Nº 269 Julio 2023. VILLAVICIOSA

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Centenaria, Piadosa, Ilustre y Primitiva

H e r m a nd a d d e N t r a . S r a . d e V i l l a v i c i o s a
y Beato Cristóbal de Santa Catalina
Parroquia de San Lorenzo. Córdoba.
¡HÁGASE!
Boletín formativo

Vocalía N. º 269,
de Formación julio, 2023
OREMOS EN HERMANDAD
ORACIONES PARA OFRECER EL DÍA
De santa Teresa del Niño Jesús
Dios mío, te ofrezco todas las acciones que voy a hacer hoy, por las intenciones
y la gloria del Sagrado Corazón de Jesús; quiero santificar los latidos de mi co-
razón, mis pensamientos y mis obras más sencillas, uniéndolas a sus méritos
infinitos, y reparar mis faltas vertiéndolas en el horno de su amor misericordioso.
Dios mío, te pido para mí y para los que quiero, la gracia de cumplir perfecta-
mente tu santa voluntad; de aceptar, por tu amor, las alegrías y las penas de
esta vida pasajera, para que un día nos reunamos en el Cielo para toda la Eter-
nidad. Amén.
Oración de ofrecimiento diario
¡Ven, Espíritu Santo! inflama nuestros corazones en las ansias redentoras del
Corazón de Cristo, para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras,
en unión con Él por la redención del mundo. Señor mío, y Dios mío Jesucristo,
por el Corazón Inmaculado de María me consagro a Tu Corazón, y me ofrezco
contigo al Padre en Tu santo sacrificio del altar, con mi oración y mi trabajo,
sufrimientos y alegrías de hoy, en reparación de nuestros pecados y para que
venga a nosotros Tu Reino. Te pido en especial por el Papa y sus intenciones,
por nuestro Obispo y sus intenciones, por nuestro Párroco y sus intenciones,
por nuestra familia y sus necesidades.
A la Santísima Virgen
¡Oh, Señora mía! ¡oh, Madre mía! Yo me ofrezco enteramente a ti; y en prueba
de mi filial afecto te consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi
corazón; en una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo tuyo, Madre de bondad,
guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amen.
ALIMENTA TU FE LIBRO DEL MES
Título: El Junco de Dios Autor: Caryll Houselander. Editorial: Rialp. Precio:
16 € Reseña: En estas meditaciones, la autora muestra el lado más humano
de la Madre de Dios, como un junco que espera el soplo divino para que suene
a través de ella la música de Dios y comunique al mundo la belleza de su amor.

APUNTES PARA VIVIR CON DIOS


San Agustín: la angustia por el cambio de vida
(Tomado de “Las Confesiones” de San Agustín)
Mientras seguía en la angustia de mi indecisión, me tiraba del pelo, me golpeaba
la frente, me retorcía las manos, me apretaba las rodillas...; no puedo decir que
eso lo hiciera sin querer, lo hacía porque quería. En cambio, por dentro me pa-
recía a esos que quieren moverse y no pueden, por estar mutilados o estar dé-
biles por alguna enfermedad o por estar atados e impedidos de cualquier otro
modo.
Cuando dudaba en decidirme a servir a Dios, cosa que me había ya propuesto
hacía mucho tiempo, era yo el que quería, y yo era el que no quería, sólo yo.
Pero, porque no quería del todo ni del todo decía que no, por eso luchaba con-
migo mismo y me destrozaba (...).
De esta manera me atormentaba a mí mismo con más dureza que nunca, una
y otra vez, plenamente consciente de ello, revolviéndome entre mis ligaduras
para ver si rompía ese poco que me sostenía, pero que, poco y todo, me tenía
atado. Dios me movía, gritándome desde dentro de mí; y con su severa miseri-
cordia redoblaba mi miedo y mi vergüenza a ceder otra vez y no terminar de
romper lo poco que ya quedaba, para que no se rehiciesen otra vez mis viejas
ligaduras, y me atasen otra vez y con más fuerza.
Yo, interiormente, me decía: «¡Venga, ahora, ahora!». Y estaba ya casi a punto
de pasar de la palabra a la obra, justo a punto de hacerlo; pero... no lo hacía;
aunque, al menos, no daba un paso atrás, sino que me quedaba como al borde
de mi paso anterior; tomaba aliento, y lo intentaba de nuevo. Cada vez faltaba
menos, y luego menos, y ya casi tocaba el fin, casi lo alcanzaba. Pero la verdad
es que ni llegaba a él ni lo tocaba ni lo alcanzaba. Podía más en mí lo malo, que
ya se había hecho costumbre, que lo bueno, a lo que no estaba acostumbrado.
Me aterrorizaba cada vez más a medida que se acercaba el momento decisivo.
Y si este terror no me hacía volver atrás ni apartarme de la meta, me tenía pa-
ralizado y quieto.
Eran cosas de nada lo que me retenía, vanidades de vanidades, mis antiguas
amigas; y me tiraban de mi vestido de carne y me decían bajito: «¿Es que nos
dejas? ¿Ya no estaremos más contigo, nunca, nunca? ¿Desde ahora nunca
más podrás hacer esto.... ni aquello?». ¡Y qué cosas, Dios mío, qué cosas me
sugerían con las palabras esto y aquello! ¡Por favor, Dios mío, aléjalas de mi
alma! ¡Qué suciedades me sugerían, qué indecencias! Aunque las oía ya como
de lejos, menos de la mitad que antes, ya no enfrentándose a mí cara a cara,
sino como susurrando a mi espalda y pellizcándome a hurtadillas, mientras me
alejaba de ellas para que me volviese.
Aun así, conseguían que yo todavía vacilase y tardase en romper y desenten-
derme de ellas e ir de un salto donde era llamado. Mientras, mi arraigada cos-
tumbre me decía: «¿Qué? ¿Es que piensas que podrás vivir sin estas cosas,
tú?». Pero esto me lo decía ya con poca fuerza; porque hacia donde yo miraba,
y donde yo tenía miedo de saltar, podía ya ver la casta dignidad de la continen-
cia, serena, alegre, acariciándome honestamente para que me acercara sin
miedo; extendía hacia mí sus piadosas manos, llenas de buenas obras, para
darme la bienvenida y abrazarme.
Y ella me sonreía con una risa que me alentaba, parecía decirme: «¿Por qué no
vas a poder tú lo que éstos y éstas han podido? ¿O es que te crees que éstos y
éstas lo pueden con sus propias fuerzas? ¡No, es con la fuerza del Señor su
Dios! El Señor su Dios me ha dado a ellos. ¿Por qué intentas apoyarte en ti si
no puedes ni tenerte en pie? Échate en sus brazos, no tengas miedo, Él no se
retirará para que caigas; échate seguro de que te recibirá y te curará».
Y yo me llenaba de una gran vergüenza, porque todavía escuchaba los susurros
de aquellas atractivas vanidades, y dudaba, y seguía sin decidirme.
Pero de nuevo la continencia parecía decirme: «No escuches a tus sucios de-
seos, mortifícalos; ellos te hablan de placeres, sí, pero no son conformes con la
ley del Señor tu Dios».
Esta era la lucha que tenía lugar en mi corazón, yo contra mí mismo.
Me fui al jardín como empujado por esa explosión afectiva, para que nadie inte-
rrumpiese el acalorado combate que yo había entablado conmigo mismo. Que-
ría estar solo hasta resolver de una vez lo que Dios ya sabía. No hacía más que
torturarme, y eso me daba vida; me moría y a la vez resucitaba; me daba per-
fecta cuenta de lo mal que me encontraba, pero no sabía lo bien que iba a sen-
tirme poco después.
Me fui al jardín, como he dicho, y Alipio (su amigo) me siguió. Aunque él me
acompañara, no por eso me sentía menos solo (...).
Y yo, no sé cómo, me eché bajo una higuera y di rienda suelta a mis lágrimas.
No con estas mismas palabras, pero sí con este mismo sentido, dije a Dios mu-
chas cosas como éstas: ¡Tú, Señor, hasta cuándo! ¡Hasta cuándo, Señor, vas
a estar airado! ¡No quieras acordarte ya más de mis pasadas maldades!
Me sentía todavía preso por ellas y daba gritos gimiendo: «¡Hasta cuándo, hasta
cuándo, mañana, mañana! ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no ahora mismo y pongo
fin a todas mis miserias?».
Mientras decía esto y lloraba con amarguísimo arrepentimiento de mi corazón,
de repente oí de la casa vecina una voz, no sé si de niño o de niña, que, can-
tándolo y repitiéndolo muchas veces, decía: –Toma y lee, toma y lee.
De repente, se me demudó la cara, e intenté recordar si había algún juego en el
que los niños soliesen cantar algo parecido, pero no recordaba haber oído nunca
nada semejante; conteniendo mis lágrimas, me levanté, interpretando esa voz
como una orden divina que abriese el libro y leyese lo que se me apareciera al
abrirlo.
(Es que había oído decir de Antonio que, por una lectura del Evangelio hecha
por casualidad, y aplicándose a sí mismo lo que leía –Vete, vende todo lo que
tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y después ven y
sígueme–, se había convertido a Dios en aquel mismo momento, con aquella
lectura).
Por eso, deprisa, me volví al sitio donde estaba sentado Alipio donde yo había
dejado el libro del Apóstol al levantarme de allí; lo tomé, lo abrí y leí en silencio
lo primero con que me encontré; decía: No andéis ya en comilonas y borrache-
ras; ni en la cama haciendo cosas impúdicas; dejad ya las contiendas y peleas,
y revestíos de nuestro Señor Jesucristo, y no os ocupéis de la carne y de sus
deseos.
No quise leer más, ni era necesario tampoco, pues en cuanto terminé de leer
ese párrafo, como si me hubiera inundado el corazón una fortísima luz, se disipó
toda la oscuridad de mis dudas. Cerré el libro poniendo punto con el dedo, o
quizá con alguna cosa, y ya tranquilo se lo expliqué todo a Alipio. Después en-
tramos a ver a mi madre, se lo dijimos todo y se llenó de alegría. (...) ¡Señor!
Soy siervo tuyo e hijo de tu sierva. Rompiste mis ataduras; yo te ofreceré un
sacrificio en alabanza. Que mi corazón te alabe y mi lengua, y que todos mis
huesos digan: Señor, ¿quién es semejante a ti? Que lo digan, y que tú respon-
das y digas a mi alma: Yo soy tu salvación.
¡Qué dulce fue para mí verme de repente privado de la dulzura de aquellas co-
sas de nada! Cuanto temía antes perderlas, tanto más gozaba ahora por haber-
las dejado; Dios, mi grande y verdadera dulzura, las había echado de mí. Él las
arrancaba de mí, y en su lugar entraba Él, más dulce que toda dulzura, pero no
a la carne; más luminoso y claro que la misma luz, y al mismo tiempo más oculto
que cualquier secreto; más sublime que todos los honores, aunque no para los
que buscan su propia honra.
Mi alma estaba libre ya de las devoradoras preocupaciones de la ambición, del
dinero, de las pasiones en que se revolcaba, de la sarna de la sensualidad. No
hacía otra cosa que hablar de Dios, mi luz, mi riqueza, mi salvación, Señor Dios
mío.

 Sabías que...
El día 24 de julio es la festividad de nuestro titular el Beato Cristóbal de
Santa Catalina. A las 20:00 horas de ese día, en la parroquia de San Lorenzo
Mártir, celebraremos la Solemne Función en su honor, durante la misma se
procederá a la bendición de los panecillos del Padre Cristóbal. Al finalizar la
ceremonia se podrá venerar la sagrada reliquia del Padre Cristóbal de Santa
Catalina.

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