Los Cuentos de Alejandra Kamiya

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LOS CUENTOS DE ALEJANDRA KAMIYA

UNA POÉTICA DE LA
AUSTERIDAD
LITERATURA
29 de febrero de 2020

Libro: El sol mueve la sombra de las cosas quietas 


Autor: Alejandra Kamiya
Editorial: Bajo la Luna (2019)
Texto: Marcelo Bonini
Podcast: La Canción del País
 
Por Marcelo Bonini

Hija de un padre japonés emigrado, Alejandra Kamiya (“Kamiia”) nació en Buenos Aires


en 1966. Recién a los 40 empezó a tomarse en serio la escritura, cuando vio un anuncio de
un concurso literario en el supermercado de su barrio. Pasó por los talleres de Inés
Fernández Moreno (hija y nieta de poetas) y el de uno de los más populares cuentistas
argentinos, Abelardo Castillo. Tiene en su haber tres títulos: Los restos del secreto  y otros
cuentos (2012, Editorial Olmo, Buenos Aires), Los árboles caídos también son el bosque
(2015) y El sol mueve la sombra de las cosas quietas (2019), los últimos dos publicados por
editorial Bajo la Luna.
Además, algunos de sus cuentos forman parte de las antologías Por favor sea breve
(Editorial Páginas de Espuma, España), Los que vienen y los que se van (Editorial
Fundación El Libro, Buenos Aires), entre otras. También colaboró con la revista National
Geographic y recibió numerosos premios, entre ellos el Premio Feria del Libro de Buenos
Aires (2008), Premio Fondo Nacional de las Artes 50 Aniversario (2009), Premio Horacio
Quiroga (Uruguay, 2012), Premio Unicaja (España, 2014).
Cuentista neta, en sus relatos Kamiya ha ido refinando un estilo sostenido y más que
reconocible, un tono sereno, en el cual radica, en cierta medida, su arte. No se trata solo de
relatos de intriga (la forma clásica del cuento plantea esta pregunta: “¿Qué pasó?”), sino de
la administración de un lirismo que, al mismo tiempo, vela y oculta los entretelones de los
argumentos o los vínculos entre los personajes, muchas veces familiares. Hay otra constante
en la narrativa de Kamiya: la construcción  de atmósferas a base de diálogos, la
concentración sobre objetos o la percepción de la materialidad.
Sobre lo primero, es necesario mencionar la idea de correlato objetivo (objective
correlative), propuesta por el poeta T. S. Eliot en su ensayo de 1919 “Hamlet y sus
problemas”. Sintéticamente, Eliot postuló que “La única manera de expresar la emoción en
forma de arte es encontrando un "correlato objetivo"; dicho de otro modo, un grupo de
objetos, una situación, una cadena de acontecimientos que habrán de ser la fórmula de esa
emoción concreta; de modo que cuando los hechos externos, que deben terminar en una
experiencia sensorial, se den, se evoque inmediatamente la emoción”. Es decir, según esta
perspectiva, para demostrar la tristeza de un personaje no hay que hacerle decir “estoy
triste”, sino inventar algo externo que condense la tristeza.
Como sucede fuera de sus libros de relatos, existe dentro de ellos una pugna entre las
emociones contenidas y cómo pujan las personas por sacarlas a la luz, por decirlas o, más
importante aún, decírselas a otro. Los cuentos de Kamiya avanzan más por sugerencia que
por las acciones de los personajes, que de todos modos existen, pero de modo mínimo,
cotidiano.
El lirismo en Kamiya no quiere decir, de ningún modo, sentimentalismo o un trabajo sobre
las emociones de manera cursi, ya que logra darle una variación al correlato objetivo
mediante su poética de la austeridad. Por ejemplo, en el cuento “Elefante”, de leve tinte
autobiográfico, hacia el final la narradora dice: “Había una pequeña caja de plata, un
elefante de piedra, dos copas de cognac, libretas a medio escribir. Me di cuenta de que los
recuerdos son el alma de las cosas. Sin mi padre todo aquello no era más que basura.” Con
la última frase, la autora tuerce el funcionamiento del correlato objetivo y le agrega la
necesidad del recuerdo, de la memoria de quien ha dotado de sensibilidad un espacio o un
conjunto de objetos.
El sol mueve la sombra de las cosas quietas, además del título del volumen, encierra las
atmósferas y el modo de construirlas que Kamiya eligió. Lo mismo se puede leer en sus dos
títulos anteriores. En estos relatos de 2019 no todo pasa por la vida interior. En “Antes de la
helada” se narran tres relatos en paralelo que muestran las diferencias entre clases sociales
con la sutileza esperable de la autora: se van entrelazando la historia de un joven cartonero
y su caballo con la de dos veinteañeros de clase media que atienden un motel y una pareja
mayor de buen pasar. Sin juicios explícitos, pero con una postura tomada, aquí, así como en
otras narraciones, Kamiya se aleja de cierto énfasis y exhibicionismo que caracteriza gran
parte de la narrativa actual en Argentina.
Sería ocioso atribuir todo lo anterior a la mera ascendencia nipona de la autora. En un
mundo globalizado, lo nacional tiene un estado más bien de conjetura, incluso más en el
caso de los descendientes. Lo cual, claro está, no implica que no tenga un efecto en la vida
de las personas y, en este caso, la escritura de Kamiya. Aquí se trata, ante todo, de literatura.
En palabras de la autora: “Definitivamente espero volverme cada vez más austera no sólo
en mi escritura sino en mi vida. Creo que la vida y la escritura no pueden moverse en
sentidos contrarios. Me interesa lo simple como forma de síntesis, estéticamente y
espiritualmente. Sí, la naturaleza, y la fugacidad son temas centrales para mí”.
 
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Alejandra Kamiya nació en Buenos Aires, Argentina, en 1966. Se formó en el mítico taller
de Abelardo Castillo. Ha publicado: Los que vienen y los que se van: historias de
inmigrantes y emigrantes en la Argentina (2008); Los restos del secreto y otros cuentos
(2012); Los árboles caídos también son el bosque (2015) y El sol mueve la sombra de las
cosas quietas (2019). Sus relatos han recibido los premios: Concurso de cuentos UCA -
SUTERH, Concurso de cuentos de Feria del libro de Buenos Aires. 2009, Concurso de
cuentos Fondo Nacional de las Artes. 2010, Concurso de cuentos Metrovías.

Invitada a participar de Narradorxs, ciclo organizado por el programa de Radio


Universidad “Un mundo propio”, Alejandra Kamiya ofrecerá esta tarde una masterclass
en el SUM de la Biblioteca Argentina. La escritora formada en el mítico taller de
Abelardo Castillo, repasó en La Marca de la Almohada su acercamiento inicial con los
libros, sus técnicas de trabajo y la necesidad de expresarse más allá de los géneros
que propone la literatura.“Los escritores trabajamos así: sentados en un sillón,
mirando nada, como corriendo en ese mundo interior. Por dentro enloquecidos, está
todo como en ebullición, y por fuera tal vez a alguien sentado en un sillón, callado, sin
hacer nada. Es lo contrario de algún modo a la imagen típica de las películas del
escritor, que se sienta en una máquina de escribir y borra, tacha y sufre. Y tira en un
tacho de basura. Yo no me siento hasta que no estoy sólida”, describió acerca de los
modos de trabajo.
“Creo que la escritura no ha sido suficientemente propuesta por la cultura.
Por ejemplo, el haiku japonés es, acá en occidente, como una especie de
poesía de elite. Pero en Japón es popular. Desde el campesino al
emperador hacen haiku. Culturalmente faltó la propuesta de hacer
accesible la escritura. Todos podemos escribir”, analizó sobre los motivos
por los que muchos leen, pero son menos los que se atreven luego a
escribir. “Ayer se me ocurría compararlo con bailar. Nadie piensa que tiene
que ser Julio Bocca para bailar –ejemplificó–. Todos podemos bailar en casa
como nos salga, como nos haga felices” .
“A veces causa gracia porque yo creía que todo el mundo escribía. Pensé que era algo
natural. Sabía que todo el mundo leía, o por los menos eso creía, y pensé que la
contracara era escribir. Lo natural hubiese sido que todos escribieran. Me gustaría que
todo el mundo escriba. Es una herramienta más”, planteó.

Kamiya nació en 1966. Publicó, entre otros, los títulos “Los que vienen y los que se van:
historias de inmigrantes y emigrantes en la Argentina”, “Los restos del secreto y otros
cuentos”, “Los árboles caídos también son el bosque”, “El sol mueve la sombra de las
cosas quietas” y “La paciencia del agua sobre cada piedra”. Sus relatos han recibido
múltiples reconocimientos.

“Siento que toda la vida leí, que para mí es lo más importante. Antes de saber leer ya
te están leyendo. Los libros siempre fueron una parte importante de mi vida. Siempre
se les dio un lugar especial a los libros en casa. No fui nunca sin libros”, recordó sobre
su infancia y el primer acercamiento a la literatura, que sin embargo no pudo
puntualizar cuándo comenzó.

Sus inicios en la escritura sí los tiene más claros. Fueron impulsados por una
necesidad de expresarse, pero también por una dosis de fortuna. “Yo empecé casi
accidentalmente. Gané un concurso muy ridículo, anti literario. Lo gané porque quería
el premio. Eso me llevó de manera natural al taller de Inés Fernández Moreno y ella
me derivó al taller del que había sido su maestro. Y terminé de un modo muy casual
en el mejor taller literario de Buenos Aires. Ahí me sentí cómoda. Se hablaba todo el
tiempo de escritura, de libros. No se hablaba de publicar. Se hablaba de lo esencial”.

Publicar no estaba entre sus prioridades. De hecho, admite, no la “emociona” ver


materializados sus textos y dice que ese parte del proceso de escritura le parece
“irrelevante”.

“No era mi prioridad –asegura–. Silvia Iparraguirre y Abelardo (Castillo)


mandaron un manuscrito mío, a través de Sebastián Basualdo, a la editorial
Bajo la Luna. Así publiqué. La editorial me preguntó: ‘¿estás apurada por
publicar?’ ‘No, la verdad que no. Me gustaría mostrarle el libro a Abelardo o
a mis padres, pero fuera de eso no me interesa’. Y tardaron dos años en
hacerlo. No era mi prioridad”.
Los cuentos de Kamiya son una referencia en la literatura. Ella, sin embargo, asegura
que al escribir “uno no elige un género para encasillarse”, que no quiere verlos como
un límite sino como una posibilidad. “Lo que más me gustaría es poder romper las
barreras entre géneros”, señaló.

Alejandra Kamiya: “La naturaleza es


una de mis mayores fuentes de felicidad”
6 de septiembre de 2022eternasocialclubEntrevista

Alejandra Kamiya nació en Buenos Aires y se formó en el mítico taller de


Abelardo Castillo y en el taller de Inés Fernández Moreno. Ha publicado los libros
Los que vienen y los que se van: historias de inmigrantes y emigrantes en la
Argentina (2008); Los restos del secreto y otros cuentos (2012); Los árboles caídos
también son el bosque (2015) y El sol mueve la sombra de las cosas quietas (2019).
Sus relatos han recibido los siguientes premios: 1º Premio en el Concurso de
cuentos Cencosud. 1º Premio en el Concurso de cuentos UCA – SUTERH. 2008. 1º
Premio en el Concurso de cuentos de Feria del libro de Buenos Aires. 2009. 1º
Premio en el Concurso de cuentos Fondo Nacional de las Artes.(junto con otros dos
premiados) 2010. 1º Premio en el Concurso de cuentos Metrovías. 1º Premio en el
Concurso de cuentos Max Aub. 2011. Mención en el Concurso de cuentos
Fundación Lebensohn. Su estilo estético, en todo aspecto, se lee en su obra y se
reconoce en su hablar. Un placer leerla y escucharla. Vean.

—Tus relatos se destacan por apelar a la simpleza, para luego terminar con un
final apoteótico, ¿cómo lográs esa habilidad narrativa?

—La simpleza es algo a lo que apunto. Podríamos decir que es como un objetivo. Me
interesa la simpleza en general. Incluso estéticamente y espiritualmente. El tema de los
finales, no es algo a lo que apunte específicamente. Lo que a mí me interesa más
profundamente –como bien destacás–, es la simpleza. El espíritu del relato, mucho más
que el juego final.

—Muchos de tus relatos juegan con los personajes y la narrativa, así logran
sintetizar una gran historia en tres páginas. Esa no es una tarea simple. Pero
además de relatos, ¿acaso escribir una novela?

—Claro, que los relatos sean cortos no los hacen más simples, al contrario, los hace más
intensos y de algún modo más complejos. Justamente, ahora estoy pensando en escribir
una novela, y siento que tengo demasiado espacio y tiempo. Me siento como un poco
perdida. En cambio en el cuento todo es tan acotado, que es como si no tuvieras tiempo
para perder. En los talleres siempre digo que escribir un cuento es como ordenar un
espacio muy chiquito: Tenés que tener muy pocas cosas, muy importantes, muy bien
ordenadas, muy bien presentadas, muy hermosas, poco y muy claro. Cuando tenés un
espacio enorme es más complicado, o tal vez es otro tipo de complicación.

—La simpleza y el orden en la estética. ¿Es por herencia cultural? Escribiste algo
muy lindo acerca de tu padre de origen japonés: “Mi padre eligió quedarse en esta
tierra por mi mamá, y otros motivos. Los busco. Una vez me dijo que se había
quedado por el puente que está frente a la Facultad de Derecho en la avenida
Figueroa Alcorta, y porque en un bosque del sur (creo que en Bariloche) los árboles
que se caen no son retirados sino que se dejan para que formen parte del paisaje. Los
árboles caídos también son el bosque”.

—A veces me preguntan acerca de la influencia japonesa, pero cuando uno escribe no


conoce realmente la influencia que recibe o sus motivaciones más profundas. Casi todo
lo que hacemos tiene muchas motivaciones inconscientes, que por tanto son invisibles.
Yo no puedo hablar mucho de mis influencias más que como cualquier lector: a
posteriori. Leo algunos de mis escritos y digo “Eso suena bastante japonés” (risas). No
es que tenga esa postura para escribir. Intento ser lo más genuina y honesta posible al
escribir y tal vez a posteriori es que puedo analizar y reconocer alguna influencia.

—Me parece algo muy rico poder contar con una influencia cultural que pueda
transmitirse a veces a tu escritura. ¿Sentís alguna exigencia respecto a eso? ¿Sentís
que tenés que escribir haikus?

—(Risas) Realmente no me siento presionada. Yo no hablo japonés, por ejemplo. Sí te


puedo contar que estuvimos con el poeta Ariel Pérez Guzmán y con mi papá,
traduciendo haikus y para nosotros traducir fue un modo de escribir. Con mi papá
hacíamos la traducción y después la íbamos puliendo y a veces nos pasaba de estar
meses con un haiku, porque habíamos buscado cada palabra, su sentido y la vuelta
especial que le había dado Akutagawa, que era el autor que elegimos. Mi papá me
decía: “Sí, está bien traducido, pero, ¿esto es un poema?” Entonces teníamos que volver
todo para atrás hasta lograr escribir un poema, y no sólo transcribir y hacer coincidir
significados. Por eso lo hicimos entre tres personas, Ariel, mi papá y yo, porque hay que
conocer bien el idioma de partida, el de llegada y manejar además el lenguaje poético.

—En tu obra se nota que el lugar, el escenario en donde está escenificada la


historia, es lo más estático y los que se mueven son los personajes. Ese manejo del
tiempo de los personajes tiene una cadencia y musicalidad muy especial. ¿Sos
consciente de que tenés un tiempo muy particular?

—El tiempo es uno de los temas que más me fascina. A veces me quedo como
obnubilada, o como tonta, por decirlo de algún modo, frente a algo. Inés Fernández
Moreno, una de mis maestras, encontró la palabra exacta, que es “contemplar”, porque
no se trata solamente de observar, sino de quedarse como “colgado” viendo algo. A mí,
el tiempo me absorbe la mirada. Vos recién decías que en mis relatos el lugar es lo
estático, y me acordé de una pequeña anécdota que me gustaría contarles. En el taller de
Abelardo (Castillo) una vez nos había encargado a cada uno que diéramos el taller.
Manuel Crespo habló de Faulkner, Ariel Guzmán habló de la poesía y yo hablé de
literatura japonesa. Vino Silvia Iparraguirre para compartir el taller y nos quedamos
muchísimo tiempo conversando, y en un momento hablábamos de lo contingente y lo
perdurable. Recuerdo que estábamos leyendo un poema y yo hablé de un hombre que va
a un bosque. Pasó algo que me llamó muchísimo la atención, porque yo dije: “¿Qué es
lo perdurable y qué lo contingente?” y Silvia dijo: “Por supuesto el hombre es lo
perdurable y lo contingente es el bosque”. Y dije: “Pero para mí es al revés” (risas).
Entonces me hizo acordar ahora cuando decías que el escenario es estático y los que se
mueven son los personajes. Ahí se ve una idea diferente del tiempo. Yo siento que
nuestro tiempo es tan cortito y ridículo, como si fuese un juego de tiempo y eso es lo
que me fascina y lo que me quedo contemplando. 

—Cuando me refiero al escenario estático del entorno, es porque pienso en


ciudades más que en la naturaleza que es definitivamente muy cambiante.

—Hay simulacros de perdurabilidad en algunos edificios históricos, pero las ciudades


también van cambiando.

—Claro, posguerra, movimientos migratorios que hacen que las ciudades también
vayan cambiando. Estuve en Villa Ocampo y nos comentaban que del jardín, el
85% de las plantas y árboles eran reposiciones. Que si bien las habían traído el
padre de las Ocampo, incluso Victoria misma o el arquitecto Carlos Thays, los
árboles y plantas originales habían muerto.

—En Japón hay templos muy antiguos que la gente visita, que tienen tal vez 500 años y
son como vos decís, reposiciones, están restaurados y rehechos.

—Te voy a decir dos palabras que me han conmovido de tus relatos: espanto y
belleza. ¿Te sirve?

—¡Qué combinación! Por supuesto que me sirve. Son como dos ejes de la vida.

—Este gusto por la austeridad en la vida lo trasladás a tus cuentos.

—Lo intento (risas). Creo que en el pasaje de un libros a otro se nota un poco más.

—Cuando hablabas de otras influencias, más allá de la herencia cultural, desde lo


clásico hasta lo contemporáneo ¿Qué leés? ¿Qué hay en tu biblioteca?

—Los clásicos, por supuesto, como base. Contemporáneos estoy más floja. Yo, en
general, vivo bastante fuera de la coyuntura. Cuando pienso en clásicos, primero pienso
en los rusos, pero es medio subjetivo hablar de “los clásicos”. Hace poco me pasó algo
rarísimo mientras estaba ordenando la biblioteca, y es que los ordené por nacionalidad y
encontré que tengo muchísimos autores norteamericanos, y si me preguntan, sin dudas
diría que no están entre mis favoritos, pero me doy cuenta que me formé muchísimo
leyendo norteamericanos. 
—Es que es difícil ordenar la biblioteca. Algunos la ordenan por género, otros por
editoriales, vos por nacionalidades… 

—Escuchaba el otro día a María Negroni que decía que los libreros no saben en dónde
poner algunos de sus libros, y que eso a ella le encanta porque no le gusta la idea de
género como compartimento.

—Del mismo modo que no nos gusta etiquetarnos como personas…

—Totalmente. Por eso yo tengo la biblioteca más o menos ordenada por nacionalidades,
pero además tengo un criterio muy ridículo, que es un grupo de libros que son los que
quiero tener siempre cerca (risas y aplausos del público que dice hacer lo mismo)
Entonces tengo una línea de la biblioteca en donde mezclo todo, pero son los que tienen
que estar cerca de mi cama. Y del mismo modo, a otros los quiero tener bien lejos.

—En mi escritorio de trabajo, hay algunos libros que no son de consulta y que
igual quiero tenerlos cerca, como si me tiraran buena energía y me dieran empuje.

—Es que los libros finalmente son personas.

— ¡Qué hermoso eso!

— Es que es así (aplausos y risas del público).

—Vamos a otro de los temas de tus libros: la naturaleza. ¿Cuál es tu relación con
la naturaleza? ¿Qué es lo que te atrae?

—La naturaleza, aunque suene cursi, creo que es una de mis mayores fuentes de
felicidad. Borges lo dijo mejor, sin mi cliché o cursilería. Él iba mucho a la Plaza San
Martín y decía que el espíritu se aquieta bajo la absolución de los árboles.

—¿Vos vivís en capital? ¿Salís a la naturaleza?

—Vivo en capital pero tengo mi jardín. Cada vez que puedo salgo y aprovecho para ir al
campo. De todas formas, pienso que siempre se puede tener algún tipo de conexión.
Creo que no era poco para Borges la Plaza San Martín, porque el espíritu de Borges se
aquietaba. Una maceta también te puede dar felicidad, no necesita ser una estancia. No
pasa por el tamaño. A Abelardo Castillo, por ejemplo, no le gustaba para nada la
naturaleza. Decía algo así como que estaba sucia, que había mucha tierra y estaba lejos
de la biblioteca.

—Para terminar ¿Qué se viene?

—Justo en el libro que se viene, que va a salir por Eterna Cadencia, y que va a ser un
libro de cuentos, una cosa que noté después de escribirlo, es que había muchos
animales. Se llama La paciencia del agua sobre cada piedra. Traje algo para leerles si
quieren. Los animales son personajes. Algunos hablan.

(Lectura en voz alta de Alejandra Kamiya de su libro aún inédito, que comparte en
exclusiva con el público)

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