Familia y Trabajo Social Forense - Ponce de León

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FAMILIA Y TRABAJO SOCIAL FORENSE.

DEBATES ÉTICOS Y CONCEPTUALES ACERCA DE LA


PERICIA, EL CONTROL SOCIAL Y LA INTERVENCIÓN EN
PERSPECTIVA SOCIO JURÍDICA.

ANDRÉS H. PONCE DE LEÓN


UNIVERSIDAD NACIONAL DEL COMAHUE.
Mail: [email protected]

RESUMEN
La práctica pericial constituye un eje significativo al pensar en la práctica forense de
trabajadores sociales, pero esta no se agota en ella, por cuanto la intervención en
perspectiva socio jurídica cobra sentido toda vez que una dimensión legal se encuentra
afectada o en litigio. (Ponce de León y Krmpotic, 2012). Entendiendo que la práctica
forense de trabajadores sociales no debe limitarse a los procesos judicializados, en este
capítulo se analiza la práctica pericial dentro de los sistemas de administración de
justicia, focalizando en la frecuente demanda de realizar evaluaciones de las
condiciones sociales y familiares de los justiciables, y en las permanentes controversias
éticas que refieren los profesionales transitando la práctica pericial, el control social y la
intervención social fundada. Se realiza un breve recorrido conceptual del control social
como categoría que ha impregnado de sentido la práctica de trabajadores sociales en el
sistema de administración de justicia en Argentina. La línea argumentativa y conceptual
propone transitar de Donzelot (1979) a Cohen (1985) y Dubet (2006), resignificando la
controversia y encuadrando la práctica pericial como proceso de intervención social
fundado desarrollado en un campo institucional particular, altamente burocratizado y
complejo, y que pone en tensión la actuación de operadores jurídicos con la pretensión
de una evaluación socio familiar que debe realizarse de la mejor manera, en el menor
tiempo posible y con un máximo de efectividad procesal.

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1. Introducción: el debate ético en la práctica forense.

Transitadas dos décadas del tercer milenio, nuestras democracias latinoamericanas


continúan el debate acerca del valor Justicia y los Sistemas de administración; y las
ciencias sociales continúan con su mandato fundacional moderno de brindar
información y un marco interpretativo que permita instalar en la agenda pública
cuestiones vinculadas a los Estados y los modos de administrar justicia en la sociedad
contemporánea. Sin pretensión de exhaustividad, los sistemas judiciales actuales
pueden ser caracterizados por el aumento exponencial de la normativa, los cambios
paradigmáticos, la complejidad burocrática, la caída de viejos modelos y la dificultad
por instalar nuevos que sean eficaces; el aumento del número y la incidencia de
disciplinas no jurídicas en los procesos judiciales y una población en proceso de
empoderamiento del discurso jurídico, reclamando el cumplimiento efectivo de
derechos y el aumento de los mismos.

Así como es evidente la relación entre derecho y sociedad, entre derecho y ciudadanía,
también la estrecha vinculación entre el poder político y operadores jurídicos se muestra
evidente en nuestro continente alcanzando hoy difusión y masividad inusual. Asimismo,
develada la vinculación entre patriarcado y sistemas judiciales, instalada la discusión
acerca del género y el poder, la institución judicial transita momentos críticos, sin
vislumbrarse un horizonte claro a corto plazo.

Crecen las demandas de capacitaciones de las disciplinas no jurídicas en los sistemas de


administración de justicia y crece la vinculación entre disciplinas jurídicas y no jurídicas
para facilitar el cumplimiento de los objetivos institucionales. La figura de equipo
irrumpe en los sistemas judiciales, un proceso aún incipiente, valioso e instituyente.

El Trabajo Social Forense, entendido como la especialidad disciplinar que focaliza en la


interface de los sistemas jurídicos y sociales (Baker y Branson, 2000), representa un
modo de arbitraje en el abordaje de la cuestión social; busca conocer, comprender,
explicar y evaluar situaciones presentes y/o pasadas, y anticipar situaciones futuras, a
partir de estudios sociales, pericias, evaluaciones, y diagnósticos, los que no se
restringen ni al ámbito judicial, ni a la realización de pericias, sino que están presentes
en toda circunstancia en que se hallan comprometidos derechos y obligaciones jurídicas.
La pericia constituye un eje significativo en la práctica forense de trabajadores sociales,

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pero no se agota en ella, por cuanto la intervención en perspectiva socio jurídica cobra
sentido toda vez que una dimensión legal se encuentra afectada o en litigio. (Ponce de
León y Krmpotic, 2012)

Basado en la práctica clínica de supervisión de profesionales del área psicosocial, en


diversos organismos públicos (Salud Pública, Educación y Organismos de Protección de
Derechos) y en el diálogo permanente con colegas que desarrollan su actividad en los
sistemas judiciales donde son permanentes las controversias acerca de la práctica
pericial, el control social y la intervención social fundada, en este capítulo se focaliza en
el debate referido al ejercicio del control social en la práctica forense, diferenciando sus
vertientes éticas, teóricas e instrumentales.

2. Práctica forense

La práctica forense del Trabajo Social se desarrolla “inmiscuyéndose” en familias


donde se sufre, y este padecimiento subjetivo es lo distintivo y permanente. Sea que se
discuta una tenencia, la asistencia económica, el monto de una pena, situaciones de
violencias, negligencia, abusos etc., siempre se trata de una práctica donde se evalúa el
padecimiento humano en un contexto de desigualdad creciente. Una práctica ligada al
sufrimiento en contextos de alta complejidad y con la responsabilidad profesional e
institucional de contener y ofrecer alternativas de resolución. Una práctica en una
institución rígida, verticalista y patriarcal que impone potentes dispositivos formales a
todos sus operadores.

El rol del Trabajador Social Forense incluye las funciones de asesor, evaluador y testigo
pericial (Beltrán, 2001). Abandonando aquella vieja metáfora que describía la función
disciplinar con el mandato de ser “los ojos y oídos del juez” aparece la superadora
pretensión de ser “los ojos y los oídos de la justicia”. Los profesionales se constituyen
en operadores técnicos jurídicos que aportan un conocimiento riguroso y científico
indispensable para el Magistrado o el Tribunal.

Entendiendo que la práctica forense de los trabajadores sociales no debe limitarse a los
procesos judicializados, en este capítulo se analiza la práctica pericial dentro de los
sistemas de administración de justicia, focalizando en la frecuente demanda de realizar
evaluaciones de las condiciones sociales y familiares de los justiciables, y en las

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permanentes controversias éticas que refieren los profesionales transitando la práctica
pericial y el control social.

El Informe Pericial es parte de un proceso de intervención social, un insumo


fundamental para la administración de la justicia. Si allí prima la evaluación de
conductas, entonces es imprescindible considerar el contexto donde dicha conducta
tiene lugar, ampliar el foco de observación se constituye en mandato indiscutible. De
allí la necesidad de conocer las condiciones sociales y familiares de los justiciables. La
demanda a los peritos continúa caracterizada por la urgencia, la efectividad, la claridad
y la utilidad como prueba. Objetividad, neutralidad y rigor científico son condiciones
exigidas para un dictamen válido, aunque muchas veces el mismo no pasa de constituir
un engranaje burocrático. (Krmpotic y Ponce de León, 2017)

La función pericial aparece como una característica de la civilización occidental y del


proceso de racionalización de la sociedad (en el sentido Weberiano de un orden
racional-legal) en tanto autosuperación de la competencia técnica. Así, el especialista es
requerido para decidir entre unas opciones que comprometen valores fundamentales de
la existencia de terceros para arbitrar frente al conflicto o las contingencias. “Se trata de
un mandato otorgado a especialistas, quienes ejercen el monopolio de las evaluaciones
significativas en sus respectivos dominios, y tiene como consecuencias la
burocratización, el desencantamiento del mundo y la desposesión del vulgo de toda
autonomía de decisión.” (Castel, 2009: 117)

Frente al ejercicio de esta función, existe coincidencia en que el trabajo en los sistemas
de administración de la justicia se encuentra estrechamente vinculado al ejercicio del
control social y el disciplinamiento (Del Aglio, 2004; Guemureman, 2010; Caminito,
2012; Almada, 2019 entre otros). El debate presenta una centralidad que merece
diferenciar las controversias éticas (sin duda central y clara) de las teóricas y las
instrumentales en los procesos de intervención social forense. Cada esfera requiere
perspectivas y análisis diferentes.

3. Familia, trabajo social y control social

El análisis de la vinculación entre control social y trabajo social puede remontarse a


los desarrollos de Donzelot en “La policía de las familias” (1979) donde describe el

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proceso de producción de la familia moderna (focalizando en la familia de los siglos
XVIII y XIX), con sus valores y pautas culturales, alrededor del cual se irradia la
normalización o normatización social y la moralización de las relaciones sociales por
medio del ahorro, la educación y el formateo en una única sexualidad válida. Todos
espacios de actuación del trabajo social, con innumerables ejemplos de prácticas
profesionales disciplinantes y moralizadoras, centradas en la vigilancia y el control. El
autor (p.119) expresa su mirada crítica hacia nuestra práctica profesional en los sistemas
de administración de la justicia, afirmando: “El informe social se parece más a un
proceso-verbal de investigación de gendarmería que a esa sutil puesta en escena de la
historia y de los problemas de una familia que puede elaborar una asistente social
moderna”, una descripción posible para muchos informes periciales en la Argentina de
principios del siglo XX anclados en el higienismo vernáculo para quienes los niños y
niñas en situación de abandono, riesgo material o moral, víctimas de violencia o parte
de malas familias (no adecuadas al modelo médico legal), eran considerados en
situación irregular y objeto de la tutela del Estado. Con una estrategia positivista
(psicoanálisis freudiano de por medio) se instalan dispositivos institucionales con el
objetivo de lograr el control social de la pobreza.

Hoy es necesario establecer nuevas coordenadas conceptuales para el análisis, para lo


cual se proponen otras miradas, re significando la controversia y encuadrando la
práctica pericial como proceso de intervención social fundado, desarrollado en un
campo institucional particular, altamente burocratizado y complejo, y que pone en
tensión la actuación de operadores jurídicos y no jurídicos con la pretensión de una
evaluación socio familiar que debe realizarse de la mejor manera, en el menor de los
tiempos posibles y con un máximo de efectividad procesal.

Pensemos ahora en el Programa Institucional de la Modernidad, inscripto en el trabajo


ejercido sobre los otros -educar, formar, cuidar, entretener, comunicar- allí es donde se
materializa el intento de combinar la socialización del individuo y simultáneamente la
formación de un sujeto en torno a valores universales, articulando su integración social
y la integración sistémica de la sociedad. (Dubet, 2006) El autor ejemplifica el modelo
familiar/industrial/obrero suponiendo una institución diurna de trabajo con jóvenes en
conflicto con la ley penal donde todo dispositivo de intervención que busque
resocializar a esos jóvenes, que pretenda colaborar en la emergencia en ellos una nueva

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subjetividad, estará asociado a proyecto de tratamiento, de liberación y no de control
social, aunque resulte imposible diferenciarlos: “había que hacer de ese joven iracundo
con chaqueta de cuero negro un obrero y del obrero un militante sindical” poniendo de
relieve que es el contenido ético del control social ejercido lo que merece nuestra
atención. Aceptando que lo ejercemos, debemos debatir profundamente los contenidos
éticos orientadores. Sobre ellos tenemos autonomía profesional y un código
deontológico donde apoyarnos. La crisis institucional es intrínseca a las contradicciones
de la modernidad y sus efectos pueden habilitar figuras institucionales más
democráticas, diversificadas y humanas. Podría ejercerse un control social hacia
modelos más democráticos, más igualitarios, no binarios y justos, por ejemplo.

4. Trabajar sobre los otros: control social y socialización

En la teoría sociológica el control social estuvo ligado desde sus orígenes con la
idea de la organización social, la autorregulación de los sistemas sociales en pos de
lograr el orden social. De alguna manera, no habría posibilidad de alcanzar la vida en
sociedad, en el marco de lo que podríamos llamar una sana convivencia sin el desarrollo
de prácticas de control social productoras del orden social. Incluso sin atribuirle al
concepto alcances punitivos, todo grupo social, en tanto productor de normas propias de
funcionamiento, establece consignas morales acerca de lo permitido y lo prohibido, y
por ende producirá mecanismos de control social (educativos, consensuados y/o
coercitivos) para la perpetuación y el mantenimiento del orden social alcanzado.

Oliver Olmo (2005) se refiere al Control Social como un concepto incierto,


atrapalotodo, un concepto comodín en la Sociología, más preocupada por aplicarlo que
por definirlo. Explica que el concepto, ya utilizado por Spencer, aparece finalizando el
siglo XIX, crece con la sociología de Durkheim y cobra relevancia teórica a principios
del siglo XX llegando a ser considerado un concepto central en la teoría social,
preocupada por los efectos desintegradores del orden social que provocaba la expansión
del capitalismo industrial y el desarrollo del imperialismo. Al proponer la renovada
noción de control social consensual, Janowitz (1995) señala que semejante
preocupación sociológica y política seguía el camino de la primera sociología de
Auguste Comte: analizar los efectos de la industrialización en el orden moral de la

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sociedad. El autor afirma que el concepto de control social es historiográficamente
amorfo, evidente cuando vemos más atrás de los modelos modernos de sociedad de
clases y sobrepasamos el paradigma democrático liberal que domina el campo de las
ideologías políticas en la modernidad tardía. El concepto de control social, en sus
alcances más básicos hace referencia a la “capacidad de la sociedad de regularse a sí
misma, acorde con los principios y valores deseados”. El interaccionismo simbólico
abordó el tema del control social y las relaciones interpersonales, y mediando el siglo
XX las primeras teorías que analizaban el control social y la desorganización social en
el marco de la Escuela de Chicago cedieron el paso a las teorías funcionalistas
norteamericanas de Parsons y Merton, y a la Teoría de Sistemas de Luhmann. Siguieron
perspectivas alternativas como la Teoría de la desviación social de Sutherland, de la
reacción social y el etiquetamiento de Lemert, Matza y Goffman, y luego posiciones
provenientes de la criminología crítica marxista y las teorías conflictuales, pasando por
el revisionismo radical de Michel Foucault.

Por otra parte, Pitch (2016) nos ilustra en la relación entre el problema del orden social
y el control social, sea que se obtienen espontáneamente (en modo no coercitivo) o bien
por la cohesión ética y los modos de organización social, considerando que “el
problema del orden como problema de control implica desplazar el acento de los
mecanismos de regulación de hacia los procesos de intervención.” Si consideramos una
de las acepciones de Control Social ligada a procesos de “producción de consenso”,
entonces toda interacción social involucra funciones de control social ya que se basa en
y tiende a reforzar y reproducir aquello que hace posible la interacción misma: “el
universo de significados compartido”. Esta extensión de producción de consenso, no
excluye la coerción al consenso ni la represión al disenso. Si la idea de consenso nos
acerca a las ideas de orden y organización, de acuerdos y convivencia, la idea de
represión “acentúa la heterogeneidad, la excentricidad y el antagonismo de fuentes,
lógica y objetivos del control respecto a los actores y los grupos” (Pitch, 1988: 4).
Señala cómo está posición represiva ancla en las valencias destructivas más que en las
creativas, y se ejercita sobre algo preexistente y portador de un sentido percibido como
antagónico y amenazador que justifica la actividad represiva. El Control Social deriva
de una autoridad pública y de alguna manera representa los modos de regulación y
producción del orden social.

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Desde la óptica estructural-funcionalista se trata de un sistema configurador del orden
social que actúa en el doble sentido de la promoción de la socialización de los
ciudadanos y de la actuación sancionadora contra las desviaciones, opera a través de
instituciones sociales muy variadas (de naturaleza primaria, como la escuela, la familia
o la comunidad, y de naturaleza secundaria, como la opinión pública, los tribunales, la
policía o las cárceles), y con variados subsistemas de control. (Olmo, 2005)

En palabras Pegoraro (2001, p. 355) son “las estrategias tendientes a naturalizar y


normalizar un determinado orden social construido por las fuerzas sociales
dominantes”. Un marco más amplio para pensar las prácticas profesionales permitiendo
la diferenciación con las prácticas activas que sostienen un modelo hegemónico
definido desde los sectores de poder.

5. Una vuelta a las prácticas forenses

Este acercamiento entre control social e interacción social nos permite nuevas
lecturas de las prácticas de vigilancia y control implementadas por el Trabajo Social y
sus intervenciones en términos de socialización y acceso a la ciudadanía.

Influenciado por las corrientes críticas de pensamientos que ligaban el concepto de


control social con los procesos de definición, prevención y respuestas ante la
desviación, también en el trabajo social existió una fuerte oposición a que se ejecuten
acciones de control. Una consigna difícil de cumplir en los procesos de intervención
social en los sistemas de administración de justicia, aunque no solo en ellos. En tal
caso, podría afirmarse que es en el ámbito judicial donde el debate sobre el control
social aparece con mayor centralidad, a pesar de estar presente en todos los ámbitos de
trabajo profesional.

Para una profesión ligada a procesos de intervención social, el problema de la


direccionalidad nos liga con el control social. O bien ejercemos prácticas coercitivas (a
través de un informe pericial del cual resulta una internación de un niño o adolescente
por encontrarse en situación de vulnerabilidad) o bien ejercemos prácticas educativas (a
través de la organización de un grupo social determinado que se orienta hacia la
búsqueda del cumplimiento efectivo de los derechos de los niños/as y adolescentes). En
cualquiera de los casos las prácticas pueden estar asimiladas a control social.

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Iluminemos ahora el análisis incorporando las “Visiones del Control Social” de Stanley
Cohen (1985), trabajador social de formación, sociólogo, criminólogo y defensor de
derechos humanos. Considerado uno de los más influyentes criminólogos críticos de
habla inglesa, ejerció su primera profesión hasta doctorarse y dedicarse a la enseñanza
de la sociología en universidades Británicas. Define el control social como “un conjunto
de formas organizadas por medio de las cuales una sociedad da respuesta a conductas de
grupos sociales y aún de individuos a los que se califica como desviados, preocupantes,
amenazadores, delincuentes, indeseables, etc. y a los que se trata de inducir a la
conformidad con el orden social” (ps.15-22). Explicita la existencia de mecanismos de
control social en el aparato coercitivo del Estado y también señala su existencia en toda
Política Social, sea por la cooptación o por la neutralización de las formas
contestatarias, la desmoralización, la exclusión, el encierro y el aniquilamiento;
“también utilizan el tratamiento, la judicialización, la prevención, la resocialización, la
reforma, la medicalización, la justicia, la represión, la educación, medidas todas estas
que se suponen destinadas a la Defensa Social”. Señala la superficialidad del concepto
control social y plantea una pauta comprensiva para trabajadores/as sociales, pero no
sólo para ellos. Afirma que todos estamos involucrados en prácticas de control social,
en cuanto participamos de procesos de socialización primaria y secundaria. Diferencia
entre control social reactivo (represivo) y control social proactivo, donde incluye a la
familia, la educación, los amigos y todos aquellos que participamos en la producción de
conformidad, de comportamientos aceptados socialmente, así como de aquellas
reacciones organizadas frente a la desviación. Esta categorización resulta esclarecedora
para las prácticas profesionales que suelen asociar el control social a su acepción
reactiva o represiva y dejan de lado las tareas de prevención, organización, promoción y
educación llevadas a cabo.

6. A modo de cierre, algunas recomendaciones instrumentales.

La familia representa un ámbito de trabajo cotidiano en los procesos de intervención


en perspectiva socio jurídica que desplegamos los trabajadores sociales. En cualquiera
de los fueros que se considere: civil, penal, comercial, laboral, familiar, seguridad
social, etc., se requiere de información acerca de las condiciones sociales y familiares

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respecto de la/s conducta/s y situaciones que se estén investigando/evaluando. La
práctica forense es ante todo una evaluación, demanda una descripción de situaciones,
narración de historias, subjetividades interactuando, trayectorias y sufrimientos que se
ponen en juego cuando hay un conflicto a dirimir, cuando existe un desacuerdo a
resolver. Lo común en los desacuerdos que llegan a los tribunales es el elevado monto
de sufrimiento de quienes participan del proceso. Cuando hablamos de conflictos
hablamos de sufrimiento, y los padecimientos subjetivos dejan marcas, señales, heridas
constituyentes de quienes somos.

En tanto las prácticas sociales nos constituyen como sujetos, y de todas ellas, las
prácticas jurídicas son las más potentes (Foucault, 1996), toda práctica forense incide en
la vida de sujetos y posee por ende un fundamento ético.

El rechazo a ejercer control social representa una decisión ética y resulta central en
todas aquellas profesiones que operan sobre “los otros” (maestros, enfermeros,
profesores, entretenedores, comunicadores, psicólogos, abogados etc.), aquellos que
intervenimos en los procesos de socialización, de co-construcción de subjetividades que
moldean y disciplinan un determinado sujeto histórico.

Las disciplinas que participan en la socialización de los sujetos portan un ethos


profesional al que se recurre en toda valoración de situaciones. Dubet nos invita a
valernos de la crisis en provecho de las instituciones, para que los nuevos modos de
socialización funcionen de acuerdo con los ideales de la razón y la democracia. Referido
al trabajo social, dirá que, centrados en compatibilizar la libertad de los sujetos y la
igualdad entre los miembros de una sociedad aún no reconocemos la ruptura entre
control social y la promoción del sujeto.

Puestos a transitar un ethos profesional para el Trabajo Social Forense, seguramente


todos acordamos que el mandato ético que debe orientarnos al momento de fundar
nuestra intervención, es la búsqueda de la autonomía y la emancipación de las personas
con las que trabajamos, el goce efectivo de los derechos, la disminución del sufrimiento
por acompañamiento cuando no haya otro modo de reparar aquello que lo ocasionó, el
aprendizaje ante la adversidad, la justicia social y los Derechos Humanos.

Ese reconocimiento ético y político de la intervención social no nos exime del ejercicio
del control social, simplemente lo ejercemos claramente, fundado en el convencimiento

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y la valoración del horizonte ético, reconociendo que toda nuestra intervención estará
condicionada por esta expresa carga valorativa.

No se trata de evitar ejercer el control social, innato a toda profesión que opera sobre los
otros, sino de poner en debate cuáles son los contenidos valorativos que orientan esa
intervención particular. Buscamos que las personas con las que trabajamos resuelvan
favorablemente una controversia, disminuyan el padecimiento, diriman un conflicto con
autonomía y salgan de él con la menor carga y daño posible. No siempre logramos este
propósito, ni tenemos certeza sobre cuáles son las consecuencias reales de la
intervención realizada sobre una familia, pero sí conocemos la gravedad de los
conflictos sociales que arriban a los estrados judiciales y el fuerte impacto subjetivo
para aquellos que transitan un proceso judicial.

En tanto ejercemos poder institucional sobre otros, ejercemos control social, pero
también participamos en la construcción de una subjetividad superadora respecto a la
que inició la vinculación. Participamos de un proceso intersubjetivo de socialización
que incide en la subjetividad del otro y en la propia, en valores. En tanto relación
interpersonal seguramente significativa, se incide sobre las particularidades relacionales
de las familias, en sus modos de ser (modos de ver, comprender, pensar y sentir la
propia cotidianeidad, y por ende en los modos de comportamiento). Eso es ejercer
control social. Lo sancionable éticamente es ejercerlo pretendiendo individuos, no
sujetos; ejercerlo para promover el individualismo, el consumismo, la dependencia y
cualquier modo de anestesia frente a la realidad social.

La intervención forense o intervención en perspectiva socio jurídica, se funda en el


debate ético ya enunciado, en la adhesión a teorías referidas a la materia que se trate, a
la temática o problemática compleja que se está abordando, a la ley que encuadre
normativamente nuestra intervención y a los dispositivos institucionales desde donde se
opera, y será la combinación que se logre de estas dimensiones lo que permita vincular
la labor pericial con un determinado contenido de control social, que estará presente en
toda intervención que realicemos incidiendo en la subjetividad de los otros, y por ende,
en la nuestra también.

Para finalizar, resta enunciar que ser agente de control social y agente activo en la
exigibilidad de derechos no necesariamente son posiciones antagónicas, y en la práctica

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forense se comprueba cotidianamente que pueden convivir, y de hecho conviven:
señalan que el cambio normativo no garantiza cambio en las prácticas, las que continúan
atravesadas por situaciones concretas, conflictos, moralidades y procesos intersubjetivos
desplegados en particulares dispositivos institucionales.

Es necesario abandonar el cuestionamiento sobre control social en abstracto para


analizar y comprender los contenidos que orientan el trabajo sobre los otros y el
horizonte ético que lo sustenta. Este cambio en la perspectiva sin duda tendrá incidencia
en el aspecto instrumental de la intervención, modificando los contenidos a trabajar en
las entrevistas y los que se informan en los dictámenes; siempre guiados por la
intención de acercar la Justicia al justiciable.

7. Referencias Bibliográficas
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Adolescentes en conflicto con la Ley Penal. Área Jurídica Criminológica. Colegio
de Trabajo Social de Córdoba.
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López Beltrán, A. (2001). Memorias de la Primera y Segunda Conferencia de Trabajo
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Tribunal General de Justicia.
Caminito, J. (2012) Aproximaciones al campo del Trabajo Social Forense. Los
territorios institucionales como campos de acción y creación de sentidos. En
Trabajo Social Forense, Balance y perspectivas. Vol I. Ponce de Leon y Krmpotic
Buenos Aires. Editorial Espacio
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Dell Áglio, M. (2004) La práctica del Perito Trabajador Social. Una propuesta
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Dubet, F. (2006) El declive de la institución. Profesiones, sujetos e individuos ante la
reforma del Estado. Barcelona: Gedisa editorial.
Foucault, M. (1996). La verdad y las formas jurídicas. Barcelona: Gedisa

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Guemureman, S. (2010) La cartografía moral de las prácticas judiciales en los
Tribunales de Menores. Los Tribunales Orales en la Ciudad de Buenos Aires.
Buenos Aires: Ediciones del Puerto SRL.
Janowitz, M. (1995) Teoría Social y Control Social. American Journal of Sociology.
Vol 81, 1. Universidad de Chicago. (1991). Publicado en Delito y Sociedad.
Revista de Ciencias Sociales, N°6/7 (Traducción: Juan Pegoraro. revisión de
Máximo Sozzo)
Krmpotic, C. y Ponce de León, A. (2017) Trabajo Social e intervención socio jurídica
en Argentina. En Amaro, S. y C. Krmpotic (Comps.) Diccionario Internacional de
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Olmo, O. P. (2005). El concepto de control social en la historia social: estructuración
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http://www.pensamientopenal.com.ar/system/files/2014/12/doctrina35042.pdf
Pegoraro, J. (2001). Inseguridad y violencia en el marco del control social. En Revista
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