Unidad 2 - Evaluacion SMI - Diplomado - PVB
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FACULTAD DE MEDICINA
DEPTO. PSIQUIATRIA Y SALUD MENTAL
Diplomado Atención Clínica en Salud Mental del Niño y del Adolescente
JUNIO/2018
Avenida Juan Bosco s/n, 3º piso Servicio de Psiquiatría, Hospital Regional de Concepción,
FonoFax: 56-41-2312799 / 2204299, Casilla: 160-C, Concepción
1. BIENVENIDA
En este módulo, les invito a conocer algunos instrumentos que facilitarán su desempeño y
labor como profesional de la salud mental y al mismo tiempo le aportarán mayor insumo en el
entendimiento de su labor en un contexto de trabajo multidisciplinario. En el presente módulo se
parte de la base que la información que se obtiene en el proceso de evaluación es de incalculable
valor ya que este procedimiento orientará y robustecerá el proceso diagnóstico, el pronóstico y
evaluación de una problemática inserta en un contexto infanto juvenil.
Espero que este documento y módulo sean de relevancia para su ejercicio profesional y
aporte desde una mirada complementaria a su propio desempeño.
¡Buena Suerte!
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2. INTRODUCCIÓN
Hay un interesante artículo de Antonio Molina Moreno publicado el año 2001 en la Revista
de Psiquiatría y Psicología del Niño y del Adolescente titulado: “Instrumentos de Evaluación
Clínica en Niños y Adolescentes”. En él, el autor plantea luego de una extensa revisión
bibliográfica que la evaluación clínica del comportamiento en la infancia y la adolescencia se ha
cimentado a partir de la evaluación de la población adulta, heredando los mismos problemas y
limitaciones (Del Barrio, 1995). Nos cuenta que hasta bien entrados en el s. XVIII el niño era
considerado como un adulto en miniatura, incluso desde marcos teóricos diferentes se ha
considerado al niño como sujeto a las mismos principios que el adulto. En este contexto sólo será a
partir de los años 1970 cuando esta manera de entender al NN/A cambie, reconociendo las
peculiaridades propias del desarrollo, aunque las tareas de evaluación permanecerán durante largo
tiempo centradas fundamentalmente en la clasificación y el diagnóstico (Valero, 1997). Es a partir
de los años 80 cuando la evaluación se dirige a la planificación y verificación de los resultados del
tratamiento (Shapiro y Kratochwill, 1988).
Molina (2001) plantea que tanto la evaluación clínica adulta como la infantil han sido
conceptuadas desde perspectivas que defendían (y defienden) presupuestos distintos a la hora de
entender los distintos trastornos psicológicos. En este sentido podemos señalar que existe un hecho
histórico que marca una ruptura conceptual tanto en la evaluación adulta como en la infantil. Nos
referimos a la diferenciación entre la evaluación tradicional y la evaluación conductual, aunque
hoy en día, en el estado actual de la evaluación infantil esta diferenciación no está clara, dado que
la evaluación conductual no puede entenderse de una forma integrada, sino más bien difuminada
en distintas tendencias, una de las cuales sería la evaluación múltiple (Luciano, 1997; Zaldivar,
1998; Fernández Ballesteros, 1994).
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a) Uso de la observación sistemática;
d) Concibe el proceso evaluativo como un proceso continuo en el que se recogen medidas antes,
durante y después de la intervención; y
a) La evaluación cognitivo conductual hace uso de los sistemas de clasificación psiquiátricos (tipo
DSM y CIE) u otras estrategias como la de la “conducta clave” frente al uso de los análisis
funcionales;
b) Evalúa el triple sistema de respuesta en lugar de entender la conducta como un todo producto de
la interacción entre el organismo y su ambiente;
f) Está más interesada por las garantías psicométricas del instrumento y la integración de enfoques
teóricos distintos, más que por las evaluación funcional de la conducta.
En el artículo explicitan que algunos autores señalan que una adecuada evaluación, debido
a los diversos factores implicados en el desarrollo y mantenimiento de los problemas de conducta,
debería incluir múltiples métodos (evaluación multimétodo) (entrevista, observación directa,
cuestionarios, etc.), administrados a distintas personas (padres, maestros, propio niño, etc.) y
referidos a distintos contextos (casa, colegio, etc.), así como incluir una evaluación tanto familiar
como extrafamiliar (McMahon, 1987). No obstante, no queda justificado claramente el hecho de
llevar a cabo una evaluación multimétodo, entre otras razones por los escasos apoyos empíricos de
esta evaluación (Kessler, 1988; citado en Luciano, 1997). Además se debería tener en cuenta que
en muchas ocasiones la evaluación multimétodo supone:
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b) Numerosas exigencias y requisitos para la familia;
c) El establecimiento de diversos diagnósticos con los efectos estigmatizantes que ello conlleva y
que se han recogido ampliamente en la literatura (Fernández Parra y Luciano, 1997; Wicks- Nelson
e Israel, 1996; Bijou, 1976; Eikeseth y Lovaas, 1992). Asimismo, la cantidad de datos recogidos
mediante este tipo de evaluación no está necesariamente relacionada con la calidad de la
información.
No obstante, Molina (2001) indica algunas razones sobre la importancia de este tipo de
evaluación. En primer lugar, algunos trastornos infantiles (autismo, , retraso en el desarrollo, dolor
de cabeza, rumiación, asma, etc.) pueden implicar alteraciones a nivel fisiológico y su medición
podría ser esencial de cara la tratamiento. Hay cierta evidencia de que en algunos problemas de
comportamiento (hiperactividad, trastornos de la atención, etc.) existe una alteración a nivel
fisiológico en cuyo caso un tratamiento combinado médico y conductual podría ser el plan a seguir
para obtener adecuados resultados.
a) Descripción del problema consultado a dos niveles: global, a través de entrevistas abiertas, y
específico, a través de observación; a fin de delimitar los eventos antecedentes, los parámetros de
la respuesta, las consecuencias reforzantes y las relaciones de contingencia;
b) Funcionamiento global del niño (rutina semanal), repertorio social y académico, tendencias
personales (reacciones ante situaciones de frustración, espera, autocontrol, etc.) y motivacionales,
estado biológico general y funcionamiento intelectual. Esta información puede recabarse a través
de entrevistas y si se estima oportuno mediante escalas y cuestionarios.
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d) Información relativa a las creencias, actitudes y reacciones de los p adres, profesores y otras
personas implicadas directamente en el comportamiento problema. Esta información se recabaría a
través de entrevista y se complementaría con registros de observación.
Extraído de: Molina, A., “Instrumentos de evaluación clínica en niños y adolescentes”, Rev
Psiquiatría Psicología Niño y Adolescente, 2001, 2(1): 23-40
En primer lugar, el NN/A se conceptúa como un ser en continua evolución aspecto que
convierte la evaluación en un hecho puntual, por lo que se deberá de prestar una especial atención a
la edad, sexo y a su nivel de desarrollo teniendo en cuenta patrones tanto normativos como sociales
(Ross, 1987). En el desarrollo evolutivo del NN/A, la edad es un indicador que junto al tipo de
problemas, su frecuencia de aparición e intensidad nos permite considerar un comportamiento
como patológico o analizar los factores de riesgo asociados a su aparición.
En segundo lugar, los padres, madres y/o cuidadores, por iniciativa propia o por que han
sido recomendados por un especialista, acuden a consulta para buscar solución a los problemas de
su hijo/a. Esta decisión no está exenta de problemas. Por ejemplo algunos adolescentes se niegan a
asistir al especialista (psicólogo, psiquiatra, etc.) alegando que ellos “no están locos” o
sencillamente expresan que no tienen ningún problema y que son sus padres/madres quienes
deberían acudir a consulta debido a sus quejas reiteradas. Este aspecto debe de contemplarse en el
proceso de evaluación.
a) sus niveles de tolerancia (p.ej., aquellos que perciben el problema como algo permanente y que
no pueden manejarlo acuden más al psicólogo)
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En este sentido, se han apuntado diversos aspectos de la relación familiar como
responsables de la demanda tales como: problemas de ajuste personal y marital, tipo de
percepciones sobre el desarrollo del niño, habilidades sobre solución de problemas y relaciones
sociales extrafamiliares (McMahon, 1987). La valoración de toda esta información permitirá al
profesional de salud mental tomar decisiones adecuadas de cara a la intervención, contrastando la
información con otros familiares y con el propio NN/A, si se estima oportuno, para tener una
visión global de la realidad familiar en la que tiene lugar el problema consultado.
No obstante y en líneas generales, se puede afirmar que son los padres los informadores
más idóneos cuando se trata de recabar información sobre el comienzo e intensidad del
problema; los profesores son mejores informantes para valorar los problemas de conducta en el
contexto escolar; por el contrario muestran serias dificultades a la hora de informar sobre
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problemas de comportamiento que se producen a nivel privado (interiorizados). Por otro lado, el
niño/a es conceptuado como un mal informador respecto a los cambios en su comportamiento, pero
en cambio sería el informador idóneo en problemas relativos a la personalidad (Ezpeleta, 1995a,
1995b; Del Barrio, 1990). Finalmente, los compañeros o amigos del niño serían los informadores
idóneos de los problemas de socialización aunque su nivel de discriminación de la cualidad de los
mismos es relativa (Del Barrio, 1995).
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funcionales del comportamiento (antecedentes, consecuencias a corto y largo plazo, etc.) que a sus
características estructurales (forma o sintomatología). Por ejemplo, muchos niños expresan su
rechazo al colegio (negativismo escolar) mediante lloros, vómitos, quejas abdominales, etc. sin que
haya evidencia de una alteración orgánica. Estos comportamientos pueden ser clasificados
formalmente de diversas maneras como: fobia específica, fobia social, ansiedad por separación o
trastorno por somatización (Lee y Miltenberger, 1996) e incluso en ocasiones, muchos niños que
presentan “negativismo escolar” pueden ser agrupados dentro de una misma categoría diagnostica
sin atender a otras características. Desde una perspectiva conductual- funcional sería necesario
averiguar las razones a las que cada una de estas manifestaciones o expresiones inadecuadas están
respondiendo. Se establecería de esta forma un modo de clasificación funcional que tiene en cuenta
más los aspectos de interrelación que los formales. En este sentido se ha desarrollado un modelo
(Kearney y Silverman, 1990, 1993) que delimita cuatro posibles funciones respecto al problema de
negativismo escolar como:
d) logro de reforzadores tangibles (TV, juegos, comidas, etc. tanto dentro como fuera de casa).
Otros modelos funcionales se han descrito respecto a una variedad de problemas de
comportamiento como:
a) conductas perturbadoras (Carr y Durrand, 1985, Durrand y Carr, 1991; Luiselli, 1991);
Como ideas de cierre en relación a los puntos anteriores Molina (2001) plantea que el
proceso de evaluación infanto-juvenil tiene un grado de complejidad mayor que la de los adultos
en la que destacaríamos dos de los aspectos señalados anteriormente. Por un lado, la carencia de
autonomía del niño (incluso para interpretarse como necesitado de ayuda) hace que sean los
padres, madres, maestros u otros profesionales quienes valoran la necesidad de intervención; y por
otro lado, el acelerado proceso evolutivo, es decir, los cambios fisiológicos, cognitivos y
conductuales que acontecen a esta edad, nos obliga a prestar una especial atención a las
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condiciones familiares, escolares y sociales en las que el niño se desarrolla. Por tanto, y siguiendo
a Mash y Terdal (1988) la evaluación de los trastornos de la infancia implica necesariamente
realizar una serie de juicios normativos sobre lo que puede constituir:
Hay que considerar que en el ámbito infanto adolescente los instrumentos que se han
confeccionado son numerosos, sin embargo no todos han sido validados en población chilena. La
presente selección se hará considerando algunos instrumentos de fácil aplicación y que les
permitan considerar diversas dimensiones de la funcionalidad del NN/A desde el reporte parental.
El CBCL tiene en cada versión frases referentes al comportamiento que despliega el niño o
niña, en relación a las cuales el o la cuidador(a) principal debe responder en qué medida éstas se
constatan en el caso de él o ella y su hijo(a). Además, reporta resultados para siete síndromes
clínicos, los cuales son reactividad emocional, ansiedad/depresión, quejas somáticas,
ensimismamiento, problemas del Sueño, problemas atencionales y conductas agresivas.
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La buena confiabilidad y validez establecida por sus autores han sido confirmadas
transculturalmente, incluyendo países de habla hispana como Chile en el cual además ha sido
ampliamente utilizado en la Encuesta Longitudinal de Primera Infancia (ELPI).
b) Inventario de Eyberg del Comportamiento en niños/as (ECBI) (Colvin & Eyberg, 1999)
Esta variable implica el reporte parental de la presencia de conductas disruptivas en niños y
niñas como la agresividad, la desobediencia acentuada y hostil, ausencia de respeto a normas de
convivencia y a los derechos de otros sin implicar necesariamente la existencia de patología.
Denota un conjunto de dificultades que generan tensión y afectan al bienestar de los propios niños
y niñas que las presentan, a sus familias, a su entorno y que son fuente de impedimento social y
educacional (McGilloway et al., 2012; Rincón et al., 2018)
Es un cuestionario para padres, ampliamente usado en los Estados Unidos, diseñado para
medir problemas de conducta infantil entre los 2 y 16 años de edad (19). El ECBI fue validado
originalmente en 1980 en niños y en 1983 en adolescentes (Florensa et al., 1998). Fue traducido al
español el año 1999 por un equipo del hospital pediátrico de Barcelona (Florensa et al., 1998). Es
un instrumento de 36 ítems (cada uno tiene 7 opciones de respuesta de 1=nunca a 7=siempre), que
utiliza el informe de los padres y madres para evaluar comportamientos problemáticos en niños de
entre 2 y 16 años.
Tiene una Escala de Intensidad de las conductas externalizantes, con 7 opciones de
respuesta en un formato Likert, que mide la frecuencia de estos problemas, y una Escala de
Problema, con dos opciones de respuesta (Sí/No), que evalúa en qué medida cada problema es una
preocupación para el informante.
La escala de intensidad interroga sobre la frecuencia de aparición de cada comportamiento
(frase o ítem) desde “nunca”, hasta “siempre”, y estos rangos de frecuencia se suman para obtener
una puntuación de intensidad total que puede ir de 36 a 252.
La escala de problema pregunta a los padres que identifiquen los comportamientos
problemáticos marcando con un círculo “sí” o “no” en respuesta a la pregunta: “¿Es un problema
para usted?”. La respuesta Sí representa 1 punto y la respuesta No representa 0 puntos. La
variación de los puntajes en esta escala va desde 0 a 36 puntos.
En Chile un estudio publicado recientemente por Rincón et al. (2018) puso a prueba su
consistencia interna obteniendo un buen comportamiento psicométrico del instrumento en
población de padres y madres con hijos e hijas preescolares. En el estudio ambas escalas tanto la de
Intensidad como la de Problema obtuvieron un α = 0,91. Existe evidencia de validez en población
hispanoparlante con padres y madres de niños y adolescentes entre 2 y 16 años. En ese estudio el
análisis de la validez entre ambas escalas fue de r=0,343 (p<0,001).
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4.2. Instrumentos en relación a situación parental y/o cuidadores/as
Desde lo expresado por los autores la escala E2P no permite evaluar todos los constructos
de interés para el profesional que realiza intervención familiar o investigación con familias,
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debiendo explorarse otros cuestionarios que cuenten con estudios en nuestro país sobre su validez y
confiabilidad, según los objetivos de la evaluación. Todas las consultas y dudas respecto a la escala
el correo de contacto es: [email protected]
Subescala angustia parental (PD): Considera los ítems 1-12 y se les otorga el mismo puntaje
marcado por el o la evaluada. Ej. Si en el ítem 2 la persona marcó 3, se contabiliza 3 puntos.
Subescala interacción disfuncional padres-niños (P-CDI): Considera los ítems 13-24 y se les
otorga el mismo puntaje marcado por el o la evaluada.
Subescala niño difícil (DC): Considera los ítems 25-36 y se les otorga el mismo puntaje marcado
por el o la evaluada.
Escala Total (TS): Es la suma de las 3 subescalas anteriores.
Si la persona deja una afirmación sin responder, el puntaje final de esa subescala se
prorratea (es decir, se divide el puntaje total por 11, y se multiplica por 12). Si deja dos
afirmaciones sin responder, se invalida la aplicación de esa subescala (pueden corregirse las demás,
pero no se obtiene un puntaje total).
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Finalmente, se pueden transformar los puntajes brutos en percentiles, en caso de desear
interpretarlos, o dejarlos como puntajes brutos, en caso de querer comparar grupos o mediciones
distintas.
La PSI cuenta con normas en percentiles, por lo que la interpretación de esta escala se realiza
de acuerdo a las siguientes categorías:
Estrés adecuado: Indica que el puntaje obtenido se ubica en un rango comprendido entre un
percentil 25 y 80. Indica que el estrés frente a los cuidados se ubica en un nivel normal de la
población.
Alto estrés: Indica puntajes ubicados en percentiles 85 o superior. El nivel de estrés vivenciado por
la persona es alto, el cual suele obstaculizar su funcionamiento normal.
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Bajo estrés: Indica puntajes ubicados en percentiles 20 o inferior. Se espera que la persona frente a
situaciones de cuidado vivencie un nivel mínimo (normal) de estrés, el cual se relaciona con
responder adecuadamente a las necesidades del otro. Un bajo estrés no es adecuado, y puede
relacionarse con conductas de descuido o despreocupación en relación al cuidado de niños.
PD: Evalúa nivel de estrés asociado a características personales relacionadas con la labor de cuidar
a niños(as) menores. Se refiere al estrés que el adulto experimenta en su rol de padre o cuidador
como una función de factores personales que están directamente relacionados con su tarea. Se
asocia con el sentimiento de competencia parental, las restricciones que conlleva en otros roles de
su vida, conflictos con el otro padre u otros cuidadores, falta de apoyo social y presencia de
depresión.
P-CDI: Se refiere a aspectos relativos a la interacción con los niños(as). Se basa en la percepción
del adulto de que el niño(a) cumple o no con sus expectativas, y en si su interacción con él o ella es
reforzadora o no. Si el bebé es percibido como algo positivo o negativo en su vida.
DC: Considera el nivel de estrés asociado a características conductuales de los niños(as). Se basa
en algunas características conductuales básicas del niño(a), que lo hacen fácil o difícil de manejar.
Suelen estar relacionadas al temperamento del niño(a), pero también consideran patrones
aprendidos de conductas desafiantes, complicadas o demandantes.
TS: Es el puntaje total y se refiere al nivel de estrés total percibido por los padres o
cuidadores en relación a la tarea de cuidar e interactuar con el niño o niña.
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c) Cuestionario de Prácticas Parentales de Alabama (Alabama Parenting Questionaire, APQ,
Shelton, Frick, & Wootton, 1996)
El APQ mide cinco dimensiones de la crianza que son relevantes para la etiología y el
tratamiento de los problemas de conductas externalizantes en preescolares: (1) Involucramiento
parental, (2) supervisión y monitoreo, (3) reforzamiento positivo, (4) inconsistencia y (5) uso
del castigo corporal. Hay un formulario para padres y otro para hijos e hijas.
Es un Instrumento de auto-informe donde la madre o padre autoevalúa la frecuencia con
que presenta determinadas conductas hacia sus hijos. Cada ítem tiene 5 opciones de respuesta (1 =
no mucho a 5 = siempre). Es de procedencia estadounidense, creado por un equipo de
investigación del Departamento de Psicología de la Universidad de Alabama y adaptada al español
por Osa, N., Granero, R., Penelo, E., Domenech, J.M., & Ezpeleta, L. (2014) de la Universidad
Autónoma de Barcelona en España. En Chile se ha trabajado con este instrumento adaptado
específicamente para una muestra de preescolares por el equipo Cova y colaboradores en el año
2017(Cova et al., 2019) .
El APQ ha mostrado adecuadas propiedades psicométricas en familias chilenas (Cova, F.,
Bustos, C., Rincón, P., Streiner, D., Grandón, P., Saldivia, S., Inostroza, C., Contreras, 2017). Se
emplearon las escalas de reforzamiento positivo (6 ítems), involucramiento (6 ítems) e
inconsistencia (4 ítems). A esta última escala, luego de un análisis dirigido a ampliar la escala, que
consideró como criterios el aumento del alfa de Cronbach, una alta correlación con la escala
original y un ajuste adecuado en el análisis confirmatorio. La consistencia interna de cada escala en
la evaluación inicial fue de 0,52, 0,69 y 0,75, respectivamente.
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4.3. Instrumentos en relación a funcionamiento familiar
a) Escala de Valoración en Salud Familiar SALUFAM (Puschel, Repetto, Solar, Soto y González,
2012)
El cuestionario SALUFAM debe ser auto-aplicado y respondido por una persona adulta de
18 años o más. El cuestionario está dirigido a la persona que inscribió al grupo familiar en el
Centro o que tenga responsabilidad en el cuidado de la familia. El tiempo que ocupará en llenar la
Escala es de alrededor de 5 minutos.
Si la persona que completará la escala SALUFAM tiene dificultades para leer, para ver o
para escribir por favor ayúdela leyendo las afirmaciones y alternativas o solicite un familiar
presente que lo haga. Ofrezca ayuda en caso de existir alguna pregunta que no sea entendida.
Esta Escala consiste en un cuestionario de 13 afirmaciones que pretende conocer la idea de
cómo es la familia del encuestado, la manera en que enfrenta las situaciones de la vida y la forma
en que se relacionan entre sí los miembros y con otras personas. Las afirmaciones se refieren a lo
más “habitual o frecuente en su grupo familiar”. No hay un período de tiempo específico. Los
autores comentan que
hay que considerar
como grupo familiar
las personas que
viven con la persona
evaluada la mayor
parte del tiempo. Si
la persona vive sóla,
considere como
“grupo familiar”
aquellos/as personas
cercanas, importantes
para ella, con quienes
comparte las cosas
importantes de su
vida y que le ayudan
a tomar decisiones.
El instrumento
corresponde a una
escala de tamizaje y
por tanto es de
aplicación
poblacional. Como
todo instrumento de
tamizaje no arroja
diagnósticos de
problemas sino
identifica aquellos
grupos familiares con
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mayor o menor vulnerabilidad en salud y en caso de SALUFAM la evolución mas probable de
problemas frecuentes de salud en atención primaria.
La recomendación de los investigadores es que el instrumento sea respondido por la
persona que inscribe al grupo familiar en el centro de salud. Este criterio, sin embargo, no es
absoluto. La persona que responda puede tener algún problema de salud, como es frecuente que
ocurra en el ámbito de la atención primaria. Se sugiere la aplicación de un/a representante por
grupo familiar.
La aplicación puede hacerse a familias que acuden por primera vez a inscribirse a un centro
de salud o subgrupos de poblaciones, por ejemplo, grupos familiares en donde existan personas con
Diabetes, niños con asma, problemas conductuales, adultos mayores, u otros. Las condiciones
trazadoras elegidas representan alrededor de 2/3 de los problemas de salud existentes en la
población atendida en los centros de atención primaria del país. Además se incluyó un grupo “sin
condición”. De esta forma, los investigadores no ven mayores limitaciones en su aplicación
universal a personas atendidas en el nivel primario de atención. En caso de personas analfabetas, el
instrumento puede ser aplicado por una persona (familiar o miembro del equipo de salud) que lea
cada una de las afirmaciones.
Para obtener la clasificación de la vulnerabilidad familiar en salud debe obtenerse un
promedio de los 13 items del instrumento. Es decir, debe sumarse el puntaje de cada ítem y dividir
por 13. La Escala no fue validada con menos de 13 item respondidos. En caso de que la persona
complete un casillero con “No sabe”, el profesional de salud debiera contactar a la persona,
explicar el ítem y motivar a marcar una respuesta. El instrumento no puede ser interpretado si hay
ítems faltantes.
El uso del instrumento es sin costo pero debe ser informado a los autores y ser
apropiadamente referenciado. El contacto puede realizarse al Departamento de Medicina Familiar,
Escuela de Medicina. Pontificia Universidad Católica de Chile. Sra. Pilar Uribe. Lira 42 Santiago.
Teléfono 3548111-3548688 [email protected]
Referencia del Instrumento: Puschel K, Repetto P, Solar MO, Depaux R, Flores M. Diseño
y validación de instrumento de tamizaje familiar en salud: SALUFAM. Comisión Nacional de
Investigación Científica y Tecnológica, Chile. Pontificia Universidad Católica de Chile.
SAO06I20021, 2009
b) Family Adaptability and Cohesion Evaluation Scale (FACES IV) de Olson (2006)
Se puede aplicar a todos los miembros de una familia mayores a 12 años. Como en sus
versiones anteriores la presente Escala se basa en el Modelo Circunflejo de los Sistemas Marital y
Familiar desarrollado por David H. Olson, Candyce Russel y Douglas Sprenkle en 1979. Teniendo
como base este modelo teórico se desarrolló en 1980 la escala FACES (Family Adaptability and
Cohesion Evaluation Scales); instrumento que se ha ido desarrollando a lo largo de estos casi 30
años. Las escalas FACES han sido utilizadas en más de 1200 estudios de investigación. Se presenta
aquí la cuarta versión; FACES IV. En el caso de Chile su validación está en proceso
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el sistema familiar e integra tres dimensiones que reiteradas veces se han encontrado como
relevantes en distintas teorías y abordaje clínico en familia: cohesión, flexibilidad y
comunicación.
La dimensión cohesión es definida como los lazos familiares que los miembros de la
familia tienen entre sí. Se consideran 4 niveles de cohesión; desligado, separado, conectado y
fusionado. Según Olson (2006) los sistemas que están en los niveles balanceados de cohesión
(separado y conectado) tendrán un óptimo funcionamiento familiar. Sin embargo, los extremos o
niveles no balanceados tendrán en general relacionamientos problemáticos.
La hipótesis principal del Modelo Circunflejo es que las parejas y familias balanceadas
funcionarán en general de manera mas adecuada que las parejas y familias no balanceadas.
A lo largo de los años se han ido realizando distintas versiones de este instrumento
(FACES, 1980; FACES II, 1982 y FACES III, 1985) superando cada versión las limitaciones de
las anteriores.
COMENTARIOS FINALES
Si bien los instrumentos a utilizar pueden ser numerosos y muchos de ellos no estén en este
documento, se han podido recopilar aquellos que más han reportado información y ayuda en
contextos de salud primaria. Estas escalas complementan la utilización de técnicas propias del
trabajo con niños y familias tales como dibujos y pautas de observación de la interacción de los
miembros de una familia. Hay otras pruebas o herramientas de evaluación que implican
conocimiento más acabado y por ley está regulado que sólo pueden ser aplicado por determinados
profesionales ( por ejemplo WISC, WAIS, Rorschach; TAT, TRO entre otros por Psicólogos/as).
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