DT 213 CIU La Gestion Local Del Riesgo 10.22
DT 213 CIU La Gestion Local Del Riesgo 10.22
DT 213 CIU La Gestion Local Del Riesgo 10.22
Resumen
Los desafíos a los que se enfrentan las ciudades y sus comunidades son diversos, com-
plejos y las exponen a impactos que afectan de forma directa la calidad de vida de las
personas que viven en ellas. Hacer frente a estos impactos y reducir el riesgo de desas-
tres se ha vuelto indispensable en un contexto de cambio climático y alta
vulnerabilidad social, pero esta tarea no es sencilla, ni el camino, evidente. Se requiere
de una suma de esfuerzos multiactorales orientados a identificar colectivamente las
amenazas, para así disminuir la exposición ante estas en un escenario de menor vulne-
rabilidad. Esfuerzos que, además, se deben sostener en el tiempo, por lo cual el
compromiso político es fundamental. No obstante, no hay una solución universal: las
ciudades están expuestas a diferentes amenazas, y el grado de vulnerabilidad frente a
desastres difiere entre aglomerados. Aun así, existen herramientas y métodos que pue-
den ayudar a las ciudades y a sus gobiernos locales a delinear el camino a seguir para
estar más y mejor preparadas.
En cualquiera de los dos enfoques, el proceso debe ser encabezado por los gobiernos
locales, ya que ocupan un lugar privilegiado en la gestión territorial. Este nivel juris-
diccional goza de la cercanía con la comunidad, del conocimiento de las amenazas y la
vulnerabilidad, así como también posee parte de las competencias necesarias para
coordinar esfuerzos que redunden en un menor riesgo. No obstante, los gobiernos lo-
cales no están exentos de obstáculos y dificultades: capacidad limitada y recursos
escasos son moneda corriente, a los que se suman desafíos institucionales y de gober-
nanza, metodológicos y técnicos. En cada ciudad hay una configuración diferente de
dificultades y desafíos, pero también del entorno construido, actores y capacidades. En
gran medida, la forma en que se vive en esas ciudades dependerá de cómo los gobiernos
locales aprovechan al máximo sus activos y elaboran planes de gobierno alrededor de
estos elementos.
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PROGRAMA DE CIUDADES DT#213
Es ideal que la identificación de las amenazas sea realizada de forma participativa, ar-
ticulada con la comunidad y plural, en términos de actores y grupos sociales
representados. Las amenazas dependen en buena medida de cómo son concebidas, por
lo tanto hay una construcción social alrededor de lo que se percibe como riesgoso. E
idealmente, las instancias de participación multiactoral deberían estar presentes a lo
largo del proceso, tanto en los diagnósticos como en la comunicación de las estrategias
a implementar. Sin ello, se dificulta sostener en el tiempo los acuerdos y consensos
alcanzados. El análisis del mapa de riesgos genera evidencia de sumo valor que permite
no sólo estimar el daño económico y de bienestar asociado a la ocurrencia de un desas-
tre, sino también establecer escenarios de riesgo para diferentes amenazas, así como
el grado de urgencia y prioridad de intervención. En suma, estos elementos pueden (y
deben) asistir e iluminar la planificación urbana y la gestión territorial cotidiana.
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PROGRAMA DE CIUDADES DT#213
Índice
Introducción ..................................................................................................................... 5
Conclusiones ...................................................................................................................46
Bibliografía ..................................................................................................................... 47
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PROGRAMA DE CIUDADES DT#213
Índice de tablas
TABLA 1. Índice de vulnerabilidad social frente a desastres ................................................................................................................... 13
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PROGRAMA DE CIUDADES DT#213
Introducción
La forma y el ritmo en que han crecido las ciudades, sumado a las características pro-
pias de cada una de ellas y fenómenos globales como el cambio climático o la
globalización, configuran un presente urbano con desafíos demográficos, climático-
ambientales, sociales y económicos. Estos desafíos complejos exponen a las ciudades a
amenazas naturales, sanitarias y humanitarias, que requieren cada vez mayor nivel de
conocimiento y preparación para enfrentarlas y, en caso de ocurrir, mitigar los impac-
tos de los desastres en el plano urbano.
Las ciudades están en riesgo a la vez que son la causa del riesgo (Wamsler & Brink,
2014). El desarrollo de las ciudades influye tanto en el nivel de impacto que puede tener
una amenaza como en las condiciones y recursos que dispone una comunidad para
enfrentarla. En consecuencia, la gestión local puede aumentar o reducir los riesgos, por
lo que resulta esencial desarrollar planes y herramientas de adaptación que permitan
reducir la vulnerabilidad social y aumentar la resiliencia ante impactos.
En las últimas décadas, los desastres urbanos han aumentado, condicionando la sos-
tenibilidad de la vida en las ciudades y puntualmente en América Latina, se proyectan
más eventos extremos de calor, precipitaciones y sequías en los próximos años (IPCC,
2021). Por tanto, a medida que los fenómenos meteorológicos y climáticos se vuelvan
más extremos y frecuentes, y que aparezcan nuevos peligros, como demostró la pan-
demia del COVID-19, aumenta la necesidad de una adecuada gestión del riesgo de
desastres.
En muchos casos suele predominar la percepción errónea de que los desastres son “na-
turales”, que la causa no es controlable y que la destrucción del entorno construido es
el mero efecto de los mismos. En consecuencia, las respuestas de planificación suelen
ser limitadas y se centran principalmente en cuestiones físicas de protección frente a
la amenaza y en la recuperación de infraestructura ante un desastre, sin incorporar el
análisis de las vulnerabilidades de las comunidades afectadas. La suma, variedad y
complejidad de los diferentes desafíos presentes obligan a las ciudades a comprender
mejor a qué amenazas están expuestas.
Además del grado de expansión, es relevante el ritmo al que las ciudades se expanden.
El crecimiento de la mancha urbana aumenta más velozmente que su población, lo cual
constituye un problema actual, pero sobre todo a futuro (Lanfranchi et al., 2018). El
ritmo acelerado de consumo de suelo urbano produce una disminución de la densidad,
yendo hacia ciudades cada vez más planas, menos densas y más ineficientes. La expan-
sión urbana a baja densidad genera que la provisión de servicios urbanos básicos como
agua, electricidad, cloacas, transporte o recolección de residuos sea deficiente, de baja
calidad y de menor cobertura en la periferia, aumentando sustancialmente su costo
(Libertun & Guerrero, 2017).
También la pobreza y desigualdad en las ciudades son retos complejos a los que se debe
hacer frente. En el mundo, cerca de mil seiscientos millones de personas viven en con-
diciones de déficit habitacional, mientras que más de mil millones de personas habitan
en asentamientos informales (UN-Habitat, 2022). En América Latina, según ONU-
HABITAT, 113 millones de personas viven en situación de informalidad (el 25% del
total de la población). En Argentina esa situación corresponde a más de cinco millones
de personas (Secretaría de Integración Social y Urbana, 2021) que viven en más de
5600 asentamientos informales y barrios populares.
En estos barrios, las condiciones de vida socio-habitacionales son muy malas: no hay
acceso formal a servicios básicos como electricidad, agua, cloacas, gas o recolección de
residuos. Los espacios públicos verdes, que suelen ser insuficientes en la ciudad for-
mal, son aún menores en cantidad y calidad en los barrios populares. Tampoco hay
seguridad en la tenencia del suelo y de la vivienda, ya que al tratarse de ocupaciones
irregulares, los habitantes no poseen los títulos de propiedad. Los barrios informales
se encuentran expuestos a mayores riesgos climáticos, acceden a menor cantidad de
servicios urbanos, poseen menos recursos para enfrentar los eventos extremos y son
los más susceptibles a ser desplazados frente a una catástrofe.
Otro desafío de gran magnitud al que se enfrentan las ciudades es el fenómeno de cam-
bio climático, que guarda una estrecha relación con cómo éstas crecen y funcionan. Se
estima que en las ciudades se generan dos terceras partes de los gases de efecto inver-
nadero responsables por entre el 71 y 76% de las emisiones de dióxido de carbono
derivadas del uso final de la energía (IPCC, 2014). Un informe reciente del Grupo de
Expertos sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) describe la grave si-
tuación que tiene hoy el clima global y presenta una serie de escenarios futuros sobre
cómo seguirá cambiando el clima (IPCC, 2021). Las conclusiones del Sexto Informe de
Evaluación confirman que nuestro planeta se está calentando más rápido de lo que se
pensaba y que está en camino a alcanzar 1,5 grados Celsius (1,5°C) de calentamiento
por encima de los niveles preindustriales en la década de 2030. Esta alarmante acele-
ración del ritmo de calentamiento al que nos enfrentaremos en el futuro inmediato no
tiene precedentes para la sociedad humana.
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PROGRAMA DE CIUDADES DT#213
la suba del nivel del mar y el aumento de las desigualdades sociales. Cada uno de ellos,
a su vez, está asociado a costos económicos y a la pérdida de vidas humanas. Un re-
ciente estudio muestra que, en 2100, el PBI mundial podría ser un 37% menor de lo
que sería sin los impactos del calentamiento, si se tienen en cuenta los efectos del cam-
bio climático en el crecimiento económico (Kikstra et al., 2021).
Para hacer frente al desafío del cambio climático han surgido dos líneas de acción di-
ferentes y a la vez complementarias. Por un lado, están las acciones de mitigación, que
son esfuerzos para reducir o prevenir la emisión de gases de efecto invernadero o me-
jorar los sumideros de carbono (IPCC, 2014) y así evitar que este fenómeno se agrave.
Por otro lado, están las acciones de adaptación al cambio climático, entendidas como
una serie de esfuerzos orientados a que las ciudades, las personas y los sistemas pro-
ductivos se ajusten a los cambios del clima y a sus efectos. En esencia, se trata de
acciones que buscan moderar o evitar el daño del cambio climático en la calidad de
vida de las personas, y a reducir el riesgo de ocurrencia de impactos negativos asocia-
dos a desastres. La complementariedad de estas líneas de acción se manifiesta en
proyectos de transformación adaptativa, donde confluyen de manera integrada inicia-
tivas de regeneración y desarrollo urbano, reducción de riesgo de desastres, adaptación
al cambio climático y esfuerzos de mitigación y de reducción de huella en el consumo
de recursos (Satterthwaite et al., 2020). Todos los desafíos a los que se enfrentan las
ciudades, tanto los que están vinculados al cambio climático como los que no, obligan
a repensar el modo en que se diseñan, crecen y gestionan las ciudades. Esto requiere
de un esfuerzo adicional y urgente de gobiernos, decisores y cuadros técnicos. Mejorar
las capacidades en gestión de riesgo revierte no sólo el impacto negativo de las causas
de la vulnerabilidad social, sino que también ayuda a contrarrestar el efecto de presio-
nes a las que las ciudades de la región están expuestas. El fortalecimiento local en
términos normativos, institucionales y presupuestarios reduce la vulnerabilidad ante
el riesgo, a la vez que corrige dinámicas que amenazan el desarrollo sostenible, como
son la urbanización no planificada, la exclusión social y la degradación ambiental, es-
pecialmente de países en desarrollo (Guerrero Compeán, Salazar, & Lacambra Ayuso,
2017).
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PROGRAMA DE CIUDADES DT#213
Se entiende por gestión integral del riesgo al enfoque y la práctica sistémica de gestio-
nar la incertidumbre para minimizar los daños y las pérdidas potenciales(UNISDR,
2009). Desde esta perspectiva, se consideran todo tipo de riesgos, condicionados por
la vulnerabilidad intrínseca del sistema bajo análisis -en este caso las ciudades- y se
incluyen tanto momentos previos a los daños, como posteriores. Un desastre es enten-
dido como una interrupción en el funcionamiento de una comunidad o sociedad, que
ocasiona muertes, pérdidas e impactos materiales, económicos y ambientales que ex-
ceden la capacidad de la comunidad afectada para hacer frente a la situación mediante
el uso de sus propios recursos (UNISDR, 2009).
La reducción del riesgo de desastres es, entonces, “la práctica de reducirlos mediante
esfuerzos sistemáticos dirigidos al análisis y a la gestión de los factores causales de los
desastres, lo que incluye la reducción del grado de exposición a las amenazas, la dismi-
nución de la vulnerabilidad de la población y la propiedad, una gestión sensata de los
suelos y del ambiente, y el mejoramiento de la preparación ante los eventos adversos”
(UNISDR, Terminología sobre Reducción del Riesgo de Desastres, 2009). Un término
complementario a este es el de gobernanza del riesgo de desastres, y se lo define como
"el sistema de instituciones, mecanismos, marcos normativos y jurídicos y otras dispo-
siciones que tiene por objeto orientar, coordinar y supervisar la reducción de los
riesgos de desastres y las esferas de política conexas”(Grupo de Trabajo sobre la
Medición y Registro de Indicadores Relativos a la Reducción del Riesgo de Desastres,
2017). Es, en esencia, el conjunto de actores y procesos orientados a reducir el riesgo
de desastres.
La concepción actual, amplia e integral, sobre qué riesgos existen y cómo abordarlos,
no fue siempre así. En los años 60, el foco estaba puesto solo en la ocurrencia de desas-
tres de origen natural y en sus consecuencias, excluyendo aquellos que no fueran
climáticos o geofísicos. Además, los esfuerzos se centraban en atender ex-post los
desastres, poniendo especial atención durante la emergencia y la posterior recupera-
ción, con el campo de acción limitado a gobiernos locales, y escindido de la forma de
planificar y gestionar las ciudades. La concepción era mono-causal y el abordaje reac-
tivo.
Desde la década de 1980, la concepción se amplió. Uno de los principales cambios fue
que se sumó la variable de la vulnerabilidad al análisis del riesgo, entendiendo a la
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PROGRAMA DE CIUDADES DT#213
El término resiliencia proviene del campo de la ecología y guarda relación con el grado
o la capacidad de un sistema ecológico de absorber un impacto externo, volver a un
estado de equilibrio y desarrollar mecanismos de adaptación futura. Desde la perspec-
tiva del riesgo de desastres, la resiliencia se define como la capacidad de un sistema
expuesto al peligro para resistir, absorber, adaptarse y recuperarse de los efectos de
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Así, una ciudad resiliente a los desastres puede entenderse como que ha logrado apoyar
con éxito medidas para fortalecer la capacidad de las personas, las comunidades y las
instituciones para:
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Mansilla, 2020). El diagnóstico de cada riesgo debe funcionar, por lo tanto, como un
insumo clave del proceso cotidiano de planificación urbana.
Las (i) amenazas o peligros son aquellos fenómenos potenciales que, si ocurren en un
lugar y un momento específicos, dependiendo de su magnitud, pueden ocasionar
muertes, lesiones o daños de diversa índole. Existen diferentes tipos de amenazas, tales
como las de origen ambiental, las humanitarias y las sanitarias. Dentro de las de origen
ambiental, se consideran las geofísicas, tales como terremotos, erupciones volcánicas,
deslizamientos de tierra y tsunamis, y las amenazas climáticas, como inundaciones,
incendios forestales, olas de calor, sequías o huracanes (BID, 2019).
El impacto de estos peligros a los que se enfrentan las ciudades puede clasificarse en
agudo o híper agudo, según si acontecen de modo eventual, disruptivo y repentino, o
bien si se trata de tensiones crónicas, cuando el período es considerablemente mayor
y afectan a la ciudad de forma cíclica, de modo sostenido en el tiempo y generando
debilidad en el sistema(Resilient Cities Network, 2019). Ambos tipos suponen graves
consecuencias para las ciudades en términos de vidas humanas, de salud pública y de
costo económico. Con frecuencia las ciudades están condicionadas por varias de estas
presiones al mismo tiempo, en ocasiones de forma interconectada. Comprender holís-
ticamente y de manera más acabada las presiones que soportan las ciudades, permite
desarrollar planes de acción para mitigar los impactos y minimizar los daños. Para ello,
las ciudades y sus gobiernos locales deben desarrollar herramientas de información y
gestión que les permitan monitorear la exposición al riesgo, a fin de reaccionar rápida-
mente, mitigar potenciales impactos y reducir el período de recuperación posterior.
Otro factor que compone el riesgo es (ii) la exposición. Se trata del grado o medida en
que las comunidades y los bienes que se encuentran situados dentro del área de in-
fluencia de las amenazas y que pueden sufrir daños (BID, 2019). Un reciente estudio
del Banco Mundial sostiene que las personas pobres están sobreexpuestas a los desas-
tres, sobre todo a los frecuentes y de baja intensidad, lo que acumula impactos
significativos en su bienestar, particularmente en su salud (Hallegatte, Vogt-Schilb,
Bangalore, & Rozenberg, 2017). En una región como América Latina, marcada por al-
tos niveles de desigualdad social y niveles de pobreza y pobreza extrema en aumento,
sobre todo por los efectos de la pandemia de Covid-19 (CEPAL, 2021), es imprescindi-
ble entender a la exposición como un elemento clave dentro de la ecuación que
conforma el riesgo y prácticamente inseparable del factor de la vulnerabilidad.
Por último, (iii) la vulnerabilidad está dada por las características, condiciones y cir-
cunstancias intrínsecas, internas, individuales y combinadas que ofrecen un territorio
o una comunidad, que los hacen ser susceptibles a los efectos dañinos de una amenaza
(BID, Resumen ejecutivo de la Evaluación de Riesgo de Desastres y Cambio Climático,
2019)(UNISDR, Terminología sobre Reducción del Riesgo de Desastres, 2009). Estos
elementos determinan también su capacidad de anticiparse y responder frente a los
riesgos. La vulnerabilidad, en un sentido amplio, condiciona fuertemente el nivel de
impacto de las amenazas (UNISDR, Terminología sobre Reducción del Riesgo de
Desastres, 2009).
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Esta herramienta, empleada en diversos estudios para el análisis de riesgos, define tres
dimensiones de la vulnerabilidad social: condiciones sociales; condiciones habitacio-
nales; y condiciones económicas. Cada una de estas dimensiones está representada por
variables e indicadores, los cuales dan cuenta del grado de vulnerabilidad social de una
población previa a un desastre y configuran una herramienta que aporta profundidad
en el análisis del riesgo. El IVSD resulta de enorme utilidad, pero presenta la limitación
de utilizar datos censales, los cuales están disponibles cada 10 años, por lo cual requiere
de una complementación de fuentes para disponer del índice de modo actualizado.
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Una pérdida económica, cualquiera sea el monto, no implica lo mismo para una per-
sona rica que para una persona pobre. Las personas en situación de pobreza e
informalidad se ven sustancialmente más afectadas, ya que sus medios de vida depen-
den de menos activos y recursos, su nivel es cercano a los niveles de subsistencia, no
pueden recurrir a ahorros o redes de contención para atenuar los impactos de los
desastres y posiblemente necesitarán más tiempo para recuperarse (Hallegatte, Vogt-
Schilb, Bangalore, & Rozenberg, 2017).
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Una actualización de este indicador podría referir a un solo jefe o jefa de hogar con personas a cargo, considerando la diversidad de arreglos familiares
que incluye jefes o jefas de hogar al margen de su situación conyugal, así como personas a cargo que no sean hijos
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Los efectos de los desastres son variados, pueden ser directos, como las pérdidas de
vida, daños en infraestructura y servicios básicos; indirectos, como la alteración o in-
terrupción del flujo corriente de bienes y servicios; a largo plazo, como la pérdida
inmediata de años de desarrollo e inversión pública y privada; y secundarios, particu-
larmente afectando a variables macroeconómicas como el nivel de endeudamiento, la
formación de capital fijo, la inflación y el empleo. Ya desde la Declaración de Kobe en
2005, las Naciones Unidas reconocen que “los desastres merman notablemente los re-
sultados de las inversiones realizadas en el desarrollo en muy poco tiempo, y por
consiguiente siguen siendo un importante obstáculo para el desarrollo sostenible y la
erradicación de la pobreza”. De hecho, debido al alcance, la profundidad y la duración
de los impactos, las pérdidas han pasado a ser un elemento determinante de la dismi-
nución sostenida de la riqueza nacional, en lugar de ser una interrupción momentánea
y circunstancial del desarrollo de los países.
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Estas metas se fijan en consonancia con el Marco de Sendai para la Reducción del
Riesgo de Desastres 2015-2030 (UNDRR, 2015), aprobado en la tercera Conferencia
Mundial de las Naciones Unidas celebrada en Sendai (Japón) en 2015. Este instru-
mento plantea prevenir la aparición de nuevos riesgos de desastres y la reducción de
los existentes, con el propósito de disminuir las pérdidas humanas, económicas y los
daños ocasionados en sectores estratégicos, implementando medidas integradas e in-
clusivas de índole económica, estructural, jurídica, social, sanitaria, cultural,
educativa, ambiental, tecnológica, política e institucional.
El Marco de Sendai reconoce a los Estados como los actores responsables de reducir la
vulnerabilidad y mejorar la resiliencia, mientras que también fomenta la coordinación
intersectorial y de múltiples escalas entre las partes interesadas locales, regionales, na-
cionales e internacionales. La Oficina de Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo
de Desastres (UNDRR) apoya a los Estados miembros y a sus gobiernos locales a im-
plementar el Marco de Sendai a través de diversas campañas, con el objetivo de ayudar
a los gobiernos a reducir el riesgo y aumentar la resiliencia en el ámbito urbano.
UNDRR elaboró una serie de guías llamadas “De las palabras a la acción”(UNDRR,
2019)para acercar información específica sobre cómo implementar una estrategia fac-
tible y efectiva del Marco de Sendai. Funciona como una hoja de ruta, que recoge y
sintetiza experiencias y conocimiento, buscando facilitar la comprensión de problemá-
ticas, obstáculos, estrategias, recursos y elementos principales, para una
implementación eficaz del Marco de Sendai.
Con el foco puesto en facilitar y promover la gestión del riesgo a nivel municipal,
UNISDR publicó el informe “Cómo desarrollar ciudades más resilientes. Manual para
líderes de gobiernos locales”(UNISDR, 2013), dirigido específicamente a decisores y
equipos técnicos de gobiernos locales. Este manual busca facilitar la elaboración de
políticas y la toma de decisiones para impulsar iniciativas que creen resiliencia y dis-
minuyan el riesgo de desastres. Expone competencias y conocimiento de ciudades que
cuentan con cierta experiencia en el proceso, y presenta diez aspectos esenciales para
crear resiliencia, así como elementos que favorezcan su aplicación.
Por otro lado, el Acuerdo de París (2015) (Naciones Unidas, 2015) logró que las nacio-
nes tengan un compromiso común para combatir el cambio climático, intensificar las
acciones e inversiones para un futuro con bajas emisiones de carbono y adaptarse a sus
efectos adversos. Establece aumentar y fortalecer la capacidad de adaptación y reforzar
la resiliencia y reconoce la importancia de reducir, evitar y afrontar las pérdidas rela-
cionadas al cambio climático y la necesidad de actuar de manera cooperativa en la
gestión integral del riesgo (Artículo 8.4).
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El Centro Global de Adaptación (GCA, por sus siglas en inglés) es una organización
internacional que trabaja como agente de soluciones para acelerar la acción y el apoyo
a las soluciones de adaptación frente al cambio climático. Fundado en 2018 por inicia-
tiva de Holanda, promueve la investigación y la difusión sobre la adaptación climática,
e impulsa la asistencia técnica a los gobiernos y al sector privado. En 2021 organizó el
Climate Adaptation Summit, donde presentó una Agenda de Acción para la Adapta-
ción, que funciona como un marco que impulsa la acción hasta 2030 (Climate
Adaptation Summit, 2021). Esta agenda está diseñada para ayudar a orientar los es-
fuerzos de adaptación y promover nuevas respuestas que aumenten la resiliencia
climática. También propone una interfaz ODS- Agenda de adaptación al clima, que
permita orientar los esfuerzos de adaptación de manera que se garantice la creación de
resiliencia transversal y se impulse el progreso hacia los ODS.
Para que sea posible implementar esta agenda y avances en materia de adaptación, sus
promotores sostienen que hace falta (a) más esfuerzo, ya que actualmente hay un dé-
ficit en el financiamiento disponible para la adaptación al clima; (b)más integración,
ya que para que la resiliencia se convierta en la nueva normalidad, las iniciativas que
la fomentan deben estar integradas en la planificación y gestión de la economía, el
transporte y el ambiente; (c) más alianzas, ya que los enfoques convencionales y aisla-
dos resultarán insuficientes, por lo que será indispensable articular con actores
públicos, privados, locales, nacionales, regionales e internacionales; (d) más innova-
ción, ya que a medida que el mundo se adentra en nuevas realidades climáticas, la
dinámica de la globalización y en la revolución digital, es imperativo acelerar el ritmo
de intercambio de conocimientos y prácticas de adaptación; (e) más financiamiento,
ya que este es un factor crítico para implementar acciones de adaptación; y (f) más
equidad, para evitar un empeoramiento de los impactos, que afectan de manera des-
proporcionada a las poblaciones más vulnerables, como personas refugiadas, con
discapacidades, racializadas, mujeres, población LGBTIQ+, adultos mayores, niñas y
niños, especialmente porque la pandemia de COVID-19 ha amplificado las márgenes
de la desigualdad.
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A nivel regional, la gobernanza del riesgo de catástrofes ha tenido avances, pero aún
queda mucho por desarrollar. Hasta la fecha, la gestión del riesgo se focalizó principal-
mente en crear y fortalecer marcos institucionales, jurídicos y políticos. Si bien en las
dos últimas décadas se ha avanzado en el fortalecimiento de las políticas públicas de
reducción de riesgos, el ritmo de las reformas, inversiones y asignaciones presupues-
tarias siguen siendo inadecuadas. Pocos países han articulado enfoques
multisectoriales que aborden los factores de riesgo, como la gestión de los recursos
hídricos, la planificación del uso del suelo y las estrategias de adaptación y mitigación
del cambio climático, entre otros.
La meta E del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres (2015-2030)
busca incrementar el número de países que cuentan con estrategias de reducción del
riesgo de desastres a nivel nacional y local para 2020. A diciembre de 2020, menos de
la mitad de los países de América Latina contaban con estrategias, planes y políticas
nacionales (Meta E-1), y el desarrollo de estrategias a nivel local (Meta E-2) era muy
bajo, siendo una de las metas menos logradas. Al analizar la situación a nivel local, se
observa que el nivel de adopción de planes, políticas y estrategias de reducción del
riesgo es alarmantemente bajo. Menos del 10% de las ciudades de América Latina po-
seen avances en este tipo de insumos, que a la vez son clave para la reducción del riesgo
de desastres.
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que impregnan todo el panorama social, medioambiental y físico. Más aún, estos fac-
tores están arraigados en los modelos de desarrollo predominantes en la región. Los
países ya no pueden limitarse a observar cómo los nuevos fenómenos extremos afectan
negativamente al desarrollo. Según el Informe de evaluación regional del riesgo de
desastres para América Latina y el Caribe de UNDRR, la región está más desequili-
brada que nunca en términos políticos, económicos, medioambientales y sociales
(UNDRR, 2021).
La situación en Argentina
Desde 2016, en Argentina rige el Sistema Nacional de Gestión Integral del Riesgo (SI-
NAGIR), a partir de la sanción de la Ley 27.287(2016). Tiene por objeto integrar las
acciones y el funcionamiento de organismos de órbita nacional, los gobiernos provin-
ciales, los municipales y las organizaciones no gubernamentales para fortalecer y
optimizar las acciones de reducción de riesgo de desastres. Esta ley plasma los esfuer-
zos y la necesidad de diseñar un sistema de prevención y atención de desastres acorde
al paradigma que se viene desarrollando desde los Marcos de Hyogo 2002-2015 y Sen-
dai 2015-2030.
La estrategia metodológica del PNRRD cuenta con una secuencia metodológica que
establece:
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1. Determinar las áreas vulnerables a distintos tipos de amenaza y las acciones nece-
sarias para mitigar y/o prevenir el impacto de esos efectos adversos en el corto,
mediano y largo plazo.
2. Establecer prioridades según urgencia e importancia de las acciones, priorizando
la vida humana, los ecosistemas y los sistemas productivos.
3. Identificar la posibilidad de efectos adversos combinados, naturales, antrópicos.
4. Proponer eventuales fuentes de financiamiento para cada acción.
El compromiso federal del plan implica, entre otras cosas, la actualización de los mar-
cos normativos a la Ley 27.287, la creación de áreas u organismos orientados a la GIR
en las estructuras organizativas locales y provinciales; la cooperación interprovincial,
regional y nacional en la reducción de riesgos de desastre y en el acceso a la informa-
ción para generar bases de datos; la inclusión de la perspectiva de GIRD a las obras de
infraestructura vial e hídrica; el desarrollo de planes específicos para las provincias; y,
el desarrollo de campañas de prevención que integren todos los niveles de gobierno y
jurisdicciones.
En cuanto a las metas del PNRRD hacia 2023, para el primer año se buscaba establecer
las líneas de base para evaluar y medir las metas generales, identificando las estructu-
ras organizativas de cada provincia para definir roles y responsabilidades; reconocer
áreas responsables de implementación del plan en los distintos niveles, qué jurisdic-
ciones cuentan con ellas, así como cuáles cuentan con planes vigentes vinculados a
reducción de riesgos, cuáles y cuántos gobiernos locales cuentan con mapas de riesgo,
cuáles aplican metodologías para evaluar daños así como cuáles son las medidas de
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El Marco de Sendai reconoce el importante papel que desempeñan las ciudades y los
gobiernos locales en la gestión del riesgo de desastres. La Guía “De las Palabras a la
Acción” (Words Into Action) de la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción
del Riesgo de Desastres (UNDRR, 2019) afirma que la reducción de riesgo de desastres
requiere estructuras organizativas e institucionales relativamente consolidadas y sos-
tenibles, pero con la cercanía adecuada para responder a las preocupaciones de los
ciudadanos sobre el riesgo y la vulnerabilidad. También, sostiene que los gobiernos
locales son los encargados de promover el desarrollo local y, por tanto, ofrecen una
opción real para vincular la reducción del riesgo con el desarrollo económico.
Además, los impactos se producen a nivel local y muchas de las herramientas más efi-
caces para reducir la exposición a los peligros, como por ejemplo la normativa sobre el
uso del suelo y la aplicación de los códigos de construcción se encuentran en este nivel
jurisdiccional. También es este nivel, en ciertos casos de forma compartida con las pro-
vincias, quien posee competencias en términos de la gestión de los recursos naturales,
el desarrollo social y económico de los territorios y la planificación y ejecución de in-
fraestructuras de baja y media escala. Esto posiciona al gobierno local en un lugar
privilegiado para gestionar el riesgo, construir resiliencia urbana y a la vez promover
un crecimiento urbano sostenible (UNDRR, 2019).
El camino para hacerlo, sin embargo, no es sencillo. La evidencia muestra que los go-
biernos locales tienen más responsabilidad que competencias para llevar a cabo las 13
acciones de gestión del riesgo del Marco de Sendai (UNDRR). Disponer de autoridades
y responsabilidades también es un reto pendiente. Si bien la mayoría de países poseen
legislación general a nivel nacional, la descentralización y la gobernanza vertical entre
niveles de jurisdicción son limitadas. Aquí vale la pena destacar nuevamente las guías
“De las Palabras a la Acción” (UNDRR, 2019) donde se desarrollan estos temas de
forma simple y accesible y configuran una fuente de información muy valiosa para go-
biernos, tanto locales como nacionales, para avanzar en estrategias y marcos de acción
de reducción de riesgo de desastres. Para aplicar correctamente el Marco de Sendai, es
necesario reforzar la gobernanza vertical con un nivel adecuado de autoridad y capaci-
dad para administraciones locales. Más aún, existe un déficit muy importante en
términos de capacidad para realizar análisis integrales de riesgo, así como para actua-
lizar y hacer cumplir los códigos de construcción locales.
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La clave de la estrategia radica en identificar cómo y con qué medios se puede alcanzar
un objetivo propuesto, dados los recursos, capacidades y condiciones existentes. En
esencia, evaluar qué se puede hacer con lo disponible y, en paralelo, aumentar la capa-
cidad de acción. Por ello, las estrategias de gestiones de riesgo correctivas y
prospectivas deben identificar a los socios adecuados y las capacidades idóneas para
su aplicación, que no son necesariamente los mismos en cada país, ni en cada ciudad.
Fortalecer estas capacidades y recursos locales no resulta indiferente. Las consecuen-
cias de los desastres son mucho más graves en países donde el Estado exhibe una débil
capacidad institucional y crear condiciones para mejorar la gobernanza de la gestión
del riesgo de desastres reduce significativamente la probabilidad de pérdidas humani-
tarias causadas por fenómenos naturales (BID, 2017).
En nuestro país las ciudades no son ajenas a esta situación. La mayoría de los gobiernos
locales de Argentina no cuentan con las capacidades ni los recursos para resolver los
retos antes mencionados. En términos presupuestarios, los municipios argentinos tie-
nen más gastos que ingresos y dependen de transferencias del estado nacional y
provincial para sostener sus gastos corrientes(López Accotto & Macchioli, 2015). En
relación a las capacidades institucionales de gestión, los gobiernos locales cuentan aún,
en muchos casos, con severas limitaciones para la efectiva realización de sus funciones.
La debilidad presupuestaria y la falta de autofinanciamiento, junto con la existencia de
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Desde CIPPEC, a través de mesas de diálogo con diferentes actores vinculados con la
resiliencia urbana (Herrero, Lanfranchi, & Jaureguiberry, 2015), se identificaron una
serie de desafíos de la gestión local en ciudades de Argentina que se deben sortear para
avanzar con la gobernanza de la gestión integral del riesgo. Los mismos se presentan a
continuación:
Para resolver este desafío es imprescindible el desarrollo de un marco, dentro del go-
bierno local, que permita la organización y la coordinación entre los niveles, y la
generación de alianzas institucionales con los actores externos, incluida la cooperación
entre provincias y/o países. Este marco debe promover el intercambio y uso en con-
junto de tecnología, recursos humanos, económicos y otros. Esa colaboración
multinivel y multisectorial necesaria entre los actores se logra a través de un cambio
cultural, rompiendo con la inercia de trabajo en silos. Esta “transversalización”
(mainstreaming) no implica un cambio completo en las funciones y responsabilidades
centrales de una organización; en cambio, significa mirarlos desde una perspectiva di-
ferente, haciendo las modificaciones necesarias, según corresponda (Wamsler, 2013).
Se evidencia también la ausencia de instancias de aprendizaje entre pares (peer-lear-
ning) entre distintos países o ciudades. Construir redes colaborativas enfocadas en la
reducción de vulnerabilidades permite comprender los problemas y las oportunidades,
y lograr una definición coherente de objetivos y prioridades de las políticas de resilien-
cia (Taylor et al., 2020).
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PROGRAMA DE CIUDADES DT#213
es muy factible que se vea afectado el interés de algún grupo en particular o que la
norma genere oposición por el simple desconocimiento. Si quienes deben aprobar di-
cha ordenanza no conocen el contexto y la relevancia de este cambio legislativo y,
además, el grupo cuyo interés se ve afectado logra hacer suficiente presión para impe-
dir que la norma avance, lo más probable es que el cambio normativo necesario no
ocurra.
La gobernanza intra-gobierno
Promover el fortalecimiento de las instituciones y herramientas estatales mejora la go-
bernanza y la efectividad de las políticas públicas para enfrentar el riesgo y mitigar las
consecuencias de desastres. Esto reduce la vulnerabilidad social y construye resilien-
cia, binomio indispensable para promover el desarrollo sostenible. Para tomar
decisiones políticas orientadas en este sentido, se necesita atender los desafíos antes
mencionados.
Los funcionarios locales son actores imprescindibles para poner en agenda e imple-
mentar políticas de gestión del riesgo y resiliencia urbana. Son quienes gestionan las
crisis y, al mismo tiempo, quienes deben planificar a largo plazo en pos de lograr una
reducción sostenida de la vulnerabilidad. Para ello, es necesario que construyan redes
colaborativas enfocadas en comprender mejor los problemas e identificar las oportu-
nidades y, a su vez, en lograr una definición coherente de los conceptos, objetivos y
prioridades de las políticas de resiliencia (Therrien, Normandin, Paterson, & Pelling,
2021). Para alcanzar una gobernanza eficaz de la resiliencia, se presentan dos sustan-
ciales desafíos inherentes a la forma habitual de trabajo en las administraciones
locales. Por un lado, se debe lograr la colaboración multinivel y multisectorial necesa-
ria entre los actores involucrados y, por otro, se debe generar el cambio cultural que
permita este tipo de interacción.
A la hora de analizar en detalle ambos desafíos, uno de los elementos emergentes que
surge guarda relación con las diferentes conceptualizaciones del término resiliencia
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PROGRAMA DE CIUDADES DT#213
Otro de los obstáculos a superar se vincula con la forma de trabajo cotidiana de las
administraciones públicas locales. Para manejar situaciones predecibles y rutinarias
específicas, los gobiernos suelen organizarse de modo sectorial, donde la articulación
intersectorial es infrecuente. Reducir la vulnerabilidad y gestionar la resiliencia supone
reemplazar el trabajo en silos y en su lugar abordar una gestión transversal entre áreas.
Además, la experiencia debe estar menos concentrada y más distribuida entre la red
de actores, haciendo hincapié en la difusión del conocimiento y el reparto de respon-
sabilidades en redes con los socios, y con dinámicas colaborativas como método de
trabajo. Esto requiere un cambio en el ordenamiento de trabajo, pasando de procesos
rígidos verticales a articulaciones flexibles más horizontales. Finalmente, la gestión de
actividades regulares a través de procesos rutinarios debe dejar espacio para la gestión
de eventos impredecibles e inciertos mediante procesos rápidamente adaptables.
Establecer un sistema de gobernanza del riesgo y la resiliencia que sea eficiente, re-
quiere que los funcionarios locales identifiquen y mapeen temas interconectados para
luego desarrollar conjuntamente una dirección estratégica. Al mismo tiempo, deben
coordinar, o tejer juntos, un entorno de múltiples organizaciones (multisectorial) y ni-
veles (multinivel) con la capacidad de gobernanza para dirigir los esfuerzos hacia el
objetivo común. Claro está, debe haber un fuerte compromiso y convicción política que
habiliten y fomenten estas formas de trabajo y su incorporación en la agenda local.
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PROGRAMA DE CIUDADES DT#213
de la administración local. Esto significa que los esquemas organizacionales de los mu-
nicipios deben incluir áreas específicas con capacidad de gestión y decisión, así como
contar con recursos financieros para hacer frente a los desafíos antes descriptos. Esta
formalización debe estar reflejada en los instrumentos normativos de cada municipio,
como son las ordenanzas y resoluciones municipales o comunales.
En segundo lugar, está la dimensión territorial. Ésta conjuga las dimensiones técnica,
legal, participativa y política del proceso de gestión en una ciudad determinada. Esta-
blece procesos y operativiza la identificación de amenazas, sus causas, su medición y
la cuantificación del riesgo, como también propone alternativas para la intervención o
reducción de la vulnerabilidad. Debe estar formalizada o enmarcada en una serie de
normas y reglamentaciones locales que establezcan atribuciones relacionadas al pro-
ceso de la gestión del riesgo.
Además, de ser públicamente conocida, debe estar validada y avalada por medio de
procesos participativos que recojan y respondan a necesidades y demandas sociales. El
riesgo posee una dimensión constructiva, por lo que se debe partir de las percepciones
de riesgo, experiencias, historias y conocimientos de la población, a fines de promover
la interpretación de los procesos de construcción de riesgos, el conocimiento de la co-
munidad y sus experiencias en la mitigación y respuesta ante los desastres (Fontana &
Conrero, 2017). Por lo tanto, no se debe concebir una gestión del riesgo escindida de la
participación ciudadana. Esta dimensión atañe de manera particular al orden munici-
pal, ya que siendo el territorio una realidad local, su ordenamiento no debe provenir
de órbitas superiores y ajenas a ésta, impuestas verticalmente. Esta dimensión asegura
la correspondencia entre la política y las necesidades sociales percibidas por la pobla-
ción, a la vez que promueve una implementación colectiva y participativa que involucre
a la sociedad en su conjunto (Padrón Chacón, 2018).
El reto de las gestiones municipales, en las cuales no sobran los recursos económicos,
es encontrar el balance adecuado de fondos e instrumentos para poder financiar todo
el ciclo de la gestión del riesgo. Esto implica, en etapas previas a eventos, contar con
recursos para garantizar capacidad técnica e institucional y financiar las obras que per-
mitan reducir la vulnerabilidad. También durante un evento los gobiernos deben
disponer de recursos que permitan agilizar la respuesta inmediata, disminuir las even-
tuales pérdidas, y una vez ocurrido el evento, acceder a fondos para promover una
rápida recuperación.
En este sentido, la gestión financiera del riesgo de desastres tiene como objetivos: que
los fondos lleguen a las comunidades que más lo requieren, cuando más lo necesiten;
usar la planificación financiera para proteger las inversiones tanto en activos produc-
tivos como en desarrollo humano; planificar cómo enfrentar los costos del desastre
antes de que ocurra; y, mejorar la velocidad, predictibilidad y transparencia de la res-
puesta ante un desastre(World Bank, 2018). Persiguiendo estos objetivos, los
gobiernos locales deberán consolidar su estrategia y fortalecer su resiliencia financiera.
Además, hay que tener en cuenta que diferentes amenazas requieren distintos recur-
sos. Lo ideal es que los gobiernos puedan protegerse, mediante el uso de diferentes
instrumentos, contra eventos de frecuencia y gravedad diferentes. Este enfoque, cono-
cido como estratificación de riesgos, moviliza diferentes instrumentos, ya sea antes o
después de una catástrofe, para hacer frente a la necesidad de fondos (World Bank,
2018).La estratificación de riesgos garantiza que las fuentes de dinero más baratas se
utilicen primero y que los instrumentos más caros sólo se utilicen en circunstancias
excepcionales. Por ejemplo, los instrumentos de retención y transferencia del riesgo,
como los seguros, pueden proporcionar cobertura contra eventos extremos poco fre-
cuentes, pero no para protegerse de sucesos de baja intensidad que se repiten
regularmente. Para mantener este nivel de riesgo más bajo, el gobierno podría consi-
derar la creación de un fondo de contingencia dedicado a eventos de alta frecuencia y
baja severidad.
A mayor planificación anticipada para administrar el costo de los desastres, más pro-
tegidos financieramente estarán los gobiernos locales (World Bank, 2018) y más
capacidad tendrán para atender la emergencia, y llevar a cabo las tareas necesarias
para la rehabilitación y la reconstrucción.
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Sin lugar a dudas, diseñar e implementar una estrategia de gestión del riesgo y resi-
liencia urbana, aun estableciendo un sistema de gobernanza adecuado, implica una
inmensa tarea de coordinación. El principal motivo es que se debe garantizar la inter-
acción entre una pluralidad de actores de diferente origen y muy diversas escalas,
desde vecinales y locales a provinciales, nacionales e internacionales, pasando por el
sector público, el privado y la sociedad civil.
Para emprender esta tarea con éxito, es fundamental identificar a los actores involu-
crados. Con frecuencia un plan de gestión de riesgo y resiliencia urbana comienza con
tareas de mapeo de actores, con el objetivo de identificarlos y también explorar el nivel
de compromiso, interconectividad e interdependencia entre ellos. En este sentido, el
rol de los gobiernos locales es central en la generación y promoción de espacios e ins-
tancias de participación, intercambio y formación. Estos se verán cristalizados en
diversas actividades, tales como, la conformación de alianzas y redes, y el dictado de
talleres de sensibilización y capacitaciones.
Finalmente, las acciones llevadas a cabo en el marco de programas y planes deben ser
acompañadas con sistemas de comunicación y difusión adecuados. El componente co-
municacional debe ser trasversal y estar presente en las diferentes etapas, tanto en el
armado inicial de la estrategia como durante su implementación. En su dimensión or-
ganizacional, las áreas de gobierno deben mantener sistemas de comunicación
eficientes y continuos en el desarrollo de las actividades de preparación y recuperación
en casos de eventos adversos. Además, deben estar presentes en el desarrollo cotidiano
de la gestión de políticas orientadas a la reducción del riesgo.
La información con frecuencia está dispersa y difusa, por lo que poseer instancias o
sistemas de comunicación es una parte fundamental del proceso. Esto cobra especial
relevancia durante una emergencia, ya que se activan mecanismos de acción y res-
puesta inmediata, y resulta indispensable que las diferentes áreas sepan cómo actuar.
En situaciones de emergencia, las dependencias involucradas en la alerta temprana y
primeros auxilios deben lograr funcionar de manera rápida, articulada, y protocoli-
zada. También es indispensable que la población esté sensibilizada y sepa cómo actuar
ante una emergencia, especialmente qué hacer y qué no hacer, a fin de reducir los im-
pactos de la emergencia y minimizar las complicaciones y los accidentes evitables. Algo
tan sencillo como saber en qué casos evacuar su propia vivienda ante una inundación
o cómo pedir ayuda, si no hay sistemas de telecomunicación, se transforma en una
cuestión de vida o muerte.
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de diseño como de ejecución, cualquier plan o proyecto debe contar con instancias y
procesos participativos con vecinos y habitantes de la ciudad. Es vital lograr comunicar
de manera correcta, es decir, lograr que la información de instancias participativas,
sondeos, encuestas, relevamientos públicos llegue a los diversos grupos de ciudadanos.
También es clave que las percepciones, los comentarios y los deseos de la población
sean conocidos y considerados por los equipos técnicos que participan en la planifica-
ción de la gestión del riesgo. Es muy difícil que se identifiquen fehacientemente todas
las amenazas si no hay un mapeo colectivo donde esté representada toda la sociedad
civil, especialmente los grupos sociales más vulnerables y sub-representados.
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Por último, otro factor que potencia la acción local es la capacitación y sensibilización
sobre la temática, destinadas a actores tales como funcionarios y empleados locales,
periodistas, docentes, alumnos y alumnas de instituciones educativas, y vecinos y ve-
cinas. La concientización de la ciudad y su comunidad sobre los riesgos, la prevención
y la mitigación, es crucial para el posicionamiento del tema en la agenda pública y para,
en suma, construir ciudades más preparadas.
Los mapas de riesgos son herramientas fundamentales en la gestión del riesgo ya que
permiten cuantificar visualmente el riesgo en el territorio y funcionan como un insumo
básico en el proceso de toma de decisiones. Permiten entender cómo se distribuye el
riesgo en el territorio y dónde se concentra. Se trata de información indispensable para
poder priorizar las intervenciones más costo-eficientes en términos de reducción de
riesgos. Al estar basadas en Sistemas de Información Geográficas (SIG), es posible
agregar capas de información como radios censales, redes de infraestructura, focos de
calor o cotas de inundación. Estas capas, y otras más que se puedan agregar, permiten
tomar decisiones informadas y basadas en evidencia.
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PROGRAMA DE CIUDADES DT#213
actúa como vector, o bien favorece la reproducción de vectores, como en el caso del
mosquito que transmite el dengue.
En esta etapa también se debe definir el parámetro para medir el peligro, es decir, cuál
es la variable de análisis bajo la cual se determina el riesgo asociado a una determinada
amenaza. Para inundaciones será la altura del agua, para olas de calor será la tempe-
ratura mínima o máxima diaria, y así con cada amenaza identificada. Seguidamente se
caracteriza la manifestación de la amenaza, en términos de duración, extensión, inten-
sidad, severidad, frecuencia y recurrencia. Todas estas variables complementarias
permiten comprender mejor cómo se manifiesta una amenaza. Luego se representa
geográficamente la amenaza y se debe caracterizar la zona de impacto, ya que las ame-
nazas, cuando ocurren, se comportan de diferente manera en función de la topografía,
morfología, vegetación, suelo, etc.
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• Nivel 2: Respuesta local sumada a los recursos nacionales del lugar. La emergencia
es atendida con medios municipales y provinciales, con el apoyo de los recursos
nacionales con asiento en la jurisdicción afectada.
Un buen plan de reducción del riesgo debe incluir tres elementos centrales. Uno de
ellos son aspectos de ordenamiento territorial, que deben guardar relación con los di-
ferentes factores de riesgo. Aquí se debe vincular la gestión territorial y la planificación
urbana con la reducción de la vulnerabilidad ante las diferentes amenazas. Es impera-
tivo que la mayor cantidad de esfuerzos estén dirigidos a actuar sobre las causas
fundamentales de la vulnerabilidad. Resulta vital arbitrar los medios para que la ciu-
dad evolucione de modo tal que la vulnerabilidad no sólo no crezca, sino que
disminuya.
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Para elaborar un PAC es necesario establecer una visión global para la adaptación y
mitigación del cambio climático, de forma integrada, de acuerdo a los retos y capaci-
dades locales, para determinar el alcance de la planificación. Es fundamental asegurar
compromisos con distintos actores políticos, económicos y comunitarios, identificando
líderes que impulsen el plan, junto con las competencias de cada uno de estos actores.
Además, un proceso participativo permitirá reconocer las perspectivas de las comuni-
dades, con el conocimiento local relevante para la toma de decisiones, que incorpore
las diferencias de género, edad, ingresos, situación de marginalidad. Esto permite un
mayor compromiso y una mayor equidad en la puesta en práctica, ya que los riesgos
no afectan a toda la población por igual. En este mismo sentido, es importante desa-
rrollar un plan de comunicaciones que permita comunicar de forma transparente la
visión y las distintas partes del proceso de planificación y aplicación del plan a los dis-
tintos sectores de la sociedad.
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PROGRAMA DE CIUDADES DT#213
En base a estas mediciones, pueden establecerse metas y así definir y priorizar acciones
estratégicas para hacer frente al cambio climático. Las acciones planificadas deben ser
factibles y aplicables por los distintos actores involucrados. Deben ser específicas para
poder ser medibles e implementables, con plazos claros y responsabilidades asignadas
a actores concretos; deben contener costos, beneficios y posibles fuentes de apoyo fi-
nanciero (locales, nacionales y posiblemente internacionales, tanto públicas como
privadas), tener en cuenta potenciales sinergias, beneficios complementarios y contra-
posiciones, tanto en relación a los objetivos de adaptación y mitigación, como a las
prioridades de desarrollo local.
El enfoque debe ser integrado y global, con rutas de acción flexibles. Es fundamental
que sea intersectorial y transversal. En el primer punto, abarcando los sectores de
construcción, energía, transporte, residuos, agua y salud. Debe tener en cuenta, por
ejemplo, la reducción de consumo de energía y agua en viviendas, empresas y edificios
públicos, incentivos para la construcción ecológica y resistente a condiciones meteoro-
lógicas adversas, y considerar la gestión de la demanda energética, la generación de
energías renovables, la adaptación de infraestructura y planes de emergencia para in-
terrupción de suministro. Debe apuntar a incrementar el uso de transporte público,
transporte activo o no motorizado, promover combustibles más limpios, incorporar
infraestructura de tránsito como protección contra el clima, formas de gestión de la
demanda de vehículos privados o tarifas de congestión. También tiene que incorporar
la reducción, reutilización y reciclaje de residuos, así como la capacidad de adaptación
de vertederos a desastres. Debe abarcar la gestión de la demanda de agua, la adapta-
ción de la infraestructura, el tratamiento eficiente del agua en la producción de energía,
la reutilización y el reciclaje, así como también un plan de emergencia para interrup-
ción de suministros, además de incorporar medidas de mejoramiento de la calidad del
aire, reducción de contaminantes, prevención de propagación de enfermedades.
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Hoy en día, con ciudades funcionando como sistemas urbanos más allá de los límites
administrativos, resulta necesario incorporar la mirada metropolitana, incluso a nivel
local (Lanfranchi, Bercovich, Rezaval, Gonzalez Canada, & Simone, 2018). Esta reco-
mendación tiene sustento en el costo económico que supone no hacerlo. La
productividad de las áreas metropolitanas más fragmentadas es más baja. Se estima
que, para un mismo tamaño de población, un área metropolitana con el doble de mu-
nicipios tiene hasta un 6% menos productividad. Esto es un producto bruto geográfico
un 6% menor. No obstante, la existencia de un órgano de gobernanza metropolitano
puede mitigar este efecto casi hasta la mitad (OECD, 2015).
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núcleo urbano más grande del país, sino una de las ciudades más grandes en Latinoa-
mérica y con más hispanohablantes en el mundo. Con una mediana de edad
poblacional de 35 años, los datos del Censo de Población y Vivienda del 2020 (INEGI,
2021) revelan que entre 2010 y 2020 la tasa de crecimiento de la ciudad ha descendido
de manera progresiva. También es una de las ciudades latinoamericanas más densa-
mente pobladas, con 6,163.3 habitantes por kilómetro cuadrado.
Además, identifica los principales retos y riesgos que enfrenta la ciudad. La preocupa-
ción por la existencia de grupos socio-económicamente vulnerables se mantiene, al
mencionar dentro de sus retos aquel vinculado a lo social y económico, y reconocer el
reto de la construcción de resiliencia a nivel ambiental. CDMX hace especial mención
al cambio climático como el gran evento disruptivo.
En este caso, además, el diagnóstico del riesgo recupera una dimensión participativa
fundamental. En la fase de diagnóstico de tensiones, se recuperan las percepciones de
la sociedad, recogidas por medio de metodologías participativas e incorporadas como
punto de partida para construir la estrategia. De acuerdo al relevamiento social, la
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Finalmente, los cinco ejes que estructuran la estrategia 2coinciden con el diagnóstico
descrito y definido en un inicio. Resulta central destacar que la CDMX presenta una
clara institucionalización de las políticas en materia de resiliencia, contando con una
estructura institucional definida organizacionalmente (el Comité Directivo de Resi-
liencia), que agrupa en su estructura a numerosos y diversos actores. Posee además
leyes y marcos regulatorios que son recuperados a lo largo del documento. Las acciones
incluyen la coordinación de gran cantidad de actores públicos y privados, nacionales e
internacionales, lo cual refuerza y otorga robustez a la estrategia.
Todos estos factores que atraviesan los asentamientos informales tienen importantes
impactos en la configuración del riesgo. Para transformar esa configuración y fortale-
cer la resiliencia urbana y la gestión del riesgo, es fundamental contar con estrategias
que atiendan las causas de fondo. También es indispensable disponer de otras que mo-
difiquen y mejoren las intervenciones de los actores comunitarios y estatales de todos
los niveles, y con estrategias que tengan por objetivo generar condiciones seguras para
los asentamientos.
Además, con frecuencia no se contemplan los factores que generan mayor vulnerabili-
dad para mujeres y personas del colectivo lgbtiq+, personas con discapacidad o que
sufren otras vulneraciones específicas. Es necesario que las estrategias que promuevan
la igualdad territorial incorporen una comprensión de esa desigualdad de vulnerabili-
dades, observando, por ejemplo, cómo el diseño de los asentamientos podría
minimizar situaciones de violencia de género o generar accesibilidad para mayor segu-
ridad de todas las personas. En este sentido, es interesante analizar el caso de la
construcción de la estrategia de resiliencia de la ciudad de Montevideo.
Planear para la Resiliencia Urbana y territorial; (4) Mejorar la movilidad a través de un sistema integrado, seguro y sustentable; (5)Desarrollar la innovación
y la capacidad adaptativa.
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es además la ciudad principal del país. El último Censo de 2011 señala que 1.319.108
habitantes viven en la ciudad, mientras que casi 2 millones de habitantes lo hacen en
el área metropolitana. En el año 2016 fue elegida para integrar la Red de 100 Ciudades
Resilientes de la Fundación Rockefeller, lo que impulsó la construcción de la estrategia
de resiliencia de la ciudad(Intendencia de Montevideo, 2018).
En las últimas décadas, los procesos de expansión urbana han estado acompañados
por fragmentación territorial y segmentación social. Esta segregación socio-territorial
se ve reflejada en localizaciones con homogeneidad interna y muy poca interacción so-
cial entre ellas, donde lo que destaca es la desigualdad social. Un 6% de las viviendas
de la ciudad están ubicadas en asentamientos informales, mayormente en terrenos no
aptos para uso residencial y sin cobertura de servicios básicos. De manera contraria, el
sur de la ciudad y el casco histórico, han sido ocupados por clases medias. El asenta-
miento irregular ha impulsado disputas por el acceso a la tierra, particularmente con
sectores productivos rurales ubicados en zonas linderas a la ciudad.
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Salvador ingresó a la iniciativa 100 Ciudades Resilientes en 2016 y a partir de allí desa-
rrolló su estrategia de resiliencia(Prefeitura Municipal de Salvador, 2019), la cual parte
del reconocimiento de tensiones profundas, devenidas en problemáticas crónicas,
siendo su diagnóstico más relevante la desigualdad socioeconómica que atraviesa a su
sociedad.
Salvador se presenta como una ciudad que busca preservar y promover su patrimonio
humano y cultural. Recupera el valor y el significado que el mar tiene para su gente,
como representación de una apertura al mundo que ha enriquecido a la ciudad. Esta
apertura aparece como fuente de múltiples identidades, innovación y creatividad en su
población.
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Entre las acciones cabe destacar aquellas vinculadas al acceso a la educación pública,
gestión sanitaria y servicios sociales de calidad; el fomento a la corresponsabilidad ciu-
dadana a través de procesos de planificación integradores y colaborativos; la
construcción de indicadores de género y etnicidad; el fortalecimiento y la diversifica-
ción de la economía local con base en principios de economía circular,
emprendedurismo, turismo e innovación pública; el robustecimiento de servicios tec-
nológicos que promuevan acciones públicas asertivas y aporten a la gobernanza; la
preparación de la ciudad para el cambio climático incluyendo herramientas de adap-
tación y mitigación; y la transformación sostenible.
Es importante que los distintos actores puedan tener conocimiento sobre los riesgos
de desastres a los que están expuestos, así como qué deben hacer en caso de ocurrencia
de un desastre. También deben estar al corriente de las acciones que está impulsando
el gobierno local, tanto para reducir la exposición, como para la salida y recuperación
posterior ante un eventual desastre.
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potenciar los canales que existen y mejor funcionan, como también identificar los desa-
fíos y los asuntos pendientes de resolver. En este sentido, la segmentación es
fundamental, tanto en términos de la caracterización de la vulnerabilidad como en la
comunicación de la información, ya que distintos sectores de la sociedad presentan
características y necesidades diversas y específicas.
Se debe tener en cuenta cómo los distintos sectores y actores comunican y transmiten
información, cuáles son los canales, los formatos, los contenidos que más interpelan
según género, franja etaria y clase social, para poder potenciar el intercambio en las
comunicaciones, integrando la información vinculada a la gestión del riesgo y la resi-
liencia a esas redes de comunicación (GFDRR, 2017). Contar con organizaciones y
referentes que representen distintos sectores es fundamental para un alcance más ca-
pilar. A su vez, la comunicación y la relación comunitaria que se establezca
previamente permite construir confianza de modo tal que, ante la ocurrencia de un
desastre, haya más predisposición y colaboración y se dinamice la reacción ante situa-
ciones de desastres. Sobre este tema, resulta interesante analizar lo realizado por el
gobierno de la ciudad de Los Ángeles.
Los Ángeles es una ciudad comprometida con los Objetivos de Desarrollo Sostenible,
los que guían su estrategia de resiliencia. La misma se encuentra detallada en el docu-
mento Los Ángeles Resiliente (2018), el cual consta de 96 acciones orientadas hacia 15
__________________________________________________________________________
3A julio de 2021, tomado del U.S Census Bureau.
4
http://www.laresilience.org/documents/resilience-builder.pdf.
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__________________________________________________________________________
6
https://data.buenosaires.gob.ar/dataset/?groups=medio-ambiente&tags=cambio+clim%C3%A1tico
7
https://www.buenosaires.gob.ar/desarrollourbano/desarrollo/planes/plan-hidraulico
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Conclusiones
Gestionar el riesgo y fortalecer la resiliencia debe ser, sin duda, una prioridad de la
gestión local en las ciudades de Argentina. Reducir la vulnerabilidad frente a desastres
salva vidas, reduce costos evitables y beneficia de forma directa a las comunidades lo-
cales, especialmente a las que están más expuestas. En concreto, hace que las ciudades
sean más prósperas. Lograrlo supone reducir el stock de vulnerabilidad, lo que re-
quiere de diagnóstico, método, comunidad, capacidad y compromiso.
Gobernar el riesgo y evitar desastres necesita un diagnóstico que dé cuenta de las pre-
siones a las que las ciudades están expuestas. Saber qué desafíos, tensiones y amenazas
enfrentan las ciudades constituye el primer paso. Puede resultar tentador centrarse
solo en la dimensión física del riesgo, o en alguna amenaza puntual. Sin embargo, el
análisis diagnóstico debe ser lo más completo y detallado posible.
La gestión del riesgo también necesita un método que se sostenga en el tiempo y sea
sustancialmente más transversal, entre sectores, escalas y jurisdicciones. Este segundo
elemento, que incorpore formas y temporalidades, debe ser claro para los actores que
participan y debe construirse con una mirada de largo aliento. Naturalmente, debe
proponer también acciones a corto y mediano plazo, coherentes entre sí y alineadas
con el objetivo de largo plazo.
En cuanto a los actores intervinientes, es fundamental que los esfuerzos sean compar-
tidos y las miradas, plurales. Tiene que estar representada la mayor diversidad y
cantidad posible de voces. La comunidad debe tener un lugar privilegiado en cada una
de las etapas del proceso, comenzando por la identificación de amenazas hasta la cola-
boración en una emergencia y la recuperación posterior. Sin la mirada de la
comunidad, el proceso resulta parcial, incompleto y falible.
Contar con cada uno de estos elementos es condición necesaria pero no suficiente. Es
preciso que toda acción de gobierno actúe directamente sobre las causas fundamenta-
les y los factores de riesgo. Sólo si se fortalece la gobernanza del riesgo será posible
garantizar un futuro urbano sostenible e inclusivo. En este sentido, la planificación ur-
bana no puede ni debe estar escindida de la reducción sostenida de vulnerabilidad.
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Bibliografía
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Milena Acosta
Voluntaria
Licenciada en Relaciones Internacionales y Ciencia Política (UCC - Universidad
Católica de Córdoba) y candidata a Magíster en Políticas Públicas (Universidad
Austral).
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