Detectives Buenos
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CUARTA PARTE:
El hombre que dijo "no".
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—La verdad es que no sé cómo te las apañas para soportarme.
A veces, mi amigo y socio Ignacio me dice eso y me sonríe. Una vez, hace años, me
dijo: «Buen detective no es el que encuentra la solución más fácil, sino el que sabe
cómo encontrarla». Es una frase que me ha acompañado durante toda mi vida y que, sin
duda, está escrita en algún lugar, en lo más profundo de mi despacho.
Ignacio no necesita mi ayuda para encontrar la solución más fácil. Además, sabe que no
tengo ningún interés en eso; prefiero andarme con cuidado, con mucho cuidado, y que
las soluciones lleguen a mí. En mi oficina, en el barrio de Lesseps, tengo todos los
mapas de Barcelona a mano y, a veces, me gusta mirarlos y pensar en todas las posibles
soluciones. Yo no necesito pensar en la más fácil. Lo que me importa es encontrar una
solución.
—¿Sabes qué te pasa, Marc? —me dice Ignacio—. Que eres un estirado.
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En el fondo, sé que no me quiere decir eso, pero si él lo dice, yo no soy más que un
estirado. Y no es fácil ser detective, estirado o no. A veces lo mejor que puedes hacer es
tomar un café y fumar un cigarrillo. Tengo muchos cigarrillos, y sé que a Ignacio le
gustaría fumar uno, pero no le doy nunca, porque sabe que yo no fumo. El cigarrillo está
en mi mesa, junto a la cafetera. Lo cogí el otro día, en un bar de la calle Paral·lel, y no
he podido resistirme a fumarlo. Lo he dejado ahí, para que se consuma lentamente.
—Marc, tienes que dejar de fumar.
—No fumo, Ignacio.
—Pues deja de hacerlo.
—No fumo, te lo repito.
—Pues entonces, ¿qué hace ese cigarrillo consumiéndose en tu mesa?
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—No lo sé, quizá un fantasma lo esté fumando.
—No seas tonto.
—No soy tonto, pero tampoco fumo.
—Ya. Bueno, deja de hacerlo, por favor. No es bueno de cara a la clientela que tu
despacho huela a tabaco.
—No fumo, te lo repito.
—Está bien, está bien. No te enfades.
—No me enfado, pero no fumo.
A veces, cuando estoy cansado o frustrado, me da por fumar. No fumo mucho, pero lo
suficiente para que Ignacio se queje. No le hago caso, porque sé que en el fondo le
gustaría fumar un cigarrillo. A mí me gustaría fumar un cigarrillo, pero no fumo. No me
gusta el tabaco. Lo único que me gusta del cigarrillo es el olor. A veces, me gusta oler el
humo.
—Marc, ¿te has fumado un cigarrillo?
—No pavo, esto es tocho, no me sirve una disculpa. No quiero que tu despacho huela a
tabaco.
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—Sí, mira esta fotografía, me la dio ayer la madre de María —me acerca la fotografía
—.
—¿Qué es?
—No, no lo sé.
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Estoy cansado de este caso. No quiero seguir perdiendo el tiempo con él. Mañana iré al
Mercadona y verás tú la que monto con el whisky barato y el café.
Después de pagar me dirijo a casa de los Romero como por instinto. Llamo a la puerta y
me abre la señora Romero.
La señora Romero me cierra la puerta en las narices. No sé qué ha pasado, pero algo no
ha ido bien. Voy al local de Ignacio.
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—¿Sobre qué?
—Sobre el caso.
—Vale.
—¿Qué fotografía?
—Esta fotografía.
—¿Y si te matan?
—¿Y si me matan?
—Sí, ¿y si te matan?
—Ah.
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Llego a casa y no sé qué hacer. Cierro los ojos y me quedo dormido de pie en el
recibidor.
—¿Quién eres?
—Soy Ignacio.
—Vengo a verte.
—¿Por qué?
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Me levanto tarde. No sé qué hacer. No quiero seguir con este caso, pero tampoco quiero
decepcionar a la familia Romero. Voy a casa de los Romero.
—Sí, señora Romero, he encontrado una relación evidente entra la muerte de su hija y la
mía.
—¡¿Cómo?! ¿Su hija también ha muerto?
—No, no... no me he expresado bien. O estoy muerto, o voy a morir. Como mínimo han
fotografiado mi cuerpo inerte. Mire esto —le entrego la fotografía de su hija muerta y la
de mi propia muerte—. Esto está bastante claro, ¿no cree?
CAPÍTULO 22
—Sí, ¿y tú?
—¿Yo? No, no, no... Estoy bien, tranquila. ¿Qué tal tu día?
—Pues no muy bien, de tanto fumar me ha salido una moneda del pulmón.
—Ya, ya lo sé.
—¿Qué ves?
—Ah, vale.
—Porque me inspira.
—¿Puedo ir a verte?
Cuelgo. Me levanto de la cama. Voy al cuarto de baño. Me lavo la cara. Me cepillo los
dientes. Me miro al espejo. No me reconozco. Vuelvo al despacho. Enciendo un
cigarrillo. Tomo un trago de la petaca. Abro la ventana. Salgo al balcón. Miro hacia
abajo. Hay un hombre muerto en la calle. No sé por qué. No sé quién es. No sé nada. No
sé nada. Llega la chica, ya debe de ser mañana.
CAPÍTULO 23
—Hola, Marc.
—Hola, Natalia.
—¿Cómo estás?
—No, no creo.
Se va. Me siento en la silla. Encima de la mesa hay una petaca y una pistola. ¿Por qué?
No lo sé. No tengo ni idea. No me acuerdo de nada. No sé nada. No sé nada. No
recuerdo nada. No me acuerdo de nada.
CAPÍTULO 24
No sé qué estoy haciendo aquí. No sé por qué tengo esta pistola. No sé nada. No sé
nada. No sé nada. No sé nada. No sé nada. No sé nada. No sé nada. No sé nada.
Oigo ruidos. No sé de dónde vienen. Me levanto. Salgo al balcón. Miro hacia abajo.
Hay un hombre muerto en la calle. No sé por qué. No sé quién es. No sé nada. No sé
nada. No sé nada.
Oigo ruidos. No sé de dónde vienen. Me asomo al balcón. Veo a la chica. Está llorando.
No sé por qué. Me da pena. No sé qué hacer. No sé nada.
La chica viene hacia mí. Me abraza. Me da un beso. Me dice que me quiere. No sé qué
decir. No sé nada. No sé nada.
FIN.