De Cara Al Corazon 0

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Elvio Romero

IBR ediciones
Elvio Romero nació en Yegros,
Paraguay, en 1926. En 1946, a raíz
de la guerra civil, abandona eí país
y se radica en la Argentina. Viajó
por Asia, Oriente Medio, Africa, Eu-
ropa y América del Sur. Leyó sus
poemas y dio conferencias en ios
principales centros culturales del
mundo.
En 1991 el gobierno le otorgó
el Primer Premio Nacional de Li-
teratura.

OBRAS PUBLICADAS
Primeras ediciones:
DÍAS ROTURADOS (Edit.
Lautaro, 1948)
RESOLES ÁRIDOS (Edit.
Lautaro, 1950)
DESPIERTAN LAS FOGATAS
(Edit. Losada, 1953)
EL SOL BAJO LAS RAICES
(Edit. Losada, 1956)
DE CARA AL CORAZÓN (Edit.
Losada, 1961)
ESTA GUITARRA DURA (Edit.
Losada, 1961)
ANTOLOGIA POETICA (Edit.
Losada, 1965)
LIBRO DE LA MIGRACIÓN
(Edit. Leipzig, 1966)
UN RELÁMPAGO HERIDO
(Edit. Losada, 1967)
LOS INNOMBRABLES (Edit.
Losada, 1970)
DESTIERRO Y ATARDECER
(Edit. Losada, 1975)
EL VIEJO FUEGO (Edit.
Losada, 1977)
LOS VALLES IMAGINARIOS
(Edit. Losada, 1984)
FLECHAS EN UN ARCO TEN-
DIDO (1995)
Edición de Ticio Escobar y Os-
valdo Salerno
Elvio Romero

De cara
al corazón
(2a edición)

m fflPedici ones
LIBRO
© Elvio Romero

ÍBPediciones
25 de Mayo esq. Mexico - Tel. 442 855
Edición al cuidado de Lalo Robles
Composición y Armado: A & C.
Tirada: 1.000 ejemplares.
Hecho el depósito que marca la ley.
CANCIÓN

Busqué un pozo; resonaba


tu voz, dormida, en el fondo.
Tu voz y el agua; yo encima.
Yo y el brocal sobre el pozo.
Fuimos tres: tú, el pozo y yo,
palpando sombríos hoyos,
tú buscando perlas finas
con que alhajarte los ojos.
El pozo, oreando entrañas
de elementales despojos,
yo averiguando en la tierra,
desenterrando sollozos.
Así te encontré. Te traje.
Latido intangible el chorro
que ordenaba el manantial,
ascua de emoción tu rostro,
y un gesto de juventud
en el uno y en el otro.

Tú y yo por honduras vivas.

El amor sobre los hombros.

Dos ríos de eternidad.

Dos perfiles en asombro.

6
MAGIA

Siempre quisimos que el mundo


se viese como hoy lo vimos,
como lo supimos ver,
como en horas de amor lo presentimos,
siendo lo que anhelaba ese deseo
de ver de otra manera, ver que el río
sale a jugarse en brazos de la noche,
y a la noche escuchar rumor de ríos.

Quién diría que no vi


tu imagen sobre el rocío,
que no vi tu inicial bordada arriba,
que no te vi en el iris de su abrigo,
que no miré tu cabellera negra
como enramada en vértigo a su arrimo,
espejo del albor, encantamiento
del encendido sol que va contigo.

Te vi temblar;
al verte temblé yo mismo.
Sólo en sortilegio puro
y mágico pudimos ver lo que vimos,
el camino subiendo hasta los bosques,
los bosques descendiendo hasta el camino,
una amorosa espiga alando el viento,
el viento hablando de secretos íntimos.

Siempre quisimos que el mundo


se viese como hoy lo vimos,
como se debiera ver,
con esa desnudez del amor tibio,
escuchando en sosiego ese susurro
de tu cálido aliento junto al mío,
del corazón furioso como al soplo
confuso del aprieto de un gemido.

Todo de repente mágico,


tembloroso, conmovido.
Y de cara al corazón
y al reino juvenil de estar dormidos
8
o estar despiertos, viéndonos el fondo,
cambiando el fuego candido y la vida
y la muerte en idéntico delirio!

9
AQUEL DIA...

Se asombró el alba; tiembla todavía


por darte a ti, por darme la alegría.
Bello habría de ser el nacimiento
de aquel día apacible, de aquel viento
cuyo rumor nos llega y se arremansa
donde tu propio corazón descansa:
sobre mi pecho, como en una cumbre,
donde tiene la luz su mansedumbre,
y el claro acento de mi voz, su esencia,
recobra alturas de halo y transparencia.
Estábamos ayer con la sencilla
anhelación de hallar la maravilla;
tu pecho, como un pájaro encendido,
11
temblando a ciegas sin ningún sentido;
mi corazón, lo mismo que ese frío
ramaje encapotado entre el rocío,
como guitarra en trance de agonía,
sufriendo por la activa melodía.
Era una noche que aguardaba el riego
del albor montaraz deshecho en fuego.
Todo estaba con sed, con apetencia
de iluminarse con nuestra presencia,
todo a punto de ser amanecida
claridad fecundando nuestra vida;
los frutos suspendidos en las ramas
y en los braseros las radiantes llamas.
Bello habría de ser el nacimiento
de aquel día apacible, de aquel viento.
Tú aguardabas también la hechicería.
Y hoy sabemos los dos, que en aquel día
dejó la vida, con un mismo trazo,
dos raíces de amor y un sólo brazo.

12
TUS PASEOS

Hoy bajas por la carretera


y yo te escucho cómo cantas;
vuelan pájaros de tus hombros,
vuelan gramillas de tus faldas;
en las colinas de tus senos
se aventan las oscuras gramas,
y se ve en el trasluz del horizonte
que se disipa ya la madrugada.

Tú sales a mirar la noche,


a trajinar por las llanadas,
desprendes el cabellos al aire
y la humedad se te rezaga
bajo los pies, entre las piedras,
elemental y sofocada,
y yo te aguardo porque sé que traes
los ojos limpios de esperar el alba.

Necesitas la noche; sube


su penumbra por tus espaldas,
tomas olor a los tomillos,
desnuda entre las hierbas agrias
verdes se quedan tus hoyuelos,
florecen verdes tus pestañas,
y vuelves como un árbol caminante,
como raíz nutrida y fecundada.

Por las colinas de tus senos


se aventan las oscuras gramas.
Tú necesitas de la noche,
de los montes y las bajadas.
Pones la mano entre la tierra,
quedas de pronto ensimismada,
y luego vegetal, verde y sereno,
tu rostro se ilumina en la mañana.

14
FERVOR

Junto a ti se arremansa,
sin reposar, mi sangre.

Lleva la sangre en vuelo


sus ariscos raudales;
llega a ti conmovida
de fuego y desenlace,
es decir, ya cumplida
su jornada más grande,
su vocación antigua
de sueños anhelantes.
Primero entre los hombres
sus semillas expande,
allí aprende dulzuras
que a tu presencia trae,
conoce altas banderas,
luego te da sus panes,
primero va a la tierra,
después tu sol comparte.

El gran silencio herido


que de pronto le invade,
es por haber tocado
fragorosos follajes,
o amado en sus remansos
los frutos más radiantes,
y por días más bellos
luchar y desangrarse.

El amor es más pleno


cuando llega y reparte
por la tierra semillas
de ilesas claridades.

Entre otras vidas fueron


bruñidos sus caudales;
recogió por la patria
sus más hondos cantares,
16
al remansarse en ella
cosechó sus mensajes,
y hoy nuestra pobre mesa
está llena de panes
que amasó entre otros hombres,
que por sus luchas arde,
que halló por los caminos,
que hirió por sus combates.

Hoy junto a ti se tiende,


sin reposar, mi sangre.
PORQUÉ

Por qué no habremos de querer nosotros


lo que nunca quisimos; por ejemplo, una casa
sobre el remanso de un río,
con camalotes en sus costados,
con sus ventanas en regocijo»

Por qué no habremos de escuchar nosotros


lo que la noche escucha; por ejemplo, una sombra
que nos sirva de abrigo,
que allí muera misteriosamente
asumiendo el color de sus dominios.
19
Por qué no habremos de pisar nosotros
lo que jamás pisamos; por ejemplo, un sendero
con olorosos racimos,
con una hoguera que allí se encienda,
con grandes lluvias que nunca vimos.

Por qué no habremos de sonar nosotros


con un eco que suene; por ejemplo, un murmullo
que tiemble en el sonido,
el que responda a las preguntas
que junto al fuego recogimos.

Y por qué no buscar siempre


lo que es parada en un camino,
lo que hay de otoño en un verano,
lo que hay de ardiente en lo más frío,
lo que es sonrojo en unos labios,
lo que es Recuerdo en el Olvido,
lo que es pregunta en la respuesta,
lo que es jadeo en un suspiro,
lo que es vital de esa alegría,
de esa tristeza en que vivimos.

20
CONOZCO LO QUE TRAES

Escudriño en tu pecho,
tenaz escalo adentro buscando el buen abrigo,
como quien satisfecho puede arrimarse al fuego;
escucho atento, entredormido, el canto
de tus venas azules. Y de pronto
puedo sentir que vibro, me reconcentro y crezco.
21
Conozco ya, conozco
las lámparas que traes, la bujía
que enciendes, los pequeños diamantes que te
cubren
el corazón, la fuente silenciosa
que va de pronto a revelar al mundo
su escondido tesoro;
conozco desde siempre lo que diste a mi pecho,
el enigma inquietante que reposa en tus ojos.

Comprendo que tú guardas


la piedra que escogí para el misterio
y el bruñido milagro con que lleno mis días,
la inocencia que acaso perdí por los caminos,
la llama de un yesquero entre las sombras,
el leño tibio de un rincón, el puro
recogimiento que nos dan las lluvias...

No olvides lo que quiero:


la rectitud sin tacha, el cristal tenue
de la copa que llenas cuando la sed me agobia,
la luz para las noches sofocantes,
el golpe conmovido de tu andar silencioso,
y el hilo de tu negra cabellera.

22
Pequeña mía, vuelo
de pluma casi inmóvil por el aire,
tú eres mi albura, el cofre
que guarda las antiguas maravillas,
imán de mis vasijas taciturnas,
un sol que va escalando mis colinas
TRANSFIGURACIÓN

No sé a veces qué somos, si ya cada


grumo de tierra suena en nuestra mano,
si eres mujer o barro de secano,
si yo varón o arena derrumbada.

Si tu cara es latido o si semilla,


si un ramaje de hierbas tu cabello,
si tus ojos dos ascuas en destello,
si mi sombra un helor que se arrodilla.
Tanto llevamos un color de tierra,
que nuestro cuerpo es como tierra lisa,
tierra que el viento reconoce y pisa,
que el aire besa y su ademán encierra.

Tanto de tierra somos, tanto enciende


la tierra nuestra sangre y nuestra vida,
que ya no sé si somos sólo herida
de tierra que sus vértigos esplende.

Si te embisto, tal vez ya sólo embisto


una colina, un surco, un sembradío,
y, labrador al fin de esfuerzo y brío,
de sol me anego y de calor me visto.

De tierra somos. Ya la tierra muerde,


mujer, tu entraña dulce y fragorosa,
y si mi fuego de varón te acosa,
los hijos saltan de tu prado verde.

No sé si por tu piel se transfigura


la vegetal orilla de un paisaje,
no sé si vuelves o si estás de viaje
hacia la tierra, hacia su agricultura.
26
Si varón o mujer, no sé; si en vano
pretendemos no ser yerba o simiente,
si dos ramas que sellan su corriente,
¡si dos raíces que se dan la mano!
ELLOS

Hoy tienen por asiento


una menguante luna en sobresalto,
por sortija un impúber meteoro,
por tálamo nupcial los hondos ramos
de un trino jubiloso, en el espejo
sonámbulo de azahar de los naranjos.

Tanto esplendor les unge, que el lucero


les alhaja con miel de fuego cárdeno,
tanto celaje de claror les besa
que el alba cela y baja hasta sus brazos,
tanta luz, a raudales, les desvela
que el cielo fragua un sol a sus costados.

Recorren las praderas


con la mirada hacia un rincón lejano,
viadores sin reposo de la tarde,
con la alforja madura de milagros,
ceñidos a un alfanje de aventuras,
alfareros de un viento ensimismado,
caminantes de todos los recodos,
trajineros de todos los regatos.

Más infinitos van que el infinito,


más montaraces que los montes altos,
más taciturnos que una paz nocturna,
más verdes que los árboles callados,
más sonoros que el eco de la sangre,
más soledosos que el silencio claro.

¿Acaso la dulzura
pudo inmantarlos en su ardiente prado,
sellar sus sueños en un sólo viento,
en el brillo boreal de un sólo canto?
¿Qué raíz sosegada les dio el fuego
de ese arpegio de luna entre los párpados,

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que ya son como riegos de semillas
sobre el activo surco emocionado?

Dejad que lleven sus radiantes besos


como sonoros soles en las manos.

¡Y que al ras de su azul milagrería,


la tierra acoja el ramo enamorado!
ASI NOS COMPLETAMOS

Al comienzo el amor, buena muchacha,


al comienzo el amor, las soledades
y las noches doradas.

Al comienzo el amor. Y adivinabas,


que el pecho que nutría tus anhelos
te invitaba a su marcha.
Te trajo aquí el amor. Y nuestras almas
buscaron conseguir pronto la altura,
pronto una tierra honrada.

Bastó mirar alrededor. Y el alba


entró resuelta a gobernar el fuego
tibio de nuestras ansias.

Te trajo aquí el amor. Y ya la casa


del amor se inundaba con los sueños
de libertad, amada.

Levantaste los ojos. Te alumbraba


la misma chispa con que yo encendía
la mecha de mis lámparas.

Y no hubo entonces soledad; ya nada


pudo turbar esa quietud profunda
que vive en tus palabras.

Y hallaste lo que es hoy tu nueva patria:


el sueño justo, el pretender sin tregua
una firme esperanza.

Así emprendemos ya, juntos, la marcha.


Y nada es duro entre los dos, por dura
que sea la batalla.

34
Por triste y dura, pues la vida traza
para los dos una fragante ruta,
radiante y fecundada.

Así nos completamos. Somos altas


simientes injertando otras simientes,
otro sol, otras caras.

Al comienzo el amor, buena muchacha,


para lograr después, palpando el día,
la libertad mañana!
SOMOS ÚNICOS

Por la densa tristeza del amor; por su alegre


soledad,
somos únicos;
única es la penumbra que nuestro lecho expande,
la decisión que insurge de su cuenco desnudo,
la acción de nuestra sangre tiene mayor espuma,
mayor gloria atesoran su fuerza y sus impulsos.

Las dos más desbordantes cenizas de una

hoguera.

Los dos más alhajados de un eco taciturno.

Los dos más destinados a sangrar en silencio.

Los dos pechos del yunque más sonoro y más puro.

Los más hechos de llanto, de surco removido.

Las dos más enlazadas emociones del mundo.


Por la densa tristeza del amor, por su alegre
soledad, somos únicos;
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únicos por el fuego mayor que enardecemos
—mayor sangre en el beso, mayor su avance
oscuro—,
mayor tamaño tienen las rejas de mi arado,
con lágrimas mayores sobre tu pecho acudo,
la ausencia me desgasta con heridas mayores,
aunque regreso siempre mayor y más profundo!
QUISIÉRAMOS

Todo está claro, hermosa.


De tiempo en tiempo quiero
bajar la voz, lavarla, levantarla en el día,
darla así, simplemente, como un agua sencilla
que te visite al signo de la luna y las flores,
atestiguar el iris de tus ojos,
cantar bajo su sombra.
De tiempo en tiempo quiero
pisar la tierra firme de nuestra sola estrella,
llegar sin que nos cerquen los aires enemigos
sin mirar la congoja dura de nuestros años,
sin ver la herida viva que sangra en nuestras
manos.

Quisiéramos, hermosa,
y no hay sitio de pronto para la calma, somos
una cuerda tendida en el espacio,
nuestra música triste resuena entre disparos
y nuestra voz levanta su sombra entre las ruinas.

De tiempo en tiempo quiero,


quisiéramos,
en puntas de pie, inmóviles, lograr nuestro
equilibrio,
aunque somos perfiles sin reposo,
mientras la sangre sigue vigilando a la sangre,
mientras el luto sigue con furiosa guadaña,
mientras un aire turbio
nos recuerda por siempre su espanto y sus
heridas.

Así, sólo en sordinas


puedo, de tiempo en tiempo, celebrar tu belleza,
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atestiguar el iris de tus ojos,
claramente cantar bajo sus sombras.

41
DIRÁN

Dirán: ¡qué amor oscuro,


qué antiguas y bravias piedras,
qué trepadora sombra encabritada
como un golpe salvaje entre sus venas,
qué noche de presagios, qué profundos
modos de oír su sangre, qué severas
napas nocturnas les orea el pecho,
qué negra estrella sobre sus cabezas!
Dirán: ¡qué amor oscuro,
qué negra estrella sobre sus cabezas!

Dirán: ¡qué matutina,


qué pura cerbatana les enfrenta,
qué pedrería alrededor les teje
la estera, el reposorio de sus penas,
qué anillo firme, qué desarbolada
y hendida claridad su amor engendra,
qué luna tempestuosa en cada labio,
qué estrella clara sobre sus cabezas!

Dirán: ¡qué matutina,


qué clara estrella sobre sus cabezas!

44
AH, NO TEMAS, HERMOSA.

Tus manos son dos frescos


remansos que me llevan,
al insurgir de un fondo
de oscura arena,
levantan un nocturno
fragor entre las venas,
enardecidos vasos,
liturgia plena,
pendientes jazmineros
de fuego y seda,
con diez iluminadas
fosforescencias:
alba, rocío, sueño,
irradiación, belleza.

Llevan simientes, bosques,


sol, sementeras,
desnudo corazón,
olas y estrellas,
poder de exhalación,
júbilo y fiestas.

Ah, no temas, hermosa,


que acaso sean
las que más alto vuelen,
las que posean
la urdiembre de la luz
y las hogueras;
déjalas extenderse
hallando perlas
en el rito nocturno
que nos recrea;
táctiles llamaradas,
cántaros que despiertan,
frutos de la creación,
envíos de la tierra!
46
Sus diez racimos penden
con el rocío a cuestas,
baten constelaciones
de clara fuerza,
toman de la intemperie
su azul firmeza,
sus golpes matutinos,
sus túnicas, sus hebras,
y en ignea exhalación
activan y se aquietan.

Ah, no temas, hermosa,


que de repente hieran
el aire, cuando emprenden
la firma empresa
de perseguir los frutos
más hondos de la tierra;
son opulentos vasos,
liturgia plena,
radiantes jazmineros
de fuego y seda,
alba, rocío, sueño,
irradiación, belleza.
HALLAZGO

Al comienzo era andar, buscar debajo


del pozo, de la arena, de la quietud baldía,
de la hondura un consuelo, un no sé qué sonoro
para su sed, para su herida fría.

Y era siempre el hurgar, meter en medio


de su piel, de su sangre, de su melancolía
la mano en busca de algo, de algo que no supiera,
de algo que fuese todo su aliento y su alegría.

Quería tener toda la plenitud, buscaba


descender a las fuentes de su origen, quería
desentrañar la luna que dormía en el fondo,
aunque fuera su muerte o su agonía.

¡Ya no cabía declinar! Su frente


bajo el agudo esfuerzo se hería y reducía.
Ninguna frente nunca pensó como esa frente
en cuánta oscura piedra se hundiría.

Y era siempre el hurgar. ¡Con qué pausada


expectación tocó lo que encontró ese día,
una luna profunda, un sol, toda su imagen,
todo el amor cantando al mediodía!

50
ASI ERES

Hoy necesito todo lo virginal que tienes,


la firme claridad que te inflama y te toca,
la adormecida aurora que tus párpados guardan,
la decisión de azahares que esplende por tus
sienes,
las silenciosas salvias de tu umbral, la alegría

51
que cimbrea tus pasos, que bulle por tu boca,
las velas de la brisa que en tu sendero aguardan,
la subyugante calma de tu melancolía..,

¡Quién no pudiera un día llegar a ser más bueno


si en mis hombros derrumbas pájaros pensativos,
trinos que exultan toda su ilusión madruguera;
si eres toda de lluvias, de espuma, de latidos,
si vives —pulso adentro— con el cántaro lleno
de una miel milagrosa, esperanzada y viva,
si a tu cintura ciñe un cendal la primavera
y en agua mansa acoges a los seres queridos!

Tú sabes que el sol fulge para nosotros, hiende


su relámpago tibio por su cálido aliento,
que sus diáfanas ramas, de altura ensimismada,
el nogal de la cerca sobre la casa extiende,
que opimos frutos penden sobre todas las cosas,
que el silencio apetece constelar la morada,
que nuestro pan se orea de un caudaloso viento,
que en nuestro lecho cantan gramillas generosas.

En ti miro paisajes: tu frente es una cumbre


donde la fronda glauca de una nube se abrasa;
reconozco telares arbóreos en tu ceño,
que un sesgo de amargura no amilana ni cierra
en tus ojos los puros mastines de una lumbre,

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en tu pelo las ramas, como un lejano sueño,
y en tus manos, orladas por la paz de la casa,
la trémula y primaria densidad de la tierra.

Te quiero así, profunda, con ternura de lino,


con albo helor de cielo besándote la cara,
pecho en flor que es tiempo panal y
hospedería
de todos los que abrevan su sed en tu camino,
corazón que abre a un tiempo su cálida ventana
y gorjeando lleva su pura estrellería,
su rutilante risa por una noche clara
que aventa el polvo antiguo dormido en la
mañana.

¡Resérvame tu boca, la luz que en ella exhalas,


los racimos de sangre de tu ardor, el donaire
que en el recogimiento de tus faldas reposa,
las anhelantes lunas de tu pecho, sus alas,
y que todo el tesoro que reunas, callada,
se ahonde por el aire,
por el aire me encienda!

53
TAMBIÉN VIENES DE ABAJO

También vienes de abajo, vienes


con fibras en la cabellera,
con barros hondos en el pecho,
con el vientre lleno de tierra,
con toda la ternura en un ramaje
de misterio y de fuerza y de tristeza.
También vienes de abajo, vienes
con relámpagos que no tiemblan,
con mano fiel. Cargan tus hombros
días de profundas esencias;
la hondura guarda su vasija
de una encendida transparencia;
allí me crece a mi la barba dura,
a ti, el pecho de avena y fortaleza.

Todo insurge en nosotros, todas


las antepasadas maderas,
el humo y la ceniza, flores
de otro tiempo nos alimentan,
los dos brazos sobrevivientes
de antiguas y dolidas piedras,
con el color del tiempo en nuestra cara,
con un sonido de nostalgia y tierra.

Los hijos te nacieron verdes,


porque brotaron en las huellas
verdes de la hondura; son verdes
frutos hallados en la arena,
alimentados de tu alegría,
alimentados de tu tristeza,
verdes hijos que en vísperas de hombrías
las ascuas vivas de tus ojos llevan.

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Allí te sellarán los labios,
abajo, donde todo quema,
hija del amor, criatura
ya demudada en su belleza,
allí te espigarán perfumes
y raíces de la cabeza,
mujer segura, iluminada y honda,
enamorada, dulce, fuerte y nueva.
FUEGO PRIMARIO

Mirarte es ver colinas,


mirarte así tendida, detenida y desnuda,
situando planicies de arena en las axilas,
desnuda y dividiendo la blancura caliente de
las sábanas,
mirarte es ver que oscuros orígenes te pueblan,
que el aire te enajena por urnas inasibles,
si te miro desnuda...
59
Hay cuestas y hay declives,
hay en tu piel suaves territorios de nubes
sensitivas,
hay humos y adherencias de ardorosa madera,
hay una sombra ilesa que escapa del asedio,
si te miro desnuda.

Se ve que en tu cintura
se doblan valles que arden con vientos incesantes;
se ve, rosado y táctil, nimbado por rumores,
el hoyo de agua nivea que tu vientre arremansa
como un rosado tiesto de palpitantes flores,
si te miro desnuda.

Mirarte es ver colinas,


lluvias que se diluyen respirando en tus pechos,
es embestir un campo de tierras onduladas,
es llegar al origen de la sangre,
es imantarse al golpe
que oscuramente sube de tu boca y tus trenzas,
y es imposible entonces no acosarte y vencerte
con sedientas hogueras.

Si te miro desnuda.

60
EL BESO

Germina un beso puro en nuestro pecho,


un beso que es un poco pan de tierra,
un poco arena y vuelo.

El beso es una ráfaga, un sereno


fulgor que se arremansa en la morada,
un masculino aliento.
La única perla que en mi alforja llevo,
la única luz que arrebaté a mi sombra,
su único alumbramiento.

Es una oscura exhalación, deseo,


un aire tibio que la sangre orea,
un luminoso fuego.

Es un activo manantial, un suelto


clavel sonoro entre los labios, agua
de cántaro opulento.

Es una alondra enloquecida, en celo,


delirante y nupcial entre las nubes,
levísimo gorjeo.

Mujer: hoy dejo este profundo beso,


que ensancha la creación, entre tus faldas,
temblor del firmamento.

Por él su peso alivian mis maderos,


por él subo a los árboles, te busco,
por él te pertenezco.

Por él la ruta es breve, por él peso


el péndulo de sol que te corona,
pulso su afán de sueño.

62
Por él nacerá el hijo, por él veo
que habrán de prolongarse mis raíces,
mis primarios silencios.

Por él mi propia rectitud defiendo,


por él mi descendencia irá sembrando
sus verdes alimentos.

Por él bajo a la tierra y la poseo,


por él barajo el alma, un poco arena,
un poco arena y vuelo!
TE LLEVARE A LOS MONTES

Te llevaré a los montes,


te enseñaré las ciegas resonancias
de la hirviente madera que en silencio conversa
—monte arriba y enferma de arrogancias—
con el viento, que atiza
su báculo impreciso revolviendo las ramas.
Aquí se es simple: mira,
mita esos rostros de apretadas aguas
donde la barba crece, pelo y bronce,
con trémulos visajes de color de campanas;
mira cómo se acercan a la tierra, perpleja
de verlos oficiantes de su sangre primaria.

Aquí huelen tus trenzas


a mojada raíz iluminada,
a sudor cuyo riego de cristal sobrellevan
varones que comandan su castigada savia,
huelen a vehemencia de relámpago agreste,
a levadura y lluvia descampada.

Simple es aquí el amor. Y jubiloso


el ímpetu, el caudal con que prepara
la sangre su encendida vocación fecundante,
la desbordante fuerza de sus hijos de grama,
simple y claro el amor, y silencioso,
con el silencio fuerte de la honradez más alta.

Te llevaré a los montes


y pronto —monte adentro— prendidas nuestras
lámparas,
dorada la piel honda entre panales,
con el ceñido fuego del sol sobre la espalda,
mujer, recogeremos
66
un palino, ayer perdido, de tierra ensimismada,
el mágico milagro de los callados sueños,
el transparente orgullo de una nueva jornada!
VESTIMENTAS

Más allá, más allá el amor culmina,


fuera de nuestro ser, más para adentro,
más en la tierra, más hacia su centro,
donde la sangre ardiente peregrina.

Estoy en ti, no estoy, estoy afuera;


estás en mi, no estás, vas adelante,
la tierra en nuestro amor surge vibrante,
por su espesura gris sube y espera.

Nos tiran raíces hondas. Se adelantan


al ras de nuestro andar densos temblores,
un tiesto de amapolas y esplendores,
activaciones que en nosotros cantan.

La tierra llama a nuestro amor, quisiera


que en su fulgor o en sus profundos bozos
de luz se laven todos los sollozos,
todo su ardor de encandilada hoguera.

No podremos huir al estelaje


enconado de sombras de su herida,
aunque ahora de amor andas vestida,
aunque andamos vestidos de follaje.

La tierra engalanada está de arcillas;


de un ardor torrencial vamos vestidos;
ella, de un hambre oscura, de sonidos,
de palas y cuchillos las mejillas.

Aunque a la vera de un cercano día,


con amores se hará un traje radiante,
con ojales de flores adelante,
con hilo verde y fibra de alegría.

Vestida y verde, no con un crispado


gesto de ensangrentados crucifijos,
ella, reuniendo a sus perdidos hijos,
y nosotros, sonriendo a su costado.

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NUESTRO LECHO

Un lecho oscuro, un lecho brota y sube,


mujer, sobre el espacio de sol de nuestra vida,
un lecho verde y puro de savias forestales,
circulación de anhelos, majestuosa nube
que ayer no conocía.

En sus cuencos se inician los caudales


donde el amor agita su llama conmovida,
su poderoso aroma que el tiempo no vulnera,
su asiento sin sosiego, sus joyas esponsales,
su honda cosechería.

Los dos allí escuchamos la pradera


de murmullo fecundo que en nuestra sangre
anida,
la enamorada gracia que en su raudal despierta,
su retraída brisa, su afirmada madera,
lo que en su afán porfía.

Umbral sin soledades, sal cubierta


por la mayor corriente de espuma estremecida,
donde germina el fruto de amor de tu cintura,
muchacha grácil, leve, fértil espiga abierta,
mujer de mi alegría.

Huerto donde te tengo, donde apura


mi sed el agua calma de tu copa extendida,
donde depongo el fuego que se obstina en mi frente,
donde amaina sus fueros la ardiente agricultura
que nuestra sangre envía.

Monte en donde me tienes, su relente


deshace las penumbras de mi herida y tu herida,
lecho tallado al golpe boreal de mis besos;

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para tu femenina levedad, tul ardiente,
campo para mi hombría.

Salgo de sus panales; queda impreso


el sello turbulento de mi amor, su embestida.
Voy a sus hondonadas, recojo en esa umbría
circulación de lumbres y a su calor regreso,
como cuando retorno, mujer, hacia tu vida,
tranquilo, fuerte, pleno, esperanzado, ileso,
mujer de mi alegría!
LAS SONRISAS DORMIDAS

Hoy buscaremos todas


las sonrisas dormidas de la tierra;
esta profunda noche, animando el cortejo
del perfumado otoño que guía un dios agreste,
esta noche andaremos buscando esas sonrisas
que nunca florecieron, las que nunca
subieron a los labios en libélulas rojas
encendiendo el fulgor de una alegría...

Ven, mi muchacha dulce:


ciñamos nuestros ojos a la dura intemperie:
oiremos noche a noche, puesta la oreja en tierra,
todo el rumor que asciende por los húmedos
tallos;
removamos las piedras por mirar si debajo
duermen sonrisas tristes que al frío fenecieron.

Salgamos esta noche,


visitemos las rutas, los montes, las cabanas
donde duermen sonrisas que jamás se
encendieron,
que no cumplieron nunca se faena y reposan
como espumas suspensas, vertidas sin remedio
por guaridas oscuras y estancias polvorientas;
toquemos esta noche sus derrotadas lunas,
indaguemos su historia, sus nombres, sus
orígenes,
de qué ser procedieron, en qué latidos remotos
suplicaron latir, nacer en vano.

¡Cuánta noche profunda,


cuánta ceniza hubieron de cubrir esos rostros
para inmovilizarnos en visajes de piedra;

76
cuánta lágrima tuvo que rodar hasta el punto
de lavar el vestigio final de una sonrisa,
para que no pudiendo germinar, desprendiera
su luz de esos perfiles de infinita tristeza,
para que así cayeran sus rutilantes frutos
de esas máscaras negras sin sosiego!

Ah, sonrisas dormidas,


dejad que en esta noche, con mi muchacha amada,
llegue hasta vuestras huellas, pise vuestra
morada,
para soñar que pronto retornaréis al sitio
que las sombras poblaron de inhóspita amargura
y podáis, ya despiertas y joviales,
orlar algún contorno de hoyuelo enamorado
o alguna boca oscura con vuestras frescas alas.

Dejad por esta noche,


por esta noche sola, que os sueñe en nuestras
caras...

77
ELLA

Camarada: es que lleva


sobre la frente femenina lunas,
relámpagos, luciérnagas.

Reconociendo en Ella
sus largas hebras, la intemperie toca
su oscura cabellera.
Su claridad penetra
y anima el poderío de un paisaje
de primarias riberas.

Sus bucles bailotean


al ras del aire, como si sus manos
sencillas se mecieran.

Taciturna en la urgencia
de aprisionar los ecos del silencio,
posa el oído en tierra.

En su rostro conserva
la impaciencia boreal de una semilla
que el rocío atraviesa.

El decoro, a su vera,
se sienta con un gesto adolescente
de humilde transparencia.

Camarada, es que lleva


lo que mañana, al ascender el alba,
llenará nuestras fiestas.

Simple muchacha, bella,


bravura y amistad, ímpetu y calma,
¡rectitud mañanera!

80
FUEGO

Pasa un río entre los dos,


un clavel que no se aquieta,
un aire en inflamación
que entre los labios se apresa,
una fracción de alegría,
una embestida resuelta,
vía láctea, meteoro,
una desvelada fuerza,
un beso, un vuelo, una nube
que van a morder tu lengua.

El beso que yo te doy


te deja una sola herencia:
constelarte en su fulgor,
en su fragancia, en su arena;
activación de mi pecho,
fruto viril, apetencia,
cárdeno deseo, gloria,
sed de posesión serena,
remanso sin torcedura,
pagania, fortaleza.

El beso que yo te doy,


aunque leve y táctil, pesa
por no contener sus diques,
sus desproporciones bellas;
fatiga tus labios, baja,
por tus hoyuelos se enreda,
embiste tus brazos, sube,
hiere, escala, se cimbrea,
como labrando en la luz,
como levantando tierra.

Se apoya en tu corazón,
envío solar, esencia

82
de enamorado temblor,
de nunca extinguida hoguera;
sol, avidez, centelleo
de anegada transparencia,
de clavos que llevo adentro
donde mis hambres te acechan,
donde mis armas te forjan,
donde mis hierros te queman.

El beso que yo te doy


se forja en paz; su madera
columpia ramajes rojos
que te orillan y te llevan,
alhaja tu cuello, busca
tus estancias más secretas,
quiere medir tu estatura,
quiere respirar tus trenzas,
quiere ceñir tus suspiros,
quiere atravesar tu lengua.

Se apoya en tu corazón,
y allí te acosa y te cerca.
ESOS DÍAS EXTRAÑOS

Vienes de afuera. Traes


vitales adherencias en la mirada clara.
Se te ve el regocijo. El júbilo te invade.
Repites nombres, cosas. Y al punto te detienes
en ese espacio grave de distancia que existe
entre el fervor que traes y el silencio que habito.
¿Qué tengo? ¿Qué contorno
de penumbra me sella y me fatiga?
¿Bajo qué principios cierro los ojos tristes
y apenas ya converso con brumas imprecisas?
¿Qué sucede que apenas te conozco,
que tu mirada clara se me borra en las manos
y me enredo en mi noche y mis recuerdos?

Pronto ves que no entiendo.


Que no estoy. Que no escucho.
Que irremediablemente me pierdo en esa umbría
donde, ciego y perdido, rompo mis pobres
báculos;
que he bajado a una estancia de fiebres invasoras
de donde extraigo, huraño y melancólico,
mis diarias cosechas, mis vinos silenciosos.

Algo quieres decirme. Algo quieres contarme.


Pero no estoy. No siento. Persisto en mi guarida.
Me hospedo en esa niebla donde a veces me
pierdo,
bajo la estera oculta donde me afano y doblo,
en la triste morada donde oculto mis sueños,
en mi agujero amargo.

86
ÉXTASIS
(Ante un paisaje)

Como un aire que pasa


llevándose una brizna por las cuestas,
un viento extraño, aligerando el paso
por la fragancia de las cumbres quietas,
llevó mi frente hacia no sé qué fuentes,
llevó tus ojos a no sé qué tierras...

El sol destituía
su cárdeno fulgor por las laderas;
me miraste, sin ver, el ceño adusto,
te estreché, sin sentir, la mano diestra.
El crepúsculo haría aquellos rostros
—humo y cobre— en la oscura carretera...

Devanando algo incierto


tu mirada era un tiesto de tristezas;
ciego y absorto, en mi perdida estancia,
removía no sé qué aguas secretas,
viandantes del poniente mis dos manos,
fugitivos tu rostro y tu belleza.

Tal vez, tal vez pensaba


que aquellos rostros —humo y cobre— fueran
nada más que espejismos de la tarde,
no más que arcilla pobre y polvorienta,
tal vez yo te buscaba no sé adonde,
tal vez me dibujabas en la arena...

Que tú estabas lejana,


que yo perdido en una dulce ausencia;
eso es verdad; el monte mismo
parecía volar hacia otras tierras,
y el propio corazón —péndulo al viento—
rodaba por la vieja carretera...

88
INVITACIÓN

Hoy te invito a un retorno por la patria, no sea


que el tiempo desdibuje su rostro ciegamente
de nuestro rostro, y siga su fuego en nuestra frente
como un lejano leño que sólo el viento orea.
89
Ocupemos sus llanos, sus montes, como asiento,
reconquistados hijos de su caliente albura,
ganados por el hondo perfil de su estatura,
quemados por su luna, bañados por su aliento.

Que yo te busque siempre por aquella hondonada


y halle tu imagen firme junto a su imagen pura,
que puedas encontrarme junto a su vestidura
y así me reconozcas sobre su arena honrada.

Un hacha y un cuchillo junto a la patria brillan,


un hacha que ha tallado su hosca fisonomía,
un cuchillo esplendente que siempre desafía,
y que erguidos por siempre no se herrumbran ni
astillan.

Miremos a esos hombres que por un vericueto


de sombras sobrellevan su penosa madera,
que arrastran en silencio su vida madruguera
y de inclemencia heridos conversan en secreto.

Mira sus fuertes bosques, los enhiestos pelajes


de troncos enlutados que al calor se deslíen,
esas secas raíces que de tristeza ríen,
el dolor guarecido por sus ciegos ramajes.

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Mira sus densos ríos, sus heléchos abiertos
al rayo calcinante que hiere su cintura,
esos ríos cargados de inmensa desventura
al devolver, temblando, por las noches sus
muertos.

Mira la patria ardiendo, mira cruzar sus fondos


varones indomables que alimentan su lucha.
Triste es la patria ahora, su soledad es mucha.
La patria es triste ahora, sus dolores son hondos.

Hoy llevamos pedazos de su diadema herida,


su impulso culminante, su iluminado riego.
¡Que reconozca siempre su fuego en nuestro
fuego,
su fuerza en nuestra fuerza, su vida en nuestra vida!

91
MÚSICOS SOMOS

Al fin, no somos ya sino dos buenos músicos


con su guitarra y sus arpegios; ya no somos
sino habitantes quietos de una quieta penumbra
esperando el rocío con atención, de hinojos;
somos dos ciegos músicos que afinan el oído
ganando, palmo a palmo, su sortija de asombros.

Música adentro vamos; de música hemos hecho


la cabana calmosa para nuestro reposo,
barro y musica insurgen del halo de tu pecho,
mùsica y pan callados en rumoroso coro;
esa porción pequeña de sueño que guardamos
ganada, palmo a palmo, con pasos silenciosos.

Y buenos caminantes, música adentro vamos


palpando sobresaltos; con mi música acoso
la floreciente risa de salud con que me amas,
cumplo con la ternura callada de tus ojos;
de vez en cuando escondes nostalgias y recuerdos
y yo el secreto oscuro de mi tristeza escondo.

Nos ciñen lluvias claras; hay aguas andariegas


que suenan muy debajo con sus ecos remotos,
y monte a monte aguardan, al ras de cada hierba,
lirios ebrios que baten polvo de nuestros hombros;
tú siempre reclinada, situada en el punto
de música que ahora circula entre nosotros.

Música adentro vamos; como joya escondida


el silbo entre la lengua, desvelado y hermoso;
convidados del alba y oficiantes del rito
radiante de hallar siempre, junto a cualquier
recodo,
el gesto satisfecho de acuñar las monedas
más hondas de la sangre, con música y asombros!
94
SÓLO NOS CABE YA...

Mi dulce y buena camarada, ahora


nos cabe contemplar subir la aurora.

Hemos puesto el amor en un paraje


de soles y esperanzas, su follaje
tiene un claro color por dar al hombre
una nueva canción y un nuevo nombre,
sueños que suben como un agua pura
en fuentes de aire, en iris de hermosura;
vemos de pronto amanecer, amamos
el albo resplandor y no anhelamos
sino ver a la vida, hermosa estrella,
más dichosa, más álgida y más bella.

Mi dulce y buena camarada, luego


no habrá más que atizar la luz y el fuego.

Tú ves que a veces nuestro amor no suena,


no crece en calma, en plenitud serena;
no estás de pronto aquí, no estoy a veces,
otros seres nos llaman, otras mieses
—nuestras también— nos hablan y acudimos,
y no tenemos tiempo, ya no somos
entonces sino luz de otros aromos,
y hay gavillas de hierba en nuestra mano,
porque somos hermanos del hermano.

Mi dulce y buena camarada, vemos


que en ese mismo andar nos defendemos.

Por idéntico ardor nos conocimos,


bajo un fecundo sol estremecimos
un fuego semejante, mientras nada
pudo turbar la fuente enamorada
de las esencias hondas, de la pura

96
anhelación por dar a la hermosura
de nuestro amor un arco rumoroso
de pan fecundo, de temblor dichoso,
de una nueva medida para el día
gobernando el color de la alegría!

Mi dulce y buena camarada, ahora


nos cabe contemplar subir la aurora.
Este libro se termino
de imprimir el
7 de Agosto de 1995 en:

José A. Flores 1984


e/ Gral. Bruguez
Tel.: 202.903
Librería
EXPOL1BRO SJRX,
2 5 de mayo esq. México
Tel.442-853
Fax:(595~21) 442855
PLAZA URUGUAYA
ASUNCÍGN-PARAGUAY
OTRAS OBRAS PUBLICADAS
POR ESTA EDITORIAL

POESÍAS COMPLETAS, 2 to-


mos (1990)

EL POETA Y SUS ENCRUCI-


JADAS (1991)
Elvio Romero (Premio Nacional de Literatura
1991) afamado poeta paraguayo publicó en.Editorial
Losada, Argentina, en el año 1955, este libro de poe-
mas de amor que Expolibro y RP ediciones han de-
seado poner nuevamente al alcance del público lec-
tor.
La poesía romántica de Elvio Romero es poco
conocida; opacada quizás por su combativa produc-
ción de contenido social, viene a emerger ahora con
el ardor y el sentimiento descarnado de un espíritu
íntimamente vinculado a la tierra, a la vegetación y.
al calor incandescente de lo nuestro.

Rafael Peroni

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