Los Rios Profundos-V Ciclo

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PLAN LECTOR

MERCEDINO 2023

V Ciclo-Nivel Primario

PIP.Cecivel Medina Peña.


LOS RIOS PROFUNDOS OBRA COMPLETA
Los ríos profundos
RESUMEN POR CAPITULOS
Es la tercera novela del escritor peruano José
María Arguedas. Publicada por la Editorial Losada en I. EL VIEJO.
Buenos Aires (1958), recibió en el Perú el Premio
Nacional de Fomento a la Cultura “Ricardo Palma» Infundía respeto, a pesar de su anticuada y sucia apariencia. Las personas
principales del Cuzco lo saludaban seriamente. Llevaba siempre un bastón
(1959) y fue finalista en Estados Unidos del premio con puño de oro; su sombrero, de angosta ala, le daba un poco de sombra
sobre la frente. Era incómodo acompañarlo, porque se arrodillaba frente a
William Faulkner (1963). Desde entonces creció el todas las iglesias y capillas y se quitaba el sombrero en forma llamativa
interés de la crítica por la obra de Arguedas y en las cuando saludaba a los frailes. Mi padre lo odiaba. Había trabajado como
escribiente en las haciendas del viejo: “Desde las cumbres grita, con voz de
décadas siguientes el libro se tradujo varios idiomas. condenado, advirtiendo a sus indios que él está en todas partes. Almacena
las frutas de las huertas, y las deja pudrir; cree que valen muy poco para
traerlas a vender al Cuzco o llevarlas a Abancay y que cuestan demasiado
Según la crítica especializada, esta novela marcó el para dejárselas a los colonos. ¡Irá al infierno!”, decía de él mi padre. Eran
comienzo de la corriente neo indigenista, pues presentaba parientes, y se odiaban. Sin embargo, un extraño proyecto concibió mi
padre, pensando en este hombre. Y aunque me dijo que viajábamos a
por primera vez una lectura del problema del indio Abancay, nos dirigimos al Cuzco, desde un lejanísimo pueblo. Según mi
desde una perspectiva más cercana. La mayoría de padre, íbamos de paso. Yo vine anhelante, por llegar a la gran ciudad. Y
conocí al Viejo en una ocasión inolvidable. Entramos al Cuzco de noche. La
los críticos coinciden en que esta novela es la obra estación del ferrocarril y la ancha avenida por la que avanzábamos
maestra de Arguedas. El título de la obra (en lentamente, a pie, me sorprendieron. El alumbrado eléctrico era más débil
que el de algunos pueblos pequeños que conocía. Verjas de madera o de
quechua Uku Mayu) alude a la profundidad de los acero defendían jardines y casas modernas. El Cuzco de mi padre, el que
ríos andinos, que nacen en la cima de la Cordillera
me había descrito quizá mil veces, no podía ser ese. Mi padre iba
escondiéndose junto a las paredes, en la sombra. El Cuzco era su ciudad
de los Andes, pero a la vez se refiere a las sólidas y nativa y no quería que lo reconocieran. Debíamos de tener apariencia de
fugitivos, pero no veníamos derrotados sino a realizar un gran proyecto. —
ancestrales raíces de la cultura andina, la que, según Lo obligaré. ¡Puedo hundirlo! —había dicho mi padre. Se refería al Viejo.
Arguedas, es la verdadera identidad nacional del Cuando llegamos a las calles angostas, mi padre marchó detrás de mí y de
los cargadores que llevaban nuestro equipaje. Aparecieron los balcones
Perú. tallados, las portadas imponentes y armoniosas, la perspectiva de las calles
ondulantes, en la ladera de la montaña. Pero ¡ni un muro antiguo! Esos
balcones salientes, las portadas de piedra y los zaguanes tallados, los
grandes patios con arcos, los conocía. Los había visto bajo el sol de
Huamanga. Yo escudriñaba las calles buscando muros incaicos. —¡Mira al —Es la cocina de los arrieros —me dijo—. Nos iremos mañana mismo, hacia
frente! —me dijo mi padre—. Fue el palacio de un inca. Cuando mi padre Abancay. No vayas a llorar. ¡Yo no he de condenarme por exprimir a un
señaló el muro, me detuve. Era oscuro, áspero; atraía con su faz recostada. maldito! Sentí que su voz se ahogaba, y lo abracé. —¡Estamos en el Cuzco!
La pared blanca del segundo piso empezaba en línea recta sobre el muro. —le dije. —¡Por eso, por eso! Salió. Lo seguí hasta la puerta. —Espérame,
—Lo verás, tranquilo, más tarde. Alcancemos al Viejo —me dijo. Habíamos o anda a ver el muro —me dijo—. Tengo que hablar con el Viejo, ahora
llegado a la casa del Viejo. Estaba en la calle del muro inca. Entramos al mismo. Cruzó el patio, muy rápido, como si hubiera luz. Era una cocina para
primer patio. Lo rodeaba un corredor de columnas y arcos de piedra que indios el cuarto que nos dieron. Manchas de hollín subían al techo desde la
sostenían el segundo piso, también de arcos, pero más delgados. Focos esquina donde había una tullpa indígena, un fogón de piedras. Poyos de
opacos dejaban ver las formas del patio, todo silencioso. Llamó mi padre. adobes rodeaban la habitación. Un catre de madera tallada, con una especie
Bajó del segundo piso un mestizo, y después un indio. La escalinata no era de techo, de tela roja, perturbaba la humildad de la cocina. La manta de seda
ancha, para la vastedad del patio y de los corredores. El mestizo llevaba una verde, sin mancha, que cubría la cama, exaltaba el contraste. “¡El Viejo! —
lámpara y nos guió al segundo patio. No tenía arcos ni segundo piso, sólo pensé—. ¡Así nos recibe!” Yo no me sentía mal en esa habitación. Era muy
un corredor de columnas de madera. Estaba oscuro; no había allí alumbrado parecida a la cocina en que me obligaron a vivir en mi infancia; al cuarto
eléctrico. Vimos lámparas en el interior de algunos cuartos. Conversaban en oscuro donde recibí los cuidados, la música, los cantos y el dulcísimo hablar
voz alta en las habitaciones. Debían ser piezas de alquiler. El Viejo residía de las sirvientas indias y de los “concertados” . Pero ese catre tallado ¿qué
en la más grande de sus haciendas del Apurímac; venía a la ciudad de vez significaba? La escandalosa alma del Viejo, su locura por ofender al recién
en cuando, por sus negocios o para las fiestas. Algunos inquilinos salieron a llegado, al pariente trotamundos que se atrevía a regresar. Nosotros no lo
vernos pasar. Un árbol de cedrón perfumaba el patio, a pesar de que era necesitábamos. ¿Por qué mi padre venía donde él? ¿Por qué pretendía
bajo y de ramas escuálidas. El pequeño árbol mostraba trozos blancos en el hundirlo? Habría sido mejor dejarlo que siguiera pudriéndose a causa de sus
tallo; los niños debían de martirizarlo. El indio cargó los bultos de mi padre y pecados. Ya prevenido, el Viejo eligió una forma certera de ofender a mi
el mío. Yo lo había examinado atentamente porque suponía que era el pongo padre. ¡Nos iríamos a la madrugada! Por la pampa de Anta. Estaba previsto.
. El pantalón, muy ceñido, sólo le abrigaba hasta las rodillas. Estaba Corrí a ver el muro. Formaba esquina. Avanzaba a lo largo de una calle
descalzo; sus piernas desnudas mostraban los músculos en paquetes duros ancha y continuaba en otra angosta y más oscura, que olía a orines. Esa
que brillaban. “El Viejo lo obligará a que se lave, en el Cuzco”, pensé. Su angosta calle escalaba la ladera. Caminé frente al muro, piedra tras piedra.
figura tenía apariencia frágil; era espigado, no alto. Se veía, por los bordes, Me alejaba unos pasos, lo contemplaba y volvía a acercarme. Toqué las
la armazón de paja de su montera. No nos miró. Bajo el ala de la montera piedras con mis manos; seguí la línea ondulante , como la de los ríos, en
pude observar su nariz aguileña, sus ojos hundidos, los tendones resaltantes que se juntan los bloques de roca. En la oscura calle, en el silencio, el muro
del cuello. La expresión del mestizo era, en cambio, casi insolente. Vestía parecía vivo; sobre la palma de mis manos llameaba la juntura de las piedras
de montar. Nos llevaron al tercer patio, que ya no tenía corredores. Sentí que había tocado. No pasó nadie por esa calle, durante largo rato. Pero
olor a muladar allí. Pero la imagen del muro incaico y el olor a cedrón seguían cuando miraba, agachado, una de las piedras, apareció un hombre por la
animándome. —¿Aquí? —preguntó mi padre. —El caballero ha dicho. Él ha bocacalle de arriba. Me puse de pie. Enfrente había una alta pared de
escogido —contestó el mestizo. Abrió con el pie una puerta. Mi padre pagó adobes, semiderruida. Me arrimé a ella. El hombre orinó, en media calle, y
a los cargadores y los despidió. —Dile al caballero que voy, que iré a su después siguió caminando. “Ha de desaparecer —pensé—. Ha de hundirse.”
dormitorio en seguida. ¡Es urgente! —ordenó mi padre al mestizo. Este puso No porque orinara, sino porque contuvo el paso y parecía que luchaba contra
la lámpara sobre un poyo, en el cuarto. Iba a decir algo, pero mi padre lo la sombra del muro; aguardaba instantes, completamente oculto en la
miró con expresión autoritaria, y el hombre obedeció. Nos quedamos solos. oscuridad que brotaba de las piedras. Me alcanzó y siguió de largo siempre
—¡Es una cocina! ¡Estamos en el patio de las bestias! —exclamó mi padre. con esfuerzo. Llegó a la esquina iluminada y volteó. Debió de ser un
Me tomó del brazo. borracho. No perturbó su paso el examen que hacía del muro, la corriente
que entre él y yo iba formándose. Mi padre me había hablado de su ciudad sobre la muralla, tenía la apariencia de un segundo piso. Me había olvidado
nativa, de los palacios y templos, y de las plazas, durante los viajes que de ella. En la calle angosta, la pared española, blanqueada, no parecía servir
hicimos, cruzando el Perú de los Andes, de oriente a occidente y de sur a sino para dar luz al muro. —Papá —le dije—. Cada piedra habla. Esperemos
norte. Yo había crecido en esos viajes. Cuando mi padre hacía frente a sus un instante. —No oiremos nada. No es que hablan. Estás confundido. Se
enemigos, y más, cuando contemplaba de pie las montañas, desde las trasladan a tu mente y desde allí te inquietan. Los ríos profundos —Cada
plazas de los pueblos, y parecía que de sus ojos azules iban a brotar ríos de piedra es diferente. No están cortadas. Se están moviendo. Me tomó del
lágrimas que él contenía siempre, como con una máscara, yo meditaba en brazo. —Dan la impresión de moverse porque son desiguales, más que las
el Cuzco. Sabía que al fin llegaríamos a la gran ciudad. ¡Será para un bien piedras de los campos. Es que los incas convertían en barro la piedra. Te lo
eterno!”, exclamó mi padre una tarde, en Pampas, donde estuvimos dije muchas veces. —Papá, parece que caminan, que se revuelven, y están
cercados por el odio. Eran más grandes y extrañas de cuanto había quietas. Abracé a mi padre. Apoyándome en su pecho contemplé
imaginado las piedras del muro incaico; bullían bajo el segundo piso nuevamente el muro. —¿Viven adentro del palacio? —volví a preguntarle.
encalado, que por el lado de la calle angosta, era ciego. Me acordé, —Una familia noble. —¿Como el Viejo? —No. Son nobles, pero también
entonces, de las canciones quechuas que repiten una frase patética avaros, aunque no como el Viejo. ¡Como el Viejo no! Todos los señores del
constante: “yawar mayu”, río de sangre; “yawar unu”, agua sangrienta; “puk- Cuzco son avaros. —¿Lo permite el Inca? —Los incas están muertos. —
tik’ yawar k’ocha”, lago de sangre que hierve; “yawar wek’e”, lágrimas de Pero no este muro. ¿Por qué no lo devora, si el dueño es avaro? Este muro
sangre. ¿Acaso no podría decirse “yawar rumi”, piedra de sangre, o “puk’tik puede caminar; podría elevarse a los cielos o avanzar hacia el fin del mundo
yawar rumi”, piedra de sangre hirviente? Era estático el muro, pero hervía y volver. ¿No temen quienes viven adentro? —Hijo, la catedral está cerca.
por todas sus líneas y la superficie era cambiante, como la de los ríos en el El viejo nos ha trastornado. Vamos a rezar. —Dondequiera que vaya, las
verano, que tienen una cima así, hacia el centro del caudal, que es la zona piedras que mandó formar Inca Roca me acompañarán. Quisiera hacer aquí
temible, la más poderosa. Los indios llaman “yawar mayu” a esos ríos un juramento. —¿Un juramento? Estás alterado, hijo. Vamos a la catedral.
turbios, porque muestran con el sol un brillo en movimiento, semejante al de Aquí hay mucha oscuridad. Me besó en la frente. Sus manos temblaban,
la sangre. También llaman “yawar mayu” al tiempo violento de las danzas pero tenían calor. Pasamos la calle; cruzamos otra, muy ancha, recorrimos
guerreras, al momento en que los bailarines luchan. —¡Puk’tik, yawar rumi! una calle angosta. Y vimos las cúpulas de la catedral. Desembocamos en la
—exclamé frente al muro, en voz alta. Y como la calle seguía en silencio, Plaza de Armas. Mi padre me llevaba del brazo. Aparecieron los portales de
repetí la frase varias veces. Mi padre llegó en ese instante a la esquina. Oyó arcos blancos. Nosotros estábamos a la sombra del templo. —Ya no hay
mi voz y avanzó por la calle angosta. —El Viejo ha clamado y me ha pedido nadie en la plaza —dijo mi padre. Era la más extensa de cuantas había visto.
perdón —dijo—. Pero sé que es un cocodrilo. Nos iremos mañana. Dice que Los arcos aparecían como en el confín de una silente pampa de las regiones
todas las habitaciones del primer patio están llenas de muebles, de costales heladas. ¡Si hubiera graznado allí un yanawiku, el pato que merodea en las
y de cachivaches; que ha hecho bajar para mí la gran cuja de su padre. Son aguadas de esas pampas! Ingresamos a la plaza. Los pequeños árboles que
cuentos. Pero yo soy cristiano, y tendremos que oír misa, al amanecer, con habían plantado en el parque, y los arcos, parecían intencionalmente
el Viejo, en la catedral. Nos iremos en seguida. No veníamos al Cuzco; empequeñecidos, ante la catedral y las torres de la iglesia de la Compañía.
estamos de paso a Abancay. Seguiremos viaje. Este es el palacio de Inca —No habrán podido crecer los árboles —dije—. Frente a la catedral, no han
Roca. La Plaza de Armas está cerca. Vamos despacio. Iremos también a ver podido. Mi padre me llevó al atrio. Subimos las gradas. Se descubrió cerca
el templo de Acllahuasi. El Cuzco está igual. Siguen orinando aquí los de la gran puerta central. Demoramos mucho en cruzar el atrio. Nuestras
borrachos y los traseúntes. Más tarde habrá aquí otras fetideces... Mejor es pisadas resonaban sobre la piedra. Mi padre iba rezando; no repetía las
el recuerdo. Vamos. —Dejemos que el Viejo se condene —le dije—. oraciones rutinarias; le hablaba a Dios, libremente. Estábamos a la sombra
¿Alguien vive en este palacio de Inca Roca? —Desde la Conquista. — de la fachada. No me dijo que rezara; permanecí con la cabeza descubierta,
¿Viven? —¿No has visto los balcones? La construcción colonial, suspendida rendido. Era una inmensa fachada; parecía ser tan ancha como la base de
las montañas que se elevan desde las orillas de algunos lagos de altura. En distinta de los cientos de plazas que has visto? —Será por eso que guarda
el silencio, las torres y el atrio repetían la menor resonancia, igual que las el resplandor del cielo. Nos alumbra desde la fachada de las torres. Papá;
montañas de roca que orillan los lagos helados. La roca devuelve ¡amanezcamos aquí! —Puede que Dios viva mejor en esta plaza, porque es
profundamente el grito de los patos o la voz humana. Ese eco es difuso y el centro del mundo, elegida por el Inca. No es cierto que la tierra sea
parece que naciera del propio pecho del viajero, atento, oprimido por el redonda. Es larga; acuérdate, hijo, que hemos andado siempre a lo ancho o
silencio. Cruzamos, de regreso, el atrio; bajamos las gradas y entramos al a lo largo del mundo. Nos acercamos a la Compañía. No era imponente,
parque. —Fue la plaza de celebraciones de los incas —dijo mi padre—. recreaba. Quise cantar junto a su única puerta. No deseaba rezar. La
Mírala bien, hijo. No es cuadrada sino larga, de sur a norte. La iglesia de la catedral era demasiado grande, como la fachada de la gloria para los que
Compañía, y la ancha catedral, ambas con una fila de pequeños arcos que han padecido hasta su muerte. Frente a la portada de la Compañía, que mis
continuaban la línea de los muros, nos rodeaban. La catedral enfrente y el ojos podían ver completa, me asaltó el propósito de entonar algún himno,
templo de los jesuitas a un costado. ¿Adónde ir? Deseaba arrodillarme. En distinto de los cantos que había oído corear en quechua a los indios,
los portales caminaban algunos transeúntes; vi luces en pocas tiendas. mientras lloraban, en las pequeñas iglesias de los pueblos. ¡No, ningún
Nadie cruzó la plaza. —Papá —le dije—. La catedral parece más grande canto con lágrimas! A paso marcial nos encaminamos al Amaru Cancha, el
cuanto de más lejos la veo. ¿Quién la hizo? —El español, con la piedra palacio de Huayna Capac, y al templo de las Acllas. —¿La Compañía
incaica y las manos de los indios. —La Compañía es más alta. —No. Es también la hicieron con las piedras de los incas? —pregunté a mi padre. —
angosta. —Y no tiene atrio, sale del suelo. —No es catedral, hijo. Se veía un Hijo, los españoles, ¿qué otras piedras hubieran labrado en el Cuzco?
costado de las cúpulas, en la oscuridad de la noche. —¿Llueve sobre la ¡Ahora verás! Los muros del palacio y del templo incaicos formaban una calle
catedral? —pregunté a mi padre—. ¿Cae la lluvia sobre la catedral? —¿Por angosta que desembocaba en la plaza. —No hay ninguna puerta en esta
qué preguntas? —El cielo la alumbra; está bien. Pero ni el rayo ni la lluvia la calle —dijo mi padre—. Está igual que cuando los incas. Sólo sirve para que
tocarán. —La lluvia sí; jamás el rayo. Con la lluvia, fuerte o delgada, la pase la gente. ¡Acércate! Avancemos. Parecía cortada en la roca viva.
catedral parece más grande. Una mancha de árboles apareció en la falda de Llamamos roca viva, siempre, a la bárbara, cubierta de parásitos o de
la montaña. —¿Eucaliptos? —le pregunté. —Deben de ser. No existían líquenes rojos. Como esa calle hay paredes que labraron los ríos, y por
antes. Atrás está la fortaleza, el Sacsayhuaman. ¡No lo podrás ver! Nos donde nadie más que el agua camina, tranquila o violenta. —Se llama Loreto
vamos temprano. De noche no es posible ir. Las murallas son peligrosas. Quijllu —dijo mi padre. —¿Quijllu, papá? Se da ese nombre, en quechua, a
Dicen que devoran a los niños. Pero las piedras son como las del palacio de las rajaduras de las rocas. No a las de las pìedras comunes sino de las
Inca Roca, aunque cada una es más alta que la cima del palacio. —¿Cantan enormes, o de las interminables vetas que cruzan las cordilleras, caminando
de noche las piedras? —Es posible. —Como las más grandes de los ríos o irregularmente, formando el cimiento de los nevados que ciegan con su luz
de los precipicios. Los incas tendrían la historia de todas las piedras con a los viajeros. —Aquí están las ruinas del templo de Acllahuasi, y de Amaru
“encanto” y las harían llevar para construir la fortaleza. ¿Y estas con que Cancha —exclamó mi padre. Eran serenos los muros, de piedras perfectas.
levantaron la catedral? —Los españoles las cincelaron. Mira el filo de la El de Acllahuasi era altísimo, y bajo el otro, con serpientes esculpidas en el
torre. Aun en la penumbra se veía el filo; la cal que unía cada piedra labrada dintel de la puerta. —¿No vive nadie adentro? —pregunté. —Sólo en
lo hacía resaltar. —Golpeándolas con cinceles les quitarían el “encanto”. Acllahuasi; las monjas de Santa Catalina, lejos. Son enclaustradas. No salen
Pero las cúpulas de las torres deben guardar, quizás, el resplandor que dicen nunca. El Amaru Cancha, palacio de Huayna Capac, era una ruina,
que hay en la gloria. ¡Mira, papá! Están brillando. —Sí, hijo. Tú ves, como desmoronándose por la cima. El desnivel de altura que había entre sus
niño, algunas cosas que los mayores no vemos. La armonía de Dios existe muros y los del templo permitía entrar la luz a la calle y contener, mejor, a la
en la tierra. Perdonemos al Viejo, ya que por él conociste el Cuzco. sombra. La calle era lúcida, no rígida. Si no hubiera sido tan angosta, las
Vendremos a la catedral mañana —No. La plaza, no. Los arcos, los templos. piedras rectas se habrían, quizá, desdibujado. Así estaban cerca; no bullían,
La plaza, no. La hizo Pachakutek’, el Inca renovador de la tierra. ¿No es no hablaban, no tenían la energía de las que jugaban en el muro del palacio
de Inca Roca; era el muro quien imponía silencio; y si alguien hubiera acompaña a la cocina. En ninguno de los centenares de pueblos donde
cantado con hermosa voz, allí, las piedras habrían repetido con tono había vivido con mi padre, hay pongos. —Tayta —le dije en quechua al
perfecto, idéntico, la música. Estábamos juntos; recordando yo las indio—. ¿Tú eres cuzqueño? —Mánan —contestó—. De la hacienda. Tenía
descripciones que en los viajes hizo mi padre, del Cuzco. Oí entonces un un poncho raído, muy corto. Se inclinó y pidió licencia para irse. Se inclinó
canto. —¡La María Angola! —le dije. —Sí. Quédate quieto. Son las nueve. como un gusano que pidiera ser aplastado. Abracé a mi padre, cuando
En la pampa de Anta, a cinco leguas, se le oye. Los viajeros se detienen y prendió la luz de la lámpara. El perfume del cedrón llegaba hasta nosotros.
se persignan. La tierra debía convertirse en oro en ese instante; yo también, No pude contener el llanto. Lloré como al borde de un gran lago desconocido.
no sólo los muros y la ciudad, las torres, el atrio y las fachadas que habían —¡Es el Cuzco! —me dijo mi padre—. Así agarra a los hijos de los
visto. La voz de la campana resurgía. Y me pareció ver, frente a mí, la cuzqueños ausentes. También debe ser el canto de la “María Angola”. No
imagen de mis protectores, los alcaldes indios: don Maywa y don Víctor quiso acostarse en la cuja del Viejo. —Hagamos nuestras camas —dijo.
Pusa, rezando arrodillados delante de la fachada de la iglesia de adobes, Como en los corredores de las casas en que nos alojaban en los pueblos,
blanqueada, de mi aldea, mientras la luz del crepúsculo no resplandecía sino tendimos nuestras camas sobre la tierra. Yo tenía los ojos nublados. Veía al
cantaba. En los molles, las águilas, los wamanchas tan temidos por indio de hacienda, su rostro extrañado; las pequeñas serpientes del Amaru
carnívoros, elevaban la cabeza, bebían la luz, ahogándose. Yo sabía que la Cancha, los lagos moviéndose ante la voz de la campana. ¡Estarían
voz de la campana llegaba a cinco leguas de distancia. Creí que estallaría marchando los toros a esa hora, buscando las cumbres! Rezamos en voz
en la plaza. Pero surgía lentamente, a intervalos suficientes; y el canto se alta. Mi padre pidió a Dios que no oyera las oraciones que con su boca
acrecentaba, atravesaba los elementos; y todo se convertía en esa música inmunda entonaba el Viejo en todas las iglesias, y aun en las calles. Me
cuzqueña, que abría las puertas de la memoria. En los grandes lagos, despertó al día siguiente, llamándome: —Está amaneciendo. Van a tocar la
especialmente en los que tienen islas y bosques de totora, hay campanas campana. Tenía en las manos su reloj de oro, de tres capas. Nunca lo
que tocan a la media noche. A su canto triste salen del agua toros de fuego, vendió. Era un recuerdo de su padre. A veces se le veía como a un fanático,
o de oro, arrastrando cadenas; suben a las cumbres y mugen en la helada; dándole cuerda a ese reloj fastuoso, mientras su ropa aparecía vieja, y él
porque en el Perú los lagos están en la altura. Pensé que esas campanas permanecía sin afeitarse, por el abatimiento. En aquel pueblo de los niños
debían de ser illas, reflejos de la “María Angola”, que convertiría a los amarus asesinos de pájaros, donde nos sitiaron de hambre, mi padre salía al
en toros. Desde el centro del mundo, la voz de la campana, hundiéndose en corredor, y frente al bosque de hierbas venenosas que crecían en el patio,
los lagos, habría transformado a las antiguas criaturas. —Papá —le dije, acariciaba su reloj, lo hacía brillar al sol, y esa luz lo fortalecía. —Nos
cuando cesó de tocar la campana—. ¿No me decías que llegaríamos al levantaremos después que la campana toque, a las cinco —dijo. —El oro
Cuzco para ser eternamente felices? —¡El Viejo está aquí! —dijo—. ¡El que doña María Angola entregó para que fundieran la campana ¿fueron
Anticristo! —Ya mañana nos vamos. Él también se irá a sus haciendas. Las joyas? —le pregunté. —Sabemos que entregó un quintal de oro. Ese metal
campanas que hay en los lagos que hemos visto en las punas, ¿no serán era del tiempo de los incas. Fueron, quizá, trozos del Sol de Inti Cancha o
illas de la “María Angola”? —Quizás, hijo. Tú piensas todavía como un niño. de las paredes del templo, o de los ídolos. Trozos, solamente; o joyas
—He visto a don Maywa, cuando tocaba la campana. —Así es. Su voz aviva grandes hechas de ese oro. Pero no fue un quintal, sino mucho más, el oro
el recuerdo. ¡Vámonos! En la penumbra, las serpientes esculpidas sobre la que fundieron para la campana. María Angola, ella sola, llevó un quintal. ¡El
puerta del palacio de Huayna Capac caminaban. Era lo único que se movía oro, hijo, suena como para que la voz de las campanas se eleve hasta el
en ese kijllu acerado. Nos siguieron, vibrando, hasta la casa. El pongo cielo, y vuelva con el canto de los ángeles a la tierra! —¿Y las campanas
esperaba en la puerta. Se quitó la montera, y así descubierto, nos siguió feas de los pueblos que no tenían oro? —Son pueblos olvidados. Las oirá
hasta el tercer patio. Venía sin hacer ruido, con los cabellos revueltos, Dios, pero ¿a qué ángel han de hacer bajar esos ruidos? El hombre también
levantados. Le hablé en quechua. Me miró extrañado. —¿No sabe hablar? tiene poder. Lo que has visto anoche no lo olvidarás. —Vi, papá, a don Pablo
—le pregunté a mi padre. —No se atreve —me dijo—. A pesar de que nos Maywa, arrodillado frente a la capilla de su pueblo. —Pero ¡recuerda, hijo!
Las campanitas de ese pueblo tenían oro. Fue pueblo de mineros. Comenzó, acercó a mi padre y le besó las manos. —¡Niño, niñito! —me dijo a mí, y vino
en ese instante, el primer golpe de la “María Angola”. Nuestra habitación, detrás, gimoteando. El mestizo hacía guardia, de pie, junto a una puerta
cubierta de hollín hasta el techo, empezó a vibrar con las ondas lentas del tallada. —El caballero lo está esperando —dijo, y abrió la puerta. Yo entré
canto. La vibración era triste, la mancha de hollín se mecía como un trapo rápido, tras de mi padre. El Viejo estaba sentado en un sofá. Era una sala
negro. Nos arrodillamos para rezar. Las ondas finales se percibían todavía muy grande, como no había visto otra; todo el piso cubierto por una alfombra.
en el aire, apagándose, cuando llegó el segundo golpe, aún más triste. Yo Espejos de anchos marcos, de oro opaco, adornaban las paredes; una
tenía catorce años; había pasado mi niñez en una casa ajena, vigilado araña de cristales pendía del centro del techo artesonado. Los muebles eran
siempre por crueles personas. El señor de la casa, el padre, tenía ojos de altos, tapizados de rojo. No se puso de pie el Viejo. Avanzamos hacia él. Mi
párpados enrojecidos y cejas espesas; le placía hacer sufrir a los que padre no le dio la mano. Me presentó. —Tu tío, el dueño de las cuatro
dependían de él, sirvientes y animales. Después, cuando mi padre me haciendas —dijo. Me miró el Viejo, como intentando hundirme en la
rescató y vagué con él por los pueblos, encontré que en todas partes la gente alfombra. Percibí que su saco estaba casi deshilachado por la solapa, y que
sufría. La “María Angola” lloraba, quizás, por todos ellos, desde el Cuzco. A brillaba desagradablemente. Yo había sido amigo de un sastre, en
nadie había visto más humillado que a ese pongo del Viejo. A cada golpe, la Huamanga, y con él nos habíamos reído a carcajadas de los antiguos sacos
campana entristecía más y se hundía en todas las cosas — ¡Papá! ¿Quién de algunos señorones avaros que mandaban hacer zurcidos. “Este espejo
la hizo? —le pregunté, después del último toque. —Campaneros del Cuzco. no sirve —exclamaba el sastre, en quechua—. Aquí sólo se mira la cara el
No sabemos más. —No sería un español. —¿Por qué no? Eran los mejores, diablo que hace guardia junto al señor para llevárselo a los infiernos.” Me
los maestros. —¿El español también sufría? —Creía en Dios, hijo. Se agaché y le di la mano al Viejo. El salón me había desconcertado; lo atravesé
humillaba ante Él cuanto más grande era. Y se mataron también entre ellos. asustado, sin saber cómo andar. Pero el lustre sucio que observé en el saco
Pero tenemos que apurarnos en arreglar nuestras cosas. La luz del sol debía del Viejo me dio tranquilidad. El Viejo siguió mirándome. Nunca vi ojos más
estar ya próxima. La cuja tallada del Viejo se exhibía nítidamente en medio pequeños ni más brillantes. ¡Pretendía rendirme! Se enfrentó a mí. ¿Por
del cuarto. Su techo absurdo y la tela de seda que la cubría, me causaban qué? Sus labios delgadísimos los tuvo apretados. Miró en seguida a mi
irritación. Las manchas de hollín le daban un fondo humillante. Derribada padre. Él era arrebatado y generoso; había preferido andar solo, entre indios
habría quedado bien. Volvimos a empacar el colchón de mi padre, los tres y mestizos, por los pueblos. —¿Cómo te llamas? —me preguntó el Viejo,
pellejos de carnero sobre los que yo dormía, y nuestras frazadas. Salimos. volviendo a mirarme. Yo estaba prevenido. Había visto el Cuzco. Sabía que
Nos miraron sorprendidos los inquilinos del segundo patio. Muchos de ellos tras los muros de los palacios incas vivían avaros. “Tú”, pensé, mirándolo
rodeaban una pila de agua, llevando baldes y ollas. El árbol de cedrón había también detenidamente. La voz extensa de la gran campana, los amarus del
sido plantado al centro del patio, sobre la tierra más seca y endurecida. Tenía palacio de Huayna Capac, me acompañaban aún. Estábamos en el centro
algunas flores en las ramas altas. Su tronco aparecía descascarado casi por del mundo. —Me llamo como mi abuelo, señor —le dije. —¿Señor? ¿No soy
completo, en su parte recta, hasta donde empezaba a ramificarse. Las tu tío? Yo sabía que en los conventos, los frailes preparaban veladas para
paredes de ese patio no habían sido pintadas quizá desde hacía cien años; recibirlo; que lo saludaban en las calles los canónigos. Pero nos había hecho
dibujos hechos con carbón por los niños, o simples rayas, las cruzaban. El llevar a la cocina de su casa; había mandado armar allí esa cuja tallada,
patio olía mal, a orines, a aguas podridas. Pero el más desdichado de todos frente a la pared de hollín. No podía ser este hombre más perverso ni tener
los que vivían allí debía ser el árbol de cedrón. “Si se muriera, si se secara, más poder que mi cejijunto guardador que también me hacía dormir en la
el patio parecería un infierno”, dije en voz baja. “Sin embargo lo han de cocina. —Es usted mi tío. Ahora ya nos vamos, señor —le contesté. Vi que
matar; lo descascaran.” Encontramos limpio y silencioso el primer patio, el mi padre se regocijaba, aunque permanecía en actitud casi solemne. Se
del dueño. Junto a una columna del segundo piso estaba el pongo, con la levantó el Viejo, sonriendo, sin mirarme. Descubrí entonces que su rostro
cabeza descubierta. Desapareció. Cuando subimos al corredor alto lo era ceniciento, de piel dura, aparentemente descarnada de los huesos. Se
encontramos recostado en la pared del fondo. Nos saludó, inclinándose; se acercó a un mueble del que pendían muchos bastones, todos con puño de
oro. La puerta del salón había quedado abierta y pude ver al pongo, vestido catedral. Mi padre lo seguía comedidamente. El Viejo era imperioso; pero yo
de harapos, de espaldas a las verjas del corredor. A la distancia se podía le hubiera sacudido por la espalda. Y tal vez no habría caído, porque parecía
percibir el esfuerzo que hacía por apenas parecer vivo, el invisible peso que pesar mucho, como si fuera de acero; andaba con gran energía. Ingresamos
oprimía su respiración. El Viejo le alcanzó a mi padre un bastón negro; el al templo, y el Viejo se arrodilló sobre las baldosas. Entre las columnas y los
mango de oro figuraba la cabeza y cuello de un águila. Insistió para que lo arcos, rodeados del brillo del oro, sentí que las bóvedas altísimas me
recibiera y lo llevara. No me miraron. Mi padre tomó el bastón y se apoyó en rendían. Oí rezar desde lo alto, con voz de moscardones, a un coro de
él; el Viejo eligió uno más grueso, con puño simple, como una vara de hombres. Había poca gente en el templo. Indias con mantas de colores
alcalde. Cuando pasó por mi lado comprobé que el Viejo era muy bajo, casi sobre la cabeza, lloraban. La catedral no resplandecía tanto. La luz filtrada
un enano; caminaba, sin embargo, con aire imponente, y así se le veía aun por el alabastro de las ventanas era distinta de la del sol. Parecía que
de espaldas. Salimos al corredor. Repicaron las campanas. La voz de todas habíamos caído, como en las leyendas, a alguna ciudad escondida en el
se recortaba sobre el fondo de los golpes muy espaciados de la “María centro de una montaña, debajo de los mantos de hielo inapagables que nos
Angola”. El pongo pretendió acercarse a nosotros, el Viejo lo ahuyentó con enviaban luz a través de las rocas. Un alto coro de madera lustrada se
un movimiento del bastón. Hacía frío en la calle. Pero las campanas elevaba en medio del templo. Se levantó el Viejo y nos guió hacia la nave
regocijaban la ciudad. Yo esperaba la voz de la “María Angola”. Sobre sus derecha. —El Señor de los Temblores —dijo, mostrando un retablo que
ondas que abrazaban al mundo, repicaba la voz de las otras, las de todas alcanzaba la cima de la bóveda. Me miró, como si no fuera yo un niño. Me
las iglesias. Al canto grave de la campana se animaba en mí la imagen arrodillé junto a él y mi padre al otro lado. Un bosque de ceras ardía delante
humillada del pongo, sus ojos hundidos, los huesos de su nariz, que era lo del Señor. El Cristo aparecía detrás del humo, sobre el fondo del retablo
único enérgico de su figura; su cabeza descubierta en que los pelos dorado, entre columnas y arcos en que habían tallado figuras de ángeles, de
parecían premeditadamente revueltos, cubiertos de inmundicia. “No tiene frutos y de animales. Yo sabía que cuando el trono de ese Crucificado
padre ni madre, sólo su sombra”, iba repitiendo, recordando la letra de un aparecía en la puerta de la Catedral, todos los indios del Cuzco lanzaban un
huayno, mientras aguardaba, a cada paso, un nuevo toque de la inmensa alarido que hacía estremecer la ciudad, y cubrían, después, las andas del
campana. Cesó el repique, la llamada a misa, y tuve libertad para mirar mejor Señor y las calles y caminos, de flores de ñujchu, que es roja y débil. El
la ciudad a la luz del día. Nos iríamos dentro de una hora, o menos. El Viejo rostro del Crucificado era casi negro, desencajado, como el del pongo.
hablaba. —Inca Roca lo edificó. Muestra el caos de los gentiles, de las Durante las procesiones, con sus brazos extendidos, las heridas profundas,
mentes primitivas. Era aguda su voz y no parecía la de un viejo, cenizo por y sus cabellos caídos a un lado, como una mancha negra, a la luz de la
la edad, y tan recio. Las líneas del muro jugaban con el sol; las piedras no plaza, con la catedral, las montañas o las calles ondulantes, detrás,
tenían ángulos ni líneas rectas; cada cual era como una bestia que se avanzaría ahondando las aflicciones de los sufrientes, mostrándose como el
agitaba a la luz; transmitían el deseo de celebrar, de correr por alguna que más padece, sin cesar. Ahora, tras el humo y esa luz agitada de la
pampa, lanzando gritos de júbilo. Yo lo hubiera hecho; pero el Viejo seguía mañana y de las velas, aparecía sobre el altar hirviente de oro, como al fondo
predicando, con palabras selectas, como tratando de abrumar a mi padre. de un crepúsculo del mar, de la zona tórrida, en que el oro es suave o
Cuando llegamos a la esquina de la Plaza de Armas, el Viejo se postró sobre brillante, y no pesado y en llamas como el de las nubes de la sierra alta, o
ambas rodillas, se descubrió, agachó la cabeza y se persignó lentamente. de la helada, donde el sol del crepúsculo se rasga en mantos temibles.
Lo reconocieron muchos y no se echaron a reír; algunos muchachos se Renegrido, padeciendo, el Señor tenía un silencio que no apaciguaba. Hacía
acercaron. Mi padre se apoyó en el bastón, algo lejos de él. Yo esperé que sufrir; en la catedral tan vasta, entre las llamas de las velas y el resplandor
apareciera un huayronk’o y le escupiera sangre en la frente, porque estos del día que llegaba tan atenuado, el rostro del Cristo creaba sufrimiento, lo
insectos voladores son mensajeros del demonio o de la maldición de los extendía a las paredes, a las bóvedas y columnas. Yo esperaba que de ellas
santos. Se levantó el Viejo y apuró el paso. No se puso el sombrero; avanzó brotaran lágrimas. Pero estaba allí el Viejo, rezando apresuradamente con
con la cabeza canosa descubierta. En un instante llegamos a la puerta de la su voz metálica. Las arrugas de su frente resaltaron a la luz de las velas;
eran esos surcos los que daban la impresión de que su piel se había del cielo sobre las filas de muros. Mi padre vio que contemplaba las ruinas y
descarnado de los huesos. —No hay tiempo para más —dijo. No oímos no me dijo nada. Más arriba, cuando el Sacsayhuaman se mostró, rodeando
misa. Salimos del templo. Regresamos a paso ligero. El Viejo nos guiaba. la montaña, y podía distinguirse el perfil redondo, no filudo, de los ángulos
No entramos a la iglesia de la Compañía; no pude siquiera contemplar de las murallas, me dijo: —Son como las piedras de Inca Roca. Dicen que
nuevamente su fachada; sólo vi la sombra de sus torres sobre la plaza. permanecerán hasta el juicio final; que allí tocará su trompeta el arcángel.
Encontramos un camión en la puerta de la casa. El mestizo de botas hablaba Le pregunté entonces por las aves que daban vueltas sobre la fortaleza. —
con el chofer. Habían subido nuestros atados a la plataforma. No Siempre están —me dijo—. ¿No recuerdas que huaman significa águila?
necesitaríamos ya entrar al patio. —Todo está listo, señor —dijo el mestizo. “Sacsay huaman” quiere decir “Águila repleta”. —¿Repleta? Se llenarán con
Mi padre entregó el bastón al Viejo. Yo corrí hasta el segundo patio. Me el aire. —No, hijo. No comen. Son águilas de la fortaleza. No necesitan
despedí del pequeño árbol. Frente a él, mirando sus ramas escuálidas, las comer; juegan sobre ella. No mueren. Llegarán al juicio final. —El Viejo se
flores moradas, tan escasas, que temblaban en lo alto, temí al Cuzco. El presentará ese día peor de lo que es, más ceniciento.—No se presentará. El
rostro del Cristo, la voz de la gran campama, el espanto que siempre había juicio final no es para los demonios. Pasamos la cumbre. Llegamos a
en la expresión del pongo, ¡y el Viejo!, de rodillas en la catedral, aun el Iscuchaca. Allí alquilamos caballos para seguir viaje a Abancay. Iríamos por
silencio de Loreto Kijllu, me oprimían. En ningún sitio debía sufrir más la la pampa de Anta. Mientras trotábamos en la llanura inmensa, yo veía el
criatura humana. La sombra de la catedral y la voz de la “María Angola” al Cuzco; las cúpulas de los templos a la luz del sol, la plaza larga en donde
amanecer, renacían, me alcanzaban. Salí. Ya nos íbamos. El viejo me dio la los árboles no podían crecer. ¿Cómo se habían desarrollado, entonces, los
mano. —Nos veremos —me dijo. Lo vi feliz. Un poco lejos, el pongo estaba eucaliptos, en las laderas del Sacsayhuaman? Los señores avaros habrían
de pie, apoyándose en la pared. Las roturas de su camisa dejaban ver partes envenenado quizá, con su aliento, la tierra de la ciudad. Residían en los
del pecho y del brazo. Mi padre ya había subido al camión. Me acerqué al antiguos solares desde los tiempos de la conquista. Recordé la imagen del
pongo y me despedí de él. No se asombró tanto. Lo abracé sin estrecharlo. pequeño cedrón de la casa del Viejo. Mi padre iba tranquilo. En sus ojos
Iba a sonreír, pero gimoteó, exclamando en quechua: “¡Niñito, ya te vas; ya azules reinaba el regocijo que sentía al iniciar cada viaje largo. Su gran
te estás yendo! ¡Ya te estás yendo!”. Corrí al camión. El Viejo levantó los proyecto se había frustrado, pero estábamos trotando. El olor de los caballos
dos bastones en ademán de despedida.—¡Debimos ir a la iglesia de la nos daba alegría. En la tarde llegamos a la cima de las cordilleras que cercan
Compañía! —me dijo mi padre, cuando el camión se puso en marcha—. Hay al Apurímac. “Dios que habla” significa el nombre de este río. El forastero lo
unos balcones cerca del altar mayor; sí, hijo, unos balcones tallados, con descubre casi de repente, teniendo ante sus ojos una cadena sin fin de
celosías doradas que esconden a quienes oyen misa desde ese sitio. Eran montañas negras y nevados, que se alternan. El sonido del Apurímac
para las enclaustradas. Pero sé que allí bajan, al amanecer, los ángeles más alcanza las cumbres, difusamente, desde el abismo, como un rumor del
pequeños, y revolotean, cantando bajo la cúpula, a la misma hora en que espacio. El río corre entre bosques negruzcos y mantos de cañaverales que
tocan la “María Angola”. Su alegría reina después en el templo durante el sólo crecen en las tierras quemantes. Los cañaverales reptan las
resto del día. Había olvidado al Viejo, tan apurado en despacharnos, aún la escarpadas laderas o aparecen suspendidos en los precipicios. El aire
misa no oída; recordaba sólo la ciudad, su Cuzco amado y los templos. — transparente de la altura va tornándose denso hacia el fondo del valle. El
Papá, la catedral hace sufrir —le dije. —Por eso los jesuitas hicieron la viajero entra a la quebrada bruscamente. La voz del río y la hondura del
Compañía. Representan el mundo y la salvación. Ya en el tren, mientras abismo polvoriento, el juego de la nieve lejana y las rocas que brillan como
veía crecer la ciudad, al fuego del sol que caía sobre los tejados y las cúpulas espejos, despiertan en su memoria los primitivos recuerdos, los más
de cal y canto, descubrí el Sacsayhuaman, la fortaleza, tras el monte en el antiguos sueños. A medida que baja al fondo del valle, el recién llegado se
que habían plantado eucaliptos. En filas quebradas, las murallas se siente transparente, como un cristal en que el mundo vibrara. Insectos
asentaban sobre la ladera, entre el gris del pasto. Unas aves negras, no tan zumbadores aparecen en la región cálida; nubes de mosquitos venenosos
grandes como dos cóndores, daban vueltas, o se lanzaban desde el fondo se clavan en el rostro. El viajero oriundo de las tierras frías se acerca al río,
aturdido, febril, con las venas hinchadas. La voz del río aumenta; no Nos alojamos en la casa de un Notario ex compañero de colegio de mi padre,
ensordece, exalta. A los niños los cautiva, les infunde presentimientos de al día siguiente y viendo la incomodidad que causábamos, alquilamos una
mundos desconocidos. Los penachos de los bosques de carrizo se agitan tienda en la calle central.
junto al río. La corriente marcha como a paso de caballos, de grandes
caballos cerriles. —¡Apurímac mayu! ¡Apurímac mayu! —repiten los niños Me matriculó en el Colegio y dormía en el internado, mi padre colocó su
de habla quechua, con ternura y algo de espanto. placa de abogado en la tienda y espero clientes, presentía que mi padre se
iba ir, y me dejaría por ello se presentó una tarde en el colegio en compañía
II. LOS VIAJES. de un forastero, era de Chalhuanca, estaba pleiteando un asunto contra un
No teníamos una residencia fija mi padre fue un abogado, viajábamos por hacendado, por ello mi padre ya no podía ocultarme que se iría, se recostó
valles cálidos, siempre junto a un rio pequeño, permanecíamos en un lugar sobre la mesa y lloró, y nos separamos casi con alegría, con la misma
por tiempo corto, decidía irse de un pueblo a otro cuando las montañas, los esperanza que después del cansancio de un pueblo, nos ilumine al empezar
caminos, los campos de juego, el lugar donde duermen los pájaros, cuando otro viaje.
los detalles del pueblo empezaban a formar parte de la memoria. Un día
llegamos a un pueblo, cuyos vecinos principales odiaban a los forasteros, IV. LA HACIENDA.
los niños odiaban a los pájaros los mataban, Yo abandoné ese pueblo El hacendado: canta y baila en la fiesta del pueblo, visten de casimir, montan
cuando los indios velaban su cruz en medio de la plaza, salí a pie hacia en su caballo y cruza la plaza a galope, se emborrachan y vigilan a los indios
Huancayo, en ese pueblo nos quisieron matar de hambre, apostaron un cara a cara. La casa del hacendado tiene un patio y un corral, un corredor,
celador en cada esquina de nuestra casa para amenazar a los litigantes que una dispensa, un troje, una sala amueblada con bancas y sillones antiguos
acudían al estudio. Mi padre viajaría en camión al amanecer, yo salí a pie en de madera. El hacendado es siempre el mayordomo de las fiestas. El patrón
la noche. Un día Llegamos Yauyos, una quebrada pequeña sobre un y su familia vivían como extraviados en la inmensa villa. Los indios y las
afluente del rio Cañete, allí los pobladores mataban a los loros que se mujeres no hablaban con los forasteros, un día quise hablarles, pero me
posaban en los árboles, pasamos por Huancapi, donde estuvimos solo unos rechazaron por ello el Padre Director del Colegio me llamaba: “loco” y “tonto
días, era una quebrada ancha y fría cerca de la cordillera, sobre los techos vagabundo”. Me angustiaba no ver a mi padre, por eso a veces quería
de paja de las casa tenían nieve, las cruces de las de los techos también alcanzarlo, en donde estaba, pero respetaba la decisión y espere
tenían hielo. Nos dirigimos a Cangallo bajamos hacia el fondo del valle, contemplándolo todo. Recordaba el canto de despedida del último ayllu que
íbamos buscando al gran rio, era el Pampas, extenso que pasaba por las me acogió, por lo cruel que me trataban mis parientes, mientras mi papá
regiones templadas. De Cangallo viajamos a Huamanga, allí encontramos a viajaba perseguido, cuando volvió no dejamos de viajar juntos. Los
los indios morochucos, jinetes de rostro europeo, cuatreros legendarios son hacendados solo venían al colegio a visitar al padre director, las mujeres,
descendientes de los almagristas excomulgados que se refugiaron en esa jóvenes y hombres los consideran un santo.
pampa, fría, inhospitalaria y estéril.
V. PUENTE SOBRE EL MUNDO.
III. LA DESPEDIDA. “¡Pachachaca! Puente sobre el mundo significa este nombre.” Y Huanupata
Nos enrumbamos para Abancay, llegamos, al llegar repicaban las campanas era el único barrio donde había chicherías, los sábados y domingos tocaban
todas las mujeres y una parte de los hombres rezaban en las calles de arpa y violín, en las de mayor clientela tocaban huaynos y marinera y la fama
rodillas. Mi padre preguntó a una mujer la razón, y contestó: “están operando se fundaba muchas veces en la hermosura de las mestizas que servía con
en el Colegio al padre Linares, santo predicador de Abancay y Director del su alegría y condescendencia, venían gente de los Andes, y pedían su
Colegio”, entonces nos arrodillamos y rezamos también. música al que tocaba el violín, yo iba a las chicherías a oír cantar y a buscar
a los indios de la hacienda. Había muchos descampados, en esos campos
jugaban los alumnos del colegio, jugábamos a los “peruanos” y “chilenos”, Tankayllu es el nombre del tábano zumbador que vuela en el campo libando
justamente un chileno era “Añuco” un alumno pobre que era hijo de un flores, por ello llevan la miel en su cuerpo.
hacendado que por juegos lo perdió todo, y a pesar de su absoluta pobreza,
era distinguido en el colegio tenía su protector otro alumno apellidado Lleras, Pinkuyllu es el nombre la quena gigante, que tocan los indios del sur en las
este era altanero, hosco, abusivo, y caprichoso. El “Añuco” contaba ya con fiestas comunales. El wak´rapuku es una corneta hecha de cuernos de toro,
catorce años de edad. En las noches algunos internos tocaban armónica, de los cuernos más gruesos y torcidos le ponen la boquilla de plata o de
pero nadie tocaba mejor que Romero, el alto y aindiado rondinista de bronce.
Andahuaylas.
¡Zumbayllu! En el mes de mayo lo trajo Antero, el primer Zumbayllu al
Ciertas noches entraba a la alcoba del padre una mujer demente, que servía colegio, todos miraban la mano de Antero, el mismo “Añuco” lo miraba era
de ayudante de cocina, los alumnos mayores también lo tumbaban al suelo un pequeño trompo con un cordel, bajo el sol denso el canto del Zumbayllu
para abusarla. Palacios era el interno más pequeño y humilde había venido se propagó con una claridad extraña parecía tener agudo filo, era el zumbido
de la aldea de la cordillera. Hubo un día en que el Lleras había desnudado del trompo. Antero tenia cabellos rubios, su cabeza parecía arder en los días
a la demente y exigía que el humilde Palacios se echara en su encima, todos de gran sol, regalo varios zumbayllus, todos hicimos bailar el trompo pero lo
lo defendimos. hacía como él. La base de su cabello era casi negro entre el color de la raíz
de sus cabellos y sus lunares, había una especie de indefinible pero clara
Debía tener 19 o 20 años, su cuerpo era ancho, su nuca fuerte, como la de identidad y su ojos parecía de color negro a causa del misterio de su sangre,
un toro, sus manos eran grandes, era el “Peluca”, se había enamorado de la lo apodaron el “Markask´a” que en quechua significa el marcado. Me
demente, por ella lloraba y se ponía melancólico, no había venido ya varias encargó que le escribiera una carta para Salvinia la niña de sus sueños, su
semanas por ello se encontraba impaciente, todos los internos le fastidiaban. reina, se había fijado en ella y quería conquistarla.

Los ríos fueron siempre míos, recordaba el valle de los Molinos, ahí había Rondinel un interno de contextura delgada, hueso puro, sus ojos hundidos
cinco molinos que eran movidos por el agua de un rio pequeño, en esa muy pequeños, causaban lastima estaban rodeadas de pestañas gruesas,
quebrada viví abandonado durante varios meses por ello los días domingos me desafío a una pelea, Tú crees ya leer mucho me dijo, crees también que
salía precipitadamente del colegio a recorrer los campos y aturdirme con el eres un gran maestro del zumbayllu, ¡Eres un indiecito, aunque pareces
fuego del valle. blanco! ¡Un indiecito no más! Lo apoyaba Lleras. Valle un alumno del que
había sentido respeto porque era el único lector del colegio, habló con
Yo no sabía si amaba más al puente o al rio. Pero ambos despejaban mi Rondinel, y le dijo que dado a las características de ambos el tenia las
alma. Debía ser como el gran rio, cruzar las tierra cortar las rocas, pasar probabilidades de derrotarme, lo mío solamente era una situación honrosa,
indetenible y tranquilo, entre los bosques y montañas y entrar al mar. entonces me recordé y me encomendé al “Apu K´arwarasu”. Y le hablé a él
como se encomendaban los escolares de mi aldea nativa, cuando tenían
VI. ZUMBAYLLU. que luchar o competir en carreras y en pruebas de valor.
Yllu representa en una de sus formas la música que producen las pequeñas
alas en el vuelo. Illa nombra a cierta especie de luz, y a los monstros que El Lleras había hablado con la demente, y tenía que venir, y me dirigí al patio
nacieron heridos por los rayos de la Luna. interior porque estaba seguro que algo ocurriría, cuando estábamos
hablando de un momento a otro apareció la demente pegada a la pared,
rechoncha, bajita entró a la vereda de los excusados, no había caminado ni
dos metros cuando el “Peluca” salto sobre ella y la derribó, en ese momento Antero me encontró y me dijo que el padre, reprimió a todos en el Colegio,
aparecieron el Lleras y el “Añuco”, y le amarraron algo en la espalda del pero antes me presentó a Salvinia, la niña la reina de sus ojos y su
“Peluca”, y se fueron, posteriormente nos dimos cuenta que en la espalda el pensamiento, llegamos a la puerta del Colegio me abrazó y me dijo: no sé
peluca tenía un montón de arañas que con tranquilidad los mató a pisotones. por qué contigo se abre mi pensamiento, se desata mi lengua, es que no
eres de acá, los anaquinos no son de confiar, mañana de busco, ¡te llevo tu
A la mañana siguiente ya en la madrugada, me dirigí al patio de tierra, me zumbayllu! ¡Del winco, hermano del winco brujo! ¡Ahora mismo lo hago!
lavé la cabeza con el agua del pozo e hice bailar mi zumbayllu, el trompo dio
un salto armonioso, bajó casi lentamente, cantando por todos sus ojos. Una VIII. QUEBRADA HONDA.
gran felicidad fresca y pura iluminó mi vida. El Padre Director me llevó a la capilla y me azotó por seguir a la indiada, dijo,
al día siguiente me llevó rumbo a Patibamba, allí dio un sermón y los indios
VII. EL MOTIN. y las indias, de la hacienda se arrodillaron y lloraron yo también hice lo
Antero busco al Flaco Rondinel y le explicó, que tampoco yo quería pelear mismo, luego me envió de regreso al Colegio en el anca de un caballo, lo
entonces amistamos e hicimos bailar el zumbayllu, ante la sorpresa de guiaba un mayordomo, me comento que venía la tropa, para dar un
todos. A las doce una multitud de mujeres protestan contra el robo de la sal, escarmiento a todas las que habían asaltado la Salinera.
el que la guía es una chichera famosa, gorda, la multitud de mujeres
coreaban en quechua: ¡Manan! ¡Kunankamallam suark´aku…! Decía. (¡No! Me dejó en la puerta del Colegio y me recibió el hermano Miguel lo abracé y
¡Solo hasta hoy robaron la sal!), hace su aparición el padre director, me dijo que cuando volviera el Padre Director, también lo abrace, Antero
escoltado por dos frailes y se abren paso entre la multitud. El padre trata de llego, y lo dejo pasar, y trajo el zumbayllu ¡winku y layk´a! nunca antes visto
calmarlas pero no se puede protestan porque se había vendido la sal para de color gris oscuro, con resplandores rojos, lo hicimos bailar, el hermano
las vacas de la hacienda, y el pueblo estaba primero, entonces toda la Miguel estaba sorprendido, Antero me regalo el zumbayllu y me dijo que lo
multitud se dirige a la oficina del estanco de la sal, Antero y yo lo seguimos, guardara que lo haríamos llorar en el campo o sobre una piedra grande del
sacan instantáneamente cuarenta costales de sal al patio y empiezan a rio.
repartirlo con suma tranquilidad y orden, “para los pobres de Patibamba tres
sacos” dijeron. En el patio encontraron también cuarenta mulas cargados Lleras había ofendido al Hermano Miguel, ¡negro de mierdas! Le dijo,
con costales de sal, las mujeres cantaban de alegría. Entonces nos dirigimos entonces el Hermano no se contuvo y le dio un puñetazo en la cara, y salió
a Patibamba y entramos a la Hacienda donde estaban los colonos y sangre por lo que le ordenó que se pusiera de rodillas a Lleras y al Añuco, y
repartieron la sal a las mujeres y niños todas las mujeres se acercaron al los hizo avanzar rumbo a la Capilla de sus rodilla manaba abundante sangre.
sitio de reparto. Entró entonces el Padre Director y ordeno que el Hermano entrara en su
celda y se llevó al Lleras a la dirección, luego nos reunió en la capilla a todos
Yo no pude ver estaba sumergido en un sopor tenaz e invencible, eso era a los internos, y nos hizo reflexionar, sin lugar a dudas el sermón que dio frente
causa del cansancio, me despertó una señora de hermosos ojos azules peló a los indios de Patibamba era diferente como más condescendiente con los
una naranja y me hizo comer, me trató con amabilidad. De regreso ya en el internos.
barrio de Huanupata, estaban mestizos e indios tomando chicha, celebraba
el asalto a la salinera, por las mujeres especialmente Doña Felipa, y Escuchamos noticias que el ejército estaba entrando por el puente de
empezaron a cantar. Pachachaca, las tiendas estaban cerradas y las indias habían huido, y se
ocultaban en sus casas. Apareció el Padre Director y nos hizo formar como
para ir a Misa por orden de estatura con mirada a la Dirección, entonces
llamo al Lleras y le dijo que se pida perdón del Hermano Miguel que estaba maridos. ¿Y doña Felipa? Pregunte, dice que ha huido de noche, luego el
en su frente, salió corriendo ¡ese es un negro! ¡Un negro! Diciendo estas amigo del “Iño” se fue.
palabras se ocultó en uno de los cuartos.
Pero supimos que los persecutores de la Felipa, encontraron una de las
Mientras el “Añuco” se arrodilló frente al Hermano, y le pidió perdón lo siguió mulas tumbada en medio del puente de Pachachaca, la habían matado,
Palacitos, también de rodillas besándole las manos, entre sollozos el degollado y habían tendido sus entrañas a lo ancho del puente,
Hermano lo levantó, lo abrazo contra su pecho, lo beso en la cara y en los posteriormente encontraron los dos fusiles colgados sobre un árbol de molle.
ojos. El Añuco saltaba de alegría. El rebozo de doña Felipa, sigue colgado en la cruz del puente, dicen que el
rio y el puente asustan a quienes intenten sacarlo.
Yo le mostré el winku layk´a al Añuco, y todos lo hicimos bailar, todos en una
alegría desbordante, entonces el Añuco: ¿me dijo me lo regalas?, ¿me lo Con el Markask´a fuimos siempre a la alameda y nos encontramos con
regalas? Es tuyo Añuco le dije alegremente. Salvinia y Alcira, me despedí y volví, pase por el cuartel, luego entré a las
chicherías, pregunte a un soldado borracho por doña Felipa, y me dijo que
IX. CAL Y CANTO. la habían matado, poco después una mestiza los desmintió, luego fui por el
¡Mueran las chicheras! ¡La machorra doña Felipa! ¡Viva el Coronel! ¡El camino hacia el rio, vi al Padre Augusto que bajaba la cuesta por la otra
glorioso regimiento!, escuchamos. banda montado sobre una mula muy cerca al rio, me oculte tras de un árbol,
el Padre cruzó el puente, al paso lento de la bestia, luego descubrí a la
El Padre abrió la puerta avanzó rápidamente hacia donde estábamos los demente que corría ente los arbustos, divise en ese instante, el rebozo de
internos, le pregunte por doña Felipa, y me dijo. “la prenderán esta noche”, doña Felipa, sobre la cruz de piedra del puente, el viento la sacudió era de
conversamos y me dio a conocer que mi padre ya no se encontraba en color anaranjado, desde la cima de una piedra vi que el Padre Augusto se
Chalhuanca, si no se había ido a Coracora, a cien leguas más allá. Me hizo detenía en el camino y llamaba con la mano a la demente, ella también lo
saber que mi padre había mandado dinero, y que me daría permiso el llamaba. El Padre espoleo a la mula y abandono a la opa, enseguida subió
sábado en la tarde más una buena propina. Sonaron los cohetes de al releje trepo la cruz, y sacó el rebozo, mugiendo siempre bajita y
arranque nuevamente el mismo vocerío, ¡mueran las chicheras! ¡Mueran! rechoncha. Me acerque al puente en donde varias golondrinas se divertían
Gritaron en la calle. cruzando, volando sobre las aguas y encima del releje, de cal y canto,
alejándose y volviendo. Regresé al Colegio, incluso antes que el Padre y la
opa, vi que el ejército se retiraba, regresé al internado, el portero dijo:
El “Añuco” no vino más, los Padres se reunieron. Romerito tocó el rondín, se
mañana temprano se va el Hermano al Cuzco, con el niño “Añuco” ya están
unió a nosotros Palacitos, mientras tocábamos apareció la opa, enseguida
los caballos listos.
el “Peluca” que la quiso meter a los excusados para abusarla, y ella se
resistía, Romero lo amenazo, ¡te vas “Peluca” o te rompo la crisma! La mujer
desapareció en el pasadizo. X. YAWAR MAYU.
Palacitos pregunto al Padre Carpena: ¿se va el Hermano?, ¿se va el
“Añuco”? No sé nada le contesto secamente el Padre. La luna menguante
El “Añuco” no bajó al patio, en la mañana se llevaron su catre, su baúl y un
alumbraba el patio. Dos caballos ensillados esperaban en la escalera. Un
pequeño cajón donde guardaba insectos secos. Llegó un amigo del “Iño”
hombre le toma de la brida. Salió de su cuarto el Hermano y la luna iluminó
Villegas y dijo que estaban zurrando a las chicheras en la cárcel, han chillado
el hábito blanco, salió después el “Añuco”. El Hermano me tocó la cabeza
duro, como alborotando, dice que les fuetearon el trasero delante de sus
con las manos y me besó, cuando llegó el “Añuco” y la claridad de la luna
iluminó sus ojos hundidos, no pude contener el llanto “adiós” me dijo, y me
dio la mano. Bajó las gradas, montaron. El “Añuco” partió primero, se volvió pregunte al guardia haciéndome pasar como su ahijado, “no se nada me
y nos hizo una señal de adiós. Palacitos lloró. contesto”. Luego me fui al colegio y me encontré con el “Peluca”, luego miré
a la opa que estaba en lo alto de la torre observando a la banda de músicos
La retreta cambió a la ciudad. En la misa el Padre pronunció un sermón largo y a toda la gente atiborrada.
y felicito al Coronel Prefecto. A la salida del templo, bajo el sol radiante, la
banda de músicos, tocó una marcha. Vi a Valle paseando muy orondo, XI. LOS COLONOS.
escoltando una fila de señoritas. Entretanto dos jóvenes que no había visto A doña Felipa no la pudieron encontrar los guardias que la buscaban se
nunca, se acercaron al grupo de muchachas donde se encontraba Salvinia. extraviaron, con datos falsos que daba la gente. Se marchó el regimiento de
“Soy hijo del Comandante” llegué ayer lo escuche decir. Y tomó del brazo a la ciudad. Yo no pude comprender como muchas de las señoritas que vi en
Salvinia. Antero montó en cólera enfrentó al joven quien huyó hacia el el parque durante la retreta lloraban por los militares. No lo comprendía, me
parque. causaba sufrimiento. Recordé a la opa trepando a la cruz sacando el rebozo
de doña Felipa, en el puente de Pachachaca. ¿Para que servían los
Palacios reconoce a Prudencio un paisano suyo que hace muchos años se militares? Reflexioné. Palacios se alegró porque venía su papá a visitarlo.
fue a ser soldado y ahora tocaba en la banda de músicos del ejército. Luego Antero se alejó de mí. Se hizo amigo de Gerardo hijo del comandante se
me dirigí a las chicherías, entre a la de doña Felipa, una de la mozas me convirtió en su héroe recién llegado. Pablo el hermano de Gerardo se hizo
trajo un vaso grande de chicha, el arpista era el Oblitas el “papacha” que amigo de Valle. En el extremo del patio oscuro cave con mis dedos un hueco,
afinaba su instrumento para tocar, de pronto ingresan cuatro soldados y uno con un vidrio fino me ayude para ahondarlo, y allí enterré el zumbayllu que
de ellos que era cabo fastidia a la moza. El arpista Oblitas comienza a tocar fue regalo de Antero. Lo tire al fondo, palpándolo con mis dedos y lo sepulté.
y cantar una canción triste y melodiosa que solamente sale de lo profundo Apisone bien la tierra. Me sentí aliviado.
de sus sentimientos relacionado a los ríos y al vivir cotidiano de los indios.
¿Por qué en los ríos profundos en estos abismos de rocas, de arbustos, y El “Chipro” dijo con voz temblorosa que en la banda de enfrente en la
sol, el tono de las canciones era dulce, siendo bravo, el torrente poderoso hacienda Ninabamba, están muriendo, ¡algo sucede! Preguntamos al padre
de las aguas teniendo los precipicios ese semblante aterrador? pero nos negó la respuesta. Sabíamos que era el tifus, que se propagó
rápidamente matando a los pobres indios. Descubrí que sobre unos pellejos
El maestro Oblitas tocaba dulces huaynos de Abancay. El cabo y el soldado descansaba el cuerpo de la opa. Me acerque. La opa agonizaba, la cocinera
bailaban entre sí, una mestiza comienza a cantar y las letras hacen alusión rezó el padrenuestro, en quechua yo me arrodillé. Me fui a avisar al Padre.
a doña Felipa favoreciendo todas las acciones anteriormente hechas. El La opa Marcelina ha muerto, ¡de tifus Padre! ¡Hágala sacar del colegio!, salí
rostro de los soldados parecía enfriarse, a pesar de su abatimiento, vi que corriendo volví a la opa palideció y murió. Le pedí perdón en nombre de
en sus ojos bullía un sentimiento confuso. Un guardia civil entro a la chichería todos los alumnos. Llegó el Padre me llevó me sacó a empujones, el portero
hizo callar la música y cesar la danza. Llevó preso al maestro Oblitas, todos me limpió el cuerpo y me llevó a la celda deshabitada del Hermano Miguel.
huyeron yo también me fui, encontré a la banda militar marchando hacia la El Padre me interrogó: ¿entraste a su cama?, me cubrí el rostro con la
plaza, seguida por una parvada de chicos, “señoritos” y mestizos, marché a frazada, ¡Padrecito! Le dije, no me ensucie. Los ríos lo pueden arrastrar
un costado de la banda, cerca de los grandes, reconocí a Palacitos, iba casi están conmigo. Me cubrí la cabeza con las frazadas y no pude contener el
junto al Prudencio. Y descubrí a Antero que venía con el hijo del Comandante llanto. Un llanto feliz como si había escapado de un riesgo de contaminación
al cual me presento, “mucho gusto” le dije. Su nombre era Gerardo. Lugo se con el demonio. Salté de la cama, me vi desnudo y me cubrí con una frazada.
fueron rápidamente alcanzaron a una fila de muchachas y aquietaron el Como probando mis fuerzas. “¡yo no tengo fiebre!” voy a escapar. El portero
paso. Me retiré a la plaza y tomé una decisión que parecía alocada y que sin vino a mi cuarto y me confesó que tenía fiebre y que se había metido a la
embargo me cautivó, ir a la cárcel y preguntar por el papacha Oblitas. Le cama de la opa Marcelina. Y que se iba a su tierra para morir. El Padre me
despertó al amanecer y me dijo que el “Peluca” había perdido la razón y
había sido sacado del Internado. No me dejaron salir del dormitorio
pensaban que tenía la fiebre. Palacitos se despidió mediante una nota y
cerca de mi celda me dijo: ¡Adiós! Y salió corriendo me dejo dos monedas
de oro de una libra. El martes a mediodía el Padre Director abrió la puerta
del dormitorio se acercó a mi cama apresuradamente. Te vas a la hacienda
de tu tío Manuel Jesús. Tengo la autorización de tu padre. Está a dos días
de camino. ¡Iras a pie! “¡el reloj despertador sonará a las cuatro de la mañana
y hace hora te iras!”. Le he prometido a tu padre. Al día siguiente corrí rumbo
al camino de Patibamba unos guardias lo custodiaban y no me permitieron
pasar, entonces regresé y vi que las puertas de las chicherías se
encontraban cerradas. Los colonos estaban pasando por las oroyas pues se
estaban muriendo de la peste, venían a solicitar una misa grande al padre,
pues decían que sin misa se iban a condenar. Los colonos subían como una
mancha de carneros, todos se dirigían a Abancay. Luego fui al encuentro del
padre y me encomendó para tocar las campanas anunciando la misa. A la
media noche repicaron tres veces las campanas. Fue una misa corta de
media hora los colonos rezaban y cantaban. Al día siguiente salí del colegio
fui por la quebrada para llegar a la cordillera. Por el puente colgante de
Auquibamba, pasaría el rio, en la tarde la fiebre tal vez había sido aniquilado
por los colonos y puestos sobre una rama de chachacomo o de retama o
flotando sobre los montes de flores del pisonay, que estos ríos profundos
cargan siempre.

Al finalizar solamente agradecimientos por la atención prestada, hasta


un próximo resumen.

Análisis]
«El lado subjetivo de Los ríos profundos está centrado en el empeño del
protagonista por comprender el mundo que lo rodea y, por insertarse en
él como en una totalidad viviente», continua diciendo Cornejo. Y finaliza
así: «Los ríos profundos no es la obra más importante de Arguedas; es,
sí, sin duda, la más hermosa y perfecta».

Autor: José María Arguedas.

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