059 11 Jose Antonio Linage

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JOSÉ ANTONIO LINAGE CONDE

Notario

La Edad Media
hacia el Notariado latino

28 de marzo de 2019
Veritas super omnia
Lema heráldico en una casa de Sepúlveda

SUMARIO

– Una conquista
– En la Edad Contemporánea
– La plenitud de la confianza
– Dación de fe de la liturgia
– Un ámbito ajeno
– Un notario español en un monasterio suizo
– Paleografía y Diplomática
– El legado de la antigüedad
– Labor creadora de los scriptores
– Antes y después de Carlomagno
– El retorno del Corpus
– La «ortodoxia» notarial entre Bolonia y Roma
– El ejemplo de Francia
– Las líneas difusoras
– En la convergencia de culturas

525
Al ocupar esta tribuna, se me viene a la mente el trance de una perio-
dista francesa, biógrafa de un político portugués, el cual había convivi-
do en su juventud con el cardenal patriarca de Lisboa. Fue a ver a éste
la interesada, en pos de recuerdos y noticias. En la sala de espera, tapi-
zada de viejas sedas rojas, se sintió envuelta en una atmósfera solemne,
litúrgica, penitencial, y cuenta que entonces se acordó de todos los peca-
dos cometidos desde el día de su confirmación.
Mi sentimiento aquí ahora tiene algún parecido con esa vivencia. Os
confieso que veo pasarme por los ojos alguna ráfaga de alucinación, en
temor y temblor, como si esta presidencia volviera a ser mi tribunal de
oposiciones.
Ya tremendamente en serio, separado sólo por unos tramos de esca-
lera de los retratos de todos los decanos de este Colegio desde 1862 y de
la biblioteca de Juan-Berchmans Vallet de Goytisolo, me abruma el sen-
timiento de culpabilidad, no haber estado, a lo largo de más de cuarenta
y cinco años de ejercicio profesional, a la altura de la misión que se me
encomendó, un sentimiento en que me encuentro solo, como el corredor
de fondo, cual el portero ante el penalti.
En cambio, en el aspecto intelectual, me veo arropado, por compar-
tida mi responsabilidad con nuestro querido secretario que aquí me ha
traído, a esta Academia, con tan floreciente historia desde 1858, de la
que me permito traer a colación sólo una página, definitiva y casi incre-
íblemente reveladora de su prestigio1. Desde el inicio de estos ciclos de
conferencias en 19432, fue invitado a dar una don Federico de Castro,
deseo que se renovaba continuamente; tengamos en cuenta que un asi-
duo de su seminario de Derecho Civil era Vallet. Al cabo de un cuarto

1
Una ojeada a la colección de los Anales, más detenida en las cuatro primeras déca-
das y media, o sea hasta 1978, y en la que hemos aprendido mucho, nos permite afir-
mar que bastaría para dar una idea de la ciencia jurídica iusprivatista española de la
época.
2
Tan lejano ya en la historia de España y del mundo. Baste el dato de que don Nico-
lás Pérez Serrano trató de una novedad legislativa alemana, el Código Civil, llamado
Código del Pueblo, o sea el del Tercer Reich aún imperante; noticia de ese primer ciclo,
por M. ROMERO VIEITEZ, en la «Revista de Derecho Privado» (=RDP; 29, 1945) 467-470.

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de siglo aceptó, de manera que en 1967, expuso aquí su Estudio crítico
sobre la teoría del doble efecto del negocio fiduciario.
Estaba alarmado por algunas sentencias del Tribunal Supremo y una
parte de la doctrina que, inspiradas en un formalismo abstracto, se esta-
ban desviando por unos vericuetos capaces de minar los fundamentos
del sistema jurídico español. En esa circunstancia, acudía a nosotros en
demanda de «consejo, para rogarles a los notarios auxilio con qué resol-
ver mis propias dudas, en situación tremendamente embarazosa», pues
nos veía poseedores de «una doble condición, custodios y conformado-
res del verdadero ius vivens, y teóricos del Derecho a quien tanto debía
la ciencia jurídica española». Terminaba con estas palabras: «Ahí que-
dan mis razonamientos y los textos en que se fundan. De ustedes espe-
ro la ayuda de su consejo, que para mí será sentencia con fuerza de cosa
juzgada». Huelga cualquier comentario3.
Es esta la segunda vez que aquí hablo. La primera, forcé la entrada.
Fue el año 1980, el décimo quinto centenario del nacimiento de San
Benito. Por la trascendencia del personaje y su posteridad en la histo-
ria europea, con tanta densidad en la incubación y el desarrollo notaria-
les a su través, se aceptó mi propuesta conmemorativa4. Ahora, al
invitárseme a volver, se me concedieron poderes extraordinarios para
tratar de los mismos o parecidos temas, a los cuales he dedicado
muchas jornadas de mi vida. He sido yo quien no ha querido repetir la
invasión, prefiriendo un argumento que no interrumpiera la prestigiosa
línea de la dedicación de esta corporación estudiosa a la herencia de
nuestro nobile officium.
Antes de seguir me permito citar otro evento de aquel centenario que
también con el notariado tuvo tangencialmente que ver. Un prior bene-

3
Recordamos la defensa de la intervención notarial en la contratación administrati-
va que hizo el año 1945 en su conferencia el catedrático de la materia, Carlos García
Oviedo. Subrayó la índole de público y correspondiente al interés público del acto admi-
nistrativo, y citó a Hauriou, según el cual siendo la Administración un organismo auto-
mático y carente de una conciencia social continuamente despierta, había que colmar esa
laguna con una diversidad de formalidades en el procedimiento, a cargo de gentes con
la misión de intervenirse recíprocamente, siendo preciso el ejercicio por la Administra-
ción misma de la fe pública en el desarrollo cotidiano de sus actos menores, pero sin
poder ni deber hacerlo siempre y con la particular intensidad con que deben darla los
órganos naturales de la misma, de donde surge la necesidad de que el Notariado irrum-
pa en su vida.
4
Dos años después, el autor de un libro que nos detendrá, ÁNGEL MARTÍNEZ SARRIÓN,
dijo en Génova: «Han hecho más en la configuración del Notariado actual los monjes
benedictinos, ejerciendo de notarios sin aplicarse el nombre, que los que en las cancille-
rías, apelándose como tales, tan sólo fueron funcionarios de alto rango».

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dictino me dijo que se había llegado tarde para obtener un sello de corre-
os conmemorativo, con lo cual nuestro país habría sido casi una excep-
ción en Europa. El ministro del ramo era un compañero de mis
oposiciones, para mí las de ingreso, para él las primeras de ascenso,
José-Luis Álvarez Álvarez. Acogió mi petición con tanto entusiasmo
que el agradecido parecía ser él, y España tuvo su sello benedictino.
Mas dejando aquella ocasión y volviendo a ésta, cuando la Acade-
mia está en la vanguardia de la implacable actualidad, por ejemplo en la
vorágine de las nuevas tecnologías, sin tregua el emplazamiento de la
renovación, surgiendo otro reto cuando no ha habido tiempo de tomar
postura ante el precedente, a la fuerza las armas los únicos arreos y el
pelear el solo descanso, abrumado yo cuando a ella asisto ante la mag-
nitud de lo que me seria preciso aprender y el desgaste de mi envejeci-
do cerebro, a esta hora apremiante, que yo venga a entreteneros con
viejas historias, ¿no será una frivolidad presuntuosa? Sin embargo, des-
echo ese escrúpulo, por convencido de que las exigencias del estar al día
no deben ser obstáculo a la evocación del pasado, ido pero también
viviente, en cuanto el tiempo en que transcurren la vida y la historia no
es sólo el hoy en el momento de hacerse ayer5. De ahí la trascendencia

5
En este ámbito de la inquietud por el pasado, cuenta y pesa la Historia del Derecho.
Ni siquiera aludir a ello haría falta, aunque haya sufrido, desde una corriente de la pro-
pia historiografía, embates con pretensiones negadoras de su consistencia y utilidad,
algo sin ninguna seriedad, por mucho que en España hayan dado causa superficial para
ello los programas de su estudio y sobre todo su desarrollo de hecho –pese a contarse
con buenos maestros–, pues durante mucho tiempo se sustituyó silenciosamente la mate-
ria de su enunciado por una relación casi meramente bibliográfica de las fuentes, igno-
rando los avatares de su aplicación. Mas si dejando esa contingencia de un país,
examinamos tal ofensiva, es fácil responder que la carencia de interés de la Historia del
Derecho para la Historia tout court, únicamente se puede sostener si se tiene del argu-
mento de ésta última una noción distinta de la admitida en la normalidad y única capaz
de permitir entendernos, el pasado de la conducta humana. Lo mismo habría que decir
de la puesta en tela de juicio de los archivos de protocolos como una de sus fuentes, y
no precisamente la de menos enjundia (portadores de otro aspecto además, cada docu-
mento exponente, tácito pero a veces de posible intuición, de un acto de la vida –en el
sentido de la dramaturgia, de la comedia a la tragedia–; sugestivo el libro de un notario
escritor, LUIS MOURE MARIÑO, Fantasías reales. Almas de un protocolo, Espasa Calpe,
Colección Austral). Cuando yo daba clases de Historia del Derecho, el primer día del
curso, citaba a los alumnos el comienzo del evangelio de San Lucas que se lee en la misa
del gallo, acaso el momento del año de más huella en la civilización tradicional –Clarín
describe en La Regenta su canto en la catedral de Oviedo–: «en aquel tiempo el empe-
rador César Augusto mandó empadronar a todo el universo». Esa decisión es Historia
del Derecho. Sobre esas presuntuosas ofensivas escribió y aportó decisivos datos biblio-
gráficos nuestro compañero Bono.

529
de la historia misma, aunque no se comparta la creencia en su índole de
maestra de la vida6.
En cuanto a la debilidad de mis fuerzas para cumplir la encomienda,
ahí está el calendario de mi paso por la tierra, no amparado por ninguna
norma de protección de datos, y por eso de sobra conocido. Me descar-
go pues y me excuso ante este inmerecido auditorio, al que sólo me
queda dar las gracias por su presencia y atención.

UNA CONQUISTA

Entrando en materia, debo empezar por mi título, un asomarme al iti-


nerario de la documentación jurídica medieval hasta llegar a la acuña-
ción del notariado latino, el nuestro, seguido el curso de aquél en lo
tácitamente tendente a éste7. Notariado que, y en ello tendré que insistir,
fue una conquista, hasta hoy felizmente mantenida, un logro de la socie-
dad que en silencio le venía largamente demandando, llegando en el
decurso de su anhelo a objetivarse prestando voz a los documentos mis-
mos en que le iba plasmando y a sus formularios auxiliares, sin necesi-
dad de su expresión por cada escriba, hasta conseguir esa cesión del
Estado que puso en sus manos una de sus facultades, la de asegurar las
convenciones entre sus súbditos, atribuyéndosela a los escribas mismos,

6
¿Es también futuro?. El vaticinio hace parte del presente de los profetas y de quie-
nes los escuchan, pero no del tiempo que vendrá, y por lo tanto ni llega ni llegará a ser
fuente de la historia de éste. Se me viene a las mientes una encuesta publicada por el dia-
rio Ahora, de Madrid, el 22 de enero de 1932, titulada «¿Cómo podemos imaginar que
será el año 2000?». El jurista que participó en ella fue Ángel Ossorio y Gallardo, el autor
entre otros libros de las Cartas a una muchacha sobre temas de Derecho Civil (y del
publicado en su exilio bonaerense, Notariado en España, 1942). Su respuesta es alec-
cionadora para acotar los límites de la «profecía» en sí. Pensaba que los hombres segui-
rían siendo tan malos como lo eran en su época, «pero los medios del Derecho habrían
mejorado, siguiendo un ritmo de progreso que –salvando baches y venciendo curvas– se
mantendría en progresión ascendente». Sin embargo concluía dando por buena la índo-
le utópica de su opinión: «¿Lirismo? ¿Ensueño? ¿Credulidad boba? Puede que sí. Mas
la realidad se teje con ilusiones, y quien no tiene ninguna ni abriga en su alma un reman-
so de fe, ha de renunciar a la gloria de ser tejedor, siquiera en parte mínima, de un maña-
na pacífico, equitativo y cordial». Afortunadamente, el tema de mi conferencia no es ése.
7
A las puertas del siglo pasado, Eduardo Durando, al intentar un viaje parecido en el
tiempo, confesaba su sensación de estar abandonado a sus propias fuerzas (Il Tabellio-
nato o Notariato nelle leggi romane, nelli leggi madioevali italiane e nelli leggi poste-
riori; Turín, 1897). Más de un siglo después yo digo lo mismo, a pesar de haberse
avanzado mucho por ese camino merced a los esfuerzos de los investigadores y sobre
todo de los editores de documentos.

530
no a funcionarios ajenos de una u otra índole como hasta entonces8. A la
inversa, cualquier apartamiento de ese triunfo sería un retroceso, tal el
temido por los compañeros franceses, alarmados por la proclividad de
algunos de sus políticos al deteriora sequor traído por la seducción de
las sirenas anglosajonas9.
Y me salgo un momento de mi tema, que va a transcurrir en la Edad
Media Occidental, para hacer ver que esa tendencia remontaba a la Edad

8
Curiosamente, esta visión de nuestros orígenes fue la de varios oradores sacros que
pedicaron en la fiesta patronal del Notariado. Así Enrique Úbeda, en la iglesia de Santa
Cruz de Madrid, el año 1871; el arzobispo de Tarragona, Antolín López Peláez, en San
Agustín de Barcelona, 1914; y Pedro Nolasco Isla, en San Esteban de Valencia, 1925
(los dos primeros panegíricos,de San Juan Evangelista, y el último de San Vicente Ferrer
y San Luis Beltrán). Lo que no fue óbice a Úbeda para apartarse de la historia, y afirmar
en otra dimensión que «el Notariado trae su origen inmediatamente de Dios, y Dios ha
sido el primero de los notarios, […] como Adán y sus descendientes en la ley natural,
dando testimonio de la verdad, y transmitiéndola a sus hijos con toda fidelidad». Isla y
Peláez se habían documentado en el notarialismo, el segundo con una erudición asom-
brosa, como lo manifiestan las notas a pie de pagina de sus textos impresos.No hay que
olvidar al último, defensor constante del Notariado en el Senado, desde que a principios
de siglo era obispo de Jaca. Esas fiestas eran de interés para la historia de la liturgia, la
música y la oratoria sagradas del tiempo, así como del puesto del Notariado en aquella
sociedad; tenemos en curso de publicación el artículo, Los santos patronos del Notaria-
do y sus celebraciones contemporáneas.
9
Sería impertinente definir aquí nuestro notariado, pero aprovecho la ocasión para
exhumar las dos maneras de hacerlo, abreviada y extensa, de JUAN-EUGENIO RUIZ
GÓMEZ; la primera «profesión jurídica que da perfección y garantía de verdad a los actos
civiles privados y documentos en que se consignan», la segunda «la profesión que tiene
por objeto aplicar la jurisprudencia en los contratos, disposiciones testamentarias y
demás actos civiles de la vida privada, dirigir a las personas que los realizan, y hacerlos
constar con perfección en documentos; [una profesión encomendada a hombres de dere-
cho] constituidos por la ley en cargo público para asegurar la verdad de aquéllos, auto-
rizar éstos de manera que sean fehacientes, custodiarlos, dar traslados, también
auténticos, de los mismos, y expedir copias de igual carácter, llamadas testimonios»; La
Notaría según la legislación y la ciencia. Tratado completo de la misma facultad-cargo,
profesores que la ejercen, actos e instrumentos de su competencia, protocolos, archivos,
etc (Madrid, 1879-1880), y Principios fundamentales de la facultad de Notaría y de su
especial organización y régimen, con la doctrina útil para conocer bien la misma pro-
fesión en todo lo que se refiere a su ejercicio, a su estado actual y a los medios de mejo-
rarla (Madrid, 1894). Conviene recordar la definición del Notario de VICENTE GIBERT,
ya en curso desde el siglo XV: Persona privilegiata ad negotia hominum publice et
authentice conscribenda (Theorica artis Notariae; Barcelona, 1772). Dar una definición
asequible a los profanos no sería necesario. Con la imagen captada en cualquier visita a
una notaría, en calidad de otorgantes o no, sería bastante. Ello aquí, en París, en Quebec,
en Nueva Orleans... En cambio en Londres, Vancouver o Nueva York…, se encontrarí-
an como peces fuera del agua, siendo el consejo más atinado, para sacarles de su emba-
razo, acudir al consulado español más próximo.

531
Antigua. Lo vemos expresado con toda claridad en dos papiros griegos
de Egipto, la cesión de la concesión administrativa de la exclusiva de
una funeraria local, el año 247, y la venta de un camello, el 289. Como
si hubiera sido registrada públicamente, querían los otorgantes de la pri-
mera; como en virtud de sentencia, los de la segunda.
Pero los efectos de los registros son para lo registrado, y las senten-
cias las pronuncian los jueces. Por lo cual, la validez de esas cláusulas,
por mucho que expresaran la voluntad de las partes, era cuando menos
dudosa. Mientras que con el documento notarial habría bastado la inter-
vención de su autorizante, sin necesidad siquiera de expresarla, para
conseguir sus resultados.
El Notario latino es un ente jurídico complejo, formado por una con-
vergencia de lo público y lo privado10, que ha surgido respondiendo a tal
demanda colectiva, incluso popular, aunque callada; la profesionaliza-
ción del funcionario, no la funcionarización del profesional11. Su gesta-
ción ha consistido en avances sucesivos de cada elemento integrante,
avances parciales. Vislumbrarlo es mi tentativa en esta velada comparti-
da, sugerir que, a lo largo de ese proceso secular, hubo esa aspiración
social hacia el Notariado que acabó surgiendo. Al escriba se iba con la
confianza inspirada por una persona de libre elección. Cuando ése tuvo
ya la cualidad de notario latino, los demandantes de su oficio se le
encontraban por añadidura investido de la facultad de fedante, y en con-
secuencia liberados de la carga de acudir a otro funcionario ajeno.
Me complace citar a José González Palomino: «El Notariado es una
creación social, no una creación de las normas. En eso radican su fecun-
da fuerza y vitalidad reales, y su desdibujamiento legal. Las creaciones
de la ley tienen siempre menos vigor que las de la realidad. El Notario
es una creación biológica de ésta como lo fue el jurisconsulto romano12».
Podría parecer de parte interesada esta cita, por ser de un compañe-
ro, pero no lo era el Ministro Guardasellos italiano, Falco, quien diri-
giéndose al Senado para presentar el proyecto de Ley Notarial de 1875,
dijo que «el Notariado es una especie de investidura popular que repre-

10
GUIDO ZANOBINI, caracterizó el Notariado como el ejercicio obligatorio de funcio-
nes públicas, consecuencia del desarrollo de una profesión que en sí misma carácter
público no tiene; Corso di Diritto Amministrativo 3 (Milán, 1958) 408-409. Esta última
puntualización está acorde con el origen del notariado latino, una evolución desde los
escribas o scriptores privados que fueron los protagonistas de la misma.
11
Además de ordenar la voluntad privada, dándole una expresión técnica que la ade-
cúe a la ley, tiene otra función, social y pública aunque de ejercicio privado; FRANCISCO
NÚÑEZ MORENO, La función notarial, RDP, 14; 1927) 339-346.
12
Instituciones de Derecho Notarial 1 (Madrid, 1948) 127.

532
senta la intervención de la sociedad en la formación de los negocios jurí-
dicos, mediante la presencia de un oficial funcionario revestido de
carácter público, que hace constar la verdad de las convenciones y la
fecha de su redacción, mediante un poder certificante».
En cuanto al epíteto de latino, ya no es definitorio, pues nuestro nota-
riado se ha hecho ecuménico, global, con una excepción que vamos
seguidamente a ver, y tampoco es oficial desde el Congreso de la Unión
Internacional, en Marrakech el año 2010, que ha suprimido el calificati-
vo. Esa expansión, ha sido también una conquista, la del nuevo mapa
político del mundo hecho de la multiplicación de países independientes13.
Pero, a diferencia de la caprichosa y acultural palabra Latinoamé-
rica, nuestra precedente y aún usada adjetivación está justificada,
pues este Notariado nació en pleno ámbito latino –de las luces de
Bolonia me he complacido yo en decir siempre que la ocasión ha sur-
gido–, y coincidiendo con la recepción del Derecho Romano14, aun-
que se apartara del pre-documento romano clásico para consumar el
documento justinianeo dándole el espaldarazo necesario que era la
consecución de la fe pública sin necesidad de recurso a ninguna otra
instancia, de la cual el Imperio de Oriente se había quedado a las
puertas cuando el de Occidente había dejado de existir15. Por otra
parte la universalidad del Derecho Romano salta a la vista. Pensemos

13
Un compañero francés, François de Tinguy de Pouet, a quien luego volveremos a
citar, dijo aquí en 1981 acabar de volver de África, y poder asegurar que si nuestros cole-
gas africanos tenían necesidad de nosotros, también nosotros de ellos, por su sensibili-
dad para con los demás y su sentido de la fraternidad y la comunicación.
14
El primero en usar el epíteto de latino fue Bartolo, en sus Commentaria in secun-
dam Digesti partem, f-4, núm 3.
15
Aprovecho la ocasión para transcribir las palabras de don Federico de Castro que
González Palomino citó como la más exacta caracterización de nosotros escrita en Espa-
ña, a saber: «Tienen una posición especial en la organización jurídica, no constituyen
una profesión libre, pues su ingreso está regulado por el Estado, su número limitado y
su actividad reglamentada; pero no son servidores del Estado en sentido estricto, en
cuanto son elegibles y remunerados por los particulares. Forman una aristocracia profe-
sional, que el Estado selecciona, organiza y privilegia, poniendo al servicio de los par-
ticulares, para dar forma jurídica a sus actos, su formación científica y su calificada
experiencia. Su labor, aunque menos visible y más recatada que la del Abogado, tiene
un significado central en la realidad jurídica; actúa con su dirección y consejo en los
actos más importantes de la vida económica y familiar, y sus fórmulas son hoy la fuen-
te más fecunda de la jurisprudencia cautelar» (Derecho Civil de España, Parte general,
tomo I, libro preliminar; Valladolid, s.a. ¿1942?). Cito desde ahora la conferencia en esta
Academia de don Jaime Guasp sobre Las actividades de dirección jurídica, pues tener-
la muy en cuenta es propicio a desarrollos fecundos; «Anales de la Academia Matriten-
se del Notariado»(=AAMN; 6, 1947) 7-39.

533
en la entrega al mismo de la ciencia jurídica alemana, compatibles y
de la mano sus pandectistas con la creación por ellos mismos de la
Escuela Histórica del Derecho.

EN LA EDAD CONTEMPORÁNEA

Ahora bien, si el Notariado latino fue una conquista del Derecho que
respondía a los más altos valores humanos y liberales con él relaciona-
dos, y ha sido también una conquista su nueva geografía, ¿no podemos
ver otra conquista y más, mucho más difícil, por continua, en el mante-
nimiento a lo largo de ocho siglos de su servicio a la verdad y la impar-
cialidad, bajo cuantas potestades se han sucedido y muy diversas en
tierras y tiempos diferentes durante tan larga historia16? ¿No es la mejor
prueba de haber respondido a una demanda social y de mantenerse por
el acogimiento popular? ¿No refuta de por sí la opinión de ser poco más
que un capricho o explicarse por una contingencia17?
Pues el Notariado fue una institución hecha suya por la Edad Con-
temporánea, prolongada entonces su misión heredada de la Edad Media,
en un tiempo transformado, que había arrumbado tantas herencias del
pasado sin detenerse ante las más venerables, pero adoptó la nuestra, de
una manera tan incondicionada y sin timideces como lo proclama el
texto de la ley francesa del Ventoso18, en la nueva Francia acuñada por
su Revolución, de irresistible dimensión europea y prolongada en la
expansión de Europa, un reconocimiento expresado con palabras que
nos siguen resonando halagadoramente. San Luis, Luis XIV o Carlos X

16
No sería difícil mencionar ciertas intervenciones persecutorias emanadas de los
altos poderes, tan caprichosas que dejan traslucir una motivación subjetiva –desde el
inconfesable resquemor personal hasta el momento demagógicamente oportunista–,
insensibles a su impacto perturbador en la organización de los despachos y la seguridad
de sus trabajadores. Su cobertura justificativa por la mentira, que por otra parte sería
innecesaria dada la omnipotencia de la potestad decisoria en sus manos, se alimenta en
la órbita populista con la imagen legendaria del fedatario que acumula riquezas en una
vida reposada.
17
Curiosamente parece haberlo intuido, sin darse cuenta, el citado predicador de la
fiesta patronal del Colegio de Madrid en 1871, Enrique Úbeda al decir: «No sé que exis-
ta documento alguno anterior al ejercicio notarial, que satisfaga las dudas en torno al
cuándo, dónde, cómo, por quién y con qué objeto se estableció, así que puede sostener-
se que el notario no debe su existencia a ninguna ley positiva, sino que más bien la ley
vino a reformar o regularizar aquella institución ya preexistente»; texto completo en La
Notaría, XV, núm 731; 8-4-1872.
18
Día 25 del mes de ventoso del año XI de la República.

534
podrían haberlas suscrito19. Tanto es así que Rafael Núñez Lagos llegó
fundadamente a escribir20: «Cronológicamente después que Bolonia, la
Francia del siglo XIX irradia su influjo internacional sobre todo el Nota-
riado latino, a través de los preceptos sobre prueba documental del Códi-
go Napoleón, y en la parte orgánica con la Ley del Ventoso».
Recordemos que la caída del antiguo régimen fue una revolución
jurídica total en el Derecho público, aunque mantuviera en vigor el
privado –de ahí la expresión historiográfica, «de la burguesía revolu-
cionaria a la burguesía conservadora»–, y que el Notariado era una ins-
titución pública aunque la materia de su actuación fuese sobre todo
iusprivatista.
Esa supervivencia del Notariado en una circunstancia tan crítica no
fue bastante, a pesar de haber recibido tan incondicionado espaldarazo
legislativo, para cancelar una aprensión profesional, que se preguntaba
si la institución era algo natural –la respuesta a una demanda social
como venimos diciendo–, o había sido una creación artificiosa de un sis-
tema jurídico tramontado, según lo pensaban o aparentaban pensar cier-
tos pescadores ansiosos de un acceso libre al río revuelto21. La respuesta
se puede encontrar en la historia de que decimos, la de esos sucesivos
avances en su gestación, y su propia continuidad después de consuma-
da, mantenida tanto en las evoluciones pacíficas de larga duración como
en las convulsiones de los borrones y nuevas cuentas 22.

19
Los temores no eran aprensiones sin sustancia. Precisamente la supervivencia del
Notariado, pasando por encima de lo que la institución tenía de aparentemente común
con otras periclitadas del antiguo régimen, es un argumento definitivo para su valora-
ción al margen de las contingencias. Recuerdo al historiador dominico José-María Gar-
ganta, quien le veía emparentado con el régimen beneficial en el Derecho Canónico,
pero no opinando peyorativamente, al contrario.
20
Glosando para los compañeros argentinos la convocatoria del primer congreso
internacional; «Revista del Notariado» núm. 566 (Buenos Aires, 1948) 569-577: ley de
Francia que fue «la semilla que fructificó en casi todos los países latinos. No contrade-
cía sino que aclaraba y fortificaba las tradiciones notariales. En España, partiendo de la
concepción francesa se fue más lejos: se suprimieron los oficios enajenados, se organi-
zó el ingreso por oposición rigurosa, y se creó el cuerpo de notarios con su escalafón y
su jerarquía en la Administración del Estado, con absoluta independencia disciplinaria
del poder judicial».
21
Recuerdo en la Gaceta de los Notarios, de este Colegio de Madrid, la cita de las
pretensiones absorbentes y aniquiladoras de un abogado belga, tan pintorescas que a
pesar del tiempo transcurrido y haber sonado la hora de la indulgencia debida a las vie-
jas memorias de los difuntos, no pueden suscitar una atención serena, y siguen dando del
autor la estampa de un hombre atacado de hidrofobia.
22
Cfr. los Estudios de bibliografía española y extranjera del Derecho y del Notaria-
do, de MANUEL TORRES CAMPOS (Madrid, 1878).

535
¿Y hoy, a la hora del imperialismo de las nuevas tecnologías23?
¿Podemos preguntarnos si pensaba ya en algo parecido para el futuro
que ha sobrevenido el notario de Tineo, Ramón Nova Seoane, al titular
su tratado notarialista, el año 1898, El progreso del instrumento públi-
co, título que en su propia circunstancia, la de esos temores por un lado
y por otro la de tales enconadas polémicas aún no resueltas ni apagadas,
implicaba un genuino y valiente acto de fe24? ¿Sería otro su epígrafe de
haber escrito un siglo después? A este interrogante, ¿no serían posibles
las dos respuestas? En todo caso, tengamos en cuenta que ese acto de fe,
presuponía una confianza inquebrantable, cuando aún quedaban super-
vivencias de los problemas incluso de subsistencia determinados por el
tránsito de los escribanos a los notarios de la Ley Orgánica, éstos a pesar
de los pesares asentados en las sendas cuyo destino era el futuro sin más.
En pos de una visión de conjunto del servicio prestado por el Nota-
riado, a lo largo de esa continuidad desde la Bolonia de los Glosadores
a la Unión Europea se nos dibuja como una actuación de acogimiento,
la del Derecho asegurador de las relaciones libres entre los hombres, y
de los hombres mismos en el ejercicio de sus facultades decisorias25.
Pensemos en los que han de optar a solas por una de las vías que les
ofrece la que se ha llamado potestad jurídica sobre el más allá de la vida,
incluso en quienes en ciertos trances de la suya en curso están anhelan-
tes de dejar constancia en un acta de cierto hecho. Un ámbito que coin-
cide con el de la misma existencia, el paso del hombre por la tierra.
Algo a cual más tipificador, pero que requiere fijarse en una conse-
cuencia, evidente mas de ineludible subrayado para captar sustantiva-

23
Cfr. YUVAL NOAH HARARI, 21 lecciones para el siglo XXI; reseña de JOSÉ-ARISTÓ-
NICO GARCÍA SÁNCHEZ, en «El Notario del siglo XXI» núm. 83 (2019,1) 226-229.
24
El momento era todavía de la hipérbole de los problemas y situaciones difíciles,
surgidos primero en el tránsito de los escribanos a sus sucesores instituidos en 1862, que
forzosamente resultó desajustado a la necesidad del respeto en las nuevas demarcacio-
nes a los derechos adquiridos, y después en la polémica entre inmovilistas y reformado-
res a propósito de un pretendido reparto de honorarios que según las posturas más
extremas rozaba en algunos casos la libertad de elección del público. Baste reflexionar
en la acusación a Costa de odio al notariado por el notario de Tortosa, ANTONIO DE
MONASTERIO Y GALÍ, autor de la estimulante Biología de los derechos en la normalidad
y la representación. Es recomendable hojear la citada Gaceta, por lo viviente de sus
datos, ello exclusivo de la prensa de esa índole, no incluido en la científica.
25
Tengamos en cuenta, en el «Tratado Constitucional Europeo» de 2004, el recuer-
do de la «herencia cultural, religiosa y humanista de Europa, a partir de la cual se han
desarrollado los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la per-
sona»; en ello ha insistido el citado compañero Tinguy de Pouet, llegando a considerar
el Notariado parte de los derechos del hombre.

536
mente el fenómeno, y es la esencial humanidad del menester. El cual se
funde en la persona del notario, de imposible escisión –haciendo de la
distinción de la función y el órgano una mera entelequia–, y se comuni-
ca de la misma manera indivisible a la persona del otorgante.
Yo no quiero salirme de mi argumento cayendo en la tentación de
divagar por un anecdotario caprichoso, pero me permito citar dos ejem-
plos, fuera de mi cronología medieval, significativos de la diversidad de
situaciones de hecho y de actitudes humanas determinantes de la roga-
ción de nuestro ministerio.

LA PLENITUD DE LA CONFIANZA

Recuerdo una distendida sugerencia en Albacete de José-María de


Prada –Prada González, pues felizmente hay más Pradas en el cuerpo–,
donde se reunió nuestra promoción para celebrar las bodas de plata de
las oposiciones allí. Era el año 1980.
Citó a un terrorista, merecedor a su juicio de que el Notariado le eri-
giera un monumento. Ni dijo el nombre ni yo lo he indagado. Sólo apor-
tó el dato de su pertenencia al Grapo. En las hemerotecas estará lo
demás.
El motivo de tan insólita opinión era la petición de dicho hombre, al
ser detenido por la policía, de entregarse ante notario.
Evidentemente, esa demanda no tenía cobertura legal. La cuestión
no entraba en la competencia notarial, quedaba claramente fuera de la
esfera extrajudicial que la circunscribe. Pero por eso resultaba más reve-
ladora del alcance de nuestro prestigio en la sociedad, sin límite alguno
la confianza de ésta en lo inconmovible de nuestra imparcialidad y la
seguridad de ella derivada.
Recapacitemos en esa persona que se había salido de la ley, pero
sabedora de que la ley no se había salido de ella, sino que la seguía reco-
nociendo ciertos derechos, para cuya salvaguarda sólo en el Notariado
confiaba. Podemos ver en su actitud, aunque equivocada jurídicamente,
un espaldarazo a ese devenir, día a día, en la sucesión de las décadas, de
la función notarial como servicio social, en vigor continuo esa perma-
nente conquista de la sociedad de que venimos diciendo.
La profunda anécdota, que comentó Prada, nos suscita el recuerdo
del otro ejemplo, éste ya no de un deseo revelador pero imposible, sino
del ejercicio profesional ordinario en el antiguo régimen, y que precisa-
mente traigo a colación por estar en el máximo contraste con aquélla
ocurrencia. Consiste en la cobertura por la seguridad notarial de uno de

537
los episodios a diario renovados en la vida corriente, de tan añejo abo-
lengo como permanencia idéntica, en una época tardía, de otros tiempos
precedentes muy remotos, una misa. Lo más cotidiano, repetido y pre-
determinado, frente a lo anómalo, extremo y estridente.

LA DACIÓN DE FE DE LA LITURGIA

Hasta mediados del siglo pasado, la misa de rito latino era igual en
todo el mundo, estando su ceremonial ordenado hasta en los más nimios
detalles, tal si era el pie derecho o el izquierdo el que debía mover antes
el celebrante cuando iba de uno a otro lado del altar. Unamuno escribió
que la misa era lo que un extranjero podía encontrar idéntico en el país
de su residencia a lo que había dejado en el suyo, lo que más podía
recordárselo.
Así las cosas, podría parecer extraña la rogación de la fe de los escri-
banos para atestiguar su celebración, ésta además ordinariamente pública,
a las horas de costumbre y anunciada por toques de campanas. Por eso, en
virtud de una razón objetiva, no por la que seria subjetiva de ceder a nues-
tra nostalgia de inolvidable monaguillo –hacemos nuestro el título de un
libro de otro acólito, Je suis resté un enfant de choeur, del novelista poli-
cíaco Georges Simenon–, hemos recogido un caso en que tuvo lugar, indi-
cativo de la índole expansiva de la intervención notarial a cualesquiera
situaciones de la vida, incluyendo el transcurrir de todos los días iguales.
En el antiguo régimen había funciones de iglesia celebradas en los
municipios por decreto real. A la vez se enviaban cartas a los obispos
encareciéndoles el mismo deber. En la villa castellana de Sepúlveda, mi
pueblo, donde había un Cabildo Eclesiástico, era normal la obediencia
conjunta, oficiando el Cabildo con asistencia del Ayuntamiento. Pero no
siempre había acuerdo de las dos corporaciones en los detalles, tal la
elección del día y de la iglesia. Hubo concordias, salpicadas de pleitos,
sin llegarse a una estabilidad definitiva.
Así ocurrió cuando en las rogativas por el parto de la princesa de
Asturias, María Luisa, al entrar en el noveno mes de su preñez, el año
1788, los regidores se empeñaron en señalar un día festivo, y los cléri-
gos una jornada de trabajo. Hubo requerimientos notariales de los pri-
meros a los últimos con ese motivo. Al fin, el Cabildo fijó el sábado 8
de marzo, y el Ayuntamiento el día siguiente domingo. Después de la
misa había una procesión, y el alcalde mayor conminó con una multa de
cincuenta ducados a los sacristanes y cofradías que salieran en la orga-
nizada nada más que capitularmente.

538
Terminada la misa en la iglesia de San Bartolomé26, se empezó a formar
en su pórtico la comitiva sacra que había de ir a la de Santa María, estando
ojo avizor dos alguaciles y, para levantar acta, dos escribanos, circunstancia
de que tuvieron noticia el abad del Cabildo y el Vicario del partido que aún
estaban dentro del templo, y decidieron, ante esa situación, que los clérigos
fueran sin revestir, y los sacristanes con sus cruces y los oficiales de las
cofradías con sus insignias pero unas y otras escondidas o disimuladas.
El asunto llegó al Consejo de Castilla, pero no por eso los ánimos se
aquietaron, al contrario, estaban y se manifestaron más enconados en
mayo del año siguiente –y no nos olvidemos de que fue el de la Revo-
lución Francesa–, con motivo del nuevo embarazo de la que ya era reina.
El Ayuntamiento señaló el 28 de mayo, y el Cabildo el 29, los dos festi-
vos; después ambos cambiaron las fechas, al 30 del mismo mes y el 1 de
junio, que tampoco allí eran ese año de labor, prolongado pues el enfren-
tamiento y sin el pretexto por lo menos discutible de la ocasión anterior,
sino obedeciendo sólo al empecinamiento de las consabidas espadas en
alto del fuero por encima del huevo.
El día 28, a las dos de la tarde, el escribano Antonio Cano dio fe del
toque de las campanas anunciando la función27. Entre las tres y las cua-
tro tuvo lugar la sesión municipal que acordó prohibir formalmente la
procesión del Cabildo, bajo la misma multa del año anterior caso de
asistencia o nuevo toque. Sin embargo las campanas, contra viento y
marea, volvieron a sonar ese día y el siguiente, y se prodigaron los
requerimientos, algunos practicados el mismo de la función hasta su
comienzo, requerimientos hechos además de al abad y al vicario, que
procuraron obstaculizarlos, a los siete sacristanes, agravada la situación
por la circunstancia dicha de haber tocado todos, de una u otra manera
y horario, a pesar del veto, con su excusa cada uno.

26
A la que el Ayuntamiento asistió, sin perjuicio de celebrar el día siguiente la suya
en San Justo.
27
A saber, de que «se hizo la señal que se acostumbra por el Cabildo Eclesiástico de
esta Villa en la iglesia de San Salvador, para convocar a los siete sacristanes de las res-
tantes ocho parroquias a tocar –[San Millán y San Sebastián estaban unidas]–, a imita-
ción de la primera. Y andando el cimbalillo a tiempo regular, tocaron en todas el repique
para señal de la rogativa». De aquellos predecesores, nos parece oportuno citar la opi-
nión de don Federico de Castro, precediendo a su caracterización transcrita de los nota-
rios de su tiempo y el nuestro: «En España, el Notario o Escribano Público fue
considerado siempre, a diferencia del Escribano judicial, víctima de la general sátira,
como oficio de honor, que sólo se debía otorgar a personas aprobadas y conocidas por
su fidelidad y conciencia». No abundan los estudios de conjunto que lleguen hasta 1862;
puede verse M-A. EXTREMERA EXTREMERA, El Notariado en la España moderna. Los
escribanos públicos en Córdoba, siglos XVI-XIX (Madrid, 2009).

539
Así las cosas, el alcalde mayor requirió la víspera al escribano
Vicente de la Plaza Zumel, para que asistido de otros dos compañeros,
el día siguiente «anduviera a la vista y acreditara por diligencia expresi-
va cuantas operaciones practicara el Cabildo», o sea la liturgia, la misa.
Efectivamente él, y sus compañeros Baltasar Crespo San Martín y Ángel
Anguiano, acreditaron notarialmente la celebración del sagrado rito, a
saber:
«Pasamos a la iglesia parroquial de San Justo y Pastor, y a corto rato
se dio principio al toque y repique de campanas de ella, e introducidos
dentro de la misma, salieron revestidos con capas y cetros, por su anti-
güedad, el Reverendo abad y vicario con los demás párrocos y clerecía
de beneficiados y capellanes, y en dicha forma cantaron la letanía de los
santos y siguieron con las demás oraciones de rogativa. Posteriormente
expusieron a Su Majestad Sacramentado. Y retirados a la sacristía, se
subieron la mayor parte al coro alto, y dicho señor abad, revestido para
cantar la misa, pasó al altar mayor, y de diácono don Francisco Paloma-
res beneficiado, y subdiácono don Nicolás Manada, cura párroco de
Santa María de la Peña, y de perillero28 don Antonio Gómez, cura de la
misma parroquia (sic). Y después de cantada y oficiada la misa, se reser-
vó a Su Majestad por dichos curas y beneficiados y capellanes, conclu-
yendo éste y demás actos. Se retiraron y nos retiramos, sin haber habido
otra función, procesión ni ceremonias».
Sólo faltó la inclusión en el documento de las frases que abrían y
cerraban el rito, introibo ad altare Dei, e Ite misa est. Se nos viene a las
mientes a este propósito un dicho que acaso ahora va dejando de ser
corriente como casi todos los antañones, «esto va a misa», denotador de
la intangibilidad de aquella continuidad ceremonial. Sin embargo, acaba-
mos de ver que también entraba en la órbita de la dación de fe pública.
Ahora bien, dicho quede de paso, no vamos a tratar aquí de la cues-
tión, en sí estéril, a no ser que se aproveche para ilustrar otras de más
enjundia, de la jerarquía de los documentos notariales. Salvada siempre
la superioridad del testamento. Se ha insistido en la de la escritura por
su máxima relevancia en el Derecho Civil. Sin embargo, no conviene
olvidar que esa extensión por doquier de la intervención del notario en
la vida sin más, el presente que se va haciendo historia, desbordando
incluso el ámbito estricto de lo jurídico, hasta llegar a la protección de
las esferas del sentimiento, tiene lugar mediante las actas29.

28
El pertiguero, aunque éste solía ser seglar.
29
Don Diego , el autor del libro ¿Por qué fui lanzado del Ministerio de la Guerra,
dijo en su charla haber sido más otorgante que notario en las firmas de escrituras, «pero

540
Llegados aquí, hemos de volver al redil de nuestro título, para hacer
un excursus por los tiempos anteriores a la plena conformación del
Notariado latino, hasta llegar a los cuales, hacia atrás, partiendo de ese
acta del mismo año llamado a abrir los tiempos nuevos, había en sus días
llovido mucho. Debiendo previamente dar una noticia de esa parte del
mundo que se queda fuera de nuestro mapa.

UN ÁMBITO AJENO

Irreductible permanece el notariado ánglico. De él disertó en esta


Academia el año 1978 Vicente Font Boix, de sus reglas y sus mengua-
das excepciones, a saber El Notariado en los sistemas de derecho lati-
no y anglosajón. El notariado latino en Inglaterra. En 1947, otro
compañero, antiguo Ministro de la Guerra, don Diego Hidalgo Durán,
había contado las noticias recogidas en un viaje particular a Nueva
York, El Notariado en los Estados Unidos y especialmente en ese
Estado30.

mi formación notarial y mi cariño al Notariado me impiden olvidar que soy notario


cuando comparo al notariado americano con el notariado español», y exhortó a los com-
pañeros a «no prestar sólo atención y cuidado, no trabajar con amor sólo cuando [su
intervención] se refiere a actuar en la entraña de la ciencia del Derecho, y desdeñar, apar-
tarse, descuidar la otra misión del notario, en la que a éste sólo se le exige que presen-
cie hechos, requiera o notifique, lo haga constar en acta y afirme que todo ello es
verdad». Él había ingresado en el cuerpo por Moraleja del Vino en 1911; en una reedi-
ción de su citado libro, con prólogo de José Álvarez Junco, (Drácena, «Ensayos y
memorias»; Madrid, 2015) se incluye una noticia biográfica disparatada, sin firma,
según la cual «muy pronto alquiló su notaría en la provincia de León para instalarse en
Madrid». (Se me viene la memoria la intensa nostalgia que de su escaso ejercicio del
notariado tenía un consejero togado, escritor, cinéfilo, político, JOSÉ-MARÍA GARCÍA
ESCUDERO). Por su atención a esos los dos campos de la actuación notarial, y la relevan-
cia otorgada a las actas desde el principio, postuladora de su equivalencia a las escritu-
ras, por añadidura expresada con maestría, es acertada la definición del Notario que da
en su tratado MIGUEL FERNÁNDEZ CASADO: «Un profesor encargado de presidir, dirigir
el establecimiento de las relaciones pacíficas de derecho privado, y redactar y autorizar
los instrumentos en que se hacen constar, y dar testimonio de los hechos que a su pre-
sencia ocurran» (Tratado de Notaría; Madrid, 1895).
30
Notemos esta cita de la actual literatura norteamericana: «Su padre y ella firmarí-
an las escrituras en la semana siguiente, y cuando Fergusson le preguntó qué quería decir
eso, ella le explicó que firmar las escrituras era una expresión de la jerga inmobiliaria
para referirse a la compra de una casa, y que cuando hubieran entregado el dinero y fir-
mado los papeles, la nueva casa sería suya»; PAUL AUSTER, 4321 (este es el título de la
novela).

541
No es éste mi tema. Sólo voy a aludir a la profundidad de esta dife-
renciación, limitándome al vigor de las palabras. El Diccionario de
Oxford, a la voz Notary –y Notary Public o Public Notary– le da una
primera acepción que ni siquiera pertenece al vocabulario del Derecho,
sino a la vida común, escribiente o secretario particular31. Solo en segun-
do término incluye su significación jurídica, A person publicly authori-
zed to draw up or attest contracts or similar documents, to protest bills
of exchange, e.c., and discharge other duties of a formal character32.
Dejando pues la puerta abierta a algunas peculiaridades excepcionales,
caracteriza el menester como formalizar por escrito, quedando la pala-
bra «attest» privada casi de contenido notarial por su menguado desarro-
llo en las fuentes, atestiguar pero como lo hace un testimonio.
Un texto legal promulgado en 1513-1514 por Enrique VIII33, referen-
te a todos los contratos, emplea una palabra significativa, «aceptar y
hacer constar», a saber Divers officers called Notaries to accepte take
and recorde the knowlege of all contracts. En 1712, la Gaceta de Lon-
dres34, agrupa a los notarios con los abogados, como una especie suya,
la signataria, empleando la palabra tan genérica «writer» –¿escritor? ¿o
escribiente?–, The employmet of advocate, writer to the signet Notary
Publick. Al oficio de documentación, que es su significado concreto, y
se encarga de descafeinar, está adscrito un texto de 184135,[...] he act as
a Notary in drawing up dees for them, y otro treinta años posterior, de
Sir William Markby –en sus Elements of law considered with reference
to general jurisprudence–, a saber The resort to a Notary to draw up the
documents relating to any business in hand36.
Es el ámbito del Common law, el derecho del caso por caso, case
law, aunque vinculante la decisión de cada uno para los iguales en el

31
Cfr. MANUEL ANDRINO HERNÁNDEZ, La temática notarial en los Diccionarios de la
Real Academia Española, AAMN 29 (1987) 271-293.
32
De ahí que no haya que fiarse de la aparición del vocablo, como en Robinson Cru-
soe, novela en que sale un Notary. La única solución cuando el traductor se topa con él
es dejarle sin traducir y en cursiva, con una nota explicativa a pie de página. En El Mer-
cader de Venecia, Shakespeare hace decir a un personaje, Go with me to a notary, seal
me there your singkle bond, lo cual nos informa de que era corriente acudir al «notario»
y de que éste gozaba de cierto prestigio «formalizador».
33
Act.5, cap 1, preámbulo.
34
4954/4.
35
MOUNTSTUART ELPHINSTONE, History of India.
36
La Enciclopedia Británica (1978) le define por su parte (VII, 416-417): «A public
official whose chief function in common-law countries is to authenticate [but courts will
not accept as true the facts certified by a notary] contracts, deeds, and other documents
by an appropriate certificate with a notarial seal».

542
futuro, con la consiguiente fuerza de los jueces, a diferencia del derecho
de la previsión normativa contenida en un mandamiento para todas las
situaciones posibles, la deducción romana frente a la inducción germá-
nica pues37. ¿Era obligado para este derecho su sistema de la función
notarial? Salta a la vista que no necesariamente, aunque sí mejor adap-
table a él que lo habría sido al nuestro, sin olvidarnos de que en el suyo
la misma documentación escrita pierde vigor, tal en la práctica procesal
y la apertura jurisprudencial.
Guillermo el Conquistador había lanzado una ofensiva contra los
derechos feudales imponiendo el suyo normando. Dentro de ese movi-
miento renovador, el arzobispo Teobaldo, de Canterbury, llamó al lom-
bardo Vacarius, el cual fue profesor en Oxford desde 1150 y veinte años
después en la escuela catedralicia de Lincoln, y consejero jurídico del
arzobispo de York. Pensando en los estudiantes sin recursos para com-
prar el Corpus iuris civilis, le resumió en otro de titulo elocuente, Liber
pauperum.
Reinaba ya Enrique II Plantagenet (1154-1189), quien era favorable
a introducir en la isla el Derecho Romano, y éste entró como ingredien-
te del common law, pero ello quiere decir que valiéndose de otros mol-
des, y en nuestro ámbito sin aproximarse a la frontera de la fe pública.
A Bolonia fueron estudiantes ingleses. El papa Nicolás III (1277-
1280) concedió al arzobispo de Canterbury, John Pecham, en el mismo
acto de su nombramiento, la facultad de nombrar a su vez él tres nota-
rios –tabellioni o notarii sacrosanctae Romanae Ecclesiae auctoritate–,
a lo cual el prelado llamó para asesorarle a Jacobo de Bolonia, notario
con doble nombramiento papal e imperial. Hubo privilegios del mismo
contenido otorgados en 1305 y 1306 por los «condes palatinos», título
imperial, en estos casos a los priores de la catedral de Durham y de la

37
Expone las dificultades para entender este sistema desde el nuestro, ARTHUR
COURTOIS (notario [latino] de la provincia de Quebec), Le Notariat Canadien: falta de
deslinde de abogados y notarios, indeterminación del «precedente» (Primer Congreso
del Notariado Latino; Buenos Aires, Colegio de Escribanos, 1948=CNL,1; en las actas
y tirada aparte); simpático el apasionamiento también comparativo de GAÉTAN VALOIS,
Une noblesse de robe perdu dans les neiges du septentrion (íbid., II, 479-500). A pro-
pósito del Canadá francés, conviene recordar que el cuerpo notarial se llama allí
«Orden de los Notarios», pues sea cualquiera el origen de esta denominación, tomada
literalmente puede ser de sugerencias fructíferas para el oficio. Una situación parecida
es la del estado norteamericano de Luisiana; MAX MAA SCHAUMBURGER (CNN, 2º Con-
greso, Madrid, 1950; II, 151-156) cuenta del asombro de sus «colegas» del resto de la
Unión, al toparse con un «testimonio de sus actas auténticas», para ellos «un completo
misterio».

543
iglesia de Cristo de Canterbury –notarii sacri palatii–. La situación se
repitió en otras diócesis y territorios. Pero Font Boix, a pesar de sus fór-
mulas –manu publica y per publicam personam–, opina no estar claros
«los límites y alcance de su actuación», y en principio los tribunales
seguían exigiendo el documento sellado, no bastándoles el notarial.
En torno a Thomas Becket hubo un grupo de letrados con influencia
romanista, y uno de ellos, Juan de Salisbury, escribió un famoso libro de
ética política, el Policraticus. Pero tales tentativas quedaron yuguladas
a partir de 1230, cuando apareció el Tratado de las leyes y costumbres
de Inglaterra, llamado «el Bracton» por su autor. Las Inns of Court de
Londres, escuelas de derecho jurisprudencial, alcanzaron una irresistible
ascensión, y el brexit se consumó definitivamente mediante la que
Núñez Lagos ha llamado «negación del Notariado», viendo en él ya una
amenaza para el latino, pero esa es una cuestión muy dstinta que aquí no
vamos a abordar38.
El panorama es idéntico en Escandinavia. Raris vel paucis nec eis
creditur, se dijo en Noruega39. En un escrito de un cabildo catedral sueco
al Papa, de fecha tardía, 1339 se excusaban de su falta de refrendo nota-
rial, supliéndole por una información testifical, propter defectum publi-
ci notarii quorum usus in partibus illis non habetur40. No mucho
después, en 1370, enviaron a Roma de la misma manera la documenta-
ción de los milagros atribuidos a Santa Brígida para su proceso de cano-
nización, quia notariorum usus rarum est in terra ista nec eis creditur
sed sigilis41.
También hubo allí algunos notarios de nombramiento hecho en vir-
tud de concesión papal –como la otorgada al deán de Turku–, o muchos
menos imperial, y esos brotes duraron hasta el siglo XV. Se conoce el
nombre del primer fedatario, Arnvidus Johannis, que actuó en un litigio
entre 1318 y 1328, y había sido nombrado en 1317 o antes por el colec-
tor pontificio, que era el canónigo Nicolaus Sigvasti, el cual tenía una
delegación papal válida para investir a dos fedatarios, que no debían ser

38
P. BRAND, The Making of the Common Law (Londres, 1992); J. HUDSON, The For-
mation of the English Common Law (íbid., 1996).
39
Diplomatarium Norwegicum, VI ,2 (Cristianía, 1864) núm.423, p.505.
40
BIRGITTA FRITZ, El Notariado en Suecia, en «Notariado público y documento pri-
vado: de los orígenes al siglo XIV» (Actas del VII Congreso Internacional de Diplomá-
tica; Valencia, 1986=CDV; II, 967-973; el discurso de apertura de Ángel Canellas
López, El Notariado en España hasta el siglo XIV. Estado de la cuestión, requiere algu-
na vez comprobación).
41
Acta et processus canonizationis beatae Birgitte; ed. I. Collijn (Upsala, 1924-
1932).

544
clérigos ni casados. Otros notarios iban siguiendo a los colectores de
catedral en catedral. Constan además algunos municipales –notarius
civitatis–, y de sínodo42.
En Dinamarca la redacción documental era en primera persona,
omnibus presens scriptum43. Nada sabemos de Islandia, pero hay que
suponer su fidelidad al patrón originario noruego. Esos nombres y docu-
mentos son testimonio de un fenómeno que murió de inanición en la lac-
tancia. En cuanto a la literatura notarialista, no pasó de una curiosidad
en los catálogos de sus bibliotecas.
Saliéndonos unos instantes de nuestro argumento, extendiendo más
en el tiempo y en el espacio, con ambición ilimitada, el cotejo de unos
y otros sistemas de la documentación jurídica y su eficacia, y no deci-
mos notarial por no prejuzgar nada, hay que desechar las afirmaciones
de segunda y sucesivas manos y tomar una postura seria y rigurosa. No
es de recibo, para formular una equivalencia, la supuesta presencia de
las palabras «notario» y «fe pública», tomadas de una referencia aisla-
da, y sin explicar los motivos de esa elección léxica en la traducción.
Habría que indagar si ésta, a veces de unos idiomas que sólo muy pocos
especialistas conocen, se corresponde con nuestras acepciones actuales
o más bien la convendrían otras.
Además, sería necesario algún texto demostrativo del ejercicio de
esas funciones44. Como veremos luego, las noticias más fiables son las
que nos han llegado a través del Derecho Romano, cuando la penetra-
ción oriental en el Imperio resultó decisiva para el arrumbamiento del

42
L. WIKSTRÖM, en los «Studier och handlingar rörande Stockholms historia» 5
(1985) 21.
43
Dominicus Hispanus, se menciona en Dinamarca; HERLUF NIELSEN, Über die
dänische Privaturkunde bis zum 14. Jahrhundert mit einem Schlusswort über das Notar,
CDV II, 951-959; citas del Repertorium diplomaticum regni Danici medievalis (Copen-
hague, 1928-1939) y el Diplomatarium Danicum (íbid., 1938-1982)-notarius regis, can-
cellario, presbiter son los títulos que vemos; a pesar de su título, estudia el tema O.
FENGER, Notarius publicus. Le notaire au moyen age latin (Aarhus, 2001).
44
Un libro muy estimable de Derecho Notarial, ajustado al programa de oposiciones
de 1940, cita como fuente de una de las referencias que hace a los «colegas» de la Edad
Antigua, «las indicaciones arqueológicas de un amable e ingenioso notario de Zarago-
za»·. En su Derecho Notarial (Pamplona, 1976), ENRIQUE GIMÉNEZ ARNAU da noticia de
los escribas hebreos que eran investidos de la fe pública pero dependientes de la autori-
dad que les nombraba, diferenciándose de los meros amanuenses y calígrafos del pue-
blo (Génesis, 21-23); una de tantas cuestiones a dilucidar por quienes estén capacitados.
De las distintas posturas sobre la cuestión, o sea la búsqueda de un abolengo remoto o
sólo cercano, ÁNGEL OLAVARRÍA TÉLLEZ, Contenido y fuentes del Derecho Notarial,
CNL,1; III,131-174.

545
viejo legado clásico superado. Y ya volvemos a nuestros lares, desde un
pintiparado punto de partida.

UN NOTARIO ESPAÑOL EN UN MONASTERIO SUIZO

En 1992, la Fundación Noguera publicó el primer volumen y único


aparecido, del extenso y denso libro de Ángel Martínez Sarrión, titula-
do Monjes y clérigos en busca del Notariado. Como su subtítulo preci-
sa es un Estudio de los documentos latinos, de los siglos VIII al XII, en
la abadía de Sankt Gallen, en el cantón suizo de su nombre, entre los
Alpes y el lago de Constanza. Esos documentos, desde antes del año 720
hasta el 1160, habían sido editados en la colección diplomática publica-
da en Zürich, de 1863 a 1882, por Hermann Wartmann, Urkundenbuch
der Abtei Sanct Gallen45, siendo su fuente principal el Codex traditio-
num Sancti Galli46.
De los libros que tienen poco o ningún interés ni atractivo se dice
a veces que su título es lo mejor, aunque no sea particularmente afor-
tunado, baste con que no resulte desagradable. Este libro es muy
valioso, y sin embargo yo sostengo que en el título está su mayor
valor, acaso porque coincide con mis inquietudes, las que yo he toma-
do aquí por tema, la busca del Notariado que desembocó en su naci-
miento, y por añadidura vista en y desde un monasterio benedictino.
Claro está que con un argumento tan apasionante, había de ser muy
valioso también su desarrollo si el autor, como en este caso, está a su
altura.
Yo que conozco algo la bibliografía monástica, puedo asegurar que
la obra de Martínez Sarrión es de las aportaciones más enjundiosas a
ella, merecedora de una mayor difusión no sólo entre los historiadores
del Notariado sino también entre los del Monacato, por su interés para
éste en los capítulos de su dimensión social y su relación con las pobla-
ciones del entorno y la de los monasterios con el lugar de su emplaza-

45
Subtítulo, Auf Veranstaltung der Antiquarischen Gesellschaft; antes FRIEDRICH y
GEORG VON WYSS habían dado a luz el primer tomo de las Urkunden zur Appenzellis-
chen Geschichte (San Gal, 1831).
46
Hay que tener en cuenta los formularios, a saber el Formelbuch Salomos III von
Konstanz de hacia el año 870, las Formulae Sangallenses Miscellanae de fines del
mismo siglo IX; y del vecino Reichenau las Formulae Augienses, desde fines del VIII a
mediados del IX. Hay una curiosa huella tardía del Formularium Tabellionum boloñés
en una copia de un Liber formularius hecha en San Gal (San Gal, Wadianische Stadt
Bibliothek, ms.339).

546
miento, más allá de su menester documentador de puertas adentro que
es la materia hasta ahora estudiada, no afuera47.
Desde 1803 no hay ninguna comunidad en San Gal, pero sigue visi-
ble la ciudadela monástica que fue, tal como las que sobreviven habita-
das en el vecino Einsiedeln, en Montserrat y sorprendentemente por
obra y gracia de un gallego intrépido, Rosendo Salvado, en la extremi-
dad del suroeste australiano, Nueva Nursia48.
El precedente de San Gal fue la celda y capilla del ermitaño irlandés
Galo, compañero de san Columbano, pasados los dos al territorio ger-
mánico, no desde su isla, sino salidos de Luxeuil en Francia, hacia el año
61049. En el año 719 el presbítero Otmaro fundó el cenobio , con una
comunidad observante de una Regula mixta, que adoptó el año 747 la
benedictina por imposición carolingia50.
El scriptorium de ese monasterio fue de los más selectos y pródigos
en la copia de manuscritos, entre ellos el Codex 914, que es el más rele-
vante del texto de la Regla de San Benito, y los musicales fueron muy
tenidos en cuenta en la restauración decimonónica del canto gregoriano
y sus ediciones paleográfícas51. Su dominio territorial y señorío –princi-
pado era su título bajo el príncipe abad–, ocupa el actual cantón de su
emplazamiento52. Allí se elaboró el llamado Plano de San Gal, que es el

47
Se ha señalado también la influencia monástica en el mantenimiento de supervi-
vencias del Derecho Romano: J-F. LEMARIGNIER, Les actes de droit privé de Saint-Ber-
tin au Haut Moyen Age. Survivances et déclin du droit romain dans la pratique franque,
«Revue internationale des droits de l’antiquité» 5 (1950) 45; y O. GUYOTJEANNIN, Un
préambule de Marmoutier imité de Salluste au XIe siècle et ses antécedents, «Bibliothè-
que de l’Ecole des Chartes» (=BEC; 138, 1980) 87-89.
48
Cfr. J. SALZGEBER, Die Klöster Einsiedeln und St.Gallen im Barockzeitalter («Bei-
träge zur Geschichte des alten Mönchtums und des Benediktinerordens», 28; Münster,
1967).
49
ALEXANDER O’HARA (ed.), Columbanus and the Peoples of Post Roman Europe
(Oxford University Press, 2018).
50
Noticia y bibliografía de J.DUFT, en el «Dizionario degli Istituti di Perfezione» 8
(1973) coll.450-454; atractiva evocación literaria de fray JUSTO PÉREZ DE URBEL, en Las
grandes abadías benedictinas (Madrid, 1928) 161-183.
51
El descubrimiento y estudio, a mediados del siglo XIX, en los días restauradores
de Solesmes, de sus melodías y de su escuela notacional a partir del siglo X, permitió a
dom Joseph Pothier establecer el nexo de unión entre las escrituras in campo aperto y
las notaciones intervocálicas posteriores, para restablecer lo que llamó la verdadera frase
gregoriana, y en la práctica llegar a su estilo propio del canto basado en el perfil meló-
dico y el ritmo libre como claves de la interpretación. Debo esta noticia al apasionado y
eruditísimo gregorianista Juan-Carlos Asensio.
52
Sankt Gallen, Saint-Gall, San Gallo. Einsiedeln y otros monasterios de la que toda-
vía hoy es la Congregación Suiza, no fueron exclaustrados, quedando así como la única

547
modelo arquitectónico del monasterio benedictino de la Edad Media con
todas sus dependencias.
La precisión de Martínez Sarrión, a la recerca del Notariat, nos sitúa
en nuestro argumento, por la buena pista de la historia de la función
notarial y la persona del notario, el camino que nosotros aquí pretende-
mos recorrer, su irse abriendo paso en la documentación altomedieval
–en lo cual los monjes tuvieron buena parte–, hasta llegar a la acuñación
de la figura del fedante que nosotros seguimos encarnando, luego de que
recibiera, en la Bolonia de los desposorios con el Derecho Romano, el
espaldarazo doctrinal, precursor de los refrendos legislativos venideros,
por otra parte, sobre todo en ciertos territorios, ya casi innecesarios. Esas
palabras del título de este libro son una llamada de atención hacia un
dominio desatendido, y cuyo recorrido se impone por difícil que sea si
se aspira a profundizar en las raíces53.
Entusiasmado con su argumento, el autor concluye que «los monjes,
enseñando a escribir, encontraron el Notariado de la misma manera que los
Magos, caminando detrás de la estrella, descubrieron Belén. [...Su] activi-
dad documental ha constituido una pieza clave para la conservación y trans-
misión de la cultura jurídica, y ha evidenciado, desde los comienzos de la
Edad Media, la exigencia de un personaje desdibujado en sus contornos,
pero que paulatinamente se va perfilando como asentado en el ambiente
social, que es el notario». Es comprensible que a mí, notario que tanto tiem-
po y aspiraciones de mi vida he dedicado a la historia monástica, me resul-
te emotivo que hayan sido escritas por un compañero de Barcelona esas
líneas, que habría hecho suyas el conde de Montalambert, el benedictino
honorario del Ochocientos francés, como lo fue Châteaubriand.
Es significativo que en la isla de Cerdeña, cuando eran muy pocos
los notarios originarios de la misma, mucho menos numerosos que los
pisanos y genoveses, el «juez» de Arborea, Pedro I de Lacon-Serra,
pidiera al monasterio de Montecasino el envío de monachos literatos54.

excepción «nacional» en Europa, junto a algún otro caso aislado. Me comentó el latinis-
ta Antonio Fontán que pidió en la biblioteca de Einsiedeln un manuscrito de Tácito
copiado en el siglo X, y le dijeron: «Es del siglo X y desde el siglo X está aquí». En San
Gal puede decirse lo mismo a pesar de la supresión, pues la biblioteca permanece en su
sitio, lo que tampoco es común, ya que las exclaustraciones han llevado consigo la dis-
persión de los fondos, a menudo fragmentadora, hasta un alcance geográfico más o
menos lejano.
53
Está en prensa nuestro artículo Los benedictinos en la historia del Notariado, en
«Nova et Vetera» (Zamora).
54
PATRIZIA LUPO, Il Notariato nella Sardegna pre-aragonese (CDV; II, 1273-1281).
En Portugal, hasta el comienzo de una organización estable del tabelionado, en las pri-

548
Es esta materia lo que hace también el libro que nos ocupa de más
interés para la historia monástica, puesto que si bien sus cultores –y no
me ahorro la autocrítica– se han ocupado de la actuación escrituraria de
los monjes a su propio servicio, tal en la formación de los cartularios,
tanto de su patrimonio sea cual sea su procedencia como de sus vicisi-
tudes canónicas, apenas lo han hecho de su contribución a la documen-
tación de los demás, siendo acaso uno de los motivos de la omisión la
menor vistosidad del tema, pues puede exigir a veces –no en el caso de
San Gal– el manejo de una masa de documentos dispersos para encon-
trar indicios, ya que no era corriente que se formara el protocolo55. En
San Gal tenemos escrituras de los particulares entre si, junto a las de
interés para la casa, habiendo de tenerse en cuenta en cuanto a éstas lo
corriente de que también de las mismas surgieran derechos para aqué-
llos, dada la función un tanto de seguridad social avant la lettre del
monasterio, tal en las pensiones como cargas de donaciones.
Antes de exponer la situación prenotarial de San Gal, vamos a fijar-
nos por su jugo comparativo, en otro estado de cosas pero muy distinto,
elemental, a partir del siglo IX, en un territorio aislado, Asturias, el pri-
mer reino cristiano de la Reconquista, pero trasladada la capital a León
ya el año 910.
Un estudioso francés, Jean Bastier, ha analizado unas doscientas
ventas allí en esa época, un número relativamente elevado, y más si

meras décadas del Doscientos, parece que los escribas eran clérigos o monjes ocasiona-
les- scripsit, notuit, titulavit, pinxit; Froila presbiter testis et notavi, Ioannes monachus
notavit; ISAÍAS DA ROSA PEREIRA, O tabelionado em Portugal (íbid., 615-690); JOÂO
PEDRO RIBEIRO, Dissertaçoes chronologicas e criticas (Lisboa, Tipografía de la Acade-
mia de Ciencias; 1819) IV, I, 68-73; HENRIQUE DA GAMA BARROS, História da Adminis-
traçao publica em Portugal nos séculos XII a XV (2ª ed., dir.Torquato de Sousa Soares;
Lisboa, 1950) 355-48; una puesta al día de N. VIGIL MONTES, La institución notarial y
sus documentos en el reino de Portugal en la Edad Media, en «Historia. Institucio-
nes.Documentos» 44 (2017) 351-379..
55
En cambio bastantes monjes han sido historiadores locales de las poblaciones en
torno. Hay que tener en cuenta que el voto de estabilidad liga geográficamente a los
benedictinos a las casas de su profesión, un fenómeno que no se da en las familias reli-
giosas posteriores centralizdas, en las que acaso podría incluso atisbarse alguna tenden-
cia contraria, en aras de una disponibilidad de los individuos sin trabas parejas; cfr. M.
LUCAS ÁLVAREZ, Documentos notariales y notarios en el monasterio de Osera, en las
«Actas de las Primeras Jornadas de Metodología aplicada a las Ciencias Históricas.
Paleografía y Archivística» (Santiago, 1975) 201-222; él mismo, Notariado y notarías
en el monasterio de Pombeiro, en «Cuadernos de Estudios Gallegos» 40, núm.105
(1992)43.-61; M. VÁZQUEZ BARTOMEU, Notarios y documentos en Galicia. Los monas-
terios cistercienses (Congreso Internacional sobre San Bernardo y el Císter en Galicia y
Portugal; Orense, 1998) 995-1018.

549
tenemos en cuenta que se trataba de una economía monetaria pero sin
mercado56. Las ventas eran en aquel ambiente un acto instantáneo, cam-
bio inmediato de cosa por precio, no un contrato productor de obligacio-
nes como en el Derecho Romano. Ello implicaba un mantenimiento del
arcaísmo visigótico.
Desde el punto de vista del documento era relevante la presencia de
los testigos que tocaban el papel, la roboratio que se llamaba este espal-
darazo al compromiso definitivo, testibus tradidi ad roborandum57, a
veces hasta doce58; confirmans aparece también. Naturalmente se hace
hincapié en la fuerza de la forma escrita, que llega a símbolo, venditio
per scriptura facta plenam habeat firmitatem. El signum de los contra-
tantes no tiene valor ninguno a nuestros propósitos. En cambio sí debe-
mos fijarnos en los verbos suscripsit o notuit, cuando los encontramos
después de la firma del último testigo, no porque veamos en ello un atis-
bo de la función notarial, sino precisamente para diferenciarlos de los
casos en que los usan en otras tierras no los testigos sino los redactores
o scriptores59. Ese estudio no comprende los siglos XIII y XIV, pero
pone algún ejemplo de ellos, y en uno de 1382, la venta a una monja de
Santa María de Gua, aparece como era de esperar, un notario con su
signo, que es tal en testimonio de verdad. Pero entonces ya Rolandino
era un clásico60.
En cuanto a esa intervención de los testigos en los documentos nota-
riales, se nos viene a las mientes el debate sobre su obligatoriedad cuan-
do se discutió la Ley Orgánica. Félix Falguera era contrario a su
supresión, y no veía en su exigencia una desconfianza hacia el Notaria-
do, ya que a su juicio ellos nada añadían a la fe pública, la cual era indi-
visible y única siempre, sino que manifestaban la índole social del
contrato, siendo en la formalización de éste los representantes de la
sociedad misma. Nos hemos acordado de ello, sin tomar partido, ante la
expresión contenida en una venta también incluida en esa colección, a
un monasterio cerca de Grado, el año 1213, presentes tres testigos niños

56
«Revue historique de droit français et étranger» (=RHDFE; 57, 1979) 569-609.
57
Cfr. J-I. FERNÁNDEZ DE VIANA Y VIEITES, Aproximación a la «roboratio» como con-
traprestación en la documentación gallega medieval, en «Humanitas. Homenaje a Car-
los Alonso del Real» (coord.A.Rodríguez Casal; Santiago, 1996) 495-524.
58
P. MEREA, Sobre a compra e venda na legislaçao visigótica, en «Estudos de Direi-
to Visigótico» (Coimbra, 1948) 84-104
59
Cfr. L. BARRAU-DIHIGO, Etude sur les actes des rois asturiens, 718-910, en la
«Revue Hispanique» (1919) 1-192; los cita pero en documentos reales.
60
Cfr. D. YÁÑEZ NEIRA, Registro de documentos sobre el monasterio de las Huelgas
de Avilés, en el «Boletín del Instituto de Estudios Asturianos» núm. 77 (1972) 589-628.

550
(sic) y doce monjes, et outros muchos bonos omnes que esta carta leer
odiront et rourar viron instantes ena claustra61.
En todos esos documentos de la España reconquistada, es evidente
que los testigos tienen una función de publicidad y de prueba, sin ape-
nas dejar percibir el anhelo tácito del nihil prius fide. En cambio, en San
Gal, podemos concluir sin esfuerzo que sólo la investidura legal auten-
ticadora faltaba62. La colección estudiada por Sarrión equivale pues a un
archivo de protocolos de nuestros días63, y consta de «todos los docu-
mentos que, en poder del abad, ponían por escrito los negocios jurídicos
del país y sus gentes».
Sus scriptores eran hombres del monasterio, comenzando por los
monjes, monachus, de la comunidad. Los otros títulos eran presbiter,

61
A. C. FLORIANO, Colección diplomática del monasterio de Belmonte (Oviedo,
1960) 241-243.
62
Véase MARÍA-JOSEFA SANZ FUENTES, Documento notarial y notariado en la Astu-
rias del siglo XIII (CDV; I, 245-280, y en su recopilación «De documentos y escrituras»;
Oviedo-Sevilla, 2018, 185-216). No le cree anterior al 1265, fecha que se ha señalado
para Galicia, y por lo menos es diez años posterior al Fuero Real de Alfonso X (cfr. E.
BOUZA ÁLVAREZ, Orígenes de la Notaría. «Notarios» de Santiago, de 1100 a 1400, en
«Compostellanum» V, 4, 1960, 233-412); O. RODRÍGUEZ FUEYO, Nicolás Yáñez: el paso
del prenotariado al notariado en Oviedo en el siglo XIII, en A.Castro Correa y otros
(eds. de una miscelánea historiográfica; Universidad Autónoma de Barcelona, 2012,
383-391; la cita ROBERTO ACUÑA CASTRO, Notariado y documentación notarial en el
área central del señorío de los obispos de Oviedo, 1291-1389; Oviedo, 2018; en torno
a esa transición pp.207-227.). Sanz admite que antes hubo scriptores profesionales, y
que los escribanos de concejo, nombrados para desempeñar un portiello administrativo,
primero anual y luego vitalicio, redactaban los documentos municipales, pero actuaban
también como scriptores publici, acaso apoyados en la costumbre de la roboratio del
documento ante el concejo. Cronológicamente viene a coincidir con ROSA-MARÍA BLAS-
CO MARTÍNEZ, en Una aproximación a la institución notarial en Cantabria (Santander,
1990), que insiste precisamente en la índole eclesiástica y monástica de la etapa preno-
torial; en cambio cuando se exigió en los ámbitos mercantiles que el notario no fuera clé-
rigo o sea ya en la avanzada difusión del Notariado, la autora ve en ello un síntoma de
la aparición de un poder laico frente al de la Iglesia (cfr. G. AIRALDI, Notariato genove-
se e notariato catalano, en las «Atti del I Congresso Storico Liguria-Catalogna»; Bor-
dighera, 1974; 349-360). Pero el Notariado no es un poder sino un servicio a la sociedad,
y fue ésta la que cambió entonces, y en consecuencia la clientela del notario. Lo que
pudo aumentar fue el prestigio del nuevo Notariado, y así favorecer la ascensión social
e incluso política de algunos notarios. Si Bolonia llegó a ser una república de notarios,
como se ha dicho, tuvo que ser en ese sentido –ahí está el ejemplo del máximo poder
ciudadano que alcanzó Rolandino–. También habían cambiado la iglesia y la vida claus-
tral A los frailes mendicantes y a los clérigos regulares no se los imagina uno actuando
de notarios.
63
Martínez Sarrión cita también las Formulae Lindenbrogianae ,las Salisburgenses,
y las Patavienses.

551
diaconus, clericus y levita, incorporados pues de una u otra manera a
ella, aunque sin pertenecerla, de la familia monástica en sentido amplio.
Los hay también sin título, un detalle que nos confirma en la impresión
de tener estos documentos de redacción claustral una especie de autoría
colectiva del monasterio. De manera que «sin ser notarios, los monjes
llegaron al notariado a la hora de atender las necesidades del pueblo,
espontáneamente, sin preocupaciones teóricas».
Un estadio muy avanzado pues hacia el publicum instrumentum,
comparable al coetáneo que tenía lugar en el no tan lejano Tirol meri-
dional, según había quedado ya demostrado en una esplendida edición y
estudio de sus documentos en los umbrales del siglo XX64. La fruta esta-
ba pues madura para la luminosa configuración que llegaría en y desde
Bolonia65. A esos efectos no hay que desorbitar la irrelevancia del título
de notarius que, como el de cancellarius, en San Gal aparece sólo en
documentos ajenos al monasterio y de Derecho público66. Sin embargo
se usó una vez en una escritura de este monasterio, una donación fami-
liar a cambio de alimentos, redactada por el monje Majo, entre los siglos

64
VOLTELLINI, Die Südtiroler Notariats Imbreviaturen. Acta Tirolensia (Innsbruck,
1899). Notemos la palabra «imbreviaturen», resúmenes archivados del documento, ante-
riores a la protocolización de todo éste (lo que para las actas estuvo vigente, aunque por
poco tiempo, después de la Ley Orgánica de 1862; cfr. P. S. LEICHT, «Dictum» ed imbre-
viatura, en el «Bullettino Senese di Storia Patria» 17, 1910, y G. COSTAMAGNA, La scom-
parsa della tachigrafia notarile nell’avvento dell’imbreviarura, nueva serie de las «Atti
della Società Ligure di Storia Patria», III; 77,1; Génova, 1963, que enlaza curiosamente
con la primera acepción en la historia de la palabra «notario», taquígrafo, la cual man-
tiene como secundaria el Diccionario de la Real Academia Española). Otros estudios
sobre ese territorio: RICHARD HEUBERGER, Das Deutsch Tiroler Notariat. Umrisse seiner
mittelalterlichen Entwicklung, en «Veröffentlichungen des Museum Ferdinandeum in
Innsbruck» 6 (1926) 29-122; FRANZ HUTER, Das Urkundenwesen Deutschsüdtirols vor
dem Jahre 1200, en «Tiroler Heimat» 7-8 (1935) 183-21; él mismo Das Südtiroler Nota-
riat als Urkundengeschichtliche Erscheinung, en el «Österreichische Notariats-Zeitung»
83 (1951) 13-135; OTTO STOLZ, Die Ausbreitung des Deutschtums in Südtirol im Lichte
der Urkunden, (Munich-Berlín 1932); WERNER KOFLER, Zum Vordringen des Notariats
in Tirol (CDV; II, 1167-175).
65
Martínez Sarrión dio el año 1982, en el «Banco de Chiavari e della Riviera Ligu-
re», la conferencia inaugural del vigésimo tercer curso de la Scuola del Notariato ads-
crita a la Universidad de Génova, La actividad documental de los monjes de Sant Gallen
en los siglos VIII al XII, publicada cinco años después en la «Revista de Derecho Nota-
rial» (=RDN; 35, núms.87-88, 248-284).
66
Por eso, a nuestros fines, detenerse en la historia de esa y otras palabras y en torno
a la variedad de sus sucesivas acepciones, sería un desvío irritante; pensemos en las que
de nota –y de ahí notuit y notarius– recogió el romanista Álvaro d’Ors, en su contribu-
ción al centenario de la Ley del Notariado: mancha en la piel y tatuaje, texto informan-
te, signo gráfico o musical, abreviatura, y signo taquigráfico .

552
VIII y IX, excepción que precisamente nos denota la intrascendencia
entonces del vocablo cuando se le sacaba de su uso ordinario67.
Es de mucho interés la exigencia de la designación del scriptor como
tal en el texto, aunque no su firma, una nominación que desde luego
resulta trascendente para reconocer la cercanía de que decimos al
menester notarial 68. Ya lo hizo ver Heinrich Brunner69. Eso quiere decir
que aquellos scriptores no tenían el mero cometido de copiar o redactar.
En cuanto a la fórmula hec auctoritatem fieri rogavit, resulta más
claro que se traduce por credibilidad, fide dignus. También hay que des-
tacar que la mayoría de los documentos no se escribían bajo la esclavi-
tud de las fórmulas, sino con una gran apertura a la libertad individual,
un rasgo de modernidad que nos hace ver un retroceso en algunas pos-
turas del tiempo de la Ley Orgánica, partidarias de la oficialidad de los
formularios, las cuales afortunadamente no llegaron a cogüelmo70. La
exclusividad redaccional ni se concebía, sino que la tarea documentado-
ra era ampliamente compartida, como una encomienda comunitaria
pues71.
De esa manera el monasterio era un locus credibilis, lugar, espacio
donde radicaba la confianza de la población en defecto de la fe legal, la
sede pues social de ésta ya que no jurídica, una designación medieval de

67
Para la cronología de las citas posteriores remitimos al libro de Martínez Sarrión,
debiendo parar mientes en lo temprano de algunas a cual más significativas.
68
Francesco Carnelutti llama la atención sobre la importancia de la identificación del
autor para la fe del documento, aunque sea anónimo, anonimato que no puede en cam-
bio haber en los autores de las declaraciones de voluntad, mientras que los del documen-
to, además de expresar en él su pensamiento, crean una cosa nueva, el documento
mismo, la «escritura» además de lo escrito; Studi sulla sottoscrizione, en la «Rivista di
diritto commerciale» (1929) 229-279, y en los Studi di Diritto Processuale (Padua,
1979) II, 79-116.
69
Zur Rechtsgeschichte der römischen und germanischen Urkunde (Berlín, 1880) 40.
70
«Los monjes de San Gal, en el ejercicio de su actividad documental, gustaban de
trastrocar un tanto las fórmulas, incluso en las invocaciones pías, y singularmente al con-
signar su intervención, lo cual era su peculiar rasgo personal. La acción del monje nota-
rio, ya desde el momento de comenzar a escribir, no pasa desapercibida, haciendo él lo
que está a su alcance para dejar la impronta de su personalidad».
71
Cfr. O. REDLICH, Die Privaturkunden des Mittelalters (=»Handbuch der mittelal-
terlichen und neueren Geschichte», dir.G.V.Below y F.Meinecke IV, 3; Munich y Berlín,
1911); traducido por el mismo Martínez Sarrión, Presencia y esencia de la credibilidad
documental (prol, Gero Dolezalek; «La Notaría», Colegio Notarial de Barcelona, 1987).
Redlich hace constar, pero sin comentarlo, que esa escasez de documentos redactados
por una persona misma, es una característica monacal. Este libro es un itinerario a tra-
vés de los sucedáneos de la credibilidad que hasta la aparición del Notariado se dieron-
sello, libri traditionum, tablas de la ciudad,etc.

553
significado profundo, y hasta permanencia actual, pues pese a la índole
individual y no delegable de la función del notario, cuando llegó su
hora, junto a ella también la notaría contaría y cuenta en la acuñación de
su seguridad, lo sigue contando, ahí está el archivo de su protocolo.
Es ineludible fijarse en la figura retórica de esa locución. Pensemos
que credibilis tiene el significado de digno de fe. Se trata pues de una
cualidad del hombre, no de una cosa. Las dos citas con que ilustra el
vocablo el Mediae latinitatis lexicon minus de Niermeyer (1976) no se
salen de esa exigencia, estando una referida a la índole concreta perso-
nal o incluso corporativa de los afirmantes, credibiles fidejussores…ante
nos venire permittatur; otra a una presunción para todos de su veracidad
salvo prueba en contrario, sit omnis homo credibilis, qui non fuerit accu-
sationibus infamatus72. Por lo tanto los espacios de que se predica esa
característica la han alcanzado por ser una localización de la interven-
ción humana, llegando así a una cierta personificación de las cosas,
como la tiene un monasterio73.
Lo cual refuerza más la confianza de las gentes en el valor jurídico
de su menester, demuestra la cercanía a que allí estuvieron de la función
notarial, y nos hace aceptar en cuanto a los testigos, para su circunstan-
cia, el significado dicho que Falguera daba a su presencia; coram pluri-
mo receperunt, se dice de una traditio llevada a cabo por un matrimonio.
Un caso es idéntico al de nuestras escrituras reproductoras de la
minuta del otorgante, cartam ad manu suscepit ad scribendum ipsos
presente mihique dictante. Más corriente es la labor redactora, Nandol-
fii qui hanc traditionem manu sua fecit, y Notker, indignus monachus
qui hanc traditionem manu sua suscepit [...] scripsi et subscripsi74. En la
donación que hace Kerhart, de un siervo a su nieto Engilberto y de dos
siervas a su nieta Amesun, manibus hanc cartam affirmaverunt; y hanc
cartam Wichinger presbiterum scribere rogavit75. Notemos, aparte la

72
Karlomanni cap. Vern. a 884, c.11; y Leg.II Cnut, tit.22, vers.Quadrip.
73
No constan en Du Cange, ni en la obra de Hans Walther, Lateinische Sprichwörter
und Sentenzen des Mittelalters (Göttingen, 1963).
74
En este caso estimamos que traditio significa la transmisión con todos sus requisi-
tos, no uno sólo de ella.
75
Mucho después nos evoca fray Justo: «Por entonces, el abad Rehier, creaba una
imprenta, buscaba libros por todas partes, y pronunciaba esta frase que debiera estar
escrita con letras de oro en el umbral de todos los monasterios: Más quisiera ver en el
claustro al diablo en persona que a un monje ignorante. El diablo debía ser del mismo
parecer». La concordancia y armonía del libro y el monje ha sido una constante irresis-
tible, pese a la polémica sobre el papel del estudio en la vida claustral, cuyo episodio
más clamoroso fue protagonizado por el maurista Mabillon y el «pro trapense» Rancé.

554
labor directora del scriptor rogado en cuestión, la relevancia del docu-
mento como cosa, no sólo de la escritura, sino de su entrega, que expre-
samente se hace constar en esa fórmula.
Fijémonos en que nos han salido al encuentro en este «protocolo»,
por una parte esta inequívoca labor del autor del documento, que si no
llegaba a dar fe era por no ser cuestión suya sino del legislador, y por otra
no sólo el equivalente de la firma de los autores del negocio jurídico, sino
de nuestra actual audiencia notarial salvo la autorización expresa.
Dejamos este libro, merecedor de un recorrido pormenorizado de
todas sus fórmulas y cláusulas, luego de haber visto el cotejo en ese
orden de cosas entre la Asturias, que era un oscuro rincón cristiano fren-
te al esplendoroso Al-Andalus del mediodía, con la Europa de antes y
después del imperio carolingio. La ruta es un ejemplo nada más, de un
conjunto cuyo recorrido se impone76.
En el cual son posibles gratas sorpresas. Como la determinante
influencia benedictina en la consolidación notarial de la isla de Córce-
ga77. La presencia del pre-notariado era allí parsimoniosa, de escribas
privados, de clérigos sin otro título, de clérigos titulados notarios, y de
notarios seglares, cuando a fines del siglo XI aparecieron en la isla,
sobre todo en el norte, propiedades de iglesias y monasterios ligures y
toscanos, comenzando por Santa María y San Gorgonio en la isla de

En una orden de eremitas-cenobitas, la cartuja, con una clausura rigurosísima y el con-


siguiente impedimento a ciertas posibles exigencias del trabajo intelectual, se decía que
monasterium sine libros est sicut civitas sine opibus, castrum sine muro, coquina sine
suppellectiil, mensa sine cibis, hortus sine herbis, pratum sine floribus, arbor sine foliis;
cfr.»Sammeln, Kopieren, Verbreiten zur Buchkultur der Kartäuser gestern und heute»
(ed.Sylvain Excoffon, Coralie Zermatten y el Congreso de estudios cartujanos de Ittin-
gen en 2017=»Analecta Cartusiana» 337,Cercor; Saint-Étienne, 2018).
76
La relación de los monasterios con la documentación notarial fue distinta, pasiva,
en la etapa de los oficios enajenados. Aquéllos, como las iglesias, podían obtener el
dominio directo de una escribanía por concesión real o señorial, y después ceder el
dominio útil, cuyo cesionario podía ejercer directamente el notariado o nombrar a otro
para ello. Hasta un altar podía ser el beneficiario, cfr, JOSEP-MARIA PONS Y GURI, Docu-
ments sobre la notaría del terme del Castell de Montclús y el seu arxiu de protocols, en
los «Estudis sobre historia de l’institució notarial a Catalunya en honor de Raimón
Noguera» (Fundación Noguera, Barcelona; 1988) 133-145 [sobre el altar de san Proyec-
to, en la parroquia de la «cellera» de Palautordera; altar cesionario bajomedieval de los
señores de la baronía de Montclús, Ramón de Cabrera y Alamanda y su hijo Bernat y
sus cónyuges] y Un fragment de códex esdevingut coberta de manual notarial, en los
«Estudios Históricos y Documentos de los Archivos de Protocolos», serie publicada por
el Colegio Notarial de Barcelona (=EHDAP) 13 (1995) 47-53.
77
SILVIO P. SCALFATTI, L’evoluzione del Notariato nella Corsica medievale, secoli XI-
XIV (CDV; II, 1283-1295).

555
Gorgona. Otros fueron San Venerio del Tino, junto a la Spezia, San
Michele in Borgo de Pisa; San Salvatore y San Quirico de Populonia y
San Masimiliano de Montecristo; algunos de la diócesis de Génova (San
Bartolomeo di Fossato de Vallombrosa, y San Benigno di Capodifaro).
Tales cenobios eran propietarios en las diócesis de Aleria, Ajaccio y
Sagona. Fue su busca de la seguridad jurídica lo que elevó el nivel docu-
mental78. De 1137 a 1144 consta la presencia en la isla del maestro Gui-
llermo, un notario de la Sede Apostólica79. El período genovés fue
continuador de ese impulso80.
Una visión de conjunto, pero con abundancia de detalles eruditos,
fue la conferencia en esta Academia, el año 1977, de Alfonso García
Gallo, Los documentos y los formularios jurídicos en España hasta el
siglo XII, que empieza con la puesta a su servicio de la escritura, origi-
nariamente, o sea desde la aparición de ésta81. En Hispania penetró el
sistema documental romano, desde las tablillas de madera recubiertas
de cera hasta el papiro y el pergamino, pero no se conserva de entonces
ningún documento completo de derecho privado, ni se conocieron la
innovación documentalista del derecho griego ni los tabeliones ni la
palabra quirógrafo. Llegada la fragmentación, Cataluña siguió la tradi-
ción visigoda, y como el vecino Aragón tuvo influencia franca, hasta
generalizarse en la Península la penetración itálica. Su escudriñamien-
to habrá de adentrarse en el tejido de esas mallas, las de los prácticos
en cuyas manos había caído la redacción. Y no perdamos de vista el
subtítulo de Sarrión, «en busca del Notariado», pues tal aspiración se
había hecho una costumbre que llegaba a una presencia objetiva en el
documento mismo, sin necesidad de estar en cada caso expresamente

78
S-P-P. SCALFATI, Les proprietés du monastère de la Gorgona en Corse, XIe et XIIe
siècles, «Etudes Corses» 8 (1977) 31-93; él mismo, Le notariat corse au moyen age
d’après les chartriers monastiques, «Cahiers Corsica» 84-85 (Bastia, 1980) 34; él
mismo, Carte dell’archivio della Certosa di Calci [heredera del monasterio de Gorgo-
na], 999-1099, («Thesaurus Ecclesiarum Italiae» VII,17; Roma, 1977) núms.99, 127 y
135); él mismo, Documenti inediti sull’ereditá corsa della Certosa pisana, en «Archivi
e Cultura» 12 (1978); PISTARINO, Carte del monastero di San Venerio del Tino relative
alla Corsica, 1080-1500, «Reale Deputazione Subalpina di Storia Patria, seguito alla
Biblioteca della Società Storica Subalpina» 170 (1944), núm.8.
79
S-P-P. SCALFATI, Les documents du «Libro Maestro Guglielmo di Gorgona» con-
cernenti la Corse, XI-XII siècles, «Mélanges de l’Ecole Française de Rome. Moyen Age,
Temps Modernes») 8, 2 (1976) núm.l2, p.565.
80
Cuando se llamaba a Génova la capital moral del Notariado (Dino Puncuh); cfr. P.
CANEPA, Il Notariato in Sardegna, «Studi Sardi» II, 2 (1936) 60.
81
Empieza con la treintena conservada de téseras o láminas metálicas de hospitali-
dad, escritas en ibérico o en latín.

556
en la mente del autor. Pensemos también en la naturalidad de su pase a
los formularios.
Esos largos siglos de la Edad Media con su practica escrituraria, de
las unas a las otras formas, más o menos de lejos o cerca, habrían sido
pues un argumento pintiparado para la defensa de la naturalidad del
Notariado en el mundo jurídico, a esgrimir bajo la reflexión y en la polé-
mica en torno a esas ciertas dudas y aprensiones sobre su puesto en la
contemporaneidad, de que dijimos antes.
El camino pues para la investigación del tema no puede ser otro que la
búsqueda de indicios en la documentación medieval anterior al definitivo
reconocimiento de nuestro notariado. También en la legislación y en la
ciencia. Ahora bien, estos dos últimos ámbitos no están llamados a depa-
rarnos grandes sorpresas, pues se trata de pocas fuentes y conocidas, de
manera que sólo algunos detalles de difusión o aplicación podemos espe-
rarnos cuales novedades relativas. En cambio los atisbos en los documen-
tos y sus cláusulas nos pueden enseñar bastante todavía, con tal de
prestarles una atención pormenorizada82. Lo que nos obliga a decir algo de
las disciplinas que el estudio de los documentos tienen por objeto.

PALEOGRAFÍA Y DIPLOMÁTICA83

Naturalmente, la tarea primaria será su lectura. Para la cual nos topa-


mos con el escollo de las letras en que están escritos, que son muy dis-
tintas de la que aprendimos en la escuela y seguimos utilizando. La
nuestra de imprenta desciende de una de aquellas grafías medievales, la
carolina, por eso también la más parecida a nuestra manuscritura usual.
Mas después, surgieron otras, aún más difíciles que las antiguas –ahí la
encadenada, la procesal–. Don Quijote, al encargar a Sancho que hicie-
ra transcribir una carta a Dulcinea, le encarece: y no se la des a trasla-

82
A este respecto recuerdo mi experiencia,cuando trabajaba en mi tesis doctoral
sobre los orígenes del benedictinismo en la Península Ibérica. Era yo entonces profesor
en Salamanca, y había allí algunos colegas que manejaban documentación monástica de
la época, en busca exclusivamente de la historia económica de los cenobios. Yo les pedí
que me señalaran las menciones que de paso encontraran de la observancia, en pos del
hallazgo de huellas de la Regla de San Benito o su ausencia. Me dijeron que nada de ello
habían visto, pero yo comprobé que los datos en cuestión eran numerosos. La explica-
ción estaba clara, no la desidia de mis compañeros, sino la brevedad de esas citas, pro-
picias a pasar desapercibidas a los que limitaran su búsqueda a otras materias de un
desarrollo detallado.
83
Se empleó también la expresión conjunta «Paleografía Diplomática».

557
dar a ningún escribano, que hacen letra procesuada, que no la entende-
rá Satanás. Sólo el siglo XVIII nos sitúa en una fluidez que empalma
con la actualidad, pasando de la paleografía a la caligrafía…y a las
malas letras pero anárquicas. Se impone pues para leer, sobre todo
mucha práctica, y un aprendizaje arduo, el cual se exigió o pretendió
exigir a los notarios84 hasta el umbral del siglo XX85.
Ahora bien, la Paleografía enseña a leer los documentos86, pero estos
como tales, prescindiendo de su letra, son una materia acreedora a un
estudio separado, la Diplomática, que consiste en la descripción de ellos
mismos, sus cláusulas y formas, y, el examen de sus caracteres extrínse-
cos e intrínsecos, entre otras cosas para determinar su autenticidad o fal-
sedad,87. Los intrínsecos son los que tiene el texto, el actum jurídico, lo
documentado pero en relación con su documentación, no con el objeto;
los del datum o el documento en sí son los extrínsecos88.
Paleografía y Diplomática en cuyos dominios volvemos a encon-
trarnos con los benedictinos, concretamente en su aparición como
materia de estudio89. Los monjes, desde los últimos siglos de la Edad
Media, no han sido ya los protagonistas de la vida regular, sino los
mantenedores de una tradición, lo cual no quiere decir que no alcanza-
ran minoritariamente cumbres. En el siglo XIX, un jesuita, en una con-
versación sostenida en Viena con el cardenal Jean-Baptiste Pitra, del
monasterio restaurado de Solesmes, les caracterizó por encarnar en la

84
Sólo conozco el caso de los españoles.
85
Esto último explica que algunos ordenanzas de archivos hayan llegado a ser mag-
níficos lectores. Se cuenta que Marcel Bataillon utilizó los servicios transcriptores de
uno de Simancas. Da qué pensar en torno a la inquietud por el conocimiento del pasa-
do, una pequeña historia «archivística» cuya veracidad está atestiguada y se publicó,
aunque yo no he podido aún encontrar la referencia bibliográfica ni los datos concretos:
En los tiempos en que la manera de vestir permitía diferenciar la condición de la gente,
parece que a principios del siglo pasado, frecuentaba un archivo un hombre de aparien-
cia modesta, y presumiblemente sin titulación. Pedía parecía consultar y leer códices de
letras difíciles, y a un archivero que al fin le preguntó, le confesó que no entendía nada
pero se lo imaginaba. Algo no recomendable a los investigadores, pero acreedor a una
meditación.
86
Aunque no se limita a ese desciframiento.
87
GEORGES TESSIER, La Diplomatique (Presses universitaires de France, París; 1952).
88
Recapacitemos en que los intrínsecos son iguales en el original y en las copias, a
diferencia de los otros.
89
Puede consultarse nuestro libro San Benito y los benedictinos (7 volúmenes;
Braga, 2000) que (a diferencia de la excelente Histoire de l’Ordre de Saint Benoît de
dom Philibert Schmitz, aparecida entre 1935 y 1950) incluye a los cistercienses o bene-
dictinos blancos, y a todos los camaldulenses, los cuales siguen teóricamente la Regu-
la Benedicti.

558
Iglesia la poesía, a diferencia de su propia misión batalladora en la
prosa90.
Una de las congregaciones en que los benedictinos se articularon en
la Edad Moderna fue la francesa de San Mauro, de 1618 a 178991. Las
empresas eruditas que llevaron a cabo, son quizás las colectivas más
estimables de cuantas iluminaron esos tiempos excelsos del cultivo del
intelecto. Su edición crítica de San Agustín ha sido definida como el
Versalles de la erudición92. A la tertulia de los domingos, después de las
vísperas, en su monasterio parisino de Saint-Germain-des-Près, acudía
la flor y nata de la sapiencia europea.
«Volver a encontrar sus propios pensamientos, sus sentimientos en
los textos antiguos, era toda la poesía de los mauristas», escribió el abate
Henri Bremond en su Historia literaria del sentimiento religioso en
Francia desde las guerras de religión hasta nuestros días93, uno de los
libros más elevados de la literatura del país vecino en el siglo pasado, en
el cual a través de los testimonios de las vidas de esos monjes, el autor
concluyó que «no puede resultar más inverosímil pensar que el polvo de
las bibliotecas les secara el corazón».

90
Algunas comunidades de ese monacato contemporáneo,vuelto a la vida tras
una exclaustración casi total, pueden considerarse como arquetipos de aristocracia
espiritual, en Europa, América del Norte y Australia, sin menoscabar otras consecu-
ciones de su difusión geográfica, tal la congregación de St.Ottilien en África, Corea
y China.
91
YVES CHAUSSY, Les Bénédictins de Saint-Maur (Institut des Études Augustinien-
nes, París; 1990-1992).Para entender esta organización hay que tener en cuenta que en
la primera tradición benedictina los monasterios eran independientes entre sí, pero
desde la Baja Edad Media, la Santa Sede les presionó para agruparse en las que se lla-
maron congregaciones, aunque la independencia dentro de cada una se mantuvo de
manera más o menos atenuada. En cuanto al conjunto de todas ellas, únicamente desde
fines del siglo XIX tiene una manifestación unitaria muy débil en el llamado abad pri-
mado, con sede en el monasterio de San Anselmo de Roma, donde radica también el
colegio internacional para los monjes estudiantes. De ahí que las siglas O.S-B=Orden
de San Benito, no tengan una aceptación unánime, prefiriendose por algunos
M.B=Monje Benedictino. El abad primado sólo es conocido de puertas adentro. Yo
recuerdo que en mi primera estancia en Montserrat, antes de conocerse mi dedicación
a los estudios monásticos, al hablar del primado entendieron que me refería al arzobis-
po de Toledo.
92
Y paradójicamente de mucha actualidad entonces, pues la colocación de una
coma podía ser decisiva para interpretar el texto, y a su vez ello incidir en la polémi-
ca a cual más viva en la época en torno al jansenismo y sus presuntas raíces bíblicas
y patrísticas.
93
La frase fue glosada por Unamuno en Machaqueos; artículo en el diario «Ahora»
de Madrid, 27-12-1932.

559
Dom Jean Mabillon ha pasado a la historia como su miembro más ilus-
tre en el plano estudioso y uno de los más estimables en el humano94. En
1681 salió de los tórculos De re diplomatica, una obra suya que vino a ser
la guía de la investigación histórica en la documentación escrita. En esas
primeras palabras del titulo no se menciona la Paleografía, pero debemos
atender a su desarrollo, extenso con arreglo a esa época, de los solemnes
frontispicios, a saber libri VI in quibus quidquid ad veterum instrumento-
rum antiquitatem, materiam, scripturam et stilum; quidquid ad sigilla,
monogrammata, suscriptiones ac notas chronologicas; quidquid inde ad
antiquariam, historicam, forensemque disciplinam pertinet explicatur et
illustratur. Accedunt commentarius de antiquis regum Francorum palatiis;
veterum scripturarum varia specimina, tabulis IX comprehensa; nova
ducentorum, et amplius, monumentorum collectio. Vemos pues que la
escritura es una de sus materias95, y por eso consiste en el primer tratado de
paleografía dado a luz, por cierto escrito antes de que apareciera este voca-
blo para designar la disciplina, lo que ocurrió precisamente en otro libro de
un maurista de la generación siguiente, don Bernard Montfaucon, Paleo-
graphia Graeca sive de ortu et progressu literarum Graecarum (170896).
A estas alturas, se está de acuerdo, como escribieron sus continuado-
res claustrales, en que el genio de Mabillon dejó abiertos los caminos a
sus sucesores de todos los tiempos, aunque sea para enmendar sus erro-
res, de manera que quienes pretendan edificar sobre otros fundamentos,
lo harán en la arena.
Marc Bloch, en su Apología de la historia y el oficio del historiador,
escribió que su libro fue «un gran acontecimiento en la historia del espí-

94
Al ser presentado a Luis XIV como el hombre más sabio de Francia, apostilló el
monarca «y el más humilde»; Dom Jean Mabillon figure majeur de l’Europe des lettres
(=Actes des deux colloques du tricentenaire de la mort de dom Mabillon; ed. J.Leclant,
A.Vauchez y D.O.Hurel, Académie des Inscriptions et Belles Lettres, París, 2010); A.
LINAGE CONDE, Dom Jean Mabillon y la Congregación de San Mauro, en «Nova et Vete-
ra» 42 (2018) 17-40.
95
En 1946, Antonio C.Floriano Cumbreño, de la Universidad de Oviedo, trató de las
dos materias en un Curso general.
96
GIULIO BATTELLI, Lezioni di Paleografia (Pontificia Scuola Vaticana di Paleogra-
fía e Diplomática; Città del Vaticano, 1949). Los mauristas continuaron la obra de Mabi-
llon, dando a luz de 1750 a 1765, en seis volúmenes, el Nouveau traité de diplomatique,
où l’on examine les fondements de cet art [...] par deux religieux bénédictins de la Con-
gregation de Saint Maur (=dom René-Prosper Tassin y dom Charles Toustain). En 1821
se fundó en París l’Ecole des Chartes, según Battelli «la más antigua y gloriosa escuela
de estudios paleográficos». Por su parte Adolphe Giry, en su clásico Manuel de Diplo-
matique (1894), no dudó en exponer la historia de su disciplina en dos partes, antes y
después de Mabillon.

560
ritu humano, dejando definitivamente establecida la crítica de los docu-
mentos de los archivos», y el gran historiador del monacato inglés,
David Knowles, a propósito de la plenitud de su difusión, le comparó a
la alcanzada en otras disciplinas, antes y después, por Galileo y Einstein,
una afirmación que si hacemos la correspondiente composición de lugar
no resulta tan hiperbólica. Al fin y al cabo era la llave de los archivos,
que vale lo mismo que la llave del pasado.
Pasando a la Diplomática de nuestro menester notarial, nuestro com-
pañero José Bono y Huerta, puntualiza que, si ella sin más es la explica-
ción crítico-formal del documento en su desenvolvimiento histórico,
diplomática notarial ha de ser la del documento notarial, o sea de su
estructura (compositio), resultante de la aplicación de los requisitos (for-
malidades: sollemnia, sollemnitas), que el notario lleva a cabo a tenor de
la ordenación legal97. Es uno de los tres apartados de la Diplomática lato
sensu, los otros dos el de cancillería y el curial, una división correspon-
diente a las tres instituciones documentadoras, Cancillería, Curia y
Notariado, en las que se reparten los auctores de las formas98. En cam-
bio «la consideración de la formulación negocial ordinaria contenida en

97
Hay que tener en cuenta que la labor creadora del notario no sólo actúa para el
derecho sustantivo sino también para el suyo propio, y en éste lo hace mediante la Diplo-
mática. De ahí la exhortación de Núñez Lagos a «sacar de entre el polvo de los siglos
los secretos que guardan los infolios de los protocolos y poner de manifiesto sus fórmu-
las de comparecencia, otorgamiento y autorización, de tanta trascendencia para el dere-
cho formal; sus cláusulas de estilo en los contratos usuales, tan interesantes para el
estudio de los singulares negocios jurídicos, y los matices de redacción de sus estipula-
ciones y parte dispositiva».
98
Breve introducción a la Diplomática Notarial española, parte 1ª (Junta de Anda-
lucía, Sevilla; 1990). Clasificarla por los títulos de los auctores de los asuntos documen-
tados, en papal, real, y residual que englobaría todo lo demás, no tenía fundamento. Hay
que tener en cuenta las obras de Giovanna Nicolaj: Lezioni di Diplomatica Generale
(Roma, 2007); Scrivere e leggere documenti giuridici nell’alto medievo. Spunti per una
semiotica dell’attività giuridica (ed. Cristina Mantegna;Spoleto, 2019); Diplomatica e
storia sociale, en el «Archiv für Diplomatik, Schriftsgeschichte, Siegel- und Wappen-
kunde» 52 (2000) 313-334: Storia di documenti, storie di libri: quarant ‘anni di studi,
ricerche e vagabondaggi nell’età antiche e medievali (2013-uno de los artículos recopi-
lados se titula Divagazioni intorno al notaio medievale. «Ma come davvero sia stato nes-
suno, nessuno, sa di ré»)- además de su colaboración reiterada en las «Chartae Latinae
Antiquiores»-. Para nuestro país son de interés A. CANELLAS LÓPEZ, Diplomática hispa-
no-visigoda (Zaragoza, 1979), y el discurso de ingreso en la Institución Fernán Gonzá-
lez (=Academia Burgense de Historia y Bellas Arte, 2002) de JOSÉ A. FERNÁNDEZ
FLÓREZ, La elaboración de los documentos en los reinos hispánicos occidentales, siglos
vi-xii, (para la conexión sigilográfica, JUAN-CARLOS GALENDE y NICOLÁS ÁVILA SERRA-
NO, El rodado regio hispánico: León y Castilla antes de la unificación, 1157-1230 (Cór-
doba de Argentina, 2018).

561
el documento, elaborada por el notario, la explicación crítica de la mate-
ria del documento notarial en su desenvolvimiento histórico, es ajena a
la Diplomática, y propia de la Historia del Derecho99».
Ahora bien, a nuestros fines, o sea la indagación de los caminos pre-
notariales en lo que de anhelantes del notariado tuvieron, no interesa la
Diplomática propiamente Notarial, que comienza en el siglo XIII, al
aparecer el nuevo instrumentum publicum, sino la del documento priva-
do en sentido estricto, en el hodierno, o sea el documento idiográfico, un
ámbito más reducido que la artificiosa clasificación que agrupaba, en la
Diplomática del acte privé o Privaturkunde, documentos señoriales y
episcopales, comunales, de cancillería y los curiales, además de los
notariales100. La fase prenotarial es el mundo de la carta altomedieval de
los scriptores privados, forzosamente más amplio y disperso, y mucho
más variopinto, a la fuerza también menos normado, siendo precisamen-
te su regulación, espontánea y tácita pero tendente a la fijeza, aunque
como hemos visto con algún espacio para la huella personal, uno de los
indicios de su querencia del notariado aún nonato101.

99
Lo mismo que, pasando del pasado al presente, hay que reconocer que el mayor
peligro de los estudios de Derecho Notarial es desviarse de lo formal a lo sustantivo. En
una fecha temprana, 1934, González Palomino opinó ser más digno tildar el Derecho
Notarial de un fantasma que reducirle a una amplia discusión sobre los turnos y arance-
les, luego de glosar la definición de la llamada magistratura notarial como asesoría, pro-
cedimiento y fallo, abandonando en cambio el desarrollo de una teoría general de las
formas públicas o formas jurídicas; Hacia un Derecho Notarial, RDP, 21 (1934) 289-292.
100
Ya excluyó los notariales O. POSSE, Die Lehre von den Privaturkunde (1987), a
diferencia de REDLICH, Die Privaturkunde des Mittelalters (1911), y ALAIN de
BOUÄRD, Manuel de diplomatique française et pontifical. II, L’acte privé (París, 1948;
su base es la tesis del autor, Etudes de diplomatique sur les actes des notaires du Châ-
telet de París, sostenida en 1909 y publicada dos años después en la «Bibliotheque de
l’Ecole des Hautes Etudes, Section des sciences historiques et philologiques, 186); cfr.
D. BIZZARRI, Gli studi sul documentio privato, «Archivio Giuridico» 94 (1935), y Note
sul documento privato nel territorio senese durante il medioevo, íbid. 91 (1932); G.
FERRARI, Il documento privato nell’alto medioevo e i suoi presupposti classici,
«Archivio Storico Italiano» (=ASI; serie VII, 17,1932) 3-34, y A. PRATESI, I «dicta» e
il documento privato romano, «Bullettino dell’Archivio Paleografico Italiano»
(Roma, 1955) 81-97.
101
Yo he conocido, hasta entrada la segunda mitad del siglo pasado, venderse en los
estancos de los pueblos de Castilla impresos de documentos privados de compraventa.
Su cotejo con los formularios notariales podría darnos una idea del fenómeno medieval
equivalente, pero quedando a la fuerza eliminado desde su óptica vergonzante cualquier
aspecto creador. Como vemos, documento privado en el sentido de la Diplomática no
coincide con la acepción legal actual, sino que es es todo documento para los particula-
res y de ellos, no el que está falto de autorización notarial.

562
Evidentemente, esta materia pertenece a la historia. Su interés para
el ejercicio notarial en el siglo XXI sólo en algún rarísimo caso puede
surgir, y ya de manera muy indirecta y remota, aparte el ornato erudito.
Los protocolos de más de un siglo de antigüedad son custodiados por los
archiveros del cuerpo desde 1931102. Los notarios mantienen su compe-
tencia para la expedición de sus copias auténticas, en cuyo caso, de no
entender la letra, podrían hacerlo de un traslado a la actual hecho por un
experto titulado, siendo recomendable acompañar a él una fotocopia del
original, aunque por otra parte, la posible pericia paleográfica del nota-
rio tampoco estaría cubierta por la fe pública103.
Podemos recordar a ese propósito que el día 29 de enero de 1910,
el Tribunal Supremo dictó una sentencia, citada por «el Castán»
–nuestro Castán–, por su doctrina de que el disfrute comunal de
varios pueblos, no implica la copropiedad del terreno aprovechado, la
cual empezaba así: «Resultando que el 17 de noviembre del año 1114
de la Era Hispánica que entonces regía, y corresponde al 1076 de la
cristiana hoy vigente, el rey Alfonso VI [...]104». O sea que lo acaeci-
do en un tiempo, tan lejano que era anterior a la formación de nues-
tros protocolos, podía esgrimirse procesalmente. Mas si nos atenemos
a la realidad y más ahora, a mayor distancia, no en todos esos casos
se plantean al notario problemas paleográficos, por no exigirse siem-
pre la comprobación de los documentos originales, que por otra parte
a veces ni siquiera existen, mientras que cada vez más abundan los
editados105.
Sin embargo, todavía se precavían nuestros antecesores contra ese
riesgo cuando ya estaba vigente el notariado contemporáneo, siendo el
aprobado en Paleografía un requisito de la carrera, a lo largo de cuanto
quedaba del Ochocientos.

102
Definitivamente, salvo el paréntesis del ministerio Casanueva en la segunda etapa
republicana. En 1915, Mengual y Mengual había publicado en la Gaceta del Notariado,
¡Alerta, sres. archiveros, sobre la propuesta del ex-ministro Bergamín en pro de esa
innovación.
103
Como tampoco las citas de su lectura o las transcripciones parciales de los docu-
mentos antecedentes o legitimadores.
104
Cotejemos, por ejemplo, el sugestivo volumen del Derecho Civil de Castán para
Registros, aparecido en 1926, con las Contestaciones al programa de las oposiciones a
notarías de EUSTAQUIO DÍAZ MORENO (Legislación Hipotecaria, Derechos Reales y del
Timbre del Estado, Internacional Privado, y Procedimientos judiciales; estas dos últimas
partes de EDUARDO MORALES DÍAZ), impresas en Madrid por Alejandro Marzo en 1904.
La diferencia tipográfica, incluso la del papel, valdrían de por sí como un síntoma.
105
En la sentencia citada se trataba del Fuero de Sepúlveda, del cual no se conserva
el original, pero la copia más antigua había sido impresa ya dos veces.

563
Desde poco antes de la Ley Orgánica y proa hacia ella, en 1858, el
título previo exigido para optar al Notariado, equivalente al actual de la
licenciatura en Derecho, era la graduación impartida por las «Escuelas
del Notariado y la Diplomática» –notemos esta denominación oficial–,
una de las «carreras superiores» cuyos planes de estudio fueron aproba-
dos ese año –las otras dos eran la Ingeniería y la Arquitectura–. Se
requería para matricularse ser bachiller en artes y «estar versado en la
lectura de la letra del siglo XVI y posteriores». Seguían dos años de
Civil, Mercantil, y «Teoría y práctica de la Redacción de Instrumentos
Públicos y Actuaciones Judiciales»; y además, de manera simultánea o
consecutiva, tres años de asistencia a una notaría o escribanía.
Tras la Ley de 1862 se mantuvo la exigencia paleográfica, y para cor-
tar el abuso de «acreditarla» por un certificado de aptitud expedido por
cualquier escribano, un decreto de la República, en 1874, impuso el exa-
men, pero no de ingreso, sino de la que pasó a ser una asignatura, ante un
tribunal compuesto por un «catedrático de Notaría» y dos archiveros.
En 1883 la Escuela Superior del Notariado se refundió en la Facul-
tad de Derecho, aunque con la variante de algunas asignaturas106. El exa-
men de Paleografía continuó vigente. En los planes de 1875 para la
Universidad de Manila y de 1886 para la de La Habana, la exigencia era
idéntica.
Una Real Orden de 1 de septiembre de 1880 había ampliado las letras
a descifrar desde el siglo XIII hasta el XVII. Veinte días después se publi-
có el programa, compuesto por veintinueve temas. Era un curso comple-
to de sus dos materias, la Paleografía y la Diplomática –incluso a la
Sigilografía se alude–, pero lo que más nos interesa es que la parte pale-
ográfica no sólo era de temas prácticos sino también teóricos, lo cual, de
manera anticipada, nos pone sobre el tapete la revisión de la noción
misma de la Paleografía que se ha abierto paso en los últimos tiempos.
Siempre se la consideró una ciencia auxiliar de la historia –pensemos
en su papel crítico de las fuentes escritas–, pero sin negarlo, ahora se hace
valer que también es una disciplina histórica en sí, la historia de la escri-

106
Decía la exposición de motivos: «Tiene el Notariado en la vida real y jurídica fun-
ciones tan delicadas, requiere su ejercicio tal variedad de conocimientos, e importan
tanto sus aciertos para la paz de las familias, la eficacia de los contratos, el orden de las
propiedades y la garantía de todos los derechos, que solo quien desconozca la misión
notarial podrá reputar desmedidas la preparación académica y las pruebas de aptitud que
por este Decreto se exigen. Espera el Gobierno que la precedente reforma coronará la
transformación del Notariado que, con evidente fortuna, inició la Ley de 1862. Se enal-
tece la carrera notarial hasta el nivel en que ya era urgente colocarla, poniendo fin a la
extrema deficiencia de sus cursos universitarios».

564
tura con todas sus consecuencias y a través de todas sus ramificaciones,
de acuerdo con la escuela francesa y las nuevas aportaciones de Giorgio
Cencetti, el autor de los Lineamenti di storia della scrittura107.
Luis Núñez Contreras ve en ella tres elementos: instrumento de lec-
tura, auxiliar de la crítica histórica, y manifestación de la creatividad
humana por la escritura. León Gilisen una paleografía de lectura, una
paleografía de análisis, y la historia de la escritura; Ludwig Traube, en
su cátedra de Munich creadora de una dinastía, definió «el fenómeno
paleográfico como un aspecto de la historia de la cultura108. «Disciplina
que se ocupa del conocimiento e interpretación de la escritura antigua»,
prologó su tratado Agustín Millares Carlo en 1932; «ciencia autónoma
que se propone explicar las razones de las diferencias morfológicas bajo
las cuales se presentan en el transcurso de los siglos los signos conven-
cionales de la escritura» en la edición de 1983109.
Antes de proseguir debo citar las aportaciones a la bibliografía
paleográfica de sendos notarios, uno escribano del antiguo régimen,
otro de antes y después de 1862. Joaquín Tos, del que se sabe muy
poco, era escribano de número de Barcelona y de cámara de lo civil en
la Audiencia de Cataluña, y escribano mayor de las curias del duque
de Medinaceli allí, sirviendo de notario habitual a la familia Cardona
en la segunda mitad del siglo XVIII. Sin fecha, dio a los tórculos de la
imprenta barcelonesa de Ramón Martí, en la puerta del Ángel, su Pale-
ografía para inteligencia de los manuscritos antiguos de este Princi-
pado110. Explica sus desvelos para confeccionar las láminas, que antes
de la fotografía eran el escollo de las obras de ese argumento por la
elaboración y el coste. Para ello recurrió a sus habilidades de dibujan-

107
F-M. GIMENO BLAY, De la ciencia auxiliar de la historia a la cultura escrita (Uni-
versidad de Valencia, 1999); cfr. R. DELORT, Introduction aux sciences auxiliaires de
l’histoire (París, 1969). Los Scritti di Paleografia de Cencetti fueron recopilados por
Giovanna Nicolaj (Zürich, 1993). Notemos los títulos de dos recientes seminarios de la
Universidad de Alcalá de Henares, «»El legado de Armando Petrucci entre la Paleogra-
fía y la Historia», y «Armando Petrucci, de la erudición a la historia social». Para las
conexiones con la epigrafía, JEAN MALLON, Scriptoria epigraphiques, en «Scriptorium»
11 (1957) 177-194.
108
Vorlesungen und Abhandlungen (Munich, 1999).
109
M. ROMERO TALLAFIGO y dos más, Arte de leer escrituras antiguas. Paleografía
de la lectura (Universidad de Huelva, 1995). Yo fui testigo, oyente de una tesis de His-
toria del Derecho en Salamanca, de opinar una vocal contemporaneísta, que debía haber
traductores profesionales de las escrituras antiguas, a disposición de los eruditos que
necesitasen consultarlas, o sea unos peones asalariados de la lectura.
110
Ponderaba también su interés «para los hacendados, al permitirles leer los títulos
de sus derechos».

565
te, y a abrirlas y grabarlas él mismo, ya que desconfiaba de los graba-
dores, por lo cual le fue preciso gastar mucho metal en su lidia con los
buriles111.
Gonzalo (=José Gonzalo-de-las-Casas) en el proemio a su libro, publi-
cado en 1857, a propósito de esas dificultades escribió que únicamente
«los hombros de un monarca podían soportar tales empresas112. Él única-
mente dio a luz, en el Establecimiento Literario del Centro del Notariado,
la Paleografía Práctica, concebida como el tomo primero de unos proyec-
tados Anales de la Paleografía española, colección de obras escogidas de
Diplomática y antigüedades publicadas en España y en el extranjero,
ordenadas y compiladas. Reconoce que sus láminas eran las de Mabillon,
el escolapio Andrés-Merino –Escuela paleográfica o de leer letras anti-
guas y modernas–, Rodríguez y Nasarre –Biblioteca universal de la Poli-

111
En una excelente puesta al día del estado de cosas, a la luz de las nuevas tecnolo-
gías, escribe JESÚS ALTURO Y PERUCHO (Le corpus des manuscrits et des chartes en écri-
ture wisigothique et caroline en Espagne (en prensa en la «Revista de Historia da
Sociedade e da Cultura», Universidad de Coimbra=Segundas Jornadas Lusobrasileñas
de Paleografía): «Rectius docent specimina quam verba. Este principio,enunciado por
Jean Mabillon, mantiene una validez permanente, y más particularmente en el dominio
de la Paleografía, que no es en vano una disciplina esencialmente visual»; cfr.del mismo
y TANIA ALAIX, (en pro de la catalogación de las escrituras- [en sentido paleográfico]-
con fecha, junto al catálogo de los códices igualmente datados), Categories of promo-
ters and categories of writings; the free will of the scribes, cause of formal graphic dif-
ferences en «Scribes and the Presentation of Texts, from Antiquity to ca.1050»
(«Bibliologia»; Brepols, Turnhout). Por pasar la frontera entre la erudición y la creación
imaginativa, deslinde ineludible pero que no debe levantar un muro de deshumanización
y falta de curiosidad, nos complace citar un dato interesante y grato. El fabulador Juan
Perucho «hizo» discípula de Jesús Alturo Perucho (que no era de su familia) a la prota-
gonista de su novela Carmina [de Burgo de Osma] y la gnosis angélica. Esos saltos eran
corrientes en Prospero Merimée y más extensa y detenidamente en Anatole France, sien-
do alguno indiciario de un conocimiento especializado e incluso de alguna consulta
directa o indirecta de las fuentes, como la evocación de Titivilo, diablo y abogado del
diablo en el juicio final, que contabilizaba el peso en el platillo de los pecados de la
balanza decisoria de su destino eterno, de las erratas de los copistas fundidas en hierro,
noticia cuya fuente en France investigó el paleógrafo Charles Samaran. Otra cuestión es
la vena literaria de juristas y fedatarios; don Pablo Jordán de Urríes dijo en esta Acade-
mia, refiriendose al ambiente del año de la Ley Hipotecaria, 1861, que «el romanticis-
mo fue una verdadera epidemia y no había antibiótico contra tan tierno mal», a propósito
de los «ribetes de literatos y aun de poetas» de sus protagonistas, entre ellos Joaquín-
José Cervino Ferrero, «padre de nuestra legislación notarial»·.
112
Aunque confiando en las posibilidades para ello de la época en curso, la de la
«apertura de canales y caminos férreos para el progreso de la agricultura y el comercio,
salvando los ríos y los montes; el dominio de los elementos con el vapor, y la puesta en
comunicación de los polos»

566
graphía española–, y el jesuita Terreros y Pando –Paleografía española–,
además de otros paleógrafos y calígrafos españoles113».
Volviendo a nuestro tema, es evidente que la Paleografía e incluso la
Diplomática, para los notarios del siglo XXI, como ya había ocurrido
con nosotros en la centuria pasada, sobre todo a partir de mi generación
y aun la anterior por lo menos, no puede ser más que una nostalgia, salvo
para sus historiadores114. Yo la siento al hojear los Apuntes paleográficos
para uso de los alumnos de la Escuela Especial del Notariado, arregla-
dos por los profesores de la Academia Paleográfica de Barcelona115.
Pero no me imagino en mis tiempos de opositor –teniendo una imagen
reverencial de los paleógrafos, desde mis sudores impotentes en el
Archivo Municipal de Sepúlveda, cuando contaba poco más de una
década de edad, hasta ahora cuando tengo casi un siglo, en el Archivo
Histórico Nacional, de lo que puede dar fe uno de los oyentes que me
honra, el jefe de su Sección de Clero, Luis-Miguel de la Cruz–, no me
imagino haber tenido que ir entonces a una academia que hubiese sido a
la fuerza un apéndice de la de los inolvidables hermanos Benavides. En
cambio no dar a la Paleografía su puesto preferente en los planes de
estudio de Filología y de Historia –sin excluir la del Derecho– me pare-
ce sencillamente tragicómico, o sea siniestro si nos quedamos con lo trá-
gico o grotesco si preferimos lo cómico. La Edad Media y la Edad
Moderna, y entre su documentación la notarial como fuente de su cono-
cimiento –siendo sólo un minúsculo apéndice el del Notariado mismo–,
no abren sus puertas más que con sus llaves116.

113
Ocho «cuadros de paleografía» llevaba el libro de Pablo Gargantiel, Recopilación
del Notariado o resumen teórico-práctico de la historia, conocimientos, moralidad,
obligaciones y penas del Notario, y de la instrucción que necesita el aspirante para el
ejercicio de oposición a los destinos de la fe pública (Madrid, 1865).
114
Núñez Lagos llamó la atención sobre su posible necesidad para el examen por el
notario de los títulos de los transmitentes.
115
(Barcelona, 1880); «después de a los arqueólogos (sic), a nadie más que a los nota-
rios les es indispensable el conocimiento de la escritura antigua, puesto que en ella se
encuentran muy a menudo la fuente de los derechos modernos, los justificativos de los
primordiales, y la base, en fin, de aquellos datos, antecedentes y pormenores, sobre los
cuales debe descansar el ejercicio de la fe pública que les está encomendada».
116
Les actes notariés, source de l’histoire sociale (Coloquio de Estrasburgo, 1979;
dir.Bernard Vogler); La documentación notarial y la historia (Segundo Coloquio de
Metodología Histórica Aplicada; Santiago, 1981- ya hemos citado el primero, de 1975;
dir. ANTONIO EIRAS ROEL; él mismo (dir.), La historia social de Galicia en sus fuentes
de protocolos (Universidad de Santiago,1989); él mismo, Tipología documental de los
protocolos gallegos (íbid.,s.a.); él mismo (dir.) Historia y documentación notarial. El
Madrid del siglo de oro (Madrid, 1992); A. DAUMARD y F. FURET, Méthodes de l’histoire

567
En fin, en 1900 se suprimió la Escuela Superior de Diplomática y,
extinguida también la carrera especial de Notaría, desde la modificación
reglamentaria de 1902 se viene exigiendo para presentarse a las oposi-
ciones la licenciatura en Derecho sin referencia ninguna a la Paleogra-
fía. Debiendo nosotros proseguir con el abolengo medieval de. nuestro
argumento, pero empezando antes de la Edad Media117.

EL LEGADO DE LA ANTIGÜEDAD

Don Jaime Guasp nos decía en su clase de Derecho Procesal que los
notarios eran los sucesores de los jueces cartularios. Esta afirmación no
es un error –Núñez Lagos habló del origen judicial de los documentos
notariales– pero tomada literalmente lleva consigo una simplificación de
la realidad que, de no matizarse, lo parecería.
Hay que remontarse a la coincidencia del nacimiento del notariado
latino, tras su larga elaboración tácita, con la recepción del Derecho
Romano, coincidencia pero no casual sino causal, a pesar de que el sis-
tema documental romano estuvo al principio muy alejado del nuestro.
Lo cual no quiere decir que ése fuera un islote incrustado en un ordena-
miento jurídico del que excepcionalmente habría habido que alejarse al
recibirlo.
La aparente paradoja se esfuma si en el mismo Derecho Romano
distinguimos el clásico del post-clásico y el justinianeo deteniéndonos,
para explicarnos la innovación del último, en la apertura del Imperio a
las influencias de las poblaciones de Oriente en él integradas, un pinti-
parado botón de muestra del reflejo que a veces implica la historia del
Derecho de las grandes corrientes de la Historia sin más. Sin perder de
vista la amplitud de la cronología en cuestión, pues si el año 476 Roma
cayó en poder de los bárbaros, cuando hacía ya tiempo que en Occiden-
te el imperio era sólo un título vacuo, al Derecho Romano bajo la sobe-

sociale. Les archives notariales et la mécanographie, «Annales» (1959) 676-694; La


vida privada española en el protocolo notarial (dir.A.González de Amezúa y Mayo;
SegundoCongreso del Notariado Latino; Madrid, 1950); G. PAQUET y J-P. WALLOT, Les
inventaires après decés à Montreal au tournant du XIXe siécle, «Revue d’histoire de
l’Amérique Francaíse» 30,2 (1976) 163-221.
117
La mención corriente de los títulos de «abogado notario» en las escrituras, a par-
tir de esa fecha era una redundancia, por ser un inerte arrastre sin sentido de la situación
anterior, cuando había notarios que no tenían la carrera de derecho, o sea los antiguos
escribanos, desde luego más distanciados de ella que los que, en el período de transición,
eran titulados no en derecho sino en la carrera notarial especial también universitaria.

568
ranía imperial de Bizancio, le esperaba un siglo después la floración
justinianea.
En la etapa clásica la contratación era oral, pero formal, exigente de
unas ineludibles solemnidades. En la mancipatio cinco testigos, el libri-
pens con una balanza para pesar el precio –per aes et libram–, el antesta-
tus o testigo privilegiado, y la presencia de la cosa vendida –simbólica si
se trataba de inmuebles–. En la stipulatio, el rito era la pregunta del acre-
edor o adquirente y la respuesta del deudor o transmitente –spondeo–.
El sistema llegó a insuficiente, pasando por una parte la promesa
verbal a ser el reconocimiento de su previa consignación escrita118, y por
otra recurriéndose al juicio fingido, para dar fuerza de cosa juzgada al
negocio jurídico –in iure cessio, confessio in iure, confessio in iudicio–
mas sin superar la concepción probatoria del documento, no llegando a
la constitutiva o ad substantiam119. Los jueces cartularios medievales,
carolingios o anteriores pues su aparición no está clara, llamados así por
consistir su competencia exclusiva en esos juicios fingidos, fueron su
último coletazo120.

118
O sea al revés de la situación anterior, cuando el escrito era útil sólo para probar
la previa y decisiva manifestación de palabra. Núñez Lagos ingresó en la Real Acade-
mia de Jurisprudencia y Legislación el año 1950, versando su discurso sobre La estipu-
lación en las Partidas y el Ordenamiento de Alcalá («Estudios de Derecho Notarial»;
Madrid, 1986=EDN, I, 216-250) ; Rodríguez Adrados, en el suyo de 1996, trató de La
persistencia histórica de la oralidad en la escritura pública. Se trataba de un eclipse
digno ante la irresistible ascensión del documento escrito.
119
R. NÚÑEZ LAGOS, Documento en Roma, RDN 68 (1970,2) 51-84; y EDN 1, 85-
105. Cita la bibliografía ya clásica desde 1858: Puchta frente a Longo y éste discrepan-
te de Contardo Ferrini; cfr. GIUSEPPE BORGNA, Le origini della «in iure cesio» (Cagliari,
1896).
120
Nos es ineludible transcribir de Núñez Lagos: «Briegleb, en su Geschichte des Exe-
cutivprozess (segunda edición; Stutgart, 1845), ha puesto de manifiesto la sustitución en
distintas etapas históricas, a partir de fines del siglo XII, de las funciones de jurisdicción
del juez ante litis contestationem (in iure), por las de los judices cartularii o Notarios, de
cuya aspiración social fueron una manifestación, no ciertamente la única, los instrumen-
ta guarentigia. Esta llevaba consigo el praeceptum de solvendo, que excluía la litis y con-
cedía la actio iudicati, y era pronunciado por el Notario en vez del Juez. El gran número
de juicios fingidos llevó a crear esos jueces especiales. No está claro si Carlomagno
(fallecido en el año 814) fue su creador, como pretenden algunos, o si más bien sus Capi-
tulares recogieron un funcionario de época anterior. De cualquier forma, en el siglo XIII
los iudices chartularii ya desempeñaban su función en forma semejante a los Notarios de
hoy, y desde luego se llamaban Notarios». De esta manera, y con las salvedades implíci-
tas, podemos mantener en pie aquella identificación que nos hacía en clase don Jaime
Guasp, de los notarios como los jueces cartularios del derecho común; a pesar de que esos
jueces especiales no eran notarios, la atribución boloñesa de fe a éstos se hizo por el
mecanismo de investirles del tìtulo de jueces cartularios. (¿Y acaso no tiene aún vigencia

569
Pero volviendo atrás, en Occidente tenemos que adelantarnos para
encontrar nuestro abolengo romano, hasta el año 212, cuando la Cons-
titución Antoniniana generalizó la ciudadanía romana. Ello trajo consi-
go esa apertura a Oriente, «la tierra del escrito» que el año 1987 dijo en
esta Academia Mario Amelotti, el profesor de la Universidad de Géno-
va e historiador del notariado italiano, al disertar en torno al Negocio
jurídico, documento y notario en la evolución del Derecho Romano, a
saber el Egipto faraónico, Asiria-Babilonia, y Grecia con su irradiación
helenística121.
Se ha señalado en el arte egipcio la estatua de un escriba, sentado y
en actitud de entregar un documento122. Uno de los escultores más vigo-
rosos del siglo XX, Emiliano Barral, dijo que los artistas de su gremio,
al cabo de cuarenta siglos aún tenían que aprender de sus antecesores
faraónicos123. A nosotros los notarios nos hablan del valor de nuestras
escrituras124.
De esos Documentos y Notarios en el Derecho Romano post-clásico
escribió Álvaro d’Ors en las Publicaciones del Centenario de la Ley
Orgánica, el año 1962125. Atrajo la atención hacia la contratación griega,
escrita y registrada en los archivos públicos, con sus escribas –simbolaio
graphus, agoraios o personas del foro–. Sostuvo que las actividades par-
ticulares de aquellos «archiveros» del presente, e incluso de los banque-
ros –trapezitai126–, acabaron dando lugar a los notarios «privados».

la opinión de González Palomino de ser el Derecho Notarial históricamente un descono-


cido?). Véase C. MANARESI, Della non esistenza di processi aparenti nel territorio del
Regno, «Rivista di storia del diritto italiano» 23 (1950) 179-217 y 24 (1951) 7-45. En
cuanto a la ostensio chartae discrepan quienes la ven como una reminiscencia de la insi-
nuatio romana, de los que la consideran requisito de una realidad procesal.
121
Siendo de notar, como síntoma de las escalas de valores de uno y otro sistema, que
en cambio nada se puede rastrear de influencias inversas. Amelotti dijo ser «superior a
su fantasía que, a lo largo del Nilo, a la sombra doliente de las palmeras, hubiese un
libripens girando con la balanza para cumplir con el rito libral».
122
Tengamos en cuenta que ahora lo que el notario entrega es la copia, pero se trata
de algo bastante moderno, aunque desde luego es una mejora trascendente, tanto que a
nosotros nos hace inconcebible el sistema anterior.
123
Puede verse nuestro libro Emiliano Barral y sus hermanos entre las promesas y
las realidades (Sepúlveda, 2019).
124
Aunque no hay unanimidad en su estima. En Francia es el motivo que se represen-
ta en una medalla o insignia honorífica del Notariado, pero hay notarios que lo critican
por prestarse a una interpretación excesivamente estática y cómoda de nuestro menester.
125
(1ª,»Estudios Históricos» 1) 81-164.
126
Cfr. HANS-JULIUS WOLFF, Die Banknotarielle Urkunde des römischen Ägypten,
«Estudios jurídicos en homenaje al profesor Sant a Cruz Teijeiro» (Valencia, 1974) II,
593-605.

570
Por su parte, la influencia helenística elevó el nivel de los tabellio-
nes romanos, llamados al principio así por escribir en las tabulae los
actos jurídicos, y se abrió paso la tendencia a equiparar los documentos
«privados notariales» a los documentos públicos investidos de la fe por
el trámite posterior de la insinuatio en la curia municipal u otras ofici-
nas. O sea un posicionamiento hacia el imponere127 fidem, equivalente a
la auctoritas que Martínez Sarrión se encontró en aquel su monasterio
benedictino128.
Ya vimos al principio las fórmulas «como si hubiera sido registrada
públicamente129» y «como en virtud de sentencia130», los años 247 y 289
en Egipto. Fórmulas ambas preciosas en cuanto como dijimos llevan a
la Edad Antigua el abolengo de nuestro argumento en lo que tuvo de
anhelo y deseo131.
El nivel de conocimientos de los tabeliones permitió a Ulpiano defi-
nir su oficio sin ambages –instrumentum formare, libellos concipere,
testationes consignare, testamenta ordinare vel scribere vel signare–,
surgiendo también los «testamentarios» especialistas en esta materia,
mencionados aunque para criticarlos por Cicerón. Para la formación del
documento justinianeo hacían falta tres testigos, pero ante el tribunal si
había litigio bastaba la comparecencia del tabelión, y se suprimió la
comparatio litterarum o cotejo de letras132. Ahora bien, esa comparecen-
cia denotaba que no se había llegado a la plenitud notarial, en la cual el
equivalente de la misma es la autorización del fedatario en el propio
documento. En éste se exigía al tabelión la completio (lectura, ratifica-
ción y firma) y la absolutio (entrega del documento a las partes).
En tanto que por los caminos de los pormenores hubo un ir y deve-
nir en la legislación imperial133. Para conocerla, Amelotti recomendaba

127
Al principio, los orientales se curaban en salud, insertando en sus documentos una
cláusula, de hecho ficticia, enunciativa de haberse cumplido con la forma de la stipula-
tio oral, o sea la pregunta ritual, interrogatus spopondi.
128
Recapacitemos en el vigor jurisprudencial de aquel derecho.
129
Cláusula de firmeza o kyria; sin efectos frente a tercero ni fuerza ejecutiva.
130
Pretendía la fuerza ejecutiva, y no era la cláusula kyria, que se expresó también en
el documento de la manera más sencilla, tanto que parece superflua: sea firme.
131
Discusión de su validez en HAESSLER, Die Bedeutung der Kyria-Klausel in der
Papyrusurkunden (1960).
132
A simple vista parece tratarse de casos en que no se había cumplido el trámite de
la insinuatio.
133
Saltando en todo caso a la vista que su proximidad a los particulares- rogatarius
fue otro de sus nombres-les emparentaba más estrechamente con los notarios latinos que
vendrían- por la autoría del documento, el asesoramiento y el consejo- que el que se
puede reivindicar a los jueces cartularios, quienes nada más ejercían la fe pública- un

571
no atenerse a las Institutiones –que aún arrastraban el peso de Gayo y su
visión despectiva de los chirographa y singrapha como propios de los
peregrini–, sino fijarse en las Novelas de Justiniano. A simple vista pare-
ce frívolo que las conclusiones de un historiador dependan de que pare
más o menos la atención en unos u otros apartados de una recopilación,
pero si sencillamente hojeamos los tres formidables volúmenes del Cor-
pus iuris civilis, un libro para una vida y ello es optimista, es posible que
cambiemos de opinión134.
No vamos a seguir por esta cronología, quedándonos con la apreciación
del propio Amelotti en esta tribuna, de que la reglamentación notarial que
se desplegaría en Bolonia, había empezado con Justiniano, y en cuanto a la
obra de los tabeliones, que el tabeliónico fue el documento típico de Bizan-
cio, donde se hizo hincapié en el documento notarial, y muy poco en la
escritura privada, pero tampoco en lo que la pública tenía de ajeno aún a
él135. Hay que valorar la exigencia de la completio, cuya consumación exi-
gía la expresa dación posterior de fe136. Faltaba sólo el espaldarazo, la
fusión de lo notarial y lo público, pues la publica fides seguía reservada a
los funcionarios poseedores del ius actorum conficiendorum137.
La conclusión es pues evidente. De haberse mantenido en Occiden-
te el Imperio Romano, el nacimiento del Notariado latino habría tenido
lugar bastantes siglos antes138. Aquella bizantina fue la primera ocasión,

aspecto del notario futuro, pero no todo él ni mucho menos- y llevado a cabo valiéndo-
se de un procedimiento extraño que ya sólo podía ser una supervivencia, o mejor su
resurgir ficticio, mas sin porvenir a la luz de una evolución irresistible. Mientras que en
el periodo romanista intermedio, la técnica escrituraria se había desarrollado en el pro-
ceso, al redactarse por escrito sus cláusulas.
134
Tenemos a la vista el Corpus iuris civilis. I. Editio sexta decima lucis ope expres-
sa. Institutiones recognovit Paulus Krueger, Digesta recognovit Theodorus Mommsen,
retractavit Paulus Krueger.- II. Editio duodecima. Codex Iustinianus recognovit et retrac-
tavit Paulus Krueger.- III. Editio sexta. Novellae recognovit Rudolfus Schoellli, morte
interceptum absolvit Guilelmus Kroll (Berolini, mcmliv-mcmlix, apud Weidmannos).
135
Hay que fijarse en un fenómeno aparentemente paradójico, el cual será una cons-
tante hasta los días de Bolonia y tendremos que repetir, que las intervenciones legislati-
vas tanto en el oficio del escriba como en los requisitos del documento, lejos de alejar a
uno y otro de la futura configuración plenamente notarial, son avances por el camino de
su aproximación.
136
Con fórmulas distintas era también obligatoria en los papiros greco-egipcios y en
los documentos de Ravena.
137
Quae sunt translata in publica monumenta habere volumus perpetuam firmitatem;
neque enim morte cognitoris perire debet publica fides, decía el Código Teodosiano.
Notemos lo terminante de esta expresión sin timideces.
138
Aunque de Oriente tenemos un dato que nos hace pensar en una involución, la
supresión de la completio, muy rara ya a principios del siglo XII, e inexistente después.

572
y no podemos hablar de su pérdida sino nada más que de un aplazamien-
to139. Será, recuerda Amelotti, a partir de Bolonia, cuando «el notario
medieval gozará plenamente de la investidura que la autocracia de Jus-
tiniano sólo en parte le había reconocido», aunque le llamara ya instru-
mentum publice confectum. Pero en Bolonia, como antes los francos y
los longobardos, en lo que se basaron fue en una interpretación de la
legislación romana, también vigente en Ravena.
El presidente de Francia, François Mitterand, dirigiéndose a los pre-
sidentes de los tribunales constitucionales europeos, citó la opinión de
Paul Valery, de estar los pilares de Europa en la filosofía griega, el Dere-
cho Romano y la teología cristiana140. Los notarios latinos podemos pues
reivindicar también este abolengo mediato141. Es una adecuación la hos-
pitalidad de nuestro Colegio de Madrid al premio Ursicinio Álvarez,
gracias al cual resuenan cada dos años en esta salón académico las estro-
fas del Gaudeamus igitur142.

139
Del Notariado en el Imperio Bizantino no nos ocupamos aquí. Un texto notarial
clásico es el llamado Libro del Prefecto, una constitución de León el Sabio de principios
del siglo X, que se ha considerado el primer reglamento notarial; «el notario que se regu-
la en ella es un profesional del derecho, es un jurista libre, es una figura independiente
que ha llegado a ser indispensable para la seguridad de las gentes por un lado, y para el
mantenimiento de las libertades civiles por otro», dijo Martínez Sarrión en El Notaria-
do de la Baja Romanidad, conferencia de 1978 en esta Academia. Se conoce la biogra-
fía de Dioscuro (520-585), de una familia campesina del Alto Egipto, además de notario
abogado, administrador y poeta, sufridor de alguna incidencia penosa en su vida; en sus
escrituras era exuberante y rebuscado.
140
Así formulada no podía achacársela eurocentrismo como a la paralela de Javier
Zubiri, quien consideró ese mismo ordenamiento, la metafísica griega y la religión de
Israel, como los productos más gigantescos del espíritu humano.
141
Paradójicamente, en Francia el Derecho Romano ha sido suplantado en los planes
de estudio por los derechos de la antigüedad. Algo aparentemente ridículo, pero que
podemos tomar por la faz positiva de la huella en el ordenamiento de Roma de las apor-
taciones orientales como las que acabamos de ver, o sea haciendo parte también de nues-
tra herencia y por supuesto de la del país vecino; cfr. GIOVANNA NICOLAJ, Cultura e
prassi di notai preirneriani: alle origini del rinascimento giuridico (1991); y las actas
Da Giustiniano a Irnerio (Ravena, 1988); Le Alpi porta d’Europa. Scritture, uomini,
idee da Giustiniano a Barbarossa (Congreso de la Asociación italiana de paleógrafos y
diplomatistas; Cividale del Friul, 2006);y L’heritage byzantin en Italie, VIII-XII.La
fabrique documentaire (Ecole Française de Rome, 446; ed. J-M.Martin, A.Peters Custot
y V.Prigent, 2011).
142
Cfr., PAUL CHAMPETIER DE RIBES, Des actes publiques en droit romain. Des actes
notariés en droit français (París, 1880). Sobre los valores culturales concordantes con
esa dimensión jurídica pueden verse los dos artículos de FRANCISCO GARCÍA JURADO,
Apuntes para una historia prohibida de la literatura latina en el siglo XX: la voz de los
lectores no académicos, en «Contemporaneidad de los clásicos. la tradición grecolatina

573
LABOR CREADORA DE LOS «SCRIPTORES»

Jacques Krynen, profesor de la Universidad de Toulouse-Capitole,


acaba de publicar un libro titulado, Le theatre juridique. Histoire de la
construction de droit. Fijémonos en este subtítulo, «historia de la crea-
ción del Derecho». Enumera y distingue tres fuerzas creadoras de la nor-
matividad, la ciencia del Derecho, la legislación, y la jurisprudencia143.
Para completar esta articulación haría falta dar a la jurisprudencia otro
nombre, la aplicación quizás, y lo decimos no pensando en el Notariado
solamente y en su vertiente registral, sino también en la actuación admi-
nistrativa144. Prescindir de estas aportaciones sería irreal, calificarlas de
jurisdiccionales erróneo145.
De la dimensión creadora de la función notarial nada voy a decir
aquí, pues es de tal evidencia y desarrollo que desbordaría cualquier
argumento que no sea el suyo específico. Bastaría recordar, ya en la con-
temporaneidad, la elaboración tácita y continuada que los notarios hicie-
ron de la sociedad anónima antes de la promulgación de su ley, o el
elogio de Vicens Vives, un historiador de la sociedad y la economía, a la
contribución de los notarios al paralelo jurídico de la revolución indus-
trial en Cataluña146.

ante el siglo XXI» (coord. C.Álvarez Morán y R.Iglesias Montiel; Murcia, 1999) 77-85,
y Borges, las lenguas clásicas y la cultura europea, en «Variaciones Borges» 20 (2005)
231-249; (reimpresos en la recopilación del autor «Modernos y antiguos. Ocho estudios
de literatura comparada»; Valencia, 2011; 31-47 y 93-112).
143
No incluye la costumbre, pues la actuación de ésta es tan distinta de las otras que
no se habría adaptado a su tratamiento conjunto, y se evadiría del argumento.
144
Encuentro pintiparada, junto a la de este valioso libro, la lectura de la conferencia
en esta Academia de FAUSTO VICENTE Y GELLA en el centenario de 1962, sobre El arte
de legislar.
145
No voy a ocuparme de la jurisdicción voluntaria, aun reconociendo que su des-
arrollo se presta a equívocos. Quizás sea su nombre el factor que complica su tratamien-
to doctrinal, el cual debe permanecer en sus esferas, tanto la de la ciencia jurídica como
la del derecho positivo, independientemente de las contingencias que pueda determinar
su alejamiento fáctico de los principios en algunas derivaciones- y hablar de alejamien-
to de los principios no es una censura, que también atenerse al purismo puede tener
legislativamente sus inconvenientes-. ¿O habrá que menoscabar, por ejemplo, la actua-
ción de las fuerzas armadas en las catástrofes naturales?. Recordemos el rechazo de
Palomino a las actas de notoriedad, una postura al parecer abrumadoramente superada
por la practica sobrevenida pero que,además de ser una opinión atendible, puede haber
influido en las modalidades de esa práctica misma.
146
Se puede seguir un ejemplo en una benemérita publicación documental, demos-
trativa de que también la requieren las escrituras decimonónicas, a saber ISABEL COM-
PANYS Y FARRERONS, El protocol de 1850 del notari de Reus Francesc Sostres y Soler y

574
Por otra parte, mi tema aquí es paradójicamente el inverso, la contri-
bución al gestarse y el surgir del notariado latino de una actuación pre-
notarial, la de los escribas del alto medievo. Sin embargo, cuando ese
notariado inició su tarea, creadora también, en buena parte tuvo que ser
una continuidad de la precursora, ésta al fin y al cabo la materia de la
documentación jurídico-privada que tuvieron a la vista los juristas de
Bolonia al formular la luminosa doctrina que sigue dándonos la luz, la
del documento público, en el Arte de la Notaría, el Ars Notariae, sin
solución de continuidad hasta hoy147.
Mientras tanto, nos parece irreprochable la conclusión de Bono para
los siglos de transición, VI a VIII, entre la caída del Imperio Romano y
el surgimiento del Carolingio, o sea la reivindicación del «Derecho
romano vulgar148, correspondiente a un nuevo pensar jurídico, más ajus-
tado a las necesidades prácticas que a la lógica, no una degeneración del
Derecho Romano clásico, sino más bien un desarrollo del mismo, en
cierto modo una Interessenjurisprudenz, más influyente en el derecho
medieval de Europa que aquellos precedentes dogmas de Roma», anti-
clasicista «ese derecho vulgar mismo, del cual hizo parte un nuevo dere-
cho de obligaciones un tanto empírico. Ese derecho surgió en buena
parte por la actividad documental de tabelliones y notarii, en una labor
más inteligente de lo que tradicionalmente se ha creído, que dieron en lo
esencial a sus documentos unos rasgos comunes, por lo que podría
hablarse de scripturae romanicae, ya diferentes de las romanas postclá-
sicas149». Recapacitemos en que esa labor fue genuinamente creadora, la
formación del documento con sus cláusulas e incluso requisitos.
En todo caso, al rastrear las fuentes en esa búsqueda, hay que recor-
dar una vez más las nociones y su hermenéutica, esforzándonos compa-

del seu connotari Magí Sostres y Torra, naturals de Calaf («Acta Notariorum Catalo-
niae», Fundación Noguera; Barcelona, 2009).
147
«El nuevo Notariado no tuvo un estilo específico, generalmente se acomodó a los
modos anteriores»; de ahí el parecido entre un acta autorizada por un notario y otra de
un siglo antes redactada por un escriba. «El Notario no irrumpe por escotillón, viniendo
a sustituir de modo pleno e instantáneo al escriba privado. Su aparición, sí, es un tanto
brusca, pero no se impone de modo absoluto»; M. ALONSO Y LAMBÁN, Notas para el
estudio del Notariado en la Alta Edad Media de Aragón, en el «Anuario de Derecho
Aragonés» 6 (1949-1950) 350-410; da una lista de los escribas nominados de la región,
desde antes de Ramiro I hasta el siglo XII, tomándolos de Serrano y Sanz, Ibarra Rodrí-
guez, Lacarra, y Galindo.
148
El cual es el eslabón entre la vigencia imperial del Corpus justinianeo y su rena-
cimiento por obra de los Glosadores.
149
Historia del Derecho Notarial Español (Junta de Decanos; Madrid, 1979) I, 1, 57,
y passim.

575
rativamente en respirar su atmósfera –que ya será la del ars notariae que
sobrevendría–, en su lenta preparación escribanil, sea o no a plenos pul-
mones150.
Estamos pensando en los juristas alemanes a quienes Núñez Lagos
rindió tributo en esta misma tribuna, en su conferencia el año 1945,
Estudios sobre el valor jurídico del documento notarial151. Las tesis de
aquéllos eran ya viejas de más de un siglo, y no habían perdido su vigen-
cia. Ahora resulta emotiva la pregunta que nos sale al paso, ¿pueden
todavía decirnos algo hoy? Yo no dudo en responder afirmativamente,
manteniendo mi fe en la perennidad concreta de bastantes de sus pági-
nas en lo esencial, aunque para ajustarlo a los nuevos soportes de los
textos, y es sólo uno de los escollos a sortear, sea precisa una adaptación,
traducción si queremos.
«La escritura pública –dijo entonces Núñez Lagos– es un medio de
prueba. Pero esto es una consecuencia de su existencia como documen-
to, mas no la razón de ser de su existencia sin más y menos de su efica-
cia152». ¿No va esto a misa?, me pregunto y a la vez contesto yo,
trayendo a colación el antes citado dicho popular. Pensemos en el otor-
gante que sale de la notaría con la copia de la escritura firmada y auto-
rizada. Parece indiscutible que ante todo y primeramente se siente
seguro por estar en posesión de ella y saber que en la notaría queda su
original, no por ocurrírsele que caso de tener que comparecer ante un
juez llevará la mejor parte.
Heinrich Degenkolb abordó el problema de la documentación a pos-
teriori de un contrato anterior perfecto, o sea la escritura pública, estan-
do de acuerdo con la práctica alemana de reconocer también la

150
Es significativa la apreciación que Bono hace del estudio de Núñez Lagos sobre
Rolandino, «exposición extremadamente dogmática, que precisa algunas rectificacio-
nes, vg.en lo referente a los conceptos de exemplar y exemplum, rogatio». Se explica la
puntualización, en cuanto Bono es el historiador estricto que se enfrenta con las fuentes
sin ninguna mediatez, en tanto que Núñez Lagos es el teórico de la ciencia jurídica que
va a ellas en busca de antecedentes.
151
ES, 91-182.
152
Es curiosa la observación de García Gallo en su citada conferencia en esta Acade-
mia: «La escritura habitual de los documentos en tablillas de cera que luego se cierran
o cancelan, revela que el documento en sí mismo no se confecciona para ser exhibido
como prueba- para ello habría que romper los sellos que son garantía de autenticidad-,
sino para recoger y expresar la voluntad del otorgante; sigillum, literalmente sello de
garantía, llega a significar secreto u oculto». Para darse cuenta de la trascendencia posi-
ble de esta sugerencia si se la convirtiera en punto de partida de una investigación bas-
taría cotejarla con las fórmulas en largo curso noverint universi y sepan todos, y las
reflexiones que a su propósito hizo el notario Falguera ya después de la Ley Orgánica.

576
naturaleza de contrato al acto del otorgamiento de la misma, contrato
reproductor, reproduzierenden Vertrags, quedando el convenio prelimi-
nar como un pacto de contrahendo, o sea formado el conjunto por el
convenio y su cumplimiento, la obligación y su pago153.
Norman Siegel definió el acuerdo definitivo como un contrato de
fijación jurídica, Festellungsvertrag154. Lo mismo que las partes tienen
libertad para obligarse, también para declarar que un hecho es verdade-
ro o que una relación jurídica existe, o que ya se han obligado sin más,
y configurar la situación real conforme a ello155.
Mucho antes, Otto Bähr había caracterizado el reconocimiento como
equivalente a la causa de la obligación, o sea el acto constitutivo abstrac-
to de una obligación independiente156. La repercusión jurisprudencial de
esta toma de postura doctrinal fue enorme. Fritz Klingmüller escribió a
Ferdinand Regelsberger que sólo desde entonces se podía ejecutar un
contrato sin indicar la causa.
Matizando los límites de sus consecuencias, Bähr trajo a colación la
distinción en el Derecho Romano entre ius strictum y ius aequum, admi-
tiendo para conseguir la reversibilidad del pago únicamente la conditio
indebiti o cobro de lo indebido, esta aclaración consecuencia de la críti-
ca que había hecho a su tesis Adolf Arndts157.
Max Rumelin, rechazando la voluntad capaz de crear por sí una obli-
gación abstracta, admitió el «contrato de fijación» entendido como la
voluntad de no invocarse a sí propia, o sea a la voluntad misma en su esta-
do anterior, sino desde entonces y en el de su actualidad. Brut admitió la
confesión declarativa como negocio de ayuda, Hilsgeschäft158, apoyado en
el documento reconocido que es su causa, no en el reconocimiento abs-
tracto constitutivo que era el reconocimiento-causa de Bähr.
Más fructífero nos parece Joseph Unger, quien recurrió para explicar
la situación a la teoría de la sentencia pactada o contrato de sentencia,

153
Die Vertragsvollziehung als Vertrags Reproduktion, en el «Archiv für die civilis-
tische Praxis» (=ACP, 71; 1887) 172.
154
Die privatrechtlichen Funktionen der Urkunde, ACP 111 (1914) 1-134.
155
Volvamos a pensar en el otorgante de que decíamos. Si de paso se le viene a las
mientes la hipótesis de una discusión judicial sobre el asunto, la seguridad que con la
escritura en su poder siente es la de tener ganada la litis, cual si para el futuro tuviese la
sentencia ya. O sea un apoyo a la tesis de Unger.
156
Die Annerkung als Verflichtungsgrund (Casel, 1855).
157
En su reseña en la «Kritische Uberschau» IV, 1-47 y 219-247. La aclaración de
Bähr se publicó en el «Jahrbücher für die Dogmatik des heutigen und deutschen Priva-
trecht» (JD, 2) 283-350 y 336-345.
158
En su libro Die abstrakte Forderung.

577
Urteilvertrag159. Una tesis que nos lleva a la in iure cessio primero y los
jueces cartularios después, genuinas sentencias, pero pactadas literal-
mente, en cuanto la autonomía de la voluntad reconocida por aquel
ordenamiento jurídico lo hacía posible. Al aparecer el Notariado, la
postura de las partes era la misma, pero ya no resultaba necesaria la
sentencia de un juez, ni ninguna otra ficción; ello en virtud de la dele-
gación de funciones del Estado en el notario y en la sociedad; delega-
ción también en los otorgantes de la facultad de dar a su convención el
valor de cosa juzgada. Así las cosas, desembocamos en esa la sensación
del adquirente de tener ya ganada la hipotética litis, o sea de la innece-
sariedad del fallo, por «disponer» anticipadamente de éste ya desde la
autorización notarial160.
Mas volvamos a los scriptores altomedievales. Vislumbramos un
atisbo del Notariado que vendría cuando nos han dejado su nombre; o
sea sin que perdeamos de vista la advertencia de Carnelutti de ser de
interés el nombre del autor del documento y como tal creador de una
cosa nueva. De manera que cuando el nombre falte, a los efectos de
hacer nuestra crítica histórica, tenemos que recordar que, en cambio, ni
una escritura pública ni la declaración de voluntad de las partes en ella
contenida pueden ser anónimas.

ANTES Y DESPUÉS DE CARLOMAGNO

Llegados aquí, se nos impone dar su puesto a la Geografía. Empe-


zábamos oteando el panorama del Notariado latino en nuestros días, el
de la Unión Internacional. Dominado por la unidad, en paralelo con la
consolidación de la Unión Europea –traducida también al ámbito nota-
rial en una organización comunitaria específica–, una evidencia a la
hora de hoy, y con una intensificación de los contactos que, compara-
dos con los tiempos iniciales –los del Congreso de Madrid, el segundo

159
Zur Lehre vom Annerkennungsvertrag, JD 8 (1866) 179-229. A Unger siguieron
Zitelmann, Ackermann y Düringer-Hachemburg. El notarialista Lavandera trató de la
Autoridad de justicia del notario, en la Gaceta, el año 1916, subrayando que la cosa juz-
gada era competencia ora del juez ora de las partes que la declaraban directamente en la
jurisdicción civil que era de súplica o ruego. Sostuvo que el Notariado se había institui-
do en Francia como la magistratura de la jurisdicción voluntaria, tesis desde luego insos-
tenible enunciada en esos términos categóricos e interpretando literalmente la
terminología.
160
Sin que esto equivalga a asentir a la simplificación de Costa de «notaría abierta,
juzgado cerrado».

578
de la Unión y el primero en Europa, el año 1950, precedido por el de
Buenos Aires dos años atrás– son la sustitución de lo esporádico por lo
cotidiano.
En los siglos VI a VIII que Bono, a quien inevitablemente seguimos,
llama de transición, las diferencias eran en cambio un reflejo de una
fragmentación, la post-imperial, pero eso no nos da una impresión domi-
nante, mientras que en las excepciones clamorosas al sustrato común no
se advierte más nota que el arcaísmo, hasta que a fines de esa última
centuria tuvo lugar un avance vigoroso y definitivo, de impronta euro-
pea también.
Carlomagno, dedicó al Notariado tres capitulares, la Mantuanum de
781 y las de los años 803 y 805; y Lotario I, la Italica, de 822-823. Las
dos primeras del Emperador se refieren sobre todo a los escribas judi-
ciales, pero exigiendo siempre su dación de fe en los tribunales –y no
podemos olvidarnos de la unión que, como por doquier, en España
hubo hasta 1862 entre lo extrajudicial y lo judicial–. Para su efectivi-
dad, la segunda capitular mandó que todos los missi o enviados reales
hicieran obligatoriamente el nombramiento de los mismos en sus cir-
cunscripciones.
La del año 805, sigue ese camino de la relevancia de la función nota-
rial, al exigir que cada obispo, abad o conde tuviera su notario, en prin-
cipio para sus asuntos, pero potencialmente un notario con su notaría, no
parecido a un funcionario curial o cancilleresco. En cuanto a Lotario
legisló para la actuación notarial ante los tribunales condales, pero esa
intervención a veces versaba sobre asuntos particulares. Otro paso ade-
lante fue el nombramiento real de los escribas.
Bono subraya que esa nueva ordenación «reconoció una propia fun-
ción notarial, para cuyo desempeño se empieza a exigir la competencia
técnica y la idoneidad moral con la formalidad del juramento notarial
como garantía de su buen ejercicio161».
Para entender su impacto hemos de volver a la situación precedente
y su evolución en los distintos territorios. Sin olvidarnos de una fecha,
anterior unos años a la primera capitular imperial, el año 774, la con-
quista carolingia del reino lombardo, donde Carlomagno se encontró
con una función documentadora de hacía más de dos siglos, que había

161
Subraya el formidable avance unificador que fue su extensión a la Lombardía y la
Toscana, citando un libro clásico para la Diplomática sin más, el de HARRY BRESSLAU,
Handbuch der Urkundenlehre (1912), de valor permanente, como los de HEINRICH
BRUNNER, Deutsche Rechtsgeschichte (1887-1892) y Zur Rechtsgeschichte der römis-
chen und germanischen Urkunde (1880).

579
empalmado sin ruptura con la otra herencia imperial, la tan madurada
justinianea de Oriente162.
Cuando el Imperio de Occidente cayó, en el Derecho Romano el
Notariado estaba a punto de desprenderse del último lastre de las super-
vivencias clasicistas para dibujarse en la estampa que ha llegado a nues-
tros días, y en los sistemas documentales sobrevenidos hay que distinguir
entre los territorios que consumaron la evolución en curso sin solución de
continuidad y los demás, aunque también en éstos contaba el derecho
romano vulgar.
En los primeros se deben acotar los que siguieron bajo la misma
vigencia de dicho derecho bizantino justinianeo en su implantación lati-
na, y los que volvieron por la conquista bizantina a su soberanía ante-
rior, o sea la del otro ámbito, el oriental, del Imperio Romano. Es el caso
de la Italia meridional y Sicilia163. Lo significativo es el mantenimiento
del ordenamiento bizantino en esta isla al ser sustituida esa pertenencia
política por la normanda en el siglo XI, y entrado el Doscientos por la
de los Staufer, los emperadores del Sacro Romano Imperio procedentes
de Suabia. El neohelenismo llegó a veces a la redacción de las escritu-
ras en griego, entre los años 981 y 1401. Bono recuerda que nos falta por
conocer cómo fueron nombrados sus notarios, y señala la influencia allí
de la tradición longobarda164.
Alcanzando más permanencia que la conquista militar, la difusión
diplomática helénica se debió también a las sucesivas inmigraciones
determinadas por motivos políticos, religiosos o comerciales165, tal una
inadaptación al ambiente sobrevenido eslavo o árabe166. La hubo tam-
bién en Apulia, Taranto y Salento, y aunque menos en Basilicata y Luca-
nia; en una localidad de Campania, Pertosa, se ha encontrado una

162
L. SCHIAPARELLI, Note diplomatiche sulle carte longobarde. Tracce di antichi for-
mulari, ASI VII, 19 (1933); Y P. S. LEICH, Formulari notarile nell’Italia settentrionale,
en las «Mélanges Fitting» 2 (Montpellier, 1908).
163
Cuando allí aparecen jueces en el documento notarial es como testigos; cfr. A.
LUTRELL, The Sale of Gumerin on Malta [isla de colonización siciliana en el siglo XIV],
EHDAP 6 (1978) 167-171.
164
Cita a COSENTINO, I notari in Sicilia, «Archivio Storico Siciliano» 12 (1887) 304-
385; y FERRARI, I documenti greci medievali di Diritto privato dell’Italia meridionale,
«Byzantinische Archiv» 4 (1910).
165
En una parte de esos territorios meridionales, el derecho bizantino fue importado
por poblaciones de rito litúrgico oriental que llevaban consigo esa tradición jurídica,
incluso algunas de lengua griega, aunque predominaron los colonizadores llegados de la
Albania islamizada, de lengua albanesa, no ha extinguida allí del todo.
166
No me pronuncio sobre si será un dislate hablar de «etnia» jurídica bizantina, o lo
correcto es conformarse con el vocablo «cultura».

580
treintena de documentos griegos de 1092 a 1181, muy pobre la redac-
ción, quizás para los refugiados campesinos en Calabria o Sicilia. Bari
en cambio había sido siempre de documentación latina. Su evacuación
por los bizantinos el año 1071 señaló la desaparición de su autoridad
política en toda Italia167.
El declive de la escrituración griega coincide con el tramonto de los
monasterios basilianos de rito oriental. Uno se mantiene aún, a las puer-
tas de la Roma papal que también había conocido una helenización,
Grotta Ferrata, un islote de ese cristianismo tejido con hilos de oro, per-
fumado de poesía bizantina, animado por un profundo sentido monásti-
co, que dijo Fernand Braudel.
Los primeros documentos de índole bizantina en esas tierras occi-
dentales eran idénticos a los imperiales de Oriente, e influyeron en los
latinos, una situación que luego se invertiría. Las diferencias entre unos
y otros no tienen una motivación local, sino que se deben a la diversi-
dad de los notarios. Cuando en el siglo XII aparece la completio, para-
dójicamente se trata de una influencia latina, pues ya no estaba vigente
en Oriente tal exigencia justinianea, un detalle del que hay que tomar
buena nota168.
Esta huella nos empalma con esa otra parcela de la que decíamos, la
continuidad de los tabelliones, de los cuales los longobardos no eran
scriptores profesionales y en cambio se llamaban notarios, a diferencia
del otro territorio que también los mantuvo, Ravena y su Exarcado,
donde estaban colegiados en scholae, y el documento se perfeccionaba
con su completio, tras su entrega solemne a la parte adquirente, o sea la
ya vieja conocida traditio chartae, estando también vigente la notitia
testium169.
Esta supervivencia ceremonial puede parecer arcaica, pues nada
habría faltado después de la firma y la autorización, pero desde nuestro
punto de vista tiene un valor, la exaltación del documento como cosa. Lo

167
V. von FALKENHAUSEN y M. AMELOTTI, Notariato e documento nell’Italia meridio-
nale greca, X-XV secolo, en «Per una storia del notariato meridionale» (Consiglio
Nazionale del Notariato, Roma=CNN 1982) 7-69: V. Von FALKENHAUSEN, Die Testament
des Abtes Gregor von San Filippo di Fragala, «Harvard Ukranian Studies» 7 (1983)
174-195.
168
Para más detalles, M. AMELOTTI, Il documento notarile greco in Italia meridiona-
le (CDV; II, 1041-1052); cfr. PAOLO SELMI, el estudioso de la civilización veneciana,
Documenti notarili veneziani e ravennati del secolo XI, íbid. 1037-1039 (modelos nota-
riales de Constantinopla, por influencia directa o a través de Ravena).
169
En esa permanencia del derecho tardo-romano en el alto medievo itálico insistió
Brunner, sin conseguir un asentimiento unánime.

581
mismo hay que decir de la roboratio longobarda, la entrega a los testi-
gos que le tocaban. Faltaba la fe pública, que seguía teniendo lugar por
la insinuatio, pero parece que puede hablarse incluso de su desuso.
Con lo cual nos preguntamos qué se podía echar de menos allí al
final de la etapa preboloñesa. Mario Amelotti y Giorgio Costamagna lle-
gan a escribir que «el problema que se plantea para llegar a una conclu-
sión, tras el examen del documento altomedieval italiano, es el cómo se
han podido superar el formalismo y el simbolismo de la carta y las for-
mas escriturarias, y llegarse a la credibilidad de un único factor del
documento, el rogatario170».
Mientras tanto, el sistema ravenatense había sido adoptado en Roma,
donde tras la conquista bizantina había surgido el Estado Pontificio171.
Los tabelliones urbis Romae eran herederos de la antigüedad tardía y
junto a ellos, a mediados del siglo IX encontramos a los scriniarii eccle-
siae Romae, procedentes de la cancillería pontificia, y aún hay que aña-
dir otra especie de scriptores chartarum, los scriniarii et tabelliones a
secas. No hay que confundir a ninguno de ellos con los notarios eclesiás-
ticos no instituidos para los asuntos privados, en la Urbe denominados
notarii Sanctae Ecclesiae Romae172.
Lo cual nos hace fijarnos en un fenómeno extendido a toda la Iglesia y
sus distintas potestades temporales, por una parte la aparición y consolida-
ción de los notarios de las curias diocesanas, y por otra de los notarios de
nombramiento papal o sea con título apostólico o pontificio, pero con com-
petencia extensiva a la esfera civil, por lo tanto enquistados en los sistemas
estatales, de manera que dieron a veces lugar a conflictos con los otros, por
más que fueran beneficiosos para el alumbramiento del notariado latino173.
Volviendo a la Urbe, el número de los tabelliones fue disminuyendo,
hasta desaparecer a fines del siglo XI. Boüard sostuvo en 1911 que los

170
Alle origini del notariato italiano (CNN, 1975); para la etapa siguiente, COSTA-
MAGNA, Il notaio a Genova tra prestigio e potere (íbid., 1970).
171
El panorama sobrevenido tras la separación de las iglesias orientales y la reacción
romana ha oscurecido esa etapa. Baste un detalle, uno de los títulos del Papa es el de
Patriarca de Occidente, y ha habido orientales incluso entre la minoría de los llamados
uniatas que reconocen y obedecen a la sede petriana, sostenedores de que ciertas prerro-
gativas pontificias derivan de esa condición y no del primado universal del episcopus
Ecclesiae Catholicae.
172
No es exacto que los scriniarii fueran los tabelliones sin más cambio que el del
nombre.
173
Véase por ejemplo MARÍA TERESA FERRER y MALLOL, Notariat laic contra nota-
riat ecclésiastic. Un episodi de la pugna entre ambdós a Girona, EHDAP 5 (Miscelánea
en honor de Josep-María Madurell y Marimón; Barcelona, 1977) 19-34.

582
dos primeros grupos habían coexistido mientras tanto diferenciados y
que al extinguirse los tabelliones quedó sólo el tercero al cual se había
reconvertido el primero mediante una plena dedicación a la esfera parti-
cular civil, alejados que fueron de la cancillería papal por la reforma de
la curia decretada por Juan XVIII. Más de medio siglo después, Pierre
Toubert mantuvo en cambio que los dos tipos de escribas se fusionaron
y de ahí la tercera denominación integradora174. Los dos tesis se matizan
si se sostiene que la reconversión fue de los scriniarii al tabelionato pero
manteniendo su anterior nombre.
Por su parte, Nápoles se caracterizó por sus notarios curiales, cole-
giados de manera jerarquizada, y únicos autorizantes reconocidos de
documentos, lo que se extendió al ducado de Amalfi, y era desde luego
un avance por las vías que venimos recorriendo, tanto que hasta princi-
pios del siglo XV no tuvolugar al reconocimiento definitivo de los nue-
vos notarios públicos, en cuanto apenas era ya necesario175.
En la Francia merovingia, Baviera y los territorios que podemos lla-
mar de la Alemania románica, los escribas judiciales y su preferencia
procesal en la prueba son un estadio menos brillante, precursor del pano-
rama de Francia y el Suroeste de Alemania devastado en la etapa poste-
rior, con la excepción de la Provenza y el Languedoc. Allí el documento
valía nada más que como prueba para su confirmación por los testigos
ante el tribunal y consistía en el relato del negocio jurídico oral; algo
mucho más atrasado por lo tanto que el documento romano post-clásico,
tanto que llegó incluso a revivir el sistema ya tremendamente anticuado
del más puro clasicismo. Los scriptores nada añadían a su valor y por eso
a menudo eran anónimos. La solución tuvo que ser radical, y efectiva-
mente de esa manera se consolidó en todo el sur francés del derecho
escrito el notario público del siglo XIII, mientras que el norte definido
por el derecho de la costumbre se mantuvo muy arcaico y complicado,
aunque evolucionando –lentamente y de manera variopinta según las tie-
rras–, hacia el sistema vecino hasta defitivamente adoptarlo.
En España, para conocer el sistema documental visigodo, las fuentes
son escasas y faltas de claridad176. Sólo contamos con la legislación, en

174
Les structures du Latium médiéval. Le Latium meridional et la Sabine du IXe siè-
cle à la fin du XIIe siècle (Roma,1973); discusión de ambas posturas y exposición de la
suya por CRISTINA CARBONETTI VENDITTELLI, Gli «scriptores chartarum» a Roma
nell’alto medioevo (CDV; II, 1109-1137).
175
Curialium Neapolitanum, se tituló el año 1892 una disertación que Bono cita,
CAPASSO su autor.
176
Su estudioso, el notario de Vich, HONORIO GARCÍA, subraya el empequeñecimien-
to de las disponibilidades para su investigación si se las coteja con los Monumenta Rave-

583
este ámbito parsimoniosa, y con cuarenta y seis fórmulas transmitidas
muy tardíamente, alguna de buena técnica177. Una de ellas dice que los
contratos se perfeccionan de palabra, pero se les añade la escritura
para precaverse del extravío con el tiempo y de la pérdida de la
memoria, licet difinitio solo constet verborum, tamen pro memoria
temporum testimonium adicitur litteraum. Sabemos que había escri-
bas; San Isidoro menciona los redactores de los documentos que
luego eran protocolizados en la curia municipal. Pero no nos ha llega-
do casi ninguna de sus escrituras178. De las pizarras encontradas en tie-
rras abulenses, salmantinas y cacereñas, o sea la antigua Vetonia, y en
el norte de ella hasta Asturias, entre los años 586 a 667, las de conte-
nido jurídico apenas ilustran nuestra cuestión –las hay que no contie-
nen ningún escrito, sino números y dibujos179–. Tenemos la sensación
de haberse mantenido la tradición romana, pero de una manera lán-
guida y sin ninguna evolución. Así, la nota de arcaísmo visigótico a
documentos posteriores –vimos el caso de Asturias– se explica retros-
pectivamente.
Sucesivamente, persistieron pues en los reinos cristianos peninsula-
res los mismos modelos, pero hay que tener en cuenta la debilidad ini-
cial de los núcleos reconquistadores, y en los mozárabes bajo la
soberanía musulmana, el forzoso ahogo determinado por la islamiza-
ción de la población en torno, ante la reducción al enclave de una mino-
ría de lo que había sido la integralidad confesional del reino de Toledo,
aunque se mantuvieran a más altura cultural que sus hermanos norteños

nati, el Cartulario Longobardo y el Codex Diplomaticus Longobardiae; en su artículo


Notas para unos prolegómenos a la historia del Notariado español. Tiempos anteriores
a la Reconquista, EHDAP 2 1950) 121-147.
177
Editadas por ZEUMER en los Monumenta Germaniae Historica, Leges 5 (1886).
Honorio García las considera «ya tradicionales, tomadas probablemente de los escribas
hispano-romanos, que no son los que siguieron la tradición romana, sino otra mucho más
sencilla».
178
F. FITA, Patrología visigoda, en el «Boletín de la Real Academia de la Historia»
49 (1906) 146-166; A. CANELLAS LÓPEZ, De Diplomática hispano-visigoda, en la «Mis-
celánea Marín Ocete» 1 (Granada, 1974) 87-181.
179
Mi inolvidable maestro Manuel Díaz y Díaz había ya discrepado de Gómez More-
no, cuando las editó en libro Isabel Velázquez Soriano («Antigüedad y cristianismo» 6;
Murcia, 1989), y Documentos de época visigoda escritos en pizarra, siglos vi-viii
(Monumenta Palaegraphica Medi Aevii, Series Hispanica; 2 tomos, Turnhout, 2000); M-
C. DÍAZ Y DÍAZ, Un document privé de l’Espagne wisigothique sur ardoise, («Studi
Medievali»=SM 1,1960) 52-71, y Excavaciones en la «Lancha del Trigo», Diego Álva-
ro, Ávila, en «Zephyrus» 9 (1958); interesa también el catálogo En la pizarra. Los últi-
mos hispanoromanos en la Meseta (exposición del Instituto Castellanoleonés de la
Lengua, Burgos, 2005).

584
en la fe180. La situación de éstos no se prestaba a una mejora de la heren-
cia recibida ni siquiera a la fidelidad a una tradición asumida conscien-
temente pero con algún espacio para la toma de otras posturas.
Pensemos en que este ámbito de la contratación escrita afectaba a una
proporción de la población, minoritaria pero más amplia que la alfabe-
tizada. En cambio la literatura cristiana latina, por la fuerza misma de
las cosas mucho más minoritaria aún, hacia competencia a lo ultrapire-
naico en los últimos tiempos visigóticos, y pudo seguir siendo cultiva-
da bajo los nuevos dominadores en los monasterios sin solución de
continuidad e incluso con contactos foráneos, si bien reducida más y
más a medida que iba pasando el tiempo opresor –lo que no quiere
decir persecutorio–.
Es evidente que la salvación estuvo en los formularios, cuya existen-
cia y difusión se prueban sencillamente con el cotejo de los documentos
entre sí, cuando aparece una uniformidad imposibilitadora de otra expli-
cación181. A pesar de ello, hay que estar de acuerdo con Bono, en que si «la
fijación de los modelos documentales fue el resultado de su utilización
continuada, su unificación y depuración [hasta llegar a lo que ya puede
calificarse también a este lado de los Pirineos de preboloñés] se debe a la
labor, oscura y anónima pero decisiva, de aquellos scriptores que, por
estar dotados de aptitud técnica, van paulatinamente perfeccionando los
modelos. Allí donde su trabajo se conservaba y conocía por las nuevas
generaciones se formó una tradición y escuela que pudo influir en un
ámbito más o menos extenso», predominando la preservación y la didác-
tica monacales, lo que nos debe servir para no exagerar conclusiones pre-
cipitadas y no hacer cualitativo lo que de cuantitativo no pasó182.

180
Tratar aquí del notariado musulmán en Al-Andalus no tendría justificación . Por
la fuerza misma de las cosas, las influencias del uno en el otro no pudieron tener la
misma relevancia y trascendencia que las teológicas iluminadas por Miguel Asín Pala-
cios y fray Abd-el Jalil, O.F.M, ni parecerse a ellas. Los notarios mozárabes de Toledo
escrituraban en árabe, siguiendo un formulario musulmán, quizás el de su coterráneo Ibn
Moguit, pero en el derecho sustantivo se acomodaban al Liber iudiciorum; F.PONS
BOIGUES, Apuntes sobre las escrituras toledanas existentes en el Archivo Histórico
Nacional (Madrid, 1897); y A. GONZÁLEZ PALENCIA, Los mozárabes de Toledo en los
siglos XIII y XIV (Madrid, 1930).
181
Sobre el Formulario de Ripoll, con algunos injertos francos, Z. GARCÍA VILLADA,
en el «Anuari de l’Institut d’Estudis Catalans» 4 (1911-1912) 534-541; podía haber fór-
mulas notariales deslizadas en un códice de una índole no jurídica, como la que aparece
en uno pío silense anterior al siglo XII, J. VIVES, El devocional mozárabe de Silos,
«Analecta Sacra Tarraconensia» XVIII (1945) 25.
182
Un cotejo con los de acá de los documentos coetáneos de San Gal podría ser ilus-
trativo. Por eso Bono no habría podido limitar su libro a España, aunque la parquedad

585
El balance de esa documentación prenotarial nos sitúa en la ponde-
rada valoración de los formularios en términos generales. Su razón de
ser y utilidad son indiscutibles, y no opino así recordando aquellos ama-
bles y modestos Lopera de mis primeros tiempos de ejercicio, rural y
solitario, pues incluso en los despachos más alejados de tal situación
pueden alguna vez ser una herramienta, al menos para una facilitación,
ya que no de consulta183. Su negatividad es el resultado de concederles
una exclusiva mortífera para toda aportación e impulso personales. Lo
cual no fue el caso de los escribas de este largo devenir medieval, y lo
pudo ser en cambio si en nuestros días hubieran sido consagrados por
una imposición oficial.
Cataluña está bien estudiada, gracias al matrimonio investigador
Alturo-Alaix, aunque las fuentes apenas permitan sugerir conclusiones
«notariales184». Subrayan ellos cómo desde el siglo IX hasta el XII van
aumentando muy lentamente los seglares alfabetizados, y en consecuen-
cia los escribas, hasta llegarse a dinastías suyas, cual en Barcelona los
Corró y los Itier. Esos escribas a veces eran también copistas de libros.
Se valoraba la caligrafía. Algunos escribían en varias letras, habiendo
sido un filón la aparición de la cursiva desde el siglo X185.
No predominan en sus documentos hitos jurídicos de interés para
nuestro tema, y en cambio lo literario penetra en los graves dominios del
derecho, como la mezcla de verso y prosa, las palabras raras incluso
griegas, y las citas no sólo bíblicas y patrísticas sino también poéticas.

del título se debiera a su modestia; otro botón de muestra de cómo la unidad europea no
fue ni pudo ser un invento del siglo XX.
183
¿Hasta un recordatorio de humildad? Se me viene a las mientes el bufete más pres-
tigioso de una pequeña población castellana. Un campesino «ilustrado», su asiduo clien-
te, se atrevió a confesar una vez al letrado su extrañeza de que, pese a tanta sapiencia y
experiencia, siempre consultara un libro-texto lega u otro- antes de contestarle. Fue
replicado con una exhortación a desconfiar del abogado que lo hiciera sin esa precau-
ción «ritual». Dirigir una orquesta sin partitura, parece que no es un alarde inocuo, pues
hacerlo implica vivir la pieza más intensamente y en consecuencia comunicarlo a los
ejecutantes. Evidentemente, la creatividad en el instrumento público no puede llegar a
tanto.
184
J. ALTURO Y PERUCHO Le statut du scripteur á Catalogne (siécles XIe-XIIIe), en
«Le statut du scripteur au moyen age», Coloquio científico del Comité internacional de
Paleografía Latina (París, 2000; 41-55); y con TANIA ALAIX La documentazione privata
catalana del periodo carolingio come riflesso del livello culturale di una societá, en
«Private Charters and Documentary Practice in the long 10th ca.870-ca.1030» (en pren-
sa, Dietikon,Zürich; Urs Graf).
185
El trabajo era penoso, pero algunos nos han consignado su vocación por el menes-
ter- haud invitus, laetus, libenter, devotus-.

586
Esa libertad tiene interés a nuestros fines en cuanto se traducía en la pos-
tura displicente hacia los formularios, con cierto afán por dejar cada
scriptor su huella personal, como en San Gal también vimos, siguiendo
la costumbre monacal detectada por Redlich186. La función se pagaba
bien, en proporción a la escasez de los alfabetizados que podían ofrecer-
la; así, todavía en el siglo XII un sueldo por documento, que era el pre-
cio de un jamón o un cerdo.
Me complace citar y brindar a las compañeras a una mujer «escriba-
na», Alba, hija del gramático Guiberto, procedente de Lodi o de Lieja,
establecido en España desde fines del siglo anterior, que fue director de
la Escuela Catedralicia de Vich, cargo en que le sucedió su hijo Borrell,
allí y antes en Urgel canónigo, copista en el escritorio y scriptor187. De
Alba nos ha llegado un documento datado el año 1044. Escribía en letra
carolina minúscula, y firmaba en mayúscula libraria.
En todo caso la lección más transcendente que, antes de proseguir,
nos depara nuestro recorrido, por estas vías que fueron conduciendo a la
conquista del notariado latino, es el predominio abrumador de la aplica-
ción del derecho sobre la actividad legislativa,. En la etapa final vere-
mos que el espaldarazo de éste llegó preparado irresistiblemente por la
ciencia jurídica.
Y ningún caso tan significativo como el de Cataluña, por una parte
de la implantación tácita del nuevo Notariado, nuevo hasta cierto
punto, y por otro de su ya existencia de hecho. No tiene desperdicio la
afirmación de Bono de que allí «sin necesidad de una instauración
legal, el Notariado y el instrumento público estaban plenamente reco-
nocidos en los primeros decenios del siglo XIII, no siendo preciso
como en Castilla y Aragón su institución legal». Se impone la conclu-
sión de que los notarios catalanes habían llegado a ejercer la fe públi-
ca antes de ser de ella investidos legislativamente, lo cual no podía
explicarse sino a través del desuso de las otras exigencias legales de su
reconocimiento.

186
Por ejemplo Desiderio, literato y escriba de Miró Bonfil, conde de Besalú y obis-
po de Gerona; y Adanagell, secretario del obispo de Vich, Gotmaro. En el acta de con-
sagración de la iglesia de San Andrés de Tona, el año 888, Adanagell incluyó una
antífona con su música, se dice que la partitura datada más antigua de Europa. El hallaz-
go es un botón de muestra de la fecundidad insospechada de los archivos de la documen-
tación notarial, y no decimos de protocolos pues éstos no existían aún en esas fechas.
187
Autor que sepamos de un Sermo in honore sancti Ermengaudi, Ermengol, del pri-
mer tercio del siglo, patrón de Urgel y su diócesis, que como acabamos de decir fue el
primer obispado al que perteneció Borrell; RAMÓN ORDEIG Y MATA, L’escola de la cate-
dral de Vic, vers 1015-1054, en los «Studia Vicensa» 2 (2017) 175-224.

587
Mas tenemos que volver al significado, profundo y definitivo, de la
legislación carolingia y post-carolingia. ¿Por qué nuestro epígrafe de
antes y después del Emperador de la huella europea? La respuesta es muy
fácil. Desde Carlomagno contamos con esa situación ya irreversible que
hemos visto, el nombramiento real de los notarios y las exigencias de su
saber y moralidad al servicio del instrumentum conficere, o sea legibus
eruditi et bonae opinionis. Al llegar aquí no puedo resistirme a la evoca-
ción de nuestros títulos y oposiciones, pues el oposita que algo queda,
título de un libro atractivo entre el humor y la seriedad, se mantiene hasta
la última hora, por mucho que haya quedado lejos la jubilación.
En cuanto a la irreversibilidad, estarían lejanas de aquellas fechas
históricas, pero como una continuidad, dos posteriores, el año 1158 la
dieta de Roncaglia, y el 1183 la paz de Constanza entre la «ciudad-esta-
do» de Bolonia y el emperador Federico II Barbaroja. La primera inclu-
yó el Notariado en los iura regalia, reserva imperial de su provisión,
compartida con el Sumo Pontífice; la segunda se la dio como regalía a
los ayuntamientos de Lombardía, competencia municipal que luego se
iría expandiendo por doquier.
Entre una y otra fecha, está la decretal del papa Alejandro III, 1167-
1169, Scripta authentica, la investidura a los documentos notariales del
mismo robur firmitatis que tenían los documentos sellados de cancillería
o curiales. Leemos a Bono de nuevo: «El Notario es ahora una publica
persona, manus publica, y el documento que autoriza es una publica
scriptura cuando reviste su publica forma, cuando ostenta la integridad de
sus formalidades. Aparece ya configurada la función notarial». Es pues
una anticipación canónica de la consagración civil plena en la Bolonia ya
en ebullición. No podemos olvidarnos los notarios del papa Alejandro III.
Umbral boloñés ante el que se nos impone una recapitulación. Es
evidente que el Notariado está ligado al documento, a la expresión escri-
ta de la voluntad de las partes que mediante él se relacionan en la esfe-
ra del derecho privado. Del precedente estadio oral sólo recordaremos la
incompatibilidad que le sobrevino en determinada coyuntura de la evo-
lución histórica, dando lugar a la etapa intermedia de su mantenimiento
ficticio que no podía aspirar a la permanencia.
Adoptada la escritura como el vehículo de las relaciones jurídicas y
determinante de la obligatoriedad de los pactos, resultaron necesarios
unos scriptores con la misión de acomodarlos al nuevo medio de expre-
sión, lo cual era accesible a muy pocas gentes hasta muy avanzada la
cronología histórica. Pero los que no sabían escribir tampoco eran
expertos en derecho, por lo cual no sólo precisaban quienes les escribie-
ran, ya que no habría sido posible hacerlo al dictado al no haber sabido

588
ellos dictar, sino también quienes supiesen dar al pacto forma jurídica y
concordante con la legalidad. Ambos oficios se reunieron en una sola
persona, el escriba. Éste podía actuar esporádicamente o hacerlo con
habitualidad, hasta llegar a profesionalizarse. Notemos que en estos sus
menesteres estaba una parte de la función notarial. Faltaba sólo la auten-
ticación, la conversión del documento privado en instrumento público.
Esa profesión fue en principio libre y así se mantuvo, mas llegó un
momento –y no fue ni mucho menos la primera vez– en que el Estado
la reglamentó, pero respetándola en su propia esfera, avanzando más
hacia el Notariado que la sucedería. ¿No se puede ver en ello una señal
de que esa convergencia de lo público y lo privado en el notario que
llegó, respondía a una honda conveniencia social, y fue un feliz encuen-
tro entre la libertad civil y el poder político? La autenticación había esta-
do hasta entonces en manos de la judicatura o el municipio, pero la
judicial era una instancia ante la cual los documentos de los escribas
constituían una prueba valiosa, decisiva casi siempre188. Faltaba pues el
último paso, y se abrían ya los caminos hacia la elaboración florida de
la literatura jurídica del ars notariae.
El sistema anterior era una ordenación coherente, pues parece lógi-
co que fuera una potestad pública la que invistiera de eficacia pública a
las convenciones privadas. Sin embargo, hemos visto que en el crepús-
culo de la Alta Edad Media llegó a haber ciertos lugares en los cuales se
atisba que había caído en desuso ese trámite, o sea que había quedado
de hecho la dación de fe en las manos de los mismos escribas creadores
del documento que la precisaba. El Notariado pues. Así las cosas, el
Estado dio por buena tal evolución, y cuando la reconoció y promulgó
expresamente, impulsado por la doctrina jurídica elaborada en Bolonia,
quedaron configurados el Notariado y la persona del Notario.
Reflexionemos finalmente que fueron los ciudadanos quienes busca-
ron a los escribas, y que éstos se hicieron tan acreedores a su confianza
que la unificación de una y otra función en ellos fue para los rogantes
una solución que, de hecho, y en las fuentes se lee si se hace con aten-
ción, había llegado a una demanda suya, siendo la nueva ciencia jurídi-
ca boloñesa su portavoz, y revistiendo entonces como no podía ser
menos un cierto tinte de autonomía individual.
El citado notario François de Tinguy de Pouet recordó en esta Aca-
demia el año 1981 «que los hombres manifiestan su solidaridad por

188
De manera que, un tanto paradójicamente, el uso del documento como medio de
prueba, a pesar de no ser más que una de sus prerrogativas, fue el medio de acuñar su
noción plena del instrumento público integrante de todas las demás.

589
medio de los contratos, por lo cual el Notariado, al darlos estabilidad y
equilibrio, al dirigir y asegurar las más adecuadas relaciones entre ellos,
responde tanto a la voluntad de las gentes como a la misma naturaleza
de las cosas, desembocando en el ideal de la libertad. El Notario se gestó
en su ejercicio mismo, a veces itinerante su actividad, y ahora es busca-
do por las gentes en consideración a su independencia de criterio, como
el hombre sabio del derecho musulmán».

EL RETORNO DEL «CORPUS»

La recepción del Derecho Romano es un fenómeno en sí sorprenden-


te . Recapacitemos en que se trataba de un ordenamiento jurídico pro-
189

mulgado por un poder político que había dejado hacía siglos de imperar
en unos territorios sometidos a nuevas potestades a él ajenas, y sin
embargo volvía en ellos a la vida190.
En el período intermedio entre este fenómeno y la caída del Imperio
de Occidente, se había aplicado como hemos visto el derecho romano
vulgar, y desde el siglo VI, en la llamada etapa longobarda, los nuevos
dominadores derogaron el derecho justinianeo, pero le acogieron gene-
rosamente en su derecho propio191. De lo que en ese otro momento se tra-
taba y consiguió era de la reviviscencia del Derecho Romano de los
juristas también teóricos, no sólo de los prácticos.
Ya desde este otro punto de vista, el de la ciencia jurídica, pero ins-
piradora del derecho positivo, a fines del siglo X había surgido la
escuela de Pavía, y desde el año 1070, el romanismo en torno al Cor-
pus Iuris Civilis se desarrolló en las ciudades sitas alrededor de la cuen-
ca del Po192.

189
Sobre territorios determinados, G. CHEVRIER, Étapes de la pénetration du droit
romain dans le Comté de Bourgogne au XIIIe siècle, «Memoires de la Societé pour
l’histoire du droit et des institutions dans des anciens pays bourguignons, comtois et
romans»(=MBCR 19, 1957); M. PALSSE, La renaissance du droit romain en Alsace,
MBCR (1960); luego citaremos Saboya y el Valais.
190
P. STEIN, Le Droit Romain en Europe. Essai d’interpretation historique (Ed. J-
Ph.Dunand y A.Keller; Basilea, 2003); G. HAMZA, Le développement du droit privé
européen. Le rôle de la traditon romaniste dans la formation du droit privé moderne
(Budapest, Bibliotheca Iuridica, 2005); Nonagesimo anno. Mélanges en hommage â
Jean Gaudemet (París, 2001).
191
La situación fue más allá de la producida en España desde la promulgación, el año
506, de la Lex Romana Visigothorum por Alarico II.
192
H. LANGE, Römische Recht im Mittelalter (Munich, 1997).

590
Mientras tanto, desde la segunda mitad de esa misma centuria, en el
campo que ahora llamaríamos de las humanidades, a partir del Brevia-
rium de dictamine, de Alberico de Montecasino, se venía cultivando la
didáctica del ars dictandi, en pos de la corrección en el lenguaje y la ele-
gancia en el estilo, una especie de libro de texto de dos de las tres par-
tes del programa formativo de las letras en la Edad Media, el trivium,
compuesto de la Gramática, la Retórica y la Dialéctica193.
Recordamos la insistencia del profesor Lázaro Carreter en la necesidad
del estudio del idioma no sólo para los profesionales de las letras y su eru-
dición, sino para todos, ya que todos estamos condenados a servirnos de él,
los científicos para expresar sus enseñanzas y saberes, los demás sencilla-
mente para entre nosotros comunicarnos mejor que con la mera oralidad.
A esa misma convicción respondió ese ars dictandi, que no hay que con-
fundir con el futuro ars notariae, pues ni siquiera tenía un contenido jurí-
dico, hasta que Irnerio (1050-1130) en Bolonia le aplicó a los problemas de
la expresión del Derecho194. Por este camino hay que tener en cuenta que,
aun sin confundirse las dos especies, el genérico ars dictandi, por su deno-
minación misma, encajaba pintiparadamente en el específico ars notariae
posterior –y antes había de hecho existido en la práctica de los scriptores–,
integralmente polarizado hacia la redacción del documento, en principio al
margen de la oratoria de la abogacía y su entramado dialéctico195.
Así las cosas, en la segunda mitad del Doscientos, en Bolonia, los
llamados cuatro doctores, Martinus, Bulgarus, Hugo y Jacobus, afianza-
ron el movimiento de los Glosadores, que daría lugar a la refundición de
todos sus logros en la Magna Glosa de Accursio (1220-1240).
En su resurrección del ordenamiento justinianeo volvieron a su regu-
lación del documento tabeliónico, y le completaron con lo que le había
faltado para ser ya la acuñación de lo que como notariado latino segui-
mos viviendo.
En el siglo siguiente, los Postglosadores o Comentaristas, con las
grandes figuras de Bartolo de Sassoferrato196 (1314-1353) y Baldo de
Ubaldis (1327-1400), consagran ya la vigencia postulada para el Dere-
cho Romano, junto a los derechos locales de los distintos territorios.
Mientras tanto, la Iglesia había desarrollado su propio ordenamiento
jurídico. No vamos a reivindicar aquí la plena realidad del Derecho

193
Las ciencias y la música integraban el quadrivium.
194
BESTA, L’opera d’Irnerio (1896).
195
Una tendencia al discurso oral que se sigue manifestando, aunque ya no se bus-
que, en los escritos procesales, ahora cuando la oratoria forense agoniza.
196
Jurista y bartolista llegaron a tenerse por epítetos sinónimos.

591
Canónico, tanto en el plano de la ley y su aplicación como en el de la
ciencia, ni su valoración como «lugar teológico», frente a los sostenedo-
res de la incompatibilidad del espiritualismo cristiano con el Derecho y
de la incapacidad de éste para ser objeto eclesialmente de un cultivo
acorde con esa esencia. La falta de consistencia de esta postura para nos-
otros los juristas resulta de la propia existencia del fenómeno. Ese escrú-
pulo está en una dimensión que en principio nos es ajena.
Entre los siglos XI y XII, un monje camaldulense de cuya vida nada
se sabe, Graciano, escribió el llamado «Decreto» de su nombre, que
naturalmente ni era ni habría podido ser un decreto sino la recopilación
ordenada y refundida del derecho o sea de los «decretos» vigentes, al
cual tituló por eso Concordantia discordantium canonum. Posterior-
mente fue completado con las nuevas disposiciones que se fueron pro-
mulgando, las Decretales, primero las que, a instancia de Gregorio IX,
elaboró san Raimundo de Peñafort en 1234, y a continuación las sucesi-
vas desde las de 1298 hasta las de Sixto IV ya en el siglo XV.
Una prueba de su continuidad hasta nuestro tiempo fue el Código de
Derecho Canónico promulgado por Benedicto XV, a principios del siglo
pasado. El jesuita Franz Xaverius Wernz, muy influyente en su redac-
ción, había escrito antes en seis volúmenes el Ius Decretalium, y des-
pués le bastó con una adaptación, para dar a luz en unión de su hermano
en religión Pedro Vidal, el Ius Canonicum.
Los dos derechos no estaban incomunicados. La doctrina de los
juristas de ambos seguía los mismos métodos. Había materias comunes;
baste pensar en el matrimonio. Uno podía ser supletorio del otro, y a su
vez ambos de los derechos de las monarquías absolutas y aun de los
estados liberales incluso tras la caída del antiguo régimen. Baste el dato
de que nuestro Tribunal Supremo aplicó el año 1926 el Derecho Canó-
nico para una sucesión intestada en Cataluña.
De esa manera se explica el nacimiento del Derecho Común, el de
una cierta integración de los dos, dando luger al que fue el de Europa sin
más, un fenómeno que nos hace pensar otra vez en el alcance limitado
de las fronteras de entonces197.
Después, en la Edad Moderna, los tratadistas no fueron perezosos.
Baste una ojeada a los fondos antiguos de las bibliotecas de Núñez
Lagos y Vallet de Goytisolo. Jacques Cuyas (1622-1690), de Toulouse,

R. HELMOLZ, The Ius Commune in Europe (Oxford University Press, 2001); cfr. J-
197

Ph. GENET, Le droit dans les bibliothèques médievales anglaises, en Él mismo y P.


CHASSAIGNE, «Droit et societé en France et en Grand Bretagne, XII-XX siècles» (Sor-
bonne, París; 2003).

592
el Cujacius de los títulos latinos, de tan vasta obra que fue necesario ela-
borar extensos libros-guía en ayuda de sus lectores, quizás haya sido el
mejor conocedor exhaustivo de cualquier parcela del pasado que haya
habido en todos los tiempos.
Así las cosas, tras el siglo de las luces, cuyo iusnaturalismo había
debilitado la tradición romanista, en Alemania volvió a florecer de una
manera insospechada, con los pandectistas, que prefirieron este nombre
griego para el Corpus Iuris Civilis al que se dedicaron, aunque no fue ése
el fenómeno allí más destacado sino, compatible con él, la llamada
Escuela Histórica de Friedrich-Karl von Savigny (1779-1861), una brisa
amable y acariciante que suavizó con su pasión un racionalismo jurídico
al que de alguna manera la contemplación de la humanidad no le había
dejado palpar al hombre de carne y hueso. Sin embargo ese creador de tal
movimiento de irresistible impronta escribió sendos libros titulados Ges-
chichte des römisches Rechts im Mittelalter y Das System des heutigen
Rómisches Rechts (1840-1849). Fecundidad pues del nuevo vino en los
viejos odres. Una evidencia que llegó a todos los rincones. Recuerdo a un
abogado de ejercicio toda la vida en mi pueblo, convencido de que sin
haber estudiado Derecho Romano le habría sido incompleto e imperfec-
to el conocimiento del Civil. Mas debemos volver atrás.

LA «ORTODOXIA» NOTARIAL ENTRE BOLONIA Y ROMA

Los Cuatro Doctores boloñeses formularon una doctrina notarial a la


que ya nada faltaba para ser plenamente la nuestra de hoy, salvo un deta-
lle no esencial, la custodia en el protocolo de las escrituras originales, y
no de sus meras «abreviaturas198». En la Glosa de Accursio se incluyó
esa doctrina con plena naturalidad.
Bono sienta que tal teoría «aunque en buena parte es expresión de los
hechos de la práctica documental, aparece como una construcción sobre
los textos justinianeos, y carece de precedentes en la literatura jurídica
preboloñesa199». Notemos la valoración que este historiador del Notaria-

198
Aunque Bono escribe que ésta era ya una realización del «principio de matricidad».
199
Precisamente Gianfranco Orlandelli ha señalado que el interés de Irnerio está en
haber atraído la atención (al tratar de la ley Iubemus, sobre el censo enfitéutico) hacia
los orígenes en el Corpus iuris de la fides publica notarial; «Petitionibus emphyteutica-
riis annuendo». Irnerio e l’interpretazione della legge «iubemus» (C.I.2.14), en las «Atti
della Accademia delle Scienze dell’Istituto di Bologna.Rendiconti» LXXI (1984) 51-66.
La nueva fórmula fue empleada en 1116 por los notarios Ángelo y Bonando.

593
do continúa haciendo, de la labor secular de los scriptores precedentes,
incluso para el reconocimiento de la misma imbreviatura, que ve como
«un resultado de la evolución medieval del documento».
El Notario ya se define como una publica persona. Y lo es porque su
oficio, el instrumentum conficere, es de interés público, ad publicam uti-
litatem. No puede expresarse con más claridad la adscripción de los
documentos otorgados por los ciudadanos particulares para la protec-
ción de sus intereses privados al interés del ordenamiento jurídico y de
la autoridad pública. La seguridad jurídica también es un bien de interés
general a proteger, y se recurre al notario para conseguirlo.
La continuidad con la larga historia de la documentación preceden-
te, que en las artes notariae se perfeccionó y justificó doctrinalmente,
explica una paradoja. Y es la insistencia de las legislaciones que adop-
taron el sistema boloñés en regular la función autenticadora cedida por
el Estado a la sociedad y de la que quedaba investido el notario, mien-
tras apenas lo hicieron del resto de la labor de éste, tácitamente conven-
cidos de haber quedado acuñada consuetudinariamente a lo largo de los
tiempos. Algo que arrastró sus huellas hasta el Notariado contemporá-
neo, de manera clamorosa en Francia, con un silencio normativo sobre
la misión de consejo del fedatario, habiendo suplido el vacío la jurispru-
dencia hasta unos límites extremos asentados en la tradición y la ética200.
Pero había quedado acuñada la figura jurídica singular del Notario del
porvenir. ¿Era el reconocimiento legal de un privilegio? Visto desde cier-
ta óptica hay que contestarse afirmativamente. Mas es preciso seguir con
el interrogante, ¿quien era el privilegiado? ¿El notario?. En todo caso,
también y ante todo la sociedad que le había venido demandando. Y de
serlo el notario, contrapesado por otras características de su ejercicio, unas
servidumbres que es ineludible reconocer. Pero no es este nuestro tema.
Naturalmente, como acto formalista, de solemnidad, el instrumento
notarial ha de ajustarse a los requisitos formales exigidos por su regula-
ción, in publicam formam. Es ello imprescindible para la adquisición de
su carácter público. Pero una vez confeccionado de esa manera, goza de
autenticidad a efectos probatorios, y concretamente ante las instancias
judiciales.

200
Cfr. LUIS CABRAL (notario mejicano), Caracteres del notario de tipo latino, CNL.1
(en las actas y tirada aparte); cita a Albert Amiaud, Traité formularie général alphabeti-
que et raisoné du notariat (París, 1923), donde son citados a su vez Demolombe y Aubry
et Rau; F. DUBAS, La responsabilité notariale (París, 1937) y RENÉ SAVATIER, Traité de
la responsabilité civile en droit français (íbid., 1939) además del Derecho Civil de Pla-
niol y Ripert.

594
El notarialista tiene la sensación pues de haberse hecho en Bolonia
la luz, tan secularmente esperada. Y de Bolonia irradió, en una ascensión
irresistible, a toda la Europa que como acabamos de decir iba a definir-
se cual la del derecho común. Lo que se manifestó simultáneamente de
manera definitiva en su adopción por el Derecho Canónico pontificio.
Un reconocimiento que tuvo la máxima solemnidad, en la decretal
de Alejandro III que ya hemos visto, a los ocho años de ser elevado en
1159 al sumo pontificado, cuando con su nombre de bautismo, Rolando
Bendinelli, ya lo venía practicando desde seis años atrás, el tiempo que
llevaba de cardenal cancellarius. Con arreglo a esa nueva ordenación,
sólo serían auténticos los documentos acordes a sus requisitos201. Un
detalle revelador es que esa decretal se promulgó para ser incluida en un
escrito dirigido al obispo de Worcester, o sea de un país donde no se
conocía el Notariado.
Esta coincidencia cronológica entre los dos derechos, Romano y
Canónico, y más que romano deberíamos decir Civil, en el contexto en
que nos movemos de la recepción y la Glosa, nos denota lo que antes
decíamos del paralelismo entre los dos ordenamientos, y la convenien-
cia e incluso necesidad de su estudio conjunto. No era baldío el rumor
que correría largo tiempo por las sacristías y curias, de que los títulos y
la sapiencia in utroque iure eran una buena recomendación para llegar al
episcopado.
Sin que podamos preterir la reflexión que se nos viene a las mientes
al valorar esta configuración que de nosotros notarios hicieron los Glo-
sadores: el que los escribas, de una manera empírica y sin pretensiones,
llegando a dejar a sus documentos hablar por sí mismos, preparando el
terreno espontáneamente para ese logro, desembocaran en esa consecu-
ción, denota una especie de ascensión de sus capacidades por la ineludi-
ble elevación ínsita en su menester, entonces aún no el del notario pero
sí el del escrito, de la misma manera que la moralidad y la habilidad téc-
nica de los escribanos anteriores a la rigurosidad de las oposiciones y los
estudios universitarios previos del notario de la Edad Contemporánea,
fueron exponentes de ese bienvenido contagio de la alteza del oficio. De

201
Además de los que tuvieran el authenticum sigilllum. En la etapa de introducción
del notariado latino, hubo territorios en que la concurrencia con los documentos sella-
dos la retrasó; para los municipales y episcopales de Bretaña, véase MICHAEL JONES,
Notaries and Notarial Practice in Medieval Brittany (CDV; II, 873-815). La documen-
tación de los tabellionages reales en Bretaña fue instaurada en una ordenanza de Juan
III (circa 1334-1341), quien para evitar fraudes decretó que los contratos se celebraran
en «es lieux solempniaulx, ou nos contracts son et seron establis de par nous, pour pas-
ser lesd lettres devant tabellions illecque ad ce deputez de par nous».

595
otro lado, no debemos olvidar que los Glosadores no tenían el deseo de
hacer un derecho ex novo, sino de interpretar y desarrollar el romano, en
todo caso actualizarlo.

EL «ARS NOTARIAE»

En este titulo, no se emplea el primer vocablo en el sentido de las


bellas artes, sino en la acepción secundaria de habilidad, manejo inclu-
so, en la dimensión artesanal, por lo cual ha habido notarios que han sen-
tido rebajado su menester en su adopción, como si equivaliera a negarles
categoría intelectual. Sin embargo, no había motivo para la suspicacia202.
La ciencia jurídica se les daba ineludiblemente por supuesta, y pen-
samos en la estrictamente notarialista, no sólo en la genérica civilista, a
falta de la cual desde luego tampoco se habrían podido desenvolver en
aquélla, lo que no justifica que los tratadistas de Derecho Notarial hayan
incluido en sus obras materias de derecho sustantivo porque sin ellas el
tamaño de sus manuales sería exangüe. Pensemos en el notario a la
cabecera del testador enfermo: ¿de qué rellenará las cláusulas del docu-
mento con seguridad de su validez si no está al tanto de las posibilida-
des y las limitaciones legales del otorgante para disponer de sus bienes?
El ars es una técnica situada entre la teoría y la formulación, adscri-
ta al terreno de la práctica pero dejada la última palabra al autor –que no
meramente redactor– del documento203.Cronológicamente, la formula-

202
No se nos pase por alto su traducción literal, «arte de la Notaría», que nos enlaza
con el nombre de la que fue primero facultad y luego escuela universitaria, Escuela de
Notaría llamada, la cual como hemos dicho impartía la licenciatura exigida para optar al
Notariado, antes de ser absorbida por la de Derecho ya después de la Ley de 1862.
203
Para el contexto notarial del país, G. CENCETTI, Il notaio medioevale italiano, en
las «Atti della Società Ligure di Storia Patria», nueva serie IV (1964) p.ix; él mismo La
«rogatio nelle carti bolognesi, en las «Atti e memorie della Deputazione di Storia Patria
per le provincie di Romagna» (=DSPR; 1960); él mismo Notariato Medievale Bologne-
se (CNN, 1977) 219-352; A. PRATESI, Appunti per una storia dell’evoluzione del nota-
riato, «Studi in onore di L.Sandri» (Roma, 1983) 759; A. LIVA, Notariato e documento
notarile a Milano (CNN, 1979); M-F. BARONI, Il documento notarile novarese; dalla
«charta» all’»instrumentum», en los «Studi di Storia Medievale e di Diplomatica» 7
(Milán,1982) 13-24; G. COSTAMAGNA, Il Notariato nell’Italia settenrionale [menos el
Tirol meridional, el valle de Aosta y Venecia] durante i secoli XII e XIII, (CDV;II, 991-
1036); él mismo, I notai del Sacro Palazzo a Genova, en las «Atti dell’Accademia Ligu-
re di Scienze e Lettere» (1954) y en los «Studi di Paleografia e di Diplomatica» (Roma,
1972) 217-224; él mismo, Il documento notarile genovese nell’etá di Rolandino, en las
«Atti del Convegno Genova, Pisa e il Mediterraneo tra Due e Trecento» (Génova, 1984=

596
ción aparece antes que el ars. El primer formulario conocido de estos
nuevos tiempos, el Formularium tabellionum, atribuido sin fundamento
a Irnerio, nos ha llegado a través de la Toscana, pero es la reelaboración
de otro boloñés, llevada a cabo hacia 1205204. Su distribución de la mate-
ria es cuatripartita –compraventa, enfiteusis, donaciones y testamentos–,
añadida después una quinta, pactorum et cautionum et aliorum contrac-
tuum extraordinarium.
Desde entonces, a lo largo de esa primera mitad del Doscientos, se
suceden los formularios de Padua (Corradino), Florencia, y Verona
(Ventura de San Floriano). La normalidad consiste en su extensión tanto
a lo judicial como a lo extrajudicial, lo mismo que lo estuvieron profe-
sionalmente los escribanos coetáneos y posteriores hasta la Edad Con-
temporánea, o sea in curia y extra curiam. Otro fue el Liber formularius
de Raniero de Perusa, en 1214205. El Speculum iudiciale, de Guillermo
Duranti, 1271-1276, es teórico y formularista a la vez206.
Diez o veinte años después, 1224 o 1234, apareció el ars notariae
del mismo Raniero207, precedido de su formulario mismo208 . El de Sala-
tiel, tuvo dos redacciones, de 1242 y 1253-1254209. El más difundido,

VII centenario de la batalla de la Meloria) 367-382; él mismo, Il Signum Communis e il


Signum Populi a Genova nei secoli XII e XIII, en la «Miscellanea di Storia Ligure in
onore di Giorgio Falco» (Génova, 1964) y «Studi» 337-347; él mismo, La diplomatica
del documento privato medievale della Liguria occidentale, «Rivista di Studi Ligure»
año 50, núm.4 (=Atti del Congresso «I Ligure dall’Arno all’Ebro») 195-203; V. PIERGIO-
VANNI (ed),Hinc publica fides, Congreso internacional (Colegio Notarial de Génova.
Génova, capital europea de la cultura; Milán, 2006); él mismo, Il notaio e la città. Esse-
re notaio, i tempi e i luoghi, secoli XII-XV, Congreso internacional en Génova (Milán,
2009); CLARA CUTINI, Signum notarii: il caso di Perugia (CDV; II, 1311-1325).
204
Editado por Giovanni Battista Palmieri, («Bibliotheca Iuridica Medii Aevi»=BIM,
1;Bolonia, 1888).
205
Aunque va camino del desuso empleamos la antigua denominación en castellano
de Perugia, por nuestro convencimiento de que la pérdida de las traducciones de los
topónimos cuando existen, es un empobrecimiento contra el que conviene reaccionar, y
que en España ha tomado proporciones pavorosas, una contaminación del idioma.
206
De interés para el cotejo de los textos entre sí, desde los formularios, es ROBERTO
FERRARA, La teorica delle «publicationes» da Raniero di Perugia (1214) a Rolandino
Passeggeri (1256) (CDV;II, 1053-1090).
207
Ed. L. WAHRMUND, en las «Quellen zur Geschichte des römisch-canonischen Pro-
zesses im Mittelalter» III/2 (Innsbruck, 1917); da detalles de la polémica sobre el título,
a que ya hemos aludido, como también lo hace Orlandelli, Genesi dell’»ars notariae»
nel secolo XIII, SM 3ª serie, 1ª suplemento (Spoleto, 1965) 329-366.
208
Editado por A.Gaudenzi, BIM,2 (1892).
209
Bono criticó la edición de Nuria Téllez y Pere Enric (Barcelona, 1996); cfr. GIAN-
FRANCO ORLANDELLI, Appunti sulla scuola bolognese di notariato nel secolo XIII per
una edizione della «Ars Notariae» di Salatiele, en los «Studi e Memorie per la storia

597
convertido en el clásico, es el de Rolandino (1207-1301, notario desde
1234, año en que aparece inscrito como tal, a pesar de su edad, en la
matrícula de Bolonia). Se trata de la Aurora o Apparatus super summa
notariae, que es un comentario incompleto, no anterior a 1280, de su
Summa artis notariae, ésta adicionada varias veces por otros autores,
sobre todo por Pedro de Unzola, notario desde 1275 y enseñante del ars
desde 1301 (+1312), dando lugar a la llamada Meridiana210 –comentada
por Pedro de Boateriis, notario desde 1285 y profesor de Notariado
desde 1292–.
Raniero es el primero que divide la materia en contratos, procesos y
testamentos, una tripartición inmediatamente consagrada. Incluye un
documentum generale de omnibus scribendis, que es una instrucción
integral. Sus modelos de documentos, menos los libelli de los juicios y
las sentencias, están redactados de manera objetiva, o sea en tercera per-
sona, salvo la suscripción notarial. Vemos pues que no había motivo
alguno para rechazar este sistema redaccional al adoptarlo nuestra ley
orgánica, como hizo Falguera, tildándole de novedad impuesta en algu-
nas provincias, si bien dando razones atendibles en defensa de la postu-
ra contraria –el «sépase» traducción del noverint universi–. En el
documento, Raniero distingue el tenor, que es la elaboración del conte-
nido de derecho sustantivo, y las publicationes exclusivamente docu-
mentales (fecha, lugar, testigos y otras menciones de esa índole).
De Salatiel hay que subrayar la terminante afirmación del carácter
público del notario, publica persona publicum officium gerens. Nos vuel-
ve con ello a salir al paso la constante de que sea esa índole pública el
espaldarazo legal a la función notarial ejercida con independencia, al
haber acertado a unir indisolublemente la cesión de la potestad funciona-

dell’Università di Bologna», nueva serie, II (1961) 3-53; y «Ars Notariae», edizione cri-
tica del testo, en las «Atti del II Congresso Internazionale della Societá Italiana di Sto-
ria del Diritto» I (Florencia, 1971) 551-566; él había publicado la suya en las Opera dei
Maestri, 2 (Istituto per la storia dell’Universitá di Bologna; Milán, Giuffré; 1961), según
el manuscrito B.1484 del Archigimnasio de Bolonia y los de la Nacional de París
lat.45593 y 4622.
210
Hacia 1255, inmediatamente después del Ars Notariae de Salatiel, salió la Collec-
tio contratctuum de Rolandino, colección de documentos sin aparato erudito ni comen-
tarios teóricos. La Summa se considera una transformación suya; ha sido editada por
Roberto Ferrara («Fonti e strumenti per la Storia del Notariato Italiano»=FNI,5;
Roma;1983). Sobre la fecha de la edición de la Aurora, ha escrito Orlandelli: Osserva-
zioni sul codice farfense 28 della Biblioteca Nazionale Centrale di Roma, en «Paleogra-
phica, Diplomatica e Archivistica. Studi in onore di Giulio Battelli» I (Roma, 1979)
305-313; y Sulla produzione libraria bolognese e parigina del secolo XIII e sulla data
di «edizione» dell’ «Aurora» di Rolandino, AIB (=Rendiconti, 70;1982) 103-107.

598
rista con una libertad que en definitiva era la misma de los súbditos indi-
viduales. De ahí también la consecuencia de que Salatiel formulara la
necesidad de que el nombramiento de los notarios fuese oficial, ora por
la auctoritas principis o de sus delegados a quienes el soberano hubiera
conferido esa facultad, ora por la auctoritas universitatis.
Su aportación se ha resumido en la precisión técnica, la cual instrumen-
tó al servicio de la práctica la secular experiencia universitaria de su ciudad
en el ámbito del Derecho Civil, sin olvidarse de los residuos longobardos
y feudales, en una teorética lineal pero completamente delineada211 .
Su escollo era su manera demasiado científica, con poco espacio a lo
pedagógico. De ahí que Rolandino le desplazara tomando el cetro de la
difusión definitiva, hasta las puertas del notariado contemporáneo212.

211
GIANFRANCO ORLANDELLI, Documento e formulari bolognesi da Irnerio alla
«Collectio Contractuum» de Rolandino (CDV;II, 1009-1039). GIORGIO TAMBA se ocupa
de la relación con la ciudad: L’Atto notarile nelle registrazioni pubbbliche bolognesi nel
secolo XIII (CDV;II, 1090-1106). Hay que tener en cuenta todas las entregas del Nota-
riato medievale bolognese=NMB; el volumen inicial se dedicó a los escritos de GIOR-
GIO CENCETTI (Roma, 1977). El primer notario ganado allí enteramente a las nuevas
fórmulas fue el que se firmaba Iohannes clericus primicerius et notarius Sancte Bono-
niensis Ecclesie; cfr. R. FERRARA, «Licentia exercendi», esame di notariato a Bologna
nel secolo XIII, NMB 2 (Roma, 1977) 47-120. Las críticas de Salatiel a los exámenes
municipales anteriores fueron irónicamente feroces, hoc refertur ad illos qui dum corti-
cem illi instrumentorum cordetenus didicerunt sicut adiscunt femine «Pater noster».
212
El mismo año se publicó la visión de CENCETTI, Rolandino Passeggeri, del mito
alla storia, en la «Rivista del Notariato» 4, 378-387; véase G. TAMBA (ed.), Rolandino
e l’ars notariae da Bologna all’Europa (Milán, 2002). Sigue vigente BRESSLAU, Lehr-
bücher der Ars Notariae, tomo primero del Handbuch der Urkundenlehre für Deuts-
chland und Italien (Leipzig,1912). El Consejo del Notariado ha reeditado con elegancia
la conferencia en esta Academia de Martínez Sarrión, Rolandino: ¿Epígono de los Glo-
sadores o adelantado de los «Commentatores?. La alborada documental del Trescien-
tos (Madrid, 2000). Como todos los escritos del autor, es un torrente de sugerencias que
hace difícil su primera lectura y siempre fructífera la relectura; concluye que «Rolandi-
no suministró a los commentatores la materia para ser también consiliatores, y sin
renunciar a su formación de glosador se convirtió en adelantado de commentatores y
consiliatores». Vallet de Goytisolo en su prólogo subraya que Odofredo, quizás discípu-
lo de Accursio, y maestro de Rolandino, fue uno de los puentes intermedios entre los
Glosadores y los Comentaristas. Recuerda que Accursio significó el agotamiento de los
Glosadores y así condujo a los Comentaristas o Potglosadores, quienes aplicaron el
Derecho Romano no ratione Imperii sino imperium rationis, como derecho común
entrecruzado con el feudal y con el propio de cada reino o territorio; sobre Odofredo, N.
TAMASSIA, Odofredo, DSPR XI (Bolonia, 1894) 183-225 y XII (1895 1-83 y 330-390).
Nosotros hemos prescindido aquí de la azarosa vida de Rolandino- tan turbulentamente
conocida, a diferencia de la del casi ignoto Irnerio- e incluso de su participación en la
polémica entre los antiguos y los nuevos, y de los veinte años de silencio que se impu-
so antes de la Collectio contractuum y la Aurora.

599
Para el Colegio Notarial de Madrid es un timbre de gloria la edición de un
facsímil de la Aurora acompañado de su versión castellana, el libro monu-
mental que es la huella perenne del Congreso de 1950, el segundo del
Notariado Latino, y que incluye el estudio titulado El documento notarial
y Rolandino, de su impulsor Núñez Lagos, quien justificó su elección,
conmovido por la evocación, al consolidarse la Unión, del primer momen-
to internacional que con Rolandino había tenido el notariado europeo; «el
primer notario latino que con sus fórmulas y sus escritos traspasó los lími-
tes de espacio y tiempo, las fronteras de su patria y de la historia213».
Posteriormente escribieron Bencivene de Nursia o Spoleto (Formu-
larium; 1235214), el Aretino llamado así por ser de Arezzo (Summa;1240-
1243215), y en Bolonia Zacarías (Summa artis notarie, circa 1271216). En
Belluno se escribió la Summa notariae (1299217).
Recapacitando, hay que convenir en que la difusión, inmediata y a
largo plazo también, de estos tratados218, es la prueba definitiva de que
había sonado su hora, la del Notariado Latino . Tanto que estamos seguros
de que los mismos autores sentían que estaban escribiendo para el futuro
aunque sin perder su actualidad vertiginosa. Los Marculfi monachi Formu-
larum libri duo habían pasado a la historia, a la precedente de los escribas
que en silencio habían abierto secularmente los caminos a esta nueva219.
La diplomatista Giovanna Nicolaj, profesora en La Sapienza de
Roma, ha estudiado cum amore el Notariado italiano medieval, del que
ha llegado a un conocimiento profundo220. Nos parece conveniente expo-
ner su visión para cerrar este dominio bononiense221.

213
Así terminaba: «No se trata de dar vigencia a fórmulas y conceptos del siglo XIII. Sin
embargo, hay mucho que aprender en el documento notarial de la Edad Media. El secreto
del limo está en el curso superior del río; el del instrumento público en la Edad Media».
214
Ed.G.Bronzino, nueva serie de los «Studi e ricerche delle Facoltá di Lettere
dell’Università di Bologna» 14 (1965).
215
Ed.C.Cicognari, BIM 3 (1901).
216
R. FERRARA, La «Summa» di maesro Zaccaria dal ms.lat.4595 della Biblioteca
Nazionale di Parigi, AIB (Rendiconti, 63»; 1976) 189-255.
217
Ed.Palmieri, BIM 3.
218
Fenómeno que llegó a llamarse «diaspora dello studio bolognese».
219
Edición de Marculfo, con notas, de Alf Udholm (Upsala, 1962). Martínez Sarrión
cita a HEINZ ZATSCHEK, Die Benutzung der Formulae Marculfi und anderer Formular-
sammlungen in den Privaturkunden des 8.bis 10.Jahrhunderts («Mitteilungen des Öste-
rreichischen Institut»).
220
Está de acuerdo con Brunner frente a Schiaparelli, defendiendo la traditio char-
tae, como un requisito de la misma trascendencia que la firma de las partes, la absolu-
tio, y en el documento tabeliónico la completio.
221
Documento privato e Notariato. Le origini, (CDV; II, 973-990).

600
En la Alta Edad Media, el Notariado había ganado terreno en el
ámbito contractual, pero le había perdido en el procesal, pues el dere-
cho germánico había impuesto su sistema de la prueba global. Así las
cosas, a fines del primer milenio los notarios tenían ya un ministerio
público, y con los jueces integraron la primera oleada de los hombres
de leyes que, juntamente con los causidici o doctores, llegaron hasta
Irnerio. Eran una clase más dinámica y renovadora que los legistas
palatinos anclados en la tradición longobarda222. Representaban una
cultura jurídica que de arte se había hecho ciencia, y en consecuencia
era experimental. En Ravena la fides llegó a medio de prueba, y la sti-
pulatio se definía como un contrato formal; en Toscana se distinguía
entre las funciones negocial y probatoria de la documentación –aquí
hay que recordar la insistencia en ello de Núñez Lagos, en su búsque-
da de lo esencial del notario y el instrumento–; en Roma y en Ravena
se recuperó la traditio corporis como acto de transferencia de bienes, y
en los juicios se abrió paso un procedimiento «románico» de una ins-
trucción más amplia.
En Arezzo dominaron223, y en Bolonia tanto que Giorgio Cencetti ha
señalado su influencia en el nacimiento de la Universidad224 . La profe-
sora Nicolaj subraya su «anima notarile», siempre moderna y polariza-
da hacia la práctica. Los notarios cambiaron las estructuras y las
fórmulas, y de sus cláusulas meditadas y a veces didácticas surgieron
nuevas reflexiones sobre los contratos y su prueba.
«En un impacto anterior a la civilística boloñesa en materia de
contratos y de la canonística en materia de prueba, la ciencia notarial
entre los siglos XI y XII, separó en la escritura una función que fir-
mat, perficit, confirmat el negocio, de una función que exibet,
demonstrat el hecho o la res gesta como decían, y mientras de un lado

222
E. CORTESE, Legisti, canonisti e feudisti: la formazione di un ceto medievale, en
«Università e Società nei secoli XII-XVI. Atti del novo Convegno Internazionale di Stu-
dio. Pistoia, 20-25 settembre 1979» (Bolonia, 1982) 195-281, e Intorno agli antichi
«iudices» toscani e ai caratteri di un ceto medievale, en los «Scritti in memoria di
Domenico Barillaro» (Milán, 1982) 4-38.
223
G. NICOLAJ, Storie di vescovi e di notai ad Arezzo fra X e XII secolo, en «Il Nota-
riato nella civiltà toscana. Atti di un convegno, maggio 1981» (Roma, 1985) 148-170.
224
«Studium fuit Bononie». Note sulla storia dell’Universitá di Bologna nel primo
mezzo secolo della sua esistenza, en los SM, serie III, 7 (1966) pp.793-794, e Il Notaria-
to medievale italiano, en los «Annali della Facoltà di Giurisprudenza dell’Universitá di
Genova» 4 (1965). Está publicado el Liber sive matricula notariorum comunis Bononiae,
1219- 1299 (ed.R.Ferrara y V.Valentini; FNI, 3; Roma, 1980); véase, G. TAMBA, Una cor-
porazione per il potere. Il notariato a Bologna in ettà comunale (Bolonia, 1998).

601
recuperaba los varia nomina contractuum, los diversorum genera
negotiorum, por otra parte reavivó el significado de una memoria que
superaba el oblivio y era un optimum testimonium, individualizando
un cercado para sí».
Officium equivalía a ministerium225, y officium y ministerium confi-
guraban una función de interés público, o sea al servicio de la autori-
dad y del poder, asumido estatalmente a la hora de la defensa de sus
atribuciones frente a la Iglesia universal y a la autonomía municipal. Su
herramienta tipificadora era la publica fides atribuida a las escrituras de
los particulares. Por eso el Notariado, ut est mos notariorum et vassa-
llorum, por fidelidad a sí mismo y a lo que atestiguaba, juró fidelidad
al Príncipe.
Preferimos dejar en el idioma original su último párrafo: Ma la vola-
ta conclusiva di questa stafetta secolare, corsa in libertà da intelletto e
fantasia, finisce ormai nelle maglie della ragione, perche ormai, a quel
traguardo che é l’avvio dell’istituzione, un’altra storia chiede alle legit-
timazioni del Regno e della Chiesa e alle argomentazioni dei professori
dello Studio, come direbbe un poeta, «lineamenti fissi, volti plausibili o
possessi226». ¿No estaban estas cualidades en la investidura del dar fe, a
apostillamos nosotros, no pueden definir el nihil prius fide? Desde luego
que sí.
Antes de dejar Bolonia, y no decimos que con pena porque, enten-
dido literalmente, el abandono de la que entonces se llamó «república
de notarios», no es posible para ningún notario que mire al pasado de
su función, es un deber atraer la atención hacia un aspecto a primera
vista sorprendente, la veste de la alta filosofía pretendida por aquellos
maestros aleccionadores de su definitivo menester, el instrumento227.
Así la división cuatripartita de la materia en el Liber formularius de
Raniero se ha visto inspirada originariamente en una cosmogonía de
colorido neoplatónico, y él mismo empezó su Ars notariae, la primera
palabra, con el nombre de Aristóteles, mientras que la tripartición era
defendible por corresponder a las tres necesidades del hombre en la
dimensión patrimonial de su paso por la tierra, paciscendo, litigando,
disponendo.
Llegados aquí, hemos agotado el argumento. Detallar los mecanis-
mos legislativos o de cualquier índole por medio de los cuales en cada

225
Por ejemplo en los vocabularios de Papia y Alberico de Rosciate.
226
E. MONTALE, Ossi di seppia. Mia vita, a te non chiedo lineamenti.
227
G. COSTAMAGNA, Dalla «charta» all’ «instrumentum», en «Notariato medievale
bolognese» (Congreso del CNN, II; Roma, 1977) 1-26.

602
país adoptaron el nuevo sistema se sale de él. ¿Podría hablarse también
de una continuación de la tendencia al notariado latino en los territorios
reacios al mismo? En todo caso, el tema sería distinto aunque emparen-
tado con el nuestro, tanto por los supuestos de hecho –a veces acaso un
apego consciente a la antigua tradición propia– como por las posibles
respuestas. Por otra parte esos caminos nos llevarían a la historia del
Notariado sin más todo a lo largo del antiguo régimen, y llegarían a
entroncar en la actualidad con un Derecho Notarial comparado, aunque
excluido siempre el anglosajón.
Únicamente vamos a dar algunas muestras de la situación en ciertos
países o tierras desde que en Bolonia se alumbró el ars Notariae y sus
secuelas, por ilustrativas de la problemática que hubo de afrontarse lle-
gada la hora de su recepción, e incluso del mantenimiento de ciertas
reminiscencias actuales.

EL EJEMPLO DE FRANCIA

El caso francés es el más revelador para apuntalar nuestro leitmo-


tiv de la larga búsqueda del Notariado y la consumación de su uni-
dad, a veces increíblemente lenta, en geografías legales diversas228.
Para valorarle debemos comenzar distinguiendo el Sur del Norte,
separados por la línea Burdeos-Ginebra, bien sabido es que de histo-
ria jurídica diferente –derecho escrito de un lado y costumbre del
otro–, siendo el septentrional único destinatario de la definición que
va a seguir, pues el mediodía siguió la evolución del patrón italiano,
con influencia catalana, sobre todo en Provenza, definición formula-
da por su mejor conocedor, el archivero Robert-Henri Bautier229: «La
Francia medieval presenta, sin ninguna duda, el muestrario más com-
pleto de todos los tipos de instituciones destinadas a conferir un
valor auténtico a los documentos particulares, una complejidad de

228
ROBERT-HENRI BAUTIER, L’authentification des actes privés dans la France medie-
vale. Notariat public et juridiction gracieuse (CDV; II, 701-771). Es ineludible seguirle
en este excelente estudio, y como siempre sigue imprescindible Bono (Historia I, 2,
pp.97-100; sobre las cancillerías escabinales en Francia y Países Bajos).
229
Hubo infiltraciones del Norte en el Sur, las cuales implicaron para éste un retro-
ceso, aunque predominó la situación inversa; pensamos en la aparición alguna vez de
sellos reales y bulas de plomo en los documentos ya notariales del mediodía. A la fuer-
za hubo de haber alguna convivencia de ambos en las regiones limítrofes- Angoumois,
Limousin, Marche, Auvergne, Velay-. Determinar si esa partición de la geográfia jurídi-
ca tuvo su paralelo en la lingüística, como se ha pretendido, no interesa a nuestros fines.

603
instituciones antes de llegar a la situación unificada de la época con-
temporánea».
Chocante nos parece a primera vista la pretensión del obispo de Mar-
sella en 1249, de reivindicar, al nombrar un notario, la autoridad de Dios
que para ello le había sido concedida –a divina potestate nobis conces-
sa, jurisdictio creandi et nominandi publicos notarios–. Menos frívolos
a la primera impresión si se dejan a un lado las apariencias verbales, fue-
ron los notarios de Toulouse, que por el prestigio de su formación uni-
versitaria eran requeridos para actuar fuera de su territorio, lo que les
alentó a reclamar una competencia extendida a todo el planeta, ubique
terrarum.
Pero si reflexionamos, las dos posturas pueden ser estimadas con
seriedad. El prelado estaba convencido del origen sacramental de su
ministerio, y en cuanto a la valoración de esa potestad concreta, hay que
verla como la excelsitud que en su mente tenía el testimonio de la vir-
tud ineludiblemente suprema de la verdad, de que los por él investidos
gozarían230. En cuanto a los tolosanos, hay que reparar también en la
misma indivisibilidad y unicidad de la verdad misma. Falguera escribió
que por eso la facultad notarial era la única que no tenía fronteras231. La
sola diferencia era que éste, a diferencia de aquéllos, exigía la compe-
tencia territorial del notario actuante, mientras que los de Toulouse pre-
tendían extender a todo el globo su propio distrito.
En el mediodía, la sucesión de los escribas por los notarios públi-
cos, luego notarios reales, no se había diferenciado en lo esencial del
resto de la Europa mediterránea de su área, como tampoco sus medios
de autenticación en la etapa prenotarial, siendo las variantes equivalen-
tes a otras y nada específicas, variada también la confirmación por la
autoridad real, condal o señorial, incluso abacial o episcopal, mediante
el sello, a veces precedido, desde Carlomagno,de un juicio fingido, ante
los echevins, scabini o escabinos –¿en funciones de jueces cartula-
rios?–, un dato que, al aplicar las capitulares de ese emperador, denota
menos desarrollo notarial que en Italia ya con sus colegios de escri-
bas232. Hubo también confirmaciones por los sumos pontífices y por los

230
Cfr. L. CARDONA, La fe pública en la Filosofía del Derecho, «La Notaría» 81
(1946).Recordemos lo que Pedro de Unzola escribió en Bolonia. tabellionatus scientia
divino quodam motus ad totius reipublicae sustentationem promulgata.
231
Las legalizaciones para el extranjero serían meros trámites administrativos.
232
G. DUBY, Recherches sur l’évolution des institutions judiciaires pendant le Xe et
le XIe siêcle dans le sud de la Bourgogne, en «Le Moyen Age» (=MA; 52, 1946-1947)
149-194 y 15-38.

604
reyes –a menudo en los altos que éstos hacían en sus caminos constan-
temente movibles–233.
Bautier señala el origen más urbano que rural del nuevo Notariado,
a principios del siglo XIII. Los municipios o «Consulados» mercantiles
nombraban notarios que al principio requerían la autenticación del sello
de la ciudad234. El paso siguiente y definitivo fue su sustitución por el
signo del propio notario.
En 1291, Felipe III decretó la obligatoriedad del sello real para todo
el reino, lo cual implicaba una reacción contra el sistema boloñés, pero
la protesta fue tan unánime e inmediata que la innovación fue suspendi-
da con una urgencia desacostumbrada, hasta ser abolida trece años des-
pués, mediante la promulgación del llamado «estatuto del notariado
meridional». Los llamados «sceaux riguoreux» posteriores, de «jurisdic-
ción voluntaria», equivalían más bien a una legalización235.
Doce años más tarde, Luis X dio la contrapartida al septentrión,
revocando todos los nombramientos de notarios públicos allí, in terris
aut locis qui reguntur per consuetudinem, donde el panorama era com-
plejo, con sistemas de la gracieuse jurisdicción muy variados y comple-
tamente diferentes entre sí.
Bautier enumera los Records o contratos, ante los escabinos o sea judi-
cialmente, y en presencia de testigos unas veces sin más, otras ante testi-
gos privilegiados que eran hombres buenos de nombramiento comunal, y
en fin ante jurados de la ciudad236. Las cancillerías escabinales llegaron a

233
Y. DOSSAT, Unité et diversité de la pratique notariale dans les pays de droit écrit,
en los «Annales de Midi» 34-35 (1956=Hommage á François Galabert) 75-83; Mª-L.
CARLIN, La pénetration du droit romain dans les actes de la pratique provençale, XIIe
et XIIIe siécles (París, 1967); P. SALIÈS, Origine et developpement d’un notariat publi-
que: les notaires créés par les capitouls de Toulouse, en las «Actes du 88e Congrès
National des Societés Savantes» (Clermont Ferrand, 1963») II, 844-858; R. AUBENAS,
Etude sur le notariat provençale au moyen age et sous l’ancien regime (Aix, 1931); ade-
más de A.de BOÜARD (Manuel de diplomatique cit).
234
Posteriormente se dio una concurrencia endémica entre los notarios de uno u otro
nombramiento en el mismo territorio. Bautier cita el caso del arzobispo de Narbona; al
nombrar un notario, su competencia resultó concurrente con las de los obispos de Nimes,
Uzés, Mende, Viviers y Albi, y con el Consulado de la ciudad, el Conde, y varios baro-
nes meridionales.
235
Como para las ferias de Champaña, donde actuaban también notarios italianos.
Otro fenómeno era la acumulación por algunos notarios de multiplicidad de nombra-
mientos, papal, imperial, real, episcopal, judicial, y del prebostado.
236
R-H. BAUTIER, Du scabinat carolingien à l’échevinage communal. Le problè-
me de l’origine des échevinages médiévaux, en el coloquio «Les chartes et le mouve-
ment communal» (Societé académique; Saint Quentin, 1982) 59-81; H. SELLIER,
L’authentification des actes par l’’échevinage dans le nord de la France (Lille, 1934);

605
los Países Bajos, donde tuvieron mucha difusión. Sus noticias o resúme-
nes pasaban a veces al archivo municipal, convertido de esa manera en
locus credibilis, mientras que esos escribas eran llamados «de arca» por el
mueble en que aquéllas se guardaban, a no serlo en sacos o armarios.
A esa jurisdicción local seglar hizo a veces competencia la eclesiás-
tica, en la vecindad alemana guardada su documentación en las parro-
quias o registrada en rollos –Schreinskarten– o libros –Schreinsbücher–.
En el arzobispado de Colonia las escrituras eran redactadas por los
amans –palabra de connotación administrativa–, sistema extendido al
otro lado de la actual frontera, con subsistencia hasta 1728237.
Mas lo que, como ya nos podíamos esperar y desde nuestro punto de
vista es esencial, es que en las ciudades se dieron cuenta de la mayor efi-
cacia de los escribas del mediodía, y llegaron de hecho a su institucio-
nalización local238, registrándose su documentación como en el caso
anterior en rollos o libros –Schöpfenbücher alemanes, Antmanbücher
suizos–,y acabando por dar lugar como expresa Bautier, a su transforma-
ción en una especie de notariado, aunque venciendo las consiguientes
oposiciones239.
Los pilares del sistema arcaico que se le enfrentó fueron por una
parte los quirógrafos o cartas partidas, documentos divididos en dos
mitades, con el corte en medio de un renglón, que al conjuntarse hacían
prueba, y habían llegado ya en el siglo X al continente –Renania y Lore-
na– desde Irlanda, tres centurias después de usarse en la isla; por otra los
sellos, al principio exigiéndose la municipalidad de éstos, hasta aparecer
en el siglo XIII unos sellos judiciales, ad causas.
De este paisaje jurídico nos ha quedado la visión de conjunto de una
autenticación dispersa y una conservación insegura, siempre medianas y
dependientes de las circunstancias locales, en la cual de cuando en vez

L. VANDERKINDERE, Notice sur l’origine des magistrats communaux, «Bulletin de


l’Académie Royale de Belgique», 2ª serie, 38 (1874); H. NELIS, Etude diplomatique sur
la juridiction gracieuse des scabins en Belgique», en los «Annales de la Societé
d’émulation de Bruges» 80 (1937).
237
R. HÖNIGER, Kölner Schreinsurkunden des XIIe Jahrhunderts (Bonn, 1884-1894);
KLAUS MILITZER, Schreinseintragungen und notariatsinstrumente in Köln,
(CDV;II,1195-1224); GILBERT CAHEN, L’amandellerie. Institution messine de juridiction
gracieuse au Moyen Age, en las «Memoires de l’Académie nationale de Metz», 5ª serie,
12 (1966-1967) 89-119 y 14 (1972) 139-189.
238
G. DES MAREZ, Les seings manuels des scribes yprois, en el «Bulletin de la Com-
mission royale d’histoire de Belgique» 5ª serie, IX,4, (1889).
239
Así, hasta la Revolución, en el Hainaut, donde se contrataba ante los hombres de
fief del tribunal feudal- llamados de fief sur plume porque también sellaban-, luego ante
meros escribas; un «notariado bajo el sello» que dice Bautier.

606
asoma el notariado del sur o sea el nuestro latino, lo bastante para corro-
borarnos en el convencimiento de esa tendencia constante a él, también
en esa parte del país retrasada por el apego a una tradición más y más
pretérita hasta en una etapa ya muy tardía.
El sello autenticador se impus:o sello del señor que se obtenía tras
una comparecencia recordatoria de la confessio in iure romana, algunos
incluso sellos de particulares de buena fama –famosus et bene cogniti–,
que llevaban consigo una presunción de autenticidad, y sobre todo los
sellos de los obispados, cargados con esa función al servicio de las per-
sonas privadas, ejercida por el obispo mediante sus oficialías, instituidas
para todas las cuestiones jurídicas y extra240. Era natural que se descen-
tralizaran y dotaran de auxiliares, clerici jurati o tabeliones sin más. Ello
tan eficaz que acabó siendo sustituido por un sistema real equivalente, a
partir de Felipe Augusto en 1204.
Un paso significativo aunque sólo local fue el de san Luis, desde
1234, al principio de su mayoría de edad, extendiendo a la «jurisdicción
voluntaria» la competencia del Châtelet o prebostado real de París, que
era el tribunal de más competencias en la capital, al cual concedió enton-
ces un sello propio como el que tenían muchas ciudades del norte241. Era
el inicio prestigioso de esos sesenta notarios de la corporación capitali-
na, que así se llamaron en sus nuevos estatutos esos clerici jurati –«los
notarios de San Luis»–. A la vez se fue extendiendo por todo el reino el
llamado sello de jurisdicción242.

240
P. FOURNIER, Les officialités au moyen age (París, 1880). Empezaron entre 1168 y
1175 en Reims, «l’un des diocèses les plus lourds de la chretienté» en frase de Bautier.
Los estudios posteriores apenas tienen interés para nosotros, pues se confinan en el
aspecto canónico; véase L-C. BARRÉ, L’organisation de la juridiction gracieuse à París
dans le dernier tiers du XIIIe siècle, MA,79 (1963) 418-435.
241
Ch. DESMAZES, Le Châtelet de París (París, 1863); A.de. BOUÄRD, Etudes de
diplomatique sur les actes des notaires de Châtelet de París en la «Bibliothèque de
l’Ecole des Hautes Etudes , Sciences historiques et philologiques», 186 (1910); F. MAI-
LLARD, Les soixante notaires du Châtelet, MA (1967) 65-71; R-H. BAUTIER, Les origi-
nes du brevet notarié à París: le brevet scellé du contre-sceau de Châtelet au XIVe siècle
BEC,139, 1 (1981), 55-75. Esos «brevets» eran minutas de una índole abusivamente
provisional y no se conservaban; materialmente «scellés sur une simple queue repassée
dans une fente du support pour en éviter la déchirure (selon le système que j’ai [Bautier]
appelée queue parisienne).
242
R-H. BAUTIER, Origine et diffusion du sceau de juridiction; «Académie des Ins-
criptions. Comptes rendus des séances» (1971) 304-321; y su recopilación de artículos,
Chartes, sceaux et chancelleries. Etudes de diplomatique et de sigilographie médiéva-
les (París, 1990). A fines del Doscientos, Felipe de Beaumanoir, en sus Coutumes de
Beauvais, incluyó lo que Bautier llama teoría jurídica del sello.

607
En 1280 el rey Felipe tomó una medida generalizadora que fue el
adecuado golpe a la un tanto anárquica situación imperante243. Mandó
que en todas las bailías hubiera unos hombres buenos que decidieran el
sellado de los contratos, estando ahí el origen de las llamadas lettres de
baillie, luego lettres de prévoté.
La clientela fue tan nutrida que hubo que recurrir para atenderla a
instituir los tabeliones reales, sistema de tabelionage en el cual ellos
coincidían con las otras dos categorías, a saber el guardasellos, y los
jurados o sucesores de los hombres buenos de antaño, ante los cuales se
comenzaban los trámites de la contratación, formalizando después la
escritura el tabelión244. «Un esquema a partir del cual todas las evolucio-
nes eran posibles», como escribe Bautier245. Mas a pesar de todo, no
había prisa. Hasta 1542 no fueron reconocidos por la monarquía los
notarios reales, que en 1597 se fusionaron con los tabeliones, teniendo
desde entonces el título de notarios reales todos, lo cual equivalía a una
equiparación de los del norte a los del sur.
Mas no se debe perder de vista la conjunción de varias situaciones
que infiltradas y pujantes acabaron minando el complicado arcaísmo.
Pues en el norte también se cultivaba e influía cada vez más el Dere-
cho Romano, y la unidad institucional daba la mano a la centralización
monárquica.
Aunque sólo a partir de 1697 los notarios de París tuvieron potestad
de sellar ellos mismos sus documentos, investidos así de la potestad de
guardasellos, y los del resto de las provincias del norte todavía más
tarde, ya en el siglo siguiente que sería el último del antiguo régimen, a
partir de 1706. Desde entonces la situación de todos fue muy parecida a
la de sus colegas meridionales.
Nada más subsistieron algunos residuos locales, pero bastantes para
que concluyamos que la unidad total del cuerpo notarial y el reconoci-
miento terminante de su carácter público, investido por el poder estatal,
fue obra, lo que menos habría podido esperarse, de la Revolución, la

243
L-C. BARRÉ, L’ordennance de Philippe le Hardi et l’organisation de la juridiction
gracieuse, BEC, 96 (1935) 5-48.
244
Por un edicto real de 9 de mayo de 1365, se creó el Collège des Notaires et Secre-
taires du Roi et Maison de France, invocando a los cuatro evangelistas, escribas de la fe
católica. Su sede para los actos religosos era el monasterio de los Celestinos de París,
celebrándose la función principal el día de San Juan de mayo. Así, lo mismo que por el
testimonio de los evangelistas se daba crédito a la fe católica, por sus signos se creía a
los notarios y secretarios del Rey.
245
M. ARNOUX y O. GUYOTJEANNIN (eds.), Tabellions et tabellionages de la France
médievale et moderne (BEC; 2011).

608
cual en la ley de Ventoso que ya conocemos llegó hasta donde no lo
había hecho la monarquía absoluta con sus facultades unificadoras.

LAS LÍNEAS DIFUSORAS

La irresistible expansión del notariado de Bolonia fue un proceso


dominado ante todo por la naturalidad, como la caída de una fruta madu-
ra, tras la larga búsqueda, un fenómeno que dio sus últimos coletazos en
el mundo contemporáneo, pero ello no entra en nuestro argumento.
Lo que dejamos expuesto del sistema instaurado en Colonia nos abre
la puerta al conocimiento de la situación en el resto de Alemania donde,
a comienzos del siglo XIII se vivía una reacción negativa que había
reducido drásticamente el papel de la forma escrita en el negocio jurídi-
co y en su prueba246.
El legado carolingio se disolvió en el particularismo feudal, por lo que
no hubo cancellarii judiciales autenticadores. La seguridad quedó despla-
zada a la corroboración testifical del documento y se llegó al menosprecio
de éste. «Constitutivo (carta) o no (noticia) –escribe Bono– se le conside-
raba irrelevante, degenerado, como una mera relación de la actuación con-
tractual y reseña de los testigos, hasta sustituirle por la consignación
extractada en registros particulares o por formas extrínsecas (carta divisa).
Ello condujo al oscurecimiento del papel de los escribas y a la irrelevancia
de su intervención, siendo la mayoría ocasionales, y a menudo anónimos,
lo cual ya sabemos era más significativo en esas andanzas negadoras247».

246
F. OESTERLEY, Das Deutsche Notariat. 1,Geschichte des Notariats. 2, Darstellung
des geltenden Rechts (1842); P-J. SCHULER, Geschichte des südwestdeutsche Notariats,
von seinen Anfángen bis zur Reichsnotariats Ordnung von 1512 («Veröffentlichung des
Alemannischen Instituts» 39; Friburgo, 1976); él mismo, Fortleben des Notariats in Ver-
waltung und Urkundenwesen im Spätmittelalterlichen Deutschland (CDV; II, 1225-
1258); S. BADER, Die Klerikernotare des Spätmittelalters im Gebiet nördlich der Alpen,
en «Speculum iuris et ecclesiarum; Festschrift W-M.Plöchl», ed. H.Letze y J.Gampl;
Viena 1967); F. LUSCHER, Notariatsurkunden und Notariat in Schlesien von der Anfän-
gen (1282) bis zum Ende des 16.Jahrhunderts («Historisch Diplomatische Forschun-
gen» 5;Weimar, 1940); E. MAYER, Das Mainzer Notariat von seinen Anfängen (1292)
bis zur Auflösung des Kurstaates (tesis; Maguncia, 1953); F-L. KNEMEYER, Das Nota-
riat in Fürstbistum Münster (tesis; Münster, 1964).
247
Ya hemos citado el Handbuch de Bresslau; G. SEELIGER, Kanzleistudien. Das
Kammernotariat und der archivalische Nachlass Heinrichs VII (1890); G. BURGER, Die
südwestdeutschen Stadtschreiber im Mittelalter (Böblingen, 1960); SIGFRIED-H. STEIN-
BERG, Goslarer Stadtsschreiber und ihr Einfluss auf die Ratspolitik bis zum Anfang des
l5.Jahrhunderts («Beiträge zur Geschichte der Stadt Goslar», 6; 1933). Para la órbita

609
Se impone diagnosticar de involución histórica este estado de cosas.
No es posible liberarse de la sensación agobiante de intenso arcaísmo a
la primera ojeada, y a diferencia del caso de Francia no se contaba con
un ejemplo equivalente al de su mitad sur.
Era de necesidad ordenar algo ese paupérrimo caos, y ello se obtuvo
en el Norte y el Este por la constancia de los contratos y demás actos en
los libros municipales –Stadtbücher, cuyo germen hemos ya visto en
Colonia–, y en el Sur y el Oeste por el documento sellado, municipal o
judicialmente248. Se contrataba ante los jueces, jurados y testigos, y se
guardaba un extracto del convenio, al principio en los rollos249 y luego
en los libros. La fe se obtenía mediante el sellado por la ciudad o por el
tribunal250. El Stadtschreiber o secretario del ayuntamiento redactaba
también para los particulares.
Así las cosas, la aparición del nuevo Notariado fue parsimoniosa,
aunque no tardía en toda la geografía alemana, en la cual consta ya
desde el mismo siglo XIII, haciéndose esperar hasta el siguiente en
Turingia y Sajonia251. Fueron más corrientes los notarios imperiales que

eclesiástica, T. GOTTLOB, Die Offiziale des Bistum Basel im Mittelalter (1952); A.


BRAUN, Der Klerus im Bistum Konstanz am Ausgang des Mittelalters (Münster, 1938);
F. MICHEL; Zur Geschichte der geistlichen Gerichtsbarkeit und Verwaltung der Trierer
Erzbischöfe im Mittelalter («Veröffentlichung der Bistumarchiv» 3; Tréveris, 1953); de
la abundante documentación monástica sólo citamos cual muestra a H. MOSLER, Urkun-
denbuch der Abtei Altenberg («Urkundenbücher der Geistlichen Stifter der Nieder-
rheins»,3; Bonn-Düsseldorf, 1912-1955).
248
Véase Bono (Historia I,2, pp.100-109) sobre los libros municipales y otras insti-
tuciones en territorios alemanes, en su estudio de la reacción frente a la instauracion del
nuevo notariado.
249
R. HOENIGER, Der Rotulus der Stadt Andernach 1173-1256 («Annalen des histo-
rischen Vereins für den Niederrhein»=AVN 42 ,1884).
250
La bibliografía coloniense es abrumadora. Ya hemos citado CDV II, 1195-1220;
F. LAU, Entwicklung der kommunalen Verfassung und Verwaltung der Stadt Köln bis
zum Jahre 1396 («Preis-Schriften der Mevissen-Stiftung», 1; Bonn, 1898); Kölner
Schreinsurkunden der zwölften Jahrhunderts («Quellen zur Rechts- und Wirtschaftsges-
chichte der Stadt Köln; Publikationen der Gesellschaft für Rheinische Geschichtskun-
de»(Bonn;ed.R.Hoeniger)1; H. ROERSTER, Die Organisation der erzbischöfliches
Offizialatsgerichts bis auf Hermann von Wied, «Zeitschrift der Savigny-Stiftung für
Rechtsgeschichte» 11 (1921); R. HOENIGER, Urkunden und Akten aus dem Amtleutear-
chiv des Kolumba-Kirchspiels zu Köln, AVN 46, 1887; H. PLANITZ, Konstitutivak und
Eintragung in der Kölner Schreinsurkunden des 12. und 13 Jahrhunderts, («Festschrift
Alfred Schulze»; Weimar, 1934); G. ADERS, Das Testamentsrecht der Stad Köln im Mit-
telalter («Veröffentlichungen der Kölnischer Geschichtsvereins» 8; 1932),-cfr.notas 64
y 66 de Schreinentragungen.
251
L. KOECHLING, Untersuchungen über die Anfänge des öffentlichen Notariats in
Deutschland («Marburger Studien zür älteren deutschen Geschichte»; Marburgo, 1925);

610
los notarios papales. Su competencia territorial, nada menos que exten-
dida a todo el Sacro Romano Imperio, era un arma de dos filos para su
prestigio y la naturalización del sistema, tan débil que había textos que
daban por desconocidos a los tabeliones252. Estuvo favorecida la institu-
ción allí por la recepción romanista, cual por doquier253.
En Estrasburgo, entonces en el área germánica, el humanista Jacobo
Wimpfeling estableció una escuela del Notariado. No hace falta resaltar
la significatividad del dato254. En Hildesheim, a fines del siglo XIV se
escribió un tratado del «ars», Notabilia pro notario publico, cuyos capí-
tulos, regule novi formularii, se titulaban de instrumento donationis, de
testamentis, de agapito et emphiteosi, de sponsalibus et matrimoniis, y
de instrumento recognitionis255.
En Bohemia el notariado libre entró algo más tarde256, citándose
como el primer documento conservado de este öffentlichen Notare el
testamento de un profesor de medicina otorgado en Praga el año 1320,
et ego Thomas de Fractis, publicus apostolica et imperiali auctoritate
notarius, predictis omnibus et singulis una cum dictis testibus [Vozylaus
decanus et Thomas archidiaconus Pragensis] presens interfui et omnia et
singula aut preces supradicti magistri Johannis testatoris scripsi et
publicavi meamque consueto signo signavi257.
En Hungría se retrasó el Notariado sencillamente porque se había
retrasado el uso oficial de la escritura, que comenzó con la fundación del

H. GERIG, Los signos notariales más antiguos de Colonia, «Centenario de la Ley del
Notariado» II, 2 (Barcelona, 1963).
252
P-J. SCHULER, Notare Südwestdeutschlands. Ein prosopographisches Verzeichnis
für die Zeit von 1300 bis circa 1520 («Veröffenlichungen der Kommission für geschich-
tiche Landeskunde in Baden-Würtemberg Reihe» 90; Stuttgart, 1987).
253
W. TRUSEN, Anfängen der gelehrtenrechts in Deutschland. Ein Beitrag zur Ges-
chichte des Frührezeption (Wiesbaden, 1962); K-H. BURMEISTER, Voralberger Juristen
in Zeitalter der Rezeption des römischen Rechts (1974).
254
E. von BORRIES, Wimpfeling und Murner im Kampf um die ältere Geschichte des
Elsasses (Heidelberg, 1926).
255
GERHARD SCHRADER, Die bischöflichen Offiziale Hildesheim und ihre Urkunden
im späten Mittelalter, 1300-1600, «Archiven Urkunden Forschungen» 13 (1935) 91-
176; cfr. THOMAS VOGTHERRN, Die frühe Entwickung des Notariats in Bistum Hildes-
heim (CDV; II, 1259-1271).
256
E. OTT, Beiträge zur Receptions-Geschichte des römisch-canonischen Processes
in den böhmischen Ländern (Leipzig, 1879).
257
IVAN HLAVÁCÉK, Das öffentliche Notariat in den böhmischen Ländern von den Änfan-
gen bis zur hussitischen Revolution (CDV; II, 1177-1193);sobre Silesia cita bibliografía pola-
ca, posterior a la guerra que cambió la frontera con Alemania-antes hemos mencionado el
estudio de Luscher (Roma, 1977)-; JÍNDRICH SEBANEK-SASÁ DUSKOVA, Aus der Vorgeschich-
te der Notariatsurkunde in der böhmischen Ländern (1973) citado en el título anterior.

611
reino el día de año nuevo de 1001, aunque sólo en la segunda mitad del
siglo se extendió a los asuntos privados258. El primer testamento conoci-
do es de 1079, autenticado por el sello después, conteniendo la institu-
ción de heredero en favor del obispo de Veszprém otorgada por un
soldado raso.
El Notariado fue monopolizado allí por los cabildos, los catedrales
instituidos por el rey santo, Ladislao (1077-1095), los colegiales exten-
didos desde esta misma centuria por todo el país. De esa manera el
locus credibilis, «el lugar de la fe pública» ni más ni menos que el refu-
gio de la seguridad jurídica, estaba en las Iglesias, y en ninguna tierra
tuvo tanta vigencia y ha sido tan estudiada esa institución como en este
reino. Los testigos solían ser analfabetos, y la declaración oral de uno
o dos seglares era necesaria para la investidura posterior de la autenti-
cidad. Al principio esa intervención propiamente notarial se limitó a los
testamentos, pero luego se desplegó en el ámbito contractual. Desde la
segunda mitad del siglo XIII, la función fue ejercida también por los
monasterios.
«En el siglo XIV –ha escrito el archivero Bonis– la institución de
los loci credibiles tenía ya raíces profundas en el derecho consuetudi-
nario de Hungría. En muchos casos, el rey, la reina o los grandes jue-
ces del reino, aconsejaban a las partes dirigirse a tal o cual capitulo,
cuyas escrituras eran susceptibles de conferir una autenticidad más
grande a sus aserciones. La opinión pública ya distinguía entre los dife-
rentes loci credibiles».
A mediados de esa centuria, tras los notarios apostólicos llegados
con los legados pontificios, actuaron ya los nativos del país. En 1340 y
1342 dio fe, el titulado Nicolaus natus Arnoldi de Strelicz clericus Wra-
tislauiensis dioecesis publicus imperiali auctoritate notarius, una vez
con motivo de un litigio entre abades benedictinos y otra para la recupe-
ración de sus monasterios discutidos,. El primer testamento que nos ha
llegado autorizado por un notario húngaro sin más, lo fue en 1348 por
Pablo, hijo de Jacobo de Olsavica, Strigoniensis dioecesis. Desde diez
años después constan notarios públicos en varios obispados259 .

258
En cambio en la edad contemporánea, el país mantuvo el latín en la documenta-
ción administrativa incluso en el siglo XIX. Los obispos húngaros fueron como conjun-
to los de habla latina más fluida y dominada en el Concilio Vaticano Primero; IVAN
BORSA-GYÖRFFY, Actes privés, «locus credibiis» et Notariat dans la Hongrie médiéval (
CD;V II, 941-949).
259
B-L. KUMOROVITZ, Die erste Epoche des ungarischen Privatrechtlichen Schrif-
tlichkeit im Mittelalter, XI-XII Jahrhundert («Studia Historica Academiae Scientiarum

612
Las fragmentarias noticias que tenemos de Rusia no nos permiten un
diagnóstico de alguna seriedad260. En la Edad Media hay indicios de que
los monasterios desempeñaron como en Occidente la función escribanil,
compartida con algunos clérigos y propietarios. Los primeros documen-
tos que se citan son del siglo XII, pero algo dudosos. Seguros son dos
de la centuria siguiente.
En el siglo XVI aparecen los escribas profesionales pero libres, los
por eso llamados escribas de la plaza pública, como la de San Juan en el
Kremlin de Moscú. En 1649 se les concedió el monopolio de la docu-
mentación privada, pero a principios del Setecientos apenas quedaban,
por habérseles impuesto cierta vinculación administrativa, municipal,
aunque enseguida el notariado se desarrolló al incrementarse el tráfico
mercantil, cayendo en las manos de funcionarios judiciales o de los que
ya notarios se titulaban. Una hipótesis acaso aventurada es la de haberse
entrado en el notariado contemporáneo, establecido en una ley de 1866,
desde una larga etapa escribanil eficiente pero de escaso desarrollo.
Volviendo a España, la recepción del nuevo y definitivo sistema tuvo
lugar plácidamente en Aragón y Valencia, por las ordenaciones genera-
les de Jaime I –Compilación de Huesca y Fori regni Valentiae, en 1247
y 1240–, suplidas en el reino de Mallorca por privilegios particulares del
mismo y de Jaime II. Ya dijimos que no las hubo en Cataluña porque no
era necesario, prestigiado el documento por una práctica en sintonía con
el momento romano-canónico.
De las escrituras públicas de Valencia se expresó en los términos más
tajantes Jaime I, en la citada ordenación de 1240, a saber publicam pres-
tamus auctoritatem, quod pro veris et autenticis semper habeantur in
eadem civitate et toto regno ipsius et alibi, et quod ex eis plenissima pro-
batio fiat in iudicio et extra et eis credatur tanquam veris et publicis ins-
trumentis. Fijémonos en esa palabra, extra, pintiparadamente
denotadora de una concepción del documento público que va más allá
de su índole de medio probatorio261.
Pero lo que aquí nos interesa es cotejar este texto con una de las con-
cesiones del mismo monarca, el 1 de enero de 1235, en la carta puebla

Hungaricae» 21; Budapest, 1960); Gy.BONIS, Les autorités de «foi publique» et les
archives de «loci credibili» en Hongríe, en «Archivum. Revue Internationale des Archi-
ves» 12 (1965) 87-104.
260
S. M. KACHTANOV, Les actes privés et le debut du Notariat en Russie (CDV; II,
926-927).
261
ARCADIO GARCÍA SANZ, Documentos notariales en derecho valenciano hasta
mediados del siglo XIV (CDV; I, 177-199).

613
de Burriana, quod habeatis scriptores publicos et alios officiales, qui eli-
gantur a çabalmedina sive iusticia et probis hominibus et sint in suis
officiis fideles. Y bien, ¿no tenemos la sensación de que en la mente
regia esos scriptores ya eran esos notarios consagrados un lustro des-
pués para toda su monarquía?
En cuanto a Castilla, la ordenación notarial es la de Alfonso X,
pudiendo pues sentirse orgullosa de estar contenida en ese monumento
librario que son las Siete Partidas262, sin ningún parangón en la literatu-
ra jurídica de Occidente, anticipada que había sido en el Fuero Real:
porque [para] los pleytos o las vendidas o las compras o las deudas, que
no vengan en dubda, establecemos que en las ciudades o villas mayo-
res, que sean puestos escrivanos públicos –dejado pues el camino expe-
dito a la Pragmática de Alcalá263–.

EN LA CONVERGENCIA DE CULTURAS

En los territorios, fronterizos o no, donde convergen varias culturas,


la adopción de la novedad o la resistencia a ella, son un síntoma que
ayuda a comprender su identidad. Nos recuerda por una parte un libro,
el Bosquejo de Europa, de Salvador de Madariaga, lsugestivo exponen-
te de la variedad en un territorio, para tanta como ofrece comparativa-
mente pequeño, y por otra las deliciosas noticias a su través de toda la
obra de Claudio Magris, un hombre de Trieste –o sea entre lo eslavo y
lo itálico–. ¿Se puede pensar en una identidad mixta en esa situación y
las parejas? Un fenómeno parecido se ve siempre que entran paralela-
mente dos o más literaturas en juego. Sin embargo, en la acuñación de
la fe pública la unidad era la mejor solución –unidad que por otra parte
con la variedad no fue siempre incompatible–.

262
Para su entrada en vigor véase A. RODRÍGUEZ ADRADOS, La Pragmática de Alca-
lá entre las Partidas y. la Ley del Notariado, en el «Homenaje a Juan-Berchmans Vallet
de Goytisolo» VII. Una pronta obediencia a las disposiciones alfonsinas en MARÍA-
DOLORES ROJAS VACAS, Un registro notarial de Jerez de la Frontera, 1392 (Fundación
Matritense del Notariado, 1998); cfr. L. PAGAROLAS Y SABATÉ, El protocol del notari
Bonamat Rimentol, 1351 («Acta Notariorum Cataloniae» 1; Fundación Noguera, Barce-
lona; 1991). Para su repercusión en la configuración documental, A. MARTÍNEZ SARRIÓN,
De las fórmulas instrumentales a las cláusulas negociales, EHDAP 16 (1998) 7-77.
263
Bono ha demostrado que la fuente de esta expresión del Fuero es el derecho canó-
nico de las Decretales, mientras que la correlativa de las Partidas está en el Ars notariae
de Salatiel y en el Speculum iuditiale de Guillermo Duranti, éste a su vez procedente de
Rolandino.

614
Hay que convenir en que el mestizaje es enriquecedor, de manera
que las agresiones a él, en aras de la siniestra llamada limpieza étnica,
son una de las acusaciones de que Europa, desde fines del siglo XIX y
todo a lo largo del siguiente, debe responder ante el tribunal de la histo-
ria. Ahí están Estambul sin griegos, y una Salónica de fines de la centu-
ria con muy poco parecido al de sus comienzos. Pero la serenidad del
historiador ni debe judicializar situaciones que no le pertenecen, ni tam-
poco incurrir en conclusiones predeterminadas que de las realidades no
resulten. Estamos pensando en la inexactitud, en las tierras de que deci-
mos, de superponer el mapa jurídico al lingüistico y sin más al étnico264.
Como vamos comprobando, es necesario asomarse a la bibliografía
que ha tenido en cuenta todos estos ámbitos, la cual nos deja vislumbrar
una especie de internacional estudiosa, con ese continuarse de tantas
revistas y sociedades eruditas para cada tierra o lugar, arraigadas en su
terroir pero demostrativas de que lo universal está en lo local. Se com-
prende vivamente en este itinerario la defensa que un benedictino de
Solesmes, dom Jacques Hourlier, hizo del trabajo intelectual de los mon-
jes, por la ascesis que implicaba y el enriquecimiento de alma resultante265.
En un muestrario del caso por caso, nos sale al paso el Tirol del
Sur,oficialmente también Alto Adigio, al otro lado de la frontera ita-
liana, donde tuvo lugar la penetración boloñesa desde principios del
siglo XIII, comenzando por el obispado de Trento, no sin alguna reac-
ción condal en contra, en aras de la identidad germánica de toda su
soberanía, que hasta entonces solamente se había abierto a la influen-
cia universalista del Derecho Canónico266. Una cláusula confirmatoria
del conde del Tirol, Görz, en 1245, es una muestra del funcionamien-
to de aquella autenticación bajo el dominio de las potestades territo-
riales, a saber ad cuius rei firmitatem presentem paginam sigilli sui

264
Esta es la conclusión de Gotfried Hartel, el editor y traductor, con Franz-Michael
Kaufmann, del Codex Justinianus.
265
A lo largo de este recorrido no han de estar forzosamente ausentes los valores esté-
ticos, que también la literatura juridica los puede tener. Nos viene a la memoria una vez
más, Rafael Núñez Lagos como uno de los grandes prosistas de su tiempo. Es sugestiva
una frase de un escribano de Bahía Blanca, Roberto M.Arata, en el Congreso de Madrid
el año 1950, de que «ninguna opinión sobre la fe de conocimiento se ha expresado con
más belleza» que en el Derecho Notarial de Azpitarte («Actas» III, 3-9).
266
A la bibliografía arriba citada pueden añadirse O. REDLICH, Siegelurkunde und
Notariatsurkunde in den südostlichen Alpenländer, en «Carinthia=CAR» I, 103 (1913)
23-33: y R. HEUBERGER, Das Urkunden- und Kanzleiwesen der Grafen von Tirol. Her-
zoge von Kärten, aus dem Hause Görz,en los «Mitteilungen des Institut für österreiches-
che Geschichtsforschung» IX (1915).

615
munime iussit roborari. Praeterea promisit prefatus dominus comes
sub eadem pena presentem paginam sigilli venerabilis patris patriar-
chi Bertoldi quando de curia domini imperatoris revertetur munime
facere roborari.
En Suiza, el estado de cosas confederal de hoy ayuda a entender la
situación medieval267. La penetración latina fue inmediata en la Suiza
italiana, incluido el sur del cantón de los Grisones268. Hay que tener en
cuenta que en el Tesino el parentesco con la documentación lombarda
remontaba al siglo VIII, y dentro de los Grisones también era antigua en
Como, Chiavenna y el Veltino.
Las dos concepciones divergentes eran el notariado libre –Öffentli-
che Notariat269– y el que simplificando se ha llamado administrativo
–Amts Notariat270–. Éste se caracteriza por la necesidad de la autentica-
ción mediante el sello271, o por alguna otra intervención de una autoridad

267
Sobre su relevancia desde ese punto de vista, R. HEUBERGER, Seländegestaltung
und Urkundenwesen in den Alpen (1923). Visiones de conjunto las de PETER RÜCK, Die
Anfänge des öffentlichen Notariats in der Schweiz, 12-14 Jahrhundert, y CHANTAL
AMMANN-DOUBLIEZ, Les débuts du Notariat en Valais au XIIIe siècle (CDV;II, 817-842
y 843-877). Para la apertura romanista, SEVEN STELLING-MICHAUD, L’Université de
Bologne et la pénetration des droits romain et canonique en Suisse aux XIIIe et XIVe
siécles (Ginebra, 1955), R. HEUBURGER, La diffusion du droit romain en Suisse («Ius
Romanum Medii Aevi»=JRM,V, 12b; Milán, 1957), y E. MEYER-MARTHALER, Einflüs-
se des römischen Rechts in den Formeln und in der Praxis: Schweiz, (íbid.1975). La
etapa prenotarial está tratada por F.ELSENER, Notar und Stadtschreiber. Zur Ges-
chichte des schweizerischen Notariats («Arbeitgemeinschaft für Forschung des Landes
Nordrhein-Westfallen Geisteswisenschaft»; Colonia-Opladen, 1962) y W. BERGMANN,
Fortleben des antiken Notariats im Frühmittelalter, en «Badische Heimat»(=BH
61,1981) 343-355; guía de las fuentes, en Ch. AMMANN, Die Veröffentlichung mittelal-
terlichen Quellen in der Schweiz, «Zeitschrift für schweizerische Geschichte» 26
(1946) 104-115.
268
A. BORELLA, Il notariato nel cantone Ticino ( Milán, 1934; tesis): G. CENCETTI, La
«Charta Augustana» e il documento notarile italiano, en «La Valle d’Aosta. Relazioni
e comunicazioni al XXXI Congresso storico subalpino di Aosta» (=VAS; Turín, 1956)
II, 831-885. Fuentes: L. BRENTANI, Codice diplomatico ticinese (5 tomos; Como-Luga-
no, 1929-1956).
269
E. BLUMENSTEIN, Das öffentliche Urkundwesen der europäischen Staaten («Stän-
digen Ausschusse des Internationalen Notar-Kongress»; Halle, 1913) 136-153; O. P.
CLAVEDETSCHER. Öffentliche Notare in der Bischofsstadt Chur im 14.Jahrhundert, en
«Tradition und Gegenwart. Festschrift zum 175 jährigen Bestehen eines Bädischen
Notarstandes» (ed.P-J.Schuler; Karlsruhe, 1981) y BH ,61 (1981) 321-356
270
F. WIGGER, Die Anfänge des öffentlichen Notariats in der Westschweiz bis zum
Mitte des 14 Jahrhunderts (Friburgo, 1951).
271
C. LEPAIRE, L’orientation des recherches sur le domaine des sceaux en Suisse,
«Archivum Heraldicum» 79 ( 1965) 18-29.

616
condal272, eclesiástica273 o municipal, generalmente a través de su canci-
llería o secretaría274.
En algunas de éstas hubo notarios al servicio de los particulares,
como nos consta en el obispado de Estrasburgo el año 1133: Ego Odal-
ricus Lynthaugiensis in vice notarii scripsi et subscripsi 275.Una modali-
dad intermedia era la cancillería libre, a la que las partes podían acudir
voluntariamente, anticipando así de alguna manera el requisito de la
rogatio276. Llevaba consigo un tránsito a la libertad, cual una de las nue-
vas escrituras exhibía, item quod alicui domino non liceat nec possit
inhibere notariis vel juratis qui instrumentum vel literam recipiant et
faciant ad instantiam cuiuscumque277.
Desde 1260 se encuentran notarios en las Suizas de hablas francesa
o reto –románica-romanche–; algunos desde 1180 al sur de los Alpes,
luego al norte de la cordillera y en el alto valle del Ródano, con una pre-
sencia poco pujante pero constante, así como en Ginebra, ciudad que
hemos visto hacer parte de la frontera jurídica entre las dos Francias. En
el resto helvético nos consta un testimonio de época, quia tabellionum
usus in Alemannies partibus non habetur.
En 1275, en el cantón de Zürich, el chantre Conrado de Mure escri-
bió un ars, según el patrón lombardo, la Summa de arte prosandi, pero
destinado sólo al Oeste, pues en cuanto a los otros territorios les consi-
deraba de meros escribas278.

272
Sobre las posturas de los condes; L. CARLEN, Hofpfalzgrafen und Notare in der
Schweiz, «Festschrift für Ferdinand Elsener» (Sigmaringen, 1977) 91-96; M. BOR-
GOLTE, Geschichte des Grafschaften Alemanniens in fränkischer Zeit (Sigmaringen,
1977).
273
Cfr. L. CARLEN, Zur geistlichen Gerichtsbarkeit in der Diözese Sitten in Mittela-
ter, en las «Blätter aus der Walliser Geschichte» 12 (1958) 257-290.
274
G. PARTSCH y J-M. THEURILLAT, Du registre de chancellerie à l’acte notarié. A
propos du «Minutarium maius» de la chancellerie de Saint-Maurice, en «Vallesia» 27
(1972) 1-10.
275
G. RÖSCH, Studien in Kanzlei und Urkundenwesen der Bischöfe von Strassburg,
1082-1084/ 1162 citado por Rück (en su aportación al CDV, II nota 94); y Ch. WITTMER,
Les origines du notariat à Strasburg, en los «Archives de l’église d’Alsace» 23 (1956)
93-102.
276
P. RÜCK, Das öffentliche Kanzellariat in der Westschweiz, 8-14 Jahrhundert, VI
Congreso Internacional de Diplomática=»Landesherrliche Kanzleien in Spätmittelal-
ter» («Beiträge zur Mediävistik und Renaisssance Forschung», 35; Munich, 1984)
203-271.
277
E. RIVOIRE-V. van BERCHEM, Les sources du droit, I, núm.102, art. 54; citado por
Rúck (CDV, Die Anfänge cit., nota 127).
278
Con su nombre por titulo hay una tesis de W.Kronbichler (Zürich, 1963); ed. L.
ROCKINGER, Briefsteller und Formelbücher des 11-14 Jahrhundets (Munich, 1863).

617
En el Valais un obstáculo a la pronta recepción fue la potencia de las
cancillerías del obispado de Sion y el monasterio de Saint-Maurice
d’Agaune. En Agaune se fueron imponiendo los jurados del conde de
Saboya279. La episcopal de Sion la ejercía primero una dignidad del
Cabildo, desde el siglo XIII el capitular sacristán, y luego el cabildo
colectivamente, no habiendo sello pero sí registro, y lo que más nos inte-
resa es que se institucionalizaron unos escribas titulados levatores, lla-
mados notarios pero sin facultad autenticadora. En 1266 apareció allí ya
un notario público de nombramiento imperial. En 1275 empezó a ejer-
cer maître Martín, que no tenía sello pero archivaba sus minutas, de esa
manera pionero en Suiza y el norte italiano.
Pasando a la Alta Italia nos encontramos con una tierra donde coin-
ciden el sistema boloñés y la práctica germánica, con antecedentes que
podemos seguir desde el siglo XI, pero en un panorama más complejo y
variopinto280. Se siente allí, sobre todo en Venecia, la brisa de la otra
mitad de la Europa cristiana281, la de las luces de Oriente y el recordato-
rio imperial de Bizancio, por lo tanto donde indiscutiblemente puede

279
Citamos entre los estudios particulares; H. SEMELLE, Le notariat savoyard,
XIIIe-XVIe siècles,aux origines du notariat français (tesis de Paris, 1960); P.
DUPARC, La pénetration du droit romain en Savoie, première moitié du XII siècle,
RHDFE, 4ª serie, 43 (1965) 22-86; G. PARTSCH, Les premiers contacts du droit
romain avec le droit valasain, 1250-1280, VAS, XXXI (Turín, 1958) I, 330; él
mismo, Un aspect général de la première apparition du droit romain en Valais et à
Génève au XIII et au début du XIV siècle, citado por Ammann-Doubliez (CDV, nota
16); O. P. CLAVEDETSCHER, L’influence du droit romain en Rhétie au XIIIe et au com-
mencement du XIVe siècle, MBCR, 18 (1956) 45-63; él mismo, Zum Notariat im mit-
telalterlichen Rätien, en «Festschrift Friedrich Hausman» (Graz) 81-92; H.
RENNEFAHRT, Aus der Geschichte des bernischen Notariats (Berna, 1947), y Zum
Urkundswesen in heute bernischen Gebiet und dessen Nachbarschaft während des
Mittelalter, en el «Archiv des historichen Vereins des Kantons Bern» 44,2 (l958) 5-
124; E. MEYER-MARTHALER, Die Siegel der Bischöfe von Chur im Mittelalter, en el
«Jahresbericht der historische-antiquarische Geschichtes von Graubünden» (1944))
1-38, D-L. GALBREATH, Sigilla Agaunensia (Lausana, 1927).
280
REINHARD HÁRTEL, Notariat und Romanisierung. Das Urkundenwesen in Vene-
tien und Istrien im Rahmen der politischen und der Kulturgeschichte, 11-13 Jahrhun-
dert (CDV;II, 879-926); O. REDLICH, Siegelurkunde und Notariatsurkunde in den
südostlichen Alpenländer, CAR I 103 (1913) 23-33; ; P-S. LEICHT, Diritto romano e
diritto germanico in alcuni documenti friulani dei secoli XI-XII-XIII, en sus «Scritti
vari di storia del diritto italiano» II, 2 (MIlán, 1943) 115-128; P. LONDERO, Penetra-
zione e diffusione del germanesimo in Friuli nei secoli XII-XIII, en «Ce fastu?» 30
(1954) 120-124.
281
M. KOS, Aus der Geschichte der mittelalterlichen Urkunde Istriens, en «Studien
zur älteren Geschichte Osteuropas. I, Festschrift für Heinrich-Felix Schmid» («Wiener
Archiv für Geschichte des Slaventums und Osteuropas»; Graz-Colonia, 1956).

618
menos sorprendernos la presencia justinianea282. De nuevo la historia
diplomática y el sistema autenticador son un reflejo de esa oscilante cul-
tura entre la una y la otra área, en cierto sentido denotadora del enrique-
cimiento que los mestizajes llevan consigo,debemos insistir, pero
siempre debemos recordar que ello no nos faculta para incurrir en un
monolitismo extrapolador que superponga, pretendiendo una exactitud
geométrica, la etnia y la lengua a una u otra fe pública, so pena de salir-
nos de la realidad que nunca es tan sencilla283. La conclusión de Hartel
es que el mapa notarial no es calco del lingüístico ni del étnico284.
El movimiento comunal había de estar muy presente en esa Italia del
desarrollo que se estaba desprendiendo del imaginario altomedieval, tal
la Padua de San Antonio –sin olvidarnos de que éste era de Lisboa, his-
panus que por eso le llaman las fuentes latinas de la época–285. En el
patriarcado de Aquileya era profunda la huella germánica, pero en 1201
ya aparece un Wilelmus sacri palatii notarius286. Una consideración aten-

282
Venezia e Bisanzio, exposición en el Palacio Ducal, catálogo (1974); L. SANTIFA-
LLER, Beiträge zur Geschichte des Lateinischen Patriarchats von Konstantinopel (1204-
1261) und der venezianischen Urkunde («Historisch-Diplomatische Forschungen»,3;
Weimar, 1938).
283
Un retroceso en la función autenticadora del notario, ya conseguida en Trieste, fue
la institución de los vicedominos, convertidos en «depositarios, tutores y dispensadores
de la misma», quia maliciis hominum obviandum est et ne de cetero inter contrahentes
questio aliqua vel dubium oriatur; MARIA-LAURA IONA, I Vicedomini. Autenticazione e
registrazione del documento privato triestino nel secolo XIV (CDV; II, 1297-1309).
284
Entre los estudios particulares citamos los de P. S. LEICHT, Note ai documenti
istriani di diritto privato dei secoli IX-XII, en sus «Scritti vari» II-2, 165-186; F. CAN-
TON, Notai e documenti privati a Verona, dalle prime testimonianze al secolo XIII (tesis;
Padua, 1953); G-L. ANDRICH, Documenti bellunesi del secolo XII, en las «Atti del Con-
gresso internazionale di scienze storiche» (Roma, 1903) IX.
285
S. BORTOLAMI, Fra «Alte domus» e «populares homines»: il Comune di Padova e
il suo sviluppo prima di Ezzelino («Storia e cultura a Padova nell’età de sant’Antonio,
=Fonti e ricerche di storia ecclesiastica padovana» 16; Padua, 1985) 3-74; B. PAGNIN,
Note di diplomatica episcopali padovana, en la «Miscellanea di scritti vari in memoria
di Alfonso Gallo» (Florencia, 1956); M. ROBERTI, Diritto romano e cultura giuridica in
Padova sulla fine del secolo XII, en el «Nuovo Archivio Veneto» II, 4, 1 (1902); A. CAS-
TAGNETTI, I conti di Vicenza e di Padova dall’età ottoniana al Comune (Verona, 1981).
286
H. SCHMIDINGE, Patriarch und Landesherrschaft. Die weltliche Herrschaft der
Patriarchen von Aquileia bis zum Ende der Staufer («Publikationen des österreichischen
Kulturinstitut in Rom» I-1; Graz-Colonia, 1954); R. PUSCHNIG, Das Urkundenwesen der
Patriarchen von Aquileia («Hausarbeit am Institut für österrichische Geschichtsfors-
chungen» (Viena, 1933); G. BIASUTTI, Mille anni di cancellieri e coadiutori nella curia
di Aquileia ed Udine (Udine, 1967). Un síntoma del predominio de las cancillerías ecle-
siásticas en la documentación es que Härtel titula el apartado que engloba todas las
demás nichtbischöflichen Urkunden.

619
ta a los títulos y las fórmulas nos acercaría a una visión más desde den-
tro, en la medida de lo posible, de la integración de aquellos notarios en
la sociedad ambivalente en torno287.
Y ya terminamos. Uno de los notarios que nos ha salido al paso en
esta investigación ha sido el provenzal Jean Barral, con ejercicio en Riez
a principios del siglo XV, que fue pañero, drapier, por lo cual el archivo
de sus minutas es una «fuente inapreciable para el conocimiento del
mercado textil288». Su evocación ha llevado al imprescindible Bautier a
la de los trabajos y días de los demás titulares de la fe pública cuya
estampa nos ha llegado, en la notaría y fuera de ella, arrendatarios del
portazgo u otras percepciones, prestamistas con su pequeño capital
unos, otros parte de la clase dirigente, ora de la administración real, ora
de los «consulados» mercantiles –como los jueces a veces emparentados
con ellos–.
Esta incidencia en la tarea erudita de ese archivero francés nos lleva
a su vez a recordar el anhelo expresado en esta Academia por un nota-
rio, buen poeta, Antonio Moxó y Ruano, el año 1948289: «Yo me prome-
to y os prometo trabajar sobre tema menos árido, más afín a mis
aficiones y más amplio de sentido cultural. Quisiera algún día hacer un
estudio sobre la figura del Notario español, sobre su contextura moral y
su función, sociológicamente considerada. Y derivar, en consecuencia,
el sentido de la vida, su filosofía profesional. Es posible que convenga
llenar de valores espirituales el ejercicio de nuestra profesión, abnegada,
movida casi siempre entre afanes demaiado humanos. A nuestra profe-
sión, tan acuñada y señera, a nuestro oficio de honor, y yo añadiría la
servidumbre, a nuestro laboratorio de Derecho, les conviene dotarlos

287
B. PAGNIN, Il documento privato veneziano. II, Il formulario (Padua, 1950); P-J.
PHANEK, Zur rechtlichen Funktion von Traditionsnotiz, Traditionsbuch und früher Sie-
gelurkunde, en «Recht und Schrift im Mittelalter» (ed. P.Classen; «Vorträge und Fors-
chungen» 23; Sigmaringen, 1973).
288
EDOUARD BARATIER, Le notaire Jean Barral, marchand de Riez au début du XIe
siècle, en «Provence historique» 7 (1957) 254-274.
289
En una conferencia sobre la Nulidad y falsedad civil del instrumento público. Las
recientes semblanzas de «los grandes del Notariado» han sido una acertada iniciativa, no
cual fomento de la vanidad corporativa, sino a guisa de reconstrucción objetiva de una
parcela histórica. Recuerdo que en Murcia, el profesor Andrés Sobejano, de la Facultad
de Letras, hombre de una cultura altísima, y vinculado vitaliciamente a esa universidad,
me dijo que Moxó había sido el mejor alumno de ésta. En cuanto a posibles opiniones
comparativas con otros ámbitos profesionales donde haber hecho fructificar esos talen-
tos los que prefirieron el Notariado, me parece decisiva la respuesta de Vallet de Goyti-
solo, de no haber podido encontrar un observatorio más fecundo que la notaría para el
desarrollo de su vocación estudiosa del Derecho.

620
(sic) de horizontes ideales. Yo presumo que el resultado de esta investi-
gación, en proyecto, será un sentido humilde y apostólico. Alambicando
nuestra labor diaria, de técnicos del Derecho, de custodios de la paz y la
dignidad humana, de confesores de las debilidades del género humano,
de autores de la obra anónima, callada e histórica del protocolo, podre-
mos descubrir, ceo yo, como su jugo vital y eterno, como su último hon-
tanar fecundante, esta su auténtica filosofía: la comprensión y el amor
hacia todos los hombres».
Cualquier comentario mío a este texto traspuesto a la hora actual,
tras esta mímima aportación al conocimiento de las luces y sombras del
pasado, sería una impertinencia en el más benévolo de los casos acree-
dora de una sonrisa sólo a medias indulgente. Únicamente me atrevo a
decir que, pese a lo arduo del contexto y el trasfondo, se vislumbran sin
esfuerzo algunos de esos valores espirituales y horizontes ideales en
nuestro panorama y el euroamericano.
Termino recordando una visita que, al poco de aprobadas las oposi-
ciones, hice en su casa a don Federico de Castro, introducido por un clé-
rigo muy vinculado a su vida, el paúl André Azemar, rector de San Luis
de los Franceses y vicario general en secreto de la diócesis de Madrid-
Alcalá durante la guerra civil290. Coincidimos con un eminente físico,
Julio Palacios. El maestro me instó a escribir de derecho. Yo lo he teni-
do, y le tenido a él presente al confeccionar esta página, puesto ya el pie
en el estribo, y la dedico a su memoria.
Y aún debo una alusión a esta sala y esta casa. Alguna vez se ha
dicho que cuando un palacio familiar es destinado a un uso oficial, en la
nueva etapa de su biografía, a diferencia de la anterior, carecerá de
recuerdos. No ocurre así en la mansión que nos cobija. Para mí, no sólo
porque mi memoria se haya enriquecido esta noche con la página de
estas palabras, una página miniada, y no por lo que yo he dicho, sino
también por esas raisons du coeur que la raison ne comprend pas.

290
Yo no encontraba nada de particular en mi manera de ponerme la gabardina, pero
a don Federico le chocó, tanto que me pidió que lo repitiera. Un añadido y pequeño
recuerdo agradable, merecer tales curiosidad y distinción de un futuro juez del Tribunal
de Justicia Internacional de La Haya.

621

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