El Misterio Detras de La Mascada
El Misterio Detras de La Mascada
El Misterio Detras de La Mascada
CAPÍTULO 1:
Una mañana inusual
Lima. 1730.
El sol lanza sus primeros rayos e ilumina las calles de Lima colonial. Sería mentir que fueron
estos esbozos de luz los que despertaron a los vecinos de la calle Mascarón del Prado. Ese
honor se lo llevan los desgarradores gritos de doña Ángela, que salía temprano al mercado,
con su enorme canasta de panes recién preparados. Aquellos gritos alertaron a toda la cuadra
y llamaron la atención de muchas miradas curiosas que asomaron la cabeza por la ventana,
percatándose al instante de la gravedad del asunto. A los pocos minutos, un gran grupo de
personas, invadidas por la curiosidad, se encontraban reunidas en medio de la calle. A cada
momento se acercaban más y más personas. Se oyen murmullos sobre lo ocurrido y nadie
daba una sola respuesta concreta. Al lugar asistió el Cuerpo de Gendarmería a realizar las
diligencias correspondientes. Disuadieron a la mayoría de curiosos y lograron marcar un
perímetro alrededor de lo que ahora se divisaba como el cuerpo desnudo y sin vida de una
mujer, echado en plena calle en decúbito lateral.
No tardaron en llegar los reporteros a registrar los hechos desde el perímetro y haciendo las
preguntas a los oficiales, que sabían tanto como ellos. El oficial a cargo de esta diligencia fue
Enrique de Guzman Escobedo, recién ascendido de su posición de cabo por resolver el caso
del famoso acechador que, a altas horas de la noche, emboscada a mujeres solitarias que
merodeaban la zona y, fuera de quitarles las pertenencias, le cortaba la enorme melena que
recorría toda la espalda y de la que presumían con orgullo. Astuto y perspicaz, aunque
sensible por momentos, aquellos en los que deja la máscara del tosco gendarme corpulento y
de 1 metro y 87 centímetros. Dicha sensibilidad se muestra con las mujeres, dejando de lado
la voz parecida a la de un trueno al dirigirse a cualquier dama con la que entable una
conversación. De hecho, esto fue lo que lo motivó a seguir el caso del cortador de mechones.
Lleva en mente siempre a las 3 mujeres de su vida: su madre y sus 2 hermanas.
El oficial Enrique observó al cuerpo desde una distancia bastante prudente, y en lo que
esperan al fiscal de turno para el levantamiento correspondiente, decide ir a preguntar a los
vecinos del lugar. Eludió las preguntas de los tercos periodistas que se atravesaban por su
firme andar con la esperanza de conseguir la primicia que llenaría las portadas de los
periódicos por toda esta semana. Al salir del perímetro, fue acompañado por el cabo Sergio
Ordoñez, un soldado que apenas 3 meses de hubo ingresado al Cuerpo de Gendarmería, y
ascendió al participar en la operación que dirigió el ahora oficial Enrique de Guzmán. Dicha
operación hizo que ambos se conocieran y reforzarán los lazos laborales, convirtiéndose en la
mano derecha de de Guzmán. Ambos caminaron sin dirigirse la palabra, pero entendiendo a
la perfección lo que debían hacer. Sergio parece bastante más bajo de lo que realmente es. A
decir verdad, cualquiera se vería bajo si caminas al costado del oficial de Guzmán. Sus 1,75
de estatura y su contextura ligeramente más delgada palidecen ante su superior, pero esto no
lo amilana, por lo que nunca baja la cerviz.
Ambos llegaron hasta la sra. Ángela, que se encontraba siendo atendida en la acera por su
hijo.
–Al parecer tuvo un desmayo –dijo Sergio, –según los testigos, ella fue la que vio los cuerpos
en la mañana.
Enrique se acercó hasta la señora, se agachó y preguntó todo lo sucedido. La señora Ángela,
habiendo ya recuperado el aliento, pero aun con la voz jadeante y entrecortada, exclamó:
–Yo no sé nada, solo salí temprano por la mañana a vender mis panes y la vi.
Enrique notó la voz temblorosa de aquel jovenzuelo, acompañado de sus vibrantes ojos que
evitaban el contacto directo con su mirada. Se preparaba para cuestionar su respuesta con su
voz tan grave que haría recorrer un escalofrío por la espalda del chico que garantizaría la
veracidad de su afirmación. Frunció el ceño, clavó su mirada fijamente en aquel debilucho
adolescente y cuando estaba por cuestionar la actitud del muchacho de una manera poco
refinada, se escuchó de fondo:
Los gendarmes se retiraron de la conversación y se dirigieron hasta donde los llamaron, sin
antes clavar una mirada seria al muchacho, que sutílmente empezaba a agitar su respiración.
–Sin embargo, no tenemos más que sospechas como para retenerlo, –sentenció Enrique con
desdén.
Ambos gendarmes llegaron hasta el cabo Alarcón, quien solicitó la presencia de la pareja.
–Tal vez esto logre dar algunas respuestas, oficial, –mencionó Alarcón, mientras señalaba al
interior de un bote de basura.
–¡Ordoñes, Alarcón, registren ello como material de evidencia! –gritó Enrique con la típica
voz áspera que lo caracteriza.
–¿Algo que comentar, soldado? –vociferó Enrique al momento de llegar hasta Sergio, aunque
no con la típica voz tosca que suele utilizar.
–Opino lo mismo –agregó Enrique, –aunque esas marcas de estrías en los muslos también
podrían ser de una madre joven. Esperemos que sea lo primero.
–Estas marcas son peculiares –acotó Sergio señalando el abdomen de la víctima, –rodea toda
su cintura.
–Como si usará una faja de manera cotidiana –sentenció Enrique, –el abdomen y la espalda
está recubierta de esas marcas bastante pronunciadas.
–Algo que quiero mencionar también, antes que venga el equipo forense –señaló Sergio con
cierta timidez, –es que el cuerpo se encuentra en decúbito lateral, y nadie cae muerto o
desmayado en esa posición.
–No hay sangre alrededor de ella, –interrumpió Enrique, –al menos no la suficiente como
para determinar que murió aquí desangrada. Con esa herida en el pecho, esa sería la única
forma en la que ella pereciera. Parece que se desangró en otro lugar y la trajeron aquí. Eso
tiene sentido del por qué los vecinos no escucharon nada.
–¿En serio crees que ese chico no sabe nada? –consultó Sergio. –No lo digo por él, sino por
las demás personas –respondió Enrique, –son adultos y padres de familia que más que estar
asustados, estaban sorprendidos. Además de que noté todas sus intenciones de aportar en algo
a la investigación con su declaración, por más vaga que sea.
–Tienes razón –asintió Enrique, –quizás el chico se asustó al ver a su mamá desvanecerse, y
aún más cuando dos gendarmes sin mucho tacto social se acercaron a él para preguntarle.
–¿Sabes que te pueden sancionar por eso, verdad? –recriminó Enrique a Sergio.
–Si, pero es que encontré algo interesante –respondió Sergio, –el cuerpo presentaba marcas
en la cadera, marcas de manos grandes, como las de un hombre. Además, parece que no
murió desangrada, sino asfixiada. Eso explicaría el corte bastante superficial en el pecho.
–El desgraciado quiso asesinarla después de intimar con ella, y cuando vio que el corte en el
pecho no fue eficaz, la asfixió. ¿o me equivoco? –concluyó Enrique.
–Es lo más probable –aclaró Sergio, –habría muerto antes de hambre que desangrada con esa
herida. Aún así, la trajo hasta el medio de la calle.
–Quiere decir que quien haya hecho esto es de dinero –agregó Enrique, –nadie podría tener
una movilidad personal como para hacer eso de madrugada.
El cuerpo forense pidió la bolsa grande de tela con la saya negra que tenía Sergio. Pero éste
se resistió a entregarlo, alegando que tenía una diligencia que realizar. Enrique se sorprendió
por esa respuesta, pero confió en su compañero y como oficial a cargo autorizó que aún se
mantenga en su poder por las próximas horas. El cuerpo forense se retiró del lugar con el
cadáver de la víctima. Los gendarmes disuadieron a las personas curiosas que aún se
mantenían alrededor del perímetro.
–Si solo es eso, te espera una terrible sanción por retraso en la investigación.
Ambos procedieron a pie y se retiraron del lugar de los hechos. Caminaron muchas cuadras
hasta llegar al mercado de la ciudad. Se escuchaba el bullicio de la gente que expendía sus
productos, ofrecían esclavos y la servidumbre de los indígenas. Los gendarmes atravesaron
todo el tumulto mercantilista hasta llegar a un puesto donde un sastre cosía un saco de seda
elegante.
–¿A qu… qué debo el gusto? –respondió don Artemio, clavando una mirada incómoda a
Sergio.
–No se preocupe, don Artemio –relajó Sergio, –estamos aquí con mi superior para solicitar
sus servicios.
–Bueno, si ese es el caso –agregó don Artemio, ya con la voz más tranquila, –estoy para
servir.
Sergio saca de la bolsa de tela la saya manchada de sangre, lo que hizo saltar de la sorpresa al
don Artemio.
–¡Ay Dios mío! –jadeó don Artemio, luego alzó la cabeza para observar la penetrante mirada
seria de Enrique que hacía que se ponga más nervioso.
–Tranquilo, don Artemio –mencionó Sergio tratando de calmarlo, –es sobre un caso que
estamos siguiendo con mi superior. Lo único que queremos es que nos digas el tipo de tela de
esta saya.
Enrique tocó el hombro de Sergio y le señaló el exterior del puesto de la sastrería. Sergio
asintió y salieron ambos del local.
–¿Qué estás haciendo? –reprendió Enrique a Sergio con su típica voz grave, –tenemos un
equipo especializado en criminología forense que te pudo haber respondido tu pregunta.
Don Artemio sale de su puesto de trabajo y llama a Sergio. Ambos gendarmes ingresan.
–Y bien, ¿qué es lo que quieren saber? –adelantó don Artemio –quiero dejar bien en claro que
no es mío, jamás realizaría un trabajo así, y si quieren quitar esa mancha de sangre les va a
costar…
–Esta saya es de una mujer que amaneció muerta en medio de la calle –interrumpió Sergio.
–Don Artemio, sé que conoces a quien usó esta saya. Dinos todo lo que sabes para poder
resolver este caso.
–Te juro por mi santa madre que no se de quien es esta saya –suplicó don Artemio, hubo un
breve silencio incómodo hasta que cogió aire y siguió con la voz algo quebrada, –Bueno,
podría preguntar a algunos conocidos. Lo que sí les puedo decir es que esta saya perteneció a
una tapada.
–Es lo más probable –prosiguió don Artemio, –este tipo de tela son las que usan ellas.
–Lo sabía –murmuró Sergio, mientras recogía la saya y lo devolvía a la bolsa de tela,
–muchas gracias por tu ayuda don Artemio, volveremos si tiene más información al respecto.
Las tapadas
A partir del siglo XVI surge en la sociedad limeña de aquellos tiempos la costumbre, entre las
mujeres de la época, de cubrirse de cuerpo entero con un manto dejando al descubierto solo
un ojo, con el que mantenían el misterio acerca de su verdadera identidad. De esta costumbre
también fueron partícipes mujeres de distintas clases sociales, empezando desde la
servidumbre de alguna familia acomodada hasta marquesas de gran opulencia que
aprovechando el anonimato del traje para ver desde otra perspectiva la sociedad en la que
vivían.
Las tapadas limeñas solían vestir una falda larga y voluminosa conocida como saya la cual
aseguraban con un cinturón que se ceñía a su cintura marcando la figura femenina, asimismo
en la parte superior se cubrían con un manto usualmente de seda que subía desde la cintura
hasta la cabeza cubriendo el rostro de las féminas. Las damas utilizaban éstas prendas con la
intención de mantener el anonimato, las hacía sentirse libres en una época de represión donde
las mujeres no gozaban de todos los beneficios que más adelante surgirían.
Esto era visto como un escape para las mujeres ya que al estar ataviadas en ese vestuario
podían darse el lujo de asistir libremente a distintos eventos, Pueden ir por las calles solas y
ser confundidas con todas las otras mujeres vestidas de tapadas , incluso mujeres casadas que
sin miedo alguno podía encontrarse con su esposo por las calles y no ser reconocidas, pero al
final ellas podían permitirse todas estas aventuras según su voluntad y sin tener que quitarse
el velo y volver a su hogar sin la mínima sospecha de lo que pasó en el día.
Esta costumbre adoptada por algunas mujeres causaba gran curiosidad en los caballeros,
donde muchas veces no solo los de baja categoría cedían al encanto de aquellas mujeres, sino
incluso nobles se veían inmersos en este “juego” de misterio, algunas tapadas estaban
siempre aprovechando esto para coquetear e incluso que los hombres le ofrecen helados,
frutas, galletas y otras cosas. Se dio más de una vez el caso de que un galán cortejó a una
belleza que no era real ya que algunas mujeres llegaban a utilizar caderas falsas para realzar
sus atractivos y los caballeros al descubrir esto se sentían decepcionados por que lo más
resaltante de las damas era su figura excepcional.
Los más conservadores de la época entre hombres y mujeres rechazaban esta práctica,
considerándolo más de libertinaje que libertario, las autoridades civiles y religiosas intentaron
una y otra vez, sin ningún éxito, incluso se pensó en castigos como que En consecuencia, las
que se saltaran su disposición serían castigadas de acuerdo con su estamento social. Las
nobles perderían el manto con el que se cubrían y pasarían diez días en la cárcel. En el caso
de las plebeyas, el período de reclusión sería de un mes, pero ni con eso se logró suprimir
aquella práctica que siguió por muchos años en adelante.
En la capital era usual ver a las damas vestidas de tapadas, con la enorme saya que las
caracterizaba, la vida en la lima de esos tiempos era tan diferente a la que conocemos
actualmente. Tan pronto alguna de las damas se vestía con aquellas prendas no la reconocía
nadie, ni el esposo celoso ni el padre o los hermanos protectores. Tal es así como el caso de
Eva, aquella dama de esbelta figura que rondaba los 15 abriles, ella era la hija del aristócrata
limeño Raúl Sotelo Granados, Eva se sentía que ahogada en la sobreprotección de su padre y
hermano, solo se entusiasmaba cada vez que escuchaba a su cuidadora Rosenda, que por las
historias que le contaba, logró cautivar la atención de la joven incentivando aún más las ganas
de conocer por ella misma el mundo que le rodeaba.
Eva solía pasar el rato en casa con su madre y prima, estaba acostumbrada a pasar tardes
enteras en actividades triviales como bordar, aprender música y realizar una que otra
actividad de cocina, pero Eva se sentía aburrida de tanta calma que la rodeaba , a diferencia
de su hermano Esteban que usualmente salía a las afueras de su casa y disfrutaba de
actividades recreativas que ella no podía realizar, si en verdad de vez en cuando podía ir
acompañada de su madre a comprar telas para algún traje que deseaba que se le confeccione,
ella no podía gozar de tal libertad, el poder salir ella sola a caminar por los mercados,
apreciar las actividades que desempeñaban muchos de los trabajadores , los cuales le parecían
interesantes, o incluso el asistir a algunas manifestaciones de las que se corría la voz por toda
la ciudad, ella no podía ser participe de nada de eso, pero pronto encontró una luz de
esperanza a su situación.
Rosenda era una mujer de unos 27 años, llevaba trabajando desde que tenía 20 en la casa de
la familia Sotelo, desde que entró a trabajar ella fue la encargada de cuidar a Eva, vio casi
todo su proceso de convertirse de niña a mujer, le tenía un gran aprecio y en ocasiones era
incluso su confidente. Rosenda ha sido testigo de cómo Eva ha pasado casi toda su vida en
casa, donde solo salía con su madre Doña Carmina, los últimos días Eva ha estado aún más
descontenta con esta situación ya que se anunciaba la llegada de unos actores españoles
presentando una nueva obra, ella nunca ha ido a una actividad como esa ya que su padre y
hermano al ser tan conservadores no le permiten ir a ese tipo de espectáculos por considerarlo
de baja categoría.
—Ay Rosenda, como quisiera poder apreciar el teatro que se presentará hoy en la noche
en la plaza, pero sé que eso es imposible —dijo Eva lamentándose.
—Lo sé Evita, pero ¿en verdad tienes muchas ganas de ir a ese teatro? —preguntó
Rosenda sin quitarle la mirada a Eva.
—En verdad que sí, haría lo que sea, pero no sé cómo —respondió Eva casi resignada.
—Pues creo que en esta ocasión podré ayudarte niña —diciendo esto Rosenda atrajo la
atención de Eva— solo escúchame atentamente y lograremos que vayas a ese bendito
teatro.
—Lo que tu digas Rosenda —contestó animosa Eva con los ojos brillantes.
Rosenda había escuchado casi toda la semana los lamentos de Eva, rogando a Don Raúl para
que la deje ir al espectáculo de teatro y solo había recibido por respuesta la negativa de su
padre. Por el gran cariño que le tenía a Eva, Rosenda decidió ayudarla pues como toda niña
de su edad tenía curiosidad así que empezó a contarle lo que harían, aprovecharían que Don
Raúl había anunciado que se iba a provincia por un viaje de negocios y que Doña Carmina
suele dormir temprano los domingos para poder asistir al teatro que tanto deseaba Eva.
—Pareciera que el destino está a mi favor con este viaje de mi padre, pero me preocupa
que me reconozcan cuando salgo Rosenda, eso sí me crearía un gran problema con mis
padres y sobre todo con Esteban, sabes lo controlador que es—dijo un poco dudosa.
—Por eso no te preocupes niña, que ya pensé en todo —bajando la mirada hacia su bolso
y sacando una especie de tela oscura— con esto nadie nos podrá reconocer.
Rosenda sacó de su bolso una saya y una manta negra y se las mostró a Eva, esta ya había
visto esta vestimenta alguna vez cuando fue a comprar telas con su madre para en vestido que
deseaba, esa vestimenta constaba de una falda larga hasta los tobillos que se ajustaba a la
atura de la cintura marcando la figura femenina descaradamente, en la parte superior se usaba
una manta que cubría casi todo el torso de las mujeres dejando solo al descubierto un ojo, esta
vestimenta le llamaba mucho la atención por el misterio de quiénes estarían detrás de esto,
pero nunca se imaginó que ella misma estaría ataviada con tales prendas.
—Estas prendas son hermosas en verdad —dijo Eva apreciando con cuidado y
delicadeza la manta y la saya— solo espero que mi padre nunca se entere de lo que
haremos.
Ya había escuchado Eva ciertos comentarios sobre aquellas mujeres conocidas como tapadas,
que vestían con estas prendas, según su padre debían ser mujeres de baja categoría que solo
buscaban provocar y encandilar a algún incauto para sabe dios qué cosas, incluso las tildaba
de promiscuas, le parecía gracioso lo que pensaría su padre su padre si la viera.
—Bueno niña mejor cámbiate pronto, ya los demás criados se fueron a sus casas y tu
madre está en su recamara, te espero en la puerta de la cocina para irnos antes de que
empiece el teatro —dijo Rosenda con tono presuroso.
—Sí sí Rosenda, en cinco minutos salgo — dijo Eva y fue corriendo a su cuarto.
Ambas salieron por la puerta trasera de la cocina, ambas con la vestimenta que habían
planeado y para su suerte nadie se percato de donde salieron, apenas pisaron la calle se vieron
en la mira de todos, entre hombres y mujeres ya que, a pesar de no mostrar sus rostros, sus
figuras esbeltas y delicadas llamaban la atención.
Eva pudo observar por fin como era la vida nocturna por las calles limeñas, ocultándose tras
el manto veía a gran cantidad de tapadas que al igual que ellas, atraían la atención de cuanto
caballero se cruzase por su camino, estas caminaban balanceando las caderas de un lado a
otro con absoluta seguridad sabiéndose misteriosas. Eva siguió ese ejemplo y al igual que
Rosenda caminó de forma coqueta observando a los muchachos que le hacían reverencia con
el sombrero y que ella respondía con una mirada fugaz pero penetrante. Por fin a pocas
cuadras de la plaza donde se llevaría a cabo la presentación teatral, Eva observó cómo los
comerciantes ofrecían sus productos a los transeúntes, incluso había familias completas con
niños que corrían impacientes para poder apreciar el espectáculo. Eva pensaba en cómo le
hubiera gustado haber ido cuando era niña a estos teatros callejeros acompañada de su
hermano y sus padres, de tener más momentos en familia que solo a la hora de las comidas,
tal vez así tendría mejores recuerdos de su infancia.
Eva salió de sus pensamientos por la persona que escuchaba por los altavoces que daba señal
de que el espectáculo empezaría pronto.
—Damas y caballeros, acérquense y sean todos partícipes del teatro que solo por hoy
será gratuito, solo esperamos su humilde colaboración y disfruten del show —dijo el
hombre de voz gruesa haciendo que pronto las personas formaran un círculo alrededor.
Así transcurrió aquella noche junto a Rosenda, donde las risas salían a borbotones y la música
y el buen ánimo no faltaba, Eva pudo apreciar por fin este espectáculo que tanto deseaba y se
divirtió como nunca antes lo había hecho, le pareció incluso demasiado pronto el fin de este,
si fuera por ella, alegremente se quedaría más tiempo apreciando todo ello, pero pronto se
despidieron los actores y el grupo de personas de fue esparciendo dando por terminado el
teatro.
—¿Qué te pareció? ¿Disfrutaste el show niña? —le preguntó Rosenda.
—Fue grandioso Rosenda, nunca me divertí tanto —respondió Eva con la sonrisa de
oreja a oreja— gracias por traerme, espero se pueda repetir.
—Ya lo veremos niña, esperemos que pronto Don Raul tenga otro viaje —dijo
Rosenda soltando una carcajada— ahora es mejor darnos prisa y llegar pronto.
Rosenda y Eva caminaron calle arriba, siempre prestando cubrir bien su rostro mientras
observaban a la gente pasar, Eva vio como otra tapada conversaba amenamente con un
caballero que le regalaba dulces, también observó a una tapada un poco más a la que ella y
que se dirigía por una calle poco alumbrada y vio como desaparecía entre las sombras,
pensando en qué misterios más ocultarían estas prendas que ella misma llevaba.
Pronto Rosenda y Eva se encontraban en la puerta trasera de la casa, ingresaron vigilando que
nadie se percate y sin hacer ruidos, ya adentro por fin pudieron deshacerse del manto.
—Esto es lo más emocionante que nunca he hecho Rosenda —dijo Eva entre susurros.
—Si lo sé niña, recuerde que mañana regresa Don Raúl con el joven Esteban y
desayunaran muy temprano de seguro —dijo Rosenda acercándose a Eva— que
descanse.
—Tienes razón Rosenda, tú también descansa —dijo Eva despidiéndose con un
abrazo.
Así las dos se fueron a descansar después de una tarde llena de risas y experiencias nuevas,
pero a su vez cansadas.
Al día siguiente tal como lo dijo Rosenda, muy temprano llegó Don Raúl y el joven Esteban,
pero no tenían muy buen humor, Eva aún dormía, pero pronto Rosenda entró a su cuarto para
despertarla.
—Niña, despierta, Don Raúl llegó y está esperando para que desayunen — dijo
Rosenda acercándole a Eva el vestido que se pondría— aquí le dejo su vestido niña,
baje pronto.
—Gracias Rosenda, me cambio y bajo enseguida —dijo aun soñolienta Eva.
Eva abrió los ojos con sorpresa, y lanzó una mirada a Rosenda que también se sorprendió por
aquella noticia, Eva se quedó pensando en quién sería aquella mujer a la que encontraron
muerta, solo esperaba que el oficial encuentre pronto al culpable. Eva se preguntaba ¿quién
sería la persona que llevaría a cabo un acto tan vil como matar a alguien?, ¿con qué objetivo?,
muchas dudas rondaban los pensamientos de Eva, pero en el fondo sabía que este hecho solo
haría que su padre se vuelva más estricto con ella, y seguramente la aventura que había
vivido anoche con Rosenda nunca más se volvería a repetir.
El silencios de las que no tienen rostro
“La “tapada” limeña no era sólo una mujer maliciosa, juguetona y coqueta. Su chal no era
una moda sino la bandera de su rebelión contra la estereotipada imagen de las mujeres
madonnas religiosas. La “tapada”
resistió con la egoísta independencia de un verdadero don Juan, las constantes presiones de
esposos, sacerdotes, obispos y virreyes para que abandonase el chal y vistiese con modestia y
sencillez.
Esta imprudencia e independencia de espíritu, más que los sensuales contornos de su cuerpo
realizados por el chal, cautivaron la imaginación y el corazón de muchos e hicieron de la
tapada una heroína popular del Perú
colonial.
Esta costumbre de libertades trajo consigo muchas consecuencias y el más polémico y sin
algún éxito fue el de la iglesia que por más de tres siglos de historia intentaron prohibir esta
costumbre, llegando incluso a la excomunión.
Las tapadas limeñas estaban tan cómodas y conformes con esta práctica que se indignaron y
pidieron continuamente a sus maridos que protestasen contra estos intentos de prohibición.
Pero no, no fue la iglesia con quién acabó con esta costumbre, si no las modas francesas e
inglesas que cada vez atraían más a las mujeres limeñas, hasta el punto de que a mediados del
siglo XIX sólo las mujeres de clases bajas se cubrían.
En la ciudad limeña si bien algo era cierto es que habría una descripción indirecta de la
ciudad en una época en la que las tapadas se podían encontrar en contextos de prostitución e
inclusive había hombres que utilizaban el traje de las tapadas para evitar ser reconocidos e ir
a fiestas homosexuales y de travestismo.
- Rosenda creció en una hacienda muy importante y de la más alta alcurnia, su madre
Victoria Valdivieso y su padre Fernando Seminario fueron hacendados muy
importantes de aquellas épocas, pero la envidia y la tradición de sus propios
empleados llevó a la ruina a la Hacienda Seminario Valdivieso incluso produciéndoles
la muerte, sin embargo un amigo e hijo de un empleado de la hacienda era Artemio
Martínez (el sastre) quién para ese tiempo tenía la edad de Rosenda quien se dió
cuenta de todas las maldades que hicieron con ella. La vida fue muy dura con ella, le
despojaron de absolutamente todo lo que sus padres habían conseguido con mucho
esfuerzo y sudor, ella siendo apenas una criatura que podía sobrevivir aprendió a
trabajar a muy temprana edad valiéndose por sí misma, pero en el transcurso de los
años fue victima del bullying, violencia física y psicológica hasta incluso de
violaciones más de una oportuna.
Artemio siempre estuvo con ella apoyándola en todo, formaron una amistad muy
bonita y sincera apenas se conocieron, ella sin importar la clase social, el color de piel
y otros, siempre la consideró como uno más de ellos. Él prometió ante la tumba de los
padres de Rosenda que siempre estaría con ella, en las buenas, en las malas y las
peores. Y así fue como estas dos personas mantenían un vínculo muy fuerte y
cercano.
Son las 7 de la mañana del siguiente día de los hechos ocurridos, Rosenda como todos los
días se despierta muy temprano para dirigirse al mercado hacer las compras del día, camina
muy campante cuando a lo muy lejos se da cuenta que Artemio (el sastre) viene con dirección
hacia ella, se pone nerviosa, tipo empieza a meditar y a pensar unas cosas, se agarra la cabeza
y cuando de pronto está distraída llega el sastre y la saluda:
—Hola Rosenda, ¿Cómo estás? qué gusto de encontrarte por aquí—dijo Artemio un
poco animado
—Rosenda toda nerviosa respondió: Hola Artemio, qué gusto de cruzarme contigo,
hace tiempo que ya no coincidimos.
—Si Rosenda, el trabajo y los otros deberes que me tiene atareado hacen que no pueda
ni ir a visitarte—mencionó el sastre.
—No te preocupes Artemio, yo también ando muy atareada en la hacienda de mis
patrones y ahora más aún que estoy al cargo de mi niña Eva, más quién coméntame
¿Ya sabes a quién pertenecía el traje?—un poco titubeando respondió Rosenda
—Aún no estoy seguro amiga, pero todo indicaría que se tratase de una mujer tapada,
la saya ensangrentada que me entregaron es la típica vestimenta que utilizan todas
aquellas mujeres Tapadas-dijo Artemio
—Rosenda todo temblorosa respondió: ¡ay Antonio! no lo puedo creer, que lastima
por aquella mujer, no merecía un final así.
—Así es Rosenda pero nada se puede hacer, las cosas ya están hechas y nada
cambiará—dijo Artemio
—Artemio fue un gusto verte y poder charlar un momento contigo pero ya me tengo
que ir, mis patrones ya me estarán esperando, cuidate mucho y espero verte pronto
nuevamente—con mucho apuro dijo Rosenda
—Cuidate mucho amiga, también fue un gusto, nos vemos pronto—dijo Artemio
Después del desayuno, Eva se dirigió hacia su habitación y pidió a Rosenda que la
acompañara, y ella la siguió sin refutar. Cuando estaban ya en la habitación Rosenda rompió
el silencio entre las dos y preguntó:
—¿Quién podría ser la mujer que fue asesinada? — dijo Rosenda nerviosa
—No tengo ni la más mínima idea de quién podría ser, pero te imaginas lo que pudo
haber pasado con alguna de nosotras— mencionó titubeando Eva— estuvo mal lo que
hicimos Ros, imagínate que mi padre se llegue a enterar.
—Tranquila, no pasará nada—respondió Rosenda haciendo notar serenidad— estoy
segura que ayer fuimos muy cautelosas y nadie nos reconoció.
—No puedo estar tranquila Rosenda, pudimos correr la misma suerte que esa mujer y
en verdad que tranquilidad es lo menos que tengo ahora —Eva respondió casi
llorando— en verdad que cometimos una imprudencia terrible ayer.
Rosenda sintió como si Eva la estuviera culpando por haber salido ayer aprovechando la
ausencia de Don Raúl, cuando lo que ella hizo fue por complacer a Eva, esto causó que se
exasperara.
—¡Qué! ¿ahora te arrepientes de haber ido al teatro? fuiste tú la que moría por ir a ese
evento—dijo Rosenda exaltada
—Jamás imaginé que pasaría ello, si hubiera sabido que aquello pasaría nunca hubiera
insistido en ir —dijo Eva eufórica.
—Pues no teníamos cómo saber que algo así pasaría —mencionó Rosenda— no
discutamos por algo que escapa de nuestras manos, niña, ahora esperemos a tener
respuestas acerca de lo sucedido.
A pesar de que no era intención de ninguna de las dos, la discusión de Eva y Rosenda se
escuchó por los pasillos de la casa, incluso Don Raúl subió al cuarto de Eva a ver qué es lo
que estaba sucediendo.
—¡Qué está pasando acá!, sus gritos se escuchan hasta afuera—dijo molesto Don
Raúl —Eva, ¿Qué son esos gritos?
—Nada papá, es un pequeño altercado entre Rosenda y yo, pero todo está bien—dijo
nerviosa Eva
—No sucede nada Don Raúl, disculpe, sólo me confundí al momento de enviar unos
vestidos que me encargó la niña Eva para mandarlos a lavar, disculpe por el estrépito.
—¿Como que nada Rosenda?, si están hablando súper fuerte y tú Eva tienes los ojos
medio llorosos—mencionó Don Raúl —¿te hizo algo Rosenda?
—¡Yo jamás haría algo a mi niña! —exclamó Rosenda
—No papá, Rosenda no me hizo nada, como ella ya te dijo es solo una confusión y yo
reaccioné de manera exagerada, nos puedes dejar a solas por favor, le mandaré más
vestidos para que los mande a lavar Rosenda—mencionó Eva, ya mucho más calmada
y serena.
—Está bien Eva, las dejaré para que atiendan sus asuntos, pero espero no escuchar
más discusiones como esas, que dan mal aspecto— dijo Don Raúl, retirándose del
cuarto de Eva.
A pesar que Don Raúl se salió del cuarto sin mayor inconveniente, él no quedó convencido
de la excusa que le dieron acerca de la discusión que escuchó. Justo antes de seguir su camino
Don Raúl logró escuchar una última conversación de Rosenda y Eva.
—¿Niña, te das cuenta de lo que estás ocasionando? Don Raúl pudo darse cuenta
acerca de lo que estábamos discutiendo —agregó Rosenda.
—Cierto, disculpa Rosenda me siento muy angustiada y con miedo después de lo que
le sucedió a esa mujer—dijo Eva— sé que no tiene nada que ver con nosotras, pero
estoy con esa intriga de saber quién es aquella mujer que encontraron muerta y sobre
todo el por qué la mataron.
—Tranquila mi niña, todo estará bien y ya uno de estos días sabremos quién fue la
mujer que asesinaron y porque lo hicieron—dijo Rosenda.
—Mantengamos la calma niña, es más te traeré un poco de agua para que te sientas
más calmada —y Rosenda salió de la habitación.
El padre de Eva ya se había retirado a su biblioteca, pero con lo último que escuchó se quedó
con más dudas aún. Le parecía raro que con lo bien que se llevan Eva y Rosenda hayan
discutido por algo tan superficial como unos simples vestidos, Don Raúl sabe que hay algo
que no le están contando y eso solo le causa preocupación.
—Sé que algo me están ocultando, y espero que no esté relacionado con la noticia de
esta mañana —dijo Don Raúl cerrando tras él la puerta de su biblioteca.
CAPÍTULO II
Han pasado ya dos semanas desde el crimen cometido por el asesino misterioso y al parecer
no tienen cuándo acabar, el oficial de Guzman y el cabo Ordoñez están tras la pista del
asesino, hasta el momento solo han podido confirmar que la vestimenta que encontraron
manchada de sangre pertenecía nada menos que a una tapada, pero a parte de eso no tenían
mayor avance en el caso. Los ciudadanos se sienten cada vez más inquietos y asustados y se
corre el rumor de la ineptitud del oficial de Guzman y compañía, solo esta mañana
nuevamente es encontrado un cuerpo sin vida de una joven mujer, en esta ocasión el cuerpo
fue encontrado en una casona abandonada, a unas cuadras de la Plaza Mayor, este lugar tenia
tiempo sin ser ocupado debido a que los antiguos dueños, que fueron un matrimonio que no
tuvo hijos, perecieron en un viaje a provincia por lo que nadie reclamó dicho lugar, incluso se
estaban haciendo los trámites para que el inmueble fuera donado a la iglesia.
Así es como al promediar las once de la noche, justamente cuando los oficiales regresaban de
unas diligencias, fueron informados del cuerpo encontrado por un indigente que solía
pernoctar entre los desechos de la antigua familia y los escombros de la casona que se caía a
pedazos.
—Oficial, acaban de comunicarnos que ha sido encontrado un nuevo cuerpo, esta vez
en la vieja casona de los Montes —informó el cabo Alarcon.
—Fue el viejo Ramón, que suele pasar las noches ahí, hasta se le pasó todo lo ebrio
que está siempre del puro susto —continuó el cabo.
—Se quedó durmiendo en una de las celdas vacías, prefirió dormir ahí que volver a
donde se encuentra el cuerpo —dijo el cabo señalando con la cabeza en dirección a
las celdas.
—¿Ya se encuentra alguien en la zona donde fue encontrado el cuerpo? —agregó el
oficial con impaciencia.
—Ya enviamos una delegación a cercar el lugar, pero esperamos sus órdenes para
proceder con el levantamiento del cadáver —contestó el cabo Alarcon.
—Pues no perdamos más tiempo, Alarcón comunícate con el equipo forense y que se
acerquen de inmediato, Ordoñez sígueme —dijo De Guzman saliendo presuroso.
Martina era una recomendada de la cocinera actual de los Sotelo, era muy audaz y alegre, y
tenía la idea de conseguir un buen partido que le diera las comodidades que ella buscaba.
Martina solía vivir con su abuela, ya que sus padres fallecieron cuando ella era una niña, a
pesar de que su abuela estaba siempre atenta a cualquier trabajo para poder cubrir las
necesidades de su nieta, esto no era suficiente para ella.
Gracias a su habilidad y carisma supo ganar dinero desde niña, hacía pequeños encargos a sus
vecinos, ayudaba a limpiar en una que otra casa entre otras actividades con los que se ganaba
unas propinas que eran de gran ayuda para su abuela. La muchacha era muy inteligente y
tuvo la suerte de poder asistir a la escuela de la localidad, donde resaltaba su facilidad de
palabra, le gustaba mucho la poesía y aprendió que mientras más conocimientos adquiera
sería más sencillo sobresalir y ayudar a su abuela, ya que era su única familia.
Pero para pesar de Martina, hace un mes su abuela falleció y la dejó sola, pero no sin antes
haber hablado con una conocida que trabajaba en la casa de los Sotelo, pidiéndole así que por
favor cuide de Martina y no la deje en el abandono. Así es como Martina llega a su nuevo
trabajo con ansias de superarse y demostrar que puede cumplir sus metas.
Martina al llega a Lima desde Arequipa, ella está siempre acostumbrada a la vida tranquila
del campo, donde no hay mucha prisa, todo lo contrario a la capital, donde las calles están
repletas de gente y comerciantes, donde las mujeres de alta sociedad se funden en sus mejores
prendas para dar un paseo por las calles, mientras ella está acostumbrada a la sencillez de su
vestimenta, sobre todo debido a que su abuela nunca tuvo lo suficiente para comprarle
vestimentas elegantes o costosas, siempre le daba solo lo necesario. ella recuerda cómo fue
que pasó toda su infancia en Arequipa cuando aún vivían sus padres, eran personas amables
que se dedicaban al comercio, su padre era especialmente un buen vendedor, era capaz de
vender lo que sea debido a su labia, por eso es que Martina aprendió desde pequeña la
importancia de saber convencer a los demás, sabiendo que en algún momento esto le sería de
gran ayuda. por el contrario su madre era una mujer más callada, risueña e inteligente,
después de limpiar toda la casa, atender a sus animales y alimentar a su hija, solía leer
variedades de libros, sobretodo le encantaba la poesía, gusto que le transmitió desde pequeña
a Martina, quien disfrutaba más de los momentos que escuchaba a su madre recitarle poemas
y contarle cuentos , con aquella dulzura característica que hacía que la pequeña se quedara
inmersa en su imaginación por lo que relataba su madre con tanto cariño.
Los padres de Martina solían contarle cómo se conocieron, ellos vivían y se conocieron en
Lima, su madre era de una familia media y había podido aprender a leer y a hacer algunas
labores como bordado y dibujo, mientras que su padre desde joven se dedicó al comercio,
vendía repuestos de todo tipo y era ayudante en una tienda de telas, fue justamente en esa
tienda de telas que se conocieron sus padres, ya que fue a buscar unas telas para bordar y por
azares del destino fue él quien la atendió y desde ese momento comenzaron a hablar y pasear
de vez en cuando hasta que él pidió su mano y se casaron, iban a quedarse en Lima pero por
cuidar de la madre de su padre decidieron asentarse en Arequipa, a pesar de ser una ciudad
tan diferente a Lima, se acostumbraron rápidamente y cuando se enteraron de la llegada de
Martina se completó su felicidad. Así vivieron tranquilos, hasta que, debido a que su padre
seguía con el comercio, tuvo que viajar a Lima en compañía de su esposa, dejando a Martina
con la abuela. Infortunadamente, ellos fallecieron en el viaje debido a que el carruaje en el
que se trasladaban se malogró y cayó a un abismo, muriendo ambos ocupantes, dejando
huérfana a Martina y viviendo así con su abuela hasta el día que ella también falleció.
A Martina le parece todo tan nuevo, nunca pensó que por fin conocería la ciudad en la que
sus padres habían vivido, apenas llegó a la casa de los Sotelo, fue recibida por la cocinera de
la casa, que la recibió con mucho cariño, hace mucho que no la veía y se sentía muy apenada
por la muerte de su abuela. la cocinera Celia la llevó hasta la sala donde la presentó a Don
Raúl, él la saludo y de inmediato apreció la belleza de Martina, no tenía apariencia de criada
y eso se notaba por la facilidad con que se dirigía hacia él.
—Buenos días señor Raúl, ella es Martina, la muchacha que será mi nueva ayudante
—la presentó la cocinera.
—Sí señor, yo estoy dispuesta a ayudar en lo que sea necesario, y estoy segura que me
acostumbraré rápido —. Respondió Martina.
—Bueno, dile a Celia en que la ayudaras y sirvan el desayuno pronto, que ya bajaran
mis hijos y mi esposa —dijo saliendo de la sala— me avisas cuando esté servido todo
Martina —solicitó Don Raúl.
—Así será señor —respondió Martina dirigiéndose a la cocina con Celia, dirigiendo
una última mirada curiosa a Don Raúl.
Martina y el marqués
Eva, aún absorta por lo ocurrido, se encuentra en su habitación, junto a Rosenda, que
peina esos largos y hermosos cabellos canela que enraizaban esa pequeña cabeza. El cepillo
recorría cada mechón con cuidado, pero aún se oían ligeros alaridos de dolor por parte de Eva
y la rebeldía de su cabellera. Rosenda solía relacionar esa característica del pelo con la
personalidad de Eva, aún cuando ella era pequeña. Siempre decía que el cabello se comporta
como su dueño, que es el reflejo de nuestros pensamientos ya que sus raíces parten de nuestra
cabeza. Y con lo traviesa que siempre fue Eva, su cabello no se quedaba atrás, y terminaba
completamente enredado. Siempre el momento de peinado se hacía largo, por lo que ellas
aprovechaban para hablar de muchas cosas. Ahora, sin embargo, nadie dice una sola palabra.
El silencio se interrumpió cuando Martina llamó a los residentes de la casa para el desayuno.
Rosenda terminó de atar el cabello de Eva, quien se levantó lentamente y se dirigió a la
puerta sin dirigir la mirada a Rosenda. Ella, sin embargo, la cogió del brazo y le dijo
—Sé que ayer fue un día intenso para nosotras, y los humores estuvieron caldeados,
pero esa no fue la manera de hablar del tema.
—Sé que cometimos un error, y me siento apenada por ello, pero también creo que yo
no soy la responsable de todo esto.
—¡No lo eres para nada! —respondió Rosenda,— solo hicimos algo atrevido sin
saber lo peligroso que se volvió todo esto.
—Vayamos a desayunar, quiero despejar mi mente. Sólo quiero decir gracias, por
haber estado siempre a mi lado.