que sabe que ésta será la última
vez que me ve. Asiente como un autómata pero no se mueve, al principio. Todo lo que
quiero decirle se lo he dicho ya en la carta. Es un método cobarde, soy consciente de
eso. Pero no se me ocurre ninguna otra forma de hacerlo. Todos me detendrían.
Estarían locos de no hacerlo.

Se va, y la puerta se cierra con un suave 'click'.

Me apoyo contra el escritorio un momento, y espero a que todo se tranquilice otra vez.
He estado preparándome para este momento. Sabía que llegaría. Todo el mundo
sabía que llegaría. Podría echarme atrás ahora, si quisiera, pero la realidad de lo que
me espera es insoportable.

Respiro hondo y vuelvo a mi baúl para coger mi capa de invisibilidad. Voy a hacerlo
ahora mismo. La fiesta empieza dentro de una hora o así, de todos modos. Si me
quedo esperando, podría convencerme a mí mismo de no hacerlo. Podría perder los
nervios.

Me pongo los zapatos rápidamente y cojo la capa, asegurándome de que tengo la


varita en el bolsillo. Voy a la chimenea y echo un puñado de polvos flu a las llamas. Iré
a la cabaña de Hagrid, y desde allí andando hasta los límites de la escuela para
aparecerme. Echo una última mirada atrás, asegurándome de que el diario y la carta

256
siguen en mi escritorio. No pienso en el momento en que las encuentre. No puedo
pensar en eso, ahora no. Nunca.

Me alejo de la chimenea de un salto cuando se abre la puerta.

Se me queda mirando. No consigo interpretar su expresión. Levanta una ceja y se


endereza.

—¿Ibas a algún sitio?

Aprieto con fuerza la mano alrededor de la capa. Lo miro a los ojos y niego con la
cabeza.

—En realidad, no —digo suavemente. Mi propia voz queda ahogada por el sonido de
mi corazón latiendo en mis orejas. Hay partes de mí que quieren que él me detenga.
Otra parte, más grande, necesita que se vaya y me deje hacer esto.

—Había pensado en venir a ver si necesitabas ayuda —dice, duramente. Sus ojos
bajan al suelo—. Ya veo que tienes todo lo que necesitas. Se gira para irse y busco
algo que decirle, pero no se me ocurre nada. Vuelve a detenerse con la mano en la
puerta para hablar suavemente—: Podría ir contigo.

Respiro hondo y sacudo la cabeza.

—Sólo intentarías salvarme —susurro. No sé si me oye.

—Tu chimenea te espera —dice fríamente, y se va con un portazo.

Quiero correr tras él y gritarle que no puede dejarlo así. Que se suponía que iba a
terminar tranquilamente, no con él odiándome. Apoyo la cabeza en la repisa e intento
alejar el dolor acuciante dentro de mí. Pero es inútil. No se va a ningún sitio.

Entro en las llamas y me despido de todo mi mundo.

------------------------------------------------------

El segundo en que aparezco, el dolor me golpea, abriéndome la cabeza con una


fuerza que nunca he sentido antes. La tapo con las manos y caigo de rodillas,
intentando mantener los ojos abiertos el tiempo suficiente para ver dónde demonios
me he aparecido. Cuando repasé las posibilidades en mi mente, esos miles de
millones de veces que he pensado en esto, no se me había ocurrido tener en cuenta
mi maldita cicatriz.

Un ligero chorreteo de agua suena en alguna parte, haciendo eco en mitad de lo que
parece un túnel. Parpadeo, intentando mirar alrededor. Si no fuera imposible, diría que
estoy otra vez en la Cámara Secreta. Escucho atentamente cualquier movimiento. No
hay nada.

257
Me levanto temblorosamente y lo busco. No con los ojos; apenas veo nada por el
dolor. Pero intento llegar a él. Y lo siento esperando.

Harry...

Lo oigo, pero no hay ningún sonido en el túnel. Está en mi cabeza, que late con más
fuerza con cada paso que doy.

Después de todos estos años, lo único que he tenido que hacer ha sido esperar que
vinieras a mí. Vaya, qué agradable sorpresa.

Pero no está sorprendido. Me estaba esperando. Escuchando mis pensamientos.


Invadiéndome.

—¿Dónde estás? —digo en voz alta. Lo busco mentalmente de nuevo, pero parece
estar moviéndose. Eso, o no puedo concentrarme por el dolor que llena mi cabeza.

Qué impacientes estamos, ¿no? ¿Qué crees que vas a hacer? ¿Matarme? Harry, yo
no puedo morir.

Está mintiendo. Puede morir. Tiene que hacerlo. Los dos tenemos que hacerlo. Y eso
le asusta. Pero a mí no. Distingo el susurro sibilante de una serpiente, y me dirijo a él.

Y aunque pudiera, ¿dónde te dejaría eso a ti, Harry? Tú no existes más que en este
mundo. Un mero recuerdo. No hay vida eterna para ti.

Intento ignorar lo que dice. No importa, me digo a mí mismo. Dumbledore dijo que el
alma lleva la marca de la vida que ha vivido. Eso significa que...

No quiero pensar en lo que significa.

Veo una apertura al final del túnel. Mi cicatriz chilla de agonía, y estoy seguro de que
lo único que me mantiene consciente es la increíble cantidad de adrenalina que me
recorre. Me quedo cerca de la pared, palpando para guiarme. El corazón me late con
fuerza por el miedo. Me preparo para que se abalance sobre mí en cualquier
momento. Tengo la varita preparada. Estoy preparado.

Un frío extraño me recorre, y es sólo cuando oigo las voces en mis oídos y el frío me
llega a la médula que reconozco la sensación: dementores.

Entro en la sala y no espero a verlos antes de gritar.

—¡Expecto patronum!

Podría haberme sorprendido la inmensidad del ciervo que sale de mi varita y se pone
a galopar con fiereza hacia las criaturas, pero mi varita sale despedida casi
inmediatamente de mi mano. Alguna nueva forma de agonía explota en mi cabeza,
casi haciéndome caer, pero consigo atraer la varita de nuevo a mis manos sin
dedicarle mucha energía. Es fácil.

Entrecierro los ojos para ver a mi patronus desaparecer por otro túnel; y a él, una
sombra oscura en la luz plateada que se desvanece.

258
Levanta la varita, y ésta desaparece al instante de su mano. Me enderezo, sujetando
con fuerza mi propia varita en una mano y la suya en la otra. Él flaquea.

No debería ser tan fácil.

—Vaya, estás lleno de sorpresas —sisea con frialdad.

Levanto mi varita y se queda ahí, esperando. Tengo las palabras en la punta de la


lengua. Sólo tengo que decirlas, y acabar con esto. Pero su risa resuena en mi
cabeza.

»Dilo, Harry. Pronuncia el hechizo.

Hay algo que no encaja, me doy cuenta inmediatamente. Me llena la idea repentina de
que la maldición asesina no hará más que empezar todo esto una vez más. Sólo
estaría ganando tiempo. Esperando. Esperando a que él volviera a otro cuerpo.
Mientras tanto, a mí me encerrarían para protegerme de quien quiera que fuera a
desear mi cabeza.

»¿Tan malo sería, Harry? Vivir sólo un poco más. No eres nada si mueres. No eres
nada si yo muero. —Su fría voz envía escalofríos de asco a través de mi cuerpo. A
través de mi alma. Mi alma. Le he dado vida. He amado y he sido amado.

Oigo su risa burlona, en voz alta esta vez, y resuena en mi cabeza, intentando salir por
la grieta que tengo en la frente.

¿Cómo lo mato? ¿Cómo acabo con esto? La maldición asesina no serviría, no sé por
qué lo sé.

Porque él lo sabe, caigo en la cuenta, y de repente lo entiendo. Se hizo mortal cuando


recuperó su cuerpo, cuando tomó mi sangre. Es su cuerpo el que tiene que ser
destruido. Veo el miedo aparecer en su expresión, y sonrío. No puede esconderse de
mí.

Siento un golpe de miedo que no es mío y me doy cuenta de que está preparándose
para desaparecerse.

—¡Petrificus totalus! —grito, y cae rígidamente al suelo.

Me río. Ante la imagen. Ante el hecho de que el Señor Oscuro puede verse vencido
con unos pocos hechizos que aprendí en primer curso.

Podrías vivir una vida larga, Harry. Con tu amante. A Severus no le quedará nada si
mueres.

Siento cómo me suplica. Siento su miedo y el pánico que recorre su cuerpo congelado.
Tiene miedo de morir. Pero no soy tan estúpido como para dejarle vivir. Y Severus
tendrá su libertad, aunque sea lo único que tenga. Y a mí.

No hagas esto.

Reúno lo que queda de mi valor, mi voluntad, mi poder. Todo lo que me ha hecho ser
quien soy. Todo lo que soy. Agito la varita.

259
—¡Incendio totalus!

Las llamas lo envuelven, y el grito que deja escapar me pone enfermo. Retrocedo
hasta un rincón y veo cómo las llamas lo consumen. Lo destruyen.

Dejo caer las dos varitas para taparme los oídos, y observo.

Espero.

No debería ser tan fácil. Después de todos estos años. Todo el tormento que ha
causado en mi vida. En la vida de mis padres. La de Severus. No debería ser tan fácil.

Me río cuando siento el eco de su dolor, cuando mi propia cabeza se ve consumida


por el mismo fuego. No debería ser tan fácil. Ni siquiera me ha tocado. No he tenido
que luchar. Después de todo este tiempo. Después de todo lo que se ha hecho. Los
años de entrenamiento, de esconderme...

Me encojo en una bola y presiono la cabeza contra la piedra fría. El calor del fuego me
golpea la cara. Quema. Lo siento arder. No es dolor, exactamente, sino una
consciencia del dolor. Ahora siento mi alma, retorciéndose, chillando.

Y espero.

Miro la patética caída de un Señor Oscuro.

Espero la muerte triunfal del Niño Que Vivió.

¿Quién iba a decir que sería tan fácil?

Traducción: Velia & Ronna

260
CAPÍTULO 20 – EL FINAL

No debería haber dejado que se fuera. Debería haberlo detenido.

No lo he detenido.

La fiesta de Halloween es aún más insoportable de lo que la recuerdo. El ruido, el


ambiente festivo. Todos ellos ignorantes de que el mundo entero está en un precipicio,
a merced de la pura suerte de un niño. Ninguno de los que juegan con esas
absurdeces explosivas, charla y llena su estúpida cara de delicias sabe que ese niño
está dando la vida por ellos. De una forma u otra.

Yo no debería estar aquí.

—Snape —sisea Black desde el otro lado de la mesa. Alzo la vista para ver la
pregunta en sus ojos. Me encojo de hombros. No sé donde está. Se ha ido.

Miro a la multitud, al lugar donde debería estar. Mirando a la mesa de los profesores,
tratando de atrapar mi mirada. Tratando de establecer una pequeña conexión y
asegurarse de que estoy aquí.

Estoy aquí.

Él no.

En vez de eso, Weasley ocupa su lugar, mirándome con la misma pregunta de Black
escrita en su cara sombría. Se ha ido, le digo. No va a volver.

No siento nada. Esperaba sentir algo. Algún signo de que lo ha conseguido. De que no
todo está perdido.

Pero todo está perdido, triunfe o no. Y hay nada. No siento nada.

No debí haberlo dejado marchar. Por poderoso que sea, le falta habilidad. No es
suficiente. Sólo hace falta una fracción de segundo para que desaparezca toda
esperanza. Lleva cuarenta y cinco minutos ahí fuera.

Tenía derecho a intentarlo, me discute una pequeña voz. Merecía la oportunidad de


vengar a sus padres, a sus abuelos. Una oportunidad, incluso, de vengar esa vida que
pudo haber tenido si las cosas hubiesen sido diferentes. Si Voldemort nunca hubiera
existido.

Si Voldemort nunca hubiese existido, yo le dirigiría una mirada de odio ahora mismo,
destestándolo por extensión de su padre. Pero eso no es cierto. Yo no estaría aquí,
estaría autocompadeciéndome tranquilamente en la casa de mi familia, con la
conciencia limpia y libre. Tendría sólo una vaga idea de la existencia de Harry Potter, y
no me importaría en lo más mínimo. A lo mejor nunca lo habría visto.

Tenía derecho, insisto. La única esperanza a la que me aferro ahora es el hecho de


que Dumbledore tuviese esperanza en él. Dumbledore creía que podía lograrlo. Y en
todos los años en que conocí al viejo exasperante, nunca se equivocó. Casi nunca.

261
No debí haber dejado que fuera solo. Debí haber insistido en ir con él. Sólo intentarías
salvarme, me dijo. Pues claro que lo haría. Es mi jodido trabajo.

Me llevo la copa a los labios y finjo beber para ocultar la extraña expresión que siento
en la cara. Una que no tengo fuerza para hacer desaparecer. Un poco de zumo se
desliza por mis labios y va a mis pulmones en una dolorosa inspiración.

Me ahogo.

Noto la cara caliente y los ojos llenos de agua mientras toso estridentemente. Sprout
me golpea la espalda y yo sigo encontrándome lacerado por las gotas. Por fin
recupero algo de control y me seco los ojos para ver varias miradas fijas en mí. Lanzo
una mirada despectiva a mis compañeros y a los estudiantes que han sido lo bastante
estúpidos como para buscar el contacto visual conmigo. Devuelvo la vista a mi plato
sin estrenar. Prohíbo a mi pecho contraerse de nuevo y me aclaro la garganta.

—¿Severus?

Levanto la vista ante el murmullo de McGonagall.

—¿Qué? —escupo después de irritarme por su intento de mirarme a los ojos.

—Si hubieras preferido estar en otro lugar, no te lo echaré en cara —dice en voz baja,
acercándose a mí tras las espaldas de Vector y Sprout.

Otro lugar. Sí. Otro lugar suena increíble. ¿Pero dónde estaría? Solo el pensamiento
de regresar a mis aposentos me hace sentir enfermo. He visto lo que me espera allá.
El vacío. La frialdad que antes me calmaba y que ahora me recuerda su ausencia. No
va a volver. Lo he dejado ir.

Pero McGonagall tiene razón. Preferiría estar en otro lado. Mi despacho, tal vez,
donde hay un recipiente incrustado de joyas lleno con lo más sublime de la magia
muggle. Si me las arreglo para beber lo suficiente, tal vez incluso consiga olvidar quién
me lo regaló.

No debí haberlo dejado ir.

No podía obligarlo a quedarse. No cuando conozco la realidad que habría encontrado


al terminar esta fiesta. Quería su libertad. Dejé que se fuera.

Se ha ido.

Sintiéndome muy enfermo, me levanto con una disculpa, asintiendo con gratitud a
McGonagall. Me dirijo a la puerta lateral, sólo para pararme en seco ante el dolor que
atraviesa mi brazo izquierdo. Me lo agarro instintivamente con la otra mano, siseando
a través de los dientes, y continúo caminando.

Soy sólo vagamente consciente de una ola repentina que me atraviesa, y mis piernas
flaquean. La habitación se desvanece en sombras que murmuran sordamente
mientras una onda eléctrica se dispara a través de mi cuerpo. Quedo paralizado
durante lo que parecen horas.

262
Finalmente encuentro el camino de regreso, cuando escucho la voz de la directora que
me llama. Parpadeo para ver las caras preocupadas de McGonagall y Lupin sobre mí.
Los alejo y me siento, tratando de entender qué diablos estoy haciendo en el suelo.

—¿Severus?

Y entonces lo recuerdo.

Me subo la manga de la túnica, sin preocuparme por ser discreto. Me quedo mirando
fijamente, sin llegar a creérmelo, la piel suave y sin marcas de mi antebrazo. Mis
dedos se dirigen al punto donde debería estar la Marca.

»Severus, los estudiantes. Varios de tus estudiantes...

Me desplomo contra la pared, flexionando ausentemente los dedos para quitarles la


sensación de cosquilleo de la nueva magia integrada.

Lo ha conseguido.

—¡Severus! ¿Me escuchas? Tus estudiantes se están desplomando por todas partes,
¡y me encantaría tener respuestas! —sisea McGonagall frenéticamente.

Enfoco la vista en su cara roja.

—Voldemort está muerto —digo secamente, y veo cómo su expresión pasa del pánico
a la confusión. Me río con diversión amarga—. Que empiece la fiesta.

Consigo levantarme a pesar de los temblores y escapar…

A mi despacho, pienso, pero cuando llego ahí, no me detengo. Sigo por el corredor
que lleva a mis habitaciones, impulsado por un optimismo inexplicable. Alguna traza
de esperanza de que haya logrado lo imposible. No sería la primera vez, después de
todo. Se le ha conocido por desafiar la razón.

Entro a mis habitaciones con una fuerza renovada por esta esperanza ridícula. O por
el terror. A veces es difícil distinguir esas dos emociones. Algo pesado se asienta en
mi estómago cuando encuentro la sala vacía. Pero no ha pasado mucho tiempo. Tal
vez esté viajando por los terrenos, de camino a la choza semiderruida donde usará la
chimenea. Volverá.

Me siento en mi silla, mirando el fuego y esperando el conocido sonido de los polvos


flu. Espero su salida a trompicones, limpiándose la ceniza que cae en mi suelo y
arrastrándose hasta llegar a mi regazo, y tomarnos el día libre. Espero a que me
demuestre una vez más que es indomable. Que nada lo puede tocar. Que su
insistencia en ser una tortura permanente en mi vida lo traerá de vuelta a mí.

Pronto me demostrará que el amor ha bastado para salvar su alma rota.

------------------------------------------------------

263
No sé cuánto tiempo llevo aquí cuando alguien llama a la puerta, sorprendiéndome
momentáneamente. Me reclino de nuevo en mi silla.

Él no usaría la puerta.

Una parte de mí está lo suficientemente lúcida como para maldecir al resto de mí por
estar aquí sentado, lleno de una estúpida expectación. Me dice que debo responder al
toque en la puerta. Que debería aceptar que no regresará y seguir con mi miserable
existencia.

Esa parte de mí queda eficientemente derrotada por otra parte que insiste en que él
debe regresar. Que con Dumbledore muerto y ahora Voldemort, él es lo único de lo
que puedo quejarme ahora. No puede estar muerto, porque mi vida sería demasiado
fácil si no estuviera él para irritarme. Las Parcas no serían tan benevolentes.

Las Parcas no podrían ser tan crueles.

¿Cuánto tiempo llevo aquí? Dos mil, tres mil años. No es la primera vez que me
pregunto si está atrapado y no puede regresar. Puede que esté herido y no sea capaz
de aparecerse. Y yo no sabría dónde encontrarlo. Tal vez esté esperando que alguien
vaya a buscarlo. Después de todo, es imposible que haya salido de su último
encuentro sin un rasguño.

¿Han ido en su búsqueda?

Tal vez lo hayan encontrado ya, y está sumido en un sueño reparador de la mano de
Pomfrey. O tal vez lo han llevado a San Mungo, donde se está recuperando antes de
regresar al castillo. A mí.

Abre la puerta, Severus.

Esa voz de nuevo. Me pregunto si Albus Dumbledore no murió, sino que tomó
residencia en mi cabeza. No quiero abrir la puerta. No quiero ver a nadie. No quiero
malas noticias.

Tendrás que enfrentarte a ello alguna vez.

Tendré que enfrentarme a ello alguna vez. El lunes, cuando empiecen las clases.
Cuando esté demasiado ocupado como para pensar.

Mi estómago se contrae violentamente cuando considero que tal vez él no esté ahí,
trabajando con su poción, estropeando los ingredientes, echando malas miradas a
Malfoy.

Que tampoco estará ahí. Alguien menos por quien preocuparme.

Me doy cuenta de que los golpes han parado. Sospecho que comenzarán de nuevo en
unas pocas horas. Como un reloj. Juego con la idea de alzar las barreras de Albus,
pero la desecho rápidamente.

Él no encontraría el camino de vuelta.

No va a volver.

264
Tiene que hacerlo.

La chimenea suena y me tenso, descruzo las piernas y me siento expectante, aunque


no tan esperanzado. Cualquier esperanza que albergara se disuelve al instante
cuando veo a McGonagall levantarse y enderezarse, mirándome con aire de reproche.

—Severus.

—Minerva.

Su boca se mueve mientras sus ojos me estudian cuidadosamente. Río y sigo mirando
la chimenea detrás de ella.

—¿Planeas unirte a nosotros en algún momento? —pregunta, tomando asiento en la


otra silla. Tengo el impulso estúpido de darle un empujón que la saque de ahí. Pero no
lo hago. Él nunca se sentaba ahí, de todos modos.

—Es más tiesa que tú.

—Es mi silla.

—Bueno, entonces tú te sientas aquí y yo ahí.

—Descarado.

—Idiota.

»¿Severus?

Vuelvo la vista hacia ella para ver cómo sus cejas se mueven para expresar algo que
parece ser compasión. Río con desdén y recuerdo que me ha preguntado algo. No
recuerdo qué era.

»No te puedes quedar aquí para siempre —dice quedamente.

La miro.

—No es mi intención. Tengo libres los fines de semana, ¿no? Estaré listo para dar
clases el lunes.

Parpadea y abre la boca estúpidamente. Yo aparto la vista.

—Es lunes por la tarde.

—No seas ridícula —digo. Evidentemente, no llevo tres días aquí sentado. No he
perdido el juicio por completo.

—Las clases se han cancelado, claro. Mañana también. —Respira hondo—. Para el
acto conmemorativo —añade.

Acto conmemorativo, por supuesto. ¿Quién vendrá a llorar al Señor Tenebroso? Me


acaricio el antebrazo ausentemente.

265
»Se esperará que asistas, por supuesto. —Su voz suena extraña por el esfuerzo que
hace para conferirle autoridad—. Como un miembro más del profesorado de Hogwarts
—agrega rápidamente.

Rechino los dientes, intentando que se vaya por pura fuerza de voluntad.

—No.

—Todos necesitamos cerrar esta etapa. Vas a venir. Como profesor de esta escuela y
como Jefe de tu Casa.

—Entonces dimito. No...

—Y como su amigo, Severus Snape, ¡vas a venir!

—¡Yo no era su amigo, estúpida! —grito. Mi voz suaviza sus órdenes y las lleva a un
silencio sumiso—. Era su profesor. Él está muerto, así que ahora no soy nada.

Alguna advertencia extraña me urge a repasar mi última frase. Pero no recuerdo lo


que he dicho. Decido que no importa.

Se levanta.

—No pienso aceptar tu dimisión. Espero verte mañana a mediodía en el Gran


Comedor. No puedo obligarte a ir, pero te insto encarecidamente a ello. Es hora de
dejar todo este caos atrás y seguir adelante. —Se lleva una mano a la túnica y saca…
periódicos, al parecer—. No creo que hayas visto esto. Los dejo aquí para ti. Hay una
carta al director en El Profeta del sábado que tal vez te interese.

La ignoro, o intento hacerlo. No es fácil con su monólogo incesante. Camina frente a


mí y echa un puñado de polvos a las llamas antes de entrar en ellas. Desaparece, y
una vez más me quedo en mi aislamiento. Donde pertenezco.

No me sirve para nada su precioso cierre de etapas.

Miro los periódicos que me ha dejado sobre la mesa. Con resentimiento, cojo uno. Lo
despliego para ver su cara a los once años, y su mano cubierta por un guante que
sostiene la snitch. Me sonríe como si acabara de salvar el puto mundo.

Pequeño mocoso engreído.

Dejo caer el periódico al suelo y me levanto. Entro a mi cuarto, paso delante del
escritorio. Observo su diario con un sobre encima. Hay un «Severus» escrito con su
letra clara.

Tomo aliento y sigo adelante, rodeando el cráter que su sangre dejó en el suelo,
desnudándome a mi paso. Me deslizo en la cama, desnudo, para enterrar la cabeza
en mi almohada. Inhalo con fuerza para deshacerme del horrible dolor obstructor que
se ha apoderado de mi garganta. Imagino que aún puedo olerlo, todo sol e insolencia.

Me doy la vuelta y cierro los ojos con fuerza. Mi cuerpo tiembla por el frío de las
lágrimas contra mi piel, por la ausencia del calor del peso que estaba sobre mí, y
pongo la mano sobre mi corazón como para asegurarle que estoy vivo.

266
Estoy vivo.

Él bajará a las mazmorras pronto, me digo. Llegará dentro de un rato.

------------------------------------------------------

Al mundo mágico:

Dentro de unas horas, intentaré hacer algo que seguramente muchos de ustedes
pensarán que no debería hacer. Probablemente estén en lo cierto. Pero se me conoce
por hacer cosas que no debería hacer. Cualquier profesor de Hogwarts puede decirles
eso. Uno en particular podría escribir libros sobre el tema.

Es acerca de él de lo que les quiero hablar.

Probablemente me echaría un maleficio si supiese que voy a hacer esto; o al menos


querría echármelo, aunque nunca lo haría. Hubo un tiempo en el que yo no sabía eso.
Hubo un tiempo en el que estaba seguro de que me mataría si tuviera la oportunidad.
Pero aún no lo conocía por aquel entonces. Creo que ahora puedo decir que sí lo
conozco. Al menos, mejor que la mayoría de la gente.

El profesor Severus Snape es grosero, cínico y un profesor estricto. Cualquier persona


que haya pasado por su clase podría decirlo. No tiene misericordia cuando se trata de
conseguir que los estudiantes no se lastimen a sí mismos, o unos a otros, con la
poción en la que están trabajando. No perdona los errores y descuidos, y
probablemente ha conseguido que el Gryffindor más valiente llegue a las lágrimas.
Algunas veces es injusto cuando se trata de la asignación de los puntos de las casas,
aunque no es tan malo poniendo notas. Normalmente sabe dejar de lado su
preferencia por los Slytherin cuando estamos en época de exámenes.

Ése es el Snape que la mayoría de la gente conoce, me parece. Pero no es lo único.

Me salvó la vida dos veces. Una vez durante el primer partido de quidditch, cuando me
hechizaron la escoba; y otra, después de mi decimosexto cumpleaños, cuando
Voldemort me envenenó. Eso sin contar aquellas veces que creía estar salvándome
de Sirius Black, y todas esas otras en las que me echó la bronca por estar fuera
después del toque de queda, o por romper las reglas impuestas para protegerme.

Siempre me ha protegido, lo apreciase yo o no. Él diría que es su trabajo. Tal vez lo


fuera, pero cuando Dumbledore le pidió que sacrificara más de dos años de su vida
por protegerme, podría haberse negado. Y no lo hizo. En lugar de ello, dedicó sus
vacaciones y su tiempo libre a mantenerme sano y salvo. Me salvó la vida más veces
que las que sabe. Hizo que la poca vida que se me permitió vivir fuera algo soportable.

No sé qué pasará en las próximas horas, pero no creo que yo esté aquí mañana para
ver las consecuencias. No quería morir siendo la única persona que sabía lo increíble
que es Severus Snape. Si hay un héroe en todo este caos, es él.

Sinceramente,

267
Harry Potter

Parpadeo ante lo que bien podría ser mi panegírico. Y probablemente lo será, porque
pretendo suicidarme.

Niñato estúpido.

No le pareció suficiente irse a morir, dejándome en el tormentoso silencio y la fría


soledad de mis mazmorras malditas; tenía que destruir la reputación que llevo
construyendo desde mucho antes de que el crío impertinente naciera. Cualquier dolor
que sintiera ante su muerte queda incinerado por una rabia asesina y destructora.

¿Maldecirlo? No, no haría eso. No quedaría del todo satisfecho hasta rodear su cuello
pequeño y delgado con los dedos.

Es oficial, Harry Potter me ha arruinado la vida.

Y ahora debo unirme a los cientos de magos y brujas lloriqueantes para presentar mis
respetos.

Estrujo el periódico blasfemo entre las manos y lo dejo en el suelo, junto a los otros.

El Gran Salón está lleno de gente para cuando llego. Es evidente que se ha expandido
para acoger a los asistentes. Me quedo un momento en la puerta, recomponiéndome
antes de entrar... sólo para verme obligado a retroceder cuando me deslumbra un
enorme destello de luz blanca. Parpadeo rápidamente, intentando ver a través de la
sombra que ha quedado erosionada en mi retina. Por fin vislumbro una cámara con un
fotógrafo pegado a ella, y voy a por la varita. Mi brazo queda detenido. Miro por
encima del hombro para ver a McGonagall echarme una mirada de advertencia.

—¡Ahí está!

—¡Profesor Snape!

Una tormenta de aplausos explota en la habitación y durante un momento no puedo


hacer más que observar estupefacto cómo la gente se pone en pie. Y entonces siento
mi pulso en las sienes y estoy seguro que mi cara se ha vuelto roja de ira. Si ese
jodido niño hubiese vuelto a sobrevivir, lo habría matado yo mismo.

McGonagall me coge por el brazo y me lleva rápidamente a la segunda de las treinta


mesas que se alinean en la sala. Miro fútilmente a los idiotas que tienen la audacia de
sonreírme a través de sus lágrimas. Ya he empezado a gruñir para cuando llegamos a
la mesa de los profesores, que se ha alargado para acomodar a varias brujas y magos
que no reconozco. Miro las caras y encuentro que incluso Black está aplaudiendo. Le
lanzo una mirada despectiva. Él me la devuelve, pero no detiene ese gesto ridículo.

Me siento y dejo que mi expresión se torne en la de mayor desprecio que puedo


lograr. Recorriendo a la multitud con la vista, deseo en silencio que todos y cada uno
de ellos sufran la lepra. Mis ojos se detienen en una enorme y presuntuosa fotografía
de él que cuelga al final del Salón. Esta vestido con su túnica verde botella y tiene
expresión de concentración y algo de dolor. Baila con una Parvati Patil que está
evidentemente aburrida.

268
Resoplo con desdén, preguntándome cómo reaccionaria él al ver que sus momentos
mas dolorosos son proyectados para que el mundo los vea. El niño muere y se lo
compensamos con humillación. Eso es gratitud.

Vuelvo a odiarlo silenciosamente mientras la atención es reclamada por el ministro


(Dunderhead, o como quiera que se llame). Se me ocurre que podría venirme bien
empezar a leer El Profeta de nuevo, al menos una vez a la semana. Sólo para
aprenderme los nombres de los políticos a los que toca despreciar.

Se coloca tras un pódium en el centro de la mesa y se aclara la garganta antes de


apuntarse a sí mismo con la varita para hacer un hechizo de amplificación. Consigo no
hundirme insolentemente en la silla cuando comienza lo que parece ser un discurso
patético.

—Estamos aquí para celebrar la vida de un niño…

Resoplo con fuerza. Vaya gilipollez. Estamos aquí para celebrar su muerte. Aprieto los
labios cuando el pie de McGonagall colisiona contra mi espinilla.

»En la superficie, Harry Potter era un chico corriente. Un niño que jugaba al quidditch y
al snap explosivo. Un niño al que se podía ver cualquier día estudiando sus
asignaturas o relajándose con sus amigos con un tablero de ajedrez mágico. Un niño
que tartamudeaba con incomodidad cuando tenía cerca alguna chica guapa…

Sonríe y asiente en dirección a la foto al final de la habitación y tengo que taparme la


boca para evitar soltar un comentario. Una carcajada crece en mi garganta y toso para
aclararla. Una mano cae sobre mi hombro. Intento quitármela de encima, pero
McGonagall aprieta más fuerte. Suspiro y dirijo los ojos al final de la mesa para ver a
Lupin, que se sujeta con los dedos el puente de la nariz, con la cabeza gacha. A
simple vista uno puede pensar que está intentando recuperar el control sobre sus
emociones, pero veo cómo las esquinas de su boca se curvan en una sonrisa
reprimida. Me reclino en mi silla, satisfecho de que al menos otra persona sea
consciente de lo ridículo que es el discurso de este hombre. Y luego se me ocurre
estar irritado porque la otra persona sea él.

»… Harry Potter nunca fue ordinario. Era un niño cuyo nombre fue leyenda antes de
que dijese su primera palabra. Un niño cuyo nombre no deberá ser olvidado…

La multitud aplaude mostrando su acuerdo, y apenas consigo no poner los ojos en


blanco. A menudo se adora a los políticos por decir lo obvio. Me revuelvo en mi silla,
irritado.

Él odiaría esto. Apretaría los labios y arrugaría la nariz observándolo todo con
obstinación.

—¿Qué pasa en un funeral?

—Entierran al muerto.

—Eso ya lo sé.

269
—Algún idiota se levanta y te describe como la mejor persona que ha pisado la faz de
la tierra, mientras todo el mundo lloriquea y asiente con la cabeza aceptando lo que le
dicen.

—Bueno, soy la mejor persona que ha pisado la faz de la tierra.

—Ah, deja ya de reírte así. Mejor que te prepares antes de que llegue tu padrino. No
quiero que se quede rondando por aquí más de lo estrictamente necesario.

La mano de McGonagall en mi brazo me saca de mi ensoñación. Estiro el brazo y


aprieto los dientes, tratando de concentrarme en cualquier cosa que no sean las
palabras fútiles que dice ese hombre y los pensamientos inútiles en mi propia cabeza.

—El niño nació para ser un héroe, sus profesores me lo han dicho. Se arriesgaba
constantemente para salvar a otros. La directora McGonagall me cuenta su valor a
menudo superaba su razón. Tal vez el mismo Harry se expresó mejor en su
declaración, hecha desde el corazón y publicada en el diario El Profeta, cuando dijo
que él era famoso por hacer cosas que no debería haber hecho. Hace dieciséis años,
Harry Potter no debió haber vivido. Estaba lejos de nuestra capacidad comprensiva en
esa época que un niño pudiese desafiar las reglas que gobernaban nuestro mundo y
sobrevivir a una maldición que había asesinado trágicamente a sus padres y a muchos
otros. Ahora tiemblo al pensar en lo que habría podido pasar a nuestro mundo si Harry
Potter no hubiese hecho lo que hizo…

Muchos lamentos y asentimientos, todos aplaudiendo. Me gustaría aplaudir al hombre


por decirle a una habitación llena de adolescentes que la rebeldía es una cualidad
admirable. Me retuerzo internamente con la idea del aspecto que tendrán los registros
de castigos este semestre. De todas las cosas que era el chico, es seguro que no era
un buen modelo a seguir. Involucrarte con uno de tus profesores y hacer que te maten
no son actos admirables.

»Lamento no haber tenido la oportunidad de conocer a este chico tan sobresaliente.


Un niño valiente que, conociendo las consecuencias de su éxito, salió en la tarde del
viernes después de dieciséis años de sobrevivir milagrosamente y salvó nuestro
mundo una vez más. No debería haberlo hecho, pero pienso que hoy cada uno de
nosotros deberá agradecer a los cielos que lo hiciera.

Tal vez no todo el mundo.

Convenientemente, todos ellos han olvidado una vez más que el niño no puso
solamente su vida en peligro, sino a todo el mundo. Todo en nombre del interés
propio. No quería que lo encerrasen. Pero, ¿quién soy yo para arruinarles su ilusoria
gratitud?

Alzo la copa junto con el resto y bebo en honor de la inconfundible habilidad del chico
para ignorar las consecuencias de sus actos.

—Vas a ir a la Ceremonia de Agradecimiento —me sisea McGonagall. La miro y ella


se pone en pie, golpeándome insistentemente en el hombro, señalando sin mucha
sutileza que debo seguirlos a ella y al resto de la mesa principal hacia las puertas. El
resto de la multitud nos abre paso. El insistente sonar de las cámaras llena el aire. Me
encuentro retenido por una joven bruja en túnica morada.

—Señor Snape, ¿podría hacer algún comentario sobre...?

270
—No, vete a la mierda —gruño, y luego se me arranca de cualquier satisfacción que
pude haber tenido ante la expresión de la chica—. ¿Podrías por favor dejar de tirar de
mí? —gruño por lo bajo.

—¿Podrías tú por favor actuar de acuerdo a tu edad? —Me responde ella en un


susurro—. Trata de recordar que esta gente no esta aquí para atormentarte, Severus
Snape. Esto es acerca de Harry.

Se equivoca, por supuesto. Esto no es sobre él. Es sobre un nuevo icono del mundo
mágico por el que celebrar y construir pedestales. No es que él haya dejado de ser
eso nunca. Pero esto no es acerca de él y desafío a cualquiera a que pruebe lo
contrario. Estos idólatras no lo conocían. No les importa su vida. Sólo les importa el
hecho de que haya vivido, y sobrevivido el tiempo suficiente para salvarlos.

Ni siquiera su gratitud es sincera. Aunque lo intentasen, ninguno de ellos podría


imaginar cómo sería su vida si él hubiese fallado. Se sienten agradecidos de que
alguien haya asesinado al Señor Oscuro. Sus corazones están llenos de empatía
general por ese pobre niño. Pero ninguno de ellos daría marcha atrás. Se alegran de
que haya muerto.

Me detengo cuando entro al cementerio de la parte este, donde el retoño de árbol ya


plantado se estremece bajo la lluvia helada. Y debajo del árbol yace su cuerpo, frío y
vacío. Desnudo contra la tierra que lo reclama.

Culpo mi repentina falta de aliento a la larga caminata desde el Gran Comedor y al frío
que hace. Escucho a lo lejos los depresivos pasos de la masa que viene a darle las
gracias a un niño por morir.

—¿Severus?

—Maldita sea, Minerva. Déjame solo —me las arreglo para decir a través de mi
constreñida garganta. Ella me mira como si fuese a discutirme ese derecho, pero se
limita a asentir y acercarse al centro del cementerio.

Me apoyo en la columna de piedra, apartado del camino por el que fluyen los
dolientes, y cierro los brazos contra el frío y los vientos indignados que vienen a
castigarlos por su hipocresía.

—Me ha gustado el árbol. Era muy agradable. La idea, quiero decir.

—Mucho. Cuanto más grande sea el mago, más grande es su árbol. Una idea
encantadora.

—Idiota. Es mejor que lo que hacen los muggles. Ponen tu nombre en un trozo de
cemento y prácticamente te archivan en una fila llena de gente muerta. Prefiero tener
un árbol.

—Y estoy seguro de que tu árbol será más grande que todos los otros árboles.

—Déjalo, estoy hablando en serio.

—Yo también.

271
—Aunque no es del todo justo, ¿no? Quiero decir, si la gente no sabe todas las cosas
grandes que has hecho...

—Entonces no habrá nadie a quien le importe y a nadie le importará, de todos modos.


En la otra vida no se te va a juzgar por el tamaño de tu árbol.

Me sorprende una mano en mi hombro. Vuelvo la cabeza y veo a Lupin. Más allá de
su hombro, con aspecto de ir a romperse en cualquier momento, está Black. No me
mira. Su mirada se dirige a la multitud. Una queda punzada de empatía se añade al
coro de todos los tipos de dolor que me llenan. Al menos habrá alguien entre la
multitud que esté sinceramente en duelo por la muerte del niño.

Pero no seré yo.

—¿Vas a venir? —pregunta Lupin con voz seca.

—Pudréte —contesto, sin conseguir dirigir una mísera traza de amargura hacia él.
Podría haber guardado mi energía y no haber dicho nada. Me da una palmada en el
hombro y los dos se unen a los círculos que se forman alrededor del árbol, alrededor
del chico que está enterrado profundamente en el campo frío y mojado.

Los detesto a todos cuando veo cómo se cogen de las manos. El aire se vuelve
pesado con su engaño. El árbol cruje fuertemente, como si los maldijera mientras se
hincha y crece, alimentado por las mentiras de cuya verdad se han convencido a sí
mismos. Odio que incluso aquellos que lo amaron se hayan unido a la burla en que los
demás han convertido la vida del chico.

Y por todo el mundo mágico, un bosque de árboles de las bendiciones crece para dar
evidencia de su último desafío. Gente que ni siquiera lo ha conocido nunca le
agradece haber hecho algo que él no tenía más remedio que hacer.

Los detesto a todos.

Me alejo de la columna y camino decididamente de vuelta a mi mazmorra. De vuelta al


único mundo que en verdad lamenta su pérdida.

------------------------------------------------------

Mañana, el mundo comienza de nuevo. Y el tiempo empieza de nuevo, cada segundo


lo retiene con más fuerza en el pasado hasta que sea una mera sombra en la
consciencia de la historia. Otro tema con el cual Binns conseguirá dormir a futuras
generaciones.

No sé cómo voy a arreglármelas. Más de lo mismo. Debo admitir que el prospecto de


seguir con la mentira de que me importa un bledo el día a día de mi vida nunca ha sido
tan engorroso. Irónicamente, nunca lo he tenido más fácil. Sólo tengo que rendirme
cuentas a mí mismo. Mis deudas han quedado pagadas, mis deberes están
terminados, mis enemigos han sido derrotados.

272
Excepto uno. Lucius Malfoy escapa sin rasguños una vez más. El Slytherin que llevo
dentro está impresionado por su capacidad de salirse con la suya. Más que el dinero,
son los secretos guardados los que le dan poder para comprar la inmunidad. La
libertad de Lucius es un recordatorio de que no hay justicia en el mundo. Y
probablemente nunca la habrá.

El bien triunfa sobre el mal y ambos mueren como resultado. Aquellos de nosotros que
no entramos en ninguna categoría pujamos por nuestro tiempo hasta la próxima
batalla, cuando nos veamos obligados a volver a escoger un bando y luchar por una
causa que estamos demasiado cansados como para valorar. Una luz brillante y
resplandeciente emergerá para salvarnos a todos de una sombra que en realidad
nunca será conquistada.

Sufro por el anhelo de saltarme todo eso mientras duermo. Si hay algo con lo que
podemos contar es que la historia se repetirá. Una y otra vez, hasta el infinito. El Señor
Tenebroso no ha muerto. Está dormido. Y el niño héroe nacerá de nuevo para luchar
contra él cuando despierte.

Y no me importa nada de eso. Lo que me importa es que él no va a volver. No el


héroe. El niño. El joven que podría estar sentado a mis pies, con la cabeza en mi
regazo, feliz de que lo acaricie en silencio, agarrándose a ese magro pedazo de paz
como si fuese lo único que impidiera que todo el universo cayera sobre él y lo
aplastara.

Y así era. Mi dedo se posa sobre la tinta que forma mi nombre en el sobre. El diario, la
prueba de su existencia, reposa en mi regazo, prohibiéndome leer su contenido sin la
llave adecuada. No estoy seguro de tener la fortaleza de leerlo de todas formas,
excepto que siento que se lo debo, por alguna razón que no comprendo.

Me imagino que lo que siento es que merece ser recordado por el crío empalagoso y
sentimental que era, y no por sus logros dramáticos. Y dado que soy la única persona
a la que se permite conocer lo que sospecho serán las contemplaciones de un
adolescente hormonal enamorado, soy el único mago cualificado para guardar sus
secretos.

Tomo un trago de escocés de mi vaso y hago una pausa para recordar el sabor del
alcohol en su aliento. Si hubiese sobrevivido, se habría convertido en un alcohólico.

Rompo el sello del sobre y saco la carta, desdoblándola. Otro trozo de papel cae a mi
regazo. La dejo tal y como cae, y leo.

Querido Severus,

Supongo que ahora ya sabes lo que he hecho. Diría que lo siento, pero me dirías que
no lo hiciera. Y me parece que lamentarlo a estas alturas no importaría demasiado. No
puedo echarme atrás.

Me parece que debería haber más en esta carta, pero no sé qué decir. No me veo
capaz de decir lo suficiente y no creo que mi vocabulario sea lo bastante amplio para
explicarte todo lo que quiero que sepas. Es por eso que te dejo mi diario. No espero
que lo leas todo. La mayoría son estupideces. Pero hay mucho ahí que quise decirte y
no pude, por una razón u otra.

273
De muchas formas, es el mejor regalo que he recibido. No lo sabía cuando me lo diste
y nunca te lo agradecí en condiciones. Aunque la mayoría de eso sea basura
aburridora, soy yo. Es una prueba de que he vivido. ¿Tiene sentido? Probablemente
no. En cualquier caso, sólo tienes que tocar con la varita la espina del libro y decir
“Querido Severus”.

(No te rías. No se me ocurrió nada más).

Cuando planeaba todo esto en mi cabeza, pensé que sería inteligente y terminaría con
una cita de los poemas del libro que Hermione me dio. Es el único que tenía sentido
cuando lo leí, y parecía decir todo lo que siento mucho mejor de lo que yo podría. Pero
todo va unido y no podía decidir dónde cortarlo.

Así que en vez de eso te diré que te amo y que espero que entiendas lo que significa
eso. Dejarte es lo más difícil que he hecho nunca. Y más que de joderlo todo hoy, de
lo que tengo miedo es de que lamentes haber hecho todo esto. Conocerme. Amarme.
Porque amarte es lo más grande que yo he hecho jamás.

Deja de fruncir el ceño. Es verdad.

Hace que toda mi vida parezca un poco menos inútil. ¿Tiene sentido eso?

Voy a terminar esto antes de empezar a sonar como un completo mocoso. Así que
adiós, y gracias.

Te amaré siempre,

Harry.

P.D.: ¿Podrías asegurarte de que mi baúl le llegue a Sirius? ¿Y podrías subir a la


lechucería para ver a Hedwig de vez en cuando? Creo que se siente sola. Me gustaría
que te la quedaras, si quieres.

Me obligo a parar la lectura varias veces para tomar un saludable trago de escocés
que me despeje el pecho. Niño estúpido. Lo más grande que ha hecho es amarme. ¿Y
cómo me lo paga? Con la llave a su angustia adolescente y una lechuza irritable.

Maravilloso. Sigo mirando fijamente la carta un largo rato después de terminarla. Noto
que hay lugares donde la tinta se ha corrido y el pergamino está arrugado. Lágrimas,
probablemente. Parecía tener una reserva sin fin de ellas. Conductos lacrimales
sobreproductores, debo decir, que además parecían actuar en los momentos menos
adecuados. Indeseados e incontrolables. De repente y sin más aviso, empezaba a
gotear. Llegó un momento en que se convirtieron en uno de esos defectos físicos que
todos fingimos no notar. Como unas manos que sudan demasiado.

Repaso con el dedo uno de esos puntos, frunciendo el ceño al ver que la tinta se
extiende por la página. Miro acusadoramente al whisky, que descansa con plácida
inocencia en la mesa. Imagino que debo de haber derramado algunas gotas en mi
último trago. Me limpio de la cara cualquier evidencia potencial de lo contrario.

274
Ahora enfadado, termino lo que me queda de whisky y vuelvo a meter la carta en su
sobre, dejando éste en la mesita que tengo al lado. Miro al diario con miedo. Lo ignoro
a favor del otro papel, que parece ser una página arrancada de un libro. Se me ocurre
lo que puede ser y paso la vista entre él y el diario con igual desdén.

Sólo hay cierta cantidad de emoción que un hombre puede soportar de una sentada,
decido. Tendré el resto de mi vida para visitar sus recuerdos y leer sus pensamientos.
Interpretar el papel de pensadero para un niño muerto. Opto por leer las palabras más
concisas de un jugador neutral. Palabras que no llevarán asociado el recuerdo de su
voz. Y luego me retiraré y me prepararé para mañana, cuando tenga que dar la
bienvenida a un mundo de mocosos odiosos, sin cicatrices, leyendas ni almas
torturadas que los distingan.

Pongo el diario en la mesa, al lado de la carta, y desdoblo la página. Resoplo cuando


el título de “Poema” me quita toda esperanza de que el chico tuviese algún gusto por
el arte de la literatura. Dejando salir un suspiro pesado, me pongo a leer.

Severus, éste es el poema del que hablo en mi carta. Sé que es sentimental, pero esto
es todo lo que quiero decir cuando te digo que te amo. Harry.

Cuando me encuentro deprimido y ansiosamente hosco


Lo único que debes hacer es desnudarte
Y todo desaparece revelando la ternura de la vida
Que somos carne y respiramos y estamos próximos
Y al tomarte como en verdad soy, vivo y entendiendo vagamente
Qué acontece
Y lo que es de importancia para mí fuera de las intromisiones
De incidentes y relaciones accidentales
Que nada tienen que ver con mi vida

Cuando estoy en tu presencia siento que la vida es poderosa


Y ha de vencer a todos sus enemigos y a todos los míos
Y a todos los tuyos y a los tuyos en ti y a los míos en mí
La lógica enferma y el razonamiento débil son remediados
Por la perfecta simetría de tus brazos y tus piernas
Explayándose formando unidos un círculo eterno
Creando una columna dorada al lado del Atlántico
La ligera línea de vello dividiendo tu torso
Da descanso a mi mente y libera la emoción
Hasta ese aire infinito donde ya que estamos juntos
Siempre lo estaremos venga lo que venga

Frank O'Hara

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—¿No pensabas decir adiós?

Me paro en seco junto a la puerta que lleva a mi huida, y me vuelvo para ver a Lupin,
por una vez sin su perro guardián. He perdido la energía requerida para deshacerme
de su insistencia de sostener buenas relaciones. Al menos Black tiene la decencia de
parecer renuente a tener una conversación civilizada conmigo. Empiezo a sospechar
que Lupin las va buscando.

—No tenía la intención, pero si insistes, adiós. —Asiento secamente y me vuelvo de


nuevo hacia las puertas.

—Severus.

Respiro hondo para calmarme y dejo salir lentamente el aire antes de girarme hacia él.

—Lupin, llevo tres años esperando estas vacaciones y preferiría que empezasen más
temprano que tarde.

—Vas a volver, ¿verdad?

Frunzo el ceño, e inútilmente trato de leer lo que está pasando bajo esa expresión que
no da pista. ¿Que si voy a volver? Por supuesto que voy a volver. Soy adicto al
autocastigo, después de todo, y apenas sabría qué hacer conmigo mismo aparte de
desperdiciar mi aliento tratando de enseñar a apreciar un arte perdido, o someterme a
las preocupantes manías de la directora, o trabajar hasta la extenuación con un
caldero con el objetivo de mantener pasiva a una bestia peligrosa... Ah.

Por supuesto.

—No te preocupes, Lupin. Hay suficiente poción matalobos para mi ausencia. Como te
dije, sólo necesitas agregarle la babosa y dejarla hervir hasta que el humo pierda su
verdor... —Me callo cuando lo veo reír. Entrecierro los ojos—. He dejado las
instrucciones con Poppy —digo rápidamente, e intento escapar una vez más sólo para
verme detenido nuevamente. Pierdo la paciencia—. ¿Te han encomendado
personalmente irritarme de forma incesante?

Su sonrisa se amplía y hay algo sospechoso en la forma en que baja la vista al suelo.
Me quedo perdido un momento, y luego se me ocurre una idea horrible.

—Que pases unas buenas vacaciones de verano —dice, y se gira para irse.

—Lupin, no eres gay, ¿verdad?

Se da la vuelta abruptamente, abriendo mucho los ojos. Barbotea por un momento, y


estoy seguro de no haberlo visto nunca perder la compostura de esta forma. Me
sentiría complacido si no me aterrorizase su posible respuesta. Lo veo recuperar la
capacidad de habla. —¿Qué? No... no especialmente. ¿Por qué?

Exhalo, aliviado. Lo último que necesito es defenderme de un hombre lobo hormonal.


He cubierto mi cuota de personajes trágicos. Sacudo la cabeza.

—Olvídalo. Nos vemos en septiembre —digo, y salgo por la puerta. La maldita lechuza
ulula con felicidad mientras la llevo hacia el sol.

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Será la primera vez que vaya a la Mansión desde la segunda llegada de Voldemort.
También será el primer verano que pase solo desde hace la misma cantidad de años,
no puedo evitar recordar. Pero me he acostumbrado a estar solo en todos estos
meses que han pasado sin él. Y aparte de los ataques ocasionales de doliente
estupidez, a duras penas he notado su ausencia.

Mentiroso.

Lo acepto. Pienso en él. Es difícil no hacerlo cuando su club de fans sigue llorando por
los rincones, o con ese maldito hueco en mi suelo que seguramente me matará alguna
noche de ésas en que consigo levantarme de esa silla e ir a la cama. Y también está el
maldito pájaro. El último huérfano que me veo obligado a cuidar.

Lo echas de menos.

Lo echo de menos. Por ridículo que sea regodeare en la idea, no puedo evitarlo. Fue
una parte de mi existencia diaria durante demasiado tiempo como para que sea tan
fácil olvidarlo. Era mi hábito. Mi rutina.

Lo amabas.

Lo amo.

Pues claro que lo amo. Es mi trabajo.

Hago que su vida parezca un poco menos inútil.

Traducción: Loves

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