Maldonado, Horacio - El Aprendizaje y Sus Vicisitudes
Maldonado, Horacio - El Aprendizaje y Sus Vicisitudes
Maldonado, Horacio - El Aprendizaje y Sus Vicisitudes
Postula incluso que la situación se refleja, por ejemplo, en el mismo léxico cotidiano.
En una frase tan usual como: “el maestro enseña al alumno” el peso del proceso de
enseñanza-aprendizaje recae en la acción de uno de los actores de la ecuación. El
maestro, gramaticalmente hablando, es el agente de la oración; el alumno es tan solo
el complemento pasivo. Este mínimo ejemplo condensa magistralmente aquel
principio que Comenius, el notable ideólogo de la pedagogía moderna, estipuló hace
más de tres siglos cuando perfiló el lugar del enseñante y el lugar del aprendiente.
Definió entonces una relación asimétrica en todo sentido: al maestro le asignó el lugar
del saber y al alumno el lugar de la ignorancia. Así pues, el enseñar ubica al maestro
en una posición activa y el aprender sitúa al alumno en una posición pasiva. Este
dispositivo, que mantiene actualmente una extraordinaria vigencia en los espacios
educativos formales, ha provocado un buen número de problemas de aprendizaje (y
problemas de enseñanza), los cuales se evidencian hoy en toda la geografía
educacional y constituyen un motivo de consulta permanente a los especialistas.
Este breve viaje a la historia nos permite comprender también por qué el maestro
debe procurar ciertas habilidades para participar del proceso y el alumno, a menudo,
solo aporta, en posición receptiva, la atención, la concentración, la obediencia, la
memoria, la buena disposición para escuchar lo que el docente dice (o mirar lo que el
docente muestra). Queda explícita así la enorme supremacía que la enseñanza ha
tendido sobre el aprendizaje durante los últimos trescientos años (y los inconvenientes
que ahora nos toca afrontar por ello), razón por la cual es primordial alentar la
emergencia de otro paradigma más fructífero para lidiar con estas realidades. Se
requiere, sin lugar a dudas, resignificar el posicionamiento de los actores involucrados
en los procesos educativos.
Papert insiste en que con el siglo XXI ingresamos a una nueva era histórica, por
muchos denominada era de la información y que él prefiere nominar como era del
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aprendizaje. Y lo expresa de esta manera: “la aptitud más importante para determinar
qué camino va a seguir una persona (esto vale también para las naciones) en su vida ha
pasado a ser ya la de aprender nuevas destrezas, aprender nuevos conceptos, enjuiciar
nuevas situaciones, hacer frente a lo inesperado”.
También propone una palabra para designar el aprendizaje y sugiere usar el término:
matético. Dicho vocablo de origen griego, significa: “con disposición para el
aprendizaje”. Desde esta visión, que compartimos, necesitamos revitalizar y
promover ese maravilloso concepto piagetiano que es el de sujeto epistémico,
entendiéndolo siempre como sujeto activo y productor (no solo consumidor) de
conocimientos. En igual sentido cabe resaltar la importancia de fomentar en los
sujetos, dentro y fuera de la escuela, la disposición de aprender, o para decirlo mejor,
la capacidad de aprender a aprender. Cualquier esfuerzo y logro en esta dirección
constituye un avance nodal en la conquista de recursos críticos a nivel personal y
social.
Este aprender a aprender interpela con decisión aquellas ideas pedagógicas que
mantuvieron una hegemonía casi absoluta durante toda la modernidad y que
sobreviven sin mayores objeciones aun en los primeros años de este nuevo siglo. Ideas
que privilegiaron desmesuradamente los contendidos en desmedro de los
procedimientos y las actitudes. Como es fácil advertir aquí, los primeros están más
próximos a los intereses de quienes diseñan y controlan el sistema educativo y los
segundos a las características, deseos e iniciativas de los estudiantes.
Más allá de este panorama, Papert se muestra optimista en cuanto reconoce los
posibles efectos articulados de dos grandes tendencias actuales. La primera de esas
tendencias es la tecnológica; la misma revolución tecnológica responsable de esa vital
necesidad de un aprendizaje mejor también nos brinda los medios para actuar en
forma efectiva. Las tecnologías de la información, pasando por la televisión, los
ordenadores, los teléfonos celulares y cualquier combinación por venir, inauguran un
amplio abanico de posibilidades para optimizar la calidad del entorno de aprendizaje
(con esta formulación designa al conjunto de condiciones que contribuyen a que el
aprendizaje se desarrolle vertiginosamente en el trabajo, la escuela y en el juego o
recreación).
Si los niños y jóvenes adoran las máquinas es por una sencilla razón; cuando las utilizan
conquistan un alto protagonismo cognoscitivo y sentimientos de autonomía y libertad
epistémica. A través de ellas llevan a cabo un sinfín de actividades, experimentan e
investigan a tiempo completo, juegan con entusiasmo y placer y mientras lo hacen sus
estructuras cognitivas se desarrollan vigorosamente y les proporcionan,
correlativamente, una notable identidad intelectual. Evidentemente los roles
tradicionales desempeñados tanto por padres como por docentes deben ser
resignificados paulatinamente, más allá de la nostalgia que nos puedan suscitar los
viejos tiempos.
Cuando nos toca avanzar en la reflexión sobre el aprendizaje, conviene dejar en claro
que resulta factible abordar el tema desde una perspectiva general y también desde
una perspectiva restringida. En un sentido amplio cabe puntualizar que se trata de un
proceso humano primordial y complejo; esto significa que está sobre determinado
inexorablemente por múltiples factores que se articulan e interactúan dinámicamente.
Así es que, una burda simplificación podría consistir en suponer que la inteligencia es
el único requisito para garantizar un aprendizaje satisfactorio; si bien es cierto que ese
recurso es esencial, también lo son, el deseo de aprender, las condiciones materiales y
simbólicas en las que tiene lugar, las características de la relación docente-alumno, las
políticas educativas, etc.
Desde la misma óptica nos toca aseverar que el aprendizaje es un proceso humano
insoslayable y constante; las personas aprenden desde que son neonatos y lo siguen
haciendo hasta las postrimerías de sus vidas. Dicha idea interpela las versiones
simplificantes que suponen que los aprendizajes tienen suma preponderancia en los
primeros tramos del desarrollo. Si bien en los primeros años de vida se construyen y
obtienen una multiplicidad de conocimientos a velocidades inverosímiles y muchos
investigadores afirman que este tiempo inicial configura una verdadera matriz de
aprendizaje, es atinado aseverar que dicho proceso asume características diversas y
peculiares en cada tramo del periplo vital, ya se trate de la infancia, la adolescencia, la
adultez o incluso la vejez.
La tercera idea clave que deseamos exponer desde una perspectiva general, es que se
aprende no solo constantemente, sino también en cualquier espacio social. Esta
afirmación tiene por objeto desnaturalizar esas anacrónicas concepciones que sugieren
que los únicos aprendizajes significativos son aquellos que tienen lugar en los espacios
escolares tradicionales. Los humanos aprenden dentro y fuera de esos espacios
específicos establecidos en cada tiempo y lugar histórico. A menudo, ciertos
aprendizajes fundamentales se logran en espacios informales. Las instituciones
educativas y sus actores profesionales deberían tomar nota de las impostergables
necesidades de compatibilizar los aprendizajes formales que los estudiantes realizan
dentro de las aulas con los aprendizajes informales que estos producen
ininterrumpidamente fuera de las fronteras de los establecimientos escolares.
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Luego de exponer esta tríada de ideas básicas, deseamos subrayar que conviven a
inicios del siglo XXI, tres espacios educativos principales, más allá de reconocer la
potencia socializadora que ostentan los medios de comunicación social.
también a legiones de adultos que la admiten como principal nutriente cultural. Ahora
bien, si los nuevos modos de transmisión cultural son afines a las imágenes en este
tramo de la historia, deberíamos considerar esa realidad, identificando los nutrientes
simbólicos que estemos dispuestos a consumir. Intuimos que les cabe a padres y
docentes acceder a una indispensable alfabetización digital con la finalidad de ganar
territorios culturales solamente inteligibles si se echa manos a herramientas aptas para
lidiar con la virtualidad.
Ante este horizonte raudamente bosquejado, cualquier cosa es menos atinada que la
resignación o la melancolía. Parece del todo indicado instalarnos sin pereza en estas
coordenadas históricas y convertir el aprendizaje en epicentro fecundo de nuestras
vidas. El aprendizaje no es solamente un derecho humano fundamental, es sobre todo
un deseo que muchas veces no nos hemos atrevido (o no nos han enseñado) a ejercer
y disfrutar.
(*) Trabajo publicado en Aportes para mejorar los aprendizajes en la universidad (2013). Horacio
Maldonado (Comp). Ed. UNC. Córdoba. Argentina.