Tarea 3 de Lenguaje

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FICHA TEXTUAL

LOS RIOS PROFUNDOS

A diferencia de cierta literatura de las últimas décadas latinoamericanas, Arguedas concibió


su narrativa como exacto diagrama verbal de una realidad cuya patencia nunca puso en
duda: así era la realidad y así exactamente la decían las palabras, y prácticamente no había
distancia entre ambos distantes registros. El júbilo que testimonia su ensayo sobre la
composición de Agua, que siguiendo sus propias indicaciones se ha visto nacido del certero
hallazgo de la transposición de la sintaxis quechua al español, con mayor rotundidad habla
de otra cosa. Habla de ese descubrimiento privativo del escritor: la realidad vive y resplandece
en un universo de palabras mejor quizás que en las cosas mismas. Los problemas con el
referente, que han sido detectados en una tendencia solipsista de las letras latinoamericanas
actuales, no fueron registrados por Arguedas y ni siquiera tuvo conciencia de que pudiera
existir semejante conflicto, como lo testimonia su escándalo ante las criteriosas apuntaciones
de Sabastián Salazar Bondy respecto a la distancia entre la palabra y la cosa.Para él, como
raigalmente para la mayoría de los poetas, la palabra era la cosa, no meramente su
significado representado en un sonido. Sobre esa inextricable relación centró su meditación,
no sólo literaria, sino asimismo cultural. Esto puede percibirse como el estrato
prerrenacentista del saber que escudriñó Foucault en el pensamiento europeo, pero también
puede religarse a una concepción extensiva a las sociedades primitivas o arcaicas y, más 14
generalmente, a las comunidades rurales de las más diversas áreas culturales del planeta.
Por su experiencia vital en la niñez, por su trabajo de folclorista y etnólogo en los años
adultos, Arguedas estuvo íntimamente vinculado a las comunidades ágrafas, donde la
palabra, como privilegiado instrumento de elaboración cultural, se emplea con la reverencia y
laconismo de un valor superior, reconociéndosele capacidad encantatoria, poder
sobrenatural, alcance sacralizador. Dado el bilingüismo hostil peruano en cuya frontera vivió
y dado que fue un escritor, es decir, un hombre que trabaja con palabras, podía preverse su
atención por ellas, aunque quizás no en ese grado superlativo que le hizo transformarlas en
clave sobre la que rotaría su empeño creativo. (Bristol & Miller C. 2006 p 6, 7).
FICHA TEXTUAL

LOS RIOS PROFUNDOS

Se trata siempre de composiciones populares de tipo tradicional, en su mayoría anónimas,


pero que siguen siendo usadas corrientemente. Son las canciones espontáneas del pueblo.
Las más frecuentes son los jarahuis y los huaynos. Los dos jarahuis que transcribe aparecen
en momentos de alta intensidad emocional: uno cuando Ernesto evoca su partida del ayllu
donde pasó la infancia y otro cuando las mujeres desafían a los soldados. Según Arguedas a
este tipo de composición se le estimaba en el Imperio como a «la forma más excelsa de la
poesía y de la música». En un artículo inmediatamente anterior a la publicación de Los ríos
profundos dice: «…son cantos de imprecación. No los entonan los hombres, sólo las mujeres,
y siempre en coro, durante las despedidas o la recepción de las personas muy amadas o muy
importantes; durante las siembras y las cosechas; en los matrimonios. La voz de las mujeres
alcanza notas agudas, imposibles para la masculina. La vibración de la nota final taladra el
corazón y trasmite la evidencia de que ningún elemento del mundo celeste o terreno ha
dejado de ser alcanzado, comprometido por este grito final. Aún hoy, después de más de
veinte años de residencia en la ciudad, en la que he escuchado la obra de los grandes
compositores occidentales, sigo creyendo que no es posible dar mayor poder a la expresión
humana».Pero la mayoría de las canciones son huaynos de distintas regiones del país, tanto
antiguos como modernos. Su primacía obedece al principio verista, pues se trata de la
composición más 26 popularizada del país y por lo tanto la previsible en las reuniones de las
chicherías o de los alumnos del colegio, de quienes dice que hacen competencias llegando a
cantar cincuenta huaynos (Bristol & Miller C. 2006 p 9, 10).
FICHA TEXTUAL

LOS RIOS PROFUNDOS

La invención de Arguedas parte del último modelo realista y racionalista en el período en


que es asaltado por los sectores bajos ascendentes: la novela de crítica social. El gran
instrumento narrativo de la burguesía es asumido por los grupos contestatarios
imprimiéndole ciertas modificaciones indispensables, como fue la adopción de parámetros
colectivos o la conversión del personaje en tipo representativo de la clase social, rasgos que
aún pervivirán en la creación arguediana. Pero él introduce una rebelión subrepticia contra
el modelo, la cual tiene puntos de contacto con la vanguardia de entrambas guerras pero
que, por no haberla conocido y, sobremanera, por haber trabajado en el cerrado recinto de
las culturas internas y populares peruanas, Arguedas no habrá de seguir en sus
lineamientos generales. Digamos que cumple, a partir de este último modelo que desciende
a los sectores medios adquiriendo entre ellos una particular y sabrosa aspereza, una
retrogradación hacia los orígenes confusos del género, retornando hacia la recuperación de
sus formas populares. Esa retrogradación puede llamarse también revolución, si
aceptamos la interpretación etimológica del término, según la cual deben ser recuperadas
las fuentes primordiales cuando se procura un avance inventivo hacia el futuro. Parece
nacida de la peculiar ambivalencia de la situación cultural del autor, quien lee de pie, en
un patio universitario de Lima, fascinado, El Tungsteno de César Vallejo, escritor a quien
seguirá llamando su maestro en el final de su vida, compartiendo su pensamiento político,
y a la 34 vez vive atraído por una sociedad tradicional y rural, conservadora de muy
antiguas formas preburguesas. (Bristol & Miller C. 2006, p 15)
FICHA TEXTUAL

LOS RIOS PROFUNDOS

De sus orígenes campesinos rituales, la tragedia griega y la ópera moderna, conservaron el


equilibrado uso de individuos y coro, proponiendo progresivamente plurales «personas»
individuales y plurales grupos corales dirigidos por corifeos, entre los cuales se hacía más
complejo y rico el conflicto dramático. La misma alternancia la encontramos en la novela de
Arguedas, siendo su rasgo llamativo la amplitud y destreza con que son incorporadas las
masas corales (las chicheras, los colonos de las haciendas, los soldados) dada la flagrante
ausencia de ellas en las mejores novelas latinoamericanas contemporáneas que trabajan
sobre conflictos de individuos. El reproche que le dirige Vargas Llosa al afirmar que Arguedas
había introducido en la literatura peruana una novedad consistente en «un mundo donde se
borran los individuos y los reemplazan como personajes los conjuntos humanos» no rige en
Los ríos profundos, ni tampoco en Todas las sangres. La individualidad de los estudiantes del
colegio está asegurada por una sutil capacidad de composición e incluso lo está la de
personajes episódicos bocetados (el padre, el director del Colegio, el padre negro), aunque
Arguedas no deja de sumar en cada uno de ellos los rasgos específicos, privativos, de la
individualidad, junto con la cualidad de representantes de sectores sociales nítidamente
diferenciados. Pero a ese abanico de personajes, Arguedas agrega ingentes conjuntos corales,
brillantemente manejados, que actúan separadamente. Son fundamentalmente 35 tres: las
chicheras que llevan a la cabeza a su corifeo, doña Felipa, los colonos y los huayruros con su
orquesta acompañante. Cada uno de los grupos es tratado de distinta manera:
colectivamente, bajo un solo trazo homogéneo, los colonos; armónicamente pero con matices
diferenciales, las chicheras; más pormenorizadas e individualmente, subrayando sus
jerarquías castrenses que introducen distintos estratos sociales, los soldados. Pero todos ellos
comparten un régimen propio de los coros operáticos: su agrupación bajo ropajes fantásticos
donde más libremente funciona la nota imaginativa, sorprendente y aun irreal. (Bristol &
Miller C. 2006 p 18,19)
FICHA TEXTUAL
EL CABALLERO CARMELO

Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos aparecer,
desde la reja, en el fondo de la plazoleta, un jinete en bellísimo caballo de paso,
pañuelo al cuello que agitaba el viento, sanpedrano pellón de sedosa cabellera negra,
y henchida alforja, que picaba espuelas en dirección a la casa.

Reconocímosle. Era el hermano mayor, que años corridos, volvía. Salimos


atropelladamente gritando:

–¡Roberto, Roberto!

Entró el viajero al empedrado patio donde el ñorbo y la campanilla enredábanse en


las columnas como venas en un brazo y descendió en los de todos nosotros. ¡Cómo se
regocijaba mi madre! Tocábalo, acariciaba su tostada piel, encontrábalo viejo, triste,
delgado. Con su ropa empolvada aún, Roberto recorría las habitaciones rodeados de
nosotros; fue a su cuarto, pasó al comedor, vio los objetos que se habían comprado
durante su ausencia, y llegó al jardín. –¿Y la higuerilla? –dijo.

Buscaba entristecido aquel árbol cuya semilla sembrara él mismo antes de partir.
Reímos todos:

–¡Bajo la higuerilla estás!…

El árbol había crecido y se mecía armoniosamente con la brisa marina. Tocólo mi hermano,

limpió cariñosamente las hojas que le rebozaban la cara, y luego volvimos al comedor

(Robsy ,E. 2002, p 3) .


FICHA TEXTUAL

LOS RIOS PROFUNDOS

Mi padre me llevó al atrio. Subimos las gradas. Se descubrió cerca de la gran puerta central.
Demoramos mucho en cruzar el atrio. Nuestras pisadas resonaban sobre la piedra. Mi padre
iba rezando; no repetía las oraciones rutinarias; le hablaba a Dios, libremente. Estábamos a
la sombra de la fachada. No me dijo que rezara; permanecí con la cabeza descubierta,
rendido. Era una inmensa fachada; parecía ser tan ancha como la base de las montañas que
se elevan desde las orillas de algunos lagos de altura. En el silencio, las torres y el atrio
repetían la menor resonancia, igual que las montañas de roca que orillan los lagos helados.
La roca devuelve profundamente el grito de los patos o la voz humana. Ese eco es difuso y
parece que naciera del propio pecho del viajero, atento, oprimido por el silencio.Cruzamos, de
regreso, el atrio; bajamos las gradas y entramos al parque.—Fue la plaza de celebraciones de
los incas —dijo mi padre—. Mírala bien, hijo. No es cuadrada sino larga, de sur a norte.La
iglesia de la Compañía, y la ancha catedral, ambas con una fila de pequeños arcos que
continuaban la línea de los muros, nos rodeaban. La catedral enfrente y el templo de los
jesuitas a un costado. ¿Adónde ir? Deseaba arrodillarme. En los portales caminaban algunos
transeúntes; vi luces en pocas tiendas. Nadie cruzó la plaza.
—Papá —le dije—. La catedral parece más grande cuanto de más lejos la veo. ¿Quién la hizo?
—El español, con la piedra incaica y las manos de los indios.
—La Compañía es más alta.
—No. Es angosta.
—Y no tiene atrio, sale del suelo.
—No es catedral, hijo.

(Bristol & Miller C. 2006, p 37)


FICHA TEXTUAL
LOS RIOS PROFUNDOS

El Amaru Cancha, palacio de Huayna Capac, era una ruina, desmoronándose por la cima. El
desnivel de altura que había entre sus muros y los del templo permitía entrar la luz a la calle y
contener, mejor, a la sombra.La calle era lúcida, no rígida. Si no hubiera sido tan angosta, las
piedras rectas se habrían, quizá, desdibujado. Así estaban cerca; no bullían, no hablaban, no
tenían la energía de las que jugaban en el muro del palacio de Inca Roca; era el muro quien
imponía silencio; y si alguien hubiera cantado con hermosa voz, allí, las piedras habrían repetido
con tono perfecto, idéntico, la música.Estábamos juntos; recordando yo las descripciones que en
los viajes hizo mi padre, del Cuzco. Oí entonces un canto.
¡La María Angola! —le dije.
—Sí. Quédate quieto. Son las nueve. En la pampa de Anta, a cinco leguas, se le oye. Los viajeros
se detienen y se persignan.
La tierra debía convertirse en oro en ese instante; yo también, no sólo los muros y la ciudad, las
torres, el atrio y las fachadas que habían visto.La voz de la campana resurgía. Y me pareció ver,
frente a mí, la imagen de mis protectores, los alcaldes indios: don Maywa y don Víctor Pusa,
rezando arrodillados delante de la fachada de la iglesia de adobes, blanqueada, de mi aldea,
mientras la luz del crepúsculo no resplandecía sino cantaba. En los molles, las águilas, los
wamanchas tan temidos por carnívoros, elevaban la cabeza, bebían la luz, ahogándose.
Yo sabía que la voz de la campana llegaba a cinco leguas de distancia. Creí que estallaría en la
plaza. Pero surgía lentamente, a intervalos suficientes; y el canto se acrecentaba, atravesaba los
elementos; y todo se convertía en esa música cuzqueña, que abría 56 las puertas de la memoria.
(Cachay, D. 2008, p 49).
FICHA TEXTUAL

EL CABALLERO CARMELO

Amanecía, en Pisco, alegremente. A la agonía de las sombras nocturnas, en el frescor del


alba, en el radiante despertar del día, sentíamos los pasos de mi madre en el comedor,
preparando el café para papá. Marchábase éste a la oficina. Despertaba ella a la criada,
chirriaba la puerta de la calle con sus mohosos goznes; oíase el canto del gallo que era
contestado a intervalo por todos los de la vecindad; sentíase el ruido del mar, el frescor de la
mañana, la alegría sana de la vida. Después mi madre venía a nosotros, nos hacía rezar,
arrodillados en la cama, con nuestras blancas camisas de dormir; vestíanos luego, y, al
concluir nuestro tocado, se anunciaba a lo lejos la voz del panadero. Llegaba éste a la puerta
y saludaba. Era un viejo dulce y bueno, y hacía muchos años, al decir de mi madre, que
llegaba todos los días, a la misma hora, con el pan calientito y apetitoso, montado en su
burro, detrás de dos capachos de cuero, repletos de toda clase de pan: hogazas, pan francés,
pan de mantecado, rosquillas…Mi madre escogía el que habíamos de tomar y mi hermana
Jesús lo recibía en el cesto. Marchábase el viejo, y nosotros, dejando la provisión sobre la
mesa del comedor, cubierta de hule brillante, íbamos a dar de comer a los animales.
Cogíamos las mazorcas de apretados dientes, las desgranábamos en un cesto y entrábamos
al corral donde los animales nos rodeaban. Volaban las palomas, picoteábanse las gallinas
por el grano, y entre ellas, escabullíanse los conejos. Después de su frugal comida, hacían
grupo alrededor nuestro. Venía hasta nosotros la cabra, refregando su cabeza en nuestras
piernas; piaban los pollitos; tímidamente ese acercaban los conejos blancos, con sus largas
orejas, sus redondos ojos brillantes y su boca de niña presumida; los patitos, recién sacados,
amarillos como yema de huevo, trepaban en un panto de agua; cantaba desde su rincón,
entrabado, el “Carmelo”, y el pavo, siempre orgulloso, alharaquero y antipático, hacía por
desdeñarnos, mientras los patos, balanceándose como dueñas gordas, hacían, por lo bajo,
comentarios, sobre la actitud poco gentil del petulante.Aquel día, mientras contemplábamos
a los discretos animales, escapóse del corral “el Pelado”, un pollo sin plumas, que parecía
uno de aquellos jóvenes de diecisiete años, flacos y golosos. Pero “el Pelado”, a más de eso,
era pendenciero y escandaloso, y aquel día, mientras la paz era en el corral, y lo otros comían
el modesto grano, él, en pos de mejores viandas, habíase encaramado en la mesa del
(
comedor y rotos varias piezas de nuestra limitada. Robsy, E. 2002, p 4,5)
FICHA TEXTUAL

EL CABALLERO CARMELO

Quien sale de Pisco, de la plazuela sin nombre, salitrosa y tranquila, vecina a la Estación y
torna por la calle del Castillo, que hacia el sur se alarga, encuentra, al terminar, una
plazuela pequeña donde quemaban a Judas el Domingo de Pascua de Resurrección, desolado
lugar en cuya arena verdeguean a trechos las malvas silvestres. Al lado del poniente, en vez
de casas, extiende el mar su manto verde, cuya espuma teje complicados encajes al besar la
húmeda orilla.

Termina en ella el puerto, y, siguiendo hacia el sur, se va, por estrecho y arenoso camino,
teniendo a diestra el mar y a izquierda mano angostísima faja, ora fértil, ora infecunda, pero
escarpada siempre, detrás de la cual, a oriente, extiéndese el desierto cuya entrada vigilan de
trecho en trecho, como centinelas, una que otra palmera desmedrada, alguna higuera
nervuda y enana y los toñuces siempre coposos y frágiles. Ondea en el terreno la “hierba del
alacrán”, verde y jugosa al nacer, quebradiza en sus mejores días, y en la vejez, bermeja
como sangre de buey. En el fondo del desierto, como si temieran su silenciosa aridez, las
palmeras únense en pequeños grupos, tal como lo hacen los peregrinos al cruzarlo y, ante el
peligro, los hombres.

Siguiendo el camino, divísase en la costa, en la borrosa y vibrante vaguedad marina, San Andrés de
los Pescadores, la aldea de sencillas gentes, que eleva sus casuchas entre la rumorosa orilla y el
estéril desierto. Allí, las palmeras se multiplican y las higueras dan sombra a los hogares, tan plácida
y fresca, que parece que no fueran malditas del buen Dios, o que su maldición hubiera caducado; que
bastante castigo recibió la que sostuvo en sus ramas al traidor, y todas sus flores dan frutos que al
madurar revientan (Robsy, E. 2002, p 7)
FICHA TEXTUAL

EL CABALLERO CARMELO

Esbelto, magro, musculoso y austero, su afilada cabeza roja era la de un hidalgo altísimo,
caballeroso, justiciero y prudente. Agallas bermejas, delgada cresta de encendido color, ojos
vivos y redondos, mirada fiera y perdonadora, acerado pico agudo. La cola hacía un arco de
plumas tornasoles, su cuerpo de color carmelo avanzaba en el pecho audaz y duro. Las
piernas fuertes que estacas musulmanas defendían, cubiertas de escamas, parecían las de
un armado caballero medieval.

Una tarde, mi padre, después del almuerzo, nos dio la noticia. Había aceptado una apuesta
para la jugada de gallos de San Andrés, el 28 de Julio. No había podido evitarlo. Le habían
dicho que el “Carmelo”, cuyo prestigio era mayor que el del alcalde, no era un gallo de raza.
Molestóse mi padre. Cambiáronse frases y apuestas; y acepto. Dentro de un mes toparía al
Carmelo, con el Ajiseco, de otro aficionado, famoso gallo vencedor, como el nuestro, en
muchas lides singulares. Nosotros recibimos la noticia con profundo dolor. El “Carmelo” iría
a un combate y a luchar a muerte, cuerpo a cuerpo, con un gallo más fuerte y más joven.
Hacía ya tres años que estaba en casa, había él envejecido mientras crecíamos nosotros, ¿por
qué aquella crueldad de hacerlo pelear?...

Llegó el día terrible. Todos en casa estábamos tristes. Un hombre había venido seis días seguidos a
preparar al “Carmelo”. A nosotros ya no nos permitían ni verlo. El día 28 de julio, por la tarde, vino el
preparador, y de una caja llena de algodones, sacó una media luna de acero con unas pequeñas
correas: era la navaja, la espada del soldado. El hombre la limpiaba, probándola en la uña, delante de
mi padre. A los pocos minutos, en silencio, con una calma trágica, sacaron al gallo, que el hombre
cargó en sus brazos como a un niño. Un criado llevaba la cuchilla y mis dos hermanos lo
acompañaron. (Robsy, E. 2002, p 10)

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