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Lengua castellana y Literatura


Curso 2021-22

LITERATURA ESPAÑOLA ANTERIOR A LA GUERRA CIVIL: MODERNISMO Y


GENERACIÓN DEL 98

1. CONTEXTO HISTÓRICO-LITERARIO
1.1. Contexto histórico
1.2. La crisis de fin de siglo: Modernismo y Generación del 98
1.3. Modernismo
1.3.1. Características del Modernismo
1.3.2. El Modernismo en América
1.3.3. Modernistas españoles
1.4. Generación del 98
1.4.1. Temas y características del 98
1.4.2. Etapas y autores de la generación del 98
2. ANTONIO MACHADO
2.1. Biografía
2.2. Trayectoria poética
2.3. Campos de Castilla
2.3.1. El tema del paisaje
2.3.2. Principales símbolos machadianos en Campos de Castilla
2.3.3. Principales rasgos formales en Campos de Castilla
2.3.3.1. Métrica
2.3.3.2. Léxico
2.3.3.3. Procedimientos estilísticos
3. POESÍA DE ANTONIO MACHADO (Selección de poemas para la EBAU)

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Curso 2021-22
1. CONTEXTO HISTÓRICO-LITERARIO
1.1. Contexto histórico

ESPAÑA
La crisis de Cuba: 1898.
Los EEUU aprovecharon un accidente fortuito ocurrido en el puerto de la Habana (el hundimiento del
Maine) para declarar la guerra a Españ a e iniciar su dominio sobre Cuba y, por extensió n, sobre el continente
americano. La derrota sin paliativo de la Armada españ ola se vivió en los medios de comunicació n como un
hecho humillante. Españ a perdía su condició n de potencia colonial al tener que ceder Cuba, Puerto Rico y las
Filipinas.
Los males de España entre 1898 y 1923.
La pérdida de Cuba fue el revulsivo que puso de manifiesto los males que aquejaban al país: sistema
político corrupto basado en el caciquismo (compra de votos), concentració n de la riqueza en una minoría de
terratenientes y familias financieras (oligarquía), desarrollo industrial escaso y desequilibrado (centralizado en
Cataluñ a y el País Vasco), crisis econó mica de las clases medias, pobreza e incremento de la emigració n a
América y una manifiesta incapacidad de la monarquía de Alfonso XIII para dar respuesta a las demandas
sociales de la izquierda, que encontraba cerradas las puertas a la participació n política a causa del viciado
bipartidismo dominante. El sistema constitucional de la Restauració n entró en crisis.

La guerra de Marruecos.

A esta lista de problemas, se añ adió la guerra de desgaste que tuvo que desarrollar Españ a en el norte
de Marruecos, zona sobre la que ejercía un protectorado por mandato internacional y en la que operaba la
resistencia de las tribus locales del Rif. La falta de preparació n del ejército españ ol, las numerosas bajas
humanas y gastos generados durante esta estéril contienda produjeron graves revueltas y un rechazo por gran
parte de la població n.
EL MUNDO

La crisis del liberalismo y el ascenso del imperialismo.

Para evitar que el libre comercio arruinara los precios y provocara una depresió n econó mica a escala
mundial, los estados aplicaron medidas proteccionistas a los intercambios econó micos entre países, las
empresas se concentraron en monopolios, y varias naciones como Francia, Gran Bretañ a y Alemania iniciaron
una carrera imperialista por el control de las materias primas de los países subdesarrollados. Este afá n
imperalista fue la causa de la primera guerra mundial (1914-1918).

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La crisis de la ciencia y de la razón.

Muchos filó sofos llegaron a la conclusió n de que la razó n no sirve para explicarla vida o la sociedad.
Por el contrario, creían que eran otras fuerzas diferentes a la razó n las que triunfan en la vida individual o
colectiva, tales como la crueldad, la angustia o el deseo insaciable que lleva a la infelicidad. Esta desconfianza en
la razó n hizo que muchos escritores desarrollaran una actitud pesimista, subjetiva e irracional. Einstein, Freud
y Marx cambiaron, asimismo, la forma de interpretar el universo, la psicología humana y la historia. Sus ideas
removieron las bases de la ciencia y de la política tradicionales, que entraron en crisis.
1.2. La crisis de fin de siglo: Modernismo y Generación del 98
La literatura occidental, en los añ os inmediatos al cambio de siglo, se ve invadida por un sentimiento
de pesimismo y desencanto: se desconfía del positivismo, de la fe en la razó n, la ciencia y el progreso,
auspiciados por los cultivadores del Realismo y del Naturalismo. Por el contrario, florecen las teorías
irracionalistas, la exaltació n del sentimiento, la evasió n a épocas y lugares en los que el ser humano no había
sido aú n eclipsado por el peso de la técnica y la creciente automatizació n.
Los escritores cercanos a estos planteamientos se autodenominan decadentes, pero el movimiento
recibirá otros nombres en los distintos países. En la América hispana se acuñ a el término Modernismo; sin
embargo, en Españ a el decadentismo se asocia también al sentimiento de desencanto surgido tras el desastre
colonial del 98, que dará lugar a la reacció n de un grupo de escritores reunidos bajo el ró tulo de Grupo del 98.
El impulso de los nuevos tiempos traerá consigo una transformació n estética que afectará sobre todo a
la poesía y que se manifiesta a través del Modernismo, con una marcada presencia de autores
hispanoamericanos. Encabezados por el nicaragü ense Rubén Darío, dejará n su huella en Españ a y marcará n el
inicio de los nuevos tiempos para nuestra literatura. La estética modernista se basa en la preocupació n por la
forma y por el refinamiento, en busca de la musicalidad y la belleza como claves bá sicas de la poesía, en la línea
de lo que má s adelante acabará llamá ndose poesía pura.
Ahora bien, a causa de la crisis ideoló gica y espiritual que produce en Españ a la pérdida de las colonias
de ultramar, surgirá también un grupo de escritores que sienten una honda preocupació n por la identidad
nacional y que plantean la regeneració n españ ola a través de sus obras, desde un punto de vista reflexivo que
trasciende los aspectos formales y conduce a una profunda meditació n sobre Españ a. Estos autores son
conocidos como generació n del 98 y gran parte de ellos evoluciona desde posturas modernistas.

Desde el punto de vista cultural, hay que destacar dos aspectos:

 El debate ideoló gico: surge un grupo destacado de intelectuales krausistas, entre los que
destacó Francisco Giner de los Ríos, fundador en 1876 de la Institució n Libre de Enseñ anza,
proyecto educativo renovador que durante sesenta añ os ejercería un notable influjo en la
cultura españ ola. En sus escritos, los krausistas defienden la reforma de la sociedad mediante
la educació n de la persona desde la infancia al margen de los dogmatismos religiosos,
potenciando los valores éticos y el conocimiento a través de la experiencia.

 El Regeneracionismo: como consecuencia de la pérdida de las ú ltimas colonias en 1898, surge


ya, al filo del cambio de siglo, un movimiento ideoló gico que reacciona contra el sistema
político de la Restauració n y plantea un debate sobre las responsabilidades de gobernantes y
militares al tiempo que defiende la regeneració n de la vida pú blica. Sus principales
representantes fueron Á ngel Ganivet y Joaquín Costa.
Pedro Salinas considera que las denominaciones «Modernismo» y «Generació n del 98» suelen usarse
indistintamente para designar el movimiento de renovació n literaria acontecido en América y Españ a en los
ú ltimos añ os del siglo XIX y comienzos del XX, dando por supuesto que son una misma cosa con leves
diferencias de matiz.
Los escritores del grupo del 98 formaron parte del amplio movimiento modernista, ya que compartían
con este su rebeldía social y política y su afá n por renovar la literatura, apartá ndose del Realismo del siglo XIX.

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Hubo en aquellos días finiseculares una misma actitud de insatisfacció n con el estado de la literatura en aquella
época, que se manifiesta como voluntad de ruptura y de cambio —la poesía modernista, la nueva novela que
hará acto de presencia en 1902—.
Frente a esta opinió n generalizada, Salinas señ alaba una serie de discrepancias: el movimiento
americano queda caracterizado desde su comienzo por ser obra de poetas que buscan la belleza, miraban
deslumbrados a París y componían una literatura cosmopolita, volcada hacia lo exterior. El movimiento de los
hombres del 98, sin embargo, es concentrativo y no expansivo: miran hacia Castilla y componen una literatura
má s encarada con la realidad profunda del hombre; eran los preocupados, los analizadores, los meditadores.

Diferencias entre la Generació n del 98 y el Modernismo:

Modernismo Generación del 98


Españ a e Hispanoamérica. Españ a.
Tiene inspiració n extranjera. Mira a París a través Tiene inspiració n nacional. Mira a Españ a, a través de
de América. Cosmopolitismo. Castilla. Casticismo.
Es un movimiento que se extendió a lo político, social,
Es un movimiento estético y exclusivamente
econó mico y religioso. Ha impregnado la cultura y
literario. Es un movimiento literario má s.
actitud ante la vida del hombre españ ol.
Huida de la sociedad industrial burguesa para Huida de la ciudad industrial burguesa para
refugiarse en culturas lejanas, orientales. refugiarse en los pueblos y paisajes de Castilla.
Escapismo. Descripció n de la realidad españ ola.
Se orienta al exterior del ser humano, al mundo
Se dirige al alma. Bú squeda de la verdad: literatura de
sensorial. Bú squeda del a belleza: literatura de los
ideas.
sentidos.
Defensa de una literatura destinada a regenerar
Defensa del arte por el arte. Finalidad estética.
Españ a. Finalidad político-social.
Estilo preciosista con referencias culturales Estilo comunicativo con palabras del léxico
dirigido a una élite o minoría de lectores. tradicional dirigido a un pú blico má s amplio.
Interés por los personajes y acontecimientos Interés por las personas anó nimas y tradiciones del
histó ricos má s gloriosos (historia). pueblo (intrahistoria).
Lenguaje elaborado y preciosista. Lenguaje sencillo y natural.
Preferencia por la poesía y el cuento. Preferencia por la novela y el ensayo.

1.3. Modernismo
A fines del siglo XIX, dos escuelas literarias reemplazan al Romanticismo y representan tendencias
opuestas: el Realismo y el Naturalismo en la novela y en el teatro, y el Modernismo en la poesía.
El Modernismo es una escuela literaria de gran renovació n estética que se desarrolla entre los añ os
1880 y 1914. El canto de los poetas modernistas constituye la primera expresió n de autonomía literaria de los
países hispanoamericanos. Esta escuela busca separarse de la burguesía y su materialismo, por medio de un
arte refinado y estetizante.
Con respecto al lenguaje, el Modernismo reacciona contra el retoricismo, el descuido formal del
Romanticismo y la «vulgaridad» del Realismo y del Naturalismo. Se nutre bá sicamente de dos movimientos
líricos surgidos en Francia, en la segunda mitad del siglo XIX: el Parnasianismo y el Simbolismo.
El parnasianismo es un movimiento que surge en Francia de la mano de Théophile Gautier, quien
popularizó la expresió n «el arte por el arte» y promovió una poesía equilibrada y armoniosa en la que la
perfecció n formal era la aspiració n bá sica.
El Simbolismo es una corriente literaria subjetiva, que concibe el mundo como una trama misteriosa
que presenta correspondencias entre los objetos que lo forman.
Para sus representantes, la misió n del poeta es sugerir esas alianzas por las que un objeto evoca a otro,
con un lenguaje imaginativo lleno de símbolos (figura del discurso que representa un objeto abstracto
mediante la menció n de un objeto concreto, ej.: el cisne, símbolo de los modernistas, significa ‘belleza’).Los

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simbolistas dan al verso efectos musicales y aportan nuevas métricas que conjugan el ritmo, el color y la
plasticidad.
Influido por las elaboraciones plá sticas de los parnasianos y por las visiones musicales de los
simbolistas, el Modernismo realiza su original trabajo artístico con la palabra buscando «la armonía verbal» del
verso.
1.3.1. Características del Modernismo:
El Modernismo representa la inquietud de una época: el final del siglo XIX, el cambio histó rico que se
refleja en el arte, la religió n. Pero el Modernismo literario, má s allá de ese contexto cierto, aportará un cambio
definitivo en el manejo expresivo del idioma. Se pueden establecer los siguientes rasgos del Modernismo:
 Amplia libertad creadora.
 Sentido aristocrá tico del arte. Rechazo de la vulgaridad.
 Perfecció n formal.
 Cosmopolitismo. El poeta es ciudadano del mundo, está por encima de la realidad cotidiana: Actitud
abierta hacia todo lo nuevo.
 Correspondencia de las artes (aproximació n de la literatura hacia la pintura, la mú sica, la escultura).
 Gusto por los temas exquisitos, pintorescos, decorativos y exó ticos. Se constituyen como temas la
mitología, la Grecia antigua, el Oriente, la Edad Media, etc.
 Prá ctica del impresionismo descriptivo (descripció n de las impresiones que causan las cosas y no las
cosas mismas).
 Renovació n de los recursos expresivos: supresió n de vocablos gastados por el uso; inclusió n de
vocablos musicales y de uso poco frecuente; simplificació n de la sintaxis; aprovechamiento de las
imá genes visuales; etc.
 Renovació n de la versificació n: se le dio flexibilidad al soneto. Se prefiere la versificació n irregular, el
verso libre y la libertad estró fica.
1.3.2. El Modernismo en América
El movimiento modernista se iniciará en Hispanoamérica en torno al ú ltimo tercio del siglo XIX,
aunque no se considerará su plenitud hasta el añ o 1888 con la publicació n de Azul…, de Rubén Darío. La obra
de Rubén Darío es una de las claves de la poesía en españ ol de las primeras décadas del siglo XX, por lo que
tiene de renovadora y revolucionaria.
Podemos distinguir dos momentos importantes en el desarrollo del Modernismo en América:

En ella nos encontramos con los precursores e iniciadores del Modernismo. Se caracteriza por una
Etapa inicial

tendencia al preciosismo formal y el culto a la belleza desde el punto de vista de los sentidos. Las
preocupaciones humanas quedan relegadas a un segundo plano. El periodo se cierra en 1896, con
la publicació n de Prosas profanas de Rubén Darío. Destacan autores como José Martí, Manuel
Gutiérrez Ná jera y José Asunció n Silva.

Se caracteriza por la presencia de una poesía de tipo intimista y reflexivo en la que cuenta má s lo
Etapa de
plenitud

humano. Hacia el final del periodo se hacen presentes los temas americanos y se produce una
disminució n de los experimentos formales. Destacan autores como Leopoldo Lugones, José Santos
Chocano y Amado Nervo.

1.3.3. Modernistas españoles


La influencia de Rubén Darío y de sus viajes a Españ a será esencial en el surgimiento del Modernismo
en nuestro país, que contará con precursores como Manuel Reina y Salvador Rueda.
El Modernismo españ ol dará menos importancia a la forma, eliminando parte de esa brillantez externa
tan propia del movimiento, y cultivará má s una temá tica intimista, a veces llena de tristeza y melancolía, que

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abordaba sentimientos y preocupaciones universales como el sentido de la vida o la profunda soledad del ser
humano. Destacan aquí Eduardo Marquina, Francisco Villaespesa y Manuel Machado.
1.4. Generación del 98
En paralelo al desarrollo del Modernismo se inició en Españ a un grupo con una tendencia má s
reflexiva, marcada por la preocupació n por problemas de índole sociopolítica (la esencia de Españ a y su
destino) o metafísica, que conocemos con el nombre de Generación del 98. Algunos de sus autores fueron
también modernistas, pero el temprano abandono de esta estética los insertó definitivamente en el grupo al
que ahora nos referimos.
La generació n del 98 está formada por un grupo de autores que comenzaron a escribir en torno a la
fecha del desastre colonial españ ol (1898), en cuyas obras se presentaron preocupaciones comunes sobre la
identidad españ ola y la necesidad de una regeneració n nacional. La generació n del 98 es el nombre con el que
se ha reunido tradicionalmente a un grupo de escritores, ensayistas y poetas españ oles que se vieron
profundamente afectados por la crisis moral, política y social desencadenada en Españ a por la derrota militar
en la guerra hispano-estadounidense y la consiguiente pérdida de Puerto Rico, Cuba y las Filipinas en 1898.
Todos los autores y grandes poetas englobados en esta generació n nacen entre 1864 y 1876.Se inspiraron en la
corriente crítica del canovismo denominada regeneracionismo y ofrecieron una visió n artística en conjunto.

«Me llamo Pío Baroja. Cuando decidimos coger las mochilas y patearnos España, los tres –Antonio,
Ramiro y yo– éramos muy jóvenes. No nos resignábamos a vivir en una España sin futuro, roída por el caciquismo,
la oligarquía y el aburrimiento. Creíamos que podríamos resolver todos los problemas del país con la varita
mágica de nuestros deseos. Pero una nación que vivía a finales del siglo XIX en el pantano de la ignorancia y el
subdesarrollo, no podía cambiar de la noche a la mañana porque tres jóvenes voluntariosos como nosotros se
empeñaran en ello escribiendo artículos, ensayos y entrevistándose con gente influyente. Sí, pecamos de novatos,
idealistas e impacientes. Quizá no tuvimos las ideas demasiado claras y los problemas de España nos venían muy
grandes. Y nos separamos…Yo me fui a mi casa de Bilbao. Muchos me han preguntado por qué a ninguno de los
tres nos interesaba la moda de la mayoría de los escritores importantes de aquellos años juveniles, los
modernistas. Estos soñaban con la belleza y el exotismo de China, la Edad Media y los dioses del Olimpo. Siempre
les respondo que no necesitábamos irnos tan lejos. Todo lo que ellos buscaban en esas remotas épocas y lejanas
culturas lo teníamos nosotros aquí, en los pueblos de Castilla: la belleza, la soledad y el misterio que, tantas veces,
acompañan al subdesarrollo y a la falta de industria. Éramos el 98.»

1.4.1. Temas y características del 98

 El tema de España. Para los autores del 98, Españ a es una preocupació n, y el desastre colonial vino a
ser el punto de referencia sobre el que se reforzó la idea de regeneracionismo: había que regenerar
Españ a, volver a crearla a partir de sus raíces y sus tradiciones, pero también a partir de la educació n.
 Castilla y su paisaje se convierten en materia de reflexió n, ya que, a través de ellos, se busca la esencia
auténtica de Españ a.
 Las preocupaciones existenciales llevan a los autores del 98 a plantearse asuntos tan profundos
como la inmortalidad del alma, el conflicto entre la razó n y la fe, o la esencia misma del ser humano.
 La envidia (el cainismo) se considerará uno de los grandes males de Españ a y de los españ oles, y
desembocará en una fragmentació n que llevará al poeta Antonio Machado a hablar de sus dos Españ as.

1.4.2. Etapas y autores de la generación del 98


Se consideran miembros de la generació n del 98 a José Martínez Ruiz (Azorín), Ramiro de Maeztu,
Miguel de Unamuno, Pío Baroja y, má s tardíamente, Antonio Machado y Ramó n del Valle-Inclá n.
Podemos distinguir varios momentos en la evolución de los autores del 98:

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Marcada por el espíritu de rebeldía y materializada en el cará cter revolucionario de
juventud
Etapa de

Maeztu, la pertenencia al PSOE de Unamuno y el anarquismo de Azorín y Baroja, el de este ú ltimo


má s estético que activo.

Formado por Azorín, Maeztu y Baroja, que pretendía contribuir a la creació n de «un nuevo
El grupo
de los
Tres

Estado social en Españ a», segú n afirman en su Manifiesto DE 1901. Proponen una «ciencia social»
que sea capaz de analizar los males de Españ a y busque soluciones.

Aparece asociada al radicalismo juvenil y a la toma de posturas individuales que tienen en


La madurez

comú n una tendencia al idealismo marcada por una serie de rasgos como: el acercamiento a
del 98

corrientes filosó ficas de orientació n irracionalista, el afianzamiento de las preocupaciones


existenciales y metafísicas, y el tema de Españ a desde puntos de vista subjetivos.

2. ANTONIO MACHADO
2.1. Biografía
Antonio Machado (1875-1939) nació en Sevilla, pero desde temprana edad vivió en Madrid. Pertenecía
a una ilustre familia liberal, su padre era un estudioso del folclore, lo que le permitió conocer de primera mano
la métrica y las estrofas tradicionales.
Se educó en la Institució n Libre de Enseñ anza, una escuela privada de ideas liberales con el sistema de
estudios má s avanzado de su época y de formació n liberal. Allí las palabras cultura, esperanza y libertad
tomaron significado en él y desarrolló una fuerte conciencia social y un sentido crítico muy realista hacia la
acomodada clase aristocrá tica y hacia la pasividad e indolencia de las clases humildes . El poeta estuvo
vinculado también al krausismo, defensor del laicismo, anticlerical, crítico con el desastre colonial y la
decadencia españ ola. Admiró a Berceo, a Manrique y a Bécquer.
La pérdida de su padre en 1893, cuando él era aú n un joven de 18 añ os, lo inclinaron a la tristeza y la
melancolía.
En 1899 viajó por primera vez a París, donde conoció a los poetas simbolistas (especialmente leyó a
Verlaine) y vivió el ambiente de bohemia; en 1902 vuelve a París y conoce a Rubén Darío. En 1907 sacó una
plaza de profesor de francés y fue catedrá tico, primero en Soria (1907-1912) y luego en Baeza (1912-1919),
Segovia (1919-1932) y Madrid (desde 1932). En Soria conoció a una jovencísima Leonor Izquierdo, con la que
se casó dos añ os má s tarde; pero su matrimonio se vio truncado por la prematura muerte de esta en 1912,
cuando solo tenía diecinueve añ os. A la pérdida de su esposa dedicó estos conmovedores versos:
Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
Poco después se trasladó a Baeza (Jaén), donde vivió con su madre y donde escribió sobre sus
preocupaciones intelectuales y sentimentales. En sus añ os segovianos conoce a la poetisa Pilar Valderrama (a la
que dedicó sus versos con el seudó nimo poético de «Guiomar», tomado de la mujer de Jorge Manrique, el poeta
al que tanto admiró ), su ú ltimo amor. Ambos se dedicaron poemas de amor plató nico, que nunca llegó a
consumarse. En 1927 entra a formar parte de la Real Academia Españ ola de la Lengua.
Republicano confeso, finalmente, al estallar la Guerra Civil, Machado termina abandonando Madrid, su
ú ltimo destino como profesor, y sigue al gobierno legítimo en su repliegue hacia Valencia y Barcelona. En 1939
llega a Colliure, en el sur de Francia, donde murió el 22 de febrero.
2.2. Trayectoria poética

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La obra poética de Antonio Machado evoluciona desde un suave Modernismo inicial, alejado siempre
de las filigranas y adornos que definen el movimiento, hacia una poesía comprometida con los ideales del 98. Se
trata de una poesía que recorre el camino entre el yo y el nosotros, entre el individualismo y la solidaridad.
Podríamos dividir su trayectoria en tres periodos.

 Ciclo de Soledades: etapa modernista. Se inicia en 1903, con la publicació n de Soledades, libro que será
ampliado y revisado en 1907, dando lugar a Soledades, galerías y otros poemas. Es una obra de base
modernista, procedente de su admiració n por Rubén Darío y los simbolistas franceses, aunque el
propio Machado, añ os después, parece separarse de esta estética.
El poeta se refugia en su yo interior marcado por la frustració n amorosa y busca una respuesta a los
grandes enigmas del ser humano desde una perspectiva intimista: la soledad, la melancolía, el tiempo,
la muerte…; en su mundo interior, Machado mantiene un diá logo irracional con el niñ o y joven que fue
un día, con el dolor del presente y la muerte que le aguarda (subjetivismo intimista). Esta reflexió n
interior en busca de la verdad a las grandes preguntas del ser humano no da ningú n fruto y todo se
vuelve soledad y angustia (pesimismo existencial). En el estilo hace uso del verso breve y un lenguaje
oscuro, debido a los símbolos que se aprecian en motivos como el agua, la tarde, las fuentes, el camino,
los jardines… Así, la tarde simboliza, por ejemplo, el final de una relació n, de la felicidad, de la vida. En
esta etapa también es palpable, la huella del Romanticismo tardío de Bécquer y Rosalía de Castro.
 Ciclo de Campos de Castilla: etapa noventayochista. El poeta se abre al mundo (al nosotros) y se
identifica sentimentalmente con el paisaje castellano y, al contemplarlo, reflexiona sobre el pasado,
presente y futuro de Españ a. Con la primera edició n de Campos de Castilla (1912) se hace presente el
paisaje, que se convertirá en el reflejo hondo de los estados de á nimo del poeta, pero también del
espíritu de las gentes que lo habitan. A partir del paisaje de Castilla, Machado reflexiona sobre la
esencia de Españ a, y le salen al camino algunos de los males que la aquejan: la envidia (el cainismo), la
pobreza, el atraso. También está el tema de las dos Españ as: una superficial y amiga del folclore y la
fiesta; la otra, reflexiva y profunda; esta ú ltima es la que considera suya. Machado con una actitud
crítica, denuncia las causas de la decadencia españ ola, anhela el progreso de la nació n, objetivo que
solo se conseguirá a partir de un esfuerzo colectivo y sobre la base del trabajo. Su relació n con Españ a
lo llena de optimismo social y político (ideas republicanas y socialistas). El amor y el dolor aparecen en
las sucesivas ediciones de Campos de Castilla, tras la muerte de Leonor en 1912. En el estilo, utiliza los
versos extensos y narrativos, un lenguaje claro, a veces prosaico, dado que se trata de una poesía
destinada a la comunicació n.
 Ciclos de Nuevas canciones y ú ltimos poemas. Tras el éxito de su anterior libro, Nuevas canciones
(1924) es una obra continuista. Los temas y las formas se repiten y no hay aportaciones interesantes.
Al margen del libro, en este periodo final tendrá n relevancia las Canciones a Guiomar (nombre poético
de Pilar Valderrama, su amor otoñ al) y las Poesías de guerra, motivadas por la Guerra Civil, donde
muestra su defensa de la causa republicana con poemas como los dedicados a la defensa de Madrid o a
la muerte de Federico García Lorca.
2.3. Campos de Castilla
Antonio Machado publica Campos de Castilla en junio de 1912, poco antes de la muerte de su esposa,
Leonor Izquierdo, en la editorial madrileñ a Renacimiento. Después de publicado el libro, ya el poeta instalado
en Baeza, siguió escribiendo poemas que fue incorporando a Campos de Castilla, en las sucesivas ediciones de
sus Poesías completas, donde, bajo el título de Campos de Castilla, figuran las fechas 1907-1917. De este modo el
libro fue enriqueciéndose notablemente, y pasó de las cincuenta y cuatro poesías de la primera edició n de
1912, a las ciento veintitrés que se incluyen en las Poesías completas. Los Proverbios y cantares, que en la
primera edició n eran veintinueve, aumentaron a cincuenta y tres ahora; los Elogios, que solo eran dos, pasan a
ser doce.
Ahora bien, el espíritu y la honda verdad poética de Machado están ya en esa primera edició n, tan
sobria y sencilla. Su visió n severa y noventayochista de los campos y el paisaje de Castilla- Campos de Soria,

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Orillas del Duero- traía un acento nuevo, austero, a la poesía españ ola, que impresionó a lectores de la calidad
de Unamuno, Ortega y Azorín.
La diferencia bá sica entre su primera obra, Soledades, galerías y otros poemas, y Campos de Castilla es
que se produce un paso del YO al NOSOTROS. En Campos de Castilla encuentra a alguien (Leonor o su
recuerdo) o algo (Castilla y lo castellano) hacia quien dirigir su mirada. La soledad del libro anterior ya no es
tan absoluta. En este libro pone el acento en lo que contempla: paisajes de Castilla, sus gentes, Españ a, etc., pero
esas descripciones incluyen siempre, má s o menos implícitos, pensamiento y emoció n. Los poemas de esta obra
los podemos agrupar en dos grandes bloques segú n su temá tica: el problema de España y el problema
existencial.
2.3.1. El tema del paisaje
En la primera edició n (1912) el paisaje descrito es el castellano. Su estancia en Soria (1907-1912), el
contacto con el campo y el paisaje castellanos, influyen profundamente en el poeta. En 1917 nos confiesa
Machado: «Cinco añ os en la tierra de Soria, hoy para mí sagrada—allí me casé; allí perdí a mi esposa, a quien
adoraba—, orientaron mis ojos y mi corazó n hacia lo esencial castellano». En la segunda edició n (1917) añ ade
composiciones que escribe durante su estancia en Baeza, centradas en el paisaje andaluz. Ahora bien, como
afirma Dá maso Alonso, Machado ya no es capaz de cantar al campo andaluz con la belleza y hondura con que ha
cantado el de Castilla. Es má s, algunos de los mejores poemas que Machado escribe en Baeza está n escritos
soñ ando o evocando las tierras de Soria.
En la obra se pueden apreciar tres modos de enfocar el paisaje castellano (también vá lidos para el
paisaje andaluz):
a) Visió n objetiva del paisaje: poemas que responden al simple amor a la naturaleza.

b) Identificació n simbó lica del paisaje con el pasado histó rico de Castilla: el tema de Españ a (“A orillas del
Duero”).
El paisaje castellano es contemplado de una manera objetiva, describiendo su dureza y su aridez,
resaltando su pobreza, mediante referencias a lo humilde. Pero también es contemplado de una forma
subjetiva (colinas plateadas/ grises alcores). El pasado histó rico se hace presente metafó ricamente en los
elementos del paisaje a través de imá genes guerreras, en las que insiste hasta que estas quedan convertidas en
elementos esenciales que identifican el paisaje: meandro del Duero= curva de ballesta; Castilla= mística y
guerrera; loma= recamado escudo; Baeza= ciudad moruna; Guadalquivir= alfanje roto y disperso. La
preocupació n patrió tica le inspira poemas sobre el pasado, el presente o el futuro de Españ a.

c) Hay poemas en los que los elementos del paisaje se convierten en símbolo de realidades íntimas.
En algunos poemas lo que hace el poeta es proyectar en diferentes elementos del paisaje (ríos, á rboles,
atardeceres…) su propia realidad íntima. Esta visió n es consecuencia de su concepto del tiempo como fluir
interior. Veá moslo con un ejemplo: las primeras referencias a los olmos —antes de la muerte de su esposa—
son bá sicamente denotativas de su presencia en los parques. En el poema A un olmo seco (CXV), escrito durante
la enfermedad de Leonor se inicia el proceso de identificació n de su alma con dicho á rbol, que continuará de
forma má s o menos implícita en otros poemas (CXVI, CXXVII) cuando, tras la muerte de su esposa, se convierte
en el recuerdo de una esperanza inú til.
El paisaje andaluz presenta otros tonos. Frente a la aridez y humildad del castellano, en el andaluz
aparecen los tonos luminosos, verdes, fértiles (Recuerdos), sin embargo, a pesar de su belleza, no ha penetrado
tanto en su alma. Todos los poemas dedicados a Leonor los escribe en Baeza, por ello, en algunos poemas de
esta serie el paisaje andaluz, alegre en otras ocasiones, se carga de connotaciones de tristeza (Caminos), de
profunda melancolía. Frente a esto el paisaje soriano se carga de connotaciones positivas (por ej.: A José María
Palacio en el que se recuerda a la amada muerta).
2.3.2. Principales símbolos machadianos en Campos de Castilla

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Los principales símbolos aparecen asociados a los principales temas presentes en sus obras. Los dos
grandes ejes temá ticos de Campos de Castilla son el problema existencial (el paso del tiempo, la muerte) y el
tema de Españ a.
Algunos de los símbolos que hacen referencia al paso del tiempo, ya presentes en Soledades, galerías y
otros poemas son:
 El agua, el agua del río, de la fuente, de la lluvia…, su fluir casi imperceptible, constante, se
hace símbolo del fluir temporal y, por ello, de la vida interior; puede representar la muerte,
quieta en la taza de la fuente o, en la inmensidad del maral que confluyen todas las aguas
(poema CXXVIII, Poema de un día).
 La tarde, suele expresar el sentimiento melancó lico de la vejez, los adjetivos referidos a
colores que acompañ an a la tarde y a los elementos del paisaje en esa hora (rojos, cá rdenos,
violetas…) se cargan por contagio semántico de estas connotaciones de melancolía y tristeza
(poema CXVIII, Caminos).
 Los caminos son frecuentemente símbolos de la vida o bien aparecen asociados con ella; se
convierten con frecuencia en motivo de melancolía, de ensueñ o que trae recuerdos (Caminos);
la idea de que el camino no está hecho, sino que se hace a la vez que el acto que lo realiza se ve
reforzada por otras imá genes («se hace camino al andar»).
 En la identificació n del alma con las cosas del mundo adquieren especial importancia los
elementos de la naturaleza (los árboles, los ríos, los atardeceres…). Especial importancia
adquieren los ríos- en especial el río Duero- como símbolo del paso del tiempo (A orillas del
Duero: «como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar») y los árboles –en especial el olmo, á rbol
de la infancia en algunas composiciones y de la madurez, la vejez en otras (« ¿Tienen los viejos
olmos algunas hojas nuevas?»). La diversidad arbó rea de la obra sirve para expresar tanto la
emoció n que siente el poeta contemplando los campos de Castilla como la fugacidad de la vida
(los chopos, los á lamos, los robles —con su robustez y fortaleza—, las encinas, las hayas, los
limoneros). Del paisaje, Machado seleccionará preferentemente todo cuanto sugiere soledad,
decadencia, fugacidad.
 La muerte aparece aludida con símbolos como el mar, el ocaso, el otoño, la sombra, la luna.
El mar simboliza con frecuencia la ciega inmensidad de la muerte, lugar al que confluyen
todos los ríos, como aparecía en Jorge Manrique. Cada ser, como una ínfima gota, se pierde y
desaparece en la inmensidad del mar-muerte («Morir ¿Caer como gota/ de mar en el mar
inmenso?», Proverbios y cantares)
En Campos de Castilla el paisaje es símbolo de España, en imagen de su pasado histó rico que se hace
presente a través del lenguaje figurado; esta identificació n de los elementos del paisaje con el pasado da pie a
reflexiones en las que se contrasta el pasado glorioso con el mezquino presente. Por una parte, se destaca
desde su peculiar sensibilidad lo pobre, lo adusto, lo austero (yermos, páramos, pegujales, etc.); por otra, lo
recio, lo duro, lo fuerte (alcores, roquedas, yelmo,…). En suma, lo ascético y lo épico. Es, en palabras suyas, «la
Soria, mística y guerrera». El descubrimiento de Castilla, la apreciació n de la belleza del paisaje castellano,
mezclada con ciertas consideraciones y sentimientos sobre el pasado, presente y porvenir de Españ a, sobre la
decadencia, virtudes y defectos de la raza, etc., es algo propio de la generació n del 98. Características de este
movimiento son las dos formas de mirar ese paisaje: desde un punto de vista lírico (fruto de ese amor a la
Naturaleza o de esa fusió n de paisaje y alma- poema CXIII «Hoy siento por vosotros, en el fondo/del corazó n,
tristeza/tristeza que es amor…» o desde un punto de vista crítico que nace de esa «preocupació n patrió tica».
En esos poemas aparece un poeta que da testimonio de la miseria y la decadencia de Castilla: frente a
esplendores pasados, alude al despoblamiento, la desertizació n, la dureza de la vida, las ruinas de los pueblos…
y habla de la apatía de sus gentes o de sus miserias morales. Ej.: El Dios ibero, poema CI.
2.3.3. Principales rasgos formales en Campos de Castilla
Antonio Machado somete desde sus inicios poéticos su estilo a un proceso de depuració n en busca de
la esencialidad. Son numerosas las declaraciones del autor que afirman su gusto por la sencillez, la naturalidad,
la expresió n directa… que ponen de manifiesto una clara voluntad antirretó rica.

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2.3.3.1. Métrica
Presenta una variedad extraordinaria de metros y estrofas; presenta una armonía intensa de los
poemas, acentuada a veces por rimas internas, por armonías vocá licas; presenta una mezcla de tradició n y
modernidad, de ecos clá sicos y populares.
En cuanto a los metros, los versos preferidos son los clá sicos de la tradició n castellana: el octosílabo,
de tradició n popular, y el endecasílabo, de tradició n culta. En numerosas ocasiones, el endecasílabo aparece
combinado con el heptasílabo. En menor medida utiliza el alejandrino.
En cuanto a las estrofas, aparecen estrofas con versos de arte menor: romances (el má s significativo
es la larga composició n La tierra de Alvargonzález),cuartetas (abab), redondillas (abba), coplas (-a-a),
décimas (aabccbdeed). Una de las estrofas preferidas es la silva, combinació n libre de un nú mero
indeterminado de versos heptasílabos y endecasílabos, cuya rima también se distribuye libremente; en especial
abunda la silva arromanzada. Aparecen estrofas en alejandrinos: pareados, en series má s o menos
extensas, y serventesios. Combinaciones de pareados y serventesios.
2.3.3.2. Léxico
Ademá s de los símbolos analizados en el apartado anterior, Machado utiliza un vocabulario que evoca
el tiempo que pasa, el ritmo de los meses y de las estaciones, la caducidad de las cosas. En este sentido, hay que
señ alar un vocabulario referido a lo que él mismo llamaba «signos del tiempo». Siendo el tiempo el tema
vertebrador de su obra, las palabras que pueden funcionar como deícticos temporales (adverbios –hoy,
mañ ana, ayer, todavía, nunca, ya, aú n- demostrativos – estos, aquellos-) aparecen de continuo en sus poemas.
Ademá s, suelen aparecer como antítesis temporales para expresar vivencialmente la relació n pasado-presente-
futuro.
En oposició n a estos signos del tiempo, el poeta utiliza un vocabulario abstracto para referirse a lo que
define como «revelaciones del ser en la conciencia humana» relacionados con los universales del sentimiento:
sueñ o, alma, ilusió n, encanto, armonía…
Una de las características má s señ aladas entre los escritores de la llamada generació n del 98 es el uso
—incluso la recuperació n— del léxico arcaico y/o rural: tahú r, albur, sayal, juglar… En Campos de Castilla es
frecuente el uso de sustantivos y adjetivos que evocan la rudeza o la pobreza de esas tierras, junto con nombres
seguidos de modificadores con la preposició n sin, indicando dicha pobreza (A orillas del Duero).
2.3.3.3. Procedimientos estilísticos
Antonio Machado recurre con frecuencia a una serie de procedimientos estilísticos para librar a sus
poemas de toda impresió n de monotonía, pero los emplea con mesura, sin abuso. Los má s destacados son:
 La repetició n de palabras o expresiones que produce un efecto de insistencia, de obsesió n o de
encantamiento: campo, campo, campo; esta tierra de olivares y olivares… O sirve para imitar un
movimiento: se vio a la lechuza/ volar y volar. O trata de reflejar una emoció n tan fuerte que resulta
indecible: ¡Oh, fría, fría, fría, fría!
 El uso de símbolos, que se convertirá n en el universo imaginario de Machado: el agua, la fuente, el
camino, el mar, el paisaje.
 Dos aspectos manifiestan su deseo de comunió n íntima con lo que le rodea: primero, se observa en la
frecuente humanizació n de las cosas, de los objetos, de los paisajes; el agua clara que reía, hierve y ríe
el mar… En segundo lugar, el empleo de la exclamació n, uno de los rasgos má s peculiares de este poeta
que no abandonará jamá s, puesto que le permite traducir su emoció n ante los objetos, los seres
humanos o los acontecimientos: ¡Hermosa tierra de España! Con este gusto persistente por la
exclamació n, se puede relacionar también el uso muy frecuente de la interrogació n, que da a sus versos
un tono personal.

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3. POESÍA DE ANTONIO MACHADO (Selección de poemas para la EBAU)

XCVIII: “A orillas del Duero”

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Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día. que aú n van, abandonando el mortecino hogar,
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía, como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente Castilla miserable, ayer dominadora,
y dar algú n respiro al pecho jadeante; envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante ¿Espera, duerme o sueñ a? ¿La sangre derramada
y hacia la mano diestra vencido y apoyado recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
en un bastó n, a guisa de pastoril cayado, Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
trepaba por los cerros que habitan las rapaces cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
aves de altura, hollando las hierbas montaraces ¿Pasó ? Sobre sus campos aú n el fantasma yerta
de fuerte olor -romero, tomillo, salvia, espliego-. de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.
La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,
Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
cruzaba solitario el puro azul del cielo. Castilla no es aquella tan generosa un día,
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo, cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
y una redonda loma cual recamado escudo, ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,
y cá rdenos alcores sobre la parda tierra a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
-harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra-, o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero pedía la conquista de los inmensos ríos
para formar la corva ballesta de un arquero indianos a la corte, la madre de soldados,
en torno a Soria. -Soria es una barbacana, guerreros y adalides que han de tornar, cargados
hacia Aragó n, que tiene la torre castellana-. de plata y oro, a Españ a, en regios galeones,
Veía el horizonte cerrado por colinas para la presa cuervos, para la lid leones.
obscuras, coronadas de robles y de encinas; Filó sofos nutridos de sopa de convento
desnudos peñ ascales, algú n humilde prado contemplan impasibles el amplio firmamento;
donde el merino pace y el toro, arrodillado y si les llega en sueñ os, como un rumor distante,
sobre la hierba, rumia; las má rgenes de río clamor de mercaderes de muelles de Levante,
lucir sus verdes á lamos al claro sol de estío, no acudirá n siquiera a preguntar ¿qué pasa?
y, silenciosamente, lejanos pasajeros, Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
¡tan diminutos! -carros, jinetes y arrieros-
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas Castilla miserable, ayer dominadora,
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.
del Duero.
El sol va declinando. De la ciudad lejana
El Duero cruza el corazó n de roble me llega un armonioso tañ ido de campana
de Iberia y de Castilla. -ya irá n a su rosario las enlutadas viejas-.
De entre las peñ as salen dos lindas comadrejas;
¡Oh, tierra triste y noble, me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
la de los altos llanos y yermos y roquedas, de nuevo, ¡tan curiosas!… Los campos se obscurecen.
de campos sin arados, regatos ni arboledas; Hacia el camino blanco está el mesó n abierto
decrépitas ciudades, caminos sin mesones, al campo ensombrecido y al pedregal desierto.
y ató nitos palurdos sin danzas ni canciones

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XCIX: “Por tierras de Españ a”

El hombre de estos campos que incendia los pinares


y su despojo aguarda como botín de guerra,
antañ o hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.

Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;


la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en pá ramos malditos trabaja, sufre y yerra.

Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,


pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebañ os trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.

Pequeñ o, á gil, sufrido, los ojos de hombre astuto,


hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pó mulos salientes, las cejas muy pobladas.

Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,


capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.

Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,


guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.

El numen de estos campos es sanguinario y fiero:


al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.

Veréis llanuras bélicas y pá ramos de asceta


-no fue por estos campos el bíblico jardín-;
son tierras para el á guila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.

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CII: “Orillas del Duero”


¡Primavera soriana, primavera del sol, y en el asombro del planeta,
humilde, como el sueñ o de un bendito, como un globo morado aparecía
de un pobre caminante que durmiera la hermosa luna, amada del poeta.
de cansancio en un pá ramo infinito! En el cá rdeno cielo vïoleta
¡Campillo amarillento, alguna clara estrella fulguraba.
como tosco sayal de campesina, El aire ensombrecido
pradera de velludo polvoriento oreaba mis sienes, y acercaba
donde pace la escuá lida merina! el murmullo del agua hasta mi oído.
¡Aquellos diminutos pegujales Entre cerros de plomo y de ceniza
de tierra dura y fría, manchados de roídos encinares,
donde apuntan centenos y trigales y entre calvas roquedas de caliza,
que el pan moreno nos dará n un día! iba a embestir los ocho tajamares
Y otra vez roca y roca, pedregales del puente el padre río,
desnudos y pelados serrijones, que surca de Castilla el yermo frío.
la tierra de las á guilas caudales, ¡Oh Duero, tu agua corre
malezas y jarales, y correrá mientras las nieves blancas
hierbas monteses, zarzas y cambrones. de enero el sol de mayo
¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía! haga fluir por hoces y barrancas,
¡Castilla, tus decrépitas ciudades! mientras tengan las sierras su turbante
¡La agria melancolía de nieve y de tormenta.
que puebla tus sombrías soledades! y brille el olifante
¡Castilla varonil, adusta tierra, del sol, tras de la nube cenicienta!...
Castilla del desdén contra la suerte, ¿Y el viejo romancero
Castilla del dolor y de la guerra, fue el sueñ o de un juglar junto a tu orilla?
tierra inmortal, Castilla de la muerte! ¿Acaso como tú y por siempre, Duero,
Era una tarde, cuando el campo huía irá corriendo hacia la mar Castilla?

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CVI: “Un loco”

Es una tarde mustia y desabrida


de un otoñ o sin frutos, en la tierra
estéril y raída
donde la sombra de un centauro yerra.
Por un camino en la á rida llanura,
entre á lamos marchitos,
a solas con su sombra y su locura
va el loco, hablando a gritos.
Lejos se ven sombríos estepares,
colinas con malezas y cambrones,
y ruinas de viejos encinares,
coronando los agrios serrijones.
El loco vocifera
a solas con su sombra y su quimera.
Es horrible y grotesta su figura;
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado,
ojos de calentura
iluminan su rostro demacrado.
Huye de la ciudad... Pobres maldades,
misérrimas virtudes y quehaceres
de chulos aburridos, y ruindades
de ociosos mercaderes.
Por los campos de Dios el loco avanza.
Tras la tierra esquelética y sequiza
—rojo de herrumbre y pardo de ceniza—
hay un sueñ o de lirio en lontananza.
Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano!
—¡carne triste y espíritu villano!—.
No fue por una trá gica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota.

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CXIII: “Campos de Soria”: VII-VIII-IX

VII tienen en sus cortezas


¡Colinas plateadas, grabadas iniciales que son nombres
grises alcores, cá rdenas roquedas de enamorados, cifras que son fechas.
por donde traza el Duero
su curva de ballesta ¡Á lamos del amor que ayer tuvisteis
en torno a Soria, obscuros encinares, de ruiseñ ores vuestras ramas llenas;
ariscos pedregales, calvas sierras, á lamos que seréis mañ ana liras
caminos blancos y á lamos del río, del viento perfumado en primavera;
tardes de Soria, mística y guerrera, á lamos del amor cerca del agua
hoy siento por vosotros, en el fondo que corre y pasa y sueñ a,
del corazó n, tristeza, á lamos de las má rgenes del Duero,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria conmigo vais, mi corazó n os lleva!
donde parece que las rocas sueñ an,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas, IX
grises alcores, cá rdenas roquedas!... ¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
VIII alamedas del río, verde sueñ o
He vuelto a ver los á lamos dorados, del suelo gris y de la parda tierra,
á lamos del camino en la ribera agria melancolía
del Duero, entre San Polo y San Saturio, de la ciudad decrépita.
tras las murallas viejas Me habéis llegado al alma,
de Soria —barbacana ¿o acaso estabais en el fondo de ella?
hacia Aragó n, en castellana tierra—. ¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardá is como cristianas viejas,
Estos chopos del río, que acompañ an que el sol de Españ a os llene
con el sonido de sus hojas secas de alegría, de luz y de riqueza!
el son del agua, cuando el viento sopla,

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CXV: “A un olmo seco”

Al olmo viejo, hendido por el rayo


y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina


que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será , cual los á lamos cantores


que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñ ores.

Ejército de hormigas en hilera


va trepando por él, y en sus entrañ as
urden sus telas grises las arañ as.

Antes que te derribe, olmo del Duero,


con su hacha el leñ ador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañ ana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazó n espera

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también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

CXXI: “Allá , en las tierras altas”

Allá , en las tierras altas,


por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazó n está vagando, en sueñ os...

¿No ves, Leonor, los á lamos del río


con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.

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CXXVI: “A José María Palacio”

Palacio, buen amigo, Por esos campanarios


¿está la primavera ya habrá n ido llegando las cigü eñ as.
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa Habrá trigales verdes,
del alto Duero, Primavera tarda, y mulas pardas en las sementeras,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!... y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
¿Tienen los viejos olmos libará n del tomillo y el romero.
algunas hojas nuevas?
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
Aú n las acacias estará n desnudas
y nevados los montes de las sierras. Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa, no faltará n. Palacio, buen amigo,
allá, en el cielo de Aragó n, tan bella!
¿tienen ya ruiseñ ores las riberas?
¿Hay zarzas florecidas
entré las grises peñ as, Con los primeros lirios
y blancas margaritas y las primeras rosas de las huertas,
entre la fina hierba? en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra...

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CXXX: “La saeta”

¡Oh, la saeta, el cantar


al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesú s de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesú s del madero,
sino al que anduvo en el mar!

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CXXXI: “Del pasado efímero”

Este hombre del casino provinciano


que vio a Carancha recibir un día, Bosteza de política banales
tiene mustia la tez, el pelo cano, dicterios al gobierno reaccionario,
ojos velados por melancolía; y augura que vendrá n los liberales,
bajo el bigote gris, labios de hastío, cual torna la cigü eñ a al campanario.
y una triste expresió n, que no es tristeza,
sino algo má s y menos: el vacío Un poco labrador, del cielo aguarda
del mundo en la oquedad de su cabeza. y al cielo teme; alguna vez suspira,
pensando en su olivar, y al cielo mira
Aú n luce de corinto terciopelo con ojo inquieto, si la lluvia tarda.
chaqueta y pantaló n abotinado,
y un cordobés color de caramelo, Lo demá s, taciturno, hipocondriaco,
pulido y torneado. prisionero en la Arcadia del presente,
Tres veces heredó ; tres ha perdido le aburre; só lo el humo del tabaco
al monte su caudal; dos ha enviudado. simula algunas sombras en su frente.

Só lo se anima ante el azar prohibido, Este hombre no es de ayer ni es de mañ ana,


sobre el verde tapete reclinado, sino de nunca; de la cepa hispana
o al evocar la tarde de un torero, no es el fruto maduro ni podrido,
la suerte de un tahú r, o si alguien cuenta es una fruta vana
la hazañ a de un gallardo bandolero, de aquella Españ a que pasó y no ha sido,
o la proeza de un mató n, sangrienta. esa que hoy tiene la cabeza cana.

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CXXXV: “El mañ ana efímero”

A Roberto Castrovido

La Españ a de charanga y pandereta, florecerá n las barbas apostó licas,


cerrado y sacristía, y otras calvas en otras calaveras
devota de Frascuelo y de María, brillará n, venerables y cató licas.
de espíritu burló n y alma quieta, El vano ayer engendrará un mañ ana
ha de tener su má rmol y su día, vacío y ¡por ventura! pasajero,
su infalible mañ ana y su poeta. la sombra de un lechuzo tarambana,
El vano ayer engendrará un mañ ana de un sayó n con hechuras de bolero;
vacío y por ventura pasajero. el vacuo ayer dará un mañ ana huero.
Será un joven lechuzo y tarambana, Como la ná usea de un borracho ahíto
un sayó n con hechuras de bolero, de vino malo, un rojo sol corona
a la moda de Francia realista de heces turbias las cumbres de granito;
un poco al uso de París pagano hay un mañ ana estomagante escrito
y al estilo de Españ a especialista en la tarde pragmá tica y dulzona.
en el vicio al alcance de la mano. Mas otra Españ a nace,
Esa Españ a inferior que ora y bosteza, la Españ a del cincel y de la maza,
vieja y tahú r, zaragatera y triste; con esa eterna juventud que se hace
esa Españ a inferior que ora y embiste, del pasado macizo de la raza.
cuando se digna usar la cabeza, Una Españ a implacable y redentora,
aú n tendrá luengo parto de varones Españ a que alborea
amantes de sagradas tradiciones con un hacha en la mano vengadora,
y de sagradas formas y maneras; Españ a de la rabia y de la idea.

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CXXXVI: “Proverbios y cantares”: I, XXIX, XLV

I
Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canció n;
yo amo los mundos sutiles,
ingrá vidos y gentiles
como pompas de jabó n.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
sú bitamente y quebrarse.

XXIX
Caminante, son tus huellas
el camino y nada má s;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrá s
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

XLV
Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.

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