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El nacimiento de
los polluelos de mamá pata. Llevaba días empollándolos y podían llegar
en cualquier momento.
El día más caluroso del verano mamá pata escuchó de repente…¡cuac,
cuac! y vio al levantarse cómo uno por uno empezaban a romper el
cascarón. Bueno, todos menos uno.
Pero cuando por fin salió resultó que ser un pato totalmente diferente al
resto. Era grande y feo, y no parecía un pavo. El resto de animales del
corral no tardaron en fijarse en su aspecto y comenzaron a reírse de él.
- ¡Soy tan feo que ni siquiera los perros me muerden!- pensó el pobre
patito.
Continuó su viaje y acabó en la casa de una mujer anciana que vivía con
un gato y una gallina. Pero como no fue capaz de poner huevos también
tuvo que abandonar aquel lugar. El pobre sentía que no valía para nada.
Deseó con todas sus fuerzas ser uno de ellos, pero abrió los ojos y se dio
cuenta de que seguía siendo un animalucho feo.
Tras el otoño, llegó el frío invierno y el patito pasó muchas calamidades.
Un día de mucho frío se metió en el estanque y se quedó helado. Gracias
a que pasó por allí un campesino, rompió el frío hielo y se lo llevó a su
casa el patito siguió vivo. Estando allí vio que se le acercaban unos niños
y creyó que iban a hacerle daño por ser un pato tan feo, así que se
asustó y causó un revuelo terrible hasta que logró escaparse de allí.
Desde aquel día el patito tuvo toda la felicidad que hasta entonces la
vida le había negado y aunque escuchó muchos elogios alabando su
belleza, él nunca acabó de acostumbrarse.