01 - Aguayo (2011)

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Masculinidades y

Políticas Públicas:
Involucrando Hombres en
la Equidad de Género

Francisco Aguayo y Michelle Sadler


(editores)

SO Y MUJER
HOMBRE
Identidad y Género en Chile
Noviembre 2011
ISBN: 978-956-19-0759-1
RPI: 210.787

Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales


Departamento de Antropología

Editores:
Francisco Aguayo, [email protected]
Michelle Sadler, [email protected]
Ilustración de portada: Bernardita Ojeda
Fotografías: SOY Hombre SOY Mujer
Creador: Júlio Cezar Dantas
Fotógrafos: Juan Pablo Fuentealba, Magdalena Ladrón de Guevara
SOY Hombre SOY Mujer muestra la amplitud y diversidad de definiciones de género
en Chile a través de fotografías y videos con respuestas de chilenos/as a las
preguntas: ¿Para mí, qué es ser un hombre? ¿Para mí, qué es ser una mujer?
http://soyhombresoymujer.cl

Diagramación e impresión:
Gráfica LOM
ÍNDICE

Autores y Autoras 5
Introducción 9
Prólogo al libro Masculinidades y Políticas Públicas 11
Benno de Keijzer
¿Qué tienen que ver los hombres con esto?: Reflexiones 23
sobre la inclusión de los hombres y las masculinidades en
las políticas públicas para promover la equidad de género
Gary Barker y Margaret E. Greene
Hombres, masculinidades y políticas públicas: aportes 50
para la equidad de género en Brasil
Marcos Nascimento y Márcio Segundo
Del hombre proveedor al hombre emocional: construyendo
nuevos significados de la masculinidad entre varones
mexicanos 64
Juan Guillermo Figueroa y Josefina Franzoni
Varones, paternidades y políticas públicas en el primer
gobierno progresista uruguayo 83
Carlos Güida
El papel de los hombres en la equidad de género:
¿qué masculinidades estamos construyendo en las
políticas públicas en Chile? 105
Francisco Aguayo y Michelle Sadler
Masculinidades y equidad de género en la escuela:
Consideraciones para la construcción de una política
educativa en Chile 128
Sebastián Madrid P.
Varones jóvenes de sectores empobrecidos y privilegios:
¿Por qué cambiar? 152
Klaudio Duarte Quapper
El caso de la figura ideológica de lo homosexual como
tópico en la opinión pública y las ciencias sociales en Chile 166
Gabriel Guajardo Soto
Declaración de Río de Janeiro
Simposio Global Involucrando a Hombres y Niños en la Equidad
de Género 176
Río de Janeiro, 29 de Marzo – 3 de Abril, 2009
9

INTRODUCCION

Este libro es reflejo de un ‘momento’ en los Estudios de Masculinidades


donde diversas/os investigadoras/es, profesionales, organizaciones y redes es-
tán debatiendo y reflexionando en sus contextos sobre cómo están construidos
los hombres en las políticas y programas de género, familia, salud y trabajo.
El presente libro nace como resultado del Seminario Masculinidades y Po-
líticas Públicas: Involucrando Hombres en la Equidad de Género realizado el
3 de agosto de 2009 en la Universidad de Chile. Dicho seminario nació como
iniciativa del proyecto VID SOC 07/10-2 (Vicerrectoría de Investigación y De-
sarrollo) de la Universidad de Chile sobre el mismo tema. Fue coorganizado
por los departamentos de Antropología y Sociología de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de Chile, en conjunto con la organización Cultu-
raSalud/EME, con la colaboración del Núcleo de Investigación en Género y
Sociedad Julieta Kirkwood (Departamento de Sociología), y del Centro Inter-
disciplinario de Estudios de Género CIEG (Departamento de Antropología).
En este seminario y libro participaron también organizaciones que son
parte del proyecto multipaís Hombes, Equidad de Género y Políticas Públicas
(The Men and Gender Equality Policy Project, MGEPP): COLMEX de Méxi-
co, Promundo de Brasil y CulturaSalud/EME de Chile, presentando resultados
preliminares de dicho proyecto.
Agradecemos a Gary Barker, coordinador del proyecto MGEPP, por su es-
tímulo y apoyo, y a Jorgen Lorentzen por apoyar la inclusión del caso chileno en
dicho proyecto.
Agradecemos a todas las instituciones organizadoras y patrocinantes de
este proyecto: CulturaSalud y EME, Departamento de Antropología y Depar-
tamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de
Chile, Núcleo de Investigación en Género y Sociedad Julieta Kirkwood (De-
partamento de Sociología), Centro Interdisciplinario de Estudios de Género
CIEG (Departamento de Antropología), Alianza MenEngage, y al proyecto
Hombes, Equidad de Género y Políticas Públicas (The Men and Gender
Equality Policy Project MGEPP).
Agradecemos a todas/os quienes ayudaron a que el seminario se llevara a
cabo, entre ellos a Klaudio Duarte, Alexandra Obach, Javiera Salas, Pilar Plana,
Carolina Franch, José Olavarría, Atilio Macchiavello, Pedro Villablanca, y a los
10

y las estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile


que colaboraron con la organización y desarrollo de este. Agradecemos espe-
cialmente a los cerca de 350 asistentes al seminario, quienes demostraron el
gran interés que hay en nuestro país por reflexionar en torno al involucramiento
de los hombres en las políticas públicas.
Agradecemos también a quienes hicieron posible la participación en el sem-
inario de colegas extranjeros: la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la
Universidad de Chile, y la Fundación FORD.
Agradecemos a todas/os quienes participaron con un capítulo, colegas na-
cionales y de Brasil, Estados Unidos, México y Uruguay. Gracias a su generoso
aporte de autoría este libro es posible: Gary Barker, Benno de Keijzer, Klaudio
Duarte, Juan Guillermo Figueroa Perea, Josefina Franzoni, Margaret Greene,
Luis Gabriel Guajardo Soto, Carlos Güida, Sebastián Madrid, Marcos Nasci-
mento, Márcio Segundo.
Agradecemos a LOM por su trabajo en la edición, y a Bernardita Ojeda por
la ilustración del afiche y la portada.
Agradecemos a la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la Universi-
dad de Chile su importante apoyo y financiamiento a este proyecto y este libro.

Francisco Aguayo y Michelle Sadler, editores


Santiago de Chile, 2011
Prólogo al libro Masculinidades y
Políticas Públicas
Benno de Keijzer

Es un privilegio presentar este libro, que nos plantea un tema novedoso,


polémico y potencialmente conflictivo, pero también necesario. Quizás sea
incluso un libro sorprendente, al abordar a los hombres desde las políticas
públicas.
La política en general y la política pública en particular han sido patrimo-
nio histórico de los hombres. Galeano nos recuerda cómo la Democracia, la
Victoria, la Justicia y la Libertad han sido simbolizadas por imágenes femeni-
nas en las democracias occidentales: en la Revolución Francesa, los símbolos de las
victorias por la defensa de los derechos ciudadanos eran femeninos. En cambio, dijo,
cuando las mujeres reivindicaron sus derechos como ciudadanas, fueron pasadas por
la guillotina.1
Ha sido muy largo el camino y enorme el esfuerzo de las mujeres por ser
sujetas de las políticas públicas y lograr crecientes cuotas de equidad. Con-
tradictoriamente, hasta hace muy poco, los hombres no habían sido vistos
ni analizados desde la perspectiva de género, ya que la masculinidad era algo
dado, la norma desde donde se concebía lo femenino. Mucho menos se había
considerado a los hombres como potenciales aliados hacia la equidad de gé-
nero en este terreno.
En este texto discurre la temática de los hombres en varios campos y
niveles: desde la salud reproductiva (incluyendo la posición de los hombres
ante el aborto) a la diversidad sexual y la homofobia, pasando por la paternidad
y la violencia hacia las mujeres y entre los hombres. En cuanto a los niveles,
se rescata tanto la experiencia práctica de trabajo con hombres en diversos
programas, como el creciente volumen de información acerca de la condición
masculina, hasta las incipientes experiencias de incorporación de los hombres
en programas y políticas públicas.
El libro se inicia con un capítulo de Gary Barker y Margaret Greene,
quienes proponen un marco conceptual para analizar el vínculo entre hom-

1 Galeano en: ethikast.blogspot.com/.../los-siete-pecados-capitales-de-la.html


12 Benno de Keijzer

bres y masculinidades con las políticas de equidad de género, presentando una


serie de recomendaciones para involucrar a hombres en las políticas públicas.
Tras este capítulo, se presentan reflexiones de tres países latinoamericanos: Bra-
sil, México y Uruguay. Marcos Nascimento y Marcio Segundo realizan una re-
visión de políticas públicas de equidad de género en Brasil, analizando de qué
manera dichas políticas incluyen –o no- a los hombres. Luego, Juan Guillermo
Figueroa y Josefina Franzoni presentan hallazgos de un estudio cualitativo en
México, reflexionando sobre la experiencia de hombres adultos que son cuida-
dores de sus hijos, y en un caso, de su padre. A continuación, Carlos Güida pre-
senta, en el marco del primer gobierno progresista de Uruguay, algunas iniciati-
vas vinculadas al ejercicio de la paternidad emanadas desde el poder ejecutivo y
el parlamento en políticas sociales, y sus repercusiones en la sociedad uruguaya.
Luego se presentan trabajos relativos a Chile. Francisco Aguayo y Michelle
Sadler analizan cómo las políticas públicas conciben a los hombres en las áreas
de familia, paternidades, violencia, salud y homofobia. Sebastián Madrid indaga,
a partir de la revisión bibliográfica de investigaciones sobre masculinidad y edu-
cación en países anglosajones, en tres niveles en la relación entre masculinidad y
educación: transformaciones en el entorno de la escuela, dinámicas institucio-
nales en la construcción de las masculinidades e implementación de políticas
educativas que incorporan explícitamente a niños y adolescentes. Klaudio Du-
arte reflexiona en torno a las tensiones que viven los varones jóvenes de sectores
empobrecidos en Chile, en contextos de cambio y cuestionamientos a los man-
datos tradicionales que los modos de relaciones e imaginarios patriarcales han
impuesto. Gabriel Guajardo aborda la construcción de lo homosexual para las
ciencias sociales y la opinión pública como figura ideológica.
¿Qué ha hecho falta para llegar a un texto como este? Un muy complejo
proceso que indudablemente empieza con el arduo trabajo del movimiento
feminista en la lucha por la equidad y en su logro de políticas que rebasen la
mirada de la mujer como ser subordinado, sin derechos, asignada al espacio do-
méstico y centrada en las funciones de reproducción biológica y social.
En la construcción de políticas públicas de género se da recientemente el
descubrimiento de la necesidad de abordar, de alguna forma, a los hombres,
primero para avanzar hacia la salud y los derechos sexuales y reproductivos de
las mujeres y, luego, en la prevención y atención de la violencia ejercida hacia
ellas. A esto contribuyen, en forma vigorosa, las conferencias internacionales
del Cairo y Beijing. En forma paralela, los hombres serán centrales también en
las políticas y acciones para atender y prevenir el VIH-SIDA y serán analizados
desde el género y la diversidad sexual. La posibilidad de trabajar con los hom-
Prólogo 13

bres pasa de ser una rareza (Güida2) a convertirse en una necesidad (Aguayo y
Sadler, Barker y Greene, Güida, Nascimento y Segundo).
Pero no todo se origina en las iniciativas y conferencias internacionales: en
las últimas décadas asistimos también a un creciente malestar (¿se podría con-
siderar “de género”?) de los hombres, primero en los países del Norte (desde los
años 703) y luego en los países de Nuestra América. Se dan diversos procesos
de reflexión entre varones4 que van generando iniciativas de trabajo hacia otros
sectores y grupos etarios. Esto permite el desarrollo de programas y políticas
que incluyan acciones hacia los hombres en la lucha por la equidad de género.
Hablo de la oportunidad de trabajar “río arriba” en problemas tan serios como
la violencia doméstica, la prevención de adicciones o la salud sexual y repro-
ductiva.
Muchas de estas iniciativas empiezan trabajando tácticamente con los hom-
bres, teniendo como objetivo promover la justicia social. Lo anterior, afirma Madrid,
implica una reconfiguración de las relaciones de género y no el mejoramiento de los va-
rones en algún área específica. Lo interesante es que los hombres sí mejoran sus
vidas incluso en programas que los incorporan para el beneficio de las condi-
ciones de las mujeres. Además, es larga ya la lista de problemas que atañen prin-
cipalmente a los hombres en donde su atención también produce beneficios a
las mujeres y las familias, por ejemplo, las infecciones de transmisión sexual, los
accidentes o las adicciones.5
Así, se va dando una creciente claridad en cuanto a que se requieren políti-
cas o programas específicos dirigidos a los hombres desde una mirada de gé-
nero. Hay naciones como Australia y Brasil que abren, por ejemplo, programas
de salud del hombre. Al igual que en otros países, en México la Ley para las Mu-
jeres por una Vida sin Violencia señala la necesidad de promover e implementar
procesos de trabajo con hombres que ejercen violencia. En un contexto donde
van en aumento los hogares dirigidos exclusivamente por mujeres, es creciente
la percepción de que la paternidad arranca no sólo en el posparto (donde se
requiere una licencia específica para los hombres), sino con su participación en

2 Cuando pongo apellidos entre paréntesis me estoy refiriendo a quienes escriben textos para este
libro.
3 Mi referencia más lejana es el proceso de reflexión e investigación desarrollado por Victor Seidler
en Inglaterra en los años 70.
4 Por mencionar sólo algunas de las experiencias relevantes, tenemos los largos procesos impulsados
por diversas organizaciones en Nicaragua, la experiencia de ReproSalud en Perú, los trabajos del
Programa H (articulado por Promundo, Papai, Ecos y Salud y Género) y muchas de las iniciativas
en salud sexual y reproductiva de organizaciones afiliadas a la IPPF.
5 Aguayo y Sadler enfatizan los daños específicos de salud mental en los hombres en Chile.
14 Benno de Keijzer

el nacimiento y en el proceso de embarazo, para lo cual casi no existe legislación


ni preparación, tanto de los servicios como en los profesionales de la salud.
La pregunta y reto que ronda todo este proceso es la siguiente: ¿será el traba-
jo en torno a la masculinidad realmente un camino o un atajo hacia la equidad?
O mejor dicho, ¿de qué forma podemos trabajar con los hombres para que sea
un proceso que apunte realmente a esa equidad?
De ninguna manera está siendo un proceso lineal y certero. Existen ejem-
plos lamentables, como la campaña que buscaba en los años ochenta la partici-
pación de los hombres en la anticoncepción en México bajo el lema de “Si eres
tan macho…… ¡planifica tu familia!” Y el caso más reciente de homofobia (de
Estado) en la campaña chilena “Maricón es el que maltrata a una mujer”. En am-
bas se hace un llamado a la participación de los hombres a causas positivas, pero
con mensajes que reproducen la inequidad de género y la homofobia/violencia,
respectivamente.
El trabajo con hombres ha supuesto retos y ha generado cuestionamientos
del movimiento feminista que desea un cambio en los hombres con la condición
de que esto no suponga una merma en lo que las mujeres han conseguido con
tanta dificultad. Pero también ha sido un proceso activamente apoyado por sec-
tores del feminismo, instituciones gubernamentales y de la sociedad civil que
trabajan con mujeres y que encuentran los comportamientos masculinos como
factor limitante para avanzar.
El presente libro da cuenta entonces de varios procesos evolutivos, más si-
multáneos que secuenciales:
• La generación de grupos de reflexión y acción en torno a las masculini-
dades, generalmente locales y que surgen desde la sociedad civil.
• Procesos de investigación que en los 80 y 90 generaron amplios even-
tos e intercambios en Chile, Brasil y México, que toman mayor forma
con los cuatro Coloquios Internacionales de Estudios sobre Varones
y Masculinidades6 y que dan lugar al Proyecto Hombres, Equidad de
Género y Políticas Públicas (The Men and Gender Equality Policy
Project, MGEPP)7.

6 Desarrollados en México (Puebla y Guadalajara), Colombia y Uruguay.


7 El MGEPP es una investigación multipaís que se está desarrollando en Brasil, Cambodia, Chile,
Croacia, India, México, Sudáfrica y Tanzania, y que busca: analizar las formas en que los hombres
y las masculinidades están contempladas en las políticas de género; llevar a cabo una encuesta para
medir las percepciones y comportamientos de hombres y mujeres en una serie de temas vinculados
a la equidad de género (International Men and Gender Equality Survey – IMAGES); y realizar
un estudio cualitativo sobre hombres que están involucrados en tareas de cuidado. El MGEPP
está coordinado por el Instituto Promundo (Brasil) y por el International Center for Research on
Women (ICRW, Washington DC).
Prólogo 15

• El avance hacia programas y algunas políticas nacionales en torno a la


violencia de los hombres, la salud sexual y la salud reproductiva, la pa-
ternidad y la homofobia.
• La articulación de redes e iniciativas en torno a las masculinidades bus-
cando la posibilidad de llevarlas a mayor escala y de influir en las políti-
cas públicas, como es el caso del impulso de la red mundial MenEn-
gage8 o la Campaña del Lazo Blanco (Involucrando Hombres por el
Fin de la Violencia contra las Mujeres)9.
En forma alguna podemos pensar en un progreso sin resistencias de los pro-
pios hombres. En varios de los textos se da una alerta a estar conscientes de la
persistencia de la “multi dimensionalidad de la dominación masculina” (Güida)
y de la presencia de un “régimen de género” (Madrid) en las instituciones edu-
cativas –también presentes en las instituciones de salud, las de procuración de
justicia, los medios de comunicación, etc. En el caso de las escuelas, nos dice
Madrid, hay que estar atentos a que la construcción de las masculinidades aún
discurre a través de dicho régimen de género, del papel de los docentes, del pa-
pel de los pares y de las estrategias de posicionamiento.
Teniendo como punto de partida la experiencia acumulada en muchos
países en el trabajo con hombres, Barker y Greene nos advierten en su contri-
bución:
Sin embargo, la experiencia colectiva de estos programas demuestra la necesidad de
trabajar para transformar las normas de género y las instituciones que perpetúan
las desigualdades. Sólo a través de políticas públicas e involucrando al sector público
pueden estas instituciones sociales comenzar a considerar el género y otras desigual-
dades sociales en sus operaciones y preparar el escenario para cambios de gran en-
vergadura.
En consecuencia, es común observar programas que arrancan con la detec-
ción de la necesidad de una política de género para las mujeres y, en una fase
posterior, la necesidad de políticas de género dirigidas a los hombres para poder
avanzar hacia la equidad con las mujeres, siempre con algunas dudas en cuan-
to a las pérdidas y ganancias que esto puede implicar. En nuestro continente,
por ejemplo, nos llegan con fuerza desde el ámbito internacional las iniciativas
para la participación de los hombres en aspectos como la salud reproductiva y
la violencia. Nuestros países firman declaraciones y convenios internacionales
(Beijing, Cairo, Belén do Pará) que aún no se traducen en su totalidad en leyes,

8 Con la formación de redes nacionales en varios países del continente. Ver www.menengage.org
9 Ver www.whiteribbon.ca, www.lazoblanco.org, www.lazoblanco.cl
16 Benno de Keijzer

programas y acciones específicas. Existen avances en lo general y abstracto que


requieren mayor esfuerzo para que se concreten en lo específico.
Esto ocurre incluso con gobiernos definidos como socialistas o de izquier-
da, los cuales, no por serlo, tendrán en forma automática una visión de género
que incluya acciones específicas que tomen en cuenta a los hombres. En este
punto coinciden los trabajos que analizan lo que ha ocurrido en Chile, Uruguay
y Brasil. Se ha requerido de la presión del movimiento de mujeres y de la in-
tervención técnico/política de profesionales con mirada de género para que se
generen políticas que los acerquen a la equidad en ámbitos diversos. Y aun así,
afirma Madrid para el caso de Chile, el proceso ha sido parcial, interrumpido, no
siempre coherente y ha descansado más en voluntades personales que en una política
pública articulada.
En conclusión, no se ha logrado el aún potencialmente fructífero encuen-
tro entre estas políticas y la experiencia y experticia de las organizaciones y pro-
gramas de base, lo cual aún retrasa el impacto potencial en la vida de los hom-
bres.
Partiendo de la investigación y de experiencias concretas de trabajo con va-
rones en contextos distintos, los/as autores/as de este libro apuntan a llevar a
una escala mayor estas intervenciones y a generar políticas y programas. Esto
implica numerosos retos. Tanto Madrid (pensando en el trabajo con niños en el
ámbito escolar) como Duarte (sistematizando su trabajo con jóvenes empobre-
cidos) alertan acerca del riesgo de la incorporación de estrategias de hombres
desde una mirada conservadora y no necesariamente fortalecedora de lo que
las mujeres ya han logrado. En el contexto mexicano es notoria la forma en que
algunos días que el feminismo ha reivindicado como el Día Internacional de
la Mujer o el de la No Violencia son retomados por instituciones oficiales en
forma “descafeinada”, donde se termina “celebrando”, incluso “festejando” a las
mujeres y donde ya no se conmemoran los hechos fundantes (y aún presentes)
que les dieron origen.
Quienes formulan, legislan, y ejecutan leyes y programas generalmente son
varones, lo cual suele implicar un sesgo de género. Esta situación genera el lla-
mado a la autocrítica de algunos legisladores uruguayos que Güida retoma en
su texto: …estamos nosotros, los legisladores hombres, decidiendo en abstracto sobre lo
que es en concreto una realidad a la que solamente, y solas, se deben enfrentar las mujeres.
También habrá que estar atentos al contexto más amplio que envuelve
nuestras propuestas. La licencia de paternidad (descrita por Nascimento y Se-
gundo, Güida, y Aguayo y Sadler para Brasil, Uruguay y Chile, respectivamente)
tradicionalmente ha chocado con una lógica económica que no concibe que el
Prólogo 17

hombre deje de trabajar para atender y participar en la crianza temprana10, para


luego encontrar resistencia en el propio personal de salud (Güida). Con todo y
el abismo que nos distancia de las legislaciones europeas en el tema, se avanza
lentamente en esta propuesta. La resistencia la señala Güida:
Se entiende que el control social sanciona (“no está bien visto”) al hombre que priori-
za las funciones de cuidado de los hijos ante otras responsabilidades, lo que, a su vez,
retroalimenta la tendencia des – responsabilizadora.
En forma semejante, el derecho a estar presente en el parto, logrado en for-
ma reciente en Chile, muestra un aumento de la presencia de un acompañante
significativo, principalmente padres, que va del 20.5% en 2001 a un 71% en
2008, dato que refleja el interés de los hombres de estar en tan crucial momento.
Ampliando el concepto de cuidado a la crianza y cuidado de adultos mayo-
res, el texto de Figueroa y Franzoni nos muestra, desde la investigación cualitati-
va, que el cuidado puede ser y es asumido por un creciente segmento de hom-
bres. Señalan, al igual que Barker y Greene, diferencias generacionales detecta-
bles, siendo las generaciones más jóvenes más tendientes a la equidad de género.
La equidad de género confronta también a los hombres y genera todo tipo
de malestares, por ejemplo, en la negociación y distribución del trabajo do-
méstico (Güida, Nascimento y Segundo, y Aguayo y Sadler). Un hombre cui-
dador de sus hijos, que entra a la cocina, escucha el diálogo entre sus múltiples
voces interiores, como es el caso de Sergio (en Figueroa y Franzoni):
Yo nunca me metí a la cocina y ahora lo estoy haciendo. Claro que eso me avergüen-
za; haz de cuenta que me saliera de mí y me pusiera en la puerta y me digo: ¡qué
bajo has caído! Y después me digo “momento, alguien lo tiene que hacer y ahora yo
no tengo trabajo”, pero una parte de mí me dice “oye estás perdiendo el tiempo aquí,
cocinando”. Eso me genera inestabilidad y me hace sentir mal.
En sus conclusiones, estos autores reconocen múltiples efectos positivos en
el cuidado que procuran los hombres en cuanto al cambio de valores y el invo-
lucramiento emocional con sus hijos/as, que resuenan con algunos cambios en
los hombres que otros autores también señalan en sus textos.
Dos autores dirigen su reflexión al espacio educativo formal e informal en
el contexto chileno en torno a las acciones dirigidas a niños y jóvenes buscando
contribuir a la equidad de género y la prevención de algunas de las manifestacio-
nes de la inequidad desde y entre los varones.
Madrid analiza el trabajo en masculinidades y los cambios de género en el
contexto de un sistema educativo diezmado por políticas neoliberales con la

10 ¡De tres a cinco días otorgados a los nuevos padres! Esta es la forma en que la sociedad tasa la
paternidad. La propuesta original en Brasil es de 30 días, incluyendo el caso de la adopción.
18 Benno de Keijzer

polarización económica de la población. Mientras en lo específico buscamos


programas orientados a la equidad de género, las políticas generales apuntan
hacia el neoliberalismo y al conservadurismo, por ejemplo, con respecto a la
diversidad sexual11. Desde su mirada “australiana”, al encontrarse realizando un
doctorado en dicho país, Madrid sirve como emisario del futuro en términos
de que Australia tiene 30 años de trabajo de género en espacios escolares, lo
cual le permite observar cuatro formas distintas de entender y abordar el trabajo
específico con los niños y jóvenes.
Duarte cuestiona en el trabajo con jóvenes qué tanto estamos retomando su
realidad y sus propias propuestas señalando la tendencia a lanzar discursos mor-
alizantes dirigidos a estos jóvenes, con baja densidad en sus horizontes de cambio, con
poca claridad en la condición de alternativa que poseerían, todo lo cual produce dudas
respecto de su potencial político de transformación. Asimismo, nos llama a evitar la
victimización de los jóvenes, dado que dicha mirada limita su transformación.
Más que cambios observa actualizaciones y mutaciones entre los jóvenes, pro-
cesos también observables en adultos.
Tanto Duarte como Madrid analizan el contexto general y sus efectos en el
sector educación y en los jóvenes en particular. Si es cada vez más difícil desem-
peñar bien el rol de proveedor y el de reproductor, lo que queda como salida a esta
situación es buscar otros modos de demostrar la hombría y la virilidad, jugársela con es-
trategias que den crédito inmediato. Esto remite, de nuevo, al cuerpo y la salud como
lugares donde se concretan algunas consecuencias de las masculinidades.12
La mayor parte del libro se refiere a las relaciones entre géneros en la
búsqueda de la equidad. El texto de Guajardo trata otra dimensión crucial, la de
la homofobia, desde una reflexión en torno a la construcción ideológica de lo
homosexual en la opinión pública y las ciencias sociales. Esto es clave dado que
es muy común dejar fuera la dimensión de la diversidad sexual cuando se pien-
san y proponen políticas y programas públicos. Señala la invisibilidad de la ho-
mosexualidad en campos como el de los derechos reproductivos y la educación

11 A lo económico-social, Aguayo y Sadler agregan los efectos de familias de menor tamaño, menos
matrimonios y el aumento de divorcios y un modelo de familia que tiende a que la provisión
siga siendo un ámbito de los hombres y lo doméstico de las mujeres. Son varios autores los que
recurren a estadísticas que muestran el persistente desnivel entre el trabajo doméstico femenino
y el masculino. Como contrapunto desde lo cualitativo, Figueroa y Franzoni nos muestran las
evidencias de un auténtico involucramiento de hombres cuando, por distintas circunstancias, “les
toca” ser cuidadores.
12 Ver, por ejemplo, algunas consecuencias en el uso de drogas duras, la violencia, los accidentes y
las cicatrices corporales en la Revista La Manzana dedicada al tema de la salud de los hombres:
www: LA MANZANA - Revista Internacional de Estudios sobre Masculinidades, Vol V. Núm. 8
Diciembre 2010-Febrero 2011
Prólogo 19

sexual y su contrastante visibilidad en las estrategias para prevenir el VIH-SIDA.


Lo primero se refuerza con el hecho de que no se ha aprobado el Plan Nacional
por la No Discriminación y mucho menos las uniones homosexuales en Chile
(Aguayo y Sadler).
Guajardo reconoce una ambivalencia en las ciencias sociales, que también
es propia de las políticas públicas:
En algunos casos es visible como recurso para explicar o describir procesos complejos
en la configuración de la sexualidad y los afectos, o se omite al proponer la hetero-
sexualidad como supuesto o forma de clasificación. En otras circunstancias, se gene-
raliza y abstrae de cualquier experiencia cercana e identificable (Richard, 1993) y
finalmente, encontramos su reconocimiento complejo al posibilitar el espacio, en el
discurso académico, para representar un discurso propio y hasta el momento oculto
a través de las tesis o memorias universitarias.
Un ejemplo de ello es la definición de HSH (hombres que tienen sexo con
hombres) que visibiliza a hombres que tienen una práctica sexual pero invisibi-
liza todos los otros nexos posibles entre ellos mas allá de lo sexual.
Junto con otros autores, Barker y Greene nos proponen una visión de con-
junto y un marco de análisis en cuanto al reto que plantea la inclusión de los
hombres en las políticas públicas. Estos autores plantean cuatro principios para
dicha inclusión: la necesidad de asegurar derechos; el desarrollar políticas basa-
das en evidencias; la mirada relacional del género; la articulación de la inequi-
dad de género con la pobreza y la exclusión social. Esta última es clave, ya que
con frecuencia los discursos de género en torno a las mujeres y los hombres
son demasiado generalizantes sin ubicar las diferencias dadas por otros determi-
nantes sociales. Planteo aquí un quinto principio para todo trabajo de género:
el cuidado de que las políticas no forjen nuevas inequidades o desequilibrios en
contra de mujeres u hombres – algo que se debe evaluar en cualquier política
o programa.
Los autores nos lanzan algunas preguntas que sirven de marco para todo el
libro en la formulación de políticas públicas incluyentes de los varones:
Al usar el género para referirse a mujeres y hombres y la relación entre ellos, ¿debe-
rían ser los hombres incluidos sólo para reparar desigualdades que enfrentan las
mujeres o es también posible concebir que el hombre tenga sus propias necesidades
y vulnerabilidades relacionadas con el género que deberían ser incluidas en las po-
líticas públicas? ¿Pueden y deben las políticas sociales perseguir un objetivo social
enmarcado en una nueva visión de equidad de género y relación cooperativa entre
hombres y mujeres? ¿Están estos objetivos en conflicto entre ellos? ¿Qué políticas
marcan una diferencia en esta área, y cuáles se han intentado? (Barker y Greene).
Nascimento y Segundo apuntan a varias iniciativas que pueden reforzar este
proceso para avanzar hacia la equidad, entre las cuales cabe destacar el trabajo
20 Benno de Keijzer

mediático con mensajes alternativos y positivos dirigidos a niños y hombres


jóvenes, la experiencia de concertación con instancias de gobierno (logrando
en Brasil un día nacional enfocado a los hombres en la prevención de violencia
hacia las mujeres –el 6 de diciembre), la revisión de políticas dedicadas a la par-
ticipación de los hombres en la primera infancia y el ubicar acciones en lugares
de trabajo como espacio privilegiado para acceder a los varones.
Entonces… ¿son necesarias políticas de género específicas para hombres?
Es probable que, inicialmente, sí, dado que las políticas de género apenas empie-
zan a tomar en cuenta la posibilidad de avanzar hacia la equidad incorporando
a los hombres. El tomar en cuenta a los hombres o el no hacerlo implica una
política también, como lo señalan Barker y Greene: lo que se calla y se omite es,
también en esencia, una política.
Pero seguramente habremos de avanzar hacia políticas de género que sean
relacionales e incluyentes de ambos géneros, que sean sensibles y vigilantes de
los desequilibrios de género actuales y futuros, ya sea en contra de las mujeres
o de los hombres.
Hice este planteamiento en el contexto del Primer Seminario Internacional
del Programa de Salud del Hombre en Brasil. El Ministerio de Salud de dicho
país, al igual que otras naciones, crea primero programas de salud para las mu-
jeres con una mirada de equidad de género. Posteriormente genera otro con una
mirada específica de género para hombres: un cuerpo de políticas de masculinidad
lo denominan Aguayo y Sadler. ¿Será esto algo temporal para luego generar un
programa único y relacional que atienda a ambos géneros? ¿Y un programa de
género y salud relacional no será también temporal hasta que todo el sector
salud cuente con ese necesario eje que es la sensibilidad de género que debe ir
articulado con la sensibilidad de clase o hacia las etnias o la diversidad sexual?
Pongo ejemplos, en distintos sectores, abundando inicialmente en el de la
salud: una mirada de género atenta a promover la participación de los hombres
en la salud y derechos sexuales y reproductivos, también estará atenta al proceso
de feminización en el VIH o al aumento del consumo de sustancias entre las
adolescentes. La mirada de género relacional debe reconocer, por ejemplo, las
especificidades en el intento de suicidio femenino y en el suicidio masculino.
Por su parte, una política social de género debe estar atenta a la necesidad de
licencias de paternidad posparto y por enfermedad del hijo o hija no sólo como
una reivindicación de padres interesados si quiere avanzar en el equilibro de la
carga en el trabajo doméstico y de crianza. La política educativa ha sido muy
clara (y bastante eficaz) en apoyar a las niñas y las jóvenes en la continuación
y terminación de sus ciclos escolares. ¿Pero está atenta al creciente fenómeno
de reprobación y abandono de los estudios entre varones? El “bullying” es un
fenómeno muy antiguo… ahora que ya nos preocupamos y lo nombramos en
inglés. ¿Tendremos la capacidad de atenderlo en la especificidad que se da en-
Prólogo 21

tre varones, entre mujeres y en sus variantes cruzadas? No se han terminado de


atender las consecuencias de la segmentación laboral13 causada por la división
sexual del trabajo, cuando ya asistimos a nuevas formas de explotación y pre-
carización laboral con consecuencias semejantes, pero también distintas para
hombres y mujeres.14
En Chile, como en América Latina, se vive un marcado patriarcado en tímido
retroceso (Aguayo y Sadler). Dicho patriarcado genera altos costos para las mu-
jeres, así como privilegios y también costos para los hombres. Sin duda, alcanzar
la equidad de género requiere la participación de los hombres, así como ellos
requieren dicha equidad para lograr mayor bienestar. Para ello necesitamos
avanzar hacia políticas de género integrales y relacionales. Libros como este
contribuyen con fuerza y claridad a este propósito.

13 Es notable nuestra escasa reflexión acerca de los hombres, el trabajo y sus consecuencias.
14 Garduño, Ángeles. (2001). Confluencia de la salud en el trabajo y la perspectiva de género: una
nueva mirada, Tesis doctorado en Salud Colectiva. México, DF: UAM-Xochimilco.
¿Qué tienen que ver los hombres
con esto?:
Reflexiones sobre la inclusión de los hombres y las
masculinidades en las políticas públicas para promover
la equidad de género1

Gary Barker y Margaret E. Greene

1 Reconocimientos: Este capítulo ha sido extraído de la publicación: “What men have to do with it:
Public policies to promote gender equality” (Qué tienen que ver los hombres con esto: Políticas
públicas para promover la equidad de género), producido como parte del Proyecto Men and
Gender Equality Policy Project (Hombres y Políticas de Equidad de Género). La publicación
completa se encuentra disponible en: http://www.icrw.org/docs/2010/What-Men-Have-to-Do-
With-It.pdf.
La publicación completa fue financiada por la Fundación John D. y Catherine T. MacArthur, el
Gobierno de Noruega (Ministerio de Asuntos Exteriores y Agencia Noruega para la Cooperación
y el Desarrollo), la Fundación Ford y una donación anónima. El listado de quienes contribuyeron a
la publicación completa incluye a: Robert Morrell, Universidad de Cape Town, Sudáfrica; Rachel
Jewkes, Medical Research Council (Consejo de Investigación Médica), Sudáfrica; Dean Peacock,
Sonke Gender Justice Network (Red Sonke para la Justicia de Género), Sudáfrica; Abhijit Das,
Satish Kumar Singh y Anand Pawar, Centre for Health and Social Justice (Centro de Salud y Justicia
Social), India; Ravi Verma, Ajay Singh, Gary Barker y Margaret Greene, International Center for
Research on Women (Centro Internacional para la Investigación de la Mujer), Estados Unidos e
India; Juan Guillermo Figueroa, El Colegio de México, México D.F.; Francisco Aguayo y Michelle
Sadler, CulturaSalud, Santiago de Chile; Márcio Segundo, Fabio Verani, Marcos Nascimento,
Christine Ricardo, Promundo, Brasil; Sara Teri, Engender Health, Tanzania; Rahul Roy, cineasta
y coordinador independiente de la serie seminarios viajeros de masculinidades en el sur de Asia,
India; y Jorgen Lorentzen, Center for Gender Research (Centro para la Investigación de Género),
Universidad de Oslo. Gracias también a Peter Pawlak, Sarah Scotch, Ellen Weiss, Juan Manuel
Contreras, Sandy Won, Noni Milici, Lindsay Kin y Mary Ellsberg, Anna Luiza Almeida, Hugo
Correa, Rafael Machado, Karen Hardee, y Michal Avni por sus contribuciones y comentarios.
24 Gary Barker y Margaret E. Greene

Resumen e introducción
¿Cómo pueden las políticas públicas involucrar más adecuadamente a hombres
y niños para lograr la equidad de género y reducir la disparidad de género en la
salud y bienestar social? ¿Cómo pueden cambiarse las costumbres y normas
sociales establecidas para que los hombres sean más equitativos de género?
Mientras un mayor número de países buscan promover la equidad de género
a través de políticas locales y nacionales y de la intervención de programas – es-
timulados en parte por los Objetivos de Desarrollo del Milenio y otras conven-
ciones de las Naciones Unidas – estas interrogantes están, o deberían estar, en la
vanguardia de la discusión de la política social.
Un número creciente de experiencias de programas con hombres y niños
a través del mundo ha confirmado que la educación grupal, la orientación y las
actividades promocionales de la salud preventiva implementadas por ONGs
comunitarias, en clínicas sanitarias, en el ámbito escolar y a través de los me-
dios de comunicación masivos pueden influenciar los comportamientos y las
actitudes de hombres en aspectos de la equidad de género (Barker, Ricardo &
Nascimento, 2007). Estos cambios han sido documentados en una gran varie-
dad de áreas incluyendo las de salud sexual y reproductiva, prevención del VIH
y tratamiento y cuidado del SIDA, reducción de la violencia de género, salud
infantil y materna, participación de hombres como padres y comportamientos
de hombres en el cuidado de su propia salud.
Sin embargo, en su gran mayoría las políticas públicas aún no han involu-
crado adecuadamente a hombres y niños en la superación de la inequidad de
género y en el enfrentamiento de sus propias vulnerabilidades relacionadas con
el género. Las políticas que sí existen han sido raramente monitoreadas o eva-
luadas con respecto a sus efectos en los hombres y la equidad de género. Más
aún, hay, en muchos aspectos, un gran abismo entre las políticas esbozadas en
las leyes nacionales, en la proclamación de políticas y normas técnicas y lo que
sucede a nivel de la implementación de servicios públicos o financiados con
recursos públicos.
En este capítulo intentamos proporcionar un marco conceptual para pensar
cómo se vinculan los hombres y las masculinidades con las políticas de equidad
de género. Concluimos con una serie de recomendaciones para un acercamien-
to a políticas globales para incorporar a los hombres y las masculinidades dentro
de las políticas de equidad de género.

¿Qué es una política? ¿Cuáles políticas reflejan la


categoría de género?
¿Qué significa una “política”? En el nivel más simple, las políticas incluyen le-
yes, políticas locales y planes gubernamentales, planes de asignación de recur-
sos, medidas regulatorias y prioridades de financiamiento que son promovidas
¿Qué tienen que ver los hombres con esto? 25

por un organismo gubernamental. Son también, según Hardee y otros, “…


políticas que derivan de declaraciones de jefes de estado o ministros sin estar
formalmente escritas como órdenes o regulaciones gubernamentales formales.
En algunos países, procedimientos no escritos e incluso normas o prácticas tra-
dicionales son también consideradas políticas” (Hardee, Fernil, Boezwinkle &
Clark, 2004: 27). En un nivel, las políticas sacralizan valores sociales y normas
y regulan del mismo modo la vida diaria y las prácticas individuales. Más aún,
las políticas pueden incluso significar la ausencia de una ley o reglamentación;
la omisión de ciertos aspectos en políticas establecidas es también una forma
de política. El interés de este capítulo, por lo tanto, se centra principalmente en
cómo los hombres y la temática de las masculinidades se enmarcan o visualizan
en las políticas públicas según la definición anterior y en si esta inclusión –o
exclusión– del hombre sirve o no para promover la equidad de género y el en-
tendimiento de las vulnerabilidades que los hombres pueden enfrentar debido
al género.
El género –y a su vez las masculinidades– se refleja implícita o explícita-
mente en toda política. En otras palabras, toda política está “generizada” o in-
fluenciada por el entendimiento del género en forma explícita o implícita. Las
masculinidades se refieren a las múltiples maneras en que la hombría es definida
a través de contextos históricos y culturales y a la poderosa diferencia entre las
versiones específicas de las masculinidades. Los y las responsables individuales
de formular políticas, hombres y mujeres (más a menudo hombres) ven al mun-
do a través del lente de sus propias actitudes frente al significado de ser hombre
o mujer. Lo mismo puede decirse de aquellos que implementan políticas y ser-
vicios públicos en un mundo generizado que continúa viendo, por ejemplo, que
los roles reproductivos y de cuidado son trabajos fundamentalmente femeninos
y que los roles productivos pertenecen más a la esfera masculina.

Marco conceptual para la inclusión del hombre y las masculinida-


des en políticas para promover la equidad de género
Proponemos a continuación cuatro principios conceptuales e ideológicos glo-
bales que deberían enmarcar los esfuerzos para la inclusión del hombre y las
masculinidades dentro de las políticas de equidad de género.
1. La necesidad de asegurar derechos. Las políticas para involucrar a hombres
para alcanzar la equidad de género deben ser formuladas con base en
la necesidad de proteger y asegurar la amplia gama de derechos huma-
nos de mujeres y niñas, niños y hombres, incluido el derecho de vivir la
vida libre de violencia. Estos derechos están consagrados en una gama
de documentos de las Naciones Unidas, declaraciones y convencio-
nes (Convención para Terminar con Toda Forma de Discriminación
Contra la Mujer o CEDAW, Declaración Universal de los Derechos
26 Gary Barker y Margaret E. Greene

Humanos, Convención acerca de los Derechos del Niño, entre otras)


como también en las leyes nacionales de cada país.
2. La necesidad de basar las políticas en evidencia: Los recursos son escasos.
Los gobiernos a menudo implementan programas sin la adecuada
investigación y evaluación; de hecho, las decisiones políticas se basan
muchas veces en intereses políticos negociados o impuestos en lugar
de basarse en evidencia. Las recomendaciones que aquí se presentan
emergen de un cuerpo creciente de políticas y programas que han
mostrado alguna evidencia de efectividad. Una vez que las políticas
son implementadas, deben ser sometidas a monitoreo y evaluación
para medir su efectividad e identificar potenciales necesidades de re-
formulación.
3. La necesidad de tratar al género como una categoría relacional y de visibilizar
las masculinidades en las políticas de género: Lo que significa ser hombre
o mujer es socialmente construido. Esta idea ampliamente aceptada
tiene implicancias, por ejemplo, en cómo se visualiza el modo en que
hombres y niños aprenden la violencia. Hay una urgente necesidad,
por lo tanto, por políticas que cambien las normas sociales, culturales
e institucionales que perpetúan las desigualdades y la violencia. Una
revisión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre nor-
mas sociales y violencia sostiene, por ejemplo, que leyes y políticas
bien formuladas (relacionadas con el acceso a la violencia a través de
los medios, y las que declaran ilegal el castigo corporal a los niños y
la violencia contra la mujer) pueden tener un impacto duradero en la
prevención de la violencia y en la consecución de la equidad de género
(OMS, 2009). El entendimiento de que las leyes y políticas que afectan
a la mujer afectan e involucran también al hombre (y viceversa), ya sea
por diseño u omisión, puede conducir a políticas sociales más efecti-
vas.
4. La necesidad de examinar la inequidad de género, a los hombres y las mas-
culinidades a través del lente de la pobreza y la exclusión social. Si bien la
reparación de las injustas normas sociales y de las barreras estructurales
relacionadas con el género son prioridades urgentes, la inequidad de
género debe ser examinada a través de un lente más amplio de pobreza
y exclusión social. Los precarios comportamientos de los hombres en
el cuidado de su propia salud en algunos escenarios son exacerbados
por la pobreza, la que limita el acceso al cuidado de la salud y obliga a
algunos hombres (y mujeres) a migrar por empleo o a trabajar largas
horas con un tiempo limitado para buscar el cuidado de salud incluso
cuando éste está disponible. Por ejemplo, entre hombres de bajos in-
gresos las tasas de homicidio y morbilidad relacionadas con el consu-
¿Qué tienen que ver los hombres con esto? 27

mo de alcohol y drogas son generalmente más altas que en otros con-


textos. Cualquier afirmación acerca de qué grupo de mujeres u hom-
bres enfrenta una desigualdad o vulnerabilidad específica debe incluir
un análisis de exclusión social y pobreza. Esto implica reconocer las
necesidades de grupos excluidos o marginados, como los migrantes,
los afectados por conflictos armados, las personas que se definen a sí
mismas como homosexuales o transgenéro y aquellos que pertenecen
a grupos étnicos socialmente excluidos, entre otros.
De este modo, al evaluar las opciones para incluir a los hombres y masculini-
dades en políticas de equidad de género, los/as formuladores/as de políticas
deberían preguntarse:
• ¿La política propuesta, respeta y apoya los derechos individuales? ¿Reco-
noce, por ejemplo, la necesidad de proteger y salvaguardar a los indivi-
duos que han experimentado violencia o discriminación?
• ¿Incorpora la política lecciones aprendidas de aquellas intervenciones
programáticas que han sido evaluadas, o evidencia del impacto en la equidad
de género de políticas implementadas en otros contextos? En caso negativo,
¿cuáles son los resultados hipotéticos de la política? ¿Qué evidencia
existe para apoyar esta política?
• ¿Toma la política en consideración una comprensión de cómo se define la
masculinidad o cómo se construye en un escenario particular?
• ¿Considera la política al género y las masculinidades en un análisis de
exclusión social que tome en cuenta otras realidades, identidades y difi-
cultades en la vida de hombres y mujeres?
Podemos plantear una pregunta adicional con implicancias prácticas acerca
de cómo las políticas llegan a implementarse: ¿qué grupos de la sociedad civil
promueven estas políticas y cómo pueden presionar a los gobiernos en su im-
plementación? La política por sí sola no conduce a cambios sociales profundos.
Un activo movimiento de la sociedad civil para involucrar a los hombres, abogar
por el cambio, monitorear la implementación de políticas y hacer responsables
a quienes formulan políticas por su compromiso con la equidad de género es
una condición importante para lograr cambios en las políticas. El movimiento
por los derechos de la mujer en particular ha sido esencial en la conducción de
la equidad de género en gran parte del mundo. Por lo tanto, el éxito de las políti-
cas que buscan involucrar a los hombres en lograr dicha equidad requiere, entre
otras cosas, de la asociación con los movimientos por los derechos de la mujer,
otros movimientos por la justicia social y con el aún pequeño pero creciente
movimiento de hombres que trabajan por los mismos objetivos.
Como mencionábamos anteriormente, hasta la fecha los mayores esfuerzos
por involucrar a los hombres en la equidad de género han sido en el nivel de
28 Gary Barker y Margaret E. Greene

programas. A lo menos 15 años de experiencia en involucrar a hombres y niños


en intervenciones de salud muestran que la incorporación de la perspectiva de
género es relevante en la vida de hombres y niños. Una revisión del 2007 pre-
senta un creciente volumen de datos que confirman que hombres y niños pue-
den y de hecho cambian su comportamiento como resultado de esfuerzos bien
diseñados, incluyendo educación grupal, esfuerzos comunitarios, campañas en
los medios de comunicación masiva, y servicios sociales y sanitarios que buscan
involucrarlos (Barker, Ricardo & Nascimento, 2007). El análisis concluyó que
aquellas intervenciones que eran “transformadoras del género” y promovían el
cuestionamiento de las normas tradicionales relacionadas con la masculinidad,
eran las más propensas a ser efectivas en el logro de cambios de comportamien-
tos y actitudes. Dicho esto, es necesario mencionar que las intervenciones para
involucrar a hombres han alcanzado a relativamente pocos hombres y niños,
han sido de corta duración y se han orientado principalmente a temas de la
salud. Y lo más importante, no han intentado cambiar políticas o “regímenes
de género” en instituciones sociales claves, incluyendo las fuerzas armadas, los
lugares de trabajo, prisiones, escuelas, y el sistema de salud pública. Más aún, el
cambio ha sido a menudo medido a corto plazo y no necesariamente indicativo
de la amplia gama de comportamientos masculinos relacionados con la equi-
dad de género. A pesar de que puedan estar bien diseñadas, las evaluaciones de
impacto de corto plazo no captan la complejidad de las experiencias vividas por
mujeres y hombres en términos de equidad de género.
Sin embargo, la experiencia colectiva de estos programas demuestra la nece-
sidad de trabajar para transformar las normas de género y las instituciones que
perpetúan las desigualdades. Sólo a través de políticas públicas e involucrando
al sector público pueden estas instituciones sociales comenzar a considerar el
género y otras desigualdades sociales en sus operaciones y preparar el escenario
para cambios de gran envergadura.

Reconocer las vulnerabilidades de género de ambos sexos


El género como concepto incluye a las masculinidades y feminidades, a hom-
bres y mujeres, a las relaciones entre ellos, y al contexto estructural que refuerza
y crea estas relaciones de poder, aun cuando todavía sea raramente tratado así.
En la práctica, el género es considerado casi universalmente, y en forma inco-
rrecta, en referencia a los factores sociales que conforman la realidad sólo de
mujeres y niñas.
Al usar el género para referirse a mujeres y hombres y la relación entre ellos,
¿deberían ser los hombres incluidos sólo para reparar las desigualdades que en-
frentan las mujeres o es también posible concebir que ellos tengan sus propias
necesidades y vulnerabilidades relacionadas con el género que deberían ser in-
cluidas en las políticas públicas? ¿Pueden y deben las políticas sociales perseguir
¿Qué tienen que ver los hombres con esto? 29

un objetivo social enmarcado en una nueva visión de equidad de género y rela-


ción cooperativa entre hombres y mujeres? ¿Están estos objetivos en conflicto
entre ellos? ¿Qué políticas marcan una diferencia en esta área, y cuáles se han
intentado?
Históricamente, las políticas públicas han sido hombre-céntricas, desarro-
lladas por y para grupos específicos de hombres y para proteger privilegios de
los hombres o al menos los privilegios de algunos hombres. La piedra angular
de los derechos de la mujer ha sido identificar, cuestionar y cambiar políticas,
normas sociales e instituciones que han perpetuado las desventajas de las muje-
res y de las niñas. Este proceso claramente no está finalizado.
Sin embargo, si las políticas han estado centradas en el hombre, éstas gene-
ralmente no han entendido al hombre como género. Tampoco han reflejado
una comprensión de la diversidad de las identidades de los hombres y las con-
tradicciones entre aspectos de estas identidades. Algunos grupos de hombres
poseen un gran poder en relación a ciertos otros. Estos hombres relativamente
destituidos de poder pueden ser a menudo invisibles, particularmente debido a
que el hombre global acumula más poder que la mujer global. Adicionalmente,
muchos hombres enfrentan vulnerabilidades relacionadas con la salud enraiza-
das en normas sociales que fuerzan al hombre a “aguantarse” y desatender sus
propias necesidades de salud.
En otras palabras, las políticas han sido con frecuencia hombre-genéricas,
asumiendo que todos los hombres son iguales y poseen la misma cantidad de
poder. Veinte años de estudios de masculinidades han clarificado cómo los
hombres son modelados por las estructuras sociales de género, y cómo estas
normas de género masculino y de poder jerárquico entre hombres hacen a mu-
chos hombres vulnerables. Estas realidades se reflejan en mayores tasas de ho-
micidio entre hombres afro-descendientes de bajos ingresos en Brasil, en mayo-
res tasas de encarcelamiento entre hombres afro-americanos de bajos ingresos
en los Estados Unidos, y en mayores tasas de VIH entre hombres que migran
por razones de empleo en India (Saggurti, Schensul & Verma, 2009). Del mis-
mo modo son particularmente vulnerables los hombres atraídos por el mismo
sexo u hombres gays, quienes por razones de homofobia institucionalizada en
la mayor parte del mundo, se tornan más vulnerables al VIH además de serles
negados sus derechos humanos básicos2.
Las políticas han sido con frecuencia hombre-estáticas, esto es que asu-
men que el hombre no cambiará o no cambiará lo suficientemente rápido para
marcar una diferencia en la vida de esta generación de mujeres y niñas, y de ni-

2 Ver propuesta de política sobre homosexualidad en Uganda: http://www.guardian.co.uk/


world/2010/jan/14/uganda-backpedals-on-gay-law
30 Gary Barker y Margaret E. Greene

ños y hombres. Por ejemplo, los programas de transferencias monetarias que


ponen el ingreso solamente en manos de las mujeres están basados en investi-
gación que muestra que la mayor parte de ese ingreso apoyará a la familia, y lo
hacen con buenas intenciones. En el corto plazo, en la mayoría de los contex-
tos, el ingreso entregado a mujeres como parte de dichas políticas es más sus-
ceptible de beneficiar a las familias que cuando es dado a los hombres. Pero al
mismo tiempo, esta política puede sustentar implícitamente la creencia de que
los hombres no cambiarán: que son generalmente egocéntricos y no están lo
suficientemente comprometidos con el bienestar de su familia para confiárse-
les tal apoyo. De manera similar, el discurso que se refiere al condón femenino
y a los microbicidas es bien intencionado y claramente justificado desde una
perspectiva de salud pública, pero generalmente usa como justificación el argu-
mento, implícito o explícito, de que los hombres no van a cambiar. Este discurso
plantea que las mujeres nunca van a conseguir que los hombres usen condón o
adopten conductas sexuales seguras y que por lo tanto se han debido desarrollar
métodos de prevención femeninos. El desafío es el de cómo crear políticas que
reconozcan la necesidad de empoderar a las mujeres y terminar con sus desven-
tajas económicas y sociales agregadas, que reconozcan la realidad inmediata de
la falta de participación relativa del hombre en la vida familiar en comparación
con la mujer, y que al mismo tiempo cuestionen las poderosas estructuras que
refuerzan y perpetúan estas desigualdades.
Claramente, las políticas de equidad de género deben continuar preocupán-
dose de las desventajas relacionadas con el género que las mujeres deben
enfrentar, y deben involucrar a los hombres en el proceso. Hay mucho que ha-
cer en este ámbito. A pesar de los avances en incentivar a los hombres para que
usen métodos anticonceptivos masculinos, por ejemplo, las mujeres continúan
cargando con la responsabilidad de la planificación familiar a nivel mundial –so-
bre el 74% del uso de anticonceptivos (Barker & Olukoya, 2007)–. El estudio
multinacional patrocinado por la OMS muestra que entre el 30 y el 50% de las
mujeres a nivel mundial ha sufrido violencia física al menos una vez por parte
de su pareja masculina (García-Moreno, Jansen, Ellsberg, Heise & Watts, 2005).
Aproximadamente 536.000 mujeres mueren por causas relacionadas con la sa-
lud materna cada año, la mayoría de las cuales son muertes prevenibles (OMS,
2007). Las niñas y mujeres son especialmente vulnerables de contraer el VIH
en algunas partes del mundo. Datos recientes muestran que las mujeres jóve-
nes representan un 75% del grupo etáreo 15-24 que vive con VIH en África
(UNAIDS, 2006), sobre el 70% en el Caribe y casi el 70% de las personas jóve-
nes infectadas en el Medio Oriente y África del Norte (Levine, Lloyd, Greene
& Grown, 2007). En total, en el 2008, el número de mujeres viviendo con VIH
superaba marginalmente al de los hombres, con 15,7 millones de mujeres de un
total de 31,3 millones de adultos que viven con VIH (UNAIDS, 2009).
¿Qué tienen que ver los hombres con esto? 31

Es también esencial entender las vulnerabilidades relacionadas con el


género en los hombres y el uso de políticas públicas para abordarlas. ¿Qué
se entiende aquí por vulnerabilidades relacionadas con el género? Una de estas
vulnerabilidades está relacionada con las expectativas sociales casi universales
de que la función principal del hombre debe ser la de proveer, y la frustración
y pérdida de estatus que generalmente enfrentan los hombres cuando carecen
de empleo. Para dar un ejemplo, datos proporcionados por IMAGES en India
indican que entre 1552 hombres de entre 15 y 19 años entrevistados (en Delhi
y Vijayawada), el 27,6% dijo sentirse estresado o deprimido frecuentemente por
no tener suficiente trabajo y un 30% dijo sentirse a veces avergonzado de enfren-
tar a su familia por estar desempleado (International Center for Research on
Women, 2009). Los hombres que reportaron experiencias en uno o ambos ca-
sos, tenían un 50% más de probabilidades de usar violencia sexual, casi el doble
de probabilidades de reportar uso de alcohol y menos inclinación al uso con-
sistente de condón3. La información de la India entregada por IMAGES con-
firma –como lo han hecho otros estudios– que el desempleo y el subempleo
crea vulnerabilidades específicas de género para los hombres con consecuen-
cias directas para las mujeres y los niños y niñas. La respuesta de las políticas a
esta situación no es directa, ni tampoco fácil, pero sí sugiere la necesidad de un
desarrollo social global y políticas de generación de empleo que comprendan
las realidades determinadas por el género en mujeres y hombres.
La salud de los hombres es otra área en que las vulnerabilidades enraiza-
das en el género se destacan claramente. Muchos estudios han confirmado que
formas dominantes de masculinidad determinan altas tasas de patología (mor-
bilidad) y mortalidad debido al alcohol, tabaco y abuso de drogas, accidentes
de tránsito, enfermedades ocupacionales y suicidio, lo que tiene un impacto
negativo no sólo en los hombres, sino también en las mujeres (y en las familias
y comunidades donde viven los hombres), y por lo tanto en toda la sociedad.
En Estados Unidos, por ejemplo, en comparación con las mujeres los hombres
sufren enfermedades crónicas más severas, presentan tasas más altas de mor-
talidad por todas las causas líderes de muerte y su expectativa de vida es en
promedio siete años menor (Courtenay, 2000). De modo similar, en África, los
datos muestran que las mujeres tienen una expectativa de vida más larga que
los hombres, principalmente debido a las tasas más altas de lesiones y violencia
entre hombres. Mientras las tasas de violencia hacia las mujeres son alarmantes
y requieren de atención urgente tanto en África como en el resto del mundo,
las estadísticas confirman que los hombres ejercen violencia letal contra otros

3 Análisis chi-cuadrado, todas las diferencias fueron significativas con p<.05. Resultados preliminares
de IMAGES India, 2009.
32 Gary Barker y Margaret E. Greene

hombres en tasas mucho más elevadas que contra las mujeres, mundialmente y
en África (Peacock, McNab & Khumalo, 2006; Barker, 2005). De forma similar,
a pesar de que las mujeres representan un poco más de los casos de VIH/SIDA
en el mundo a partir del 2008, el 52% de las nuevas infecciones por VIH ese año
ocurrieron entre hombres (UNAIDS; 2009).
Pero cabe una advertencia. Al llamar la atención sobre las vulnerabilidades
en salud que enfrentan los hombres, es imperativo que no se equiparen con los
desequilibrios de poder globales y acumulados entre hombres y mujeres, ni que
se intente equiparar las vulnerabilidades de los hombres con las de las mujeres.
Es posible reconocer todos estos asuntos en forma simultánea sin reforzar una
visión hidráulica de las relaciones de género en que la atención hacia los hom-
bres sea vista como falta de atención hacia las mujeres y viceversa. Un análisis
sensato de género ha incluido siempre a los hombres y las masculinidades. El
problema se produce cuando predominan estereotipos simplistas de mujeres
victimizadas e impotentes por un lado, y de hombres poderosos y violentos, por
el otro. La suma de vulnerabilidades y desventajas de las mujeres son reales y la
suma de vulnerabilidades de los hombres (reflejadas especialmente y en forma
clara en las tasas de morbilidad y mortalidad) son igualmente reales. El trabajo
de involucramiento del hombre en la equidad de género requiere de una cuida-
dosa reflexión y análisis para evitar deshacer los frágiles beneficios alcanzados
en empoderar a las mujeres, particularmente en las áreas de logro educacional,
fortalecimiento económico y político. De hecho, reflexionando en cuanto a po-
líticas para involucrar a los hombres en la equidad de género, la “máxima” debe
ser: “primero, no hagas daño”.
Más aún, cualquier discusión acerca del involucramiento de hombres y mas-
culinidades dentro de las políticas públicas debe reconocer la complejidad del
género y cómo éste interactúa con otras desigualdades sociales, como lo hemos
tratado de hacer aquí. Pero luego de haber reconocido esta complejidad, ¿cómo
deberían enfrentarse estos desafíos en las políticas públicas? Las políticas por su
naturaleza intentan aplicarse a grandes grupos de la población, y como tales, de-
ben en algún nivel simplificar la complejidad. Políticas efectivas que tomen en
cuenta el género deben reconocer la naturaleza relacionadora y estructurado-
ra del género y las múltiples dimensiones de poder y privilegios que enfrentan
hombres y mujeres. Si la “máxima” inicial para involucrar a hombres en la equi-
dad de género es “Primero, no hagas daño”, la segunda debería ser “Reconoce
que tratar el género desde la perspectiva de hombres y mujeres es complejo”.
¿Qué tienen que ver los hombres con esto? 33

Hacia un set de políticas comprensivas para involucrar a hombres


y niños en la equidad de género: moviendo la agenda hacia ade-
lante.
¿Cómo deberían ser las políticas sociales que incluyen a hombres
y masculinidades?
Claramente ningún set particular de políticas para involucrar a hombres y niños
en el logro de la equidad de género y reducir la disparidad de género es apropia-
do para todos los escenarios. Sin embargo, hay algunos puntos generales para in-
volucrar a hombres y niños en la igualdad de género que las naciones signatarias
de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación
contra la Mujer (CEDAW) han acordado. Las Conclusiones Aprobadas en la
48va Sesión de la Comisión sobre el Estatus de la Mujer (CSW), que monitorea
los progresos a nivel país en el alcance de los objetivos de la CEDAW, incluye
una serie de recomendaciones, a nivel de políticas, para el involucramiento de
hombres y niños en la equidad de género, que se incluyen en el Cuadro 1 a con-
tinuación.

Cuadro 1.
Conclusiones Aprobadas para el Involucramiento de Hombres y Niños en la
Equidad de Género, Comisión sobre el Estatus de la Mujer, 48va Sesión, 2004
• Educación equitativa de género para niños y niñas;
• Involucrar a los hombres como padres en la socialización equitativa de género de
los niños y niñas y en la provisión de cuidados y atenciones;
• Institucionalizar la inclusión de hombres y niños en las políticas de equidad de
género y en las políticas centrales de género;
• Campañas de información pública e involucramiento de los medios, incluyendo
internet, en el cuestionamiento de puntos de vista sexistas e inequitativos;
• Involucrar a hombres y niños en la prevención y el tratamiento del VIH/SIDA, y en
la salud sexual y reproductiva; e
• Involucrar a hombres y niños en la reducción de la violencia de género.

Las conclusiones de la CSW incluyen un detallado anteproyecto de políti-


cas acordadas por los países signatarios de la CEDAW para involucrar a hom-
bres y niños en la equidad de género. En forma adicional, hay tres áreas de políti-
cas que deberían incluirse al tratar las necesidades relacionadas con el género en
hombres y que generalmente reciben menos atención:
• Políticas de sustento y de reducción de pobreza, que son centrales para
alcanzar la justicia económica y para promover un mayor balance en la
vida laboral y mayor equidad entre hombres y mujeres en cuanto a la
carga en la provisión de cuidados;
34 Gary Barker y Margaret E. Greene

• Políticas que traten sobre las disparidades en la salud de los hombres,


reflejadas en los patrones específicos de morbilidad y mortalidad alre-
dedor del mundo;
• Políticas para terminar con la homofobia y asegurar el respeto por
la diversidad sexual, temas que están integralmente ligados a las des-
igualdades de género.
Las conclusiones de la CSW, junto a estos tres grupos adicionales de políticas,
dan lugar a ocho áreas de políticas específicas donde los hombres y las mascu-
linidades pueden y deben ser incluidos en políticas de equidad de género y en
políticas sociales globales4. Éstas son:
1. Políticas educacionales, incluida la educación parvularia
2. Políticas de seguridad pública, que abarquen a las fuerzas armadas, la
policía y las políticas de encarcelamiento
3. Políticas de derechos humanos
4. Políticas de salud
5. VIH y políticas de salud y derechos sexuales y reproductivos
6. Políticas integradas de mitigación y prevención de la violencia basada
en género
7. Políticas sobre medios de subsistencia y reducción de la pobreza
8. Políticas que involucren a hombres como padres y proveedores de
cuidados, incluyendo la salud materna e infantil

La implementación de políticas en pro de la equidad de género en este am-


plio rango de áreas y todos los resultados positivos que esto pudiera traer, puede

4 Esta lista claramente no es exhaustiva. A ella podríamos también agregar contextos específicos
de escenarios post-conflicto y post-desastre que requieren atención especial de las políticas
internacionales. Por ejemplo, las políticas que trabajan contextos post-conflicto deben incorporar
completamente la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad, incluyendo las voces de mujeres
en la mantención de la paz y al mismo tiempo reconociendo que los hombres pueden promover
la paz y no sólo la guerra. Estos esfuerzos deben incluir el control del acceso a las armas y desafiar
y trabajar por vencer la socialización de los niños como combatientes. Deben también asistir a
hombres y mujeres en programas de reintegración que comprenda la complejidad del retorno del
hombre a la vida civil. Mientras dichas políticas no hayan sido aún implementadas a gran escala,
investigación hecha por el Banco Mundial, UNDP y otros, reconoce las realidades específicas
de género de hombres jóvenes y adultos como combatientes y ex-combatientes y ha reconocido
cómo las versiones dominantes de masculinidades y la exclusión social, especialmente de hombres
jóvenes, son “motores” del conflicto. Para consultar algo de esta literatura, ver Barker y Ricardo,
2005.
¿Qué tienen que ver los hombres con esto? 35

sonar como demasiado ambicioso, incluso utópico. No obstante lo anterior,


esta visión optimista en que las políticas y programas promueven relaciones
más equitativas entre hombres y mujeres, está siendo buscada por políticas y
programas en diversos escenarios alrededor del mundo. La sección que sigue
entrega ejemplos de cada una de estas áreas de políticas.

1. Políticas educacionales, incluida la educación parvularia, haciendo de


la escuelas espacios en que las niñas estén libres de acoso y violencia sexual y
donde los niños estén libres de bullying y de violencia por parte de otros niños,
y cuestionando y examinando los currículos escolares en búsqueda de visiones
estereotipadas sobre niños y niñas. Estas políticas deberían conducir a activida-
des específicas para promover la equidad de género desde la educación parvula-
ria hasta la educación terciaria, involucrando a hombres y niños en forma apro-
piada. Políticas de educación parvularia podrían incluir, por ejemplo, esfuerzos
por reclutar a más hombres en el cuidado de niños y niñas, esfuerzos por sacar
los estereotipos de género del material educacional parvulario y de los juguetes,
y esfuerzos por proveer a padres y madres con información sobre desarrollo in-
fantil. Las políticas educacionales deberían tratar también las dificultades educa-
cionales que ciertos grupos de niños puedan enfrentar. Los ejemplos incluyen:
• Reconocer las vulnerabilidades educacionales específicas de los niños. Como
los esfuerzos por reducir la disparidad de género en la escolaridad han
tenido éxito a nivel primario en todo el mundo, ha emergido una relati-
va desventaja para los niños en escenarios diversos (más notablemen-
te entre niños de bajos recursos en países de ingresos medios y altos).
Un ejemplo de una política para reconocer las necesidades específicas
de los escolares relacionadas con el género viene de Jamaica (Sewell,
1999; Evans, 2001; Blank, 2001). Comenzado en 1992, el programa
“Cambios desde Adentro” (Changes from Within) ha intentado ex-
pandir el foco en el logro académico de los niños hacia un enfoque en
el desarrollo social y emocional integral de los niños, en asociación con
sus padres y comunidades. Gran Bretaña ha replicado la experiencia de
Jamaica, ya que los estudiantes varones de ascendencia afro-caribeña
también han enfrentado lo que algunos investigadores han llamado
“caída libre académica y social”5.

5 Jamaican boys behaving badly: Changing schools to change male behavior. Disponible en: http://
www.id21.org/education/InsightsEdu2art5.html Ver también: http://news.bbc.co.uk/2/hi/
uk_news/education/1863104.stm
36 Gary Barker y Margaret E. Greene

2. Políticas de seguridad pública, que abarquen a las fuerzas armadas,


la policía y las políticas de encarcelamiento. Esto incluye políticas que ha-
cen del aparato de seguridad pública una fuerza de protección y no de represión,
que tome en serio la versión femenina de la violencia, que implemente políticas
para reducir y castigar el acoso sexual de parte de las fuerzas armadas, que haga
responsable a policías y soldados por actos de violencia sexual y de género, y
que entrene a policías y soldados para proteger los derechos de mujeres y ni-
ñas, hombres y niños. Estas políticas deberían también incorporar un análisis
de las vulnerabilidades de género y las realidades de los hombres encarcelados
(que son la mayoría de la población carcelaria a nivel mundial). Los ejemplos
incluyen:
• Cambiando las dinámicas de género en las fuerzas policiales. La mayoría de
los oficiales de seguridad pública (policía) y de las fuerzas armadas a ni-
vel global está constituida por hombres, dándoseles acceso a las armas,
al poder y la influencia en la comunidad. Su entrenamiento y el mane-
jo de su autoridad y armamento es esencial para asegurar la seguridad
pública y para prevenir los abusos de poder. Liberia en post guerra está
intentando revertir abusos históricos de poder dentro de sus fuerzas
armadas a través del reclutamiento de nuevos contingentes, una mi-
nuciosa selección y procesos de entrenamiento que integre a ambos,
hombres y mujeres soldados. Los nuevos reclutas están recibiendo en-
trenamiento no sólo en los contenidos militares básicos, sino también
un currículo educacional básico que incluye leyes, la constitución, po-
líticas de género, y “cómo tratar a la gente” (Blunt, 2006).
3. Políticas de derechos humanos que garanticen protección legal e igualdad
para mujeres y hombres, incluyendo grupos específicos de hombres vulnera-
bles, por ejemplo, hombres no heterosexuales, hombres que son minusválidos,
y hombres de grupos étnicos marginalizados. Esto significa ofrecer protección
legal a grupos específicos de hombres, especialmente homosexuales y hombres
transgénero, incluyendo provisiones para la unión civil y todas las leyes relevan-
tes para la familia y los códigos civiles. Esto también significa implementar po-
líticas para terminar con la impunidad de aquellos que cometen crímenes por
odio homofóbico. Ejemplos de intentos interesantes de políticas en esta área
incluyen:
• Reducir el sexismo y las actitudes sexistas regulando los medios de comunica-
ción: El Código de Prácticas para las Transmisiones en Nueva Zelanda
prohíbe la presentación de personas en actitudes que promuevan la
denigración o discriminación en base al sexo en contra de grupos de la
comunidad (Broadcasting Commission of Ireland, 2008).
¿Qué tienen que ver los hombres con esto? 37

• El derecho a matrimonio entre personas del mismo sexo: Globalmente el


derecho a casarse fue primero otorgado a parejas homosexuales en
Holanda en abril de 2001 (Maxwell, 2000). Bélgica siguió el ejemplo
de Holanda el 28 de febrero de 2003 y luego se sumó Sudáfrica6. Desde
1999, las parejas canadienses del mismo sexo pueden contraer matri-
monio civil en varias provincias, y la legislación federal está siendo pre-
parada (Grossman, 2004; Merin, 2002). Numerosos países permiten a
las parejas del mismo sexo registrar su vínculo, con variadas implican-
cias para sus derechos.
4. Políticas de salud que implementen una adecuada prevención para mujeres
y hombres basándose en necesidades y realidades específicas de género; que
enfoquen una atención adecuada en cómo las normas sociales relacionadas con
las masculinidades inhiben la salud del hombre y su comportamiento como
procurador de ayuda; que ofrezcan capacitación para proveedores en las necesi-
dades específicas de género de hombres y mujeres; y que provean atención pri-
maria, secundaria y terciaria con una comprensión de las normas relacionadas
con las masculinidades7. Un ejemplo:
• Alentando a hombres a buscar servicios de salud: El Departamento de Sa-
lud y Servicios Humanos de Estados Unidos ha lanzado la campaña
nacional “Los Hombres Verdaderos Usan Delantal” poniendo como
objetivo a los hombres para que enfrenten su reticencia a requerir los
servicios de salud, el delantal se refiere al delantal o bata de hospital
utilizado en los centros de salud en los Estados Unidos y generalmen-
te ridiculizado como algo que a los hombres no les gusta usar8. Con
humor e información la campaña vincula la masculinidad con la mala
salud de los hombres, argumentando que el “hombre verdadero” sabe
que si no va al médico por él mismo, debe por lo menos hacerlo por la
gente que ama.
5. El VIH y políticas de salud y derechos sexuales y reproductivos que in-
corpore al género dentro del desarrollo de programas y refleje una comprensión
de cómo las dinámicas de poder, la estigmatización y la marginalización eco-

6 Wet tot openstelling van het huwelijk voor personen van hetzelfde geslacht en tot wijziging van een
aantal bepalingen van het Burgerlijk Wetboek, febrero 28, 2003. Belgium official gazette (Belgische
Staatsblad) Disponible en: http://www.ejustice.just.fgov.be/doc/rech_n.htm).
7 Ejemplos adicionales de políticas de salud que involucran al hombre pueden encontrarse en la
siguiente publicación: Policy approaches to engaging men and boys in achieving gender equality
and health equity. WHO; Department of Gender, Women and Health, 2010. Disponible en: www.
who.int/gender/documents/men_and_boys/9789241500128/en/
8 http://www.ahrq.gov/realmen/, revisado el 3 de enero de 2010.
38 Gary Barker y Margaret E. Greene

nómica deja a mujeres y hombres vulnerables, y cómo los estigmas relaciona-


dos con el VIH toman formas específicas de género, impidiendo que hombres
y mujeres sean examinados, que se comuniquen con sus parejas, que busquen
tratamientos anti-retrovirales, y que permanezcan inmersos en sus familias y co-
munidades; políticas de salud sexual y reproductiva que involucren a hombres
en el apoyo a sus parejas en el uso de anticonceptivos, que promuevan el uso de
métodos masculinos, que provean una amplia gama de servicios de salud sexual
y reproductiva, incluyendo el término de una gestación, y que incorporen otras
necesidades reproductivas, incluyendo el tratamiento de la infertilidad.
• Políticas nacionales de salud reproductiva que se enfoquen explícitamente en
hombres. Una red por la defensa de la sociedad civil en Camboya logró
incluir al hombre en el Plan Estratégico Nacional de Salud Reproducti-
va (Greene, Walston, Jorgensen, Reatanak Sambath & Hardee, 2006).
La red analizó datos de salud en Camboya, que se vinculaban con ro-
les y normas de género, incluyendo los comportamientos riesgosos de
hombres. Estos ponían a hombres y mujeres en riesgo de contraer VIH
en particular. Con breves publicaciones y eventos para lograr consen-
sos convencieron a un creciente número de altas autoridades de go-
bierno que reconocieron públicamente la necesidad de trabajar con
hombres. La red desarrolló guías de políticas generales para trabajar
con hombres y las estructuraron en seis áreas que correspondían a las
áreas de énfasis en el Plan Estratégico Nacional de Salud Reproductiva.
Las recomendaciones fueron incorporadas en el Plan Estratégico Na-
cional de Salud Reproductiva en el 2005.
6. Políticas integradas de mitigación y prevención de violencia basa-
da en género que incluyan prevención primaria orientada a hombres y niños;
políticas que involucren a hombres y niños en liberar los espacios públicos de
violencia en contra de mujeres y niñas; programas para hombres declarados cul-
pables por la justicia; implementación del control de armas; control de la venta
de alcohol; y apoyo legal, financiero y psicológico a los sobrevivientes de la vio-
lencia, sean mujeres u hombres9. Políticas que promueven el empoderamien-
to económico y social de la mujer combinado con esfuerzos por involucrar al
hombre para terminar con la violencia con un trasfondo de género deberían
también ser consideradas.
• Usar la ley para terminar con la impunidad y cambiar las normas sociales de
aceptabilidad de la violencia: En el mundo, una nueva generación de le-

9 Ejemplos de programas de intervención de agresores están incluidos en el estudio de la OMS


mencionado anteriormente (nota al pie Nº8).
¿Qué tienen que ver los hombres con esto? 39

yes punitivas contra la violencia sexual sugieren que la disuasión puede


potencialmente servir como una forma poderosa de educación públi-
ca, además de terminar con la impunidad. En Liberia, donde cientos
de miles de violaciones han quedado impunes desde que comenzó la
guerra civil en 1989, una revisión del código penal en el 2005 que es-
tablece una sentencia máxima de cadena perpetua para los violadores
ha resultado hasta ahora sólo en algunas condenas (Callimachi, 2007).
Más aún, la aprobación de la ley ha sido acompañada de carteles en
toda la capital con una gráfica de una figura de madera forzándose con-
tra otra, cruzada por una gran x –una advertencia impensable sólo unos
años atrás–. Leyes recientes o revisiones propuestas en lugares como
Tailandia (declarar ilegal el sexo no-consensuado entre esposos, permi-
tir que la mujer sea procesada por violación)10, Escocia (reconociendo
a los hombres como víctimas, y estableciendo una clara definición de
consentimiento)11 y Sudáfrica podrían eventualmente cambiar las vi-
siones de la sociedad sobre el género, las masculinidades, la sexualidad
y la violencia, y requieren un proceso paralelo desde las base de la edu-
cación.
7. Políticas sobre medios de sustento y reducción de la pobreza que reco-
nozcan los roles de hombres y mujeres, que reconozcan variadas configuracio-
nes de familia, incluyendo las necesidades y las realidades de los hombres que
migran y de los hogares con padres solteros. Las políticas y programas sobre el
empoderamiento económico de las mujeres han sido una de las historias exito-
sas en el desarrollo internacional y en el campo del género, que han llevado a las
mujeres a proteger varios de sus derechos, incluyendo evidencia de reducción
de su vulnerabilidad frente a la violencia de género. Pero el empoderamiento
económico de las mujeres no es suficiente si los hombres no están también in-
volucrados en la toma de decisiones colaborativas a nivel de hogar y en tomar
un rol más amplio en la provisión de cuidados , y por otra parte el desempode-
ramiento económico de algunos grupos de hombres tampoco es reconocido.
Sin estas perspectivas, las políticas podrían terminar aumentando la carga de las
mujeres en el hogar sin pedirles mucho a los hombres en su papel de parejas
y padres. Del mismo modo, el lugar de trabajo puede ser un espacio donde la
equidad de género pueda ser promovida, en beneficio de mujeres y hombres.

10 Gender rights activists applaud new broader Thai rape law (Activistas por los derechos de género
aplauden la nueva y más amplia ley de violación tailandesa). 21 de junio, 2007, Associated Press.
11 Rape law change plan put forward (Se propone cambio de planes en la ley sobre violación). 30 de
enero de 2006, BBC News. Disponible en: http://news.bbc.co.uk/go/pr/fr/-/2/hi/uk_news/
scotland/4662782.stm
40 Gary Barker y Margaret E. Greene

• Promoción de la igualdad de género en el lugar de trabajo: Una cantidad


de modelos para desarrollar la equidad de género en el lugar de tra-
bajo han sido probadas en Europa a través de programas de equidad
de género o legislación, como aquellas que se encuentran en Francia,
Italia, Alemania (Total E-Quality), España (Optima), Holanda (Opor-
tunidad en Negocios, Opportunity In Business) y en el Reino Unido
(Oportunidad Ahora, Opportunity Now ) (Olgiati & Shapiro, 2002).
En Polonia, el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el De-
sarrollo) colaboró para iniciar el proyecto “Índice de Género” para pro-
mover la equidad de género en empresas polacas (UNDP, 2007). Con
un fuerte marco legal ya instalado, la iniciativa se enfocó en mejorar el
conocimiento de los empleadores sobre la ley, en mejorar las actitudes
y conciencia en lo que se refiere a estereotipos de género, y en su capa-
cidad para tratar la discriminación en el lugar de trabajo. El proyecto
creó un índice que reflejaba siete dimensiones del lugar de trabajo para
medir el posicionamiento de mujeres y hombres en una empresa. Una
competencia unió entonces a las empresas para competir por un esta-
tus mejorado en esta área.
• El cuidado infantil privado y estatal han sido fundamentales en el empo-
deramiento económico de las mujeres en países de ingresos medios y
altos. Lecciones de iniciativas de cuidado infantil en países de ingresos
medios y bajos como Chile, India y Brasil ofrecen oportunidades para
extender estas opciones a países de bajos ingresos y para atraer a más
hombres al cuidado de niños como una profesión (Heymann, 2006).
Algunas de estas opciones incluyen ofrecer guarderías dentro o cerca
del lugar de trabajo para que hombres y mujeres puedan permanecer
cerca de sus hijos durante el transcurso del día laboral.
8. Políticas que involucren a los hombres como padres y proveedores de
cuidados, incluyendo la salud materna e infantil, incluyendo políticas pre-
natales y postnatales para el padre, cursos de educación paterna y políticas para
promover la participación en el cuidado prenatal, salud materna y durante el na-
cimiento. Cursos de preparación de la paternidad y campañas de información
enfocadas en los roles de hombres en la vida de los niños y niñas pueden ofrecer
oportunidades estratégicas para abordar los sentimientos expresados por los
padres de no estar preparados o estar mal informados acerca de los cuidados
del niño o niña, y ayudar a los hombres a percibir beneficios para ellos mismos
como resultado de una participación mayor en la vida familiar.
• Las políticas prenatales y postnatales tienen el potencial de ser uno de los
modos más efectivos para cambiar la visión de la sociedad sobre los
roles de hombres de ser solamente proveedores y para proporcionar
¿Qué tienen que ver los hombres con esto? 41

medios instrumentales e incentivos para que los hombres lleguen a es-


tar más envueltos en la vida de sus hijos e hijas12. En el 2005, la mayoría
de los países nórdicos, incluidos Dinamarca e Islandia (adicionalmen-
te a los resultados de Noruega mostrados anteriormente) comenzaron
a ver el sorprendente impacto en los roles de género, lazos paternales
con niños y niñas pequeños, y reducción de tasas de divorcio como
resultado de generosas políticas prenatales y postnatales. Al observar
que los hombres no siempre aprovechaban el año de licencia ofrecido
a ambos padres, Suecia y Noruega hicieron que uno de los meses de
licencia fuera no transferible a la madre; como resultado de esto la gran
mayoría de los padres en ambos países terminó tomándose dicha licen-
cia (Cohen, 1999). Globalmente, sin embargo, la mayoría de los países
siguen ofreciendo sólo unos pocos días o a lo sumo una semana, y en el
proceso continúan reforzando la noción de que los hombres son sólo
“ayudantes” y siguen manteniendo la carga del cuidado infantil en las
mujeres. Un permiso sin goce de sueldo puede ser la cuña divisoria que
determine el progreso en esta área, pues reconoce que el nacimiento de
un niño o niña amerita la ausencia laboral y a la vez también garantiza
el empleo de la persona mientras pasa tiempo en casa. Una importante
advertencia es necesaria aquí. Al abogar por más permiso paternal para
incentivar una mayor participación de los hombres en actividades de
provisión de cuidados y comparando el permiso paternal con el permi-
so maternal, la intención nunca debe ser reducir el permiso maternal ni
siquiera sugerir que el permiso paternal sea igual en todo (en extensión
o beneficios) al permiso maternal. La diversidad de arreglos para el cui-
dado infantil a nivel mundial significa que esos asuntos deben ser anali-
zados en cada contexto específico y deben considerar la disponibilidad
de otra ayuda en el hogar, ayuda pagada y considerar lo que hacen los
hombres con los permisos pre y postnatales cuando los toman.

Adelantando la agenda
Es fundamental trabajar con el movimiento de mujeres al involucrar a los hom-
bres. Involucrar a los hombres y las masculinidades en las políticas de equidad
de género requiere de un constante y efectivo diálogo con organizaciones por
los derechos de las mujeres. Este diálogo y colaboración entre los movimien-
tos por los derechos de mujeres y los aún pequeños pero crecientes grupos de
hombres que apoyan la justicia de género está ya sucediendo en unos pocos

12 Quality time thrills Nordic dads(Tiempo de calidad encanta a padres nórdicos). 28 de junio de
2005, BBC World News. Disponible en: http://news.bbc.co.uk/2/hi/europe/4629631.stm
42 Gary Barker y Margaret E. Greene

países pero continúa siendo un área que necesita más trabajo para promover
la causa común. En la mayoría de estos países, grupos pequeños de ONGs e
investigadores han sido los “líderes” en llamar la atención sobre la necesidad de
involucrar a los hombres en la equidad de género. Estas ONGs en su gran mayo-
ría han buscado el diálogo con las líderes de los movimientos por los derechos
de las mujeres (algunas emergieron de grupos por los derechos de las mujeres),
pero claramente esto no ha sido fácil. Grupos por los derechos de las mujeres
en India, México y Brasil, por ejemplo, a veces se han opuesto a usar fondos pú-
blicos para promover el involucramiento de hombres o para financiar licencias
paternales, por sus preocupaciones muy reales de que los hombres no usarán el
tiempo para proveer cuidado infantil o porque los fondos para empoderar a las
mujeres son ya insuficientes. Estos temas requieren de un significativo y conti-
nuo diálogo con el campo de los derechos de las mujeres.
Las experiencias de países como Noruega donde el permiso paternal es am-
pliamente apreciado por mujeres y hombres confirma la necesidad de enmarcar
la equidad de género y la inclusión de hombres en dichas políticas como un
bien público con beneficios para todos. Promover la equidad de género como
un bien público para todos requiere hacer que los beneficios para mujeres y
hombres –y para los legisladores– sean visibles y posibles de realizar. Desarro-
llar campañas masivas en los medios y otros esfuerzos para educar al público y
realizar diálogos públicos sobre políticas de equidad de género, involucrando a
los hombres en el proceso, han sido también importantes estrategias en ciertos
contextos.
Ciertos asuntos y eventos presentan oportunidades para abrir el diálogo so-
bre el involucramiento de los hombres. El trabajo para involucrar a los hombres
en terminar con la violencia contra las mujeres ha sido uno de los “frutos que
cuelgan bajos” en el involucramiento de hombres y niños en el apoyo a la equi-
dad de género. En años recientes, en muchos países se han promulgado nuevas
legislaciones que o establecen o incrementan las penas para hombres que ejer-
cen violencia hacia las mujeres, y todos excepto India tienen ejemplos concretos
de involucramiento de hombres en respuestas nacionales a la violencia basada
en género.
La atención hacia el VIH y la difusión de la terapia antirretroviral presenta
una oportunidad para involucrar a los hombres y tratar sus vulnerabilidades re-
lacionadas con el género. Algún progreso se ha hecho en salud al tratar el VIH y
la salud sexual y reproductiva de modo de combatir el estigma, y alcanzar a un
grupo más amplio de usuarios, incluidos los hombres. El hecho de que el SIDA
domine la salud pública y la discusión de género en algunos países es un proble-
ma, pero puede ser también una oportunidad. Del mismo modo, la difusión de
la circuncisión masculina puede, si así se diseña, proporcionar una oportunidad
para discutir la sexualidad masculina de un modo que antes era imposible. En
¿Qué tienen que ver los hombres con esto? 43

Brasil y en México, las políticas de VIH han también sido esenciales para avan-
zar en los derechos de los hombres no-heterosexuales, y en Sudáfrica las polí-
ticas progresivas del VIH (después de años de vergonzosa inacción) parecen
gradualmente estar liderando la discusión acerca de la sexualidad masculina.
La sociedad civil juega un papel esencial en hacer que la implementación sea
posible. Mientras hay numerosos ejemplos de excelentes discursos de políticas
relacionadas con hombres, la implementación real y efectiva debe ser estimula-
da, llevada a la práctica y monitoreada por la sociedad civil. Más aún, el esperar
que las políticas por sí solas logren cambios sociales a gran escala muestra una
visión miope del asunto. Claramente, al menos algunos de los cambios en la
imaginación del público acerca de los roles del género y de las normas sociales
que han tenido lugar en algunos países han sido inspirados por movimientos
por los derechos de las mujeres.
Involucrar a la juventud en el apoyo a las nuevas actitudes para las nuevas
generaciones presenta otra importante oportunidad para el cambio de políticas.
La presente generación de jóvenes en gran parte del mundo ha crecido viendo
a niños y niñas completar la educación básica en prácticamente igual número,
y muchos han visto a sus madres u otras mujeres trabajando fuera del hogar en
números sin precedente. Empoderar a la generación de jóvenes de hoy para ser
parte del debate acerca de políticas y del activismo de justicia de género es cru-
cial para lograr el cambio. Más aún, las políticas de juventud, muchas relacio-
nadas con el VIH/SIDA y salud reproductiva, han a menudo sido el lugar de
algunas de los más amplios acercamientos al género, incluyendo discusiones de
las necesidades específicas de los y las jóvenes. Incluso cuando ha habido retro-
cesos (como en India en algunos estados acerca de la educación de la sexuali-
dad y en México con las “guerras culturales” en los mismos temas), los debates
acerca de la juventud han a menudo incluido el desarrollo de la intervención
pública dentro de una estructura de especificidad de género: esto es compren-
der y llamar la atención sobre las necesidades y realidades de mujeres jóvenes y
hombres jóvenes.
Las experiencias de países europeos muestran cuán importante pueden ser
las organizaciones de monitoreo y las comisiones de alto nivel. Los países de la
Unión Europea con políticas de género, incluyendo Finlandia y Noruega, a me-
nudo tienen comisiones que son responsables de organizar discusiones acerca
del involucramiento de los hombres. Estas comisiones juegan una función im-
portante en asegurar el alcance y la calidad de la discusión nacional sobre des-
igualdad de género y acercarse a la igualdad. Simplemente la creación de dichas
comisiones no significa, por supuesto, que los hombres y las masculinidades
han sido completamente incluidos en las políticas de género, pero han sido im-
portantes en generar un debate público acerca del tema.
44 Gary Barker y Margaret E. Greene

Desafíos pendientes
Si hay un número creciente de ejemplos de políticas para incluir a los hombres
y las masculinidades en la equidad de género, hay también desafíos pendientes.
Los hombres han llegado a ser más visibles en la equidad de género en algu-
nos círculos y en algunos debates sobre políticas, pero la desigualdad social, la
oposición política (a veces de los partidos conservadores), la inacción guberna-
mental y la incompetencia han retardado el cambio o incluso revertido algunos
avances positivos de las políticas. Los siguientes son algunos de estos desafíos
pendientes.
El hombre permanece casi invisible en la discusión de la equidad de género.
En la mayoría de los casos, la discusión y el reconocimiento del involucramiento
de los hombres en la equidad de género es limitada, simbólica o inexistente, con
algunas excepciones notables, incluyendo a Sudáfrica (probablemente la más
explícita inclusión de hombres y masculinidades en políticas públicas), Brasil
(que ha avanzado en licencias paternales, involucramiento del padre y salud
masculina), México (con un antiguo programa nacional de salud reproductiva
que tiene un fuerte enfoque en la inclusión del hombre, principalmente por va-
sectomía) y Tanzania en sus políticas nacionales de VIH, entre otros.
Los hombres son más a menudo incluidos en las políticas en respuesta a cri-
sis o problemas percibidos. Como escribe Redpath et al. “…las masculinidades
a menudo se hacen evidentes en leyes y políticas cuando estos instrumentos
se mezclan con comportamientos criminales, antisociales o destructivos de los
hombres. La política pública es pues generalmente dirigida a limitar, contener
o castigar el comportamiento de hombres. Mucho menos recurrente es una
política enmarcada como proveedora de una oportunidad para cambiar cons-
trucciones de masculinidad de un modo positivo como parte de un proyecto
social más amplio de construir equidad de género en la sociedad a través de un
involucramiento constructivo con hombres y niños” (Redpath, Morrell, Jewkes
& Peacock, 2008).
En relación al punto anterior, los hombres son conceptualizados como pro-
blemáticos en la mayoría de las políticas de género. Las políticas más a menudo
refuerzan las versiones tradicionales, no equitativas y violentas de las masculini-
dades en vez de discutirlas, y han sido lentas en cuestionar el tradicional enfoque
en los hombres como proveedores únicamente. Las políticas intentan tratar a
hombres y niños, por ejemplo, como proveedores, pero no como proveedores
de cuidados. Como un ejemplo, mientras todos los países tienen algún tipo de
permiso maternal, el permiso paternal continúa siendo de mínimo a inexis-
tente (5 días en Brasil y Chile, ninguno en India, 2 semanas en Sudáfrica). De
igual modo, la generación de ingresos y los programas de apoyo al desempleo
en muchos sino en todos los países visualizan a las mujeres como cuidadoras y
a los hombres como proveedores, con poco trabajo de la política hasta ahora
¿Qué tienen que ver los hombres con esto? 45

para apoyar la noción de ambos, hombres y mujeres como cuidadores y pro-


veedores, que es la realidad en una creciente porción de mujeres y hombres del
mundo.
Las políticas refuerzan los estereotipos tradicionales del hombre. Las polí-
ticas están a menudo pegadas reflejando la tradicional división de las labores
del hogar: el hombre como el que gana el pan y la mujer como proveedora de
cuidados con implicaciones negativas para ambos. En un ejemplo de Sudáfri-
ca, los derechos y obligaciones han sido extendidos para padres solteros, pero
la licencia pre-post natal continúa siendo exclusiva para la mujer. En India, la
mujer no es incluida en algunos planes rurales de desarrollo de empleo, mien-
tras el hombre no es incluido en la licencia familiar. En otros sectores, muchos
servicios diseñados para las mujeres (salud, cuidado infantil, bienestar infantil)
a menudo excluyen a los hombres, tratándolos como “peligrosos” y reforzando
una carga doble o triple para las mujeres.
Políticas contradictorias pueden emerger de diferentes ministerios o depar-
tamentos con perspectivas divergentes. Un ejemplo de Sudáfrica es que mien-
tras hay una preocupación del sector salud por el embarazo adolescente, el sec-
tor educación es más conservador, y el sector justicia ha tratado de criminalizar
el sexo consensuado de menores y ha requerido de un reporte obligatorio de
los proveedores de servicios en salud reproductiva para que los menores usen
dichos servicios.
La implementación no está garantizada o no es (o es in) consistente y con-
tinúa siendo un gran desafío para las políticas efectivas de género. Existe casi
en forma global una gran brecha entre políticas establecidas, las que pueden
mencionar e incluir al género (y a los hombres y las masculinidades) de modo
sensato, y las actitudes y comportamiento de los servicios públicos proveedores
e implementadores de políticas públicas. En Brasil, por ejemplo, una política na-
cional desde el 2005 ha dado a las mujeres el derecho estar acompañadas por
una persona de su elección durante el parto (con la idea que en muchos casos,
esta persona sería el padre del niño o niña). En la práctica, el personal de la salud
(desde administradores de hospitales hasta médicos y enfermeras) se oponen
a esta práctica o no facilitan su implementación. Del mismo modo, en India,
numerosas políticas prohíben el matrimonio entre menores y el aborto sexo-se-
lectivo y estimulan el involucramiento de hombres en campañas. En la práctica,
los proveedores de salud y las autoridades locales también a menudo y regular-
mente ignoran estos reglamentos y políticas, a veces como resistencia, a veces
por desconocimiento de la política. Este último punto sugiere la necesidad de
una difusión a nivel nacional de las políticas y la necesidad de capacitación de
aquellos que las implementan.
46 Gary Barker y Margaret E. Greene

Palabras de despedida
Si bien estos desafíos permanecen, existen numerosas oportunidades para lo-
grar cambios reales y duraderos en las experiencias vividas por hombres y muje-
res y las relaciones entre ellos. En vez de continuar aferrados al agotado punto de
vista “hidráulico” de las relaciones de género que hace competir las necesidades
de hombres contra las necesidades de mujeres, es tiempo de forjar una alianza
entre los activistas de los derechos de las mujeres, grupos de la sociedad civil que
trabajan con hombres (y líderes masculinos), movimientos de diversidad sexual
(LGBT), y otros movimientos de justicia social. A pesar de que no es siempre
fácil de reconocer, todos estos movimientos tienen el interés común de termi-
nar con las desigualdades de género. De hecho, la equidad de género debe ser
tomada como una causa que no es sólo para las mujeres sino que es igualmente
dirigida a encontrar los caminos para “reducir la presión en hombres y niños de
ajustarse a rígidas y peligrosas formas de masculinidad” (Ruxton, 2009). Es más,
tenemos aún que conectar con el interés propio de los hombres por el cambio,
particularmente en las experiencias positivas que ellos reportan al involucrarse
más en la provisión de cuidados y en sus relaciones familiares. Estas afirmacio-
nes, por supuesto, son más fáciles de decir que de alcanzar, pero creemos que
ofrecen un camino hacia adelante.

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Del hombre proveedor al hombre
emocional: construyendo nuevos
significados de la masculinidad
entre varones mexicanos
Juan Guillermo Figueroa y Josefina Franzoni
Del hombre proveedor al hombre emocional 65

Resumen
En este artículo se presentan los primeros hallazgos de una investigación rea-
lizada con hombres mexicanos que por distintas circunstancias (separación,
divorcio, viudez), cuidan a familiares y asumen un rol distinto al de mero pro-
veedor económico. Se reflexiona sobre la experiencia de hombres adultos que
son cuidadores de sus hijos, y, en un caso, de su padre. Se ordenan algunas de sus
respuestas en cuatro dimensiones: la confrontación social con el mandato de
proveedor; el posible cambio de los valores y el significado de la masculinidad;
la paternidad como espacio emocional, y la reconstrucción del significado del
amor del padre.

Introducción
En este artículo se presentan los primeros hallazgos de una investigación rea-
lizada con hombres mexicanos que por distintas circunstancias (separación,
divorcio, viudez), cuidan a familiares y asumen un rol distinto al de mero pro-
veedor económico. Uno de los objetivos del proyecto del que estos resultados
son parte1 es analizar los factores personales, sociales y familiares que inciden
para que los hombres se conviertan en cuidadores sin retribución económica.
¿Qué factores sociales, familiares e individuales influyen?, ¿cómo es la relación
con la pareja y las mujeres de la familia?, ¿qué tan rígidos o no son los valores de
proveedor y de autoridad masculina en este grupo?, ¿se trata de casos aislados,
o podemos suponer que estamos en presencia de un nuevo significado de la
masculinidad? y ¿hasta qué punto las políticas públicas contemplan y respon-
den a las necesidades y prácticas de los hombres? En este texto se presenta una
primera lectura de algunos componentes de los relatos de este grupo de hom-
bres, sobre la experiencia que han vivido en este proceso de cuidar activamente
de otras personas.
Las preguntas anteriores se pretenden responder con el análisis e interpreta-
ción de los resultados de la información recabada, con las entrevistas realizadas
a nueve hombres adultos que son cuidadores de sus hijas o hijos, y, en un caso,

1 El proyecto de investigación sobre Hombres, Equidad de Género y Políticas Públicas se lleva a cabo
entre investigadores de varios países (entre los cuales están Brasil, Chile, India, México, Noruega,
Croacia y Sudáfrica) y contempla cuatro grandes componentes: (a) un análisis documental de
políticas públicas que de alguna manera faciliten o dificulten el que los varones participen en la
búsqueda de la equidad de género; (b) una encuesta con varones y mujeres, abordando temas de
relaciones de género y conocimiento de políticas públicas relacionadas con ellas; (c) una serie de
entrevistas en profundidad con varones dedicados a actividades que tradicionalmente han hecho
las mujeres, con la idea de ver cómo llegaron ahí y qué cambios se han generado en su identidad de
género a partir de ello; y finalmente, (d) el diseño de una serie de lineamientos conceptuales para
analizar este tema en otros entornos y contextos.
66 Juan Guillermo Figueroa y Josefina Franzoni

de su padre, pero además comparando, en otro texto, con la experiencia de otro


grupo de hombres que cuidan a otras personas, pero recibiendo una remunera-
ción económica por ello. El rango de edad de los entrevistados va de los 24 a los
58 años, y su promedio de escolaridad es de 12 años. A excepción de un hombre
que es soltero, el resto de los entrevistados están unidos, o han estado alguna vez
unidos2. Las entrevistas se realizaron entre octubre de 2008 y enero de 2009 en
las ciudades de México, Celaya, Guanajuato y Cuernavaca, Morelos.
Con el fin de acompañar el desarrollo de la entrevista se utilizó una guía
con seis módulos: familia de origen, infancia y adolescencia; edad adulta y re-
lación de pareja; familia actual; elementos de su vida social; ocupación actual
y políticas públicas. La guía se usó como referencia, pero a la vez se respetó la
libre expresión de los entrevistados. La combinación del relato libre y preguntas
guiadas permitió profundizar en su historia, vivencias personales, familiares y
sociales durante la niñez, adolescencia, juventud y edad adulta. Se recuperaron
algunos de los eventos, percepciones, valores y significados que los entrevis-
tados atribuyen (desde su identidad masculina) a sus relaciones de género, su
rol dentro de la familia y el entorno social inmediato, tratando de identificar los
puntos de inflexión que los llevaron a asumir el papel de cuidadores.
La investigación es un estudio de caso, dado que reúne la vivencia y expe-
riencia de nueve hombres que comparten el cuidado de un familiar. A través de
la narración que hacen de las diferentes etapas y momentos de su vida, se con-
vierten en intérpretes de sus acciones, decisiones y emociones. En su narrativa
construyen los episodios significativos y, en lo cultural, expresan la cohesión de
las creencias que comparten y transmiten, así como los valores que fundamen-
tan la vida social de la que son parte. “Estudiar un caso es reconstruir la creación
personal de una historia, en diálogo con otras historias, y en el espacio sociocul-
tural que les da sentido” (Serrano, 1995: 204). En este orden de ideas, el estudio
de caso permite la aproximación a la historia personal de un individuo y a los
valores y normas del contexto social.
La participación cada vez más visible de los hombres en actividades que
antes eran principalmente realizadas por mujeres puede ser una expresión de
los nuevos códigos de la masculinidad. Las normas de la vida en la familia, la
relación con los hijos y la pareja, así como las expectativas personales y profesio-
nales que tienen estos nueve hombres, nos permiten acercarnos a algunos cam-
bios graduales que se están gestando en la masculinidad, y la forma en que se
expresan en las relaciones interpersonales, la cotidianidad y el proyecto de vida,
demandando con ello nuevos escenarios en el ámbito de las políticas públicas.

2 Para más información sobre nuestros informantes, puede consultar el anexo 1, en donde se resume
el perfil sociodemográfico de estos hombres.
Del hombre proveedor al hombre emocional 67

Para analizar la información se transcribieron las entrevistas y se codificaron


en el Programa ATLAS.ti 5.2. Se realizó el análisis a partir de conceptos y su
agrupación en familias, con el fin de poder identificar los componentes de un
concepto y los vínculos entre ellos.

Un poco de contexto
La socialización desde la infancia hasta la edad adulta va dictando algunos códi-
gos, valores, significados y conductas que aprendemos para relacionarnos con
los otros y a su vez, esos valores van permeando nuestros estilos de vida. En las
últimas décadas, en México las relaciones de género han cambiado debido a
las transformaciones estructurales y a reacomodos en los procesos individuales
y grupales de intercambios cotidianos. La investigación demográfica ha docu-
mentado la forma en que la división sexual del trabajo y los roles de género se
modificaron a partir de la incorporación masiva de la mujer al mercado de tra-
bajo en los años setenta y ochenta (García & Oliveira, 2006). Los cambios de
la estructura social que obligaron a las mujeres a incursionar en el mundo del
trabajo remunerado han ido replanteando también la organización de funcio-
nes y roles en la familia.
Como apunta Fuller (2001), los cambios jurídicos que abrieron la igualdad
de derechos de hombres y mujeres, el crecimiento de la matrícula femenina en
las universidades y el uso de anticonceptivos modernos, que permitió a las mu-
jeres acceder a nuevas formas de vida sexual, han contribuido a transformar el
rol de los hombres, las relaciones de género en la familia y el significado de la
masculinidad. Dicha autora señala que la identidad de género es “el conjunto
de significados, de imágenes sobre sí mismas, que las personas elaboran a lo lar-
go de su vida y que les permiten percibirse como iguales a sí mismas, distintas
de los otros y merecedoras, por ello, de ser reconocidas en su unicidad” (Fuller,
2001: 20). Por su parte, la masculinidad es resultado de las normas, valores, sig-
nificados y códigos de conducta que dictan los patrones de socialización para
las personas del sexo masculino. Es de subrayarse que dicha masculinidad no
es estática, sino que se mueve frente a los cambios estructurales, culturales y del
entorno social en donde se desenvuelven los individuos.
Esa identidad de género se construye a lo largo de la vida de las personas y
los códigos aprendidos del ser masculino se van ajustando según sea el ciclo de
vida y el entorno social. La cultura atribuye a los hombres las características de
fuerza, competencia, destreza, control, racionalidad y autoridad. Estas caracte-
rísticas se recrean de distinta manera, según sea la generación y posición social
que tengan los hombres, pero también se transforman a distinto ritmo. En el
caso de México, las relaciones de género que colocaban al hombre en el espacio
68 Juan Guillermo Figueroa y Josefina Franzoni

público de la actividad productiva remunerada, y a las mujeres en la responsa-


bilidad de la vida doméstica y la crianza de los hijos, empezaron a cambiar gra-
dualmente en el pasado reciente.
Los resultados de las entrevistas indican que en este grupo de hombres
durante la niñez el núcleo de la masculinidad está representado en la fuerza, la
competencia y la destreza con respecto a los iguales. El padre es el modelo que
tienen los hijos de ser hombre y la forma de relacionarse con las mujeres. En la
adolescencia, la mayor relación social fuera del espacio familiar permite que la
masculinidad se asocie a fuerza, competencia, sexualidad y el modelo de identi-
dad masculina que prevalece en el entorno social. Por su parte, en la edad adulta
la masculinidad se centra en la función de proveedor, responsable y autoridad.
Dependiendo del mayor o menor arraigo de estos atributos, será la relación de
género con la pareja, los hijos y el entorno social más amplio.
A partir de nuestras entrevistas, podemos afirmar que la comparación de
varones con distintas historias de vida y nivel socioeconómico indica que hay
quienes han interiorizado en distintos grados los mandatos de la masculinidad.
El nivel socioeconómico, la escolaridad, el reconocimiento social (medido por
el éxito profesional), el lugar de residencia, la generación de pertenencia y las
características de la familia de origen están acompañados de diferencias en la
forma de vivir la masculinidad. Los hombres que provienen de familias con
conflictos de pareja, en donde había exacerbada división sexual del trabajo, con
patrones muy fuertes de autoridad, baja escolaridad y que pertenecen a gene-
raciones anteriores al año 1955, parecen tener patrones más conservadores de
masculinidad. En cambio, los hombres más jóvenes, que crecieron en un am-
biente social de mayor libertad, de nivel socioeconómico medio y alto y en fa-
milias estructuradas con bajos niveles de violencia, tienen menos dificultad para
mostrar sus emociones y desempeñar tareas que antes realizaban solamente las
mujeres, como es el caso de cuidar a algún familiar y participar en las actividades
domésticas.
Esto no quiere decir que haya una relación lineal entre los factores socioeco-
nómicos y el significado de la masculinidad, ya que la mayor escolaridad no
implica necesariamente una masculinidad que reconozca las emociones y abo-
gue por la equidad. De hecho, entre las variables que perfilan el significado de la
masculinidad hay combinaciones distintas: hombres con la misma escolaridad
que pertenecen a generaciones diferentes y tienen distinta posición social, segu-
ramente vivirán su masculinidad de manera distinta. Del mismo modo, hom-
bres que pertenecen a la misma generación y nivel socioeconómico, pero con
historia de vida distinta, reconstruirán su masculinidad con distintos códigos y
valores.
Del hombre proveedor al hombre emocional 69

La confrontación social con el mandato de proveedor


El significado y la forma de vivir la masculinidad encierran una gran compleji-
dad. En los hombres entrevistados se observó la permanencia de normas so-
ciales que atribuyen a los hombres y a las mujeres roles diferentes. En todos los
casos, en la familia de origen había una clara división del trabajo; el padre debía
trabajar para generar el ingreso que se requería para satisfacer las necesidades
de la familia y la mujer se encargaba del funcionamiento del hogar y la crianza
de los hijos.3 Así habló un entrevistado sobre los roles del padre y la madre en la
familia de origen:
“Mi mamá era la ama de casa y mi papá era el proveedor. Yo aprendí con
el ejemplo que la mujer debía estar en su casa, pedir permiso para todo,
atender a los hijos. Esas eran las características de una buena mujer.
“El hombre debía ser fuerte, debía cuidar a las mujeres, ser trabajador,
proveer de recursos a la familia” ( Joaquín).
El buen o mal desempeño como proveedor era el parámetro para evaluar
al varón. Así describe y evalúa uno de los entrevistados a su padre como pro-
veedor:
“Mi papá tenía la responsabilidad (que por cierto no la llevaba muy
bien…risas) de proveer. Mi papá era obrero, pero estábamos en una
época en que el dinero rendía, y aunque una persona trabajara como
obrero, podía sostener a su familia decorosamente, pero mi papá tenía el
problema del alcoholismo… ; cada semana se echaba sus alcoholes con
sus amigos y se gastaba el dinero, no dejaba sin comer, pero daba poco
dinero” (Sergio).
En el mismo sentido, otros de los entrevistados describen la función del pa-
dre como proveedor y de la madre como responsable del hogar:
“Mi mamá nos cuidaba. Tenía una muchacha que le ayudaba a limpiar
la casa y a planchar, pero ella lavaba la ropa y hacía la comida. Y había
veces que se le iba la muchacha, ella se quedaba solita con el trabajo de
una casa muy grande. Mi papá trabajaba en el rancho… y como el ran-
cho lo tenía en Irapuato se iba en la mañana y regresaba hasta las ocho
de la noche. Él no ayudaba en las labores del hogar, él sólo trabajaba en
el rancho” (Antonio).

3 Los nombres de los entrevistados se modificaron para este primer texto, con el fin de cuidar la
confidencialidad de los entrevistados, si bien en un informe más amplio se discutirá lo que significa
que algunos de ellos solicitaron que se mantuviera su identidad.
70 Juan Guillermo Figueroa y Josefina Franzoni

La división sexual del trabajo en la familia también daba las pautas de con-
ducta a los hijos. El hombre como proveedor económico tenía la máxima au-
toridad en la familia, de acuerdo con los códigos de las instituciones sociales,
políticas y culturales de ese momento. La autoridad del padre era autocrática
porque tenía la obediencia de la mujer y los hijos. En este contexto, la paternidad
correspondía a una autoridad vertical que desdibujaba la relación emocional.
El hombre fuerte no expresaba sentimientos, porque estos se consideraban una
debilidad, propia de las mujeres. Así apunta Paco las diferentes expresiones del
ser hombre racional y la mujer emocional:
“Hasta hace poco tiempo era mal visto que un hombre llorara o que le
dijera en público a una mujer te quiero, o que se le viera que la mujer era,
de cierto modo, igual a él. El hombre tenía que dar la orden y asimilar la
situación. La situación era que el hombre estaba un paso adelante y la
mujer un paso atrás” (Paco).
Los hombres gozaban de la libertad de movimiento y la capacidad de deci-
dir que no tenían las mujeres.
“El hombre podía ser lo que quisiera; era libre de ir y venir y de hacer
lo que quisiera. Ese es el ejemplo que recuerdo que me daba mi papá”
( Joaquín).
Otro de nuestros entrevistados se refirió así a la construcción que había de
la masculinidad en la generación de su padre:
“Los hombres podían hacer todo lo que quisieran. Inclusive los padres y
madres decían ‘cuiden a sus gallinas porque mi gallo anda suelto’4, por-
que mi hijo es un hombre porque ha tenido tantas novias, sale de aquí
para allá, puede tomar media botella y no se emborracha. El machismo
al estilo Jorge Negrete y Pedro Infante5. Todas esas cosas, toda esa cultu-
ra” (Paco).
Los testimonios coinciden en que los hombres se autodeterminaban; toma-
ban, fumaban y vivían abiertamente su sexualidad. Su autoridad frente a la mujer
se ejercía dentro y fuera del hogar, siempre y cuando cumplieran exitosamente
con su papel de proveedores económicos de la familia. Entre mayor fuera el éxi-
to económico, más grande era su autoridad, así como el reconocimiento social
y familiar.

4 Expresión algo común en ciertas regiones de México, para aludir a la potencia sexual de los machos,
de la cual ‘tienen que cuidarse las hembras’.
5 Nombre de dos famosos actores del cine mexicano.
Del hombre proveedor al hombre emocional 71

Aunque estas posiciones se han modificado un poco, todavía los hombres


que no se ajustan al patrón de hombres proveedores de su familia pierden auto-
ridad y cambian en parte su rol. Los desempleados y aun los que están emplea-
dos, pero con ingresos insuficientes para satisfacer las necesidades de su familia,
asumen el trabajo doméstico y el cuidado de sus hijos con frustración, dado que
están marginados de la competencia y rivalidad que son atributos básicos de
la identidad masculina convencional. El hecho de realizar el trabajo doméstico
y el cuidado de los hijos representa en muchos casos un fuerte conflicto. Así
describe uno de los entrevistados los valores masculinos de su adolescencia y la
frustración que le produce ahora el cambio de rol.
“En la época en que yo era adolescente lo más importante era la fuerza,
la virilidad, la masculinidad, lo macho que fuera uno. Incluso yo hacía
ejercicio con pesas, porque yo era extremadamente delgado… Yo nunca
me metí a la cocina y ahora lo estoy haciendo. Claro que eso me aver-
güenza; haz de cuenta que me saliera de mí y me pusiera en la puerta
y me digo: ¡que bajo has caído! Y después me digo ‘momento, alguien lo
tiene que hacer y ahora yo no tengo trabajo’, pero una parte de mí me
dice ‘oye estás perdiendo el tiempo aquí, cocinando’. Eso me genera ines-
tabilidad y me hace sentir mal” (Sergio).
La desaprobación social de familiares y de la pareja, así como la percepción
que tienen de sí mismos y de su incapacidad para desempeñarse en el ideal de
proveedores, les produce depresión, ya que no cumplen con uno de los roles
que definen su identidad masculina, lo que cambia su rol en la familia y en la
relación de pareja.
“El desempleo sí pega, al principio no me bañaba, pasaban dos o tres días
y no me bañaba del desánimo. Y decía ¿qué voy a hacer?, no tengo traba-
jo, estoy aquí en la casa ¿y luego? Imagínate, por mi parte, dejo el trabajo
y estoy en la casa. Por parte de ella, sale y conoce, entonces se cambiaron
los roles y sí hay una mella” (Sergio).

¿Cómo cambian los valores y el significado de la masculinidad?


Las imágenes que narran los entrevistados de insatisfacción, frustración, enojo y
agresión de sus padres son expresión del costo emocional que tenían los patro-
nes conservadores de masculinidad. La incapacidad de los hombres de estrato
socioeconómico bajo de proveer a su familia con varios hijos de alimentos, ves-
tido, vivienda, educación, etcétera, les provocaba resentimiento (inconsciente-
mente) hacía aquellos (hijos y esposa) que ponían sobre su espalda el peso de
esa gran responsabilidad. En parte, eso explica el autoritarismo exacerbado y el
maltrato que daban a los hijos.
72 Juan Guillermo Figueroa y Josefina Franzoni

El habitus de la masculinidad impuesto por las principales instituciones so-


ciales como la escuela, la iglesia y la familia parecieran no dejar margen para ex-
perimentar una masculinidad con componentes más emocionales. Socialmen-
te estaba instituido que el hombre tenía el control y la dominación sobre la mu-
jer, los hijos y sus propias emociones, por lo que era con su autoridad, poder y
función de proveedor como mostraba su compromiso y el amor por su familia.
“Antes del 68 (1968) la gente era muy reprimida… y en cualquier mo-
mento explotaban contra los compañeros en la cancha, en la calle; esta-
bas contenido todo el tiempo, no había la libertad que ahora tienen los
chavos. Los hombres eran formales, secos, poco afectivos” (Paco).
Los cambios sociales que promovieron los jóvenes de clase media urbana
en contra del autoritarismo en la familia y las instituciones, en especial a partir
de la mitad del siglo XX, empezaron a mostrarse, dado que la paternidad auto-
ritaria, el hombre omnipotente y el modelo de mujer sumisa se oponían a una
realidad en donde aumentaba la matrícula universitaria femenina y crecía el nú-
mero de mujeres que se incorporaban a la vida productiva. La figura del hombre
proveedor y autoridad empezó a ceder espacio, con conflictos y tensiones den-
tro de la familia, a una posición menos autoritaria y desigual.
Los cambios en la estructura económica y social, el movimiento de mujeres
y la política demográfica que promovió la reducción del tamaño de las descen-
dencias, produjeron una transformación cultural de grandes dimensiones que
impactó en los roles de género. Si bien los valores masculinos conservadores
eran los principios generadores de las relaciones sociales en el espacio privado
y público, los cambios en la estructura económica y social evidenciaron la ur-
gencia de desplazar el autoritarismo. Así fue como en México se promovió una
contracultura que buscaba equilibrar la responsabilidad económica y domésti-
ca entre hombres y mujeres.

La paternidad como espacio emocional


Los hallazgos de la investigación muestran la paternidad como el primer canal
que tienen los hombres para expresar sus emociones. Los hijos, al igual que an-
tes, son motivo de responsabilidad económica, pero ahora también la paterni-
dad es sinónimo de cuidado, comunicación, respeto y demostración de afecto.
La paternidad alternativa a la que alude Rojas elabora el vínculo con los hijos
más desde la comunicación y la amistad que desde la relación de distancia y la
autoridad (Rojas, 2008). Es un eje de permisión emocional, porque los hombres
que reconocen abiertamente el amor que sienten por sus hijos participan más
en su cuidado, los disfrutan. Así, la paternidad se ha convertido en un proyecto
personal para muchos hombres, tan importante como el desarrollo profesional.
Del hombre proveedor al hombre emocional 73

Aun aquellos hombres que no tienen pareja o que son personas de edad
madura para tener hijos desean vincularse emocionalmente con un “hijo”, a tra-
vés de la figura del padrino, ya que desean generar vínculos afectivos y recibir
reconocimiento por los cuidados prestados (Salguero, 2002). Así describió un
hombre soltero su deseo de tener un hijo:
“He pensado en adoptar a un niño de esos que están en el orfanato, darle
dinero, estar al pendiente y estar ahí como, no sé cómo les dicen, padrino,
¿no? Estar al pendiente del chavo, que estudie, que se vista, que el den-
tista, el oftalmólogo, y todo eso. Y cuando él esté grande que diga, no pues
mi padrino fue el que me ayudó” (Paco).
Las investigaciones realizadas sobre el significado de la paternidad en sec-
tores sociales bajos (Gutmann 1996) y medios (Vivas, 1993; Haces, 2002;
Rojas, 2008) muestran que hay un cambio en el valor de la paternidad, pues la
representación de autoridad y control cambió al significado actual de formador
y guía para los hijos. Esta transformación confirma que el ejercicio de la paterni-
dad se entrelaza con los cambios en la identidad masculina.
Ahora cada vez más algunos hombres, por distintas razones, se han conver-
tido en cuidadores de los hijos. Algunos están desempleados, mientras que la
pareja es la principal proveedora, o hubo la separación de la pareja y la recompo-
sición en la familia y la forma de asumir la paternidad. En otros casos las mujeres
renuncian al cuidado de los hijos por enfermedad, muerte, formación de una
nueva familia, falta de recursos económicos o simplemente por desinterés. En
otros, son los hijos los que deciden quedarse con el padre. Los hombres que no
son proveedores encuentran en la paternidad, el cuidado de familiares y el traba-
jo doméstico un sentido de utilidad que mitiga el conflicto de no poder cumplir
con los mandatos de la masculinidad convencional. Un hombre desempleado
habló de los sentimientos y la tensión que le producen las tareas domésticas:
“Me gusta hacer las labores de la casa porque es para nuestro bienestar,
de mis hijos y mi esposa. Yo limpio la casa para que mis hijos lleguen y
la disfruten. Yo limpio para que ellos estén bien, aseados… Bueno luego
viene como la depresión. Pero bueno, lo voy a hacer, porque si no lo hago
quién lo va a hacer, y esto va a ser un despapaye (desorden)… Por ejem-
plo, si el uniforme no lo lavo yo, quién lo va a hacer y en algunos días no
va a haber uniformes limpios” (Sergio).
El rol de cuidadores que asumen los hombres está mediado, generalmente,
por eventos dolorosos. En algunos casos la separación de la pareja (por divorcio,
muerte, enfermedad) es el punto de inflexión; en otros, la historia de violencia
de la familia de origen y la dificultad para relacionarse originaron cambios en los
patrones de masculinidad y en las relaciones de género. Los hombres que son
cuidadores reconocen que el cambio en el significado de la masculinidad que
74 Juan Guillermo Figueroa y Josefina Franzoni

han vivido fue acompañado de tensiones y conflictos. El orden de las priorida-


des ha cambiado gradualmente, aunque no está exento de ambigüedades y con-
tradicciones, pasando del interés centrado en las cualidades y logros de sí mismo
como individuo (fuerza, destreza, inteligencia, poder, éxito laboral, etcétera) al
interés por los otros, particularmente por los hijos.
El apartarse del modelo convencional de masculinidad les produce frustra-
ción y dolor. El rompimiento con la pareja contraviene el mandato masculino de
control y poder sobre la mujer. Cuando sobreviene la separación, se complica la
crianza de los hijos, porque los hombres asumen la doble función de proveedor
y cuidador, lo que de suyo les significa organizar en nuevos términos su proyec-
to de vida. Los valores del éxito económico y la búsqueda de reconocimiento
social, que obliga a los hombres a destinar más horas al trabajo, van cambiando
por el mayor tiempo destinado al cuidado de los hijos y otros familiares. De esta
forma, se va generando un cambio de valores, dado que el sentimiento y la res-
ponsabilidad moral desplazan al interés económico. Así describió un cuidador
el significado de haber cuidado a su padre durante años:
“Si lo ves crudamente, se me fue la vida. Necesitas darle a ese evento un
valor moral para que tenga sentido la vida. Si tú lo ves así: me pasé la
vida; treinta años trabajando para mi hijo, y ahora mi hijo ni me viene a
ver; tienes que darle un sentido menos utilitario y más afectivo y pensar
que ahora él es feliz con la mujer que vive” (Paco).
En otros casos, los problemas legales que producen la separación y el rompi-
miento con la familia del cónyuge refuerzan la cohesión del padre con los hijos
y producen un cambio en el rol masculino.
“Cuando enviudé, la familia de mi esposa me demandó argumentando
que yo era un padre golpeador, padre alcohólico, padre mariguano, pa-
dre amiguero que usa pistola, porque querían quitarme a mis hijas y yo
le dije al juez en mis argumentos por escrito que la vida se ha encargado
de vestir al hombre de una máscara de insensibilidad de piedra, de acero
o mármol frío. Pero entendí que el padre debe amar igual o más a sus
hijos que la madre. Yo lo vivo, lo he sentido. Yo defendí a mi hija, no te
imaginas cuánto” (Eduardo).
Por otra parte, el rompimiento y la experiencia emocional que deja un divor-
cio inciden en el aprendizaje de la masculinidad emocional. En los testimonios
encontramos que la inequidad en la relación de pareja y el dominio masculino
son reconocidos por los hombres como causas de rompimiento. Así explica
uno de los entrevistados las causas que originaron el divorcio de su primera
esposa y motivaron los cambios en su relación actual de pareja y con los hijos:
Del hombre proveedor al hombre emocional 75

“El sentirme maduro, el sentirme el jefe, el que yo era la autoridad de la


familia, que tenía que tomar las decisiones por todos, sin consensuar, sin
consentir, eso fue provocando el desamor en mi pareja. Yo era la auto-
ridad y no le daba el soporte, ni la importancia a mi ex esposa que ella
necesitaba. Yo sentía que con dar dinero y tener expresiones de cariño era
suficiente. Y eso no era suficiente… Una de las cosas que yo cambié en
mi segundo matrimonio es que yo le ayudo a mi mujer el fin de semana
en las labores domésticas y les estoy inculcando a mis hijos, sobre todo a
los varones, que no debe haber labores de hombres y labores de mujeres.
Debemos aprovechar las condiciones de fuerza de los varones para cier-
tas cosas, pero eso no debe impedir que hagan labores domésticas como
barrer, trapear, etcétera” (Francisco).

El amor del padre


Algunos de los hombres entrevistados dijeron que al principio, cuando asu-
mieron la responsabilidad de cuidar a sus hijos, tenían la convicción de que su
madre lo haría mejor. Sin embargo, después de algún tiempo descubrieron su
capacidad de amar y responsabilizarse del cuidado de sus hijos, al grado que la
paternidad se convirtió en su prioridad. Así reseñó esta etapa uno de los entre-
vistados:
“Me sentía del carambas porque si para ser padre tienes que ir aprendien-
do sobre la marcha, ser madre ¡uf!, imagínate. Pero, dice uno tengo que
hacerlo. Afortunadamente yo era mi patrón, porque de lo contrario tenía
que haber sido muy rico para poder lograrlo, porque honestamente tienes
que hacerla de chofer, de muchacha, de mamá y de papá” (Antonio).
Una vez que superan el miedo de la primera etapa, los padres descubren su
habilidad para organizar el tiempo, realizar las actividades domésticas, crear las
nuevas normas en la familia y querer a sus hijos para que todo funcione bien.
Las actividades del cuidador van desde acompañarlos, preparar los alimentos,
atenderlos en caso de enfermedad, supervisar las tareas escolares, hasta propor-
cionarles los satisfactores necesarios y compartir momentos de recreación.
La relación con los hijos cambia según sea el ciclo de vida de la familia.
Cuando son niños, los cuidados se enfocan en la vida doméstica y la actividad
escolar. En la etapa de reemplazo, cuando los hijos son independientes, las re-
laciones son más respetuosas e independientes y, aunque la satisfacción de las
necesidades básicas permanece, los padres se preocupan más por mantener la
comunicación con sus hijos y vigilar su vida social, sin descuidar la actividad
escolar y/o profesional. Los recursos que ahora utilizan los padres para educar
son muy distintos al autoritarismo y la verticalidad de otra época. Los padres
76 Juan Guillermo Figueroa y Josefina Franzoni

declaran que privilegian el diálogo y la negociación antes que la confrontación.


Así describió un padre su relación con sus hijos adolescentes:
“Lo que pasa es que desde hace buen rato yo tengo la idea de concertar,
de convencer y no buscar vencer por autoridad. Yo no creo en la autocra-
cia; yo creo en la democracia. Si ya la autocracia no me funcionó una vez,
no creo que me funcione ahora. Claro que la democracia no debe afectar
la autoridad. La autoridad se debe ejercer, pero no se debe coaccionar,
sino la autoridad se debe respetar pero no por temor, sino por convenci-
miento” (Francisco).
Las diferencias de sexo entre el cuidador y los hijos es un problema que los
hombres también enfrentan. Cuando se trata de hijas mujeres, el cuidado se
complica, porque los hombres necesitan romper los códigos que tenían sobre la
identidad masculina y femenina.
“Pues, traté de entrar en el esquema de ser papá y mamá. Y luego, pues
olvídate, pues con una niña que está en plena adolescencia a lo mejor yo
no tenía los canales muy abiertos hacia el sexo femenino, por mi misma
formación y por todo lo que nos engulleron en la familia de que el hombre
es el que decide, el que determina y todo. Entonces, yo ahí me dí cuenta
que tenía que estar más al pendiente a lo mejor de la niña que del niño”
(Francisco).
En el cuidado de las hijas se reproducen algunos de los denominados ‘ro-
les tradicionales de género’. El hombre suple su aparente deficiencia masculina
explorando otros recursos que le faciliten la educación de las hijas. Al final de
cuentas, el acercamiento y la comunicación rompen las barreras que imponen
los códigos de las relaciones de género entre los padres y los hijos de distinto
sexo.
“A mi hija la mandé a un curso para que aprendiera a ser señorita. Te ha-
blo de cuando ella tenía 9 años. Casualmente, le vino su regla (menstrua-
ción) muy niña, como a los 10 años y medio u once. Llegó y codeándome
me dice “pues ya”, ¿pues ya qué?, “es que ya me bajó”. Entonces pegué un
reparo en ese momento y le dije ¿quieres que le digamos a tu mamá, a tu
tía, a tu abuelita? “No, a nadie” (Antonio).
Los hombres que son o fueron padres solteros reconocen y expresan el
amor a sus hijos sin dificultad. Los que actualmente tienen pareja aprendieron
un nuevo significado de la paternidad, el cuidado de los hijos, el manejo de sus
emociones y la relación de pareja. Desde luego, el hombre emocional que se
expresa en el cuidador que va renunciando a los atributos convencionales de
la masculinidad para reconocer sus emociones y expresarlas se asocia a su fun-
ción de padre soltero, pero también influye de manera importante la historia de
Del hombre proveedor al hombre emocional 77

vida durante la infancia y la adolescencia en la familia de origen. Los valores y


representaciones ahí aprendidos en su mayoría se conservan en la edad adulta.
Los hombres provenientes de familias estructuradas de nivel socioeconómico
medio alto que tuvieron una relación con el padre de respeto y autoridad, pero
también de afecto y emotividad, tienen menos dificultad para expresar sus emo-
ciones. Refiriéndose a cómo era la relación con su padre, Antonio nos dice:
“Él llegaba a las 7 u 8 de la noche, pero todos los días era estar con él,
nos veíamos, cenábamos, platicábamos. Siempre cenábamos juntos, mis
padres siempre fueron querendones, vacilábamos mucho. Para mí, mi
padre fue mi mejor amigo, pero ya cuando me casé, antes no. Cuando
me casé platicábamos cosas de adultos, nos íbamos a las charreadas, a
los jaripeos, a los partidos de futbol; éramos uña y mugre. Lo disfruté
mucho” (Antonio).
En contraste, en hogares con padres de baja escolaridad y patrones de mas-
culinidad tradicionalmente rígidos, la paternidad autoritaria era fuente de vio-
lencia intrafamiliar, conflictos de pareja y violación de los derechos de la mujer y
de los hijos. El manejo inadecuado de las emociones de algunos hombres tiene
relación con la cultura social y el lugar ocupado en la familia. Los hombres de la
generación de los años cuarenta y que vivían en familias donde predominaron
las hijas mujeres, fueron particularmente expuestos a los valores machistas, por-
que los padres consideraban como su responsabilidad destacar su masculinidad
para evitar la homosexualidad. El resultado fueron hombres que formaron su
familia con patrones muy rígidos de autoridad y fuertes cargas de violencia in-
trafamiliar.
“Cuando yo tenía 17 años, se divorcian mis papás, y ya tenía como 4 ó5
años que eran muy fuertes los problemas en la casa. Muchos golpes de mi
papá a mi mamá y luego ya se fueron hacia mí. Él me pegaba por defen-
der a mi mamá… A mi papá cualquier cosa le molestaba, cualquier cosa
era motivo de pleito, porque tenía otra mujer. Yo le decía, no me meto si
discuten, pero si le pegas, claro que me voy a meter. Y entonces ya empe-
zaron los golpes conmigo… He de haber tenido unos 14 ó 15 años, y esa
vez me pegó tan fuerte, que a partir de ese día me dormí con un bat y
unos chacos, porque estaba decidido a que si regresaba y me quería pegar
me iba a defender” ( Joaquín).
Otro de los entrevistados recuerda así el maltrato que recibió de su padre
en la infancia:
“Mi papá ahora de viejo es bueno, pero en su época era autoritario. Él
no estaba mucho en la casa, él doblaba turno. A veces trabajaba en la
noche y dormía de día. Fue muy estricto y el trato fue un poco denigrante
78 Juan Guillermo Figueroa y Josefina Franzoni

por parte de él, sobre todo cuando estaba enojado. Más que pegarnos nos
aventaba, y yo creo que eso denigra al niño. Ya como adolescentes nos fue
respetando un poquito más” (Sergio).
Refiriéndose a la forma en que el padre los trataba en su adolescencia un
entrevistado dijo:
“Yo no aceptaba que la maltratara (madre) o la hiciera a un lado. Siento
que en la adolescencia no me atacaba directamente a mí, pero me afec-
taba que lastimara a mi mamá. Yo sabía que mi mamá algunas veces
era muy estricta, y podía ser estricta conmigo o con nosotros, pero con mi
papá, ¡ahí era débil!” (Sergio).
La recomposición de la paternidad con nuevos códigos, vista a la luz de los
patrones de paternidad con los que crecieron los entrevistados, indica que se
han dado algunos cambios en las relaciones de los padres con los hijos. En la
recuperación que hacen los varones de sus emociones, la paternidad tiene un
lugar central. Así describió Eduardo su proyecto de hombre:
“Bueno, el proyecto de hombre que ahora yo quiero es lo que soy: un
padre amoroso con mi hija… tener esa sumisión para aceptar lo que
tenemos que hacer, porque nadie va a hacer las cosas por nosotros. Mi
proyecto es –como te lo dije hace un rato- amar a mi hija y ser un buen
padre” (Eduardo).
Los hombres hablan de equidad y están dispuestos a participar en activi-
dades domésticas y en la crianza de los hijos, pero también demandan mayor
equidad con las mujeres en la responsabilidad económica del hogar. Al parecer
desean romper con el rol de proveedor exclusivo del hogar, porque es un estig-
ma que afecta su vida social, personal y sexual. Sobre este último aspecto, los
hombres entrevistados llamaron la atención sobre la forma en que sus parejas
condicionan la actividad sexual a su capacidad como proveedores económicos
de la familia. Cuando sostienen el gasto de la familia, las mujeres aceptan el rit-
mo y frecuencia de la actividad sexual que ellos demanden, pero cuando ellos
no perciben ingresos y la familia depende del salario de las esposas, entonces
estas condicionan la actividad sexual, porque consideran que ellos no están
cumpliendo con su rol.

Algunas conclusiones provisionales


En los hechos están apareciendo nuevos patrones de masculinidad. Los hom-
bres reconocen las emociones y sentimientos que les genera su relación con
los hijos y la pareja. Los mandatos masculinos que por largo tiempo les dieron
autoridad también les han producido dolor y frustración; por esa razón algunos
desean cambiarlos para que haya mayor equidad en aquellos aspectos de la vida
Del hombre proveedor al hombre emocional 79

en familia que más los afectan, como es cargar con la mayor responsabilidad
económica de la familia y el peso de las decisiones. La corresponsabilidad y el re-
conocimiento de sus emociones son, quizá, el mayor avance que se observa en
los nuevos patrones de masculinidad. Sin embargo, persisten fuertes signos de
rechazo a la homosexualidad y continúan algunos signos de control en la pareja.
El cambio es gradual y depende de cuál sea el punto de referencia; con respecto
a la cultura social de la década de los años sesenta del siglo XX, el significado
de la masculinidad ha cambiado de manera notoria. Pero si el parámetro son
los años noventa del mismo siglo, se observa que persisten las resistencias para
cambiar algunos de los modelos de la relación de pareja.
Las relaciones de género inequitativas llevaron a pronunciamientos legales y
políticas públicas para proteger a las mujeres de los abusos de los hombres. Hoy
podemos decir que existen relaciones de género menos desiguales porque las
mujeres cuentan con la protección de la ley. Históricamente los hombres habían
gozado de mayor autoridad, poder y libertad para desarrollarse y ser indepen-
dientes, pero eso, lo sabemos, está convenido en las tradiciones y costumbres,
pero no está escrito en las leyes. Refiriéndose a las leyes y políticas públicas para
proteger a los hombres, Paco apuntó:
“Sí, debe haber equidad porque las mujeres han ganado mucho terreno,
porque han ganado derechos que antes no tenían. De los hombres no se
ha legislado nada, porque se ha sobreentendido que los tienen, pero ya
hay que hacer algo. Como dicen, el dinero se hizo para contarlo y los
derechos para plasmarlos en papel y leyes… con esto de la liberación
femenina todo se carga a proteger a la mujer desvalida y también hay
hombres desvalidos y mujeres que abusan” (Paco).
Es necesario llamar la atención en que las instituciones mantienen en sus
políticas los códigos tradicionales de la masculinidad, a pesar de que ha habido
cambios importantes en las relaciones de género en la organización familiar y
en los roles de los hombres y las mujeres. Por ejemplo, uno de los entrevistados
apuntó que la ley del Seguro Social sigue considerando al hombre como el prin-
cipal proveedor de la familia, cuando en muchos hogares mexicanos los cónyu-
ges comparten esta responsabilidad en distintas proporciones, y no siempre el
hombre aporta el mayor porcentaje del ingreso familiar.
“El Seguro Social solamente da una pensión de viudez si el hombre está
imposibilitado para trabajar, pero no considera que si la mujer aportaba
más del 70% del ingreso familiar y muere, el hombre debiera percibir una
pensión equivalente. Entonces no hay un principio de equidad, hay un
distingo de género que afecta a los hombres” (Francisco).
Otros entrevistados apuntaron que sólo en caso de desempleo del padre la
ley debía obligar a la madre a pasar pensión a los hijos. Otro aspecto que reco-
80 Juan Guillermo Figueroa y Josefina Franzoni

mendaron establecer en la ley es la sanción a la mujer cuando el motivo de sepa-


ración es la infidelidad. Sorprende que muchos hombres continúen pensando
que no es necesario hacer políticas públicas para los hombres, porque gozan del
derecho que les otorgan la tradición y las convenciones sociales. Los que menos
se resisten proponen que sean políticas públicas para la familia. Esta sugerencia
tiene sentido, si pensamos que se está abogando por abrir el espacio de derechos
en la familia, por ser el lugar en donde se sobrestima la posición de autoridad,
pero se desdibuja la emotividad. No obstante, el camino para redefinir políticas
públicas es aún arduo y requiere mucha imaginación teórica y política.

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nidad). Tesis de Licenciatura en Etnología en la Escuela Nacional de Antropología
e Historia, México.
Del hombre proveedor al hombre emocional 81

ANEXO
Perfil sociodemográfico de los informantes

Número Persona
Nombre Edad Estado Civil Ocupación Escolaridad
de hijos que cuida

Pasante Lic.
Paco 55 Soltero Comerciante 0 Padre
Economía

Pasante
Francisco 54 Casado Empleado 5 Hijos Administración
de Empresas

Soltero /
Joaquín 38 Comerciante 1 Hija Preparatoria
Divorciado

Sergio 40 Casado Desempleado 2 Hijos Ingeniería

Maestría en
Eduardo 58 Viudo Abogado 2 1 Hija
Derecho

Juan 24 Casado Desempleado 1 Hija Piloto

Soltero/ Tercer año de


Adrián 31 Empresario 1 Hijo
Divorciado Preparatoria

Tercer año de
Alvaro 32 Viudo Chofer 2 *
Secundaria

Soltero/ 2 Hijos Tercer año de


Antonio 54 Empresario 3
Divorciado 1 Hija Secundaria

*Cuidó a los hijos durante algún tiempo pero luego, mediante un proceso legal por supuesto abuso
sexual de las menores, los suegros le quitaron la patria potestad de sus hijas.
Varones, paternidades y políticas
públicas en el primer gobierno
progresista uruguayo
Carlos Güida
84 Carlos Güida

Resumen
Se presentan algunos tópicos con el objetivo de promover la reflexión en as-
pectos vinculados al ejercicio de la paternidad, en el marco del primer gobierno
progresista en Uruguay. Los varones, desde su predominancia en el sistema po-
lítico, en el mundo empresarial y en diferentes órbitas del Estado, asumen pos-
turas dispares ante la equidad de género en las políticas públicas. La evidencia
desde las ciencias sociales sobre algunos aspectos del ejercicio de la paternidad
muestra la necesidad de promover cambios institucionales y culturales desde la
perspectiva de género en lo referente a los comportamientos y al deber ser mas-
culino hegemónico. La diversidad de iniciativas desde el poder ejecutivo y el
parlamento en políticas sociales y sus repercusiones en la sociedad uruguaya, así
como los paradigmas que sostienen dichas iniciativas muestran la complejidad
de las intervenciones en el campo de las paternidades.

Un período germinal
Desde los planteos éticos, conceptuales y metodológicos de Arnaldo Go-
mensoro - desde mediados de los años 80 - se fueron produciendo sucesivas
aproximaciones a la problematización de la condición masculina1. Es así como
algunas iniciativas pioneras surgieron desde principio de los 90, como el Grupo
de Reflexión sobre la Condición Masculina, el cual se posicionó públicamente
frente a la violencia basada en el género, interpelando a los varones como co-
lectivo (1991 – 1994) y la investigación “Opiniones y actitudes de los varones
sobre los derechos sexuales y reproductivos” auspiciada por la Fundación J &
C. Mac Arthur y desarrollada por el Grupo Ethos (Gomensoro et al., 1995).
Algunas de las resistencias surgieron desde algunos varones organizados
en torno a la reivindicación de derechos paternos sin perspectiva de género,
sin lograr posicionarse políticamente ante una temática de lento pero creciente
interés. Oportunamente, algunas referentes feministas uruguayas alentaron la
necesidad de involucramiento de los varones en la promoción de la equidad de
género y el posicionamiento frente a la violencia doméstica y la salud sexual y
reproductiva. Mientras, para la mayoría de los espacios académicos, las agencias
de cooperación, los gobiernos, los sindicatos y las ONGs, el involucramiento
de algunos varones en temas de género resultaba de cierta manera una rareza.

1 Es importante señalar nuestra profunda implicación en varias de las estrategias y actividades


descritas en este trabajo. Consideramos necesario explicitar este aspecto, con vistas a desechar la
supuesta objetividad científica y la neutralidad axiológica, tal como ha sido planteado por Arnaldo
Gomensoro (Gomensoro et al., 1995), Ana Amuchástegui Herrera (2006), y otros autores e
investigadores.
Varones, paternidades y políticas públicas 85

Probablemente algunas de las recomendaciones de la Conferencia Interna-


cional de Población y Desarrollo (CIPD) y la influencia de los movimientos
que comienzan a visualizarse en América Latina2 favorecieron la visibilidad de
los varones como sujetos de cambio por la equidad de género. El proyecto “Sen-
sibilización y capacitación de educadores varones para la incorporación de la
perspectiva de género en las instituciones educativas” (Grupo ETHOS, /1998
– 99), los primeros talleres sobre masculinidad con educadores de la Intenden-
cia Municipal de Montevideo (2001), las primeras producciones académicas
en el estudio de las masculinidades en la Universidad de la República (UdelaR)
y la Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica (AUDEPP), constitu-
yeron iniciativas pioneras, que a su vez evidenciaron los niveles de resistencia e
interés, por lo desafiante, transgresor y novedoso del campo de las masculini-
dades.
Sin duda, y a pesar del creciente movimiento a nivel de la Bancada Femeni-
na y los proyectos de ley, los gobiernos de los partidos tradicionales no favore-
cieron un ambiente propicio para la inclusión de la perspectiva de género y de-
rechos y menos aún, la inclusión de los varones como sujetos implicados hacia
un cambio cultural3.

Malestares, ambigüedades y aperturas. El período 2005 – 2009


No exento de contradicciones, de logros y algunos retrocesos, el avance de la
agenda de género en Uruguay ha sido sustantivo en el período.
Da cuenta de ello el discurso presidencial de asunción el 1º de marzo de
2005, en el cual las mujeres aparecen nominadas y la equidad de género es men-
cionada por primera vez en la asunción de un presidente:
Equidad territorial, equidad intergeneracional y equidad de género. Esto lo
dije al final, no por considerarlo menos importante, sino porque estamos
en la víspera del Día Internacional de la Mujer. Desde aquí nuestro saludo a
todas las mujeres uruguayas. Nuestro reconocimiento a su confianza y a su
esfuerzo y nuestro compromiso en la lucha contra la violencia de género,
contra el tráfico y la explotación sexual, contra la discriminación explícita

2 Un evento novedoso y trascendente fue la conferencia regional “La equidad de género en América
Latina y el Caribe: Desafíos desde las identidades masculinas” (Santiago de Chile, 1998).
3 Parte de este proceso ha sido descrito en nuestra conferencia en el año 2002 y su postergada
publicación: “Equidad de género y políticas en Uruguay. Avances y resistencias en contextos
complejos”, por parte del Programa Universitario de Estudios de Género de la Universidad
Nacional Autónoma de México (PUEG – UNAM), en el libro “Debates sobre masculinidades.
Poder, desarrollo, políticas públicas y ciudadanía” (Careaga & Cruz, 2006: 315).
86 Carlos Güida

o solapada que aún existe en todos los niveles de la sociedad (Presidente


Tabaré Vázquez).
Ocho días después, en el marco del 8 de Marzo, Día Internacional de la Mu-
jer, el presidente afirmó:
La consolidación y extensión de los derechos de la mujer ocupan un lugar
preponderante en la agenda de gobierno. Una genuina equidad de género
y una auténtica igualdad de oportunidades son elementos claves para tran-
sitar la senda del desarrollo productivo sostenible que proponemos como
proyecto responsable y realizable de país.
Estas palabras avizoraban, desde el cargo más importante de la nación, ejer-
cido durante toda la historia del país por hombres, un posicionamiento que aus-
piciaba oportunidades históricas. Por otra parte, los avances en torno a la equi-
dad de género en el campo legislativo fueron de consideración en este período,
apuntalados fundamentalmente desde la agenda de las mujeres organizadas.
La Ley Nº 18.104 de Igualdad de Oportunidades y Derechos entre Hom-
bres y Mujeres, aprobada en marzo de 2007, estableció un marco legal para las
políticas públicas de género. Ese mismo año salen a luz los planes de igualdad
nacional y capitalino: El Primer Plan Nacional de Igualdad de Oportunidades
y Derechos (2007 – 2011) y el Segundo Plan de Igualdad de Oportunidades y
Derechos entre Mujeres y Varones de Montevideo (2007 – 2010).
El primer plan nacional se subtitula “Políticas públicas hacia las mujeres”, lo
cual describe una modalidad de entender la perspectiva de género. En su diseño,
los varones no aparecen como sujetos protagónicos de cambios; son menciona-
dos mayoritariamente para comparar las injusticias de género. El segundo plan
departamental de Montevideo promueve la inclusión protagónica de los varo-
nes. Y lo hace desde el mismo título: entre mujeres y varones.
Esto merece nuestra primera reflexión. Desde una praxis orientada a la pro-
funda transformación, ¿es ético y es estratégico incluir plenamente a los varones
en los procesos de cambio hacia la igualdad de oportunidades y derechos? ¿O
es imprescindible sostener una agenda de las mujeres? Sin duda el análisis y
las decisiones político - institucionales promoverán debates, resistencias, despla-
zamientos, procesos de particularización, discursos orientados a una mayoría
minoritaria, sostén de lógicas dicotómicas.
Los varones uruguayos que adhieren públicamente a la equidad de género
son escasos. Participan poco, no se sienten convocados ante las nuevas opor-
tunidades en la agenda de género. ¿Síntoma de pasiva y silenciosa resistencia?
¿Qué aportan al cambio y posicionamiento masculino los discursos que descri-
ben a los varones como parte del colectivo del dominio irrestricto? ¿Qué movi-
lizan en los varones los discursos que los convocan o los describen como parte
del colectivo masculino?
Varones, paternidades y políticas públicas 87

En las siguientes páginas daremos un sucinto panorama de este proceso en


Uruguay, centrado en algunos aspectos del ejercicio de la paternidad, dejando
abiertas líneas de reflexión a las y los lectores.

Licencia por paternidad


La Ley 18.345 del año 2008 establece licencias especiales para los trabajadores
de la actividad privada. En su Artículo 5º (Licencia por paternidad, adopción y
legitimación adoptiva) establece que “En ocasión del nacimiento de sus hijos, el
padre que se encuentre comprendido en el artículo 1º de la presente ley tendrá
derecho a una licencia especial que comprenderá el día del nacimiento y los dos
días siguientes”.
La licencia por paternidad en el sector laboral privado abarca tres días há-
biles a partir del nacimiento del hijo/a o de su adopción. Resulta claramente
insuficiente en lo que se refiere a la promoción de la equidad de género y de
la crianza compartida. Mientras, a nivel público esta licencia abarca 10 días há-
biles, presentando el correspondiente certificado médico (art. 26 Ley 17.930).
Es de interés hacer una aproximación al trámite parlamentario del proyecto
de ley, lo que muestra las opiniones de los propios varones parlamentarios y de
los invitados a la comisión de estudio de la ley. Los representantes de las Cáma-
ras de Industria y de Comercio, en su exposición ante la comisión parlamentaria
que estudiaba el tema, opinaron que las licencias especiales en discusión no re-
sultarían en un avance en el terreno de las relaciones laborales. Afirmaron: “En
función de lo expuesto, no nos parece conveniente que se disponga que estas
licencias, además de ser de orden público, sean pagas, dado que contribuyen a
elevar el costo de las empresas”.
Es decir, desde este punto de vista las licencias especiales, incluida la licen-
cia por paternidad, no deberían ser un derecho para todos, ni una contribución
económica de las empresas. Pero lo que más preocupaba a los empresarios, al
igual que a algunos parlamentarios conservadores, era la licencia especial por
estudio. Así, en la sesión de debate de estas licencias especiales (2 de setiembre
de 2008) la licencia paternal no quedó en discusión - ni por la positiva ni por la
negativa - entre los parlamentarios expositores, todos ellos varones. El debate se
centró en las licencias por estudio. ¿Acaso para los varones legisladores la licen-
cia paterna no tiene mayor trascendencia? Es probable que así sea, y que ello
sea una muestra de lo que implica para los hombres compartir el embarazo, el
parto y la crianza de hijos e hijas, propios y ajenos. Al menos, nadie cuestiona los
escasos días otorgados a los padres.
88 Carlos Güida

En una nota periodística posterior4 se recoge la opinión de uno de los di-


putados oficialistas acerca de las diferencias entre licencia por paternidad entre
empleados públicos y privados:
Aspiramos a que en el futuro puedan ampliarse los plazos [para los priva-
dos]. No es que no hayamos querido establecer una cantidad de días mayor,
pero no quisimos ser demagógicos y pasar de la nada a una cantidad de días
que pueda afectar el normal funcionamiento de las empresas.
Sin embargo, el mismo diputado, autor del proyecto, argumentó ferviente-
mente a favor de una licencia por estudio de 12 días anuales5.
Un informe de CLADEM Uruguay (CLADEM, 2006) señalaba lo estable-
cido en torno a licencias paternas por la Convención Americana sobre Dere-
chos Humanos, la Convención sobre los Derechos del Niño y el Programa de
Acción de la CIPD. Y en dicho informe se afirmaba que:
El conceder licencia por el nacimiento de un hijo a ambos padres, además de
posibilitar compartir la responsabilidad, permite reducir la discriminación
existente. Sucede en la práctica que el empleador privilegia la contratación
de un hombre en lugar de una mujer en edad de procrear, por lo que, al tener
derecho también el hombre a licencia por esta causa, se estaría facilitando el
acceso de las mujeres al mercado laboral. Este criterio ha sido el adoptado
en otros países, otorgándole al padre un período de licencia relevante como
para compartir la crianza del hijo/a, similar al otorgado a la madre, evitando
así la discriminación de que es objeto la trabajadora madre.
Por otra parte, desde uno de los documentos interministeriales de la Estrate-
gia Nacional para la Infancia y la Adolescencia (ENIA) 2010 – 2030, se avanza
conceptualmente en torno a las licencias y el sistema de cuidado. En el capítulo
“Como balance final: desafíos para la política de salud” del Cuaderno de Políti-
cas de Salud de la ENIA 2010 - 2030 (Bango, 2008: 43) se establece que:
La maternidad y paternidad elegida es un derecho de la salud sexual y repro-
ductiva y debe existir un acompañamiento de todas las políticas públicas
que permitan este ejercicio. Las licencias laborales, la protección en el ac-
ceso y conservación del empleo, la existencia de guarderías de tiempo com-
pleto hasta los 3 años, etc. El Estado y el sector empresarial deben trabajar
para eliminar los obstáculos para el ejercicio de esta importante dimensión
de la ciudadanía social.

4 Nota disponible en El País Digital, del 7/9/2008. http://www.elpais.com.uy/08/09/07/


pnacio_368389.asp
5 La misma acabó extendiéndose a 18 días, por iniciativa de otro diputado.
Varones, paternidades y políticas públicas 89

La comparación entre el debate parlamentario y el avance de los procesos


de discusión sobre los derechos, incluida la paternidad elegida y las licencias la-
borales, muestra las tensiones y los procesos de cambio.

El estudio “De paternidades y exclusiones”


El estudio exploratorio “De paternidades y exclusiones: el lugar de los varones
en situación de pobreza” (Güida et al., 2007), apoyado por PNUD y UNIFEM
– Uruguay, analizó los argumentos de informantes calificados/as en materia de
género y políticas sociales y los discursos sobre la vivencia de la paternidad de
varones en condición de pobreza extrema.
Sin detenernos en las conclusiones y recomendaciones de la investigación,
queremos destacar algunas de las percepciones de informantes calificados/as.
Se entiende que el control social sanciona (“no está bien visto”) al hombre
que prioriza las funciones de cuidado de los/as hijos/as ante otras responsabili-
dades, lo que, a su vez, retroalimenta la tendencia des-responsabilizadora. Algu-
nos/as entrevistados/as sugieren la necesidad de obtener visiones que aporten
complejidad a los estereotipos que presentan al hombre como desinteresado
por el cuidado de los/as hijos/as, dejando asomar el enfoque relacional: el lugar
del varón está en función de la habilitación de la mujer (si está con ella, si des-
cansa; si se separa, pierde el lugar en el hogar como pareja y padre). La inclusión
del enfoque relacional de género se insinúa como necesaria para cambiar el no
- lugar de los padres.
Con respecto a la percepción de la paternidad en sectores de pobreza extre-
ma, los informantes calificados/as coinciden en señalar que existe un profundo
desconocimiento de la realidad de los varones en esos sectores, que contrasta
con el conocimiento que sí se tiene sobre la maternidad en esa situación. Se
cuenta con más estudios y mejor información sobre la maternidad, en general, y
en sectores de pobreza, en particular. Desde esta disponibilidad de información,
la maternidad aparece ponderada frente a la paternidad. La mayoría de los entre-
vistados/as percibe/opina que la maternidad en sectores de pobreza se asocia a
la falta de oportunidades, en tanto una suerte de “opción residual”. Se trataría de
una maternidad sobrevalorada por falta de mejores oportunidades, que com-
pleta los vacíos de otras oportunidades de desarrollo personal de las mujeres. El
“ser madre” es prácticamente el destino de toda mujer y la única opción para la
realización personal. Paradójicamente, la maternidad en las mujeres de sectores
socialmente vulnerables acaba devaluando su condición de mujer.
Otros informantes calificados introdujeron un matiz a esta lectura: la ma-
ternidad es un valor en sí mismo que luego el mercado “tritura”; es el costo que
pagan las mujeres para ser competitivas en el mercado.
Con respecto a las percepciones que los informantes calificados/as asocian
al ejercicio de la paternidad en los sectores en situación de pobreza, las más ge-
90 Carlos Güida

neralizadas radican en el no-poder, la impotencia, la ausencia, la imposibilidad


de sostener a otros y la evasión ante la imposibilidad de hacer frente a las res-
ponsabilidades.
En las entrevistas a los/as informantes calificados/as se asocia el impacto ne-
gativo de la imposibilidad de cumplir con el rol proveedor con las limitaciones
del nivel educativo, lo que a su vez se articula con el sector social de pertenencia.
En este sentido, los/as informantes entienden que la “penetración cultural” de
patrones más igualitarios entre ambos sexos ha sido superior en los sectores con
mayor educación, mientras que en los sectores sociales más empobrecidos la
función de los varones está centrada en el rol proveedor. De aquí se deduce que
cuanto menores son los ingresos y más comprometida se encuentra la capaci-
dad de proveer, mayor es el impacto negativo en la autoestima de los varones, así
como en sus relaciones con la pareja, con los/as hijos/as, con su comunidad, ya
sea por medio de una mayor conflictividad o por problemas de integración. Por
otra parte, a los varones en posición de fragilidad social se los asocia con mayor
ejercicio de violencia, que es la contrapartida de la impotencia, la ausencia de
elementos de autoafirmación y reconocimiento social. Es interesante considerar
la asociación de la “debilidad masculina” con el ejercicio de la violencia en estos
sectores sociales, aspecto a ser problematizado desde la perspectiva de género.
Una de las reflexiones que trae esta publicación refiere al debate suscitado
ante el malgasto que hacían algunos padres varones del beneficio de las presta-
ciones del Plan de Emergencia, por lo cual la titularidad debía centrarse en las
mujeres. Por un lado, el debate permite un primer análisis de los roles estereoti-
pados de género, el ejercicio de la paternidad y el rol de proveedor, el empode-
ramiento de las mujeres en condición de pobreza extrema, la instrumentación
de los planes sociales y los enfoques Mujer en el Desarrollo – Género en el De-
sarrollo. Los prejuicios de otros sectores sociales sobre el Plan de Emergencia
continuaron, ya no centrados en los padres varones, sino en toda la población
beneficiaria. Hacia el final de la campaña electoral de 2009, el candidato a pre-
sidente por el Partido Nacional, Luis Alberto Lacalle, produjo nuevos debates
al afirmar que “le damos dinero a 80 mil atorrantes para que no hagan nada”6.
Es de interés señalar la coincidencia en varios aspectos sobre las titularida-
des en Brasil (Nascimento et. al., 2009:11):
En una investigación realizada por IBASE (2008), sobre Bolsa Familia con
una muestra de titulares de todo el país que reciben ese beneficio, se pre-

6 Nota periodística del sábado 26 de septiembre de 2009 en el diario La República: “La expresión fue
recogida y difundida minutos después por el periodista Alejandro Ruiz en la emisora local CW33,
durante el programa Exitorama, así como comentada entre los trabajadores de los medios que
asistieron”.
Varones, paternidades y políticas públicas 91

guntó quiénes de ellos/ellas creían que debería ser el titular. Ente los/as ti-
tulares, el 87,5% planteó que el beneficio debería quedar en el nombre de la
mujer, 3,2% que debería quedar en nombre del hombre y 9,4% señaló que
la opción “da lo mismo”. La justificación más común para garantizar que la
titularidad quede en nombre de la mujer es que ellas “conocen mejor las ne-
cesidades de la familia” (64,4%), o que “tienden a gastar con alimentación y
con los hijos” (17,1%). Para las titulares del beneficio, los hombres gastarían
el dinero “con bebidas y otras diversiones”. Si por un lado, beneficios como
ese pueden favorecer el empoderamiento de las mujeres (muchas de hecho
jefas de familia), por otro, coloca a los hombres en una posición de irrespon-
sables y refuerza la idea de que los hombres son “proveedores” y no “cuida-
dores” (lo que quedaría a cargo de las mujeres). De manera general, las po-
líticas de generación y transferencia de renta y empleo poseen poco análisis
de las dinámicas de género (IBASE, 2008). Menos aún sobre los hombres
y las masculinidades. Esas políticas benefician a hombres y mujeres, jóvenes
y adultos, pero no consideran las diferentes realidades sociales, productos
de una estructura con fuertes desigualdades de género. Nos parece funda-
mental incluir cuestiones sobre maternidad y paternidad, dinámicas de las
relaciones de género y deserción escolar masculina.
A las dos mesas de discusión sobre el documento técnico “De paternidades
y exclusiones”, convocadas por PNUD - una convocante de actores de la esfera
no gubernamental y otra para quienes se desempeñan en la esfera estatal-, con-
currieron un total de treinta mujeres y dos varones7. Esta es otra señal de la difícil
implicación de los varones y, a la vez del interés de las mujeres.

El caso del acompañamiento socioeducativo de madres y padres


adolescentes
El Programa INFAMILIA-ASSE, con fondos del Banco Interamericano de
Desarrollo (BID), fue generando en Uruguay, desde el año 2003, un compo-
nente de acompañamiento socioeducativo a madres y padres adolescentes en
condición de extrema pobreza en diversas zonas del país, con un criterio de fo-
calización territorial8. Descrita la estrategia en una publicación de INFAMILIA
(Mancebo, 2007: 52):

7 Excluyendo a los y las integrantes del equipo de investigación.


8 Desde un comienzo, en calidad de consultor del programa (2003-2004), apostamos por la
inclusión de los varones en condición de paternidad – tanto como genitores o parejas de las
madres adolescentes - desde un enfoque de género, derechos y estratégico. Se diseñó una ruta
de procedimientos y una ficha de seguimiento socioeducativo para padres jóvenes Sin duda, la
92 Carlos Güida

En el marco del Programa de Acompañamiento Socioeducativo a madres


adolescentes, la “captación” de la madre adolescente consiste en su identifi-
cación en la maternidad y la realización de una entrevista inicial a través de la
ficha de captación, información que debe ingresarse en el software instalado
a tales efectos en cada maternidad del país. El seguimiento se inicia con una
primera entrevista domiciliaria realizada en los 15 días posteriores al alta de
la madre del Hospital, a los efectos de conocer directamente el entorno am-
biental y familiar de la adolescente. A partir de allí se define con la madre y/o
el padre adolescentes un Plan de Acompañamiento que incluye objetivos y
metas acordados, plazos tentativos para su concreción, lugares de encuentro
con la y/o el adolescente según su situación particular, actividades a realizar
tendientes al logro de los objetivos y las metas planteados. El Agente So-
cioeducativo conoce la red de sostén de los adolescentes, y de esta manera
planifica las intervenciones tendientes a fortalecerla y/o ampliarla. El Agen-
te Socioeducativo debe visitar los lugares, espacios e instituciones significa-
tivos de la vida cotidiana del adolescente, y entrevistar a personas relevantes
de su entorno. Asimismo, el Agente forma parte del equipo de salud del cen-
tro de salud de referencia, donde intercambia información con otros profe-
sionales a efectos de implementar las intervenciones y apoyos beneficiosos
para el proceso socioeducativo del adolescente y del niño.
Al término del acompañamiento (previsto para un año, con al menos 10
contactos), el Agente habrá tenido una serie de encuentros con los adoles-
centes para evaluación y cierre de la actividad.
Sin embargo, con el transcurso de los años, se observa la dificultad de acom-
pañar a los padres adolescentes/ jóvenes por parte del proyecto y de las agentes
socioeducativas (90% mujeres). Si bien en el propósito, en los objetivos especí-
ficos y en las actividades del componente, los padres adolescentes son tomados
en cuenta como sujetos de intervención (cuadro 1), en la evaluación de dicho
componente de INFAMILIA, realizada para el período 2004 – 2006, una de las
conclusiones fue que “desde el sistema de salud y de la red de políticas sociales
se sabe muy poco acerca de los adolescentes padres” (Mancebo, 2007:63).

modalidad de acompañamiento socioeducativo de las madres adolescentes evolucionó a través de


la gestión del primer gobierno frenteamplista, no así con relación a los padres adolescentes.
Varones, paternidades y políticas públicas 93

Cuadro 1:
Protocolo MSP – Agentes socioeducativos. Modalidad de intervención.
Fuente: www.infamilia.gub.uy
Cuadro de actividades y tareas del Agente Socioeducativo

Propósito Objetivos específicos Actividades


Brindar apoyo para el 1) Realizar la captación a) Realizar una entrevista inicial
cuidado de la salud de la/el y acompañamiento de de captación en las maternidades
adolescente madre, padre adolescentes madres y padres públicas
y la del niño/a, de modo de del sistema público b) Definir y validar un Plan de
evitar futuros embarazos Acompañamiento: prever acciones
no planificados y mejorar concretar tendientes al logro de
la inclusión social de las y objetivos y metas, atendiendo a los
los adolescentes madres posibles cambios que se generen
y padres a través de la en los encuentros sucesivos entre
reinserción en el sistema adolescentes y técnicos/as
educativo, en el mercado Realizar el acompañamiento durante
laboral y otros espacios de un año con cada adolescente
socialización.
2) Integrar activamente el a) Coordinar las acciones necesarias
espacio de salud adolescente con el equipo del primer nivel para
en coordinación con todo el facilitar la atención integral de la
equipo de salud de primer salud de las/los adolescentes
nivel en su rol de prevención, b) Realizar entrevistas individuales
asistencia y promoción de y encuentros grupales a partir de
salud las acciones definidas por el equipo
de trabajo

3) Fomentar y participar a) Apoyar la planificación de los/as


en el desarrollo de tareas promotores/as para el desarrollo de
comunitarias de promoción sus acciones
y educación en salud para y b) Articular las actividades e
con adolescentes atendiendo iniciativas de los/as promotores/as
la inclusión de promotores con el Centro de Salud
juveniles, y articulando con las c) Impulsar el desarrollo de acciones
instituciones y organizaciones de promoción de la Salud Sexual y
barriales que trabajan en el Reproductiva adolescente en el/los
tema barrios de referencia, coordinando
con centros educativos, juveniles,
clubes deportivos, casas jóvenes,
etc.
d) Realizar actividades de promoción
para la salud y educación en
derechos de salud integral,
incorporando a los/as promotores/
as juveniles a estas acciones y
desarrollarlas en forma conjunta con
roles diferenciados.
94 Carlos Güida

Es entonces un llamado a la reflexión la dificultad de aprender por parte de


las políticas sociales con intervención comunitaria acerca de los varones y el pa-
ternaje. Pero esta dificultad en “saber muy poco” se debe entre otros aspectos a
las resistencias epistemofílicas y epistemológicas sobre la paternidad y los varo-
nes. Desde los estudios poblacionales sobre fecundidad y salud sexual y repro-
ductiva, que aún excluyen a los varones por no ser confiables, hasta las prácticas
en los servicios de salud. Se cierra así el círculo vicioso: el prejuicio y el sentido
común alimentan prácticas excluyentes y la actitud de los varones ante la pater-
nidad confirma prejuicios y construye el sentido común. Tal como sugiere el
citado estudio (Mancebo, 2007: 52):
La calidad y captación temprana de los controles de embarazo requiere de
servicios adecuados a las necesidades de las y los adolescentes. Se requiere
definir normativas específicas que habiliten y motiven la presencia y visi-
bilidad de los varones en las maternidades. Desde esta perspectiva, el país
mantiene una importante deuda con el ejercicio del derecho de los adoles-
centes varones a ejercer su paternidad, y de sus hijos a contar con el cuidado
de sus padres.

El acompañamiento paterno en el parto y puerperio inmediato


En Uruguay, el 15 de agosto del año 2001, el Senado y la Cámara de Represen-
tantes de la República Oriental del Uruguay, reunidos en Asamblea General,
decretan la Ley Nº 17.386, estableciendo que:
Artículo 1º. - Toda mujer durante el tiempo que dura el trabajo de parto, in-
cluyendo el momento mismo del nacimiento, tendrá derecho a estar acom-
pañada de una persona de su confianza o en su defecto, a su libre elección,
de una especialmente entrenada para darle apoyo emocional.
Artículo 2º. - Todo centro asistencial deberá informar en detalle a la emba-
razada del derecho que le asiste en virtud de lo dispuesto por el artículo 1º y
estimulará la práctica a que éste hace referencia.
Artículo 3º. - Las disposiciones de la presente ley serán aplicadas por los pro-
fesionales, así como por las instituciones asistenciales del área de la salud,
sean públicas o privadas.
Tal como hemos señalado en más de una oportunidad, al no quedar explí-
cito en el texto de la citada ley el derecho a la participación del padre/pareja,
los servicios de salud podían saltar la ley en base a los clásicos argumentos que
evitan la incorporación de los varones en los servicios. Y la ausencia de la regla-
mentación de la ley incidió en que su cumplimiento no tuviese garantías.
Para abordar este tema, desde el Área Condición del Varón y Salud de las
Mujeres del Programa Nacional Salud de la Mujer y Género del Ministerio de
Varones, paternidades y políticas públicas 95

Salud Pública (MSP)9, se desarrolló un estudio exploratorio en cinco materni-


dades de los subsectores público y privado.
A través del estudio se develaron las resistencias de los equipos de salud para
dar cumplimiento a la ley, así como el papel adjudicado a la figura paterna en el
imaginario de los profesionales de la salud.
La presentación del estudio ante el director de la Dirección General de la Sa-
lud del MSP, la senadora autora del proyecto de ley y el representante del Centro
Latinoamericano de Perinatología (CLAP) de la Organización Panamericana
de la Salud (OPS), promovió el compromiso de la reglamentación de la ley,
lo cual se concretó en marzo de 2006. A su vez, ello implicó una importante
difusión por parte del MSP y el Ministerio de Desarrollo Social. En los años si-
guientes fue posible observar un incremento importante del acompañamiento
de las mujeres en el parto, lo que valida la estrategia de investigación, discusión
de resultados, reglamentación y difusión.

Trabajo no remunerado, tareas domésticas, tiempo para la crianza


Los ítems sobre paternidad antes señalados tienen varias aristas de confluencia.
La posibilidad de modificar desde las instituciones públicas y privadas el marco
cultural que sostiene los estereotipos de género y las relaciones inequitativas en
torno a la crianza constituyen un complejo entramado.
La Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística
(INE) de Uruguay incluyó por primer vez, en el año 2007, el módulo sobre
“Uso del tiempo y trabajo no remunerado”, en el marco del Proyecto Uso del
tiempo y trabajo no remunerado de las mujeres en Brasil y países del Cono Sur 2006-
2007. El módulo de Uso del Tiempo y Trabajo No Remunerado se realizó en
4.200 hogares a través de entrevistas personales (Aguirre et al., 2008).
Si se tienen en cuenta las distintas formas de trabajo no remunerado, se ob-
serva la predominancia de la participación de las mujeres, siendo en el traba-
jo doméstico donde se observa la mayor diferencia. Las mujeres dedican más
tiempo que los varones, siendo la diferencia mayor en el trabajo doméstico,
donde ellas destinan más de 28 horas semanales mientras que los varones tan
solo 12,5 horas.
La mayor brecha en la participación de mujeres y varones se presenta en el
tramo de edad más joven (14 a 17 años); la menor brecha de participación se
observa en las personas mayores de 60 años de edad.

9 La creación del Área Condición del Varón y Salud de las Mujeres en 2005 puede ser considerada
un primer avance en el marco de la visibilidad institucional de los varones en los procesos sanitarios
y de la salud sexual y reproductiva.
96 Carlos Güida

Si bien el mayor tiempo dedicado a estas actividades se da en las mujeres


que viven en pareja y tienen hijos/as, es posible diferenciar dos situaciones:
las mujeres destinan mayor cantidad de horas (44), en hogares biparentales
“reconstituidos” o “complejos”, frente a aquellas que conviven en hogares bipa-
rentales con hijos/as de ambos (41). Si bien en los hogares monoparentales
femeninos la participación de las mujeres en el trabajo no remunerado es alta,
su dedicación horaria semanal es bastante más baja que en los biparentales, algo
más de 33 horas semanales. Los hogares extensos y compuestos presentan, en
las tasas de participación, una diferencia entre varones y mujeres de 15,1%, la se-
gunda brecha en importancia luego de los hogares monoparentales femeninos.
Según el estudio, prácticamente el 65 % del tiempo de trabajo remunerado
está a cargo de los varones; y el 35% corresponde a las mujeres. En cuanto al tra-
bajo no remunerado, el 73,2 % del tiempo dedicado corresponde a las mujeres y
por tanto tan solo algo más de un cuarto es dedicado por los varones.
Un 30% las mujeres mayores de 14 años de edad realizan actividades de cui-
dado infantil como parte del trabajo no remunerado, mientras que estas tareas
alcanzan un 22% en los varones. La tarea que presenta mayor tasa de participa-
ción es “jugar”, tanto para varones como para mujeres. Luego de esta tarea, los
varones bajan su participación, próxima al 5 %, en las demás tareas, mientras
que las mujeres la mantienen en torno al 12 %, siendo la mayor brecha en la
actividad bañar y vestir a niños y niñas, donde las mujeres triplican el tiempo
dedicado por los varones (6.4 %). El 13 % de las mujeres declaran dar de comer,
ayudar en las tareas escolares y llevar a niños/as a la guardería, jardín o centro
educativo, mientras que en los varones la tarea más realizada luego de jugar es
llevarlos de paseo.
Esto muestra cómo los varones tienden a trabajar remuneradamente y parti-
cipan modestamente en la crianza, pero en tareas fundamentalmente recreativas
y lúdicas. Se refuerza el estereotipo con una escasa licencia paterna otorgada. Lo
que los varones “saben hacer” con sus hijos/as es jugar y pasear, aspectos poco
trascendentes para la lógica del guerrero – proveedor10.
Y las instituciones - parlamento, sistema educativo, medios de comunica-
ción, empresas - naturalizan y reproducen esta función.

10 En varios encuentros y materiales de comunicación sobre masculinidad y paternidad hemos


observado fotografías y videos que destacan el componente recreativo – lúdico con hijos/as, en
mayor proporción que en tareas de cuidado que requieran actividades de limpieza, manipulación
de alimentos, por ejemplo.
Varones, paternidades y políticas públicas 97

Transferencias económicas paternas


Otra de las facetas del campo de las vicisitudes en el ejercicio paterno se refiere
a que, en un marco de segunda transición demográfica y con aumento de las
uniones libres e incremento significativo de los divorcios, los varones tienden
mayoritariamente a no cumplir con el sustento de las necesidades básicas de
hijos/as menores de 21 años. Ya en 2003, Bucheli había planteado que en los
casos de separación, el 60% de los padres no convivientes no transferían dinero
regular o habitualmente a sus hijos/as (Bucheli, 2003).
El estudio “Asignaciones familiares, pensiones alimenticias y bienestar de
la infancia en el Uruguay” (Bucheli et al., 2005) muestra las variables estima-
das que pueden favorecer o resistir la transferencia de dinero de los padres. Se
encuentra una asociación positiva entre el nivel de instrucción de los padres y
la transferencia, pasando del 19% en padres con estudios primarios a 66% en
aquellos con estudios terciarios. El que la madre o el padre tengan una nueva
pareja no parece tener incidencia. Si la madre logra mejorar la situación econó-
mica luego de la separación, los padres transfieren en un 29,2%, mientras que
si la madre tiene un ingreso igual o peor, la transferencia es de 45,3%. Esto es
alarmante desde la perspectiva de género. También el mayor tiempo del vínculo
de pareja tiene su incidencia positiva, la posibilidad de transferencia disminuye
si la pareja tenía un mal vínculo. Con alto nivel de discusiones, el promedio se
estima en 29,5%.
Indudablemente, estos aspectos muestran la multi - dimensionalidad de la
dominación masculina. Ante esta capacidad de decisión de los varones de trans-
ferir o no, se legisló al respecto: la Ley 17.957 creó un sistema de registros públi-
cos para deudores alimentarios morosos. Y en esa ocasión, los parlamentarios
varones votaron su aprobación por unanimidad.
Sin duda, la legislación es importante, pero cabe preguntarse sobre los va-
lores, las ideas y las estrategias de los varones respecto a los roles que de ellos se
esperan: la manutención, la protección de la familia, el rol de proveedor. Luego,
hay otros aspectos para enriquecer la reflexión, que superan este trabajo, y que
hacen referencia a la calidad de los vínculos en un marco de no transferencia de
recursos para la supervivencia, al mutuo condicionamiento entre el régimen de
“visitas”, la “tenencia compartida”, las situaciones de violencia doméstica anterio-
res y/o posteriores a la separación.

Ley de Defensa de la Salud Sexual y Reproductiva: una muestra


del poder presidencial y parlamentario masculino
La Ley de Defensa de la Salud Sexual y Reproductiva fue aprobada en diciem-
bre de 2008, con modificaciones: el articulado que posibilitaba la interrupción
voluntaria del embarazo hasta la semana 12 de gestación fue vetado por el Pre-
sidente de la República. El veto no fue levantado por el Parlamento. Una de las
98 Carlos Güida

consecuencias del debate y la polémica suscitada ante el veto presidencial, entre


otros por la Juventud del Partido Socialista, fue la renuncia del presidente Taba-
ré Vázquez a dicho partido político.
Entre los diversos análisis que merece el proceso político y social de esta ley,
queremos destacar, en forma resumida, un momento en el debate parlamenta-
rio durante el cual el senador Breccia reflexiona sobre la condición masculina y
el poder de decisión de los varones legisladores sobre el cuerpo de las mujeres.
Estamos, pues, solos, y si bien se piensa que esta es una historia de soleda-
des, estamos tan solos como la mujer que tiene que decidir sobre su propia
vida y, quizás -y ello dependerá de las diferentes posiciones filosóficas que la
implicada tenga al respecto-, sobre la vida de otro ser. Ellas están solas, más
allá de la compañía ocasional que puedan tener de sus parejas y de sus fa-
milias porque, independientemente de esos apoyos circunstanciales, quien
debe someterse a un aborto es la mujer. Esto, que parece una afirmación
que, por obvia, puede lindar con lo ridículo y hasta generar una sonrisa en
quienes nos escuchen, nos enfrenta sin embargo a una más de las dificul-
tades enormes que tiene nuestra decisión en torno al proyecto de ley en
consideración. En efecto, estamos aquí reunidos en un Cuerpo integrado
mayoritariamente por hombres, decidiendo acerca de un proyecto de ley
que irremisible, ineluctable e incontrovertiblemente no nos afecta en forma
principal a nosotros como Legisladores varones, sino a esa mayoría de la
sociedad constituida por mujeres, que en esta votación son -quizás esto no
sea ninguna casualidad- minoría absoluta. Estamos, señor Presidente, nos
guste o no, administrando un capital ajeno. Podemos disfrazar ese hecho
de mil maneras distintas; podemos manejar, según sea nuestra posición al
respecto, los porcentajes de mortalidad materna como consecuencia de
abortos realizados en condiciones inapropiadas o hablar, desde otro pun-
to de vista, del interés ético de la sociedad en preservar el valor de la vida
humana por encima de cualquier otra consideración. Podemos visualizar
al nonato como no vida o como vida dependiente o no dependiente; pode-
mos hablar del negocio de las clínicas clandestinas de abortos para favorecer
uno u otro de los posicionamientos al respecto, pero en todos los casos, lo
asumamos o no conscientemente, estamos nosotros, los Legisladores hom-
bres, decidiendo en abstracto sobre lo que es en concreto una realidad a la
que solamente, y solas, se deben enfrentar las mujeres. Por todo ello, por la
importancia crucial histórica del tema en sí que hoy se discute, por la carga
de formación personal, religiosa, familiar y social que cada uno de nosotros
arrastra, por la imposibilidad de recurrir a mecanismo exógeno alguno que
determine o guíe siquiera nuestra conducta, porque estamos solos y por-
que decidimos inevitablemente acerca de aspectos absolutamente íntimos
Varones, paternidades y políticas públicas 99

de otras cuyo psiquismo es además, por definición, diferente al nuestro, es


que asumir posición a este respecto se encuentra plagado de dificultades…
Este llamado a la reflexión sobre el poder de decisión del colectivo mascu-
lino sobre las mujeres, sus cuerpos y sus voluntades, esta conciencia sobre la
soledad del ejercicio del poder abstraído de la realidad concreta, esta obviedad
cercana al ridículo, este vínculo entre el poder político parlamentario regulan-
do la intimidad de las mujeres, nos aproxima a la toma de conciencia a la que
nos referimos desde el principio de este trabajo. El senador pone en cuestión,
durante un lapso entre tantas sesiones y decisiones parlamentarias, el lugar de
los varones en la sociedad, y lo que significa el ejercicio del poder patriarcal a
principios del siglo XXI.

De periodistas, policías y ladrones: cuidar, proteger o ganar la


cuereada
Sobre el cierre en la elaboración de este documento, una noticia irrumpe en los
medios masivos de comunicación uruguayos. Se refiere a un violento enfrenta-
miento entre un policía que, en el contexto de su licencia paternal observa un
delito e interviene. Rescatamos parte de la entrevista televisiva, esta conversa-
ción que habla de tres varones11:
Periodista (voz en off): El policía de la seccional 14 vive frente a la farmacia.
Estaba en la vereda con su hijita de seis días de nacida. No dudó en enfrentar
a los delincuentes al ver lo que ocurría.
Policía: El tipo salió de la farmacia armado, le di la voz de alto, me apuntó,
me disparó, me defendí Nazario.
Periodista: Me dijeron que había por lo menos cinco balazos.
Policía: Y sí. El tenía un arma de cinco tiros y los cinco los tiró, apuntándo-
me siempre.
Periodista: Lo que te vi muy nervioso porque estabas con tu bebita, que
hace poquito nació, ¿no?
Policía: Seis días tiene mi hija, loco. Seis días, estoy usufructuando de licen-
cia ma… paternal ahora.

11 http://www.teledoce.com/noticia/4871_Enfrentamiento-a-balazos-entre-rapinero-y-un-
policia/
100 Carlos Güida

Periodista:¿Qué pensaste en ese momento, cuando los viste asaltando?


¿Pensaste en tu hija o simplemente en la función de policía que tenés que
cumplir?
Policía: Ganarles la cuereada. Ganarles la cuereada, porque es lo que tene-
mos que hacer: ganarles la cuereada.
Periodista: Se la ganaste.
Policía: Se la gané.
En este diálogo, con resonancia nacional, están en juego diferentes aspectos
a los que nos hemos referido: el derecho y el significado de la licencia paterna, el
cuidado y la crianza, el rol público y el rol familiar de los varones padres.
Se da por sentado el valor de la función policial (de represión del delito en
este caso) sobre la función paterna. Se es policía todo el tiempo, aun en licencia
paterna. Lo público tiene una mayor jerarquía que lo doméstico – privado.
El enfrentar a la delincuencia, el “ganar la cuereada” y ganarla efectivamente
son trascendentes en este testimonio. El riesgo de vida de la recién nacida es
parte de los riesgos masculinos. El periodista alaba el deber ser policial, no el
deber ser paterno. El diminutivo queda anclado a la vida íntima y la paternidad:
“bebita”, “poquito”. Lo grandioso es haber “ganado la cuereada”.
El “usufructuar” de la licencia paternal nos habla de un derecho adquirido
recientemente. Durante una décima de segundo, el entrevistado duda. Casi pro-
nuncia licencia maternal.
Desde nuestro punto de vista, esta breve entrevista da cuenta de permanen-
cias y cambios en el imaginario masculino y en la realidad social. El lugar asigna-
do a la paternidad está en continua tensión.

Palabras de cierre, en búsqueda de aperturas


Sin duda, la transición hacia sociedades más democráticas en la vida cotidiana
implicará un arduo trabajo en varios campos simultáneos desde la perspectiva
de género y derechos humanos. Porque la dominación masculina está fuerte-
mente acendrada en varones y mujeres y se reproduce mediante el lenguaje, la
economía, el erotismo, el cuidado de los otros, entre tantas variadas manifesta-
ciones socioculturales. Develar este continuo dominio y ofrecer alternativas es
uno de los caminos a transitar.
En las diversas modalidades de vivir la paternidad por parte de varones y
mujeres, de niñas y niños, se construyen y redefinen continuamente los signifi-
cados de masculinidades y feminidades.
Varones, paternidades y políticas públicas 101

Es imprescindible generar y apoyar iniciativas que permitan vivir y ejercer


paternidades más saludables y más equitativas. El trabajo político, social y cul-
tural en torno a las paternidades es uno de los tantos caminos para alcanzar la
ansiada igualdad de oportunidades y derechos entre mujeres y varones.

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