Bloque Ii Léxico Científico
Bloque Ii Léxico Científico
2. NEOLOGISMOS ....................................................................................................................... 6
1. ADOPCIÓN DE TÉRMINOS
Una gran parte del vocabulario científico tiene su origen en aquellas palabras que
la ciencia acoge o de otros campos léxicos de la misma lengua o de otras lenguas.
Atendiendo a esto, pueden distinguirse cuatro fenómenos diferentes: terminologización,
trasvases, extranjerismos y cultismos.
TERMINOLOGIZACIÓN
Un proceso que se usa con frecuencia para nombras aquellas realidades que va
descubriendo la investigación científica es el de otorgarle un significado nuevo a una
palabra del léxico común, un significado que además es más conciso y específico que el
original. Es bastante frecuente en los comienzos de las ciencias, pues, de hecho, el
vocabulario científico nació a partir de este, ya que los primeros científicos griegos
tuvieron que recurrir a palabras del léxico común para nombrar los diferentes resultados
de sus indagaciones: así, vocablos como cometa, peroné o esperma se acomodaron a partir
de palabras que significaban “cabellera”, “clavija” y “semilla”. En efecto, lo que permite
que se pase del léxico común al especializado es la metáfora, ya que se pueden reconocer
diversas similitudes entre lo nombrado en la lengua común y el concepto científico al que
se quiere hacer referencia.
TRASVASES
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como tal ya forma aparte del léxico científico, por lo que se hace un préstamo de un
mismo código general, como en este caso es el científico.
Algunos ejemplos de este proceso son los siguientes: polo, usado en geometría
para nombrar los diferentes ejes de la tierra, se usa también en física para hacer referencia
a terminales de un circuito eléctrico y en geografía para señalar los puntos de intersección
del eje de rotación de la Tierra. Lo que está claro es que este préstamo que se hace dentro
de la propia lengua constituye un proceso metafórico como en el fenómeno anterior.
EXTRANJERISMOS
CULTISMOS
Muchas palabras llegan al léxico científico a través de las lenguas clásicas, sin
pasar anteriormente por el caudal común. Estos son ciertamente términos de origen
grecolatino, aunque sí que es cierto que en su origen no todos pertenecían al vocabulario
científico, por eso es necesario distinguir dos tipos.
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De una parte, están aquellos a los que se conoce como heredados, y que se han
añadido al vocabulario científico moderno con la misma referencia que tenían en latín o
en griego, donde eran precisamente términos. Los vocablos que pertenecen a este grupo
son innumerables, algo lógico teniendo en cuenta que la ciencia moderna es la
continuación de la originada en la Antigüedad clásica. Algunos ejemplos de términos
heredados son: apoplejía, asma, edema, epidemia (medicina); arteria, cerebro,
esqueleto, glándula (anatomía), etc.
Frente a los términos heredados se encuentran los adaptados, es decir, los que se
forman a partir de vocablos latinos o griegos que no tienen relación con el léxico científico
mediante un cambio semántico que se da sobre un proceso de analogía basado en la
percepción de similitudes entre la realidad científica que se quiere nombrar y la clásica,
es decir, la metáfora. Algunos ejemplos se pueden ver en: axis (lat. axis ‘eje), agnosia
(gr. αγνωσια ‘desconocimiento’), ameba (gr. αμοιβη ‘cambio’), etc.
2. CREACIÓN DE TÉRMINOS
Lo cierto es que en ambos casos, estos procesos siguen en el ámbito científico los
mismos modelos que en el léxico común. A esto hay que añadir que la creación de
palabras a través de elementos tomados de la lengua griega y de la lengua latina se da de
manera más frecuente en el léxico científico que en el común. Mientras que el vocabulario
científico goza de formas como adenoma bursitis (raíz + sufijo grecolatinos), anoxia,
endocardio (prefijo + raíz grecolatina), en el léxico común estas formas son escasas:
bibliófilo.
Estos permiten crear palabras nuevas a partir de la unión de morfemas, sean raíces
o afijos. Tanto en el léxico corriente como en el científico se clasifican según la forma de
enlace de los morfemas, a saber: sufijación, prefijación, composición y parasíntesis. No
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Cabe distinguir tres clases de unidades: a) Morfemas del léxico común: pueden
mantener su significado o adquirir otro diferente, llegando también a mostrar uno cercano
al léxico común; b) Morfemas especiales del léxico científico, al que han llegado
mediante diferentes vías; c) Morfemas acogidos del latín y del griego que se emplean en
la creación de términos científicos o, cuando menos, especializados.
SUFIJACIÓN
PREFIJACIÓN
Los prefijos se usan con una frecuencia menor que los sufijos en el ámbito
científico. Con respecto a las combinaciones, se puede decir que solo aparecen prefijos
del léxico general y grecolatino: prefijos del léxico común (con raíces del léxico común
– infrasonido, científico – anticiclón y grecolatinas – antisepsia); prefijos grecolatinos
(con raíces del léxico común – hiperactivo, científico – exoesqueleto, grecolatinas –
alófono)
Igual que en el proceso de sufijación, aquí tenemos prefijos que se añaden a bases
que han pasado por un proceso morfológico previo: atómico (sufijación) > subatómico.
COMPOSICIÓN
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PARASÍNTESIS
SIGLACIÓN
ABREVIATURA
ACRONIMIA
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Este proceso se encarga de combinar las partes de dos palabras o de una palabra y
parte de otra para construir una palabra derivada con un significado que resulta de la
adición de los significados de ambas palabras: cantautor < cant[ante] + autor. A veces
se utiliza en la creación de vocablos científicos, aunque la mayoría de las veces las formas
localizables en español proceden de otras lenguas.
NOMBRES PROPIOS
2. NEOLOGISMOS
Por otro lado, hay una serie de principios que el neologista debe seguir con
respecto a la creación de nuevos términos, a saber: en primer lugar, este será considerado
neologista cuando no se puedan expresar según qué ideas con el material que se tenga; en
segundo lugar, no se permitirá el hibridismo, es decir, los dos compuestos del término
deberán ser de origen griego o latino, pero no de ambos; en tercer lugar, el nuevo término
deberá de ser claro y, por lo tanto, entenderse; otro requisito indispensable es que el se
sigan las pertinentes reglas de transcripción fonética, algo de gran importancia cuando el
término se traduce de la lengua griega, del mismo modo deben respetarse las normas
morfológicas de formación de derivados y compuestos. También es importante cumplir
con las reglas de acentuación que procedan del griego y del latín. El neologista deberá
limitarse a formar las nuevas palabras a través del griego o del latín, sin hacer uso de
extranjerismos que puedan dar lugar a confusiones, sobre todo con los acentos.
LENGUAS DE EUROPA
Todas las lenguas como tal se caracterizan por contar con una parte gramatical y
lexical, aunque entre estos dos aspectos hay ciertas zonas de transición: hay palabras que
se usan para marcar categorías o funciones gramaticales, nombres tanto de seres humanos
como de animales que permiten marcar el género, así como preposiciones que indican
aspectos que en otras lenguas se marcan con casos, o la creación de formas perifrásticas
que forman parte de la conjugación del verbo. Se puede decir de manera general que el
léxico es la parte más original y viva de una lengua y más susceptible de acoger préstamos
de otras lenguas, o cambios formales y de sentido dentro de una misma.
El léxico científico y culto tiene una serie de precedentes, sobre todo en conocidas
clasificaciones de, por ejemplo, animales y plantas que en su origen tienen un significado
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fijo e inmutable. No obstante, teniendo en cuenta que el origen de todo está situado en las
lenguas indoeuropeas, se puede llegar a reconstruir un léxico indoeuropeo a partir de otros
tipos de indoeuropeo. El tipo de indoeuropeo más influyente es el III, considerado como
el punto de partida de nuestras lenguas, además del más práctico a la hora de presentar
tanto sus raíces como su vocabulario desde el punto de vista semántico. Para ello es
necesario acudir a la Introduction de Meillet. En esta se encuentran nombres de
parentesco, animales, vegetales y árboles, así como sus derivados; también nombres de
las partes del cuerpo humano; los numerales; adjetivos que significan color; adverbios y
preposiciones. Con respecto a los verbos, se encuentran raíces cuyo significado es el de
fabricar, hacer, hilar, etc.
Todo este léxico hace entender que presenta una característica común, y es que se
usa para hacer referencia a las relaciones principales del hombre, a su entorno habitual,
sus acciones habituales, a su trabajo y actividades, etc. Todo esto coincide con el léxico
patrimonial de las lenguas indoeuropeas, medievales…, que es el que ha permitido la
evolución fonética de cada lengua y ha conservado generalmente su antiguo significado.
Con todo esto se puede decir que el léxico culto ha sido considerado como un léxico
evolucionado interiormente o de origen externo: su último origen, la lengua griega. El
modelo clásico ha sido fundamental en el desarrollo del léxico de las lenguas
indoeuropeas y no indoeuropeas. La lengua griega sobre todo ha sido vital para crear un
amplísimo vocabulario que sea capaz de expresar la realidad. De hecho, el griego culto y
científico creció mucho a lo largo de los siglos, hasta el punto de ser el más influyente no
solo en el latín, sino en nuestras lenguas.
También es cierto que el léxico del griego antiguo les llegaba a los griegos a través
de las lenguas europeas, lo que hace pensar que, como se ha mencionado en otras
ocasiones, las lenguas europeas son, en definitiva, una especie de semigriego o
criptogriego, ya que hacen uso de términos que tienen base griega o latina, así como de
calcos, como ocurre en griego moderno. Se puede decir, por lo tanto, que tanto el léxico
culto griego como el latino ha contribuido a que nazca una lengua culta y científica
europea.
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Sobre las bases indoeuropeas hay una serie de precedentes que pueden encontrarse
en Homero, Hesíodo y diversidad de poetas, pero la parte racional y científica del
pensamiento griego y en general del léxico griego surge a partir de los presocráticos y de
los médicos jonios, del s. VI y V a.C. A estos hay que añadir a Heródoto y a los sofistas
Sócrates y Tucídides.
Otro punto importante en este sentido es que además de las nuevas creaciones que
se van aportando al léxico, se empiezan a divulgar cada vez más dentro del griego las
formas con sentido filosófico, así como los elementos formativos iniciales y finales. De
hecho, según el diccionario inverso de Buck-Petersen, en griego antiguo se dan al menos
unas 7.200 apariciones de sufijos como -κός, -ικός, -τικός. En Homero hay muy pocas
palabras que contengan estos sufijos. Asimismo, la creación de nuevos términos, sean de
uso filosófico, técnico o pertenezcan a ámbitos como la medicina, se ha hecho común
entre varios pensadores como: los presocráticos, Hipócrates y los hipocráticos o Sócrates
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Esto no son más que especializaciones que parten del léxico del griego común, así
como de los sufijos y algunos elementos formativos del griego. Todo esto se usó como
una especie de léxico especializado que en ocasiones acabó convirtiéndose en normal en
el griego, así como en otras lenguas del mundo. Sobre los escritores de la poesía ática, se
puede decir que Gorgias introdujo en la lengua abstractos nuevos (ἀγνόημα) o adjetivos
(ἀβίωτος), o incluso hizo que entraran en la prosa con palabras del jonio o de la tragedia
(ἀμοθία, νόσημα). Del mismo modo, llegó a crear nuevos sentidos figurados (δυνάστης
‘poderoso’ υνιδο a λόγος). Otro de estos escritores, Trasímaco, insertó adjetivos nuevos
(ἀναίσθητος) y nuevos empleos de la pasiva y las sustantivaciones.
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Por otro lado, atendiendo a los diferentes niveles del griego, hay que decir que el
griego vulgar, junto con su léxico, es bastante poco conocido. De hecho, este léxico solo
puede verse en algunos papiros y en otros textos, pero de forma muy aislada. Al final, el
léxico que más ha llegado a prosperar ha sido el técnico, que se ha ido tomando de
tradiciones anteriores o creándose asiduamente en la actualidad. Sobre este se han ido
haciendo numerosos estudios, llegando a estudiar exhaustivamente el léxico de la
botánica, de la zoología, la geometría, etc. Estos términos han sido y son la base de los
que se han ido empleando hasta día de hoy. Sin embargo, este estudio no llega a ser
suficiente, pues ya a partir de Aristóteles empezó a crecer el léxico filosófico, el legal y
el administrativo según las necesidades de cada tiempo.
Lo que está claro en este sentido es que la ciencia moderna llegó a encontrar en
los griegos lo esencial del léxico necesario. Incluso el cristianismo ha ido adoptando con
el tiempo una ingente cantidad de léxico griego para hacer referencia a sus diferentes
disciplinas. Esto nos hace entender la gran importancia y difusión que tuvo este léxico en
numerosas épocas, donde se ha ido ampliando el vocabulario gracias a, por ejemplo, la
creación de palabras basadas en un verbo, o mediante derivados, compuestos, así como
por la proliferación de prefijos y sobre todo de sufijos que permiten que se crean
abstractos y derivados.
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préstamo por el latín vulgar e incluso del latín eclesiástico y medieval. La influencia del
léxico griego en latin fue de gran importancia, ya que fue aceptado tanto en la lengua
hablada, como en la culta, transcrito e incluso con ayuda de calcos. No obstante, la
influencia de este léxico no puede entenderse sin la influencia de su literatura, bien debido
a la traducción o imitación de esta. Tampoco puede entenderse este influjo sin el
bilingüismo, ya que, las clases más culturas de Roma eran bilingües. De hecho, para ellos
el griego era casi tan importante como hoy en día lo es el inglés.
Sobre la helenización del latín hay que hacer consideraciones tales como que en
el vocabulario científico-técnico y en el cristiano, de los que ya se ha hablado
anteriormente, ha entrado una ingente cantidad de términos griegos que el latín ha ido
adoptando. No obstante, aquí también entra el latín vulgar, donde hay presencia de
numerosos helenismos, bien sean tendencias de adaptación, variantes fonéticas o palabras
nuevas que se han ido introduciendo, como ocurre con colaphus ‘bofetada’. En definitiva,
esto nos hace ver que el latín, fuera en el nivel que fuera o en sus diversas
especializaciones, fue adoptando un gran caudal léxico griego.
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El latín fue el encargado de velar por las necesidades de las lenguas europeas, ya
que les proporcionaba el léxico que no tenían, y todo esto porque Europa era una nación
bilingüe a la que pertenecían diversas lenguas habladas que empezaron a escribirse ya
desde el s. IX d.C. Estas lenguas habladas incorporaban desde antaño numerosos
latinismos que eran de origen griego, y que por supuesto fueron creciendo cada vez más.
No obstante, en Oriente la situación era distinta, ya que en el griego entraron latinismos
ya desde el Imperio bizantino, e incluso desde la conquista de Constantinopla. A esto se
añadía la entrada en Occidente de un léxico griego bizantino por vía eclesiástica o por
relaciones comerciales. Por tanto, tanto ese latín como ese griego que entraban por
diferentes vías, ayudaban a la unificación de todo ese léxico de las lenguas de Europa.
Las lenguas románicas se empezaron a escribir a partir del IX d.C. Mientras que
lenguas como el francés lo hicieron a partir de los “Juramentos de Estrasburgo” del 842,
en España el mozárabe entró en las moaxajas desde el XI d.C, del mismo modo las glosas
Silenses y emilianenses, que son de la misma fecha. En todos estos textos empiezan a
aparecer palabras latinas de las que no se saben, la mayoría de las veces, desde cuándo
estaban adscritas a la lengua hablada. Teniendo en cuenta la aparición de semicultismos,
que crean un duelo entre formas patrimoniales y cultas latinas, se puede decir que en
ocasiones hubo una continuidad desde el latín tardío, vulgar o eclesiástico, aunque es
difícil fechar mucho de los latinismos presentes. Asimismo, a partir del movimiento
cultural por parte de Carlomagno que tuvo su influjo en España e Italia, empezaron a
escribirse las lenguas romances. De hecho, se escribían textos nuevos en latín y se hacían
gramáticas y léxicos. Entraban palabras latinas que, o se hacían patrimoniales o
semicultas por influjo de la Iglesia.
Por otro lado, a partir del s. XIII resultó de gran importancia la admisión de
numerosos latinismos. Pues lo cierto es que ya en cualquier manual o estudio se citan una
serie de latinismos, como pasa en Berceo y Alfonso el Sabio. Estos proceden de textos
latinos escritos, algunos más antiguos y otros medievales. Frecuentemente son
helenismos: en Berceo encontramos abysso, evanquelistero, epistolero, mientras que en
Alfonso X teatro, comedia, himno, etc. Como se puede observar, este es un léxico
especial, culto o científico, que en ocasiones se romancea, como ocurría ya con las
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palabras de textos legales de la Península Ibérica, que también pasaban por este proceso.
Un ejemplo de romanceo es el vocablo idolería. En esta época también empezaron a
difundirse los dobletes de términos romances y latinos: artejo/artículo,
santiguar/santificar. Los más frecuentes son los que a una palabra patrimonial se opone
un adjetivo latino, como en hierro/férreo. Ciertamente los latinismos empezaron a crecer
en los s. XIV y XV, cuando surgieron corrientes como el Renacimiento y el Humanismo.
En los siglos posteriores siguieron entrando latinismos y helenismos latinizados, llegando
así a surgir numerosos términos técnicos, aunque con cierta moderación. También es
importante saber que ya a partir del s. XVI se llegó a extender la moda de darle forma
latina a las palabras patrimoniales, incluso a las que derivaran de esta lengua. Esto se ve
en el español sino, que empezó a escribirse (y pronunciarse) signo.
En las lenguas no románicas llegaron a entrar préstamos latinos que podían tener
su origen en el griego. Los romanos estuvieron también en contacto desde bien pronto
con otros pueblos de Europa, como los etruscos, los oscos, umbros, etc. También entraron
en contacto con celtas y germanos, lo que resultó ser la base de la entrada en latín de
algún que otro vocabulario celta, así como un gran número de términos germánicos. Estos
germanos, aun con excepciones, se latinizaban y aceptaban la cultura latina: de hecho, los
visigodos escribían sus leyes en latín (la Lex romana visigotorum). Estos se cristianizaban
y aceptaban generalmente las lenguas romances. No obstante, cuando las lenguas
germánicas empezaron a escribirse, esto se hacía en latín, como en el resto de Europa.
Por ello, los latinismos empezaron a incrementarse con el tiempo. A esto hay que decir
que se encuentran latinismos, a veces de origen griego, cristianos en el alto alemán hacia
el 1000 d.C, igual que en el antiguo inglés, donde hay nombres y calcos parecidos. En
cambio, donde hay términos más antiguos, es en unas y otras lenguas germánicas:
términos culturales latinos, como ocurre en: Al. Wein, ingl. wine de vinum.
Esto llegó también a las lenguas nórdicas, donde hay términos correspondientes
tomados de los mercaderes romanos (danés kobe ‘comprar’, vin ‘vino’). Todo esto
continuó durante la Edad Media, cuando el mundo germánico la lengua de cultura era el
latín, ya que en ella escribían los sabios. En Inglaterra también entraron multitud de
palabras latinas, sobre todo a partir del s. XIV, tomadas estas del francés y retocadas para
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Generalmente estos términos derivaban del griego a través de las traducciones del
griego al árabe que se hicieron en las cortes de algunos califas de Bagdad o Al Mansur
desde el s. VIII y el IX. También hubo traducciones del árabe al latín y al castellano. Los
préstamos del árabe a los que se hace referencia son bastante numerosos. De hecho,
muchas palabras son de origen griego, aunque no todas, ya que hay algunas propiamente
árabes, del mismo modo que el árabe tiene préstamos de las lenguas orientales.
Generalmente estas palabras son nombres de plantas, frutos, animales y minerales, de
comida y vestido, de la vida comercial, etc, y raramente se hace alusión a los abstractos.
Lo cierto es que en las lenguas modernas estos han tornado en palabras patrimoniales,
habiendo excepciones de cultismos. También hay que tener en cuenta que la España
musulmana era en su mayoría bilingüe y que fueron los mozárabes los encargados de
introducir arabismos en las diferentes lenguas. El español es sin duda la que presenta el
mayor número de arabismos (acelga – σικελός; adelfa – δάφνη; albérchigo – περσικόν;
jibia – σηπία, también sepia a través del latín; escarlata – σιγιλλᾶτος, del latín). En
portugués también hay multitud de arabismos (química, alambique, etc.).
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Tras el continuo contacto con los celtas en el s. IV a.C, se tomaron una serie de
préstamos de las lenguas célticas en latín, aunque no muchos. Estos no fueron más que
otras palabras latinas que dejaron huella en algunas lenguas: en el léxico común o en la
toponimia. En esta se pueden encontrar huellas de palabras celtas como briga ‘ciudad,
fortaleza’, etc. A través del latín también han llegado a varias lenguas algunas palabras
celtas de vehículos, arados, vasijas (esp. carro, ingl. car, fr. char, fr. soj ‘reja del arado’),
animales, prendas de vestir, etc.
Las lenguas germánicas, por su parte, también dejaron préstamos en latín, sobre
todo en las lenguas románicas y otras no germánicas. Todo esto surge a partir del contacto
entre los germanos y los romanos, con las lenguas romances y con otras. Desde épocas
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muy antiguas entraron en latín germanismos que pasaron posteriormente a las lenguas
románicas: ganta ‘ganso’ (fr. ant. jante, cat. ganta ‘cigüeña’). Los préstamos que se
adquieren de las lenguas germánicas también han favorecido la homogeneización de las
lenguas europeas. Esto se puede ver, por ejemplo, en series en las que el francés y el
italiano acompañan al germánico, y el castellano al latín: fr. guérir/it. guarire (esp. sanar,
curar). Hay ocasiones en las que el germanismo solo está en una lengua: fr. affreux (it.
orribile, esp. horrible). Sin embargo, otras veces sí que está en las tres lenguas. esp. rico,
fr. rich, it. ricco. Puede ocurrir también que un vocablo germánico introducido en las
lenguas románicas se conserve también en las germánicas modernas.
Por otro lado, se puede decir que hay préstamos de otras lenguas, como los de las
lenguas románicas entre sí y en las germánicas. Desde el s. XII el francés y el provenzal
tuvieron un gran influjo en Europa. En español entraron multitud de términos, pero el
francés, por ejemplo, adoptó términos del provenzal, del italiano del s. XIV, que llegaron
también al español. También hay que decir que en la Península Ibérica se dieron
préstamos de unas lenguas a partir de otras, especialmente del castellano. Había lenguas
que tomaban préstamos de las lenguas románicas, como se hacía del latín. Desde los ss
XIV y XV se extienden los préstamos del francés en alemán y en todas las lenguas
europeas. A todo esto se pueden añadir también aquellas palabras que proceden de las
lenguas indígenas de América, de donde surgen tantos términos exóticos: canoa, coca,
cacique.
LEXICOLOGÍA
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PERSPECTIVAS METODOLÓGICAS
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ETIMOLOGÍA TRADICIONAL
LEXICOLOGÍA HISTÓRICA
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LEXICOLOGÍA ESTRUCTURAL
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SEMÁNTICA Y SINTAXIS
LÉXICO CIENTÍFICO-TÉCNICO
No todo el léxico de una lengua se puede estructurar, ya que la mayor parte de ese
léxico es designativo y la única forma de estructuración en ese caso es la enumeración.
Esto sucede con las terminologías que no forman parte del lenguaje de la misma forma
que el ‘léxico común’ estructurado por la lengua. Estas terminologías son elementos
metalingüísticos de las ciencias y las técnicas, en las que se da una identificación entre la
designación y el significado. El objeto de la terminología es propiamente el concepto y la
definición. Actualmente está en pleno auge el ‘modelo lexemático funcional’, que ha
gozado de gran aceptación para las terminologías. Este no era más que la integración de
la lexemática de Coseriu y la gramática funcional de Dik, con el objetivo de desarrollar
el elemento léxico de la teoría gramatical.
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MODERNAS
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También hay sustantivos que están documentados desde la época clásica pero que
adquieren sentidos específicos que permanecen en las lenguas modernas. Estos son
neologismos semánticos que denominan encargos o puestos de la corte como dux o
comes. Los vocablos españoles procedentes de los latinos mantienen la acepción que
tienen en la Antigüedad Tardía, adquiriendo en ocasiones otras nuevas. Se da el caso,
además, de neologismos que se usan en la lengua de los primeros cristianos y de la Biblia,
como maior domus, que aparece en autores clásicos del s. IV; en la Antigüedad Tardía se
crean designaciones que dan nombre a títulos o cargos de creación nueva, como
camerarius; por último, gracias a los vocablos con que se nombra al gobernante se puede
comprobar que muchos términos latinos continúan en vigor y siguen siendo efectivos en
las lenguas modernas en las que se siguen utilizando para designar al soberano de un
estado en época antigua además de a monarcas de épocas más modernas.
Los helenismos han sido estudiados con eficiencia desde varios puntos de vista.
En el ámbito de los hispanistas hay autores como Joan Corominas que hacen una gran
labor lexicográfica con su Diccionario etimológico, que completa posteriormente José
Antonio Pascual, pues esta es, sin duda, la obra de referencia. En el caso de los helenistas,
el trabajo más citado y más importantes es el de Fernández Galiano, que fue el que aportó
la primera visión diacrónica de la asimilación de helenismos en español. No obstante, a
lo que hay que prestar verdaderamente atención es a los casos de calco, donde la lengua
latina comenzó a traducir a su lengua el préstamos que acogía del griego, lo que acabó
convirtiendo el helenismo de préstamo directo en indirecto formalmente.
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En el ámbito del calco se pueden dar varias posibilidades. Puede ser que la lengua
que adapta el helenismo, en este caso la lengua latina, utilice un término que ya ha existido
en ella y lo dote de nuevo significado, derivando en lo que conocemos propiamente como
“calco semántico”. También se puede dar la creación de un neologismo, cuyo significado
puede variar con respecto a la lengua de origen. Este es un recurso léxico que se adecúa
a los vocabularios técnicos, por lo que en un principio las formaciones nuevas tienen un
valor particular, aunque luego puedan adquirir un uso más general. Si bien es cierto, en
ocasiones se recurre al calco por motivos de nacionalismo lingüístico.
HELENISMO INDIRECTO
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habla de las abejas florilegae, donde se ve un nuevo ejemplo de calco sobre el griego
ἀνθόλογος, término certificado ya por Aristóteles y Meleagro; no obstante, no es hasta el
latín renacentista de Erasmo cuando aparece el término florilegium, donde se ve un calco
formal y semántico de ἀνθολόγιον.
La especulación gramatical se hace más precisa y los gramáticos fijan algunos tipos de
conjunciones, según el matiz semántico que introduzcan. Dionisio Tracio precisa las
variantes de ‘copulativas, disyuntivas, condicionales, etc’. Para designar a las
conjunciones copulativas se hace uso del adjetivo συμπλεκτικός ‘que une’; b) en latín
está el término copula, que pertenece a la lengua común con el sentido de ‘ligadura’,
aunque en algún momento es adoptado por la terminología gramatical en diferentes usos.
Junto a este término, el latín dispone también del vocablo conjunción, que está formado
paralelamente al griego σύνδεσμος, por lo que estaríamos ante un caso de calco
semántico; c) en español encontramos este doblete, como un préstamo directo del latín,
pero siendo evidente la situación de calco a partir del griego: cópula y conjunción
mantienen los usos ya descritos en las dos lenguas anteriores.
A veces nos encontramos con que se crea un calco semántico para hacer referencia
a una realidad lingüística que no existe en las lenguas posteriores, pero sí es característica
de la griega. Existen dos posibilidades en este caso: ausencia parcial, cuando es el latín el
que carece de la realidad lingüística para la que se ha formado ese calco; o la ausencia
total, cuando el fenómeno se da en latín y en español. Un ejemplo de helenismo indirecto
es el vocablo artículo: a) el término ἄρθρον tiene un extenso campo semántico a partir de
su valor de ‘juntura’, que tiene la misma raíz del verbo ἀραρίσκω ‘ensamblar’. Su primer
uso fue como tecnicismo en la medicina, donde se generalizó el uso de ‘articulación’.
Posteriormente empezó a usarse en el vocabulario gramatical, donde, a partir del valor de
‘elemento conector’, se empleó para hacer referencia a lo que en lingüística se conoce
como artículo; b) en latín se da el caso de calco semántico en el término articulus,
derivado de artus y el sufijo -culus, nuevamente se ve un uso preferente como vocablo de
la medicina y de la gramática. En algún pasaje se ve su uso como referencia a la realidad
gramatical del ‘artículo’, aunque el latín carecía de esta categoría gramatical; c) en
español se consolida el término artículo para el uso originario en griego, pero a través del
latín, que carecía de él.
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COMPOSICIÓN
La lengua griega muestra grandes dotes y gran facilidad para la composición. Pero
el latín, y por tanto, las lenguas romances, no tuvo ni llegó a tener esta facilidad, incluso
a pesar de los intentos de los romanos por imitar la lengua griega, abundante en
compuestos. No obstante, la multitud de helenismos compuestos que se han ido
transmitiendo a las lenguas europeas modernas ha acabado por generalizar en todas ellas
un tipo de composición que se adapta a las necesidades terminológicas de las ciencias. En
este punto son interesantes las raíces y lexemas de origen griego que se emplean en
español para formar compuestos que cumplen con los requisitos esenciales de la
composición. Sabiendo que hay casos en los que los elementos de un compuesto tienen
existencia autónoma en la lengua y otros en los que las raíces están ligadas y, por lo tanto,
no son autónomas, este es el motivo por el que los elementos griegos o latinos han
recibido nombres diferentes como seudosufijos, sufijoides, elementos semiautónomos,
etc. También esto explica las muchas discusiones sobre la naturaleza del proceso de
formación de palabras en español y en otras lenguas, que algunos consideran que está más
próximo a la afijación que a la composición.
Lo que está claro entonces es que muchos autores consideran que estos elementos
tienen más participación en la formación de compuestos que los afijos por motivos como
que estos pueden ir sufijados o prefijados o que normalmente se unen dos de ellos para
formar una palabra nueva, lo que nos hace entender aun más su cercanía a los formantes
de compuestos. No obstante, debido a su falta de independencia, hay autores que insisten
en darles diferentes denominaciones.
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Estos son un segundo grupo de compuestos, en los que se incluyen algunos como
fuego fatuo, llave inglesa, orden del día, etc. Es muy poco lo que se puede incluir aquí,
sobre todo si se prescinde del fenómeno de calco. Pero aun así se podrían incluir palabras
como hipopótamo, que no tiene su origen en un compuesto griego, sino en el sintagma,
formado por sustantivo + adjetivo (ἱππος ποτάμος – caballo de río); con respecto a los
compuestos preposicionales, se pueden incluir términos musicales como diapente o
diapasón, que resultan de sintagmas preposicionales griegos – de ἡ διὰ πέντε.
Las lenguas modernas como el español no solo han cogido préstamos del griego,
sino que a partir ya del s. XVIII, se han adscrito a la composición a partir de temas o
combinemas griegos, pero también latinos como un proceso más de la lengua. No
obstante, no se debe olvidar que los términos acuñados recientemente forman parte de
otras lenguas que no son el griego antiguo, por lo que no resulta extraño que puedan
encontrarse diferentes anomalías con respecto a las normas de composición propias del
griego. Ciertamente hay ocasiones en los que los compuestos modernos se alejan de esas
reglas de composición griegas. Ocurre esto en los que tienen un elemento verbal
(heterólogos de complementación), ya que en los helenismos modernos el elemento
verbal aparece en segundo lugar (semá-foro); también en los compuestos con filo ocurre
que en griego dicha raíz era común en los sustantivos, pero también podía tener valor
adjetival (φίλος > φιλέω, que es un denominativo; los compuestos más antiguos eran de
tipo posesivo – φιλόξεινος). No obstante, ese primer elemento se acabó sintiendo como
un tema verbal. En griego hay muchos compuestos con φιλο- en primera posición. En las
lenguas modernas, de hecho, aunque el griego se decantara por el tipo de filósofo, se
prefería el tipo inverso (bibliófilo).
Con respecto a la vocal de unión, en griego lo habitual es que fuera la /o/, aunque
no se excluían otras posibilidades. Sin embargo, los compuestos modernos han
normalizado la situación de utilizar la /o/ para los temas griegos (incluidos los híbridos –
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filmoteca) y la /i/ para los latinos (altímetro); también hay anomalías en la evitación de
hiatos en los compuestos, donde el griego era mucho más estricto, mientras que en las
lenguas modernas suele preocupar más la trasparencia del compuesto que el contacto
entre vocales (protohistoria – por protistoria); de gran importancia es también la elección
de la forma d ellos temas griegos, como en el caso de los heteróclitos en -μα, -ματος, de
los que se ven vacilaciones, como en morfémico y morfemático, etc. También se pueden
ver vacilaciones entre la forma -ματ- y la simple (δερματο-φόρος/δερμό-πτερος). En
griego, de otra parte, se encuentran numerosos adjetivos compuestos de la misma raíz:
los compuestos en -γενής, podían tener dos sentidos, el de “nacido” (διογενής “nacido de
Zeus”) y el de “de tal clase” (ὁμογεμής “de la misma clase que”; de estos adjetivos
derivaban los sustantivos de cualidad en -γένεια (εὐγένεια). También estaban los
compuestos en -γονος, con dos sentidos diferentes, el de “nacido” y el activo de “que
engendra”. No obstante, con esto resulta bastante sorprendente la creación de helenismos
modernos como patógeno, teniendo en cuenta que los únicos compuestos que indican la
acción de “engendrar y producir” de manera activa son los terminados en -γονος.
SOBRE LA PARASÍNTESIS
ACORTAMIENTOS Y AMALGAMAS
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CALCO DE FORMACIÓN
METODOLÓGICAS
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Por ejemplo en Aronoff 1976, se da una evidencia que pone en duda el valor que
tiene la disgregación de los términos en unidades morfémicas, sobre todo porque muchas
palabras tienen elementos que aparecen de manera reiterada y que no pueden asociarse
con un significado particular. En remitir o transmitir, por ejemplo, aparece el prefijo más
el formante /mitir/, que tiene un valor morfológico contradictorio a los criterios de
análisis: pues no es una base léxica independiente, tampoco un afijo o tipo de afijo, del
mismo modo que no tiene un significado constante e identificable para los términos en
los que aparece. Otro caso contradictorio al análisis morfémico es la existencia de
componentes fonológicos, como los términos acabaos en -a, -e, -o, como mesa, tabla o
monte y nave.
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Aparte de Halle, han sido muchos los estudios que han seguido con la preparación
de la teoría morfológica. Todos ellos intentan encontrar respuestas mejores a las
cuestiones técnicas de la doctrina, que ya están plasmadas en el trabajo de Halle y que
son las siguientes: a) las unidades morfológicas básicas son las palabras o morfemas; b)
cuáles son las propiedades correctas de los principios de formación de palabras; c) cuál
es la naturaleza del filtro que actúa entre formas abstractas y concretas; d) cuál es la
conveniencia de tener dos lexicones diferentes; e) cuál es el tipo de principios regulares
de la creación de palabras (¿sintácticos, semánticos, fonológicos?); f) cuáles son los
objetos del vocabulario o lexicón: los lexemas o las palabras. En cambio, en Aronoff
(1976) se llegó a criticar la propuesta de Halle sobre el valor de los morfemas como signos
mínimos de la lengua. Su estudio evidencia, por ejemplo, que en las secuencias de
palabras inglesas strawberry ‘fresa’, cranberry ‘fruta x’ y straw hat, el morfema straw
no tiene el mismo significado en los dos vocablos presentes, sobre todo teniendo en cuenta
que strawberry no significa ‘baya de paja’; a su vez, el morfema /cran/ no tiene
significado y, por lo tanto, no existe como morfema.
Por otro lado, con autores como Siegel (1974) y Allen (1978) se intenta atribuir
una serie de características estructurales a diferentes grupos de ítems léxicos (ej.
morfemas de nivel 1, 2, etc). Acorde a esto, muchos afijos que tenían características casi
similares se agruparon en un primer nivel de afijación, mientras que los demás quedaron
relegados a la segunda clase. El objetivo básico consistía en prever la forma y el orden de
los morfemas según el nivel o la clase a la que pertenecieran. Si atendemos, por ejemplo,
a los sufijos de la segunda clase, estos solo pueden añadirse a una base más afijos del
primer nivel. Tras esta propuesta, se originó la conocida “teoría de la fonología y
morfología léxica”, que se sustentó en la idea de agrupar los morfemas en grandes
conjuntos léxicos, llamados en ese caso estratos léxicos. Dicha teoría hizo posible que se
dispusiera la actuación de ciertas normas morfofonológicas de aplicación limitada a
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pequeños conjuntos léxicos que difieren de las leyes fonológicas del nivel postléxico, un
nivel donde la estructura interna de las palabras no es adecuada como para que se puedan
aplicar algunas reglas de aplicación morfológicamente limitadas.
Como ejemplo de esto, se puede ver que en español las reglas de diptongación de
vocal tónica en la base verbal se distinguen de las reglas de aspiración de la /s/ en posición
final de sílaba, como ocurre en algunos dialectos. El diferente comportamiento de estas
reglas fonológicas se puede ver en los siguientes ejemplos: a) regla de diptongación –
puedo, cuezo (se aplica); podo, coso (no se aplica); b) regla de aspiración - /estos dos
amigos nuestros/ (unidades léxicas); /ehtoh dosamigoh nuehtroh/ (forma fonética
dialectal). En el primer ejemplo se ve que el aplicar la regla de diptongación de la vocal
acentuada del tema verbal está limitada a algunos ítems léxicos, mientras que en el
segundo, se puede ratificar que la aspiración de la /s/ no opera en ciertas unidades léxicas
determinadas, sino acorde al contexto fonológico creado después de agrupar las palabras
en frases.
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