Crítica Doctrinal A La Desiderio Desideravi

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Fundamentos teológicos sobre los que se apoya la reciente

exhortación apostólica Desiderio Desideravi


https://conoceamayvivetufe.com/2022/08/20/una-critica-doctrinal-de-
desiderio-desideravi-la-primacia-de-la-adoracion/

Introducción del editor Adelante La Fe: Damos inicio a la publicación, en


cinco artículos sucesivos, de un importante estudio de José Antonio Ureta
sobre los fundamentos teológicos sobre los que se apoya la reciente
exhortación apostólica Desiderio Desideravi. El autor argumenta que estos
fundamentos difieren manifiestamente de los de la encíclica Mediator Dei de
Pío XII en la medida en que ponen todos los acentos precisamente en las
peligrosas inclinaciones del Movimiento Litúrgico tardío contra las cuales el
último Papa preconciliar quiso advertir a los fieles.

La primacía de la adoración

José Antonio Ureta

Necesidad de un examen meticuloso

En los medios tradicionalistas, los comentarios a la exhortación apostólica


Desiderio desideravi se han limitado hasta el presente a lamentar la reiteración
de la tesis de que la misa de Pablo VI es la única forma de Rito Romano y a
negar que el nuevo Ordinario de la Misa sea una traducción fiel de los deseos
de reforma expresados por los Padres conciliares en la constitución
Sacrosantum Concilium.

No me ha llegado a las manos (o, más bien, a la pantalla del computador)


ninguna crítica teológica de los principios desarrollados por el papa Francisco
en su meditación sobre la liturgia. Veo inclusive con preocupación que
algunos artículos, al mismo tiempo que condenan los dos defectos de
Desiderio desideravi arriba mencionados, dan a entender que si sus principios
y algunos comentarios del Papa fuesen puestos en práctica en las parroquias,
el resultado sería positivo. «De hecho, buena parte de los consejos del papa
Francisco para la liturgia se podría entender como una convocatoria general a
la tradición en la liturgia», escribe un destacado líder tradicionalista, que tras
citar algunos fragmentos de la exhortación sobre la riqueza del lenguaje
simbólico, agrega: «Si los ceremonieros de las diócesis se tomasen a pecho
estas afirmaciones, observaríamos por todo el mundo una transformación de la
liturgia de vuelta a la tradición»[1]. Los sacerdotes birritualistas de la diócesis
de Versalles que animan el portal Padreblog afirman, por su parte, que
«bastantes elementos de la carta tienen en común que ni son propios ni figuran
en el Misal de 1962 ni en el de 1970», para concluir que «lo mejor del Misal
de San Pío V encontrará de modo natural su lugar en la profundización
litúrgica que pide el Santo Padre»[2]. El capellán de la misa tradicional a la
que asisto regularmente (perteneciente a una comunidad Ecclesia Dei) parece
ser de la misma opinión, pues sugirió al fin de un sermón reciente superar el
desagrado que produce el párrafo 31 de Desiderio desideravi y aprovechar las
vacaciones del verano europeo para nutrirse espiritualmente con la lectura del
documento papal.

Temiendo que esa actitud benevolente se difunda en los medios


tradicionalistas, pretendo mostrar en los párrafos que siguen los desvíos
doctrinales que, en mi modesta opinión, salpican las meditaciones del Papa
Francisco sobre la liturgia, desvíos que resultan de la nueva orientación
teológica asumida por la constitución Sacrosantum Concilium del Concilio
Vaticano II. Lo haré comparando la visión de la liturgia que enseña el último
documento preconciliar sobre el tema, o sea, la encíclica Mediator Dei de Pio
XII con aquella que emerge de Desiderio desideravi. La conclusión será que
esta última merece, por lo menos, la crítica que hacía el cardenal Giovanni
Colombo a la Gaudium et Spes, a saber, que «todas las palabras son
apropiadas; lo que falla son los acentos»[3]. Infelizmente, tras leer el texto
reciente del Papa los lectores se quedan más con los acentos errados que con
las palabras apropiadas…

La comparación entre la visión de Pio XII y la de Francisco versará sobre


cuatro puntos específicos: la finalidad del culto litúrgico, el misterio pascual
como centro de la celebración, el carácter memorial de la Santa Misa y, por
último, la presidencia de la asamblea litúrgica.

Finalidad del culto litúrgico

Mediator Dei[4] deja sentado con una claridad meridiana que el culto católico
tiene dos finalidades principales que se entrecruzan y se apoyan mutuamente:
la gloria de Dios y la santificación de las almas. Pero, evidentemente, la
primacía le corresponde al homenaje rendido al Creador.

Después de explicar que «el deber fundamental del hombre es, sin duda
ninguna, el de orientar hacia Dios su persona y su propia vida» (n° 18),
reconociendo su majestad suprema y dándole «mediante la virtud de la
religión, el debido culto» (n° 19), Pío XII recuerda que la Iglesia lo hace
continuando la función sacerdotal de Jesucristo (n° 5) y concluye con la
siguiente definición: «La sagrada liturgia es, por consiguiente, el culto público
que nuestro Redentor tributa al Padre como Cabeza de la Iglesia, y el que la
sociedad de los fieles tributa a su Fundador y, por medio de Él, al Eterno
Padre: es, diciéndolo brevemente, el completo culto público del Cuerpo
místico de Jesucristo, es decir, de la Cabeza y de sus miembros» (n° 29).

Inclusive el fin subsidiario (y, de hecho, primario desde otro punto de vista) de
santificar las almas tiene como fin último la gloria de Dios: «Tal es la esencia
y la razón de ser de la sagrada liturgia; ella se refiere al sacrificio, a los
sacramentos y a las alabanzas de Dios, e igualmente a la unión de nuestras
almas con Cristo y a su santificación por medio del divino Redentor, para que
sea honrado Cristo, y en Él y por Él toda la Santísima Trinidad: Gloria al
Padre y al Hijo y al Espíritu Santo» (n° 215).

Por influencia de los teólogos del llamado Movimiento Litúrgico, cuyas ideas
fueron recogidas en Sacrosanctum Concilium, esa relación entre glorificación
de Dios y santificación de las almas en la liturgia quedó invertida. Lo explica
de modo muy pedagógico el teólogo jesuita P. Juan Manuel Martín Moreno en
sus Apuntes de Liturgia[5] para el curso que impartió en la Pontificia
Universidad de Comillas (de la Compañía de Jesús) en los años 2003-2004:

«Siempre se ha reconocido una doble dimensión al acto litúrgico. Por una


parte tiene como objetivo la glorificación de Dios (dimensión ascensional o
anabática) y por otra la salvación y santificación de los hombres (dimensión
descensional o catabática). (…)

»La teología litúrgica anterior al Vaticano II partía del concepto de culto


concebido anabáticamente. La liturgia era primariamente la glorificación de
Dios, el cumplimiento de la obligación que la Iglesia tiene como sociedad
perfecta de rendir culto público a Dios, para atraerse de ese modo sus
bendiciones.

»En cambio para el Vaticano II prima la dimensión descendente. La Trinidad


divina se manifiesta en la Encarnación y en la Pascua de Cristo. El Padre
entregando a su Hijo al mundo en la Encarnación, y su Espíritu en la plenitud
de la Pascua, nos comunica su comunión trinitaria como un don. Este doble
don de la Palabra y el Espíritu se nos da en el servicio litúrgico para nuestra
liberación y santificación. (…)
»La concepción anabática de la liturgia se centraba en el servicio del hombre a
Dios, mientras que la concepción catabática se fija en el servicio ofrecido por
Dios al hombre. La crítica del culto, entendida como servicio del hombre a
Dios, se basa en el hecho de que efectivamente Dios no necesita esos servicios
del hombre. (…)

»Si la liturgia fuese básicamente culto, sería superflua. Pero si la liturgia es el


modo como el hombre puede entrar en posesión de la salvación de Dios, el
modo como la acción salvífica se hace realmente presente aquí y ahora para el
hombre, es claro que el hombre sigue necesitando la liturgia»[6].

De hecho, la dimensión catabática tiene también la finalidad anabática de


conducir los hombres a Dios y hacer que lo glorifiquen. Pero, en Desiderio
desideravi[7], el papa Francisco enfatiza casi exclusivamente esta concepción
primordialmente catabática de la liturgia y deja en la sombra la glorificación
de Dios, que para Pío XII es su elemento primordial.

Su meditación comienza con las palabras iniciales del relato de la Última Cena
– «ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros»– subrayando
que ellas nos dan «la asombrosa posibilidad de vislumbrar la profundidad del
amor de las Personas de la Santísima Trinidad hacia nosotros» (n° 2). «El
mundo no lo sabe, pero todos están invitados al banquete de bodas del
Cordero (Ap 19, 9)» (n° 5), agrega el pontífice. Sin embargo, «antes de
nuestra respuesta a su invitación –mucho antes– está su deseo de nosotros:
puede que ni siquiera seamos conscientes de ello, pero cada vez que vamos a
Misa, el motivo principal es porque nos atrae el deseo que Él tiene de
nosotros» (n° 6). La liturgia, entonces, es ante todo el lugar del encuentro con
Cristo, porque ella «nos garantiza la posibilidad de tal encuentro» (n° 11).

El sentido catabático y descendiente de la liturgia –entrar en posesión de la


salvación– está muy bien resaltado. Pero fue enteramente omitido el hecho,
destacado por Pío XII en el texto ya citado, de que la primera función
sacerdotal de Cristo es rendir culto al Padre Eterno en unión con su Cuerpo
Místico.

Esa unilateralidad se refuerza en otro párrafo que trata específicamente del


aspecto anabático ascendiente, o sea, de la glorificación de la divinidad por los
fieles reunidos. Dicho texto insinúa que la gloria de Dios es secundaria, en
cuanto no agrega nada a la que Él ya posee en el Cielo, mientras lo que
realmente vale es su presencia en la tierra y la transformación espiritual que
ella produce: «La Liturgia da gloria a Dios no porque podamos añadir algo a
la belleza de la luz inaccesible en la que Él habita (cfr. 1 Tim 6,16) o a la
perfección del canto angélico, que resuena eternamente en las moradas
celestiales. La Liturgia da gloria a Dios porque nos permite, aquí en la tierra,
ver a Dios en la celebración de los misterios y, al verlo, revivir por su Pascua:
nosotros, que estábamos muertos por los pecados, hemos revivido por la
gracia con Cristo (cfr. Ef 2,5), somos la gloria de Dios» (n° 43).

Las palabras son apropiadas, porque es verdad que el hombre agrega a Dios
una gloria apenas “accidental”, pero fue Dios mismo el que quiso recibirla de
él al crearlo. Pero los acentos, por su unilateralidad, conducen los fieles a una
posición errónea, que fácilmente degenera en el culto del becerro de oro, o
sea, «en una fiesta que la comunidad se ofrece a sí misma, y en la que se
confirma a sí misma», actitud denunciada en su tiempo por el entonces
cardenal Joseph Ratzinger [8].

NOTAS:

[1] https://onepeterfive.com/pope-francis-liturgical-longing/

[2] https://www.la-croix.com/Debats/Au-dela-querelles-liturgiques-pape-
nous-fait-contempler-

souffle-doit-habiter-toute-liturgie-2022-07-06-1201223716

[3] http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1347506.html

[4] Las citas de la encíclica y su numeración corresponden a la versión


publicada en el sitio internet

de la Santa Sede:
https://www.vatican.va/content/pius-xii/es/encyclicals/documents/hf_p-

xii_enc_20111947_mediator-dei.html.

[5] https://www.academia.edu/34752512/Apuntes_de_Liturgia.doc

[6] Op. cit., p. 47-48.


[7] Las citas de la exhortación apostólica y la numeración corresponden a la
versión publicada

en el sitio internet de la Santa Sede:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_letters/documents/
20220629-lettera-ap-
desiderio-desideravi.html

[8] Joseph Ratzinger, El Espíritu de la liturgia: una introducción, Eds.


Cristiandad, Madrid, 2001, p.

43.

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