Navidad
Navidad
Navidad
Lucas 2, 1-14
“Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento,
y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre,
porque no tenían sitio en el alojamiento”
En una noche como esta nació Jesús. Dejémonos sorprender por el misterio revelado y
adorémoslo en los benditos brazos de María, quien lo presenta al mundo.
¡Qué maravilla! Dios mismo, quien desde siempre vive en una luz inaccesible el misterio de su
identidad, se ha hecho don, regalo para cada uno de nosotros, se ha hecho presente en su Palabra
que es su Hijo Jesús. Así nos asegura su amor, nos invita a la amistad con Él y se manifiesta una
vez más como hace más de dos mil años en Belén.
Lucas es el encargado hoy en ponernos a tono con el acontecimiento. El relato lucano del
nacimiento de Jesús gira entorno a este mensaje central: el salvador prometido por Dios está
presente aquí y ahora, su venida se ubica en la historia y tiene un significado para ella. De aquí
se concluye el significado de esa presencia tanto para Dios como para toda la humanidad.
Leamos lentamente, con mucha atención, sintiendo la fuerza de las palabras, orando
constantemente, este maravilloso relato que en su sencillez tiene tanto para decirnos.
José y María viajan a Belén presionados por el edicto del emperador romano Augusto; de esa
manera, y por una providencia histórica (conducida por Dios), el nacimiento de Jesús se realiza
en la ciudad de David, lo que inmediatamente nos lleva a pensar en la realización de la promesa
mesiánica. La mención de personajes (el emperador Augusto, el gobernador Cirino) y de eventos
conocidos por todos (el censo, el viaje a la ciudad de origen) nos dicen que el Mesías vino al
mundo en un momento concreto de la historia universal. Así la historia humana y la historia de la
salvación terminan confluyendo.
El emperador Augusto, mencionado al comienzo del relato, es el dominador del mundo, el que
tiene sometida políticamente a la Palestina, a quien se le han atribuido los títulos de “príncipe de
la paz”, “el salvador del pueblo”, “garante del orden y del bienestar”. Surge entonces
espontáneamente la pregunta: ¿los títulos que el recién nacido recibe esta noche en Belén (el
“Salvador”, el “Mesías”, el “Señor” y el portador de la paz a la tierra), no son una contestación
de la figura del emperador?
El alumbramiento se da en las condiciones más bajas posibles: María y José son pobres, se las
arreglan como pueden e improvisan una cuna. Estando en una casa donde no hay lugar para el
hospedaje, se van al lugar donde se guarda el ganado, y la cuna del niño sólo podrá ser el
pesebre donde comen los animales.
Jesús nace sin tener un lugar digno para reclinar su cabeza, sólo tiene a su madre quien le ofrece
toda la ayuda posible: “Lo envolvió en pañales y le acostó en un pesebre” (2,7).
Lucas se detiene en esta escena y subraya los gestos del amor maternal de María, que se
convertirán, de aquí en adelante, en la señal para reconocer al Mesías (ver 1,12).
Así como sucedía en el mundo antiguo ante los grandes eventos, el nacimiento de Jesús es
anunciado solemnemente. Pero a diferencia de los demás este anuncio no lo realizan voces de la
tierra sino voces del cielo.
Los destinatarios de la gran noticia son los pastores, representantes del mundo pobre y
marginado. El Ángel los invita a la alegría desbordante y anuncia que se trata del nacimiento de
Jesús, quien es el “Salvador”, “Mesías” y “Señor”. Ésa es la gran dignidad del recién nacido:
Jesús es el “Salvador”
Es un título de Jesús que encontramos sólo en este Evangelio (excepto Juan 4,42). Quiere
decir que la obra que Jesús va a realizar tiene como resultado la “salvación”.
En el mundo greco-romano algunos personajes tales como dioses, filósofos, estadistas y reyes,
llevaban el título de “salvadores” (como lo acabamos de mencionar en el emperador
Augusto). Pero es también un título que se encuentra ya en el Antiguo Testamento como
atributo de Dios (ver Is 45,15 y 21).
En el caso de Jesús, sólo después de su muerte, se va a clarificar lo que este título significaba
exactamente en Él. De hecho, en la predicación de la Iglesia primitiva se insistió en que el
mesianismo de Jesús se comprendiese a la luz de su muerte y resurrección: “Cristo murió por
nuestros pecados, según las Escrituras...” (1 Co 15,3).
En el Evangelio, Lucas nos muestra como el mismo Jesús va revelando poco a poco que él es
el Mesías sufriente, que va a la gloria pasando por la muerte (24,26). Sus seguidores se van a
identificar de tal manera con él que tomarán su mismo título: “cristianos” (Hch 11,26; ver
26,28).
Jesús es el “Señor”
El nombre más común de Dios en el Antiguo Testamento, Yahveh, fue traducido al griego
como “Kyrios”, que en español se dice “Señor”. Por eso llamar a Jesús “Señor” es equipararlo
a Yahvé.
Sin embargo, ¡atención!, ni él mismo ni los primeros cristianos lo confundieron con el Abbá-
Padre. Además de esto, hay que tener en cuenta que en el mundo greco-romano en que fue
proclamado el Evangelio, el titulo “Señor” se le aplicaba al Emperador y a otros grandes
personajes divinizados; recordemos que Pablo va a decir en una ocasión: “(Aunque) hay
multitud ... de „señores‟, para nosotros no hay más que...un solo Señor, Jesucristo, por
quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros” (1 Corintios 8,5-6).
Hay todavía una particularidad: en la obra de Lucas (Evangelio y Hechos) el título de “Señor”
es el que mejor expresa la dignidad de Jesús como resucitado: “A este Jesús Dios le
resucitó... Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis
crucificado” (Hch 2,32 y 36).
La venida de Jesús es una iniciativa del amor misericordioso del Señor por medio de la cual él se
glorifica a sí mismo dándose a conocer como Dios, es decir, salvando.
La “Paz” es el regalo de Dios para la humanidad: a través de Jesús Dios concede su paz a todos
los hombres. Se trata de una paz que se fundamenta en la “complacencia”, en el amor de Dios.
En contraposición con la falacia del emperador Augusto, que ofrecía una paz basada en el
dominio militar, Jesús viene como el verdadero príncipe de la paz y quien lo recibe en su
humildad de niño, en el pesebre, recibe por medio de él el amor total y definitivo de Dios que
transforma completamente su vida y la hace don para los hermanos, fermento de justicia en la
sociedad.
El cuadro de la navidad que nos regala el evangelio de Lucas con todo el colorido y precisión de
sus pinceladas no invita a hacer parte de la escena.
Este es la gran alegría de la navidad: el niño Jesús nos dice con su presencia que somos amados
tal como somos, a pesar de nuestros pecados, a pesar nuestras debilidades, incluso nos ama más
por eso.
Digámosle a todo el que esta gran solemnidad encontremos en nuestro camino: “¡Vamos,
corramos a Belén para que veamos lo que el Señor nos ha manifestado!” (2,15).
Con el evangelio de Lucas pongámonos ante el pesebre y hagamos allí una bella “lectio divina"
de este evangelio con nuestra familia. Dejemos que brote de manera sencilla y espontánea la
oración, y que nuestro corazón calientico por la Palabra se atreva a amar...
1. ¿Cuáles fueron las circunstancias del nacimiento de Jesús? ¿Cuál fue el signo que orientó
a los pastores en el reconocimiento del Mesías? ¿Cómo se repite ese signo hoy y a qué
somos llamados?
2. ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Qué hace en nuestra vida? ¿Con qué términos podríamos
expresarlo mejor?
3. ¿Qué sugerencias nos da este pasaje para anunciar a Jesús en el mundo de hoy, sobre todo
en el ambiente en que vivimos? ¿Qué diríamos? ¿Con quiénes comenzaríamos? ¿Cuál
debería ser el resultado de nuestro anuncio?
4. ¿Qué nos enseñan las actitudes de María y de los pastores en la noche de la Navidad?
¿Cuál es la mejor manera de celebrar el misterio del nacimiento de Jesús?