RODRIGUEZ, MARTIN. L-Gante

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Actuar la Patria: L-Gante y las formas de la otredad

Por Martín Rodríguez


Ponencia inédita, 2021
Quiero empezar por referirme a una palabra que el barrio repite como un valor positivo: la
“humildad”, el “ser humilde” para decir que me acerco humildemente a este tema del que sé muy
poco y que pertenece a un universo que me es ajeno en muchos aspectos. Así que sepan
disculparme, voy a dar inicio a este trabajo.
Para Cristina “la patria es el otro”. Si L-Gante es nuestro otro, podemos decir
consiguientemente que L-Gante es la patria. Muchos conocimos a L-Gante a través de Cristina
pero ya era conocido desde mucho antes por otros: era conocido por su arte que condensamos en
la frase “actuar la patria”. ¿Qué significa actuar la patria? ¿Cómo se actúa la patria? ¿Qué patria
se actúa?
En primer lugar, actuar la patria significa abandonar el juicio que separa territorios y que,
por ejemplo, asocia a L-Gante con una suerte de apología del delito. El propio L-Gante se encarga
de desmentir eso cuando afirma que su arte “muestra la realidad de los barrios”, afirmación que
refiere solo una parte de lo que hace y que se completa en una segunda: su arte también produce
narración, poesía, actuación, es decir, ficción. “Las pruebas de la infamia las llevo en la maleta,
las trenzas de la china y el corazón de él” dice el tango, y nadie piensa que Alberto Arenas, quien
narra su crimen en primera persona, o menos aún quién lo canta –pongamos por caso a Gardel- o
sus autores -Navarrine y Flores- sean apólogos del delito o que pretendan instigar al pueblo a
matar mujeres o a arrancarle el corazón a sus amantes.
Con la misma lógica, tampoco deberíamos pensar que cuando la letra de Tu-Reo dice “caí
re empilchado/se regaló un personaje”, la ropa que L-Gante viste en el video pertenece al mentado
personaje al que el artista acaba de robar. Sin embargo, la realidad de los barrios a la que sus letras
se refieren está presente de diversos modos, siempre atravesada por la ficción: los robos referidos
existen, pero también existen las locaciones, los autos, los hombres y las mujeres que lo
acompañan en los videos como parte de esa realidad. L-Gante aclara; “nunca pagué por un extra,
una modelo o un vehículo, todos los que aparecen en mis videos están ahí porque así lo quisieron,
porque los invité y se sumaron”. Los “turros”, los “guachines”, las pibas que perrean en short o
en tanga, están ahí porque así lo desean, en un ambiente claramente festivo, y son vistos por sus
padres, amigos, hijos y parejas, mostrándose en sus barrios de origen con L-Gante y sus
acompañantes artísticos ocasionales (Pablo Lezcano de Damas Gratis, la Joaqui o Fidel Nadal,
entre muchos otros).
Podría pensarse que se trata de un régimen de explotación o de extracción de plusvalía
(pensamiento risible en tiempos del capitalismo cognitivo y de la hegemonía de las plataformas)
pero lo cierto es que se trata de acciones que crean comunidad, espacios de encuentro del pueblo
consigo mismo y otros eventuales. En el caso de L-Gante, hablar de construcción de comunidad
es mucho más que una metáfora, es algo concreto que se materializa en lo que él llama Villa Tour
que consiste en ir a hacer videos a distintos barrios y acercarse a la comunidad a través de acciones
diversas, como por ejemplo repartir materiales para la construcción o servirles chocolatada y
cortarle el pelo el mismo a cincuenta chicos de un lugar -“aprendí a hacer degradé”, dice. Pero la
construcción de comunidad no se agota en el ir hacia el barrio: está también en su generosidad -
generosidad que comparte con otros artistas del género- para hacer y para decir cómo se hace y
que sin dudas remite a la vieja noción de escuela propia de géneros como el tango, el jazz o la
actuación popular.
L-Gante es escueto a la hora de hablar del sentido de sus letras -apenas se refiere
tangencialmente a su realismo y a que no pretenden hacer delinquir a la gente- pero es sumamente
generoso a la hora de decir cómo trabaja: a él no le importa la idea sino los aspectos materiales
que intervienen en sus construcciones. No es un creador que oculta las condiciones de producción,
sino un productor que enseña a producir, por eso su entrevistas están llenas de modos, de “yeites”
que hacen a su arte pero también a cuestiones básicas como por ejemplo cómo producir arte
mientras se trabaja en otra cosa, cómo obtener dinero para pagarle a un productor –por ejemplo,
diseñando barbijos en la computadora y vendiéndolos-, qué herramientas utilizar –una
computadora “de esas que da el gobierno”, la cámara de la computadora y un micrófono de mil
pesos-. Algo maltratado por los medios que se aprovechan de su edad o de su falta de experiencia
televisiva -situación no muy distinta a la que tuvo que atravesar en su momento Ofelia-, L-Gante
se recupera y aclara la situación en torno a la netbook de Cristina: a él no se la dieron, la tuvo que
canjear por un celular, y eso sucedió porque él no estaba yendo a la escuela secundaria sino
trabajando en la fábrica de recipientes de plástico de un amigo, pero la política de distribución de
computadoras le parece adecuada “en la medida en que quienes la reciban les den un uso”.
Porque de eso se trata, de tener herramientas y de usarlas pero también de prestarlas y de
enseñar a usarlas y no precisamente en el sentido gorila del “enseñar a pescar”: tal es para L-Gante
“su política” y no necesita aclarar nada más, salvo lo que aclaran sus letras no exentas de ironía y
desafío: “si quiere copiar que copie, si quiere tirar que tire, la cosa es si pasamo cabida, o si lo
hace de nivel”, dice en una de sus letras y en otra agrega “si quieren copiar los ayudo a aprender”.
Se trata de una política de acercamiento al otro, como par, como docente, como amigo,
como artista. Como docente, cuando frasea el abecedario -que es enseñar el abecedario pero
también un modo de enseñar un ritmo, un decir que no es el cotidiano y que los chicos repiten en
fiestas y cumpleaños-. Por eso si Cristina le dio o no la netbook es irrelevante, lo relevante es que
su palabra -la palabra de Cristina- nos acerca a muchos otros, a ese otro que nos da una imagen
de patria diferente -real, soñada o a descubrir- y que se acerca o quiere acercarse a artistas de otra
procedencia como Pity o el Indio Solari.
Ese deseo de encuentro con el otro o con los otros se materializa en uno de los principios
fundamentales de su producción: la mezcla. Reaggeton, cumbia, reggae, rap, hip hop, rock,
folklore, todo es pasible de ser apropiado y es esa mezcla y ese deseo de encuentro con otros
géneros y artistas uno de los principios que define lo que él llama la “cumbia 420”. Los otros
principios son un ritmo peculiar que la distingue de otras formas que circulan en otros países de
Latinoamérica y el uso de la marihuana. Del ritmo hablaremos más adelante, hablemos
brevemente de la marihuana: después de haber experimentado con otras drogas -experimentar: tal
es la palabra que usa-, L-Gante se queda con la marihuana cuyas virtudes enumera: relajar, ayudar
a dormir, abrir el apetito y propiciar la creatividad. “Si fuera presidente, entre otras cosas,
legalizaría la marihuana” nos dice, y el mismo se presenta como prueba viviente de sus beneficios,
de la capacidad de relajar los nexos sensoriomotrices y de activar la atención y la capacidad de
generar relaciones impensadas en el campo del lenguaje y en el marco de un trabajo constante.
Porque es ahí, en la palabra, pero también en los ritmos, en las sonoridades, en los tonos y
en los gestos, en donde se materializa la patria. La marihuana es en todo caso un facilitador, la
patria está en el trabajo al que L-Gante, peronista de hecho, se refiere recurrentemente en las letras
y las entrevistas-: “Que fumes marimba, no te hace chorrito, si vos crees eso caminaste poquito”
o en la misma letra “perro no confundas robar con trabajar, que la plata viene pero no la dignidad”.
Comencemos entonces por el lenguaje. Dice L-Gante que en un comienzo pensó en
adoptar un lenguaje neutro, accesible a todos, pero que pronto dejó de lado esa posibilidad y optó
por los modos y palabras que se dicen en los barrios y que vienen del lunfardo o que son
verdaderos neologismos sin importar que se entienda o no –“el que quiera saber que investigue”-
: Co co (cogollo de maría), maría (marihuana), rancho (amigo), ranchear (compartir con amigos),
rastrillo (rastrero), rocho (chico de barrio, sinónimo de turro), gorra o bigote (policía), chiripi
(porro), mellizo (motor mellizo de un vehículo), berretines (insultos en clave), soga /collar de oro)
son palabras se mezclan con otras que vienen de otros barrios, de otros países de Latinoamérica
como caserío (complejo de monoblocks populares, aplicable también a villa), huaraches (calzado),
josear (buscarse la vida) o frontear (mirar de frente provocativamente, enfrentar), incluso alguna
palabra en inglés si suma a la rima. Acercamiento lingüístico a la Patria: la Patria es el barrio que
se crea en esa mezcla de palabras que atraviesa fronteras y junta iguales, y no es casual que en
una de las remeras que usa estén las dos palabras: patria y barrio. Patria y barrio, que hacen
también la Patria Grande y que se conectan por medio de esas y otras palabras que remiten a un
imaginario propio y cuya conexión no se da solo en el plano de su significado sino también de su
sonoridad, como en la sesión realizada con Bizarrap que lleva por título Villarrap: “una reposera
y una sombrilla/todos los gato bien en capilla/acá no compramo con los rastrilla/de noche en el
coche la soga brilla”. Y más adelante: “Los ruchi los pincho/tres damajuana en la Pelopincho/una
parrilla y chinchu en el quincho/los rochos joseamo hasta hacernos millo/por los pasillo”.
Damajuana, pelopincho y chinchu en el quincho, imágenes fulgurantes de una patria que no
necesita de mucho para ser.
Se trata de un universo léxico que arma un verdadero sistema, con palabras que varían su
sentido conforme al contexto y que se asocian a figuras impensadas, palabras y música que son
como balas -“acá le mandamos cumbia pa agujerear la chapa”-. Así, encontramos “sicarios” o
“sicarias” que enloquecen sexualmente a su pareja pero que también destruyen y fragmentan
géneros y discursos para hacer otra cosa: “ella es una sicaria, en la cama tiene sus mañas” nos dice
en el tema que grabó con la Joaqui, pero también “soy un sicario, mato los ritmos”, y nuevamente
aparece la reflexión sobre su propia práctica.
Matar los ritmos es mezclarlos, pero también introducirlos en un tiempo que no es el
propio, adelantándolos o atrasándolos desde la pista misma o desde el fraseo, la pausa o la
cadencia que le roban tiempo al tiempo, lo embarran, lo estiran, lo dilatan. Aunque no usen la
palabra, ese tiempo es el tiempo de la mugre a la que se refiere Troilo y que es propia de la vida
y el trabajo urbanos, pero también de la orilla, de los márgenes, del barrio. La mugre vuelve,
siempre está como un modo de concebir el tiempo que pertenece al pueblo. Se traduce en una
cadencia y un ritmo que a veces huyen del ritmo de la ciudad, otras lo replican y otras lo escanden,
pasando del lamento al tono irónico o desafiante. Si algo pervive de nuestro pasado cultural en las
producciones de L-Gante es precisamente la mugre que habita sus palabras, sus tonos, sus ritmos,
gestos y movimientos que se comentan entre sí y comentan el mundo. Mugre es un conjunto de
procedimientos -fundamentalmente el arrastre y el fraseo- pero también una valoración positiva
de las formas artísticas populares y una diferenciación respecto de aquellas formas que carecen
de ella. Aunque la mugre tiene que ver con lo vocal o con el sonido de los instrumentos -en este
caso de la pista-, siempre involucra algo que es del orden de la actuación, en cuyo campo
específico estas discontinuidades, aceleraciones y esperas con sus arrastres, arranques y cortes
abruptos implican “robar tiempo”, ese tiempo necesario para invocar otras palabras, otros gestos
y otras ficciones que distinguen al artista popular de las formas cultas. Es ese tiempo robado a la
rutina el que permite acumular sentidos y desplegar energías y potencias que es raro encontrar en
la vida diaria, encontrar lo “discontinuo en la continuidad” en esos ritmos próximos pero diversos
de la rutina que el trabajo impone a los cuerpos.
Me voy a centrar brevemente en el video que se titula Tu-Reo y que abre con la palabra
que le da nombre en celeste y blanco y una tipografía que remeda al western. Tu-Reo está filmado
en un espacio rural, en el que la mugre se encuentra con la tierra. Vemos un espacio abierto que
bien puede ser el campo, bien General Rodríguez, lugar del que es oriundo. Mirada y tono
desafiantes, actitud urbana mezclada con una postura que cita la tradición gauchesca, en una de
las primeras imágenes L-Gante aparece con zapatillas y pantalón deportivo pero con el torso
desnudo cubierto por un poncho, sombrero y facón en la cintura. Lo rodean jóvenes de ambos
sexos que tocan bombos, guitarra y violín y vemos una pareja bailando y hasta un niño con
indumentaria rural: no son los turros que habitualmente aparecen en sus videos sino en su mayoría
jóvenes en apariencia de clase media, más allá de las variaciones de color de piel. En esa
diversidad encontramos una energía festiva pero también la propia de un motín –“los cumpa
estamo’ amotinado”, explicita, y en este punto asistimos a un encuentro entre peronismo y
revolución, un choque productivo quizás preanunciado por el sonido de trueno que da inicio al
video. Estas energías encuentran su correlato en la actitud, el tono y la mirada desafiante, pero
también en la letra: “Tranqui, piola, perfil bajo/con su parla lleva un camuflaje/el negro le manda
hasta abajo/siempre activado esperando el mensaje/Y tira si pintan los tiros/y arranca si se pudre
el baile/siempre anda pegando unos giros/el más turro de Buenos Aires. Y más adelante, siempre
con los bombos y la guitarra de fondo: “Soy abanderado/bandolero, argentino y paisano/mis
compitas todos meten mano/los falsos me irritan, los re descartamos/así es como vamos y así la
vivimos/deportivo de pie a cabeza/natural de naturaleza/dicen que de abajo se empieza”. Y remata
con el pie quebrado: “Seguimo en esa”.
En otras escenas lo vemos con los mismos pantalones y el facón en la cintura pero el
poncho ha sido reemplazado por una campera y una remera del gauchito gil y el sombrero por un
gorro blanco con la inscripción “no quiero giles”. Y quizás en esa inscripción se encuentre una de
las claves para acercarnos a Tu-Reo. Hay un mensaje que se espera y si el baile se pudre el negro
arranca y le manda “hasta abajo”. Y si pintan los tiros tira. En esa apropiación violenta, festiva e
irónica del espacio rural, L-Gante se pone al frente de algo: abanderado, bandolero, argentino y
paisano, sabe que “de abajo se empieza”. “Seguimo en esa”.

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