El Concepto de Latin Vulgar
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E-excellence – Liceus.com
Jairo Javier García Sánchez- El concepto de latín vulgar y los agentes de vulgarización del latín.
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© 2007, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM
Jairo Javier García Sánchez- El concepto de latín vulgar y los agentes de vulgarización del latín.
ISBN- 84-9822-597-3
Resumen o esquema del artículo: El presente artículo explica en una primera parte
la aparición y el desarrollo de un concepto clave para entender el paso del latín a las
lenguas romances, y que, sin embargo, todavía hoy genera cierta confusión: el latín
vulgar. Su mismo nombre y su compleja definición, siempre en contraposición al latín
clásico, han dificultado su comprensión. En una segunda parte se enumeran y detallan
los agentes y factores que han conducido a la lengua latina a un proceso de
“vulgarización” y a la separación cada vez mayor entre la lengua escrita y la hablada.
Todo esto traerá como consecuencia la fragmentación lingüística y el nacimiento de
las diversas lenguas romances.
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La conclusión que se obtuvo del análisis comparativo fue que el latín clásico
servía sólo de manera limitada como Ursprache, es decir, como lengua originaria de
las romances, por lo que habría que suponer un estadio intermedio, aunque fuera
dentro del latín, que explicara la evolución hasta las lenguas románicas, y así apareció
el llamado “latín vulgar”. Al principio se llegó a exageraciones tales como la de creer
que el latín vulgar era una lengua completamente distinta del latín clásico, pero poco a
poco se fue matizando la cuestión. Conforme se estudiaron mejor algunos textos
latinos y otros que no habían sido bastante valorados o todavía no se conocían, al
margen de los literarios, se fueron encontrando formas latinas que se correspondían
mejor con las románicas.
Con frecuencia, incluso todavía hoy, se tiene la idea de que el latín es una
lengua inmutable, fijada de una vez para siempre por los autores clásicos. A esta
extendida imagen ha contribuido en gran medida el hecho de que el latín literario, que
ha sido y sigue siendo el más estudiado, parece haber mantenido una misma
estructura y un mismo aspecto durante casi ocho siglos consecutivos. Sin embargo,
esa relativa estabilidad que mantenía el latín escrito y literario no hacía sino ocultar los
cambios y las transformaciones que efectivamente tenían lugar en la lengua hablada y
de los que son directas herederas las lenguas románicas.
Las lenguas románicas son, por tanto, continuación del latín, pero no
propiamente del latín escrito, literario, clásico, sino de un latín evolucionado más
acorde con el de la lengua hablada de época tardía e incluso de la arcaica. Buena
muestra de ello son palabras como las ya citadas: esp. hablar, port. falar, fr. parler, it.
parlare, que, frente al lat. clás. loqui, han de proceder de voces latinas de uso
frecuente en la lengua hablada o popular (fabulari, de fabula ‘habla, cuento’, ya en
Plauto, y parabolare, de parabola ‘comparación’, voz de origen griego importada por el
latín cristiano); lo mismo se puede decir de fr. tête e it. testa (a partir de testa ‘olla’,
‘cráneo’, surgida por metáfora), frente al lat. clás. caput ‘cabeza’; o de fr. manger, it.
mangiare (de manducare ‘mascar, masticar’), frente al lat. clás. esse ‘comer’. La
situación, en realidad, no es muy distinta de la que suponen las denominaciones
coloquiales o populares, habituales hoy en la lengua hablada, frente a las variantes
normativas de la lengua escrita. De hecho, palabras que se usan coloquialmente,
como rajar para ‘hablar’, coco o tarro (cf. testa) para ‘cabeza’, jalar o papear para
‘comer’, parecen indicarnos bastante fielmente cuál debió de ser el camino seguido.
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primera categoría’, y este valor tuvo fácil aplicación en las artes, de manera que,
teniendo en cuenta su calidad estética, se hablará ya de scriptores classici, como los
de estima literaria más elevada.
Con un criterio estético, latín vulgar se opone, por tanto, a latín clásico
entendiendo el primero como ‘latín iliterario’, ‘latín que no es de primera categoría’. En
él se recogen los rasgos lingüísticos no aceptados en la literatura clásica por su falta
de elegancia o por estar mal formados o dispuestos. Por ejemplo, en el latín literario se
expresaba la prohibición mediante la partícula ne y el perfecto de subjuntivo (ne feceris
‘no hagas’); frente a esa forma en la lengua vulgar se irá imponiendo la que ha tenido
continuidad en romance: non facias (> esp. no hagas).
De esta manera, el latín vulgar no es ya el propio de una determinada época,
sino que podría darse incluso en el periodo clásico, porque durante ese tiempo
también hubo lengua con rasgos no literarios y “vulgares”.
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Dado que una misma persona o un mismo autor podía escribir, dependiendo de
las situaciones o de los destinatarios de su mensaje, con un registro y estilo elevados
a la mejor manera del latín clásico, pero asimismo con un registro bajo y un estilo
descuidado más propios de la lengua coloquial, latín vulgar se ha opuesto a latín
clásico también en este aspecto, esto es, por una diferencia de registro o de estilo.
Uno de los mejores ejemplos que se pueden aducir lo constituye el mismo
Cicerón. A sus discursos y a sus obras retóricas y filosóficas se contraponen por el
estilo del lenguaje las cartas dirigidas a sus familiares y a su amigo Ático. Estas cartas
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Las definiciones que se han dado del concepto de latín vulgar, muy distintas
entre sí algunas de ellas, pueden servir en unos casos, pero no en todos.
Seguramente sean los criterios cronológico y sociológico los que más lagunas tienen.
Las epístolas de Cicerón o algunos textos de César, por ejemplo, no presentarían
rasgos latino-vulgares según estos criterios. Más ajustados resultan los aspectos
restantes que ven en el latín vulgar una variedad no literaria, menos correcta y
coloquial.
Lo más razonable, por tanto, es considerar el latín vulgar como una variedad –o
mejor, como un sistema lingüístico, si se contempla la lengua como diasistema– de
carácter popular, acorde con la variedad hablada de la lengua. Eso es precisamente a
lo que Cicerón llamó uulgaris sermo.
El latín vulgar no se opone al latín clásico ni como una variante diacrónica, ni
diatópica, ni diastrática, ni siquiera como una variante diafásica, aunque sea esta
última la que más pueda aproximarse a su verdadera significación:
• No es una variante diacrónica: ha quedado claro que no es el ‘latín del periodo
tardío’, siguiente al del periodo dorado, como si el latín vulgar fuera una
evolución o corrupción del clásico (criterio cronológico).
• No es una variante diatópica: no es tampoco el ‘latín de las provincias’ frente al
del Lacio o Roma (criterio dialectológico, diferente de los anteriores). Bien es
cierto que términos como el de rusticitas y su opuesto urbanitas, presentes ya
en Cicerón y Quintiliano, han de ser tenidos en cuenta en la órbita del latín
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diferencias, no era por sí misma una lengua distinta del latín normativo, escrito y
literario. Otra cosa será ya el protorromance, con el que el latín vulgar tampoco debe
identificarse.
No es adecuado, por ello, considerar un latín particular y paralelo al clásico
como la fuente de las lenguas romances. La metamorfosis del latín en romance es un
fenómeno progresivo y complejo, debido a la interacción de múltiples factores. La
copresencia e interacción de variedades y registros diversos estaría en la base de ese
proceso.
Las lenguas evolucionan con el paso del tiempo y el latín no fue ajeno a esta
condición. Pese a la notable estabilidad de la lengua escrita, el latín vulgar
experimentó profundos cambios de manera muy rápida. Conviene analizar cuáles
fueron las circunstancias o los factores que propiciaron esa acelerada evolución del
latín vulgar y su cada vez mayor divergencia con el latín escrito. Algunos de esos
factores se han señalado como propiamente “vulgarizantes”, tendentes a una
“vulgarización” de la lengua. Todo ello tuvo finalmente como consecuencia la
fragmentación lingüística y el surgimiento de las distintas lenguas románicas.
Durante la época clásica se había dado una coincidencia en Roma entre las
llamadas “tres aristocracias”: la aristocracia del poder, la del dinero y la de la cultura.
Esta coincidencia había significado que en ese periodo clásico las personas que
ostentaron el poder formaban parte de las clases más elevadas y pertenecían a las
familias más adineradas y cultivadas; eran los que disponían de las grandes fortunas y
ellos mismos cuidaban y protagonizaban las manifestaciones de cultura. Ya es sabido,
además, que la formación gramatical y retórica suponía, por su participación en la
oratoria, una condición fundamental en la escalada al poder. Como consecuencia de
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2.4.2. Proselitismo
El cristianismo, por último, trató de no ser confundido con una más de las
varias religiones que había en Roma. Desde el s. II había surgido una cierta necesidad
de aislarse de una sociedad que repelía a los cristianos o los trataba de absorber. La
comunidad cristiana, por su moral y sus costumbres, pretendía aislarse del mundo
romano.
El carácter exclusivista de las creencias cristianas llevó a crear una
Sondersprache o “lengua de grupo” al rechazar aquellos términos y giros que pudieran
ir en contra de ellas o que fueran peligrosos para su moral. De esa manera, se
utilizaron términos que no estaban “contaminados”, términos bastante alejados de los
considerados “clásicos”, y la lengua de las comunidades cristianas acabó siendo
especial.
Esta “lengua de grupo” partió de los núcleos bajos y menos cultos de la
sociedad romana, pues fue en ellos en los que el cristianismo comenzó a expandirse.
No puede extrañar, por ello, que este latín esté fuertemente impregnado de
vulgarismos y de helenismos. Más tarde, hacia el s. IV, acabó extendiéndose por toda
la sociedad.
Deus se generaliza, por ejemplo, como forma de vocativo de la divinidad
cristiana. Entre los paganos, cuando se invocaba a cualquier divinidad se hacía con el
vocativo de su nombre y casi nunca con dee o dive, y en plural, dii boni se usaba
desde el latín arcaico. Sin embargo, los cristianos querían marcar su unidad, “uno y
ningún otro”, y, por ello, Deus se hace nombre propio; Dominus también. Deus pasa a
ser de forma antonomástica el nombre del dios único de los cristianos. Conviene hacer
notar que el uso de Deus es una contaminación a partir de una mala traducción del
griego “Agioj Ð QeÒj ‘Santo (es) el Señor’ → ‘Santo Dios’.
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pasar varios siglos para que un rey franco, Carlomagno, dé lugar en su reino a un
verdadero renacimiento cultural. Para entonces el latín escrito no sólo estará ya
completamente separado de la lengua hablada, sino que habrá una clara conciencia
de tal separación.
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