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Working

Paper 3
Proyecto FONDECYT #1160921
“Economía moral de la meritocracia y preferencias distributivas”
Editores: Juan Carlos Castillo, Jorge Atria y Luís Maldonado

Economía moral

Felipe Águila
Julio 2017
WORKING PAPER 3:
ECONOMÍA MORAL

Felipe Águila

Aunque en la actualidad no es tan común encontrar dentro de las ciencias sociales


literatura que ponga en relación moral y economía, hasta hace un par de siglos atrás
ambas áreas de estudio no estaban del todo diferenciadas e, incluso, la economía se
encontraba circunscrita dentro de la filosofía moral. Sin embargo, con el surgimiento de
tendencias positivistas durante el siglo XIX y pensamientos derivados de la economía
clásica (teniendo como precursor a Adam Smith y otros pensadores), poco a poco el
estudio de la economía y la ética se fueron distanciando. La organización económica y
el comportamiento humano en general comenzaron a ser analizados bajo la óptica de la
teoría de la acción racional y la idea del homo economicus: un orden en el cual los
individuos actúan en pos de su propio interés y la maximización de utilidades o, lo que
es lo mismo, la satisfacción de sus preferencias individuales. Con esto, el bien, la
justicia y los valores sociales en general cedieron su lugar a la eficiencia dentro del
estudio de la economía. Así, el vínculo entre moral y economía fue restringido
exclusivamente para aquellas sociedades premodernas en donde hay muy pocos
mercados o derechamente éstos no existen, y donde el comportamiento económico de
las personas está gobernado por normas sociales y la cultura en general (Fourcade,
2006: 932; Sachweh, 2011: 422; Sayer, 2000: 79).

Ahora bien, en las últimas décadas ha surgido entre los investigadores de las ciencias
sociales un intento por cuestionar esta separación entre economía y moral, buscando así
explicar el comportamiento económico desde una perspectiva diferente a la que hasta
ahora se ha utilizado. Para hacerlo, se ha tomado el concepto de economía moral, el
cual, en líneas generales, se presenta como una contraparte al enfoque de la teoría de la
acción racional mencionado en el párrafo anterior. La idea es incorporar dentro del
análisis económico otro tipo de variables (como valores, sentimientos, normas,
creencias, actitudes, etc.) que puedan aportar a la comprensión de los diferentes
fenómenos económicos.

1
Si bien los primeros trabajos al respecto tienen más de 40 años, la mayoría de las
investigaciones se concentran en un periodo no mayor a los 20 años, por lo que se puede
decir que se trata de una discusión reciente y vigente. De aquí que sea también una
materia en donde todavía no hay tanto desarrollo como el que uno puede encontrar en
otras discusiones.

Es por esto que en esta revisión de literatura intento, ante todo, cumplir dos objetivos.
Primero, rastrear el origen del concepto de economía moral y el desarrollo que éste ha
tenido a lo largo de los años. Con esto, mi propósito es ver qué han entendido los
investigadores por economía moral: las convergencias y divergencias que se presentan
al respecto, para así proponer una delimitación del concepto. Y por otro lado, voy a
mostrar aplicaciones concretas que se han realizado al respecto y qué tienen de
particular las investigaciones con un enfoque de economía moral. El objetivo de este
segundo punto es presentar las diferentes formas en que los investigadores han diseñado
e implementado estudios concretos de economía moral y qué temáticas se han abordado
desde este enfoque.

Economía y moral
Si bien el concepto de economía moral que voy a tratar es relativamente reciente, la
relación entre moral y economía tiene antecedentes previos. Al respecto, Sachweh
ofrece una distinción entre los economistas morales tradicionales y los contemporáneos
(2011: 422). Entre los primeros se encuentran, principalmente, Karl Polanyi, James
Scott y Edward P. Thompson. Mientras que el grupo de economistas morales está
compuesto por un gran número de autores, y uno de los objetivos de este documento es
revisar la literatura de ellos, para así dar cuenta del escenario actual del asunto.

En el caso de Polanyi (1944), se le reconoce especialmente por haber ofrecido la idea de


las economías incrustadas (embeddedness economies), a saber, que en las sociedades
tradicionales la economía se encontraba afectada o condicionada por otros factores,
como la religión o la cultura en general. Con esto, se muestra como el paso hacia las
sociedades modernas significó también una paulatina independencia de la economía
respecto a estas otras esferas, a tal punto de que se puede hablar de cierta autonomía del
sistema económico.
2
Por otro lado, James Scott, en su trabajo The Moral Economy of the Peasant (1976),
muestra cómo los agricultores del sudeste asiático, frente a la amenaza de una crisis de
subsistencia, trabajaban la tierra y distribuían los recursos según el principio de “la
seguridad primero” (safety first principle). Este principio implica que los riesgos que los
agricultores corren (como innovar en tecnología) tienen un límite: evitar la posibilidad
de un desabastecimiento o una crisis de la producción en general. De esta forma, al
igual que en las economías incrustadas que describe Polanyi, se trata de un orden
económico que no se encuentra gobernado exclusivamente por un razonamiento
utilitarista, sino que incorpora elementos propios de la tradición cultural.

Tanto Polanyi como Scott muestran que en sociedades tradicionales existe un fuerte
vínculo entre moral y economía. Algo que autores contemporáneos han intentado
mostrar dentro de las sociedades capitalistas de hoy en día. La intención, aunque tal vez
“simple”, es interesante porque desde el surgimiento de la economía clásica, y la
posterior consolidación del capitalismo, ha existido una creciente separación entre
economía y moral (Amable, 2011; Arnold, 2001; Fourcade, 2006; Fourcade & Healy,
2007; Götz, 2005; Hill, 1996; Sen, 1977).

Si bien en los casos que tratan Polanyi, Thompson y Scott la relación entre moral y
economía puede ser más evidente, dentro de la literatura existen buenas razones para
estudiar este vínculo en sociedades no tradicionales. La idea fundamental es que la
economía se encuentra vinculada con elementos morales no sólo porque es obra de
prácticas humanas, lo que siempre tiene una dimensión moral constitutiva (Van
Staveren, 2000), sino porque cumplen un rol en la creación de límites morales entre las
personas o sociedades (Fourcade, 2013; Fourcade & Healy, 2007; Zelizer, 1994).

Economía moral
Aunque existen referencias al concepto de economía moral en la antigüedad, tanto en la
filosofía como en la teología (Götz, 2005), la mayoría de los autores reconoce al
historiador Edward P. Thompson como el creador del concepto (Götz, 2005: 147;
Fassin & Matthews, 2012: 441, Sachweh, 2011: 421; Sayer, 2000: 79). En su ensayo
The English Crowd in the Eighteenth Century (1971), Thompson muestra cómo en la
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Inglaterra del siglo XVIII, durante los periodos de escasez, primaba una “economía
paternalista”, la cual no se regía por los principios utilitarios de la economía clásica. Por
el contrario, cuando la hambruna se presentaba como una amenaza, la sociedad inglesa
—y sus autoridades— consideraba que el mercado debía ser regulado, de tal forma que
los pobres tuvieran la oportunidad de acceder a los bienes básicos (1971: 83). Existía
dentro de la sociedad inglesa “una profunda convicción de que los precios, en tiempos
de hambruna, debían ser regulados, y que aquellos que buscaran conseguir ganancias se
ponían a ellos mismos fuera de la sociedad1” (1971: 112).

Se presenta en el texto de Thompson a la economía moral como un modelo paternalista


que regula las interacciones económicas, y que se basa en una visión tradicional de las
normas y obligaciones sociales que dan prioridad al bien común durante los periodos de
hambruna (Götz, 2005: 152). Y en un sentido más general, se trata de un concepto que
nos permite tomar en cuenta las normas y obligaciones que tradicionalmente regulan los
intercambios, distintos a los mecanismos propios del mercado (Fassin & Matthews,
2012: 441; Sachweh, 2011: 421) (algo similar a lo que describe Scott (1976)).

El problema es que el propio Thompson sostiene que es difícil para nosotros


imaginarnos un orden social con estas características (1971: 131), por lo que parece
entender el concepto de economía moral de una manera restringida al contexto
particular que él aborda (Götz, 2005: 151; Fassin, 2009: 441), y no como una categoría
que pueda ser utilizada para el estudio de sociedades no tradicionales como la nuestra.
Frente a esto, diferentes autores han tomado el sentido general que hay detrás del
concepto, y lo han utilizado para investigar la relación que existe entre moral y
economía en las sociedades capitalistas.

En general, dentro de la literatura revisada no se entrega una definición del concepto


propiamente tal, pero la que ofrece Andrew Sayer (2000, 2005, 2007) es una que es
utilizada por varios autores (Götz, 2005; Fourcade, 2013; Loader, Goold & Thumala,
2014; Sachweh, 2011). Para Sayer, la economía moral se encarga de “estudiar las
normas y sentimientos morales que estructuran e influencian las prácticas económicas,

1
Esta y las siguientes traducciones son mías.
4
tanto formales como informales, y la forma en que estas refuerzan, comprometen o se
anulan por presiones económicas” (2007: 262).

Hay un intento por reunir materias que actualmente se encuentran separadas


(particularmente la economía política y la sociología económica respecto a la moral y la
filosofía política), en oposición a la tendencia que existe por desracionalizar los valores
y de abstraer la acción individual del contexto particular en que se lleva a cabo (Ibíd.:
269). De esta forma, los estudios en economía moral no solo se preguntan por lo que de
hecho ocurre, sino que, también, por aquellos elementos que legitiman el orden
económico de una sociedad. Se cambia así la pregunta del comportamiento económico
por la de la validez normativa (Ibíd.: 268).

A partir de esto, en uno de sus trabajos, Sayer (2005) muestra que los efectos que tiene
la clase social y el estatus sobre la vida de los individuos se vincula más con el tipo de
sentimientos y valoraciones que las personas tienen respecto a su propia vida, y no tanto
por lo que otros creen. Se sostiene que las personas de clase baja son desaventajadas
porque no pueden vivir de una forma que ellas mismas valoran, lo que a su vez da
origen a un sentimiento de vergüenza hacia la propia clase; donde experimentar
vergüenza se entiende como “sentirse inadecuado, falto de valor y, tal vez, de dignidad
e integridad” (2005: 954).

Una aproximación similar a la de Sayer es la que utiliza Sachweh (2011), quien también
reconoce la necesidad de superar el paradigma de la teoría de la acción racional al
momento de estudiar determinados fenómenos económicos, para de esta forma
incorporar el conjunto de valores y normas comunes que están involucradas en las
acciones y actitudes de los individuos. En este caso el concepto de economía moral es
utilizado para referirse a las creencias respecto a la justicia y las nociones morales que
se comparten dentro de una sociedad. Se trata de un “consenso popular respecto a las
prácticas legítimas e ilegítimas en el intercambio social [...], el cual se encuentra
enraizado en una ‘visión tradicional de las normas y obligaciones sociales’” (2011: 422)
(las cursivas son mías).

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En base a esto, Sachweh realiza un estudio sobre la economía moral de la desigualdad
en Alemania, utilizando una metodología cualitativa. Se opta por esta metodología bajo
el argumento de que las entrevistas en profundidad entregan información más detallada
que las encuestas respecto a las creencias de las personas, a la vez que permiten
reconstruir los argumentos y justificaciones que los individuos ofrecen (2011: 420). De
hecho, se critica que a pesar de que existe una amplia literatura respecto a las actitudes
sobre la desigualdad en el mundo, al ser estudios en base a encuestas, no entregan luces
de los argumentos y justificaciones detrás de dichas actitudes.

Un elemento interesante de los resultados del estudio de Sachweh, y algo que es


destacado también por otros investigadores (Mau, 2003; Sayer, 2000; Shamir, 2008), es
la ambivalencia que se presenta en los discursos de las personas, mostrando que aquel
conjunto de creencias, sentimientos y valores sociales involucrados en su percepción no
es un todo coherente. Lo que se puede ver, por ejemplo, en que en general las personas
están de acuerdo con principios no igualitarios basados en el mérito, pero al mismo
tiempo son críticas respecto a situaciones específicas de desigualdad (como la pobreza
extrema). Una situación que se intensifica en aquellos grupos que apoyan políticas
bienestaristas, y se reduce entre aquellos que las rechazan.

Ahora bien, es interesante contrastar los dos casos descritos anteriormente con la
investigación de Steffen Mau (2003), quien realizó un estudio comparado sobre la
economía moral del Estado de bienestar en Alemania e Inglaterra, utilizando como base
de datos principal los datos del módulo de “Rol del Gobierno” de la ISSP de 1996. En
este caso, el objetivo general de la investigación es estudiar la relación que existe entre
las actitudes públicas de los ciudadanos con respecto a las instituciones del Estado de
bienestar, y cómo dicho orden institucional tiene efecto sobre las propias actitudes y
creencias de las personas.

Como se puede ver, en este caso, a diferencia del estudio de Sayer o Sachweh, no hay
tanto un interés por entregar un relato o discurso sobre lo que las personas creen y las
actitudes que tienen respecto al Estado de bienestar y sus políticas redistributivas, sino
que se busca analizar cómo las expresiones de apoyo (o rechazo) a determinadas
políticas pueden ser interpretadas a la luz del marco institucional en que se expresan.
6
Así, tomando en cuenta que las instituciones forman, determinan y conducen los
comportamientos individuales, no sólo por medio de incentivos externos, sino que por
medio del establecimiento de normas culturales y sociales (March & Olsen, 1989), para
Mau una de las tareas principales de la economía moral del Estado de bienestar es
“entender cómo los juicios de valor afectan las preferencias de las personas y cómo
dichos juicios se relacionan con los valores que la arquitectura institucional promueve”
(2003: 29).

De esta manera, para Mau hablar de economía moral es referirse a que las interacciones
sociales están basadas en una constitución social y en un set subjetivo de normas
sociales y suposiciones morales compartidas (que serían su objeto de estudio). Mientras
que la economía moral de las instituciones bienestaristas, en particular, es definida
como la “continua lógica de apoyo y aceptación social por la naturaleza redistributiva
de la previsión bienestarista” (Ibíd.: 31).

Por otro lado, Mau muestra dos problemas que puede implicar trabajar este tipo de
temas a partir de datos de encuesta. El primero de ellos es que no es lo mismo la
orientación normativa de las personas y su real comportamiento, por lo que en la propia
encuesta puede ser difícil hacer surgir las normas sociales que cotidianamente operan,
sin una potencial sanción detrás. Mientras que el segundo problema tiene que ver con la
falta de información y conocimiento que las personas pueden tener sobre la materia al
momento de contestar las preguntas de la encuesta.

Como solución a estos problemas, Mau señala que, primero, los estudios de economía
moral que se basan en datos de encuestas no tienen por qué aspirar a acceder al
“verdadero” estado mental de los individuos, sino que los resultados deben ser tratados
como una suerte de “historias públicas” (public stories) que son parte de la sociedad en
general. El interés no debe estar en la profundidad de las opiniones, sino que en las
actitudes hacia los arreglos institucionales que se están evaluando. Asimismo, se sugiere
que el segundo problema es un asunto relacionado con el uso de encuestas en general, y
que es algo que debe ser tomado en serio, pero que hay buenas razones para asumir que
las personas pueden tener opiniones y preferencias sin tener necesariamente un
conocimiento avanzado sobre el tema que se les está preguntando.
7
El caso de Fassin y Matthews (2012) es teóricamente muy similar a lo que expone Mau,
ya que en su caso, siguiendo a Daston (1995), los estudios en economía moral permiten
entender cómo una determinada configuración de la esfera pública influye en la vida
diaria de los agentes al momento de implementar una u otra política pública. De aquí
que los autores definen economía moral como “la producción, circulación y uso de
valores y sentimientos dentro del espacio social que rodean ciertas problemáticas
sociales” (2012: 441).

Convergencias y divergencias
A partir de los casos expuestos en el apartado anterior se puede ver que el concepto de
economía moral o la idea de un estudio con un enfoque de economía moral es bastante
amplio. Básicamente sugiere incorporar a los estudios económicos otro tipo de variables
e indagar en el trasfondo moral que subyacen las prácticas, creencias, actitudes e
instituciones económicas de una sociedad.

No obstante, también existen dentro de la literatura diferencias respecto a cómo se


llevan a cabo este tipo de estudios. Si bien no es un debate que se pueda evidenciar de
manera explícita dentro de los estudios revisados, sus propias características nos
permiten mostrar algunos puntos que demarcan, al menos, dos tipos de investigaciones
o enfoques teóricos.

Un primer grupo se caracteriza por concentrarse en los elementos más bien individuales
del asunto (como lo son las actitudes, las creencias y preferencias), y no tanto en el
contexto institucional. De esta forma se da prioridad a la elaboración de un discurso que
caracteriza una determinada economía moral (Amable, 2011; Fourcade, 2013; Hill,
1996; Loader et al. 2014; Sachweh, 2011; Sayer, 2000, 2005, 2007).

El segundo grupo de investigaciones, en cambio, tiene su foco en el estudio del


aparataje institucional en el cual se expresan las variables individuales mencionadas
anteriormente, así como la manera en que dichos elementos afectan a las propias
instituciones (Dobbin, 1994; Fassin & Matthews, 2012; Fourcade, 2006; Mau, 2003;

8
Thompson, 1971). La idea aquí es mostrar el vínculo que existe entre estos elementos
institucionales y aquellos individuales, en función de ciertas categorías morales.

Otro aspecto en el cual no parece haber consenso es respecto a: ¿economía moral de qué
o de quién(s)? En efecto, hay algunos autores que se refieren a la economía moral como
una idea general, como aquel conjunto de valores que afectan las interacciones sociales,
lo que hace parecer de que cada sociedad tiene una correspondiente “economía moral”
(Mau, 2003; Sachweh, 2011; Scott, 1976; Thompson, 1971). Mientras que existen
autores que muestran que existe (o puede existir) una economía moral para
determinados grupos o clases (Svallfors, 2006), y no como un set de orientaciones y
representaciones compartidas entre grupos.

Por otro lado, dentro de la literatura revisada se pueden encontrar estudios de economía
moral respecto a diferentes objetos de estudio. En esta lista hay casos de estudios de
economía moral: del Estado de bienestar (Mau, 2003), de la desigualdad (Sachweh,
2011), de las clases sociales (Sayer, 2005; Svallfors, 2006), del capitalismo (Hill, 2008)
y neoliberalismo (Amable, 2010), de los seguros (Loader et al. 2014), de las ciencias
(Daston, 1995) e, incluso, de los telescopios y la astronomía2 (McCray, 2000).

Con esto, tal como muestra Götz (2005: 158), se puede ver que lo amplio del término da
para que se pueda utilizar casi en cualquier tipo de estudio, lo que puede ser positivo y
negativo al mismo tiempo. Positivo porque permite trabajar una gran variedad de temas,
pero también negativo porque se corre el riesgo de dilatar demasiado el asunto y, de esta
forma, perder la particularidad que puede tener una investigación en economía moral.

Conclusiones
A partir de esta revisión de literatura sobre economía moral se puede concluir tres cosas.
En primer lugar, el sentido general el concepto, desde su origen hasta el día de hoy,
guarda relación con la importancia que tienen determinados factores morales en las
interacciones económicas y los arreglos institucionales. No obstante, en la gran mayoría
de los trabajos revisados no se profundiza ni en su conceptualización, ni en el tipo de

2
Ciertamente este estudio no fue considerado dentro del documento, pero lo menciono
para ilustrar el punto: existen estudios en economía moral sobre una gran cantidad de temáticas.
9
factores específicos que debe considerar la economía moral en cuanto tal (valores,
creencias, actitudes, preferencias, disposiciones, etc.) ni qué se está entendiendo
específicamente por dichas variables en un sentido moral. Por esto resulta difícil
entregar una definición clara del concepto y las características particulares que poseen
este tipo de estudios versus otros que no adoptan un enfoque de economía moral.

Sin embargo, dentro de los trabajos revisados se observa que hay una especial atención
en el tipo de valores que se ven representados en las instituciones sociales y que, al
mismo tiempo, influyen en las propias preferencias y orientaciones individuales. En
función de esto se identifican, al menos, dos grandes tipos de estudios: algunos que se
enfocan en caracterizar los discursos detrás de la economía moral de una determinada
sociedad, y otros que entregan mayor relevancia a los arreglos institucionales y su
mutua relación con las variables individuales.

Por último, tomando en cuenta lo que se señaló más arriba, se observa que la
generalidad del concepto permite que sea aplicado a casi cualquier objeto de estudio. El
problema de esto es que en ocasiones resulta difícil diferenciar una investigación en
economía moral con otra que no tenga dicho enfoque. Así, la particularidad de los
estudios en economía moral queda algo comprometida.

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Referencias

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