Schuon Frithjof - El Sentido de Lo Sagrado

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EL SENTIDO DE LO SAGRADO

FRITHJOF SCHUON

EL JARDIN

Un hombre ve un jardín florido, pero él sabe: él no verá siempre esas flores y esos


arbustos porque él morirá un día; y él sabe también: ese jardín no estará siempre ahí,
porque el mundo desaparecerá en su momento. Y él sabe igualmente: esa relación con
ese bello jardín ha sido dada por el destino, porque si el hombre se encontrase en medio
del desierto, no vería el jardín, él lo ve solamente porque el destino le ha colocado a él,
al hombre, aquí y no en otro lugar.

Pero en la región más interior de nuestra alma reside el Espíritu, y en él el jardín está
contenido como un germen; y si nosotros amamos ese jardín -¿y como no podríamos
amarlo puesto que es de una belleza paradisíaca?- haremos bien en buscarlo ahí donde
siempre ha estado y donde estará siempre, a saber en el Espíritu; manténte en el
Espíritu, en tu propio centro, y tendrás el jardín y por añadidura todos los jardines
posibles. Y por lo mismo: en el Espíritu no hay muerte, porque aquí tú eres inmortal; y
en el Espíritu la relación entre contemplante y lo contemplado no es solamente una
frágil posibilidad, sino que reside por el contrario en la naturaleza misma del Espíritu y
es eterna como él.

El Espíritu es consciencia y voluntad: Consciencia de si-mismo y voluntad hacia


si-mismo. Manténte en el Espíritu por la consciencia, y aproxímate al Espíritu por la
voluntad o el amor, y ni la muerte ni el fin del mundo no pueden quitarte el jardín ni
aniquilar tu visión. Lo que tu eres ahora en el Espíritu, tu lo serás después de la muerte;
y lo que tu posees ahora en el Espíritu, tu lo poseerás tras la muerte. Ante Dios, no hay
ni ser ni propiedad mas que en el Espíritu; lo que era exterior debe llegar a ser interior, y
lo que era interior será exterior: busca el jardín en ti mismo, en tu indestructible
Substancia divina, entonces esta te dará un jardín nuevo e imperecedero.

LA PRUEBA

Hay un momento en la vida en el cual el hombre toma la decisión de aproximarse a


Dios; de realizar una relación permanente con su Creador; de llegar a ser aquello que él
debía ser - por la vocación innata del estado humano- a partir de la edad de la razón; en
una palabra, de llegar a la inocencia primordial y de gozar de la proximidad del
Soberano Bien; poco importa si nosotros llamamos a ese privilegio "Salvación" o
"Unión".

Está en la naturaleza de las cosas que el hombre tenga consciencia de la felicidad que
implica su elección y que al comienzo de la Vía está lleno de entusiasmo; en numerosos
casos, el aspirante ignora que tendrá que atravesar dificultades que él mismo lleva en si
y que el contacto con un elemento celeste despierta y muestra. Estas posibilidades
síquicas inferiores -de toda evidencia incompatibles con la perfección- deben ser
consumidas y disueltas; esto es a lo que se ha llamado la "prueba iniciática", la "bajada
a los infiernos", la "tentación de los héroes" o la "gran guerra santa". Estos elementos
síquicos pueden ser o bien hereditarios, o bien personales; además, podemos nosotros
ser responsables de ellos o por el contrario estar afectados por ellos bajo la presión de
un ambiente; pueden tomar la forma de un desánimo, de una duda, de una revuelta, y lo
que importa mas que nunca es no escuchar la voz del ego profano abriéndose así a la
influencia del demonio y enganchándose en la pendiente bien de la desesperación, bien
de la subversión. Por tanto la condición sine que non de la salvación espiritual y de la
ascensión es un implacable discernimiento hacia uno mismo, además de esa cualidad
fundamental que es el respeto de lo Divino, y por lo tanto del sentido de lo sagrado, del
sentido de las proporciones, y también -se debe comprender- del sentido de la grandeza
y de la belleza.

Según un simbolismo hindú y budista, la situación del hombre terrestre es la de una


tortuga nadando en el océano, en cuya superficie flota un anillo de madera; entonces la
tortuga debe intentar pasar la cabeza a través de ese anillo, y es así como el hombre
debe buscar y encontrar la Vía liberadora; la inmensidad del océano es la del universo,
del samsara, de nuestro espacio existencial. "¡Dichoso el hombre que a vencido la
prueba!"

CERTEZAS

Yo se con certeza que hay fenómenos, y que yo mismo soy uno de esos fenómenos.

Yo se con certeza que hay en el fondo de los fenómenos, o mas allá de ellos, la Esencia
una, que los fenómenos no hacen mas que manifestar en función de una cualidad de esa
Esencia, la de Infinitud, y por tanto de Irradiación.

Yo se con certeza que la Esencia es buena, y que toda bondad o belleza en los
fenómenos manifiesta esa bondad.

Yo se con certeza que los fenómenos retornan a la Esencia, de la cual no están realmente
separados puesto que, en el fondo, no existe nada más que ella; que ellos retornaran allí
porque nada es absoluto ni por consecuencia eterno; que la Manifestación está
necesariamente sometida a un ritmo como está sometida necesariamente a una jerarquía.

Yo se con certeza que el alma es inmortal, porque la indestructibilidad resulta


necesariamente de la naturaleza misma de la inteligencia.

Yo se con certeza que en el fondo de las consciencias diversas no hay mas que un solo
Sujeto: el Sí a la vez transcendente e inmanente; accesible a través del Intelecto, sede u
órgano de la religión del Corazón; porque las consciencias diversas se excluyen y se
contradicen mutuamente, mientras que el Sí incluye todo y no es contradicho por nadie.

Yo se con certeza que la Esencia, Dios, se afirma en los fenómenos, el mundo, como
Potencia de Atracción y Voluntad de Equilibrio; que nosotros estamos hechos para
seguir, verticalmente, esa Atracción, algo que no podemos hacer sin adecuarnos,
horizontalmente, al Equilibrio, del cuál dan cuenta las Leyes sagradas y naturales.

DE LA SANTIDAD

La Santidad, es el sueño del ego y la vigilia del alma inmortal. La superficie móvil de
nuestro ser debe dormir y en consecuencia retirarse de las imágenes y de los instintos,
mientras que el fondo de nuestro ser debe velar en la consciencia de lo Divino e
iluminar así, como una llama inmóvil, el silencio del santo sueño.

Este sueño implica esencialmente el reposo en la Voluntad Divina, y este reposo


equivale al retorno a la raíz de nuestra existencia, de nuestro ser querido por Dios. El
reposo en el Ser es la conformidad mas profunda con la voluntad celeste; ahora bien
este Ser es a la vez Consciencia y Bondad, y no es mas que en la consciencia de lo
Absoluto y en la bondad -o la belleza- del alma que nosotros podemos esperar el Ser,
Deo volente.

El sueño habitual del hombre vive del pasado y del futuro, el corazón está como
encadenado por el futuro, en lugar de reposar en el "Ahora" del Ser; en este Eterno
Presente que es Paz, Consciencia de Si e Irradiación de Vida.

GRATITUD

Hay arquetipos, que son eternos puesto que están contenidos en el Intelecto Divino, y
existen también sus reflejos terrestres, que son temporales y efímeros puesto que están
proyectados en esa substancia móvil que es la relatividad o la contingencia. La sabiduría
es, no solamente desligarse de los reflejos, sino igualmente saber y sentir que los
arquetipos se encuentran en nosotros mismos y son accesibles en el fondo de nuestros
corazones; nosotros poseemos lo que amamos, en la medida en la que eso que amamos
es digno de ser amado.

En lugar de tener siempre los ojos fijados en las imperfecciones del mundo y las
vicisitudes de la vida, el hombre nunca debería perder de vista la bondad de haber
nacido en el estado humano, el cual es la vía de acceso hacia el Cielo. Se alaba a Dios,
no solamente por que El es el Soberano Bien, sino también porque El nos ha hecho
nacer en la puerta del Paraíso; es decir que el hombre está hecho para todo lo que lleva
ahí: para la Verdad, para la Vía y para la Virtud.

EL SENTIDO DE LO SAGRADO

El sentido de lo sagrado, o el amor de las cosas santas -tanto si se trata de símbolos


como de modos de Presencia divina- es una condición sine qua non del Conocimiento,
la cual compromete no solamente a la inteligencia, sino a todas las potencias del alma;
porque el Todo divino exige el todo humano.

El sentido de lo sagrado -que no es otro que la predisposición casi natural al amor de


Dios y la sensibilidad para las manifestaciones teofánicas o para los perfumes celestes-
este sentido de lo sagrado implica esencialmente el sentido de la belleza y la tendencia a
la virtud; la belleza siendo por decirlo así la virtud exterior, y la virtud, la belleza
interior. Este sentido implica igualmente el sentido de la transparencia metafísica de los
fenómenos, es decir la capacidad de captar el principio en lo manifestado, lo increado en
lo creado; o de percibir el rayo vertical, mensajero del Arquetipo, independientemente
del plano de refracción horizontal, el cual determina el grado existencial pero no el
contenido divino.

EL PRECIO DEL YO
Quien dice individuo, dice destino. Si yo soy yo, debo necesariamente vivir en tal
época, en tal momento, en tal mundo, en tal lugar; debo vivir tal experiencia y tal
felicidad; no tengo plenamente acceso a la Felicidad como tal.

El individuo está por definición, suspendido entre tal forma de felicidad y la Felicidad
en si; él puede sentir lo que hay de arbitrario en la particularidad terrestre, pero no
puede escapar a esta particularidad, así como no puede escapar a su individualidad. Hay
aquí una especie de "ilogismo" que puede turbarle, pero debe resignarse a ello, y mas
aún; debe atenuarlo, o incluso sobrepasarlo acercándose al Arquetipo, al En-Si celeste y
divino; no de tal bien, sino del Bien como tal.

Se podría objetar aquí que en el Cielo la individualidad subsiste, y que por consecuencia
no se escapa a la antinomia de la que tratamos aquí; lo cual es a la vez verdadero y
falso. Es verdadero en el sentido en que la felicidad paradisiaca vivida por tal individuo
es a la fuerza tal felicidad; pero eso es falso en el sentido de que toda felicidad
paradisiaca es transparente en dirección a Dios, es decir que esa felicidad está tan
penetrada de la Felicidad como tal, que no subsiste ya más en ella ninguna ambigüedad.
Por una parte, "hay muchas moradas en la Casa de mi padre"; por otra parte, la Beatitud
es una porque la Salvación es una, y porque Dios es uno.

(Frithjof Schuon. LA TRANSFIGURATION DE L’HOMME. Ed. L´Âge d’Homme)

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