Los Cuentos de Alejandra Kamiya
Los Cuentos de Alejandra Kamiya
Los Cuentos de Alejandra Kamiya
UNA POÉTICA DE LA
AUSTERIDAD
LITERATURA
29 de febrero de 2020
Kamiya nació en 1966. Publicó, entre otros, los títulos “Los que vienen y los que se van:
historias de inmigrantes y emigrantes en la Argentina”, “Los restos del secreto y otros
cuentos”, “Los árboles caídos también son el bosque”, “El sol mueve la sombra de las
cosas quietas” y “La paciencia del agua sobre cada piedra”. Sus relatos han recibido
múltiples reconocimientos.
“Siento que toda la vida leí, que para mí es lo más importante. Antes de saber leer ya
te están leyendo. Los libros siempre fueron una parte importante de mi vida. Siempre
se les dio un lugar especial a los libros en casa. No fui nunca sin libros”, recordó sobre
su infancia y el primer acercamiento a la literatura, que sin embargo no pudo
puntualizar cuándo comenzó.
Sus inicios en la escritura sí los tiene más claros. Fueron impulsados por una
necesidad de expresarse, pero también por una dosis de fortuna. “Yo empecé casi
accidentalmente. Gané un concurso muy ridículo, anti literario. Lo gané porque quería
el premio. Eso me llevó de manera natural al taller de Inés Fernández Moreno y ella
me derivó al taller del que había sido su maestro. Y terminé de un modo muy casual
en el mejor taller literario de Buenos Aires. Ahí me sentí cómoda. Se hablaba todo el
tiempo de escritura, de libros. No se hablaba de publicar. Se hablaba de lo esencial”.
—Tus relatos se destacan por apelar a la simpleza, para luego terminar con un
final apoteótico, ¿cómo lográs esa habilidad narrativa?
—La simpleza es algo a lo que apunto. Podríamos decir que es como un objetivo. Me
interesa la simpleza en general. Incluso estéticamente y espiritualmente. El tema de los
finales, no es algo a lo que apunte específicamente. Lo que a mí me interesa más
profundamente –como bien destacás–, es la simpleza. El espíritu del relato, mucho más
que el juego final.
—Muchos de tus relatos juegan con los personajes y la narrativa, así logran
sintetizar una gran historia en tres páginas. Esa no es una tarea simple. Pero
además de relatos, ¿acaso escribir una novela?
—Claro, que los relatos sean cortos no los hacen más simples, al contrario, los hace más
intensos y de algún modo más complejos. Justamente, ahora estoy pensando en escribir
una novela, y siento que tengo demasiado espacio y tiempo. Me siento como un poco
perdida. En cambio en el cuento todo es tan acotado, que es como si no tuvieras tiempo
para perder. En los talleres siempre digo que escribir un cuento es como ordenar un
espacio muy chiquito: Tenés que tener muy pocas cosas, muy importantes, muy bien
ordenadas, muy bien presentadas, muy hermosas, poco y muy claro. Cuando tenés un
espacio enorme es más complicado, o tal vez es otro tipo de complicación.
—La simpleza y el orden en la estética. ¿Es por herencia cultural? Escribiste algo
muy lindo acerca de tu padre de origen japonés: “Mi padre eligió quedarse en esta
tierra por mi mamá, y otros motivos. Los busco. Una vez me dijo que se había
quedado por el puente que está frente a la Facultad de Derecho en la avenida
Figueroa Alcorta, y porque en un bosque del sur (creo que en Bariloche) los árboles
que se caen no son retirados sino que se dejan para que formen parte del paisaje. Los
árboles caídos también son el bosque”.
—Me parece algo muy rico poder contar con una influencia cultural que pueda
transmitirse a veces a tu escritura. ¿Sentís alguna exigencia respecto a eso? ¿Sentís
que tenés que escribir haikus?
—El tiempo es uno de los temas que más me fascina. A veces me quedo como
obnubilada, o como tonta, por decirlo de algún modo, frente a algo. Inés Fernández
Moreno, una de mis maestras, encontró la palabra exacta, que es “contemplar”, porque
no se trata solamente de observar, sino de quedarse como “colgado” viendo algo. A mí,
el tiempo me absorbe la mirada. Vos recién decías que en mis relatos el lugar es lo
estático, y me acordé de una pequeña anécdota que me gustaría contarles. En el taller de
Abelardo (Castillo) una vez nos había encargado a cada uno que diéramos el taller.
Manuel Crespo habló de Faulkner, Ariel Guzmán habló de la poesía y yo hablé de
literatura japonesa. Vino Silvia Iparraguirre para compartir el taller y nos quedamos
muchísimo tiempo conversando, y en un momento hablábamos de lo contingente y lo
perdurable. Recuerdo que estábamos leyendo un poema y yo hablé de un hombre que va
a un bosque. Pasó algo que me llamó muchísimo la atención, porque yo dije: “¿Qué es
lo perdurable y qué lo contingente?” y Silvia dijo: “Por supuesto el hombre es lo
perdurable y lo contingente es el bosque”. Y dije: “Pero para mí es al revés” (risas).
Entonces me hizo acordar ahora cuando decías que el escenario es estático y los que se
mueven son los personajes. Ahí se ve una idea diferente del tiempo. Yo siento que
nuestro tiempo es tan cortito y ridículo, como si fuese un juego de tiempo y eso es lo
que me fascina y lo que me quedo contemplando.
—Claro, posguerra, movimientos migratorios que hacen que las ciudades también
vayan cambiando. Estuve en Villa Ocampo y nos comentaban que del jardín, el
85% de las plantas y árboles eran reposiciones. Que si bien las habían traído el
padre de las Ocampo, incluso Victoria misma o el arquitecto Carlos Thays, los
árboles y plantas originales habían muerto.
—En Japón hay templos muy antiguos que la gente visita, que tienen tal vez 500 años y
son como vos decís, reposiciones, están restaurados y rehechos.
—Te voy a decir dos palabras que me han conmovido de tus relatos: espanto y
belleza. ¿Te sirve?
—¡Qué combinación! Por supuesto que me sirve. Son como dos ejes de la vida.
—Lo intento (risas). Creo que en el pasaje de un libros a otro se nota un poco más.
—Los clásicos, por supuesto, como base. Contemporáneos estoy más floja. Yo, en
general, vivo bastante fuera de la coyuntura. Cuando pienso en clásicos, primero pienso
en los rusos, pero es medio subjetivo hablar de “los clásicos”. Hace poco me pasó algo
rarísimo mientras estaba ordenando la biblioteca, y es que los ordené por nacionalidad y
encontré que tengo muchísimos autores norteamericanos, y si me preguntan, sin dudas
diría que no están entre mis favoritos, pero me doy cuenta que me formé muchísimo
leyendo norteamericanos.
—Es que es difícil ordenar la biblioteca. Algunos la ordenan por género, otros por
editoriales, vos por nacionalidades…
—Escuchaba el otro día a María Negroni que decía que los libreros no saben en dónde
poner algunos de sus libros, y que eso a ella le encanta porque no le gusta la idea de
género como compartimento.
—Totalmente. Por eso yo tengo la biblioteca más o menos ordenada por nacionalidades,
pero además tengo un criterio muy ridículo, que es un grupo de libros que son los que
quiero tener siempre cerca (risas y aplausos del público que dice hacer lo mismo)
Entonces tengo una línea de la biblioteca en donde mezclo todo, pero son los que tienen
que estar cerca de mi cama. Y del mismo modo, a otros los quiero tener bien lejos.
—En mi escritorio de trabajo, hay algunos libros que no son de consulta y que
igual quiero tenerlos cerca, como si me tiraran buena energía y me dieran empuje.
—Vamos a otro de los temas de tus libros: la naturaleza. ¿Cuál es tu relación con
la naturaleza? ¿Qué es lo que te atrae?
—La naturaleza, aunque suene cursi, creo que es una de mis mayores fuentes de
felicidad. Borges lo dijo mejor, sin mi cliché o cursilería. Él iba mucho a la Plaza San
Martín y decía que el espíritu se aquieta bajo la absolución de los árboles.
—Vivo en capital pero tengo mi jardín. Cada vez que puedo salgo y aprovecho para ir al
campo. De todas formas, pienso que siempre se puede tener algún tipo de conexión.
Creo que no era poco para Borges la Plaza San Martín, porque el espíritu de Borges se
aquietaba. Una maceta también te puede dar felicidad, no necesita ser una estancia. No
pasa por el tamaño. A Abelardo Castillo, por ejemplo, no le gustaba para nada la
naturaleza. Decía algo así como que estaba sucia, que había mucha tierra y estaba lejos
de la biblioteca.
—Justo en el libro que se viene, que va a salir por Eterna Cadencia, y que va a ser un
libro de cuentos, una cosa que noté después de escribirlo, es que había muchos
animales. Se llama La paciencia del agua sobre cada piedra. Traje algo para leerles si
quieren. Los animales son personajes. Algunos hablan.
(Lectura en voz alta de Alejandra Kamiya de su libro aún inédito, que comparte en
exclusiva con el público)