Toño y Pachamama
Toño y Pachamama
Toño y Pachamama
Toño terminó de comer su helado y abrió la ventana del bus en que viajaba. Cuando se disponía
a lanzar la envoltura a la calle, la voz de su mamá sonó enérgica:
– «¡Nooo!»
– «¿Qué pasa, ma?» -preguntó Toño extrañado.
– «¿Qué es lo que pretendes hacer, hijo?».
– «Voy a botar la envoltura del helado porque ya acabé de comerlo».
– «¿En la calle? Toño, ¿cuándo nos has visto a tu padre o a mí botar basura en la calle?».
– «A ustedes nunca, pero a otros adultos sí y a cada rato. Y no solo botan basura, también
escupen».
– «Que lo hagan muchos no quiere decir que esté bien. Cuando termines de comer y te
encuentres en la calle, debes guardar las envolturas hasta que halles un tacho o llegues a la
casa».
– «Ay, mamá, qué fastidio estar con la envoltura en el bolsillo».
– «Sé que no es muy cómodo, pero ensuciar las calles es peor».
Y así era siempre: “Toño, cierra el caño mientras te cepillas”, “Toño, cierra la ducha mientras te
jabonas”; “Toño, nada de jugar carnavales, el agua no está para desperdiciarse”; “Toño, apaga la
luz si no estás utilizándola”, etc, etc, etc…
Toño no entendía por qué sus papás estaban tan obsesionados por no ensuciar las calles,
ahorrar la electricidad, reutilizar cosas como botellas de vidrio y papel de regalo, y, sobre todo,
cuidar el agua… ¡Si había tanta! ¡Todos los mares, ríos y lagos del mundo estaban llenos de ella!
Era imposible siquiera pensar que se acabaría un día. Así que cuando sus papás no estaban,
nuestro amigo Toño tenía encendidos al mismo tiempo la computadora, el televisor y todos los
focos de la casa; no se preocupaba por cerrar el caño ni la ducha mientras se aseaba y, en fin,
hacía aquello que sus papás le pedían que no hiciese.
Incluso jugaba carnavales con sus amigos del barrio en febrero. Precisamente una noche de
verano en la que se había ido a la cama enojado con sus padres porque se negaron a comprarle
una bolsa de globos de aquellos que se llenan de agua y se hacen explotar en el cuerpo de la
gente, Toño tuvo un sueño… O tal vez no fue un sueño…
Abrió los ojos y, parada al pie de su cama, vio a una mujer mayor, diríase que de la edad de su
abuelita, muy hermosa; su piel tenía el color de la tierra mojada, su cabello y ojos eran muy
negros y estos últimos relucían como dos estrellas. Estaba cubierta por un gran manto verde que
parecía hecho de hojas y pasto.
El miedo lo sobrecogió al inicio, pero al percatarse de la expresión tristísima con que la mujer lo
miraba, la compasión lo invadió y preguntó:
– «¿Quién es usted?»
– «Soy Pachamama, querido hijo».
– «¿¿Hijo??».
– «Sí, eres mi hijo, yo soy la madre de toda la humanidad. Soy la Madre Tierra. Soy los árboles,
los lagos, los mares, los ríos, los desiertos, los animales, las flores y las montañas».
– «¿Por qué está triste?».
– «Porque muchos de mis hijos me maltratan, no me quieren ni me cuidan. Mira.» –y le mostró
a Toño sus brazos llenos de moretones y cortes. Tenía, además, en la cara, varias rasgaduras.
– «¿Quién le hizo todo eso?» -interrogó Toño muy indignado.
– «Ustedes. ¿Ves esta herida de aquí?» -preguntó mientras mostraba su hombro desgarrado-
«Un grupo de mis hijos buscan oro debajo de una laguna en la Sierra y para hacerlo la están
destruyendo, es decir, me están destruyendo. Cada día de excavación esta herida se hace más
profunda. Las lesiones más grandes que tengo me las ocasionan los que como ellos destruyen
árboles, lagos y asesinan animales por ganar dinero».
– «También tengo heridas por dentro. Mis pulmones están llenos del humo que despiden las
industrias y los automóviles de otros hijos míos. Poco a poco estoy muriendo».
Toño empezó a llorar. Aunque era la primera vez que veía a la mujer, sentía que la conocía de
toda la vida y que la quería. Por eso su sufrimiento le causó dolor.
Toño volvió a dormirse, pero nunca olvidó a Pachamama ni la promesa que le hizo. Desde
entonces se esfuerza por cuidarla y protegerla.
Fin.